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EL DIOS DE SPINOZA:

UN DIOS PARA LOS AGNÓSTICOS


Por: Luis E. García
Universidad de Caldas

1. LA LECTURA DE LOS GRANDES FILÓSOFOS.


Los textos de los grandes filósofos pueden leerse desde el
pasado o desde el presente. En la primera opción, los estudiosos
se ocupan de escudriñar los estratos intelectuales de épocas
remotas, el sentido de los términos empleados, las fuentes y
contextos culturales e ideológicos que gestaron las ideas, intentado
descubrir qué quiso decir realmente el pensador y establecer cuál es
la única y correcta interpretación de sus escritos; es un trabajo sin
duda interesante y arduo, de alta sofisticación intelectual y
erudición, en cuya arena terminan enfrentados los especialistas; en
ocasiones profundizan tanto que terminan sumergidos en la más
incomprensible oscuridad. Considero que no es misión principal
del estudioso de filosofía dedicarse a eso que podríamos llamar
“arqueofilosofía” (exceptuando, desde luego, a los especialistas y
eruditos con profundos conocimientos de historiografía y lingüística)
o sea, limitarse a rastrear qué dijo, cómo lo dijo, cómo se tradujo o
qué quiso decir el filósofo de antaño, suscitando discrepancias de
interpretación que, a la postre, no aportan más que discusiones sin
fin, textos y papelería, pues el único capaz de dirimir tales disputas
“ya no es de este mundo” (por ejemplo, R. Mondolfo señala la
existencia de diez eruditas interpretaciones divergentes del
pensamiento de Heráclito). Pero no se trata de negar el valor de la
historia de la filosofía, sino de que nosotros, los no
especialistas, la empleemos más bien como fuente para nuestra
visión del universo y de respuestas a problemas filosóficos, que
como un fin en sí misma.

De ahí que otro tipo de lectura de los clásicos, menos erudita pero
quizás más fresca y enriquecedora es la realizada desde el presente,
es decir, intentar descubrir qué nos enseña hoy el pensador de
ayer, sea cual fuere el mensaje prístino de sus textos. Los
pensadores cuyas ideas han resistido estaciones, siglos y
novedades, de alguna manera lograron expresar verdades o
planteamientos tan profundos, que las generaciones posteriores
1
encontramos sabiduría actual en sus ideas. En pocas palabras,
debemos estudiar el pasado, sí, pero a la luz de presente. Tanto por
convicción filosófica como por ignorancia de lenguas originales,
filología e historia, prefiero este tipo de lectura filosófica, ir a los
textos y mantenerme al margen de las disputas de los intérpretes
del pensamiento de los grandes del pasado.

En consonancia con lo anterior, considero, por ejemplo, que las


tesis principales de un filósofo del siglo XVI como Spinoza mucho
puede aportarnos ya iniciado el siglo XXI para diseñar una visión
del mundo capaz de darle sentido a la vida a quienes se sienten
espirituales sin ser religiosos.

2. BENITO BARUCH SPINOZA


Es un filósofo holandés, de origen judío, que pertenece a la llamada
edad moderna, la edad del racionalismo inspirado en Descartes.
Nació en 1632 y murió en 1677. Se propuso como filósofo encontrar
un conocimiento racional que, al igual que el de Descartes,
pretendía eliminar los motivos de error y llegar a la claridad de la
verdad. Se inspira en el modelo más perfecto de ciencia, la
geometría, que se conservaba inalterada e inalterable desde cuando
Euclides, casi dos milenio atrás, la diseñó con axiomas,
definiciones, proposiciones o teoremas, corolarios, con los cuales
daba razón de todo lo que pudiera decirse sobre líneas y figuras.
Spinoza parte de definiciones y axiomas y con ellos pasa a
demostrar sus proposiciones filosóficas. Bien sabemos ahora que el
éxito de este método, llamado deductivo racionalista, depende de la
calidad de los axiomas, tesis fundamentales, puntos de partida o
prinicipios que se escojan y de sus consecuencias teóricas y
prácticas. Leer a Spinoza resulta tan pesado como leer un texto de
geometría, pero sus tesis encierran profunda sabiduría sobre el
mundo, la realidad, Dios, el alma, el hombre, la política y el
conocimiento. La que ahora nos ocupa es que existe una única
realidad causa de sí misma, “primun logicum” y “primun
ontologicum”, cuya esencia implica su existencia, y la llama “Dios o
naturaleza” de la cual se desprenden todas las cosas
particulares, tema sobre el cual volveré más adelante.

