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que vivió la Tierra hace más de cuatro millones de años. Eudald Carbonell y
Robert Sala repasan cada una de las adquisiciones que se convertirán en propias de
los humanos, desde el bipedismo adquirido por los primeros homínidos hasta el
desarrollo de un lenguaje simbólico.Los autores aportan datos empíricos recientes
de la arqueología prehistórica y la paleontología humana, entre los cuales destacan
los descubrimientos de Atapuerca, y se decantan por la socialización del
conocimiento científico y la superación de prejuicios como el etnocentrismo, que en
ocasiones han sido como anteojeras para los científicos ante algunas evidencias. S
Así, no dudan en admitir que las especies anteriores a Homosapiens ya honraban a
los muertos y les hacían ofrendas y obras de arte. Una de las conclusiones de
Planeta humano es que disponemos de la información suficiente como para no
tener que plantear las preguntas de siempre: ¿Cuándo nos hicimos humanos? ¿A
partir de qué momento somos humanos?La respuesta es que no hay un momento
definido, sino que se trata de un proceso largo, que se inició hace más de cuatro
millones de años... y todavía continúa.
Eudald Carbonell y Robert Sala
Planeta humano
Diseño de la cubierta:
Diseño de la cubierta:
ISBN: 84-8307-271-8.
PRÓLOGO
Existen dos campos más modernos y con más futuro en la tecnología que
son los que crean mayor alarma y expectativa. Uno es el mundo de la información
y la comunicación virtual, en el cual se eliminan las formas de relación personal
natural y directa. Se dice y discute que son formas que aíslan a la gente, pero en
realidad nos están brindando la oportunidad de que nuestro universo de
relaciones sea mucho más amplio, diverso y complejo. En cualquier caso, no se
trata de un proceso que haya aparecido de improviso, sino que es el desarrollo
natural de nuestra necesidad de comunicar más y mejor la información, un proceso
que ya se inició con la escritura, se desarrolló inicialmente con las técnicas
audiovisuales y que la red telemática lleva al mayor grado de eficacia y
complejidad en la gestión y transmisión de datos e ideas.
Por estas razones, cuando nuestro amigo Xavier Folch nos propuso elaborar
un trabajo sobre evolución humana desde la perspectiva del arqueólogo, vimos la
posibilidad de indagar en el pasado para exponer cuáles son las adaptaciones que
nos hacen humanos. No sólo cómo se integra la tecnología en este contexto
evolutivo, sino el resto de las adquisiciones que nos han permitido una mejora en
nuestro desarrollo y adaptación al entorno. No pretendemos, pues, una
proposición esencialista, en la que una sola característica es elevada a la categoría
de determinante. La primera adquisición de nuestro grupo zoológico fue el
bipedismo, andar sobre las extremidades inferiores y adaptar el resto del cuerpo a
esta nueva posición: la forma de las caderas, su amplitud, la estructura de la
columna vertebral, la morfología y situación del cráneo. Esto se inició hace más de
cuatro millones de años y hasta hace dos millones y medio de años no se añadió un
nuevo grupo de adaptaciones: los primeros instrumentos y el inicio de la
transformación del entorno y el crecimiento del cerebro iniciaron la andadura del
género Homo. Tener herramientas permitió ampliar la dieta de los homínidos con la
carne y los tubérculos de la sabana, que no es posible adquirir sin objetos que
corten o que practiquen agujeros en el suelo, sustituyendo las garras y los caninos
de otros grupos zoológicos. Por esta razón aseguramos que se trata de
adaptaciones biológicas. Después de estas se produjo el descubrimiento del fuego,
el desarrollo del lenguaje, el tratamiento de los muertos y la aparición del
simbolismo artístico, todo ello hace unos trescientos mil años.
INTRODUCCIÓN
GOETHE, Fausto
El camino que los homínidos hemos recorrido hasta llegar adonde nos
encontramos ha sido prolongado y lleno de rodeos; a lo largo de ese camino la
mayoría de las especies de nuestro género fueron desapareciendo porque no
desarrollaron los mecanismos de adaptación adecuados durante su proceso de
instalación espacial. A pesar de ello, los humanos, en el marco del proyecto
evolutivo, hemos sido capaces de transmitir, de especie en especie, nuestros
conocimientos, de manera que nuestro género pudo sobrevivir y progresar gracias
a todas aquellas adquisiciones biológicas y culturales de las especies que nos
precedieron y que nos han ido conformando tal como somos. Ahora nuestro
género únicamente está representado por una especie: Homo sapiens.
Pero, ¿cuáles son las adquisiciones que nos han hecho humanos? Podemos ir
enumerándolas: la pinza de precisión, la fabricación y la utilización de
instrumentos, la caza en grupo, la construcción de refugios, la capacidad de
transportar la comida y las materias primas a través de grandes distancias, la
producción y uso del fuego, el desarrollo del lenguaje articulado, la práctica de
enterrar a los muertos, el vestido, el arte, la domesticación sistemática de animales,
el descubrimiento y la fabricación de los metales, la escritura, entre otras de menor
entidad.
Es posible que todo lo que vais a leer os llene de dudas pero, evidentemente,
sin esta forma de reflexión no seremos capaces de encontramos a nosotros mismos
como especie inteligente. En unas sociedades donde todo es efímero y sólo
preocupa el mañana más inmediato, reflexionar sobre fenómenos que han tenido
lugar en una escala temporal de miles de años nos proporcionará una nueva
perspectiva sobre lo que somos y todo lo que nos rodea. Todo está en el pasado y el
pasado es el dueño de lo que somos y lo que sabemos. El futuro sólo podrá ser
diferente si, analizando todo aquello que hemos sido capaces de hacer,
aprendemos a cambiar las cosas a mejor. Ahora la técnica puede proporcionamos
una ayuda inestimable, si la socializamos y la ponemos al servicio del nuevo
humanismo: eso nos hará humanos de forma objetiva.
I
Venimos del fango, ya que fuimos formados en él; pero como cortejadores
hacemos un buen papel.
GOETHE, Fausto
FRÍO EN EL NORTE Y DISMINUCIÓN DE LOS BOSQUES EN ÉL
ECUADOR
Desde Tanzania, al sur, hasta el valle del Jordán, en Oriente Próxima, como
límite norte, se extiende lo que conocemos como el Gran Rift o d valle de la Gran
Falla africana que, de hecho, no cruza solamente África. Esa enorme grieta es muy
antigua y a ella se debe que, hace ya millones de años» Arabia se separase del
continente africano y se formara el Mar Rojo. La falla, tal y como la conocemos
ahora, con una anchura de hasta cuarenta kilómetros en su zona central, se formó
hace cinco millones de años, la misma antigüedad con que cuenta el relleno de la
cuenca mediterránea, que hasta entonces había sido una inmensa depresión árida.
El Gran Rift atraviesa Tanzania, Kenia, Malawi, Etiopía, El Chad, Egipto, Israel y
Palestina y, según las predicciones, una reactivación de la falla en el futuro
comportaría que todo el este de África se agrietara por completo, llegando a formar
una gran isla a la deriva en el Océano Indico.
El cambio ecológico que hemos descrito produjo, sin lugar a dudas, una
fuerte presión sobre las especies del entorno, pero en la especificidad del este
africano, con la Gran Falla, provocó, muy probablemente, el aislamiento de
poblaciones de las especies ancestrales de primates. Una vez separadas del resto de
la especie y truncado así el flujo génico con la parte principal de su comunidad de
origen, esas poblaciones aisladas desarrollaron características genéticas
particulares. La mayor presión ecológica, en una zona donde la pradera era aún
más dominante que en el oeste, fuera de la falla, favoreció en mayor medida la
generación de rasgos particulares.
VIDA EN EL BOSQUE
Las dos especies se desplazan sobre las cuatro extremidades. Las delanteras
les sirven especialmente para trepar a los árboles en caso de peligro o para anidar
en ellos. Cuando se desplazan por el suelo las apoyan en él con los puños cerrados.
