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Militarización de sectores subalternos y disciplinamiento social en el

Río de la Plata a principios del siglo XIX


Guillermo Ortiz.
Prof. de Historia. Esp en Cs Soc e Hist Soc. UNLU

En el presente artículo se intentará dar cuenta de dos cuestiones centrales que


hacen al proceso de militarización en la ciudad de Buenos Aires y la campaña aledaña
desde principios del siglo XIX.

Por un lado es posible observar la incidencia de la militarización en los sectores


subalternos de la sociedad, en particular en sus capacidades de movilización y acción
política, y los cambios en el modo de proceder que la misma introduce. En los efectos
de esta militarización se manifiesta en qué medida elementos pertenecientes al arsenal
de prácticas políticas disponibles para la plebe urbana característica de las ciudades del
antiguo régimen (tumultos, peticiones y representaciones, entre otros) se combinan con
las nuevas posibilidades que brinda la militarización e inauguran un ciclo tumultuario
en la ciudad de Buenos Aires, que ve todo esto como una novedad fundamentalmente al
no haber estado a merced de los períodos de carestía de alimentos que tradicionalmente
desencadenaban las revueltas1.

El segundo punto es el referido a la función de la militarización como escuela de


disciplina social. Al respecto referiré a la discusión académica que involucra
argumentos a favor de la idea de la función disciplinadora del reclutamiento, que
buscaría asegurar el sometimiento de la población de la campaña al régimen de trabajo
regular requerido para la expansión de la actividad agropecuaria, con posiciones
contrastantes que ven en la militarización, en la guerra, y más específicamente en las
formas que asumió el reclutamiento, elementos disruptores del orden social, que
provocan desorden, constriñen la actividad económica e inauguran un ciclo de
bandolerismo endémico.

La bibliografía revisada coincide en señalar a las invasiones inglesas de 1806 y


1807 como el origen de la militarización de la sociedad en el Río de la Plata, en

1
Di Meglio (2006: 100)
particular la de los sectores subalternos, que encuentran en su integración a las milicias
un canal de obtención de prestigio social y al mismo tiempo se aseguran una retribución
por sus servicios como milicianos que les garantiza, al menos en parte, una fuente de
ingresos para su reproducción material “ Puesto que estaba establecido que el miliciano
en actividad recibía una paga, el llamado prest, para muchos plebeyos el servicio se
convirtió en su principal medio de subsistencia”2. En este contexto se da el curioso
espectáculo de una ciudad como Buenos Aires homenajeando a sus esclavos, quienes
participaron activamente en la reconquista de 1806 y en la defensa de 1807 “las
acciones épicas protagonizadas por los negros, por soldados que actuaron por su cuenta
y por otros miembros del bajo pueblo fueron destacadas al mismo nivel que las de
algunos oficiales”3.

No obstante, el rasgo que más nos interesa para los alcances del presente trabajo
es el referido a las posibilidades de acción política que la militarización inauguró para
los sectores subalternos, desde las posibilidades que les brindó para integrarse como
fuerza militar en los conflictos de la elite, hasta las acciones que los miembros de la
plebe intentaron de forma autónoma.

Cabe hacer lugar aquí a una observación que cuestiona la visión que asigna a la
militarización el origen de la politización de la sociedad, en un movimiento desde afuera
de la sociedad (invasiones inglesas) hacia adentro de la misma, y desde arriba hacia
abajo (primero se habría politizado la élite y luego los sectores subalternos).
Considerando el carácter espontáneo de la movilización popular durante las invasiones
inglesas, y la vertiginosa organización militar que la movilización se dio a sí misma,
dado el cariz de la situación que la convocaba, parece plausible afirmar que si bien la
militarización puso de manifiesto la acción política, “la politización popular no parece
haber sido un resultado posterior a la militarización sino parte de ella desde un
comienzo”4.

El carácter espontáneo de la movilización aludida no es un dato menor, y todo


sugiere que debería ser tenido en cuenta a la luz de que “lo “espontáneo” y lo

2
Di Meglio (2003: 42)
3
Di Meglio (2006: 84)
4
Fradkin (en prensa: 14)
“consciente” constituyen un desarrollo, en que el primero es forma embrionaria del
segundo, y en el que lo que en un momento constituyó una forma consciente con
relación a una forma espontánea preexistente, puede adquirir la condición de espontánea
con relación a una forma consciente, más desarrollada”5 tal parecería ser el caso de la
resistencia “espontánea” ante el avance inglés sobre la ciudad en 1807.