Spinoza piensa, reflexiona y escribe en el contexto cartesiano, donde


el abordaje racional de Dios es omnipresente y obsesivo (hasta el
2
cansancio). Es el sistema más teísta jamás concebido que,
paradójicamente, admite una interpretación ateísta. Opino que la
re-lectura de Spinoza desde la óptica científica y ecológica actual
ofrece una genuina opción filosófica y ética para los hombres
espirituales sin la fe o la convicción para profesar o comprometerse
con alguna religión revelada. Una de las tragedias del hombre
contemporáneo no es que carezca de un sentido de la vida, sino
que no lo interese; y a quien le interese y busque una respuesta,
quizás pueda hallarla en Spinoza.

3. ¿EXISTE DIOS?
No dejo de sentir cierta vergüenza al dedicarle a este tema unos
cuantos párrafos, cuando existe un denso volumen de casi mil
páginas con este mismo título escrito por el teólogo suizo Hans
Küng, obra que recomiendo a todos.

El proceso de conocer el mundo comprende tres componentes:


los hechos, los conceptos y el lenguaje, no importa el orden. Una
persona puede empezar por escuchar una palabra (“titanio” por
ejemplo) y de ahí pasar al concepto (metal gris, en polvo, pesado
como el hierro, de gran resistencia, etc.), y pasar del concepto al
hecho (conoce un objeto construido de titanio); o comenzar por el
concepto, como quien abre un diccionario, lee una definición y luego
aprende la palabra, para posteriormente reconoce el hecho o la
experiencia correspondiente. O conoce el objeto, luego su nombre y
finalmente es capaz de definirlo.

Ahora bien, ¿de dónde aparece Dios, como hecho, como concepto y
cómo palabra?

Han explicado antropólogos y psicólogos de todas las vertientes que


el homo sapiens, en algún momento de su evolución como especie
(tal vez durante paleolítico) o de su desarrollo psíquico personal
(generalmente en la infancia o cuando siente cercano el fin de sus
días), descubre el concepto de un ser omnipotente, creador del
universo, omnipresente, capaz de escucharnos e incluso de
recibirnos en un más allá; lo llama Dios y pasa a postular su
existencia. Es éste un hecho histórico que ni el ateo más radical
podrá sensatamente objetar. Y en nuestra tradición cristiana

3
occidental se define como un ser infinitamente poderoso, sabio y
bueno.

Una vez definida la palabra “Dios” viene el problema de su


existencia. Los teólogos de la línea de Santo Tomás (3) y de San
Anselmo (4) insisten en sustentar con la razón la existencia de
Dios aunque sus argumentos se caen por su propio peso. Los
primeros se apoyan en la tesis de que como todo tiene una causa,
debe existir un ser incausado principio de la cadena causal, pues
remontarse hasta el infinito sería absurdo; que dado que todos
nosotros somos seres contingente –necesitamos de otro ser- debe
existir entonces un primer ser necesario; que como todo se mueve,
debe existir un primer motor inmóvil pruebas éstas presentadas por
Aristóteles (1) y desarrolladas bellamente por Santo Tomás (2).
Todas entrañan el signo de la auto-contradicción, pues para
afirmar a Dios tienen que repudiar el mismo principio que los
llevó a él; es decir, admiten un ser sin causa aduciendo que todo
tiene una causa, o que un ser inmóvil imprime movimiento (?), y
tercero, si hay un ser necesario, bien puede haber otros. El segundo
tipo de argumentos (de San Anselmo) dice que por el hecho de
nosotros- seres imperfectos- podemos concebir, pensar o intuir un
ser absolutamente perfecto, entonces como una de las perfecciones
es la existencia, ese ser tendrá que tener la de existir, y por tanto
Dios existe. Este argumento, retomado por Descartes, tiene la
debilidad lógica de identificar lo ideal con lo real.

