El profesor introduce la Tercera Meditación de Descartes, en la cual Descartes busca extender su conocimiento más allá del cogito ("pienso, luego existo") para evitar quedar confinado a sí mismo. La demostración de la existencia de Dios en esta meditación cumple dos funciones importantes: 1) Rompe el solipsismo cartesiano al mostrar que Descartes no está solo en el mundo. 2) Fundamenta la legitimidad de la luz natural y la deducción, permitiendo extender el conocimiento más allá de la intuición.
El profesor introduce la Tercera Meditación de Descartes, en la cual Descartes busca extender su conocimiento más allá del cogito ("pienso, luego existo") para evitar quedar confinado a sí mismo. La demostración de la existencia de Dios en esta meditación cumple dos funciones importantes: 1) Rompe el solipsismo cartesiano al mostrar que Descartes no está solo en el mundo. 2) Fundamenta la legitimidad de la luz natural y la deducción, permitiendo extender el conocimiento más allá de la intuición.
El profesor introduce la Tercera Meditación de Descartes, en la cual Descartes busca extender su conocimiento más allá del cogito ("pienso, luego existo") para evitar quedar confinado a sí mismo. La demostración de la existencia de Dios en esta meditación cumple dos funciones importantes: 1) Rompe el solipsismo cartesiano al mostrar que Descartes no está solo en el mundo. 2) Fundamenta la legitimidad de la luz natural y la deducción, permitiendo extender el conocimiento más allá de la intuición.
Profesor Mario Caimi: Buenas tardes. En nuestra clase
pasada habíamos encontrado el momento culminante en la filosofía cartesiana, que era el cogito. Habíamos visto cómo se llegaba a él por esta vía metódica, que era la única que me garantizaba esta certeza absoluta. Habíamos visto sin embargo que, si bien podían presentarse otros conocimientos con la misma claridad y distinción, pareciera ser éste el único que queda admitido de manera irrestricta en nuestra reflexión, porque este conocimiento es el único al que puedo llegar si tomo en cuenta todos los requisitos de los preceptos metódicos.
Pero, claro, inmediatamente se plantea que una vez que
Descartes ha llegado a este punto de afirmación de esta proposición "pienso, existo", que es verdadera mientras la estoy diciendo, se queda extrañamente allí, no es capaz de ampliar este conocimiento más allá. Esto en parte se da por el tremendo rigor de sus preceptos metódicos, que dicen que todo aquello que no tenga una certeza absoluta debe ser rechazado, ignorado. En parte también por el carácter analítico de su procedimiento, que hace que no pueda efectuar síntesis, que no pueda saltar a otros conocimientos a partir de éste, porque su procedimiento es de análisis, y el análisis lo confina en este conocimiento que ha adquirido. 2 Historia de la Filosofía Moderna, 8
Todavía no es terrible la situación si tomamos en
cuenta algunas propiedades del cogito. Por ejemplo, “yo soy, yo existo”, pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que dure mi pensar. Yo no sé si el cogito tiene duración, si el cogito tiene una subsistencia independiente. Yo sé que mientras yo pienso que soy esa proposición es verdadera. Pero ocurre que estoy formulando esa proposición en un tiempo que tiene la propiedad de ser discreto, que está constituido por instantes discretos -desde el punto de vista cartesiano-. De manera que no hay ninguna razón en el instante B para que siga existiendo en él lo que existía en el instante A. Todo lo que haya yo probado para el instante A puede ser probado de nuevo para el instante B. Esto hace que el dominio de validez del cogito sea limitadísimo, sea instantáneo. Yo sé que soy y que la proposición “yo soy” es verdadera mientras pienso. Cada vez tengo que planteármelo de nuevo y esa proposición no tiene un alcance mayor que el del instante en que es pronunciada. Esto produce un confinamiento terrible. El yo queda existente pero preso en el instante y preso en sí mismo.
Entonces, éste es un conocimiento extraordinario por la
validez irrestricta que tiene, por su universalidad, por el hecho de que con él hemos superado, incluso, las objeciones más drásticas de la duda metódica, esto es, la duda del genio maligno. Es extraordinario por esto, porque por fin hemos logrado alcanzar un saber universal y pensar que no era pura vanidad, que no era una broma pesada de Dios nuestra inteligencia, sino que tenía cierta razón y sentido, tenía cierto campo de aplicación, aunque más no fuese esta comprobación de mi existencia. Pero ocurre que, si bien es todo así tan fantástico, nos quedamos con algo muy chico, muy delimitado, muy estrecho, y aparentemente no tenemos modo de salir de allí para extender este conocimiento para ver si de este primero podemos sacar algo más. Ésta es la tarea de la "Tercera Meditación". La "Tercera Meditación" es el punto central de la metafísica cartesiana.