En contadas ocasiones se mueven sobre las extremidades inferiores y, en esos
casos, sus movimientos son lentos y dificultosos, poco exitosos: por ejemplo, no
podrían correr para huir del peligro.
FORZADOS A CAMINAR
NATURALEZA E INSTRUMENTOS
II
GOETHE, Fausto
¿Por qué afirmamos eso? Nuestro amigo Salvador Moya ha demostrado que
el Oreopithecus bambolii, un hominoideo que vivió hace ocho millones de años,
caminaba sobre dos extremidades, pero, que sepamos, jamás fabricó utensilios de
piedra. Constituyó una línea evolutiva endémica de una isla mediterránea que se
extinguió sin descendencia alguna.
Laetoli está formado por una capa de lodo mezclado con cenizas
procedentes de un volcán próximo y hoy extinto. El fango es un sedimento muy
blando y maleable que permite la impresión de marcas. Si se solidifica sin que las
icnitas se hayan deformado, es posible que éstas pervivan durante millones de
años y entonces encontramos milagros como el de Laetoli. Inmediatamente
después de una erupción volcánica que había emitido enormes cantidades de
cenizas, el cielo se encapotó y cayó un violento chaparrón con la consiguiente
formación de lodo. En aquel momento atravesaban la llanura abierta numerosos
animales, desde gusanos hasta antílopes, que dejaron en el barro fresco su
impronta: el trazo sinuoso del paso del gusano y las huellas de los ungulados.
Nosotros, en la Gran Dolina de Atapuerca, en el nivel TD7, descubrimos también el
rastro de un herbívoro que no hemos podido identificar. Pero no hemos tenido la
inmensa fortuna de Mary Leakey, cuando halló las huellas de Laetoli en 1976. Allí
no encontró solamente gusanos y herbívoros, sino también el rastro de al menos
tres individuos que caminaban sobre las dos piernas; la planta de la extremidad
inferior es extraordinariamente similar a la nuestra, con el dedo gordo paralelo al
resto y no separado, como ocurre entre los animales braquiadores que,
ocasionalmente, podemos ver andar erguidos, tales como chimpancés y gorilas.
Pero no lo eran. Se trataba de primates, indudablemente, pero eran unos primates
especiales, de nuestra línea, parientes nuestros.
Con o sin reconstrucciones más o menos fieles, lo cierto es que Laetoli sigue
siendo indispensable para contrastar la validez de las interpretaciones sobre la
anatomía de las extremidades inferiores de los australopitecos. Por Lucy y los
restos de Australopithecus anamensis sabemos sin lugar a dudas que la pelvis estaba
ya muy modificada respecto a sus antepasados hominoideos. Lucy nos ofrece
también parte de un fémur que presenta rasgos claros de adaptación al bipedismo.
Pero Laetoli nos proporciona la prueba palmaria de que estas especies, si bien
podían vivir cerca del bosque para protegerse ya no gozaban de la facilidad de sus
antepasados para trepar a los árboles.
Ya hemos dicho que forma parte de una rama colateral. Dentro de nuestra
línea, contamos con el género Australopithecus como el primer grupo bípedo. De él
se conocen numerosas especies, entre las que hemos citado a las más antiguas:
afarensis, a la que pertenece Lucy Qohanson y Edoly), anamensis (Leakey, Feibel et
al., 1995) y africanus. Recientemente se ha determinado una nueva especie muy
próxima a A. afarensis, llamada A. harghazalensis, hallada en El Chad, lo que indica
que estas especies se extendieron más allá de lo que previamente se creía.
El Chad se encuentra fuera del valle del Rift y eso supone que las especies
que vivieron en él se extendieron muy rápidamente hacia territorios lejanos. Aún
más lejos está Sudáfrica, donde Dart, en 1925, halló los primeros restos del género
Australopithecus, de más de dos millones de años de antigüedad. En 1998 pudimos
saber que, en ese país, existen restos del mismo género mucho más antiguos. Por
todo eso estamos en condiciones de afirmar que el bipedismo por sí mismo, sin el
concurso de ninguna otra nueva adaptación, no permitió una gran expansión de
las poblaciones de homínidos. Porque, que sepamos, el género Australopithecus
jamás fabricó instrumentos, aunque es seguro que manipulaba objetos.
Podemos, pues, afirmar que, además del bipedismo, el factor que evitó que
los humanos desaparecieran en los primeros estadios de su evolución fue la
diversificación de la dieta, que nos permitió aprovechar mejor las posibilidades
que nos ofrecía el entorno. Más tarde ya aparecerían las nuevas adaptaciones
propias de nuestro género que nos añadirían competitividad v resistencia. Una
dieta amplia y variada sigue siendo una de las bases para una buena salud
individual y de especie.
BIPEDISMO Y MANIPULACIÓN
Podemos comprobar a partir de este análisis que algo que, hasta cierto
punto, gozaba de la categoría de mito en el estudio de la evolución humana puede
no ser totalmente exacto: que la liberación de las manos de su función locomotora
gracias al bipedismo conlleva la producción de instrumentos de piedra es cierto,
pero sólo en parte. Sin la adaptación previa a la manipulación de objetos típicos del
bosque, tales como ramas, cañas, hojas o tallos, e incluso bloques de piedra, no
hubiera sido posible un desarrollo tan rotundo de las estrategias técnicas.
EL BIPEDISMO, ¿DESENCADENANTE
III
Empujamos nuevamente con fuerza, levantamos esta tapa con los hombros.
Así llegaremos arriba, donde todo cederá ante nosotros.
GOETHE. Fausto
El azar nos favoreció, entre todos los primates, dotándonos con rasgos
adaptativos que fueron básicos para permitir, a través de la selección técnica, que
nos convirtiéramos en el centro de la evolución. En este capitulo explicaremos con
detalle una de las primeras adquisiciones que generalmente se vinculan a la
emergencia del género Homo: el crecimiento cerebral aparecido paralelamente a los
sistemas técnicos. Previamente a estas adquisiciones sólo se había manifestado el
bipedismo, característica común a todos los homínidos. Las que ahora
presentamos, en cambio, se asocian como conjunto a nuestro género, que inició un
aprovechamiento máximo de su nueva posición en el entorno, también nuevo, de
la sabana africana. La adaptación continuada, junto con otras adquisiciones, situó a
nuestro género en una posición inmejorable. Como ya hemos afirmado
repetidamente, en un principio todas las adquisiciones mejoran y amplían la
variedad de fuentes de alimentación posibles: los instrumentos, el fuego, la
optimización de las técnicas de caza... amplían el espectro alimentario. Después,
con el advenimiento y el desarrollo del simbolismo y su rápida intervención sobre
las nuevas adquisiciones que el género va incorporando, éstas asumen una
dimensión inédita.
Los homínidos somos uno de los grupos entre los que el cerebro ha crecido
con mayor rapidez: hace 2,4 millones de años la especie Homo habilis tema una
capacidad craneal de 750 cm3; los humanos actuales tenemos una media cercana a
los 1400 cm3, ¡el doble! El sentido común establece una relación proporcional entre
la ampliación del cerebro y la inteligencia, como un hecho general. Algunos
autores, entre los que destaca Terrence W. Deacon, consideran que lo que produce
el crecimiento de este órgano no es un aumento generalizado de la inteligencia en
abstracto, sino la adaptación del cerebro al lenguaje, la evolución conjunta de
ambos.
40.0 cm3, con una media de 1.330 cm3. Traducido en gramos, si calculamos
que un centímetro cúbico equivale a un gramo, el peso medio de un cerebro
humano actual sería de 1.330 gramos. Es preferible usar la medida de peso, ya que
con ella podemos calcular la relación entre el cerebro y el peso corporal usando el
mismo patrón. La diferencia en el peso corporal general entre varón y mujer
motiva que también exista una cierta diferencia respecto al peso del cerebro,
diferencia relacionable únicamente con ese factor.
una relación directa con las capacidades. Los diferentes parámetros usados
a este respecto han ido cayendo en desuso porque resultan inapropiados.
