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AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 15 de diciembre de 2010
Él os espera con los brazos abiertos para abrazaros” (ibid., II, 16-17). Animada por
una ardiente caridad, da a las hermanas del monasterio atención, comprensión,
perdón; ofrece sus oraciones y sus sacrificios por el Papa, su obispo, los sacerdotes
y por todas las personas necesitadas, incluidas las almas del purgatorio. Resume su
misión contemplativa con estas palabras: "No podemos ir predicando por el mundo
para convertir almas, pero estamos obligadas a rezar continuamente por todas esas
almas que están ofendiendo a Dios... particularmente con nuestros sufrimientos, es
decir, con un principio de vida crucificada" (ibid., IV, 877). Nuestra Santa concibe
esta misión como un “estar en medio” entre los hombres y Dios, entre los
pecadores y Cristo Crucificado.
Verónica llega a pedir a Jesús ser crucificada con Él: “En un instante – escribe – vi
salir de Sus santísimas llagas cinco rayos resplandecientes; y todos vinieron a mi
alrededor. Y yo veía estos rayos convertirse como en pequeñas llamas. En cuatro
estaban los clavos; y en una vi que estaba la lanza, como de oro, toda de fuego: y
me traspasó el corazón, de parte a parte... y los clavos traspasaron las manos y los
pies. Yo sentí gran dolor; pero en el mismo dolor, me veía, me sentía toda
transformada en Dios" (Diario, I, 897).
Por ejemplo, nuestra Santa cita a menudo la expresión del apóstol Pablo: “Si Dios
está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31; cfr Diario, I, 714; II,
116.1021; III, 48). En ella, la asimilación de este texto paulino, esta gran confianza
y profunda alegría suyas, se convierten en un hecho realizado en su misma
persona. “Mi alma – escribe – ha sido ligada a la voluntad divina y yo me he
establecida verdaderamente y permanezco para siempre en la voluntad de Dios.
Parecíame que nunca más hubiese de separarme de esta voluntad de Dios y volví
en mi con estas mismas palabras: nada me podrá separar de la voluntad de Dios,
ni angustias, ni penas, ni fatigas, ni desprecios, ni tentaciones, ni criaturas, ni
demonios, ni oscuridades, y ni siquiera la misma muerte, porque, en la vida y en la
muerte, quiero todo, y en todo, la voluntad de Dios" (Diario, IV, 272). Así estamos
también en la certeza de que la muerte no es la última palabra, estamos fijados en
la voluntad de Dios y así, realmente, en la vida para siempre.
Verónica se revela, en particular una testigo valiente de la belleza y del poder del
Amor divino, que la atrae, la impregna, la inflama. Es el Amor crucificado que se ha
impreso en su carne, como en la de san Francisco de Asís, con los estigmas de
Jesús. “Esposa mía – me susurra el Cristo crucificado – me son queridas las
penitencias que haces por aquellos que son mi desgracia... Después, separando un
brazo de la cruz, me hizo señal de que me acercase a Su costado... Y me encontré
entre los brazos del Crucificado. Lo que sentí en ese momento no puedo contarlo:
habría podido estar siempre en Su santísimo costado" (ibid., I, 37). Es también una
imagen de su camino espiritual, de su vida interior: estar en el abrazo del
Crucificado y así estar en el amor de Cristo por los demás. También con la Virgen
María Verónica vive una relación de profunda intimidad, atestiguada por las
palabras que oye decir un día a la Señora y que recoge en su Diario: "Yo te hice
reposar en mi seno, te uniste con mi alma y fuiste llevada por ella como en vuelo
ante Dios" (IV, 901).
Santa Verónica Giuliani nos invita a hacer crecer, en nuestra vida cristiana, la unión
con el Señor en el ser para los demás, abandonándonos a su voluntad con
confianza completa y total, y la unión con la Iglesia, Esposa de Cristo; nos invita a
participar en el amor sufriente de Jesús Crucificado para la salvación de todos los
pecadores; nos invita a tener la mirada fija en el Paraíso, meta de nuestro camino
terreno, donde viviremos junto a tantos hermanos y hermanas la alegría de la
comunión plena con Dios; nos invita a nutrirnos diariamente de la Palabra de Dios
para encender nuestro corazón y orientar nuestra vida. Las últimas palabras de la
Santa pueden considerarse la síntesis de su apasionada experiencia mística: “¡He
encontrado al Amor, el Amor se ha dejado ver!". Gracias.