Sea Dios una experiencia personal en unos, el creador del universo


visible o el ser detrás de un fetiche en otros, me concretaré en las
religiones reveladas que hablan de Dios y que han producido
presuntuosos volúmenes que pretenden escudriñarlo. En diversas
épocas y culturas aparecieron ciertos hombres –profetas,
iluminados- quienes de alguna misteriosa manera sintieron,
creyeron –y les creyeron- que la divinidad les enviaba un
mensaje para darlo a conocer al mundo: Moisés, Buda, Jesús,
Mahoma, Joseph Smith y muchos otros menos conocidos afirmaron
con total convicción que Dios hablaba por sus bocas y nos dejaron
ese mensaje de la divinidad en textos considerados sagrados.

Con el progreso del pensamiento, del lenguaje y de la racionalidad


surgen las organizaciones religiosas y la teología, disciplina en la
cual los estudiosos de algunas religiones reconstruyen a Dios a
4
partir del mensaje de sus profetas, e incluso intentan penetrar su
mismísimo ser, sus intenciones, su voluntad, sus designios
empleando todas las argucias que permite la exégesis y la
hermenéutica. A los ojos de un incrédulo se trata de una labor
presuntuosa, por decir lo menos, pues si Dios es quien dicen que
es, si su realidad trasciende el universo, si es todopoderoso,
omnisciente y demás ¿cómo nos atrevemos a introducirnos en su
mente y en sus propósitos? ¿Acaso todo ese “contenido” –Dios-
puede encerrarse en tan limitado “continente” -la mente humana-¿

Y como resultado: templos y tratados donde hablan de Dios, su


esencia, propiedades, maneras de hacer las cosas, criterios para
salvar o condenar a los mortales, señalar el bien y el mal, etc. al
parecer de maneras muy diferentes. El no creyente no deja de
sentir cierta perplejidad ante tanta especulación, no sobre un
Dios, sino sobre dioses en franca competencia. Si existiera de
verdad un solo Dios ¿por qué llega al hombre con mensajes tan
diferentes? ¿Acaso puede concebirse un ser todopoderoso tan
contradictorio? El incrédulo vuele a preguntarse ¿Es acaso Dios una
mera invención de las potente imaginación humana?

Un tercer escollo más espinoso aún para admitir la existencia de


este buen Dios, es el de compaginar la existencia del mal en el
mundo con la supuesta sabiduría o bondad divinas… Así que las
llamadas pruebas racionales de la existencia de Dios sólo pueden
convencer a quien previamente haya admitido, por fe o intuición,
dicha existencia.

Otra manera de hablar de Dios lejos de santuarios y teologías es la


llamada por Leibniz teodicea o teología racional, que supone la
capacidad cognitiva del hombre `para conocer la existencia de Dios
y formular enunciados racionales sobre Él, posibilidad que fue luego
demolida por Kant en su Crítica de la Razón Pura, donde demuestra
con argumentos muy portentosos que este tema excede los límites
del entendimiento humano.

Más la racionalidad y la lógica humana tienen poca influencia en


este debate, porque la constante histórica ha sido la búsqueda y la
aceptación de un Dios por todas las culturas, pese a los reclamos y
regaños de pensadores como Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud,
Cioran, etc. quienes sostuvieron que no hubo tal Dios que hubiera
5
creado a los hombres, sino que éstos lo crearon a Él. Empero, ellos
murieron y la idea de Dios resurgue en las conciencias y sobrevive
intacta e incluso más fortalecida.