Basarse en la medida absoluta es una falacia, como lo demuestra el hecho de
que el cerebro de una ballena es, por supuesto, mayor que el nuestro. Por lo tanto,
es imprescindible establecer otro índice que respete un hecho esencial y obvio: el
tamaño del cuerpo; porque puede ser que una mayor cantidad de masa cerebral
signifique que las necesidades básicas de un animal grande exigen también más
neuronas. Además existen animales de pequeño tamaño cuyo cerebro es más
denso, con más neuronas comprendidas en un espacio menor.
Uno de los hechos que resultan más alterados por la presencia de un cerebro
de gran tamaño es todo el proceso biológico que comprende la gestación, el parto y
la necesidad de una maduración posterior al nacimiento. Todos los primates somos
extraordinarios por el hecho de que el cerebro en el feto corresponde a un 12 por
100 del tamaño del cuerpo, lo que constituye un índice significativo sobre la
importancia de este órgano en nuestro grupo. Lo que nos diferencia del resto de los
primates es que, mientras que entre ellos el ritmo de crecimiento del cerebro
disminuye al mismo tiempo que el del cuerpo aumenta con mayor rapidez, entre
nosotros los dos ritmos de crecimiento se invierten durante los dos primeros años
de vida. Es decir, que el cerebro crece muy rápidamente durante el primer año,
mientras que el cuerpo no crece al mismo ritmo. Una vez superada esa edad, el
cuerpo empieza a crecer hasta llegar a la proporción adulta entre cuerpo y cerebro.
V
GOETHE, Fausto
HERRAMIENTAS PARA TRABAJAR, HABILIDAD PARA
PRODUCIRLAS
Según estos autores, sería posible, pues, que Homo no hubiera sido el primer
género que comió carne y que usó herramientas para obtenerla. De cualquier
forma, aún no ha sido posible hallar esas herramientas de piedra que
supuestamente utilizó ese australopiteco recientemente descubierto.
Parece muy fácil producir una herramienta, pero entonces, ¿por qué somos
la única especie que las fabrica en la actualidad?
V
EL TRABAJO DE LA MADERA
GOETHE, Fausto
Muy pocas veces se han podido hallar registros de trabajo en madera y casi
nadie confiaba en ello, a pesar de que el análisis de los desgastes había permitido
obtener indicios positivos de su existencia. Una arqueóloga francesa, Sylvie
Beyriés, en su tesis de 1984 sobre análisis de desgastes en yacimientos de
Neandertales, había constatado la presencia de numerosos instrumentos usados
sobre madera y se preguntaba, sorprendida, cómo era posible que fueran tan
abundantes. Concluía que podía deberse a problemas de método. Nosotros, como
muchos otros, creíamos todo lo contrario: que ese hallazgo era muy lógico.
Hemos visto cómo, además de ser usados para la caza, buena parte de los
objetos de madera encontrados son de uso doméstico. En general, el análisis de los
desgastes y el estudio de los niveles arqueológicos únicamente revelan actividades
técnicas y de consumo de biomasa animal, pero no hemos podido averiguar qué
instrumentos se usaban cotidianamente en las actividades domésticas relacionadas
con la alimentación, la preparación de alimentos o su conservación. Sin duda, la
visión que tenemos sobre nuestros antepasados variará forzosamente cuando
podamos ampliar nuestros conocimientos en esta esfera: la evolución de los
homínidos a lo largo del Pleistoceno ganará en complejidad.
VI
GOETHE, Fausto
Así pues, en contra de las concepciones míticas y falsas que se tenían hasta
hace poco acerca de la forma de vivir y de refugiarse de los homínidos en la
antigüedad, los análisis científicos demuestran que éstos desarrollaron y
perfeccionaron muy pronto la técnica de levantar construcciones de protección,
actividad que, como es bien sabido, también llevan a cabo otros animales de forma
sistemática y que, por lo tanto, no fue exclusiva de nuestro género. Todos los
mamíferos y aves construyen habitáculos de protección lo que distingue a los
homínidos es que, en el transcurso de la evolución diversifican sus estructuras
constructivas, mientras que otros grupos zoológicos mantienen las mismas
morfologías. Durante todo el Pleistoceno nosotros, los homínidos, hemos ido
realizando construcciones cada vez más complejas y prodigiosas.
Sea como sea, esta notable variabilidad en las construcciones demuestra que
los humanos modernos habían desarrollado, aún en mayor medida que los
neandertalianos, el hábito de construir hace ya 30.000 años.
En lo que atañe a las poblaciones más modernas (con una edad de entre
35.000 y 20.000 años) cabe destacar las cabañas de Pavlov (Chequia). El profesor
Klima describe entre ellas una amplia variedad de formas, aunque las más
características son las ovales y las circulares. Las fosas equiparables en
dimensiones a sus precursoras de Barca oscilan entre los 4 y los 8 m de longitud.
En el interior de todas las cabañas existen vestigios de hogares. La abundancia de
material arqueológico y paleontológico hallado en su interior indica, según su
descubridor, que se trata de lugares que fueron ocupados durante largas
temporadas.
La hipótesis del profesor Klima es que estas comunidades como las de Dolni
Vestonice (Chequia) construían grandes cabañas con cubierta y otros recintos
dotados únicamente de una protección perimetral. En uno de estos recintos bien
configurados, que contenía restos de mamut y un gran hogar, se descubrió la
«venus» de terracota que recibe el mismo nombre que el yacimiento donde se
halló.
Como vemos, en todas las épocas históricas hay vestigios de las construc
ciones humanas: las edificaciones son cada vez más complejas y nos informan
sobre los adelantos en el uso de los materiales y en la técnica
debemos olvidar que, en el largo periodo durante el que se han cons truido
refugios, hemos ido aprendiendo el diferente uso de los materiales y que la
arquitectura de la piedra no comienza a ser una actividad sistemática hasta épocas
holocénicas, hace unos 8.000 años.
VII
GOETHE, Fausto
NECESIDAD DE CAZAR
Ya hemos dicho que la caza fue una adaptación que permitió a los
homínidos diversificar y aumentar su espectro alimentario. También hemos
señalado repetidamente que esa diversificación de la dieta homínida constituyó un
factor de primera magnitud para la supervivencia de nuestro género. El aumento
de la aportación de proteínas de origen animal contribuyó a mejorar Ja situación.
La opción preferida por Homo, de nutrirse de otros recursos y convertirse así en un
grupo generalista, fue, pues, primordial para su éxito posterior.
Las formas de acceder al alimento y las estrategias desarrolladas para tal fin
constituyeron también un factor decisivo en el proceso de estructuración social. Ya
hemos apuntado que la caza, además de exigir la presencia de un determinado
bagaje técnico, requiere una cierta estructura social que posibilite la colaboración
entre individuos; por lo tanto, la vida en la sabana contribuye a la formación de
grupos estables y lo bastante numerosos para realizar esa actividad con garantías
de éxito; asimismo la caza favorece la generación de una conciencia compleja
paralela al crecimiento y la mayor especialización del cerebro debidos en parte a la
mayor aportación de proteína animal a la dieta.
HISTORIA DE LA CAZA
Hasta finales de los años sesenta, la teoría sobre la evolución humana y la
prehistoria arcaica había estado dominada por la llamada «hipótesis del cazador».
Según estableció este planteamiento Ardrey en 1978, nuestra configuración como
especie estaba marcada por la caza, actividad que comportaba la socialización, la
agresividad y el consumo de carne como fuente alimentaria principal. El trabajo de
Ardrey es el que teoriza con mayor claridad esta idea, pero no es el único, puesto
que era un concepto ampliamente difundido entre los arqueólogos, que veían en la
acumulación de huesos de distintos animales al lado de conjuntos instrumentales
la prueba palmaria de la actividad cazadora de los homínidos desde los primeros
representantes del género Homo. Dart, descubridor de los primeros fósiles del
género Australopithecus en Sudáfrica, suscribe con relación a ellos la misma
hipótesis del cazador en diversos trabajos publicados en 1949 y 1953.