El otro día un hegeliano me dijo que una vez Hegel
había dicho que si la filosofía no sirve para resolver cuestiones acerca de Dios, entonces para qué queremos la metafísica. Si es cierto que esto lo dijo Hegel, de algún modo lo cumple Descartes aquí en esta "Tercera Meditación", cuyo título mismo refiere a esto “De Dios; que existe”. Pero sería equivocado leer la "Tercera Meditación" como un capítulo suelto, como una unidad completamente autónoma en el pensamiento cartesiano. Yo creo que la "Tercera Historia de la Filosofía Moderna, 8 3
Meditación" no por nada está en el centro, en este lugar
físicamente central en el orden de las Meditaciones, sino porque tiene funciones importantísimas dentro del conjunto de las Meditaciones.
Más de una vez hemos dicho que la metafísica cartesiana
tiene, por su parte, tiene una función dentro de un proyecto que la rebasa, que es mucho más amplio que ella. La metafísica cartesiana tiene la función de fundamentar la legitimidad de la luz natural, o de fundamentar la legitimidad del método, que es la expresión de la luz natural. Pero dentro de esta metafísica cartesiana la demostración de la existencia de Dios tiene por lo menos una doble función.
Nos conviene demostrar que Dios existe por dos razones,
y éstas son las funciones que va a cumplir esta demostración dentro de las Meditaciones. Una es la siguiente. Aunque no fuéramos más allá de esa demostración, ya con ella tendríamos la salida de ese solipsismo cartesiano, ya con ella habríamos roto ese confinamiento al que estábamos reducidos, es decir, el confinamiento a ese yo que piensa en el instante mismo en que lo piensa. Si lográramos saber -como dice Descartes- que no estoy solo en el mundo, eso ya sería fantástico, sería un gran progreso, y ésta es la primera función que podríamos reclamar para la demostración de la existencia de Dios en la "Tercera Meditación". Pero, por otro lado, también tiene esta demostración de la existencia de Dios una función más, que es la de dar un fundamento irreprochable, irrefutable, a la luz natural, que hasta ahora nos condujo nada más que a la intuición del cogito. Pero, con la ayuda de la demostración de la existencia de Dios va a poder extenderse no sólo a la intuición sino también a la deducción.
Es decir, teníamos aquellas dos operaciones del
espíritu, que eran la intuición y la deducción, y habíamos dicho que sólo la intuición me ponía ante verdades evidentes, indudables, que quedaban enteramente abarcadas por el acto cognoscitivo. Pero ocurría que, en rigor, no era todo mi conocimiento intuitivo, sino que muchas veces tenía que abarcar temas complejos o tenía que lograr conocimientos complejos, cuyas partes dependían, de algún modo, unas de otras, y, entonces, esto me obligaba a recorrer series que tenían entre sí la relación de dependencia. Este recorrido, este movimiento del pensamiento que va pasando de una intuición a otra, pero que está en relación de dependencia, 4 Historia de la Filosofía Moderna, 8
era la deducción. Pero esta deducción estaba siempre
acechada por la posible objeción: “creíste que pasaba de A a B, que ésta parecía depender de aquella, pero, en realidad, el genio maligno una vez más te burló porque no había tal dependencia”. O, de otra forma: “crees recordar ahora que partiste de intuiciones de ideas simples, claras y distintas cuando, en realidad, estás sufriendo una rara alucinación de la memoria porque no hubo tal cosa, y, entonces, te has precipitado una vez más en el error”. Podría suceder todo esto.
Más todavía, estamos convencidos de que tenemos que
suponer que ocurre todo esto en la medida en que ninguna de esas deducciones dice nada con tanta claridad y distinción como “pienso, luego soy”. Éste nivel de certeza no lo hemos alcanzado nunca. Aquí me gustaría recordar algo que decíamos cuando estábamos estudiando los niveles de la duda. Decíamos que si bien Descartes retoma los argumentos de Montaigne cuando está trabajando el tema de la duda, sin embargo impone en estos temas y argumentos un cierto orden, y ese orden tiene una razón de ser que se va a reflejar en la estructura de las Meditaciones. Bueno, estamos en este punto.
Habíamos comenzado por dudar de los sentidos, y los
sentidos nos mostraban las cualidades secundarias de las cosas. Luego pensamos, en la primera etapa de la duda, que podría ser todo sueño. La duda del sueño me hacía dudar de que las cosas que me represento existiesen verdaderamente, porque soñando podría tener las mismas representaciones que tengo en la vigilia, sólo que dirigidas hacia objetos que no existen en la realidad. Luego habíamos dicho que aún dentro del sueño había ciencias que prescindían de la existencia de las cosas, por tanto, podían ser perfectamente verdaderas aunque estuviese siempre soñando. Habíamos esgrimido la hipótesis del genio maligno para poner también en duda esas ciencias y para poner en duda la razón misma.
En este punto fue cuando descubrimos el cogito, que no
tenía nada que el correspondiese como nivel de duda, porque superaba la capacidad de engaño propia del genio maligno. Descartes decía “engáñame como quieras, no conseguirás que yo no sea nada mientras estoy pensando, pues soy algo”. Es decir, no había manera de poner en duda el cogito. Y ahora resulta que vamos a mantenernos en este nivel supra-duda, pero si lográsemos en este nivel conquistar el conocimiento de la existencia de Dios, tendríamos, a partir del cogito, Historia de la Filosofía Moderna, 8 5
un regreso posible que me permitiría derrotar al genio
maligno, y, por tanto, recuperar la razón, la existencia, las esencias y las cualidades.