4. CREYENTES Y AGNÓSTICOS
Los creyentes religiosos admiten la existencia de un Dios
trascendente, o sea, un ser diferente del mundo natural, distinto de
nosotros mismos y soporte del universo, capaz de escuchar
nuestras oraciones, plegarias, y eventualmente cambiar el curso
natural de las cosas por nuestros ruegos. Mientras que el ateo
niega la posibilidad de la existencia de ese Dios trascendente, el
agnóstico niega la posibilidad de que el entendimiento humano
pueda conocer algo absoluto, como Dios, reduce el conocimiento a
la experiencia directa o indirecta y admite lo relativo sobre lo
absoluto y lo probable sobre la certeza. A lo sumo aceptará que el
concepto de Dios deriva de la inespacialidad e intemporalidad de la
conciencia del hombre, único lugar donde puede tener cabida este
concepto. Se le atribuye el término “agnosticismo” a Thomas Henry
Huxley –el jefe de debate de la teoría de la evolución- en un escrito
de 1869 donde expone su visión del mundo fundada en la ciencia.
Claro está que las raíces próximas del agnosticismo las
encontramos en Hume y en Kant, y las más remotas en los
presocráticos y epicúreos.

Ahora bien, cuando en un agnóstico racional surge lo que llama el


psicólogo humanista Abraham Maslow “sentimiento oceánico”,
matriz, según él, de la religiosidad, no puede eludir el asombro que
le causa la vastedad y organización del universo, ni la potencia de la
idea de Dios que lo remonta más allá de los confines de su
conciencia y de su limitada experiencia personal.

Y aquí aparece Spinoza, un pensador donde tiene cabida el Dios


del teólogo, el Dios del filósofo y el Dios del científico. Como
pensador profundamente religioso e independiente, se nutrió del
judaísmo y un tanto del cristianismo, pero sus posiciones lo
alejaron de la ortodoxia hasta el punto de recibir la excomunión –
que en esos tiempos se formalizaba en una apabullante ceremonia
de exclusión del grupo –socio-religioso-, así hubiese sido un leal y
dedicado estudioso de las Escrituras. “Otros –escribe Spinoza- no
han leído las Sagradas escrituras tantas veces como yo, y con esa
6
misma Sagrada Escritura, el reconocimiento de cuya autoridad
constituye la diferencia entre los cristianos y demás pueblos de todo
el mundo, pruebo mis opiniones” (5).

No obstante esta confesión, el Dios que propone Spinoza es muy


diferente del Dios del judaísmo pues, en la Biblia, Dios es un ser
distinto del mundo, y Spinoza, al sostener que Dios es una
substancia cuyo otro nombre es Naturaleza, elimina de un tajo la
oposición Dios-universo, y así abre paso a otro concepto de Dios
capaz de satisfacer el sentimiento religioso de los hombres
espirituales que no profesan religión revelada alguna.

5. EL DIOS DE SPINOZA
Los filósofos autores de grandes sistemas conceptuales del mundo
han de partir de algún principio, de un postulado inicial que se
acepta o rechaza según nos convenzan o no las consecuencias
lógicas que de él derivan. Para Descartes, por ejemplo, lo primero, lo
indiscutible, es la conciencia de sí mismo, y para Spinoza lo es la
intuición de Dios, y de ahí intenta demostrar su existencia con estos
planteamiento:

Acerca de si hay un Dios, decimos que se puede demostrar.

1. A priori, del siguiente modo:


Todo lo que clara y distintamente conocemos como perteneciente a la
naturaleza de una cosa, podemos afirmarlo como verdad de esa
cosa.
Como la existencia pertenece a la naturaleza de Dios, podemos
entonces percibirla clara y distintamente. Por consiguiente…

2.O de este modo:


Las esencias de las cosas son para toda la eternidad y serán
inmutables por toda la eternidad.
La existencia de Dios es esencia. Por consiguiente…

3. A posteriori, de siguiente modo:


Si el hombre tiene una idea a de Dios, Dios debe existir formalmente.
El hombre tiene una idea de Dios. Por consiguiente… (6)

Evidentemente estos argumentos eran apreciables en aquella época


tan embebida del racionalismo cartesiano, pero ahora nos resultan
7
poco convincentes, porque brincan del orden de las ideas al orden
de las cosas. Pero, al menos Spinoza hace un intento por establecer
la existencia de ese ser que es resultado de una intuición
fundamental, sólo que desde su propia filosofía podemos
intercambiar a Dios con la Naturaleza

En su obra máxima, Etica, escribe:


“Entiendo por Dios un ser absolutamente infinito, es decir, una
sustancia constituida por una infinidad e atributos de los que cada
uno expresa una esencia eterna e infinita” (7) (8) .