Además de los fósiles humanos, también los huesos de los herbívoros que,
en la mayoría de yacimientos, aparecen junto a instrumentos líticos son objeto de
este mismo estudio. Eso ha permitido contrastar numerosos casos en los que los
animales que aparecen en los yacimientos antropizados habían sido aportados por
carnívoros y no por los humanos. Gracias a este tipo de estudios podemos
diferenciar entre emplazamientos utilizados exclusivamente por humanos, como el
Abric Romaní, otros donde lo compartieron con carnívoros, aunque la presencia
humana es mayoritaria, como en Ata— puerca, y otros en los que son minoritarios.
Otro estudio llevado a cabo en 1992 por J. Carlos Diez acerca de los fósiles
herbívoros de la Galería, coetáneos de los de la Sima, permite concluir que los
primeros predadores que accedieron a ellos fueron, mayoritariamente, los
humanos. En esta cueva de la Sierra de Atapuerca, también existen restos de
carnívoros, lo que podría hacer pensar que éstos aportaron buena parte de los
cadáveres de herbívoros. Pero se ha podido constatar que no es cierto: la mayoría
de los herbívoros presenta vestigios de una intervención humana primaria y, sólo
con posterioridad a ella, participaron los carnívoros para aprovechar lo que los
humanos habían abandonado.
VIII
Oh, ojalá pudiera irme a cualquier otro lugar, pero arriba me amenaza el
exterminio, me escondo entre las piedras y la niebla.
GOETHE, Fausto
Cuando hablamos de las adquisiciones que nos han hecho humanos suele
olvidarse la capacidad que tenemos los homínidos de vivir en cualquier parte del
globo: no importa cuál sea la longitud o la latitud, el planeta Tierra está totalmente
humanizado. Pero ¿por qué salimos de África? Esta es mía de las preguntas que
han hecho correr más ríos de tinta y sobre la que planean más incógnitas.
La base del bloque de sedimentos de Dmanisi está formada por la lava del
volcán solidificada y ha sido datada en un mínimo de 1,8 millones de años. El nivel
humano aparece en un estrato superior de la secuencia, pero los investigadores
creen que no puede ser mucho más moderno que la lava y sugieren la datación de
1,6 millones de años de antigüedad. En la parte de arriba de la secuencia un
travertino indica una datación mucho más reciente. Aunque esta hipótesis podría
ser cierta, la comunidad científica se muestra un tanto escéptica con respecto a este
yacimiento.
Su salida de África en época tan tardía se explicaba por el hecho de que las
especies previas, australopitecos y Homo habilis, no disponían de las capacidades
necesarias para haber conseguido colonizar continentes diferentes al de origen.
Tenían un cráneo muy pequeño, su bipedestación era incompleta y su sistema
técnico demasiado rudimentario y arcaico para poder afrontar la vida en nuevos
entornos ecológicos, ya que ambos eran anteriores al Modo 2 y a la sistematización
de la producción de grandes instrumentos.
Debemos tener presente que el sudeste de Asia es una zona poblada por
extensos bosques y de clima tropical. La zona central del continente está dominada
por llanuras abiertas y un clima riguroso. En cambio, el sur de Europa es
generalmente boscoso, aunque templado y benigno. Las latitudes medias de Asia
debían de ser muy similares.
Este último dato fue el que nos indujo a consagrar más tiempo al trabajo en
la Dolina, ya que abrigábamos la certeza de que en el nivel TD6 hallaríamos dicho
micromamífero asociado a industria lítica. Sin embargo, los hallazgos que
descubrimos el 8 de julio de 1994 superaron con creces todas nuestras expectativas:
habíamos encontrado justamente todo aquello que nuestros colegas demandaban:
industria, restos humanos y el micromamífero. Ahora podíamos empezar el trabajo
de proponer una nueva hipótesis bien fundamentada.
Por todo ello consideramos imposible que con anterioridad a 1,6 millones de
años existiera una población humana importante fuera del continente africano.
Dado que la competencia intraespecífica no se aceleró hasta la aparición del Modo
2, resulta improbable la existencia de procesos migratorios relevantes anteriores a
él. Y estos procesos deben de tener un carácter más biológico, como el
desplazamiento simultáneo de especies de herbívoros.
Mucho más tarde, hace sólo cuarenta mil años, se produjo otro episodio de
emigración y marginalización cuando los humanos anatómicamente modernos
accedieron a Europa y desplazaron a los Neandertales. No conocemos con
exactitud la causa de este desplazamiento, aunque en este caso sí podemos
identificar a las dos poblaciones perfectamente diferenciadas que lo
protagonizaron. Una de ellas, recién llegada, ocupó las zonas más ricas del
continente; la otra, que vivía en él desde tiempos inmemoriales, se vio relegada a
las zonas montañosas o a extensas áreas en donde no habitaban los humanos
modernos.
IX
GOETHE, Fausto
El hendedor es una herramienta que presenta una zona de corte muy bien
jerarquizada y que resulta de un proceso de elaboración que debe ser claro y
preconcebido. Un proceso de este tipo incluye, como mínimo, dos fases
diferenciadas: en la primera se talla un bisel en la Base Negativa y en la segunda se
propina un golpe a la Base desde un punto alejado del bisel para levantar una Base
Positiva de gran formato que hiende ampliamente la matriz y en la que el bisel,
muy delgado, es la parte principal y mejor preparada. El objetivo de todo el
proceso es, por consiguiente, obtener un diedro distal amplio y bien configurado
delimitado en ambos extremos por dos triedros muy delgados. En su uso pueden
converger las capacidades morfodinámicas tanto del diedro como de los triedros.
Se empleaba para descuartizar, cortar, raer y rebajar la madera.
X
GOETHE, Fausto
El control del fuego es una de las adquisiciones más importantes que han
tenido lugar a lo largo de la evolución cultural de la humanidad. El fuego permite,
por sus propiedades, un abanico amplio de aplicaciones que resultaron
fundamentales en la organización de las comunidades de homínidos.
Destacaremos aquí las que consideramos primordiales.
El dominio del fuego permite prolongar las horas en las que se dispone de
luz. En el crepúsculo, el encendido de hogueras en los campamentos, cuevas y
abrigos proporcionaba a los miembros de un grupo la posibilidad de reunirse a su
alrededor y comunicarse entre sí, de manera que el fuego debió de contribuir en
épocas pretéritas al proceso de socialización de los homínidos así como al
desarrollo de sus capacidades simbólicas.
Era nuestra primera visita a esa ciudad y viajar allí nos brindó la
oportunidad de examinar algunos de los materiales y de los yacimientos más
célebres de la Prehistoria de Oriente Próximo. Nuestra colega Naama Goren—
Invar., de la Universidad Hebrea de Jerusalén, fue una estupenda anfitriona y nos
permitió estudiar brevemente los conjuntos líticos de Weser Bento Jakob y
Ubeidiya, hacia los que sentíamos un gran interés y de los que obtuvimos algunas
conclusiones apresuradas pero relevantes.
Las dos conservadoras, Tamar y Olga, nos comentaban que, al igual que
hacemos la mayoría de los arqueólogos, siempre que se encontraba una pasta
negra asociada a trabajos en cestería de mimbre, se generalizaba y se consideraba
que era betún sin realizar un análisis previo detenido. Hasta que apareció un caso
claro en el que no se trataba de betún y, al analizarlo, se comprobó con sorpresa
que era una mezcla de cenizas y colágeno de huesos Las cenizas son uno de los
subproductos del fuego y el colágeno se obtiene hirviendo los huesos durante un
tiempo prolongado para que desprendan esta pasta.