Entonces, si lográramos -como era nuestro propósito- a
partir del cogito demostrar la existencia de Dios, esa existencia nos iba a permitir derrocar la hipótesis del genio maligno, y, por tanto, recuperar el conocimiento racional de las esencial y recuperar el conocimiento racional de las existencias. Primero perdimos las cualidades secundarias, después perdimos la existencia y por último el genio maligno puso también en duda la legitimidad de mi conocimiento de esencias. Finalmente logramos el cogito, y con él todavía no tenemos más que estar totalmente confinados en un yo y en una única existencia. Todavía no podemos saber si existen las demás cosas que son objetos de mi representación, ni siquiera puedo saber si es posible tener un conocimiento de la esencia, es decir, si puedo tener un conocimiento de cosas cuya existencia me esa indiferente, como, por ejemplo, los triángulos y sus relaciones, o, en general, las esencias lógicas o las esencias que puedo pensar racionalmente. Todavía todo esto no lo tengo, lo único que tengo es este mínimo yo pensante, que ejerce esta operación de pensar.
Y si tengo que llegar a la demostración de algo, tendré
que llega a partir de análisis de esto que tengo. Es decir, es como si hubiera establecido un mínimo suelo firme, un suelo firme que consiste en una única baldosa. Por lo pronto tenemos esta única baldosa donde sólo yo puedo estar parado (más allá de que esto es así). A partir de ese único suelo firme que he logrado conquistar hasta ahora es que voy a poder salir hacia un conocimiento mayor, sólo si es que se me dan bien las cosas.
Esto, precisamente, es el método analítico. Por eso
también decimos que Descartes está tratando de trabajar según un método analítico. Es decir, al establecer una verdad como “yo pienso, yo soy”, va a tratar de extraer a partir del análisis de esta verdad todo el resto de los conocimientos que pueda alcanzar desde él. De manera que, en última instancia, lo que tenemos que hacer ahora es analizar este yo pensante, ver qué es esto de pensar, qué son estas cogitationes, estos pensamientos, que son el contenido entero de este yo pensante. Mientras que trabajemos con eso estaremos siempre en esa baldosa segura y única, porque es verdad “yo pienso, yo soy”, y “pienso” tiene un cierto 6 Historia de la Filosofía Moderna, 8
contenido, que son los pensamientos que piensa. De manera
que tendríamos que mirar en el análisis de estos pensamientos qué encontramos para restablecer la razón, el método mismo, porque el método a fuerza de aplicarse y aplicarse consecuentemente llegó a destruir a la razón misma. A fuerza de aplicarse aquel primer precepto que decía “no aceptemos como verdadero sino lo que pueda pensarse sin la menor duda”, nos llevó al genio maligno, que destruyó la razón entera, y nos quedamos entonces con el método.
Hasta ahora, entonces, tengo como único fundamento de
mi argumentación un conocimiento claro y distinto de la sustancia pensante, de su atributo [el pensar] y de los modos de ese atributo, es decir, los pensamientos que se tienen. Entonces, a partir de esta ciencia que hemos fundado, la cual consiste en una sola proposición, vamos a ver que proposiciones derivadas de ella podemos encontrar, y esto -como Descartes- sin interrumpir el orden, sin dejar de observar aquel precepto metódico que me decía que procediese siempre de manera ordenada.
Bien, ¿qué tenemos entonces? Tenemos “yo pienso”, y en
este pensar encuentra Descartes aquellos modos del pensar, que son las ideas, como imágenes de las cosas. El pensar es todo aquello que esté presente a mi conciencia en la medida en que pueda ser consciente de ello de manera inmediata. El pensar abarca, entonces, en primer lugar, las ideas, como imágenes de las cosas, y, en segundo lugar, algunas operaciones que son las voliciones y los juicios. Entonces, en el primer momento vamos a analizar, por lo pronto, las ideas, que son las que me van a permitir ir más allá, porque las voliciones o juicios no están en contacto más que con mi propio pensar, con las propias acciones de mi pensar. En esto no hay ninguna indicación de traspasar los límites en los que el yo está confinando. Lo que queremos es ver si estas ideas, por ser imágenes de las cosas, no me llevan a la esencia de las cosas de las que son imágenes, si no me permiten salir de este confinamiento al yo solipsista.
Vamos a ver, entonces, si en las ideas hay esta
posibilidad de conectarme. El error más común que cometo con las ideas es, precisamente, el de pensar que ellas se refieren a cosas. No estoy para nada seguro acerca de si estas ideas se refieren a cosas o no. El genio maligno ya me engañó respecto de esto cuando me hizo soñar. Yo soñaba todas las cosas, y por más que pensaba que aparentemente se referían a cosas, sin embargo no había tal. Entonces, el Historia de la Filosofía Moderna, 8 7
error más común es esta falsa de referencia a cosas. Quizá
deberíamos examinar la primera para ver cuándo y por qué es falsa esa referencia y, por tanto, cuándo y por qué esa referencia puede llegar a ser verdadera, porque si encontrara una referencia verdadera, por lo pronto, habría salido del confinamiento en el que está.