Siguen entonces su posición panteísta, que identifica a Dios con la


naturaleza, que encontramos en estos textos:
Dios no es solamente causa eficiente de la existencia, sino también la
esencia de las cosas.
Demostración:
Si lo negáis, resulta que Dios no es la causa de la esencia; y así (por
el axioma 4) la esencia de las cosas puede ser concebida sin Dios;
(esto, dada los prop. XV: todo lo que es, es en Dios y nada puede ser
concebido sin Dios) es absurdo. Por consiguiente, Dios es causa
también de la esencia de las cosas.
Corolario: las cosas particulares no son nada más que
afecciones de los atributos Dios, o dicho de otra manera,
modos, mediante los cuales se expresan los atributos de Dios
de una manera cierta y determinada (9)

Y más adelante señala:

Se sigue de la sola necesidad de la esencia de Dios que Dios es


causa de sí mismo y de todas las cosas. Por consiguiente, la potencia
de Dios –por la que él mismo y todas las cosas existen y obran, es su
esencia misma (10).

En otras palabra del filósofo:


Todo lo que existe expresa de modo cierto y determinado la
naturaleza o la esencia de Dios, o dicho de otro modo, todo lo que
existe expresa de modo cierto y determinado la potencia de Dios, que
es causa de todas las cosas, y por consiguiente debe seguirse de
ellas algún efecto (11). No puede darse ni ser concebida fuera de
Dios substancia alguna, así que no hay en la naturaleza más

8
que una substancia y que es absolutamente infinita (12). Y en
otra parte leemos:
…Pero en la Naturaleza no puede existir dos substancias sin que
difieran absolutamente en su esencia y toda substancia debe ser
infinita o sumamente perfecta en su género (13).

Uno de sus más autorizados biógrafos y estudiosos escribe:


…Spinoza no puede menos que confesar que la materia es esencial a
la divinidad, la que existe y actúan únicamente en la materia, es
decir, en el universo. El Dios de Spinoza , por lo tanto, no es más que
la naturaleza, infinita en verdad, pero corpórea y material, tomada en
general y con todas sus modificaciones. Porque supone que hay en
Dios dos propiedades eternas, cogitatio y extensio, el pensamiento y
la extensión. Por la primera de estas propiedades Dios está contenido
en el universo; por la segunda, es el universo mismo. Las dos juntas
forman lo que llama Dios (14).

En el lenguaje actual, su argumentación puede trascribirse de


manera más clara, aunque menos rigurosa (con sorites y
epiqueremas) como sigue: un ser divino, infinito, como debe ser
Dios, no puede existir junto a algo externo, finito, pues si así fuera,
Dios estaría limitado por algo distinto de Él y, en consecuencia,
sería finito y limitado en su libertad, en cuyo caso no sería Dios. Por
lo tanto, no puede existir nada distinto al ser divino. Además, Dios
no puede tener planes, propósitos o designios para el mundo y los
hombres –como dicen los textos sagrados- pues eso supondría que
Dios, en algún momento, desea algo que no posee y, entonces,
dejaría de ser infinito.

Aceptados estos planteamientos, su intuición profunda salta a la


vista: Todo lo que es, es en Dios y nada puede existir sin ser
concebido en Dios. Fuera de Dios no puede existir ni ser concebida
sustancia alguna. Incluso nuestro lenguaje natural, el español, nos
permite expresar con mayor precisión que otras lenguas una última
distinción: si para las religiones reveladas Dios ESTÁ en todas
partes, Spinoza, Dios ES en todas partes. Ahora bien, la atmósfera
filosófica que respira Spinoza lo conduce a transferir el mundo
a la divinidad, mientras que mi punto es inverso; se trata da de
transferir la divinidad a la naturaleza bajo los principios de
panunidad y pananimación, lo cual ofrece una opción religiosa para
los agnósticos, que podría denominarse panteísmo científico,
9
naturalismo religioso, ecología espiritual, humanismo religioso,
aunque el nombre es lo de menos.