Antes de que fueran conocidas estas estrategias para el encendido del fuego,
a las que podríamos llamar pirotécnicas, el mantenimiento del fuego debía de ser
el procedimiento más común. A partir de una combustión producida por causas
naturales, el fuego debía de tener que mantenerse apelando a sistemas artificiales.
Pero las posibilidades de conseguir este tipo de fuego debían de ser muy aleatorias
y pronto debió de resultar necesario encontrar una solución técnica que permitiera
encender el fuego a voluntad de forma artificial. Las ventajas eran
inconmensurables y, a partir de su introducción en la vida cotidiana, esas técnicas
debieron de convertirse muy pronto en imprescindibles.
Durante mucho tiempo, desde que fue descubierto en el primer tercio del
siglo xx, se ha aceptado que el complejo arqueológico de Zhoukoudian, cerca de
Pekín (República Popular China), donde fueron localizados restos de Homo erectus
evolucionado-más conocido como Sinanthropus peki— nensis-existían vestigios
claros de hogueras. Sus descubridores señalaron la presencia de huesos quemados
y de capas espesas de cenizas para demostrar el uso del fuego por parte de Homo
erectus en Extremo Oriente hace 0,3 millones de años. Una investigación reciente,
en la que ha participado nuestro compañero Ofer Bar-Yosef, catedrático de la
Universidad de Harvard, ha re— visitado el yacimiento para efectuar un nuevo
anáfisis de los sedimentos que contenían los restos fósiles humanos junto al
producto de su comportamiento.
La utilización del fuego va haciéndose cada vez más compleja, como lo dan
a entender los tipos de hogueras que están descubriéndose por doquier. En el
Abric Romaní, en Capellades, más de un centenar de hogueras hechas por los
Neandertales han sido excavadas desde 1983 hasta 1999. Su estudio nos ha
proporcionado un amplio conocimiento sobre los tipos de estructuras de
combustión que eran usadas en el Pleistoceno Superior mediterráneo.
Sabemos que el fuego fue domesticado hace unos 400.000 años y en Europa
son numerosos los yacimientos que han suministrado pruebas de ello. Un ejemplo
magnífico lo constituye el de Terra Amata, que hemos nombrado hace poco: con
una cronología de aproximadamente 0,35 millones de años, es, por el momento, el
yacimiento más antiguo con presencia de fuego. Pero, como ya hemos señalado, en
las cavidades de Atapuerca el fuego se resiste a ser hallado: aunque hemos
encontrado miles de restos de homínidos, instrumentos y fauna, nunca hemos
encontrado pruebas contundentes de la existencia de fuego. ¿Por qué?
El fuego constituye sin duda alguna uno de los exponentes más claros del
proceso de hominización y de humanización. Como ya hemos dicho, ha
contribuido de una manera muy específica a convertimos en humanos: concentra a
su alrededor a los miembros de la comunidad, que así desarrollan las relaciones
sociales de una forma peculiar que no aparece en ninguna otra especie animal. En
especial, es indudable que el fuego debió de contribuir al desarrollo del lenguaje
articulado y al de muchas otras adquisiciones vinculadas a la socialización.
Podría parecer trivial el hecho de que una comunidad se beneficie del fuego
para comunicarse, pero no lo es en absoluto: la posibilidad de usar el fuego
permite prolongar la jornada y, por lo tanto, el tiempo de comunicación. Además
de esta contribución directa, existe otra indirecta: como ya hemos comentado, la
cocción de los alimentos gracias al fuego facilitó también la adaptación para el
lenguaje.
XI
GOETHE, Fausto
Como escribe Juan Goytisolo en De la Ceca a La Meca, «... hubo una época en
la cual lo real e imaginario se confundían, los nombres suplantaban las cosas que
designan y las palabras inventadas se asumían al pie de la letra: crecían,
lozaneaban, se ayuntaban y concebían como seres de carne y hueso». El lenguaje es
la capacidad humana para crear imágenes del mundo, ya sean gráficas, icónicas o
conceptuales, reales o abstractas. Todos esos términos nos han servido para
designar los diferentes tipos de imágenes creadas por nosotros a lo largo del
tiempo, hasta llegar a la distinción actual entre realidad física y realidad virtual.
Todas estas imágenes sirven a una finalidad muy concreta y básica de las
sociedades humanas: la de comunicarlas a nuestros semejantes para informar,
crear opinión o modificar la opinión del prójimo.
LENGUAJES NO SIMBÓLICOS
Ya hemos aludido a las lesiones en las áreas del lenguaje que provocan
deficiencias en la producción y comprensión, deficiencias que resultan
generalmente permanentes. Únicamente pueden superarse en el caso de haberse
producido antes de los dos años de vida, edad en la que comienza el uso cotidiano
del lenguaje. Eso indica que las zonas lesionadas pueden ser sustituidas por otras,
pero la sustitución sólo es factible si tiene lugar antes de que se fijen las normas de
uso lingüístico en las áreas correspondientes. Más adelante comentaremos las
dificultades con las que tropiezan los adultos que desean aprender a hablar,
seguramente relacionadas también con el tema del que estamos hablando.
Como ocurre con muchas otras funciones cerebrales, el control del lenguaje
es ejercido especialmente desde el hemisferio izquierdo, lo que demuestra una vez
más que la lateralidad, aunque desconozcamos su origen, es un fenómeno
trascendental en el funcionamiento de nuestro cerebro. En el 90 por 100 de la
población el hemisferio izquierdo es el dominante en todo el proceso de
producción y análisis del lenguaje y ese porcentaje comprende al 95 por 100 de los
diestros y al 70 por 100 de los zurdos. Aunque entre estos últimos sigue existiendo
un dominio mayoritario del hemisferio izquierdo, observamos en ellos una buena
correlación entre el predominio de una mano y de un hemisferio para otras
funciones que no se limitan a la manipulación de objetos. Dicha correlación parece
indicar que la manufactura de instrumentos, el predominio de una mano y la
lateralización del lenguaje han evolucionado de manera interrelacionada. Por
razones diferentes, Ph. Lieberman se manifiesta de acuerdo con esto al decir que
actividades motrices, tales como la producción de instrumentos, pueden haber
estado involucradas en la evolución de los mecanismos cerebrales necesarios para
el habla humana. A este investigador la relación entre el uso de la gramática y de la
sintaxis y las actividades motrices le conduce a la misma conclusión a la que llega
T. Deacon.
HABLAR Y COMPRENDER
Gracias a la capacidad del velo del paladar para abrir y cerrar el paso del
aire hacia la nariz podemos articular sonidos nasales y sonidos no nasales. Esta
posibilidad, según expertos como Ph. Lieberman, permite la emisión de sonidos
más claros y, sobre todo, más variados. La lengua, de forma general redondeada,
puede generar los patrones de frecuencia que definen a las vocales /i/, /u/ y /a/ y a
las consonantes fl /J y /g/. Este conjunto de sonidos es, junto a las consonantes
oclusivas /b/, /p/, /d/ y /t/, los más apropiados para la comunicación y los más
extendidos en todas las lenguas. Son, además, los primeros sonidos que aprenden
los niños pequeños.
Según parece, éste es el problema principal con el que topan los programas
informáticos que reconocen la voz humana: son incapaces de interpretar el mensaje
cuando la emisión de voz va más allá de unos parámetros prefijados. Ahí tenemos
un buen ejemplo para evaluar la complejidad que entraña la comprensión del
habla humana y de los recursos necesarios para poderla interpretar correctamente
a diario, en multitud de situaciones diversas y de forma inmediata e inconsciente.
Pensemos sólo en el problema que supone interpretar el mensaje emitido a través
de un teléfono móvil que no tiene buena cobertura y que nos llega con palabras y
frases entrecortadas. Pero, a pesar de todo, somos capaces de entenderlo porque
nuestro cerebro puede reconstruir las palabras y las frases incompletas, lo que
únicamente es posible cuando se dispone de un sistema complejo de interpretación
y si el registro emitido es absolutamente estereotipado.