Al respecto, aunque encontramos que Halperín Donghi sostiene que el ciclo


tumultuario comenzó y se desplegó simultáneamente al proceso de militarización6, el
mismo autor afirma que la militarización cambió el equilibrio de poder en Buenos
Aires, que la formación de las milicias obligó a los contendientes por el poder a tenerlos
en cuenta y formó un liderazgo alternativo en la ciudad, y que el ejército urbano fue el
alma del movimiento revolucionario al proveer el marco organizativo dentro del cual se
gestó el partido revolucionario7. Y más adelante aludiendo a los cambios introducidos
en el ejército luego de la caída del primer triunvirato agrega que “El nuevo ejército
redefinía su papel político (…) e iba a consolidar un proceso político de signo opuesto
al que en su momento había sido hecho posible por la formación de la primera milicia
urbana”8. Con todo lo cual este autor pareciera adscribir a la posición que Fradkin
oportunamente discute, aquella que ve a la politización como un efecto posterior a la
militarización.

Esta participación de la plebe en las disputas políticas constituye una novedad en


Buenos Aires a principios del siglo XIX, mas no por ello dejará de suceder en forma
reiterada, en particular cuando los plebeyos milicianos vean amenazada su condición de
tales, por los intentos de la dirigencia revolucionaria de convertirlos en tropas de línea.
Estos intentos de regularización obedecen a necesidades militares en primer lugar,
debido a que el desencadenamiento del conflicto bélico exigió disponer de tropas
capaces de desplegar acciones ofensivas fuera de la ciudad y territorios aledaños, que
eran el escenario de operación de los milicianos, al constituir la milicia una fuerza de
carácter defensivo; en segundo lugar, es posible inferir que detrás de mecanismos tales
como la regularización de milicias o la franca disolución de las mismas, obraban
objetivos de alcance político, tales como el despojar a la facción rival del apoyo

5
Carrera (2000: 18)
6
Fradkin (en prensa: 14)
7
Halperín Donghi (1978: 130, 136, 148)
8
Halperín Donghi (1978: 155)
miliciano que la sostenía, como sucedió luego del alzamiento de 1809 que intentó
deponer a Liniers, cuando luego de sofocado el movimiento por la abrumadora
superioridad militar de las milicias fieles al virrey interino fueron disueltos los cuerpos
de peninsulares que apoyaron la intentona. Un caso más general de motivaciones
políticas detrás del proceso de regularización de milicias puede verse en la
profesionalización que sigue al levantamiento de abril de 1811, cuando parecería
evidenciarse que la militarización y la creciente movilización política de la plebe
amenazaban la hegemonía política de la élite criolla9.

No obstante, aún una facción desplazada del poder podía encontrar en su base de
apoyo miliciana un instrumento para la acción política en contra de sus rivales. Este es
el sentido atribuido a los sucesos conocidos como Motín de las Trenzas por quienes
creen ver en dicha acción la participación de la facción saavedrista, deseosa de retornar
al poder. Sin embargo, aquí también es especialmente importante la cuestión de la
regularización de las milicias, ya que, más allá de la importancia simbólica asignada a
los atributos exteriores de un cuerpo militar, lo que los amotinados intentaron hacer fue
impedir la transformación del cuerpo de Patricios en un regimiento de línea. Al referirse
al petitorio que los cabos sublevados enviaron al gobierno Gabriel Di Meglio encuentra
que: “en su primer punto se define la clave de la protesta: Quiere este cuerpo que se nos
trate como a fieles ciudadanos libres y no como a tropa de línea”10.

En todo caso lo que resulta claro es que la militarización trajo consigo un nuevo
marco para la acción política en el Río de la Plata, aún antes de la Revolución de 1810
“En esas improvisadas fuerzas militares se asienta cada vez más el poder que gobierna
al virreinato”11 y al respecto del propio Cornelio Saavedra Halperín agrega que “(la
militarización) tenía consecuencias sobre quienes, aunque habían formado parte ya en el
pasado de los sectores altos y habían ejercido poder e influencia (…) esa envidiable
posición no le daba sin embargo el poderío que sólo iba a resultarle de su situación de
comandante del cuerpo de Patricios”12.