6. DIOS EN LA NATURALEZA
Cuando el hombre dirige la mirada a su propia conciencia
descubre que ella lo es todo para él, le otorga sentido a su cuerpo
y a sus relaciones con el mundo, y sabrá que él es y será en cuanto
tenga conciencia. En esto tenían razón los idealistas (aunque
Berkeley exageró al creer que lo distinto a la conciencia no existe).

Los dos pilares de las religiones reveladas son la idea de Dios infinto
y la del alma inmortal; ambas pueden tener sus raíces een dos
particularidades de la conciencia humana: su in-espacialidad y su
a-temporalidad, y de la primera surge la idea de Dios, y en la
segunda, la del alma.

Pero no es preciso salir del universo. Al extender las fronteras


de su conciencia, el hombre no tropieza con límite alguno, sino
que las amplía y extiende hasta un infinito posible, y de la
conciencia de lo infinito, surge la de su finitud, el misterio del
sentido de la vida y de la muerte (“el hombre es el único animal que
se sabe mortal). En esos momentos descubre que su infinitud
carece de fundamento, de piso y reconoce la posibilidad real de que
al perder la conciencia –por la muerte que ya sabe de otros- deje de
ser. Su sentirse “arrojado en el mundo” estremece su conciencia y lo
lleva a reconocer su contingencia: es, pero puede no haber sido.
Cuando afronta esta experiencia en momentos de angustia (por la
pérdida de un ser querido o la proximidad de la muere) la situación
personal se torna más dramática, y por las fracturas que crean el
dolor o la soledad se cuela fácilmente la idea del Dios trascendente
(¿lo descubre, según los teístas, lo inventa, según los ateos). ¿Y si
su razón se niega a admitirlo? Entra de nuevo en escena Spinoza
que nos invita a reconocer que nuestro ser hace parte de algo más
grande que lo crea y la envuelve, a cuyas leyes está inexorablemente
sometido, y a lo que retornará cuando su conciencia se extinga.

Esta opción no trascendental puede llenar el vacío que descubre su


conciencia cuando enfrenta tanto su ilimitación como su miseria. La
creencia en el Dios trascendente, en la vida sobrenatural, opción
10
que le otorga sentido a la vida a miles de millones personas –desde
el cristiano con fe de carbonero hasta el monje de vida
contemplativa- es en últimas un compromiso de fe (que según la
Biblia, es un don de Dios). Pero no por ello queda sin alternativa
“religiosa” el agnóstico espiritual, quien también puede vivir la
experiencia religiosa y mística, de lo infinito, en la
contemplación de la misma naturaleza y sentirla como Dios
inmanente al universo, que en adelante lo llamaremos Dios
Naturaleza (D-N).

Entiendo, desde Spinoza, al D-N como la totalidad dinámica de lo


que existe y guiada por una energía que origina la transformación
de la materia hacia la vida y el hombre, energía que es una sola,
constituida por multitud de fuerza que posibilitan el dinamismo
creador del mismo universo (que esta energía sea inteligente,
caprichosa, azarosa… nunca quizás lo sabremos y cualquier
respuesta consoladora no será más que una proyección
antropomórfica).

