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LA VIOLENCIA CONTRARREVOLUCIONARIA

Jorge Gómez Barata

La lucha de ideas es de tanta complejidad y se libra simultáneamente en


escenarios tan diversos que resulta difícil abarcarlos, sobre todo cuando se
trata de confrontar estereotipos instalados en la cultura y en la conciencia
social; uno de ellos es la violencia que se atribuye a las revoluciones y que
constituye un argumento para demonizarlas.

Quién fue violento en Chile: ¿Allende o Pinochet? Quién en la Francia de


1871: ¿los comuneros o las tropas de Versalles? Y quién en la Rusia de 1917
¿los bolcheviques o los rusos blancos y sus cómplices extranjeros? En Cuba
quién puso la violencia ¿Fidel Castro o Estados Unidos? ¿Quién bloqueó,
invadió y hostilizó a quién? Quién es violento en Bolivia ¿Evo Morales o la
oligarquía separatista?

Anécdotas y situaciones coyunturales aparte, en la mayoría de los


grandes cambios sociales, la contrarrevolució n, la reacción internacional y el
imperialismo aportan la violencia mientras la revolución paga la factura.

Por tratarse de un resultado al que se arriba en las fases más avanzadas


del proceso histórico, de todas las mutaciones sociales, las más pacíficas
debieran los conducentes al socialismo. Carlos Marx, a quien se tiene por el
más temido de todos los socialistas, lo expresó de esta manera:

“El resultado general a que llegué…puede resumirse así: en la producción social


de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones…El conjunto de estas
relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real…a
la que corresponden determinadas formas de la conciencia social…Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran
en contradicción con las relaciones de producción existentes…De formas de desarrollo
de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así
una época de revolución social.”[1]

¿Dónde está en esa reflexión la violencia?

Nunca ha ocurrido que la violencia sea aportada por las fuerzas sociales
que se desplazan en el sentido del progreso, que son los hombres y las
mujeres de pensamiento avanzado, ponentes de la renovación y del cambio
que, únicamente es genuino cuando se le acompaña con las cuotas de justicia
social y democracia correspondientes.

En todos los casos, la violencia proviene de las oligarquías y de las


clases sociales derrotadas, que al perder sus privilegios reaccionan de modo
visceral en contra de la Nación y en defensa de sus intereses mezquinos. Los
revolucionarios, los reformadores sociales y los políticos de pensamiento
avanzado, suelen exponer argumentos y razones, mientras la derecha
retrograda, carente de ellos, acude a la intimidación, el sabotaje y la fuerza.

A diferencia de lo ocurrido en Europa donde las instituciones y el sistema


político son resultado del desarrollo económico y social y de la madurez
nacional, en Latinoamérica, los procesos de evolución social, (no de
revolución), nunca pudieron desplegarse normal y sucesivamente sino que
fueron mediatizados por la intervención extranjera, primero durante la conquista
y luego en las repúblicas sometidas a la oligarquía aliada con el imperialismo
en sus versiones europea y norteamericana.

El dominio de la oligarquía sobre las repúblicas nacidas de las luchas


por la independencia, un fenómeno insuficientemente estudiado, invirtió la
ecuación. En lugar del hecho político provenir del desarrollo económico y
social, ocurrió al revés: el desarrollo económico y social fue condicionado por el
dominio político de castas conservadoras y retrogradas. Parece un galimatías y
puede que lo sea pero, lo cierto es que en América Latina la contrarrevolución
precedió a la revolución.

En Europa occidental, en la excepcional coyuntura histórica creada por


la derrota del fascismo, las fuerzas políticas sobrevivientes, si bien
restablecieron la situación anterior a la guerra, matizaron el desarrollo
capitalista, absorbiendo las principales demandas obreras y aplicando políticas
sociales que condujeron a situaciones enteramente nuevas, caracterizadas por
la creación de los llamados “estados de bienestar”. En otros países, aunque
compulsada por la influencia soviética, se avanzó hacía las democracias
populares, empeño frustrado por la vigencia de erróneas concepciones.

En la América Latina de hoy donde dado los altos grados de


concentración de la riqueza y el poder, explotación, injusticia social,
desigualdad y exclusión, las fuerzas políticas más avanzadas impulsan
programas mínimos y trabajan por reivindicaciones que a los europeos deben
parecerle elementales, relacionadas incluso con la supervivencia de los países
y sus gentes, la oligarquía, derechista y conservadora reacciona contra ellas de
modo brutal.

Tal vez ningún ejemplo sea mejor que el de Bolivia, donde un hombre
honrado y bien intencionado, alejado y refractario a la violencia de cualquier
tiempo y en cualquier cantidad, que tiene el valor cívico de poner su cargo a
disposición de su pueblo, es acosado del modo más brutal y violento que
pueda ser imaginado.

Lo que está en marcha en Bolivia, con el apoyo, el amparo y la


participación de los Estados Unidos es la violencia contrarrevolucionaria. La
misma que se levantó contra Cuba y contra Allende, aquella que estableció las
dictaduras del Cono Sur, aplicó planes como el Cóndor e hizo la guerra sucia
en Nicaragua y en Centroamérica. Los oligarcas bolivianos están sobre las
armas y Evo Morales y sus defensores, gente de paz y de bien, están
terriblemente solos. ¡No pasarán!, debiera ser la consigna de América.

[1] Prólogo a la Contribución a la Critica de la Economía Política. O E. La Habana 1968


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