9
Halperín Donghi (1978: 155)
10
Di Meglio (2006: 120)
11
Halperín Donghi (1972: 142)
12
Halperín Donghi (1995: 143)
Habida cuenta que elementos del cuerpo de patricios ya habían tomado parte en
acciones militares fuera del territorio, cuando se los envió a participar de la sofocación
del levantamiento en el Alto Perú, parece pertinente señalar que podría no haber sido
del todo necesaria la transformación de la milicia en ejército de línea para lograr tal fin,
aunque esta observación ignora la permanente fuente de tensiones que hubiera
significado una situación en la cual se hubiese estado forzando la regla de manera
constante en detrimento de la tropa considerada imprescindible. La regularización se
convierte en este sentido en una medida que, sin alterar el carácter de quienes no fueron
sometidos a ella y siguieron siendo considerados milicianos, proveyó una salida
reglamentaria, aunque inauguró una serie de tensiones nuevas y permanentes en lo que
se refiere al reclutamiento de los contingentes que integraban las filas del ejército de
línea.

En este sentido vale aclarar que buena parte de los motines en la milicia se
relacionaron con los intentos de la dirigencia revolucionaria por convertir a los
milicianos en tropa regular, o al menos por los rumores que indicaban que se estaba
intentando tal cosa. Al menos esto es lo que sugiere la evidencia aportada por Di
Meglio, tanto en lo que respecta al motín de las trenzas como a otros levantamientos o
insubordinaciones de la tropa, como el motín de pardos y morenos que hubo de ser
disuelto en el hueco de la Concepción en Enero de 1819 “los implicados expusieron con
claridad su posición ante la violación de sus derechos milicianos: un cabo de activo
papel en la protesta sostuvo “que la compañía de Granaderos quería seguir haciendo el
Servicio como antes, y que aún les recargasen el Servicio si esto era necesario pero que
no combenían en ser acuartelados””13.

No obstante, lo que más nos interesa con esto es resaltar la ampliación de las
capacidades de movilización de los sectores subalternos otorgada por la militarización,
que en una situación de inestabilidad institucional, como fue la crisis de 1819, podían
ser contenidos por las autoridades, pero no disueltos14. Esto unido a la ganancia de la
condición de “árbitro de las luchas internas de las élites”15 evidencia tanto la toma de

13
Di Meglio (2006: 192)
14
Di Meglio (2006)
15
Miguez (2003)
protagonismo por parte de la plebe como el “debilitamiento de las bases de legitimidad
de la dominación”16.

Este arbitrio y este debilitamiento se ponen de manifiesto ya en momentos tan


tempranos como el levantamiento del 5 y 6 de abril de 1811, cuando un alzamiento
miliciano logró deponer a cuatro miembros del gobierno identificados con la facción
morenista, y al cabo del cual, el grupo afín a Saavedra se apresuró por desarticular los
engranajes del ingenio que acababa de poner en marcha, quitando poder a los alcaldes
de barrio17. Con todo, la debilidad de la base de legitimidad de la dominación aludida se
pone de manifiesto en lo infructuoso del intento, la “caja de Pandora” abierta por
Saavedra18 ya no podría cerrarse, al menos hasta que un nuevo proyecto hegemónico
resultara exitoso conteniendo y dando cauce a las aspiraciones de los sectores
subalternos; más aún teniendo en cuenta que las exigencias de la militarización
comenzaron a socavar aquellas prácticas legitimadas por la costumbre al demandar “una
amplitud y sometimiento mayores a los que las prácticas tradicionales legitimaban”19

