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LA REPRESIÓ N DEL TRABAJO LIBRE

FRANCISCO ALMANSA GONZÁLEZ. Filósofo y Presidente de la Asociación Aletheia.

Como es sabido, el capitalismo se caracteriza fundamentalmente por la explotación del trabajo


asalariado. Según teoriza Marx, en el proceso de trabajo hay un tiempo que el trabajador emplea en la
reproducción de su propia fuerza de trabajo (que logra a través del salario) y otro tiempo que, no
destinándose a este fin, es objeto de apropiación por parte del capitalista. Este último es el que,
transformado en valor, constituye la plusvalía. Dentro del primero, sin embargo, no se incluye
únicamente la reproducción de la fuerza de trabajo estrictamente, sino también las necesidades de
autoidentificación y de bienestar psicológico del trabajador, ello en función, naturalmente, del grado de
desarrollo alcanzado por una sociedad.

El marxismo, sin embargo, no tiene en cuenta, en general, desde el punto de vista de la evolución
del trabajo, la energía «excedente», aquella que es muy superior a la necesaria para reproducir su propia
fuerza de trabajo, que posee el cuerpo humano (incluso en sociedades muy poco tecnificadas). Ese plus
o excedente de energía es, para nosotros, el destinado al trabajo libre; esto es, el trabajo que realiza el
ser humano para la afirmación de sí mismo como tal, sin que posea, por tanto, ningún fin externo, y que
es inherente, pues, a la condición humana. Es por esta razón que puede denominarse, asimismo, trabajo
esencial, auto referenciado o creativo.

La teoría marxista, sin embargo, contempla únicamente la naturaleza del trabajo como
dependiente (para la producción de bienes o mercancías), pero nunca como libre. Si bien afirma Marx en
general que la economía es la esencia del hombre, también enuncia, por otra parte, que su esencia viene
constituida por el trabajo. Sin embargo, si esto último es realmente así, el trabajo no debería suponer
ninguna carga para el ser humano, pues sólo lo que limita a la esencia es lo que nos niega en nuestra
humanidad. Y es que, en efecto, el trabajo es expresión de nuestra esencia cuando a través de él
realizamos y nuestra realización es, a su vez, necesaria a la realización de los otros. Es decir, cuando es
libre.

Por lo tanto, puede decirse que lo que se apropia actualmente el capitalismo en aquellas áreas más
tecnificadas es, fundamentalmente, la parte del trabajo destinada al trabajo libre. En cambio, en sus
primeras fases, como las etapas de la primera industrialización, y en el Tercer Mundo, no sólo se apropia
de este último, sino también de aquella parte del trabajo necesaria para la reproducción misma de la
fuerza de trabajo. Con ello se producía, naturalmente, la extenuación del trabajador, e incluso su muerte
física.

En esencia, a lo que aspira el marxismo es a que no se explote el trabajo dependiente, cosa que
pretendió lograrse, básicamente, en el socialismo, si bien en este último continuará, de igual manera que
en el capitalismo, la explotación del trabajo libre. Su límite, pues, se encuentra en la justicia del trabajo
dependiente, pero sin dar un paso más allá. Sin embargo, cuando hoy reivindicamos la realización del
trabajo libre no nos referimos a la realización del ocio de cada cual, sino a la creación de un modo de
producción del trabajo libre, algo que no pudo ser concebido por el marxismo por su dependencia
teórica casi absoluta al trabajo únicamente dependiente y por una concepción del ser humano
ciertamente aún limitada, a excepción de brillantes intuiciones que se manifiestan generalmente en lo
que se ha dado en llamar etapa del joven Marx. Y ello es capital si tenemos en cuenta que el trabajo
libre -que, si es tal, responde a una vocación auténtica- es, como decimos, el esencial , pues es el único
que es expresión de nuestra condición humana verdaderamente singular y solidaria, y como tal, nos
libera de las servidumbres de fines externos a nosotros mismos que nos reducen al papel de meros
medios: el dinero, el prestigio social, el consumo, el poder de control sobre otros, etcétera.