Para esto se hace conveniente clasificar las ideas. En
el fondo de su corazón Descartes sabe que todas las ideas son innatas, pero eso no lo dice ahora sino que lo va a decir mucho después. Descartes admite que en mis ideas voy a encontrar que algunas de ellas son innatas, como la que tengo de yo mismo, de Dios, de lo que significa pensar, etc.. A éstas no las ha adquirido por una experiencia, sino que parecen estar en él desde su propia creación como si Dios las hubiera puesto en él.
Otras ideas hay en mí que yo me puedo formar en mí a
partir de otros materiales que encuentro dentro de mi pensar. Éstas serían ideas ficticias o facticias. Ellas están armadas por mí y no pueden decir nada acerca de sus objetos, porque, al fin de cuentas, al ocuparme de ellas no me ocupo más que de mi propia actividad y mis propios contenidos. No son éstas las que me interesan ahora para este propósito de salir del solipsismo.
Pero, entonces, me quedan solamente las ideas
adventicias, es decir, las ideas que aparentemente me traen una noticia de lo que yo no soy. Las ideas adventicias son las que me advienen, las que yo he recibido, por haber sido afectado por las cosas. Pero, si bien en éstas tengo una inclinación casi irresistible para pensar que estas ideas sí requieren efectivamente esfuerzo, sin embargo éstas fueron de las primeras que puse en duda cuando dije que quizá estoy soñando, quizá el genio maligno me está engañando en todo momento. De manera que tampoco en éstas encuentro nada en lo que yo me pueda apoyar para afirmar la existencia de cualquier cosa.
En el pasaje en el que Descartes habla de esto se
repite textualmente uno de los momentos de la “Meditación Sexta”, cuando va a demostrar la existencia de las cosas materiales. Sin embargo, encuentra entre toda esta muchedumbre de ideas la idea de Dios, que está entre las innatas y que quizá pueda darle una pista de algo, y por eso a partir de este momento la argumentación de la "Tercera Meditación" va a volverse sobre esto. 8 Historia de la Filosofía Moderna, 8
Pero para poder entrar en este nuevo tramo de la
argumentación, para poder seguir esta meditación, necesitamos hacer un esfuerzo, que es un esfuerzo serio y difícil. No todos los comentaristas de Descartes entienden este pasaje que viene ahora. Yo quisiera mostrarles como lo entendí yo a mi manera. Estoy muy contento por el modo en que lo entendí, porque me ayudó a resolver la mayor parte de los problemas de la "Tercera Meditación".
Según creo Descartes alude a una nueva distinción, que
la siguiente. Ahora les pido que olviden un poco el uso habitual de las palabras. Descartes va a utilizar las palabras que siguen de una manera escolástica, de una manera que está establecida por la tradición escolástica del siglo XVII, y, entonces, casi choca con nuestro uso habitual de las palabras. Así que, por favor, ahora vamos a utilizar las palabras de una manera sumamente artificial.
Descartes dice que las ideas son modificaciones del
atributo pensamiento. El pensar tiene entre otras modificaciones a las ideas. Como tales modificaciones son modificaciones del pensar y no pasan de ahí. En ese sentido son todas iguales, son modos de un atributo o accidentes de una sustancia. Y en tanto que son accidentes de una sustancia pensante o modos de un atributo pensar, no hay diferencias entre ellas, no hay rangos entre ellas, por los que se pudiera decir que una ideas es más que otra o menos que otra. Todas son igualmente modificaciones del atributo pensamiento. Cuando las entendemos así decimos que las ideas existen, sean falsas o verdaderas, simples o compuestas. Si yo tengo una idea, eso es un modo que efectivamente existe como modo del atributo pensamiento. En la medida en que existen como modos del atributo pensamiento, en la medida en que existen como algo, vamos a decir que tienen realidad formal. “Formal” ahí nos confunde y es una palabra usada de una manera tal que está a contramano de nuestro hábito lingüístico actual. Pero admitamos su sentido completamente arbitrario aquí, propio de la escolásticas. Entonces, por la realidad formal de las ideas decimos que éstas son algo, a saber: son modificaciones del atributo pensamiento o accidentes de la sustancia pensante, y, por tanto, existen, tienen realidad formal.
Estamos en un terreno resbaloso, vamos a ir despacio.
Ocurre que las ideas no sólo tienen esta realidad formal, sino que tienen con la realidad otra relación, que es la de representarla. Las ideas me representan cosas, representan Historia de la Filosofía Moderna, 8 9
realidades. Ahora, esta realidad representada se llama
realidad objetiva. También es casi lo contrario de lo que uno entendería hoy en día por “objetiva”, es decir, independiente del sujeto que piensa. Bueno, no, lo que quiere decir realidad objetiva en el contexto del pensamiento cartesiano es algo completamente diferente del uso lingüístico habitual para nosotros. Lo que quiere decir realidad objetiva en esta reflexión cartesiana ahora o en los teóricos de las ideas de la escolástica moderna es una realidad en la medida en que es simplemente representada, como contenido representativo de la idea. El contenido representativo de la idea está compuesto por muchas cosas.