No obstante, la vocación política de los milicianos no se circunscribía


únicamente a la realización de asonadas por cuenta propia o movimientos de tropas en
apoyo de una u otra facción. La insistencia en la aplicación de un método participativo
para la elección de los jefes milicianos evidencia una intencionalidad de parte de la
tropa por controlar quiénes eran sus superiores. Sin embargo esta pretensión fue
estrictamente vigilada por la dirigencia, quienes revisaban los resultados de las
elecciones de la tropa ya que “la emergencia de líderes sobre la base de su popularidad
más que de cualquier otra virtud objetiva, no era vista con mucho beneplácito”20. Los
dirigentes buscaban impedir el surgimiento de liderazgos personales que podrían
resultar poco dóciles o difíciles de controlar en los momentos de mayor necesidad, o
que podrían contribuir al encumbramiento de rivales que disputaran a su debido tiempo
la dirigencia del proceso. Este intento de contener las consecuencias de las elecciones de
la tropa no resulta vano cuando de considera en que medida “la vivencia de la guerra,
creando esos nuevos lazos entre miembros de la plebe y generando acciones colectivas,

16
Miguez (2003)
17
Di Meglio (2006)
18
Di Meglio (2006)
19
Miguez (2003)
20
Halperín Donghi (1978: 129)
contribuyó a desarrollar pautas de participación más allá del estricto marco militar”21, lo
cual incluye, muy especialmente, la acción política.

Al parecer la percepción de la posibilidad de exceder el marco militar en sentido


estricto, propia de la vida castrense, fue lo que motivó a una parte de la elite a
considerar la militarización en la campaña como una escuela de disciplina social.
Quienes consideraron esta opción, esperaban que se transmitiesen hábitos de trabajo y
obediencia a los habitantes del campo por medio del acuartelamiento. No obstante, esta
postura no fue unánime, ya que mientras algunos miembros de la elite adscribieron a
ella, “para otros, estas instituciones representaban poco más que un drenaje de escasos
recursos humanos en perjuicio de la economía exportadora”22

Más allá de esto, las características ecuestres del campesinado rioplatense


parecen haber incidido en las pretensiones de la dirigencia por asegurarse una provisión
constante de competentes efectivos de caballería23. El suficiente dominio de la
equitación y el amplio conocimiento sobre los cuidados necesarios para mantener a los
animales, presumiblemente habrá ahorrado costos en adiestramiento de la tropa,
pudiendo concentrar la atención sobre el manejo de sables y tercerolas, las cuales
parecen haber tenido un uso privilegiado, vistas las objeciones hacia la utilización de
lanzas por parte de los jinetes que relata el general Paz en sus memorias24.

Por su parte, Garavaglia sostiene que la militarización obedeció, además de a un


objetivo estratégico de domino sobre el territorio amenazado por la presencia indígena o
por la contrarrevolución, a la implementación de un mecanismo coactivo, destinado a
obligar a la población campesina a entregar parte de su tiempo de trabajo a los sectores
dominantes agrarios25. Más adelante agrega que los resortes institucionales referidos a la
reorganización del aparato judicial y policial activados durante la gestión rivadaviana,
obedecieron al mismo fin, o profundizaron, de alguna manera, la obra disciplinadora del
ejército mismo.

21
Di Meglio (2006: 178)
22
Salvatore (1992: 25)
23
Di Meglio (2006: 287)
24
Paz (1967)
25
Garavaglia (2003: 154)
No obstante, Fradkin resulta particularmente convincente cuando despliega la
serie Leva-Deserción-Bandolerismo26. De modo que pareciera correcto pensar que la
introducción de los juzgados de paz y la reorganización de la policía, destinadas a “ese
reforzamiento del control sobre las “clases peligrosas”27 más que profundizar la
pedagogía social instaurada por la militarización, intentaban corregir las consecuencias
socialmente funestas de la misma. Lejos de disciplinar al campesino de condición libre
y móvil que habitaba la campaña, la militarización actuó como un factor disruptor de la
actividad económica y participó activamente en la generación de sujetos antisociales
que, empujados por la presión enroladora, optaron por una forma de vida marginal y
atentatoria contra la seguridad y los bienes del resto de la población.

A favor de la serie Leva-Deserción-Bandolerismo Halperín Donghi afirma que


“La presión enroladora parece haber tenido algo que ver con la difusión del bandidismo
que sigue a la Revolución”28. No obstante este mismo autor sostiene que hubo un claro
intento por parte de la dirigencia de no afectar a la población económicamente activa,
restringiendo el reclutamiento a “una población marginal bastante numerosa de vagos y
malentretenidos ya asignados al ejército por los viejos reglamentos coloniales”29.