La sociedad capitalista actual, en el primer mundo fundamentalmente, ha alcanzado un límite respecto


a la compensación del trabajo dependiente (casi absoluto para este sistema) -y, por tanto, respecto a su
capacidad de represión del propio trabajo libre. El primero crea condiciones de estrés y de sensación de
sin sentido que no pueden compensarse ya sino con trabajo libre, apareciendo otros mecanismos
sustitutorios como insuficientes o meros sucedáneos, puesto que, en nuestros días, lo psicológico y lo
espiritual van cada vez más de la mano. Pero la represión de algo esencial supone siempre, como
consecuencia, el traslado de esa energía (que no puede ser de ninguna manera eliminada) a esferas más
contingentes, que toman una importancia desmesurada, como sucede con las formas compulsivas del
trabajo o del consumo. Actualmente, pues, la exigencia que se impone es la consecución, no sólo del fin
de la explotación del trabajo dependiente (que, por lo demás, tiene que mantenerse en sus justos
términos), sino la del propio trabajo libre (que es casi absoluta), sólo posible mediante el fin de la
apropiación privada de los recursos económicos, su consecuente distribución equitativa y el fin de la
competencia.

Sin embargo, como se ha apuntado, la economía actual, denominada de libre mercado, es realmente
una economía represiva en relación al fin último del trabajo. El fenómeno de la represión se produce
cuando una instancia inferior impide el desarrollo normal de otra realidad que es relativamente
independiente. Es por ello que la instancia represiva no puede pertenecer al sistema inmanente al cual
reprime, sino que actúa desde «fuera» y «abajo», por así decirlo, dando lugar tanto a carencias
(normalmente de elementos esenciales) como a hipertrofias (sobre todo en elementos contingentes). El
capitalismo actual es una buena muestra de ello, al presentar, por un lado, un gran exceso de bienes y
por otro, paradójicamente, carencias enormes. Hoy, la propia hipertrofia económica (todo en la
actualidad parece tener una expresión económica), es el síntoma de que una instancia no económica
está actuando y necesita de esa hipertrofia para desarrollarse y “alimentarse”.

Nuestra tesis es la siguiente: la ley que rige el capitalismo -la ley de la competencia para la obtención
del mayor beneficio- no es una ley económica de esencia social, sino natural. La ley que se trata de
imponer es una ley natural que funciona a nivel de individuos de una especie, si bien no al nivel del
conjunto de las especies, las cuales no compiten entre sí, sino que se afirman unas a otras. Sin embargo,
dicha ley se ha convertido en rectora de toda la economía y sirve de ley represiva para la objetivación de
la verdadera naturaleza del trabajo y, por tanto, para el desarrollo del trabajo libre. Y ello
fundamentalmente porque, pensamos, lo que reprime es la ley espiritual humana por excelencia, que
no es otra que la de que la afirmación de cada uno debe ser la condición de la afirmación de todos los
demás.

Afirmar que la ley que rige la economía capitalista no es, en realidad, una ley económica, sino de
naturaleza inferior, es, a nuestro parecer, de importancia capital, pues es la condición necesaria para
eliminar su pretendida legitimidad y razón de ser. De esta forma, se muestra -cada vez más- como
necesario eliminar la competencia a todos los niveles, porque ésta no revela sino un nivel ontológico
inferior. En consecuencia, la esencia verdadera, y por tanto el fin último, de una sociedad libre es el
trabajo libre, pues constituye, por un lado, el que da sentido al trabajo dependiente, o aquel por el que
reproducimos nuestras condiciones materiales de vida, tanto sociales como biológicas, mientras que, por
el otro, al ser el que tiene un fin en sí mismo, el ser humano se siente uno con su realización. Siendo bajo
esta condición cuando, recordando las palabras de Machado, no se confunde precio con valor. Pues
cuando éste último es la expresión objetivada de lo mejor de nosotros mismos, es imposible tasarla, y
sólo cabe ofrecerla como un presente a los otros. Y sólo así la economía del interés, o economía
represora, aunque sea de la abundancia, pasa a ser la economía del amor, que no es sino la del trabajo
libre y la generosidad.

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