Otro ejemplo aún más ilustrativo nos lo proporciona Kent Weeks, que
descubrió la tumba de los hijos de Ramsés II en el Valle de los Reyes de Tebas en
1994 y, en 1999, describió el trabajo que había realizado para reconstruir los frescos
hallados en las paredes. En muchas ocasiones los fragmentos que su equipo
localizó eran tan pequeños que les ha sido necesario reconstruir la mayor parte del
fresco. Un proceso que han podido llevar a cabo gracias a que las figuras del arte
egipcio, como los signos de cualquier otro lenguaje, son estereotipadas y
repetitivas, y porque la simetría estaba presente en la composición de la obra.
Ambos recursos se dan también en cualquier lenguaje, como lo demuestra el hecho
de que, de no existir estereotipación, Champollion no habría podido reconstruir la
lengua egipcia antigua a partir de un simple fragmento.
como en los modismos. Por eso la pregunta que encabeza este apartado
parece ciertamente absurda. Pero permítasenos añadir otras observaciones.
Cuando un niño de dos años, o aún menor, empieza a hablar, ¿lo hace como
un adulto que está aprendiendo una lengua extranjera, mediante el aprendizaje de
normas estrictas y complejas, de formas verbales, de listas de pronombres? ¿O más
bien parece que lo haga de una forma automática? Porque no únicamente aprende
el vocabulario que, si se quiere, puede ser un proceso repetitivo que también
puede realizar un loro mediante la imitación. El niño aprende el vocabulario, las
normas sintácticas y la gramática de su lengua materna sin necesidad de que nadie
le imparta clases especialmente dirigidas a tal fin ni le dedique horas
extraordinarias. Parece pues que nuestro cerebro esté preparado para recibir las
normas por las que se rige cualquier lengua y para entenderlas, interiorizarlas y
reproducirlas. Por supuesto que, de no existir un entorno que se las transmita, el
niño no aprenderá ninguna lengua. Desarrollará el mismo comportamiento que
nosotros, lógico, repetitivo, complejo, pero sin habla. Ahora la pregunta que
formulábamos ya no parece tan absurda.
De ahí la importancia de las áreas del cerebro a las que nos hemos venido
refiriendo repetidamente: son ellas las que contienen, de alguna forma, las normas
innatas para interpretar e interiorizar los patrones de uso de cualquier lengua.
Gracias a ellas el niño avanzará un poco más cada día, descubrirá una relación
lógica nueva y la aplicará. Aunque a menudo los niños aplican su propia lógica y
usan las palabras inadecuadamente como sucede, por ejemplo, en las formas
verbales irregulares en un intento de convertirlas en regulares sistemáticamente.
También residía complejo el proceso de descubrir el género de los sustantivos y
frecuentemente construyen frases en las que ellos son los protagonistas, pero lo
hacen cambiando el género porque aún no han interiorizado esta modalidad.
El resultado fue en cierta medida extraordinario, puesto que las áreas que
intervenían cuando el paciente estaba usando una u otra lengua diferían en cada
caso, siempre manteniendo el cuadro general de las zonas que ya hemos descrito a
lo largo de este capítulo. Sin embargo aún resultó más extraordinario observar que
el espacio que ocupa la lengua materna es mucho más reducido que el que ocupan
cada una de las otras lenguas.
Hasta aquí hemos presentado los instrumentos que los paleontólogos han
usado comúnmente para evaluar la aparición del lenguaje. A partir de ahora
debemos examinar y discutir qué resultados ha proporcionado cada uno de ellos e
intentar el viaje hacia el origen de la adaptación más característica de nuestra
especie.
Existía otra solución posible: la de que los fósiles hubieran podido estar
medidos incorrectamente. Uno de los cráneos de Homo neanderthalensis que habían
estudiado Lieberman y su equipo fue el del anciano de la Chapelle— aux-Saints,
un yacimiento francés al que nos volveremos a referir en el capítulo sobre la
muerte. Ha resultado que, efectivamente, la reconstrucción inicial de ese cráneo,
muy deteriorado debido a procesos tafonómicos, era errónea. Después de proceder
a una nueva reconstrucción, se ha podido comprobar que el índice de flexión había
aumentado y que era más próximo al nuestro. Así la paradoja resultante del
estudio de Lieberman quedaba solucionada. Pero ¿cómo repercute eso en la
hipótesis de Tobias, opuesta a la de Lieberman? ¿El lenguaje aparece con el género
Homo o en un estadio avanzado de su evolución? Si aparece cuando la base del
cráneo ya está flexionada y la laringe, por tanto, en una posición baja, ¿qué ocurre
con el área de Broca en las primeras especies de nuestro género?
CREACIÓN DE SUEÑOS
Sólo es posible llegar más allá en la búsqueda del origen de las capacidades
que hemos desarrollado los miembros del género Homo observando cómo se
comportan nuestros parientes vivos más próximos: los chimpancés. Puesto que
ambos géneros son herederos de un antepasado común, la presencia o ausencia de
capacidad simbólica entre los chimpancés nos proporcionará la clave sobre si esas
capacidades existían en la raíz común o si constituyen una adaptación posterior
exclusiva de nuestro género.
Sin embargo, el resultado más relevante del experimento llevado a cabo con
Kanzi fue su aprendizaje del lenguaje oral humano. En sucesivos trabajos
publicados por Savage-Rumbaugh y Rumbaugh en 1993 y 1994 se describe cómo
llegó a comprenderlo, a reproducirlo y a utilizarlo asistido por una consola de
ordenador. Las teclas de la consola que Kanzi debía presionar contenían símbolos
que no reproducían de forma realista lo designado por la palabra correspondiente,
sino que representan la característica simbólica de nuestro lenguaje: eran signos
elegidos al azar y no naturalísticos. Al presionar sobre la tecla se oía una voz que
reproducía la palabra en cuestión. Kanzi es capaz de reconocer las palabras oídas,
sabe responder con construcciones muy simples pero perfectamente lógicas que
reproducen las reglas sintácticas y gramaticales del inglés. No sabe hablar y no usa
el lenguaje aprendido para comunicarse con sus congéneres, únicamente lo usa con
los humanos. Tampoco sabe usar los instrumentos fabricados de forma regular y
no inducida, pero representa la prueba más palpable de que, en la mente de estos
animales, existe una estructura básica innata que les facilita la comprensión,
aunque limitada, de una forma de lenguaje. Quizá se trate de la misma estructura
que poseían nuestros ancestros que empezaron a tallar instrumentos por una
necesidad adaptativa que no concurre en la vida actual de los bonobos. No
confundamos los términos: Kanzi no ha desarrollado la capacidad simbólica de
forma natural, se le ha inducido un comportamiento simbólico limitado, pero ha
respondido satisfactoriamente; por consiguiente, en su cerebro generalista, los
bonobos poseen un embrión de comprensión simbólica.