Frente a esto encontramos por lo menos dos objeciones:

Primero las constantes referencias acerca de los excesos cometidos por las
partidas reclutadoras, las cuales en el afán de obtener los hombres necesarios para el
contingente procedían a reclutar forzosamente a todos los individuos aptos con que se
encontraran, llegando al absurdo de dejar las caravanas de carretas detenidas a mitad de
camino por habérseles despojado de todos los peones que las atendían30. A esto se
suman las constantes referencias a la “escasez de brazos” para las faenas agrícolas en la
campaña y las reiteradas quejas de madres, esposas y vecinos en general, referidas al
reclutamiento de personas que no deberían haber sido enroladas de acuerdo a la
normativa vigente31.

26
Fradkin (2006)
27
Garavaglia (2003: 154)
28
Halperín Donghi (1995: 204)
29
Halperín Donghi (1978: 143
30
Rodríguez Molas (1982: 122-123)
31
Fradkin (2006)
La segunda objeción radica en las características atribuidas a los sujetos
susceptibles de ser movilizados según la normativa, considerados “vagos y
maltretenidos”; “esta legislación puede explicarse tanto por la voluntad de forzar al
trabajador a un empleo, como por la necesidad de reclutamiento del Estado”32. Es decir
que puede interpretarse tanto como que se busca combatir la “vagancia” con la amenaza
de la leva, en cuyo caso estaría operando una suerte de intensión disciplinadora, como
que se aplica una figura de fundamento jurídico ambiguo y discrecional para asegurarse
la provisión de reclutas. La criminalización del ocio, real o pretendido, puede ser
interpretada de ambas formas, sobre todo cuando los esfuerzos por reclutar vagos y no
peones, por medio de consejos de notables que preparaban las listas de reclutas33, eran
contrarrestados por las continuas exigencias de reclutas efectuadas por el gobierno, que
obligaban a engrosar las listas flexibilizando en consecuencia las consideraciones
tenidas en cuenta a la hora de aplicar la calificación de “vago” a los pobladores.

Por otra parte, Di Meglio también menciona cómo aquel individuo en el cual
puede comprobarse una suerte de disciplina, debido a su buen comportamiento en las
filas castrenses, lejos de ser desmovilizado una vez cumplido su tiempo de servicio, era
retenido en el ejército, ya que los jefes preferían mantenerlo en las filas, precisamente
porque su carácter, de alguna manera dócil, aseguraba un buen comportamiento, y casi
seguramente un buen desempeño como soldado34. Vemos aquí como, lejos de ser una
institución que prepara a los individuos para ingresar al “mercado laboral rural” por
medio de la adaptación y modificación de conductas y valoraciones de trabajadores
provenientes de una cultura campesina35, la militarización opera como una instancia
fundamentalmente de desproletarización, reservando para los individuos
desproletarizados el destino habitual que la mayoría de las sociedades les reserva, esto
es, la incorporación a las filas del ejército o la policía, o la condición de delincuente,
bandido o criminal36. En ninguno de los dos casos se obtiene un trabajador, entendido
como alguien dispuesto a entregar parte de su tiempo de trabajo a los sectores
dominantes agrarios si no más bien, su anverso social.

32
Miguez (2003: 30)
33
Fradkin (2006)
34
Di Meglio (2006)
35
Salvatore (1992: 27)
36
Utilizo el término “individuo desproletarizado” en un sentido asimilable a “plebe no proletarizada” al
respecto ver: Foucault (1995: 37)
Es significativo sin embargo el primer caso, aquel del soldado que se amolda a la
disciplina militar y acostumbra obedecer las órdenes que le son impartidas, ya que ni
siquiera en este ejemplo “exitoso” se verifica la realización de la pretendida función
pedagógica de la militarización, puesto que el individuo parece ser retenido en las filas
de manera indefinida.