Me acuerdo que en una oportunidad hablábamos de la idea
de un pájaro verde. Habíamos dicho en aquella oportunidad que podíamos tener la idea de un pájaro verde, y entre el contenido objetivo de la idea de pájaro verde, es decir, el contenido de la idea en la medida en que ese contenido reproduce lo que hay presuntamente en el objeto, está contenido el color verde. De manera que yo podría tener un verde que está verdaderamente en el pájaro verde y ese mismo verde en la medida en que es contenido de mi idea, y ese sería el verde objetivo. Del mismo modo, el pájaro verde tiene, quizá, una existencia efectiva, una realidad. Esa realidad que le corresponde al pájaro verde, en la medida en que está representada en mi idea de pájaro verde, va a ser la realidad objetiva de la idea a la que Descartes se está refiriendo aquí. Entonces, con la realidad objetiva de la idea lo que Descartes está diciendo es que la realidad es contenido de la idea en la medida en que la idea representa algo real. Esto sería la realidad objetiva.
Pero ahora Descartes está en la cuestión esta de la
realidad objetiva y ahí encuentra una diferencia entre las ideas, que él una vez aclaró con un ejemplo extraordinario y clarísimo. Pero antes de pasar al ejemplo vamos a exponer la argumentación sin el ejemplo.
La argumentación sin el ejemplo dice lo siguiente. Hay
una diferencia en el contenido de realidad representado en la idea. Hay ideas que me representan sustancias y hay ideas que me representan simples accidentes. Hay ideas que me representan un pájaro verde que tienen más realidad que las ideas que me representan el verde del pájaro verde, ya que es solamente la idea de un accidente. Hay más realidad en la sustancia que es por sí que en el accidente que para existir necesita a una sustancia que lo soporte. De manera 10 Historia de la Filosofía Moderna, 8
que si vamos a ver a las ideas de acuerdo con su realidad
objetiva, si vamos a ver a las ideas no de acuerdo con su realidad formal sino de acuerdo con su realidad objetiva, vamos a ver que se diferencian enormemente unas de otras.
Es patente que las ideas se diferenciaban unas de otras
en lo que respecta a su contenido, porque sino uno tendría siempre una única idea. Pero ocurre que dentro de sus contenidos está también esto de la realidad representada, a través de la cual puedo establecer una especie escala de realidad representada según cuáles sean los contenidos de esa idea. Como decía recién, la idea que me represente accidente tendrá menos realidad objetiva que la idea que me represente sustancia. Y todavía podría agregar algo que Descartes aquí no dice pero a lo que hace referencia en otros lados. Hay ideas que me representan directamente el no-ser. La idea que me representa frío tiene muchísima menos realidad objetiva que la idea que me representa un accidente, porque me está representando una pura nada, una ausencia. La idea que me representa la oscuridad me está representando en realidad una ausencia, la ausencia de luz. De manera que podríamos hacer una especie de escala de ideas, a saber: desde las ideas que representan negaciones, como frío, oscuridad, etc., que no representan ninguna realidad, pasando por las ideas que me representan accidentes, que serían ideas que tienen un cierto grado de realidad objetiva; hasta llegar a las ideas que me representan sustancias que van a tener más realidad objetiva que los accidentes.
Para poder entender esto, entonces, vamos a poner este
ejemplo extraordinario que da Descartes. Este ejemplo aparece en dos obras cartesianas que son muy esclarecedoras de su pensamiento. Una es este diálogo que siempre vengo recomendando, La búsqueda de la verdad por la luz natural. La otra son los Principios de filosofía. En estos textos Descartes decía “imaginemos que alguien viene con el diseño de una máquina extraordinariamente ingeniosa y compleja dibujada en un papel y nos dice ‘Mire, aquí he dibujado la idea que tuve de una máquina extraordinariamente ingeniosa y compleja’”. Como hoja de papel en la que hay un dibujo esa idea tiene tanta realidad como la idea que podría tener yo de la máquina ingeniosa y compleja, lo cual para mí sería una idea sumamente confusa. Si yo me pongo a pensar en una máquina lo probable es que haga una máquina, quizás estéticamente divertida, pero es casi imposible que la Historia de la Filosofía Moderna, 8 11
máquina que yo diseñe sea una máquina ingeniosa, compleja y
que funcione. Pero viene alguien y me dice: “Mire, en esta hoja tengo dibujada una máquina que verdaderamente es ingeniosa, compleja y que funciona”.
Ahora, supongamos que fuese un chiste el dibujo de la
hoja de papel. ¿Ustedes se quedarían tan tranquilos si viene un chico de cinco años y les dijera que ha dibujado una máquina? ¿No empezaría a parecerles que no sólo tiene que haber una razón para que haya aquí una hoja llena de garabatos sin que también tiene que haber una razón para el contenido representativo de esos garabatos? Es decir, tiene que haber una razón para la cantidad de ingenio, complejidad y conocimiento que hay en la idea de esta máquina ingeniosa y compleja. Entonces, o este chico es un genio o copió el diseño de una máquina ingeniosa y compleja que vio en otro lado o tuvo una inspiración divina o bien tiene tanto conocimiento de la mecánica que gracias a eso puedo construir la máquina ingeniosa y compleja. Alguna de estas razones, o alguna otra, tiene que haber. Es decir, necesito explicar el por qué de ese grado de ingenio y complejidad.