Esta es, sin duda, una dimensión social de la informática que exige una
discusión profunda, pero a partir de posiciones no dogmáticas. Fenómenos como
el aislamiento del receptor o la mercantilización no han sido introducidos en el
mundo del lenguaje por la digitalización. La fractura en la comunicación colectiva
se produjo ya con la introducción y la universalización de la escritura codificada, y
la mercantilización entró en escena a parar de la comercialización de trabajos
escritos después de la invención de la imprenta. El mundo juglaresco de la plaza
de Xemáa el Fná de Marraquech que Juan Goytisolo describe constituye uno de los
últimos reductos de un mundo en extinción, destruido, no por la digitalización,
sino por la esentura y el libro. Es el patrimonio oral de la Humanidad, como él
mismo afirma y defiende, que fue la forma cotidiana de comunicación hasta hace
unos siglos. Las leyendas y los cuentos convertidos en memoria colectiva por la
comunidad, en espectáculos o en transmisiones multitudinarias desaparecieron
hace tiempo, sustituidos por Ja palabra escrita, que posibilita la universalización y
|| comunicación de las ideas a larga distancia a públicos mucho más amplios pero
formados por individuos singulares en lugar de por colectividades. halca de
Xemáa el Fná y las consejas que padres y abuelos cuentan a los niños sin servirse
de ningún soporte escrito ni imagen impresa constituyen la prehistoria del
lenguaje articulado que aún subsiste, son sus últimos reductos. Y los ordenadores,
el vídeo, la televisión, son los nuevos inventos que desarrollan la línea ya
anticipada por la escritura y los libros: por el hecho de llegar más lejos y a más
gente, por su complejidad, pervivencia, rapidez en la renovación de las ideas,
potencial de comunicación y eficacia máxima del lenguaje. Se ha renovado y
optimizado la capacidad de transmisión y la forma como hacerlo, pero el trasfondo
sigue siendo el mismo: generación de imágenes, potencial de relaciones
interpersonales prácticamente ilimitadas, y creación de nuevos mundos que
suplantan el mundo físico de la forma como ya lo hacían las formas prehistóricas y
juglarescas. Sí es necesario evitar, no obstante, el peso excesivo de la
mercantilización. Mayor humanización por desarrollo de la técnica y el lenguaje,
pero siempre bajo formas de socialización.
XII
Nosotros hemos tenido la fortuna de visitar las dos y podemos testificar que
producen una impresión perdurable y una admiración exaltada. La más reciente
fue la visita a Lascaux en 1995, gracias a la amistad que nos une con el conservador
actual del yacimiento, Jean-Michel Geneste, procedente de una familia occitana de
Bergerac. Le ayudamos a averiguar el origen de su apellido y gracias a él
constatamos lo que ya sospechábamos: Lascaux es la transcripción fonética
afrancesada del original occitano Las Caus. La procedencia del topónimo indica
que ya los habitantes medievales de aquellas tierras conocían perfectamente la
riqueza de cuevas que indica el término.
La buena amistad que nos une con Jean-Michel Geneste surgió cuando nos
conocimos mientras trabajábamos en cuestiones de tecnología lítica, y nos
encontramos haciendo causa común contra un tipo de arqueología
metodológicamente arcaica. Más tarde nos hemos mantenido en contacto con
asiduidad y hemos podido apreciar su personalidad y trato afables. Además es sin
duda un investigador prominente que ha visto reconocida su gran valía, entre otras
cosas, con su nombramiento como conservador de Lascaux un puesto realmente
codiciable.
El hecho de que él fuera quien desempeñaba ese cargo fue importante para
nosotros. Cuando le pedimos que nos orientara acerca de un viaje por la Dordoña,
su respuesta fue inmediata. Nos había preparado una serie de visitas por los
lugares más importantes de la región, que nosotros ya conocíamos por haber
visitado en los años setenta con la Associació Arqueológica de Girona. Pero
entonces no habíamos podido ver Lascaux.
Con su inestimable colaboración, esa visita que anhelábamos era por fin
posible. Y ha sido una de las experiencias más excitantes que hemos vivido. La
estructura destinada a conservar las pinturas ya es por sí sola imponente:
proyectada por ingenieros, responde al principio de los compartimentos estancos
usados en los submarinos. Pero el contenido lo es mucho más: tras acceder a las
sucesivas puertas de entrada, penetramos al fin en la primera sala. Una tenue
iluminación nos permitió saborear aquella maravilla incomparable del
pensamiento abstracto y de la sensibilidad humana, una representación pictórica
sin parangón que debemos a nuestros antepasados cromañones.
Tan apasionante como ver esas pinturas por primera vez es entrar de nuevo
allí y poder observar detenidamente su contenido. La experiencia es inestimable si,
además, va acompañada de la explicación con todo tipo de detalles técnicos con la
que nos obsequió nuestro anfitrión.
Por su configuración, parece lógico pensar que la cueva de Lascaux era una
sala de reuniones donde se discutían las estrategias de supervivencia de las bandas
que ocupaban aquel territorio, una sala magna desde la cual seguramente se
rigieron los destinos de las poblaciones de la zona durante décadas. Una sala
respetada y conservada para la posteridad, que nos ha permitido conocer la
idiosincrasia y la manera de pensar de unas comunidades que nos resultan muy
próximas culturalmente, aunque lejanas en el tiempo.
MENTE Y SÍMBOLOS
Como es sabido, a partir de hace 35.000 años se produjo una gran eclosión
de las manifestaciones artísticas. La zona franco-cantábrica resulta un exponente
magnífico de ello. El mundo simbólico y plástico llega en las cuevas de esta región
a su máxima expresión, sin olvidar que también encontramos muestras de él en el
centro, este y sur de Europa, en América, en Australia y en África. En síntesis,
todos esos restos evocan una Humanidad y unas sociedades eminentemente
organizadas y complejas.
MITOS Y RITOS
Henri Breuil, el mejor estudioso del arte pleistocénico de principios del siglo
xx, propuso que las imágenes habían sido producidas en el contexto de unas
creencias mágicas según las cuales la representación de un animal facilitaba que
pudiera ser cazado. Esta hipótesis, aunque fundada en investigaciones etnológicas,
casaba mal con el tipo de animales que aparecían frecuentemente: bestias jamás
cazadas ni consumidas por los humanos del Pleistoceno Superior o, aún peor,
animales fantásticos o figuras humanas metamorfoseadas.
PROVINCIAS CULTURALES
TRANSICIÓN O HIATO
Las formas de lenguaje a las que nos hemos referido se acaban a finales del
Pleistoceno. Durante el Holoceno, la plástica es muy diferente y reúne
características técnicas y de representación particulares. En el Pleistoceno europeo
las imágenes de los animales eran tratadas de forma individual. A pesar de la
organización que Leroi-Gourhan planteó, en él no se llegó a representar escena
alguna entre los animales ni con humanos.
Las formas artísticas del Pleistoceno han sobrevivido durante miles de años
hasta llegar a nosotros gracias a las condiciones estables del interior de las cuevas.
Cuando dicha estabilidad resulta alterada por la intervención de agentes externos,
como las visitas multitudinarias, las obras de arte corren el peligro de deteriorarse
e incluso de desaparecer. Resulta necesario llegar a algún tipo de solución de
compromiso que conjugue la preservación del patrimonio con la necesaria
socialización de la investigación científica. La solución adoptada en Altamira
cumple esa exigencia y podemos atestiguarlo con nuestra propia experiencia.
XIII
Entiérrame y podrán darme entrada las puertas del Hades La Ilíada, Canto
XXIII, v. 70.
Homero describe el ritual de los aqueos, común en toda la Hélade hace tres
mil años. Los arqueólogos actuales frecuentemente se sirven de referencias
similares para interpretar o describir el culto a los muertos en la Antigüedad, e
incluso en la Prehistoria más lejana. Sin embargo, somos demasiado atrevidos al
pretender que las mismas consideraciones y mitologías concretas que gobiernan
nuestro mundo o el de los griegos clásicos sean universales y puedan extrapolarse
a todas las culturas humanas. La literatura arqueológica está repleta de
interpretaciones vagas y temerarias sobre el significado de una determinada
posición de los cadáveres o sobre el propósito de una ofrenda singular hallada
junto a ellos: el cuidado de los muertos es un fenómeno universal, pero las formas
que adopta son variables y ligadas a cada tradición concreta.