En los inicios del siglo XXI el hombre, un microcosmos del azar o


del telos de la misma naturaleza, se encuentra en un momento
evolutivo-cultural que le permite contemplar la inmensidad, la
fuerza, la potencia de esta naturaleza que crea, hace espacios,
pulsa, se agita, genera vida… y hacia ella se dirigen entonces la
admiración, el respeto, el sentimiento de infinitud que otros dirigen
a un ser distinto de ella y que llaman Dios. Estos logros de la razón
en su expresión más sofisticada, la ciencia, hacen menos necesario
el salto trascendental para responder esas profunda y perennes
inquietudes humana, que antaño no daban otra alternativa que la
de admitir dioses, almas, espíritus y duendes. Me atrevo a pensar
que si Spinoza existiera ahora, aceptaría que campos magnéticos,
eléctricos, las ondas, electrones, átomos y demás entidades de la
ciencia y las fuerzas que los rigen (nucleares, gravitacionales,
electromagnéticas, al igual que las biológicas y culturales)
constituyen la plenitud del ser que el llamaba Dios.

El D-N es entonces el mismo motor inmanente del universo (la


totalidad) el dinamismo omnipresente en la naturaleza (parte de la
totalidad con la que nos relacionamos), es la potencia del universo
que nos hace sentir misérrimos por el cuerpo e inmensos por la
conciencia, al decir de Pascal. Aceptar la grandeza infinita del
11
universo responde a la perenne inquietud del género humano de
encontrar un apoyo fuera de sí, al reconocernos como parte
integrante de este todo. Dios Naturaleza crea cada instante todo lo
que en él sucede; es la causa única, la sustancia única, ergo, lo es
todo y todo lo poco que observamos no es sino naturaleza dinámica,
presente desde el dinamismo integrador de los quarks hasta los
espacios creados por los agujeros negros. El D-N dinamiza todo:
estrellas, átomos, galaxias, células, genes, neuronas. Tanta fuerza
nos produce la misma sensación de infinitud, de grandeza, de temor
y de misterio, que llevó al hombre del primitivo a crear dioses
diferentes de la “madre tierra”.

El hombre puede escoger entre respuestas provenientes de su razón


o esconderse en refugios imaginarios; es su sagrada elección. Hoy
sabemos con bastante probabilidad de acierto que tanto la vida
biológica, como la especie humana y cada uno de nosotros, es un
breve episodio en el espacio tiempo. Pocos o nulos motivos –excepto
el pensamiento optativo revestido con alguna racionalidad- tenemos
para creer que nuestra conciencia personal sobreviva a nuestra
muerte física, y menos aún, que hubiese sido parte de otros seres
anteriores. Que lo inmortal de nosotros serán sólo los nuestros
átomos reciclados quién sabe dónde.

7. HACIA UNA ÉTICA NATURALISTA


En las grandes religiones reveladas confluyen al menos cuatro
aspectos constitutivos: los misterios, lo inexplicable que se resuelve
con el mito; la ordenación del universo (el logos) la unión con Dios
(eros) y con los demás (cáritas, ágape) y una conducta señalada por
la divinidad, el ethos. Estas notas tienen igualmente cabida en el
Dios-Naturaleza. Veamos.

El Dios-Naturaleza del agnóstico se inspira en la ciencia, que tiene


también sus raíces históricas en el mito, su crecimiento genera
misterios por cuanto sus respuestas la trascienden (pensemos, por
ejemplo, en el origen de la vida, en la matemática de la selección
natural, en la relación mente-cuerpo, en los dominios de lo
subatómico). Sin embargo, como logos, nos presenta una
ordenación del universo que privilegia la probabilidad sobre la
certeza, la argumentación sobre la intuición, la razón sobre la fe.
También el agnóstico espiritual descubre el eros en la naturaleza y
en su más sofisticado producto, la cultura, entiende que todo en el
12
universo está relacionado y que cualquier cosa es manifestación del
Dios-Naturaleza: árboles, atardeceres, vida, historia, música,
artes…todas expresiones de esa energía cósmica. Así, el amor a Dios
en el creyentes se traduce el agnóstico spinoziano en amor a la
naturaleza. En palabras de Ernesto Cassirer:

“El hombre -para Spinoza- no es ya el esclavo de Dios, obligado a


esperar su felicidad de un bien que desciende sobre él desde fuera y
desde lo alto, sino que los medios para apropiarse de ese bien
residen en él mismo. La intuición de Dios no constituye ya un don
directo, sino que puede y debe conquistarse paso a paso mediante el
progreso gradual y metódico del conocimiento” (16)…”Hacer lo que
Dios quiere –el Dios de las religiones- equivale a hacer lo que la
naturaleza quiere en el Dios de Spinoza”…”Vemos que el hombre –
escribe Spinoza- como parte del conjunto de la naturaleza de la cual
depende y por la cual es gobernado, no puede hacer nada por sí
mismo para su salvación y la de su alma” (17).