Entonces, podríamos establecer un orden de complejidad
hasta llegar a esta máquina tan extraordinariamente ingeniosa y compleja que no alcanza la inteligencia de un mero profesor de Filosofía Moderna para diseñarla. Vamos a preguntarnos de dónde se obtuvo este grado de complejidad, vamos a preguntarnos cuál es la razón que hace posible este grado de complejidad. Ahora, en el caso de la máquina y el chico, o bien se la copió de un libro, lo cual a su vez va a replantear el problema, porque el que la puso en el libro de algún lado la sacó, o bien es genial y surgió de su genialidad, o bien no es lo uno ni lo otro sino que tiene tanta ciencia que su talento lo llevó a diseñarla. Pero, de todas maneras, tenemos la necesidad de explicar, es decir, de dar la razón por la cual hay este grado de complejidad y de ingenio en la idea de máquina ingeniosa y compleja.
Lo mismo pasa con el grado de realidad que hay en la
idea de algo real. Es decir, si yo en mi idea tengo un grado 1 de realidad objetiva que podría estar representado un accidente debo explicar esa realidad objetiva por un accidente real y efectivamente existente que está ahí y del cual la idea es imagen. Pero, por otro lado, podría ser por algo más, por ejemplo una sustancia que tenía en sí suficiente realidad como para dar razón de la realidad objetiva que tenía la idea. 12 Historia de la Filosofía Moderna, 8
Lo mismo pasa con la idea de sustancia. Si yo tengo una
idea de sustancia voy a preguntarme cuál es la razón de que haya un grado 2 de realidad objetiva en esta idea de sustancia, pues ¡porque sí no ha de ser! Será porque esa realidad objetiva se ha obtenido como reflejo de algo que tenía en sí mismo tanta o más realidad efectiva y pudo servir de modelo para la idea. Entonces, del mismo modo que necesitaba algo que fuera mi origen del grado de ingenio y complejidad de la máquina, de la misma manera necesito algo que me explique el grado de realidad de la idea.
Estudiante: Ahora, profesor, ¿la realidad objetiva de
la idea la extraigo de mi realidad objetiva como sustancia pensante? Profesor: Éste es el problema que se plantea aquí. El problema que se plantea aquí es que si yo tengo un grado de realidad objetiva en cada idea, cuando me pongo a explicar cómo está ese grado de realidad objetiva en la idea quizás tienda irreflexivamente a decir que existe alguna de la cual la realidad objetiva que está en la idea es reflejo. Pero si yo irreflexivamente digo eso voy a estar siempre expuesto a su objeción que dice que siempre podría ocurrir que la realidad objetiva que está en mis ideas no fuese obtenida -como parece ser- a partir de las cosas, sino sólo a partir de mí mismo. Como yo soy sustancia tengo suficiente realidad formal en mí como para ser modelo de cantidades de ideas, incluso de ideas de sustancia. Las ideas son como imágenes de las cosas. Se presentan a mí como si fuesen reflejos de algo que existente, pero no dice que sean reflejo de algo que efectivamente existe porque sino estaría ya todo resuelto. Una de las características que tienen las ideas es la de tratar de convencerme de que sí son representaciones de cosas. No es que están ahí y yo porque soy una persona caprichosa las quiero tomar como representaciones. En las ideas mismas hay una tendencia fuertísima, una intencionalidad, que me está diciendo que estoy representando algo verdadero. El problema es: ¿será verdad eso o es otro engaño del genio maligno?
Entonces, mientras no vayamos más allá en esta
ordenación de realidad objetiva de las ideas, esto no nos ayuda a salir del yo. Porque, incluso, las ideas que representan el grado máximo de realidad [las sustancias] pudieran obtener su contenido de realidad representada no de lo que aparentan representar sino de mí mismo, que es lo que podríamos pensar que pasa en el caso de los sueños. Cuando Historia de la Filosofía Moderna, 8 13
yo sueño todos esos personajes que aparecen allí con
apariencia de sustancia e independencia no son más que variantes de mí mismo y esas aparentes representaciones externas obtienen su realidad sólo a partir del modelo de todas esas representaciones oníricas que soy yo.