Por lo tanto resulta plausible cuestionar si hubo una verdadera voluntad


disciplinadora por parte del ejército, más allá del necesario afán de subordinación
requerido por la lógica militar. No parece evidente que haya habido una voluntad de
proyección de valores y comportamientos hacia la sociedad civil, antes, por el contrario,
pareciera ser que el ejército intentó asegurar su funcionamiento. Pese a los salarios
precarios y ocasionales, a los continuos reenganches y al afán retentivo, todo parece
indicar que se está ante un ejército mucho más preocupado por su propia reproducción
que por ser una institución de disciplinamiento social.

Finalmente, la argumentación que sostiene que “apelar permanentemente a la


movilización militar no es la calma decisión de quien intenta imponer una forma de
dominación social, sino el desesperado recurso de quien sólo puede apelar a él para
hacer frente a los desafíos permanentes a su posición en el gobierno”37 concuerda con la
realidad urgente que impone un proceso de dos décadas de permanente estado de
beligerancia, y al ser la guerra, de independencia, guerra civil o de confrontación con las
naciones indígenas, el principal desafío que encuentra la dirigencia para hegemonizar
sus proyectos de dominación, las crisis militares fueron permanentes, convirtiéndose en
un problema de índole estructural. Estas crisis “podían significar un vendaval de tal
violencia que terminaba por desarraigar a algunos de estos pobladores, cortando sus
lazos de propiedad y familia, arrojándolos a destinos distantes. En estos casos, la guerra
y las milicias, más que reforzar el orden social, propiciaban el caos, transformando a
“disciplinados” productores de la campaña en soldados desarraigados o desertores”38.
Por lo tanto es plausible concluir que “las guerras y las levas fueron sin duda una fuente
de caos, y no de disciplinamiento. Un mal a soportar, no porque impusiera un orden, o
intentara cambiarlo, sino porque hacía añicos el orden existente”39.

37
Miguez (2003: 29)
38
Miguez (2003: 31)
39
Miguez (2003: 32)
Este caos que la militarización profundiza, cuando no crea directamente como en
la serie Leva – Deserción – Bandolerismo a la que aludimos antes, se ve agravada por la
consolidación de hábitos socialmente perjudiciales como el robo, el pillaje y el
alcoholismo, producida durante la vida militar40

Con lo expuesto parece claro que si bien existió una pretensión de instaurar una
suerte de pedagogía social mediante el ejército por un sector de la elite dirigente, ello
resultó “Cuanto mucho, un proyecto incompleto”41 tanto por las resistencias
encontradas en los reclutas como por las consecuencias perjudiciales que la
militarización acarreó al orden social y a la actividad económica; y hasta por la misma
actitud de miembros encumbrados de la elite dirigente, que luego de ensayar
infructuosamente mecanismos de captación de mano de obra que involucraban la oferta
de protección en lugar de mayores salarios ante la amenaza de la leva42, finalmente
optaron por aplicar soluciones de mercado para retener a la mano de obra, como el
propio Rosas quien “Diseñó una estructura de sueldos que premiaba la antigüedad,
ofreció salarios dobles a los domadores, concedió incrementos (…) para retener a los
peones”43

Consideraciones finales:

Según lo expuesto hasta aquí resulta claro que la militarización proveyó a las
clases subalternas de un nuevo instrumento que añadir a su “caja de herramientas” para
la acción política, y profundizó las capacidades y los alcances de dicha acción,
contribuyendo a la edificación de lealtades que excedieron el marco de las filas en
donde se originaron y se proyectaron hacia relaciones de mando de índole “clientelar”
en el seno de la plebe (con todos los resguardos que impone la utilización del término
“clientelar” en este caso).

Pero tampoco es menos cierto que la militarización provocó importantes


alteraciones en la estructura social, particularmente en la campaña, en donde parece

40
Salvatore (1992: 34)
41
Salvatore (1992: 42)
42
Salvatore (1992: 37)
43
Salvatore (1992: 38)
haber impactado directamente sobre la actividad económica al poner en práctica
mecanismos de reclutamiento que privaban de trabajadores a las tareas agrícolas y a la
vez desalentaban el traslado estacional de jornaleros originarios de las provincias del
interior por el temor a ser reclutados, o impulsaban la huída de aquellos que habían
llegado poco tiempo antes.

De tal modo, la militarización se constituyó como una fuente de tensiones


permanentes, en las cuales se expresan y reformulan continuamente elementos del
ideario político de los sectores populares del período.

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