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No deja de ser interesante que voces a favor y en contra de las demandas levantadas
o visibilizadas en las las calles, en el contexto del estallido social, hablen de una
revolución en marcha en Chile. Unos, para ensalzar su utopía de un Chile nuevo que
nacerá después de las llamas; otros, relevando sus miedos a que existan cambios en
el país, un país que ha sido exitoso en tal o cual indicador internacional, cosa que no
tendría que ser dilapidada. Pero, ¿estamos en un contexto revolucionario en Chile? A
mi juicio, pienso que hay, a lo menos, tres razones para decir que no:
Lo que tenemos es la sacralización de la violencia. Dos cosas por decir: a) existe una
diferencia entre agresividad y violencia (una más instintiva y otra que desarrolla una
racionalidad), y entre violencia reactiva y violencia estructural; y b) existe un uso
legítimo de la violencia, específicamente en dos asuntos: en aquella que ha sido
delegada a los institutos armados, para que monopolizándola, la usen
discrecionalmente en la defensa de la soberanía nacional y para la conservación del
estado de derecho (lo que claramente se dilapida cuando se ocupa en forma
abusiva, violando los derechos de la población, ya sea a personas inocentes o a
quienes se les pueda imputar un delito); como también en la autodefensa del pueblo
frente a un tirano y sus esbirros, es decir, en un contexto en el que no existe estado
de derecho. A la luz de aquello, y considerando las acciones en el espacio público
desde el 18 de octubre, podemos ver que existe más agresividad que violencia, una
profusión mayor de la violencia reactiva, junto con altas dosis de espontaneidad.
Quemar y destruir todo no es sinónimo de revolución, porque la revolución no es
sólo violencia, sino, por sobre todo, transformación. Y para que exista transformación
debe haber proyecto. Y yo pregunto, ¿dónde está el proyecto de cambio? La
sacralización de la violencia, que pasa del uso como repertorio de acción colectiva a
la configuración litúrgica de la misma, no mide las consecuencias. Y no hablo acá de
la acción policial, hablo de si dicha violencia suma o resta a la causa que se dice
defender. Además, el uso de la violencia como método de acción en unos, hace que
también aparezca en otros, desde el sujeto que dispara en una manifestación en
Reñaca, hasta aquellas organizaciones neofascistas que marchan por las calles -hasta
ahora sólo del Barrio Alto-, premunidos de bastones retráctiles y gritando cuestiones
aberrantes para nuestra conciencia histórica, como eso de ir a buscar “los huesitos al
estadio nacional”.