Entonces, hasta ahora hemos logrado alcanzar cierta
cosa que tiene realidad formal, es decir, realidad efectiva, pero a partir de ahí no hemos alcanzado nada más. Es decir, tenemos otras cosas que tienen realidad formal pero todas son variantes o modulaciones del cogito. Mis ideas, los contenidos de mis ideas, no son más que la sustancia, su atributo pensar y sus modos, nada más. Pero ocurre que yo encuentro en mí la idea de Dios entre las ideas innatas. No sé, ni tampoco me importa por ahora cómo llegó ahí. En otro momento va a explicar que Dios la pone como la marca de su obra. Pero por ahora Descartes dice que encuentro en mí la idea de Dios. No sé si Dios la puso, si la puso el genio maligno o si la generé yo mismo. Todavía no lo sé. Justamente, eso es lo que se pregunta ahora, es decir, ¿cómo es que puedo tener la idea de Dios? Ocurre que si despliego esta idea encuentro que es la idea de un ser que reúne en sí la totalidad de la realidad sin mezcla de no ser.
Quizá nos convendría mirar alguna de las definiciones
que Descartes ofrece de Dios. En primer lugar, aparece la definición de Dios en las Respuestas a las Segundas Objeciones. Dice Descartes:
“Queda, entonces, solamente la idea de Dios, en la cual
hay que considerar que quizás haya en ella algo que no pudiera salir de mí mismo. Por la expresión Dios entiendo una sustancia infinita, independiente, sumamente inteligente, sumamente poderoso y por la cual yo mismo y todas las otras cosas han sido creadas.”
Éste es un textito sumamente interesante para aclarar
un poco este tema. Al final de las Respuestas a las objeciones Descartes hace una exposición en orden geométrico de sus ideas desarrolladas en las Meditaciones metafísicas, y allí ofrece otra definición de Dios. Dice luego: 14 Historia de la Filosofía Moderna, 8
“La sustancia que entendemos es sumamente perfecta y en
la cual no concebimos nada que contenga o que implique un defecto o una limitación de la perfección, se llama Dios.”
Ahora, si miramos con atención esta idea vemos que
contiene una infinidad de perfecciones, que contiene todo el ser, que no tiene límite ni defecto alguno. Podríamos llamarla como ya la ha llamado la teología, esto es, un ens realissimus [ente absolutamente real]. En Él que no cabe ninguna limitación. El grado de realidad objetiva que hay representado en esta idea es infinito. De manera que la idea de Dios va a quedar por encima de la idea de sustancia en nuestra escala de realidad.
Estudiante: (...)
Profesor: Malebranche se pregunta cómo puede ser que
las ideas se conecten con algo tan ajeno a lo que son las ideas como son las cosas extensas. ¿Cómo puede ser que la sustancia pensante tenga ideas de cosas extensas? No puede ser -dice Malebranche-. Esto se los cuento para que vean qué grado de ingenio y complejidad tiene el pensamiento de la Modernidad. Paul Hazar tiene un libro que se llama La crisis de la conciencia europea. Ahí cuando habla de Malebranche dice que éste es un hombre que hace construcciones de un equilibrio casi milagroso y toma ese equilibrio inestable y milagroso por solidez. Pero esa solidez no es tal, es como el equilibrio de los castillos de naipes. Y a partir de ellos Malebranche desarrolla, entre otras cosas, esta prolongación del cartesianismo. Él dice que en realidad no hay manera de explicar cómo una idea que de por sí no es extensa vaya a poder conectarse con lo extenso, como ocurre en el caso de las ideas de la geometría. Es más, le llama muchísimo la atención que sea justo en mi estudio de la geometría en donde alcance yo la claridad y la distinción.
Habría que esperar que las alcanzase en la ontología,
quizás, o en alguna otra cosa por el estilo ya que mis ideas en esos casos se refieren a algo que es conatural a ellas, es decir, al yo mismo. Sin embargo, ocurre que tengo esta gran precisión en aquello que resulta más ajeno a la naturaleza del pensar que son las cosas extensas. Malebranche se pregunta cómo puede ser posible esto? No es posible. Lo que pasa es que al concebir la extensión no Historia de la Filosofía Moderna, 8 15
concebimos propiamente la extensión sino que concebimos las
ideas de Dios mismo. Dios nos permite un atisbo de su propio pensar y a esto se debe la extraordinaria claridad y distinción de las ideas geométricas. Éstas no son las ideas de lo extensos, sino las ideas que Dios tuvo cuando procedió a la creación del mundo. Todo esto sólo lo traje aquí para que vean lo extraordinaria que es la metafísica del siglo XVII a partir de las preguntas que formulan. Aunque quizás tenía razón Borges al decir que quizá la metafísica no sea más que una rama de la literatura fantástica.
Estábamos en que la idea de Dios considerada en sí
misma como idea –todavía no sabemos si Dios existe o no- tiene tal grado de realidad objetiva que no es suficiente suponer que soy yo la cantera de donde se extrajo la realidad formal que permitió representar esta realidad objetiva. Es como si dijéramos que la idea de la máquina sumamente compleja llegó a tal grado de complejidad que no basta con pensar mi inteligencia finita como origen de ese grado de complejidad. Se necesita de un grado de complejidad e ingenio infinito. Pero entonces, voy a necesitar algo que no sea sustancia finita para otorgarle realidad objetiva a esta idea. Esta es una tesis que fue objetada. Vamos a ver ahora la objeción que a esto hace Feuerbach. Uno podría pensar que tal vez no sea yo el modelo de esta percepción absoluta, pero tampoco es que a mí me falten algunas perfecciones, aunque sea en un grado modesto y limitado.