¿Qué se sigue de esta tesis? Un ethos, una profunda actitud ética,


caracterizada por el respeto a lo natural, a la vida en todas sus
manifestaciones, el reconocimiento de la irrepetibilidad de cada
instante de vida que la naturaleza nos regala, el sentimiento de
solidaridad hacia los demás seres, pues con todos estamos ligados,
y en particular con aquéllos que comparten nuestro campo vital y
existencial, incluido el mosquito que revolotea sin poner en riesgo
nuestra existencia. Es un compromiso que no ha de ser reconocido
por nadie, excepto por el Dios Naturaleza, pues cualquier aporte
personal, de una persona corriente, de un mandatario, de un genio,
es insignificante en la perspectiva cósmica. Como escribe Spinoza,
“somos parte del todo, es decir, de sí mismo, y contribuyendo en
cierta medida a la realización de todas las obras hábilmente
ordenadas y perfectas que dependen de él”(18). Cuanto más
intensamente tienda el individuo a afirma su ser y sus
potencialidades, tanto más profundamente estará cumpliendo
su destino moral con la naturaleza. (Lamentable que pocas
sociedades humanas faciliten esta realización personal de sus
miembros)

El Dios Naturaleza es creador de la vida en el planeta y en quién


sabe cuántos más que han sido y serán. Porque la energía de un
puñado de átomos (92, según enseña la química) origina
13
continuamente una variedad inimaginable de formas inertes y
vitales, al igual que una simple escala de notas genera una
grandiosa sinfonía inconclusa donde las disonancias más extrañas
se disuelven en las consonancias más hermosas y conmovedoras.
Con esos átomos la naturaleza compone todos los seres que son,
han sido, y serán.

“Obrar bien y estar contento es el lema del spinocismo” (19) Por


tanto, mientras más y mejor interactuemos con la naturaleza y
con los hombres, más cerca estaremos de Dios, sea entendido
como la misma naturaleza o como su creador. Estar contento es
tener conciencia de los momentos buenos y dichosos, revivirlos,
disfrutarlos al máximo, y también eludir de nuestra mente los ratos
amargos, los problemas insolubles o las ideas perturbadoras
(¡cuántas personas hay que añoran el calor cuando hace frío, y
luego lo maldicen!). Alma y cuerpo, materia y espíritu son en
Spinoza expresión de una misma entidad, como las dos caras de
una moneda: lo que le sucede a una lo experimenta la otra. Placer,
alegría, dolor, felicidad, desilusión… son emociones connaturales a
nuestra efímera condición humana. Aceptar la alegría como un bien
y rechazar la tristeza porque nos deprime; amar las plantas y las
flores, los adornos y la música, todo, hasta los placeres más
sencillos. “Cuanto mayor es la alegría que nos embarga, tanto
mayor es la perfección que alcanzamos“ dice Spinoza (20). Sin
embargo, la serenidad debe estar por encima, porque nos enseña
Spinoza que sólo somos parte de la Naturaleza a cuyas leyes
estamos determinísticamente sometidos.

El Dios Naturaleza proviene del conocimiento, no de la fe;


conocimiento de que todo es uno, que la conciencia nos hace
apreciar la vida como una oportunidad irrepetible donde cada
instante cuenta, y la muerte no como una tragedia sino como el
desenlace natural de nuestro ser que, fragmentado, dará lugar a
otros seres vivos o inertes porque nuestros átomos reciclados
seguirán su desconocido pero determinado destino en el universo.

M S
Mondolfo, 1 Spinoza, 2, 6, 7, 9, 10, 11, 12, 13, 14

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15

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