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CODIFICACIÓN EN LA IGLESIA

Cfr. E. BAURA, Parte Generale, EDUSC, Roma 2017, p. 229

1. Recepción del fenómeno de codificación en el derecho canónico


1.1. El fenómeno de codificación
La palabra códice significaba principalmente libro compacto, cosido en columna vertebral, que
puede leerse pasando las páginas (es decir, el libro moderno, en oposición al volumen o libro enrollado).
Como suele suceder, la evolución semántica llevó a designar con el mismo término, más que el contenedor,
el contenido. Se habla de código para referirse a un libro de leyes unidas por la autoridad, es decir para una
conservación ordenada y oficial de las leyes. Así sabemos, en el contexto del derecho romano, el famoso
Codex Theodosianus y el Codex Iustinianus. Estos códigos fueron promulgados con un solo acto y, desde
que fue promulgado por la autoridad, pudieron manipular los textos que recopilaron para evitar antinomias
y dar coherencia a todo el texto del código. Por lo tanto, el códice se distingue de la compilación de leyes,
ya que el código no es una mera colección de textos, sino una ordenación sistemática según un proyecto
preconcebido, con capacidad de modificar la legislación anterior.
En el campo jurídico civil, entendemos por código el orden complejo de una determinada área
específica de la organización jurídica de la sociedad (por ejemplo, el sector relacionado con el derecho penal
o procesal, etc.) según criterios lógicos y sistemáticos, válido para todos los miembros de la sociedad y
promulgados por el legislador y, por lo tanto, con capacidad de excluir otras leyes relacionadas con el mismo
sector regulado.
El movimiento de codificación moderno comienza en la segunda mitad del siglo XVIII y se
materializa en numerosos códigos promulgados durante el siglo XIX. Una circunstancia histórica que hace
posible la emanación de estos códigos es el establecimiento de una sola categoría de ciudadanos a través de
la asunción del principio de igualdad ante la ley: de esta manera es posible dar una sola orden a un
determinado sector de la vida social. Por ello, la Revolución Francesa significó sin duda un impulso al
fenómeno de la codificación en la sociedad civil, también porque permitió el establecimiento una legislación
no necesariamente vinculada al pasado y con la capacidad de ser excluyente. Finalmente, otra circunstancia
histórica que favoreció la emisión de los códigos, fue el nacimiento de los estados nacionales y la
consiguiente conveniencia de dar una ordenación unitaria capaz de expresar una determinada concepción
de la sociedad. Teniendo en cuenta todos estos factores, no sorprende el hecho que venga considerado
emblemático del fenómeno de codificación moderna del Código Civil francés, conocido como el Código de
Napoleón, de1804.
Queriendo buscar los supuestos doctrinales subyacentes a la codificación del derecho civil, podemos
indicar inmediatamente el comienzo del éxito del positivismo jurídico, es decir, la concepción del derecho
como voluntad de alguien que disfruta del poder obligatorio en la sociedad (aunque como representante de
la soberanía popular); a lo que sigue la posibilidad de crear un nuevo derecho capaz de derogar el antiguo.
De hecho, los códigos eran percibidos como un riesgo ya que pueden convertirse en la herramienta legal en
manos del absolutismo estatista. Además, no es casualidad que los códigos han sido elaborados en el entorno
de la iluminación histórica. De hecho, en la base del movimiento de codificación es indudablemente
rastreable una concepción racionalista de la realidad con la pretensión de tener una visión completa del
mundo, que se reflejará en la ordenación en general de todo un sector de la vida social.
La visión universalista se manifiesta en la esfera jurídica en algunas normas que pretenden tener la capacidad de
regular completamente todos los casos que puede presentarse en la realidad. Entonces, por ejemplo, la norma según la cual,
son nulos solamente los actos contemplados en las leyes que establecen expresamente su nulidad, parte de la pretensión de
poder expresar en una fórmula racional todos los vicios de nulidad de la acción humana. Otra manifestación de la tendencia
a considerar la razón humana capaz de regular toda realidad, es la previsión de fuentes normativas supletorias, para evitar
que exista un vacío en un caso dado Legislativo.

Hace parte del ideal codificador el deseo de sistematizar la realidad según una lógica interna. Por
ello, en un código es de capital importancia el reagrupamiento sistemático de los artículos (en el derecho
canónico hablamos de cánones) en capítulos, títulos, libros, hasta el punto de que a veces la consideración
del lugar sistemático donde se encuentra una determinada norma puede ser la clave para su correcta
interpretación, ya que la ubicación puede definir una institución en particular o hacerla caer bajo una cierta
regulación. De cualquier forma, también en esto va desmitificada la codificación, ya que cada elección
sistemática significa definir la realidad según ciertos aspectos y dejando de lado otros, se puede decir que
es esencialmente imposible una sistematización perfecta de todos los puntos de vista y, por lo tanto, el
intérprete no puede usar el criterio sistemático como regla hermenéutica absoluta, sin tener en cuenta otras.
El racionalismo conduce al ideal de crear una norma que tenga una lógica interna a partir de la cual
es posible deducir la solución legal para el caso concreto, que implica concebir la actividad del jurista como
una técnica esencialmente lógica (más que como un arte prudencial dirigido a conocer la dimensión jurídica
inherente a la misma realidad concreta que aparece). Para que la solución jurídica se deduzca de la norma,
la sistematicidad y la lógica interna del código adquieren en esta línea de pensamiento una gran importancia.
Por lo tanto, el intérprete tendrá que atribuir un gran peso para el lugar sistemático ocupado por la norma
interpretada. Además, tanto en el campo científico como en la práctica legal, viene favorecido el
conceptualismo jurídico, que consiste en la elaboración de conceptos (algunos fijados por el código) que se
aplicarán en las soluciones casos concretos.
La elaboración de categorías conceptuales, de hecho, es esencial para progresar en el trabajo
científico, pero existe el peligro de quedarse en un nivel demasiado abstracto, lejos de la realidad, que
incluso podría desembocar en un forzamiento de la misma realidad si uno la quisiera enmarcar a toda costa
en modelos ideales preconcebidos; el peligro se exacerba en el caso del jurista práctico, que corre el riesgo
de aplicar nociones a priori a los casos reales sin tomar en consideración todas las exigencias de justicia
inherentes a las particularidades de la realidad.
Un objetivo de la codificación, en un nivel práctico, es simplificar el sistema regulatorio y hacerlo
aplicable en modo más automático. En este sentido, la codificación ciertamente beneficia la seguridad
jurídica, en cuanto dispone de un cuerpo normativo claro. Sin embargo el problema surge cuando uno quiere
establecer la seguridad jurídica solamente sobre el imperio de la ley, es decir, sobre el hecho que existe un
código claro, ya que entonces quedaría la cuestión de cómo garantizar con seguridad que tal ley es realmente
justa, que en realidad es el problema de la precaria fundación de la concepción positivista del derecho.
Aparte de los presupuestos ideológicos de los cuales se mueve, va reconocido la utilidad práctica de
los códigos. Ellos han demostrado ser buenas herramientas para ordenar muchos aspectos de la vida social.
No es de extrañar que el mismo Papa Gregorio XVI lo utilizó, cuando en 1834 promulgó el Código (de
naturaleza civil) para los Estados de la Iglesia, divididos en tres partes: civil, órganos judiciales y normas
procesales.
Finalmente, debe notarse que la importancia de los códigos ha sido históricamente redimensionada
con la aparición de leyes constitucionales de mayor rango. Muchos códigos tienden a regular las cuestiones
de derecho constitucional, pero permanece en un nivel más bajo que el texto Constitucional.

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