Pese a todo, nuestra propia cultura, que nos conduce a plantear soluciones
simplistas de este tipo, también nos impide considerar que humanos y homínidos
más antiguos que nuestra especie hubieran podido participar de los universales en
tomo a la muerte. Ni siquiera los miembros más antiguos de la especie Homo
sapiens gozarían de ese beneficio, a tenor de lo que numerosos investigadores han
considerado a lo largo de la historia de la Arqueología. Así pues, veremos cómo se
han negado las evidencias más claras y palpables de inhumación si en ellas están
implicados homínidos antiguos y cómo se han planteado para ellas explicaciones
poco consistentes, siguiendo los mismos prejuicios que nos han impulsado a negar
que otros pueblos con los que nos hemos enfrentado a lo largo de nuestra historia
pudieran compartir nuestras cualidades.
dividuo Shanidar II, como vemos al leer lo que propuso que pasó después
del supuesto derrumbamiento mortal para explicar la presencia de una hoguera
encima mismo de los bloques de piedra: «Evidentemente, su muerte no pasó
desapercibida entre sus compañeros. Después del tumulto, una vez hubo
disminuido la polvareda de rocas, volvieron para ver qué le había pasado a su
amigo. Todo parece indicar que, después de los hechos, colocaron un pequeño
montón de piedras sobre el cuerpo y encendieron un gran fuego encima de él».
Hemos dejado lo mejor para el final, el caso más polémico de todos los
registros de sepulturas del Paleolítico Medio: Shanidar IV, un sujeto de entre 30 y
40 años. Estaba, como tantos otros en esta cueva, cubierto por un montículo de
bloques calcáreos. Al citarlo anteriormente, ya hemos señalado que está situado
encima de los cuerpos de otros tres individuos peor conservados. Se trata
indudablemente de una fosa porque la tierra del fondo y la que envolvía al muerto
pueden distinguirse con claridad. El sedimento de la base, de un color oscuro,
contenía abundantes restos de polen, entre los que podían diferenciarse los
pertenecientes a hasta ocho especies distintas de flores. Por su volumen y por el
hecho de aparecer muy concentrados, se descartó que hubieran sido introducidos
por la acción del viento o del agua, por lo que se cree que se trata de polen
desprendido de flores depositadas allí previamente. Pertenecen a especies que
destacan por sus vividos colores, como las liliáceas, azules, y el senecio, de flores
amarillas. Algunas tienen propiedades medicinales y tonificantes, como una
aquilegia y especies del grupo de las centáureas. Finalmente, había también polen
de efedra, una planta arbustiva de flores diminutas que, según la autora del
anáfisis, habrían podido usarse en una litera para transportar al muerto. Este
estudio, cuyos resultados nos refiere Arlette Leroi-Gourhan en una obra publicada
en 1975, ha recibido críticas porque plantea un hecho extraordinario y porque
siempre existe una cierta suspicacia acerca del origen del polen. Se llegó a decir
incluso que pudo haber sido introducido allí por los propios miembros de la
excavación. Como quiera que sea, mucha gente, como la misma Leroi— Gourhan
(1975), confía plenamente en los investigadores que realizaron ese estudio y en la
metodología que emplearon. Las plantas halladas en esa tumba aún florecen
actualmente en el Kurdistán, entre mayo y junio. Atendiendo a la diferencia
climática respecto al periodo del enterramiento, Leroi— Gourhan propuso que el
ritual pudo haber tenido lugar en el mes de julio.
No es necesario decir que, si aceptamos los datos referidos, con esta tumba
es suficiente para obtener una imagen de los Neandertales bien distinta de la que
predomina actualmente: enterraban a sus muertos en el lugar donde habitaban,
cerca del mundo de los vivos; los depositaban en la tumba con cuidado, imitando
la postura del sueño o del nacimiento; procuraban que quedará bien protegida, a
salvo de los predadores, y que fuera visible tanto para los miembros de la propia
comunidad como para los ajenos a ella; y, finalmente, el muerto recibía un tributo
simbólico mediante la ofrenda de flores, evocadoras de la vida y del renacimiento.
Las otras tumbas de las que hemos hablado nos ofrecen información
complementaria para construimos una imagen completa y compleja de esta especie
humana a menudo ignorada y menospreciada. Las contundentes evidencias han
hecho recapacitar hasta a los más recalcitrantes, e incluso Solecki escribió, con
posterioridad al descubrimiento de Shanidar, una obra titulada Shanidar, the First
Filmer Peopel (Shanidar, el primer pueblo floral). Corría el año 1971, y el simbolismo de
las flores en un mundo sacudido por el movimiento hippy es de sobras conocido.
De los tres cuerpos de la Barma Grande, sólo el macho adulto presenta ocre
rojo que le teñía únicamente la cabeza y esa característica tiene un sentido que se
nos escapa, sobre todo porque en otras zonas existen inhumaciones femeninas con
ocre. Pese a todo, la importancia del cráneo y del cerebro que contiene y la
distinción social por sexos y edades podría constituir explicación suficiente. Sin
que sea necesario especificar cuál era el valor social de los sexos y de la edad,
intento que nos conduciría a hipótesis poco fundamentadas, nos conformamos con
identificar un hecho universal ya presente en las culturas de hace más de 20.000
años.
Nos resta aún una pregunta por formular: el pensamiento abstracto, que
conduce a la concepción de la muerte y del más allá,;es fruto de la experiencia
social en conexión con la estructura del entendimiento? ¿O tanto d pensamiento
abstracto como el entendimiento son fenómenos puramente biológicos, heredables
y sometidos a las leyes de la genética? Es decir, d tratamiento de los muertos,
abstracción hecha de la forma cultural que adopte, ¿está fijado en nuestra
estructura genética? Esta pregunta va más lejos de la que planteábamos al discutir
acerca del lenguaje. El lenguaje goza de una estructura innata en nuestro cerebro
que lo facilita. El simbolismo, en general, también. Pero estamos inquiriendo
mucho más: ¿tratamos a los muertos de forma especial por un comportamiento
innato?
EPÍLOGO
DARWIN DESPUÉS DE DARWIN
Los siglos xviii y xix fueron los más fructíferos en cuanto a la formulación
de las teorías de mayor relevancia de las actuales ciencias de la tierra. Liberada la
investigación del lastre que suponían el concepto de un Dios Creador y todas las
ideas derivadas de la explicación bíblica, tales como los cataclismos debidos al
castigo divino, la ciencia del xix nos legó nuevas concepciones fundamentales: una
muestra de ellas es el análisis de la evolución a partir de las nociones de la lucha
por la supervivencia y la selección natural.
Los datos sobre los que trabajamos se extraen de los paquetes geológicos
que contienen restos fósiles. Esos paquetes a menudo están erosionados o
afectados por trabajos actuales, de forma que es posible que alguno de los fósiles
salga a la superficie y delate la presencia de un nivel rico en restos. Una vez
detectado, se pone en marcha la maquinaria de la excavación arqueológica, un
proceso muy complejo actualmente. Requiere una preparación cuidadosa del
terreno, que debe ser cuadriculado para poder situar todos los objetos fósiles que
aparezcan y reconstruir la posición de cada uno y la asociación que existe entre
ellos.
Esta hipótesis es tomada como norma, de manera que cuando tenemos una
datación radiométrica, llamada también absoluta, podemos conocer el clima
universal del momento e interpretar entonces el registro faunístico y humano. Si en
un momento cálido encontramos en latitudes templadas como la nuestra especies
animales adaptadas al frío, deberemos proponer una hipótesis en el sentido de que
pudo haber un microclima especial en el lugar concreto donde se halla el
yacimiento que permitió la supervivencia de especies de otras épocas.
Se procede así porque la ley básica del estudio de las poblaciones biológicas,
incluida la nuestra, a partir del planteamiento de Darwin, se refiere a la adaptación
a climas y entornos concretos como factor de supervivencia y reproducción. Por
consiguiente, si no existe ninguna alteración local o general, los animales están
viviendo en los climas y entornos que les son favorables. Debemos tener presente
que hay especies algo más generalistas que otras, pero incluso aquéllas encuentran
unos límites marcados por sus propias adaptaciones. También podemos obtener de
esta forma un dibujo aproximado de cómo era el entorno del asentamiento. Así, en
Atapuerca sabemos, debido a la presencia de bóvidos, que el bosque estaba
próximo y que el espacio estaba dominado por la llanura abierta dado que las
especies animales y vegetales halladas allí se corresponden con ella.