Quién sabe si no será que yo llego a tener la idea de
Dios a partir de un juego de proyección a partir de las modestas perfecciones que tengo yo mismo. Soy un poco burro, pero cierta inteligencia tengo, entonces, si le quito a mi inteligencia los límites y la multiplico hasta el infinito voy a obtener la inteligencia infinita. Quitémosle al poder los límites que tiene y obtendremos la omnipotencia. Y así con todo lo demás. Si potenciamos indefinidamente nuestras propiedades alcanzaremos quizás esta idea de ser infinito. Y, entonces, si bien no somos el modelo inmediato de la idea de Dios, somos un modelo primero del que se puede extraer la idea de Dios. Descartes dice que no puede ser así.
Estudiante: Ahora, ¿si la idea de Dios es la idea de un
ser absolutamente infinito cómo podría abarcarla un ser finito?
Profesor: Claro, este es el punto en el que se basa la
refutación anticipada a la objeción de Feuerbach, a saber: 16 Historia de la Filosofía Moderna, 8
yo no estoy concibiendo las perfecciones como infinitamente
acrecentable sino que las estoy concibiendo como perfectas en acto. Y eso no es para nada compatible con mi condición de ser finito. De manera que no puedo ser yo el modelo porque el modelo no es el de un acrecentamiento infinito que va a tender siempre a un límite que no alcanzará nunca o algo por el estilo. No es eso el modelo. No es eso lo representado en la idea. Lo representado en la idea es una actualidad absoluta de la absoluta perfección y ser.
Estudiante: (...)
Profesor: No, porque la realidad infinita en acto no
encuentra un modelo suficiente en mi realidad finita. Mi realidad finita puede dar modelo para otra realidad finita, es decir, gracias a que me conozco a mí mismo puedo imaginarme que haya otras cosas que puedan ser también sustancias como yo. Y la ideas con que concibo esas otras sustancias como yo tendrá cierto contenido de realidad representada, es decir, realidad objetiva, cuyo modelo puedo haber sido yo mismo.
La idea de un acrecentamiento de las perfecciones o de
las realidades también se podrían haber originado en mí sumando mi mínimo grado de perfección más la acción de acrecentar. Mediante un infinito ejercicio de esa acción de agregar puedo llegar a llevar muy alto mi mínimo grado de perfección y con eso quizás haría una idea al estilo de la idea de Dios, pero nunca la misma idea de Dios porque la verdadera idea de Dios representa una realidad absoluta, máxima en acto, efectivamente existen y no una posibilidad de acrecentamiento infinito. Eso no lo puedo haber obtenido tomando como modelo ninguna realidad finita.
Esto todavía no me dice más que: esta idea no está
originada en nada que le pertenezca al yo. Hemos hecho contacto con algo diverso al yo pensante. O sea, salimos del confinamiento del solipsismo, salimos de ese encierro en el que lo único que estaba cierto y seguro era la existencia del yo pensante. Pero entiendan que salimos de ese confinamiento no porque hayamos salido efectivamente sino por el mero análisis del contenido del Yo. Entonces, por análisis de una de las ideas del yo pensante llegamos a tener la certeza de la existencia de algo que no es el yo pensante mismo. Ahora bien, el siguiente paso es obvio: sólo un Dios puede haber sido el origen de esa idea. Historia de la Filosofía Moderna, 8 17
Estudiante: ¿La idea de Dios al ser infinita incluiría
a todo?
Profesor: Esa va a ser la solución de Spinoza, que va a
decir que si voy a pensar la idea de Dios consecuentemente va a abarcar todo, inclusive a mí mismo. Acá, en cambio, hemos empezado todo nuestro razonamiento por un camino analítico a partir de una única verdad concebida clara y distintamente que era que “yo soy, yo pienso”. La idea que estamos analizando no es más que un elemento de este “yo pienso”, que quiere decir “yo tengo estas ideas”.
Estudiante: ¿Hay una relación con la demostración de
San Anselmo?
Profesor: No, la demostración de San Anselmo es
completamente diferente y no se podría hacer ahora porque requiere razonamiento y aquí no estamos razonando. Cuando Anselmo dice “busquemos la idea de una cosa tan grande como no se puede encontrar otra” le va a corresponder la existencia porque sino sería empequeñecerlo y estamos buscando al ser más perfecto de todos. Esto es un razonamiento. Y para poder realizar este razonamiento debería haber rehabilitado mi facultad de razonar y todavía no hice eso. Todavía estoy parado en la única baldosa que me dice “yo soy, yo pienso”. Todavía no sé si en todos los razonamientos que yo haga no me va a engañar el genio maligno. Más adelante, cuando llegue a la “Quinta Meditación”, cuando llegue a rehabilitar la razón y las esencias, y diga que razonar acerca de esencias es posible porque el genio maligno no acecha, entonces, va a repetir la argumentación de San Anselmo.
Pero yo quería llegar a otro punto. Hemos demostrado la
existencia de Dios. Y la demostración de la existencia de Dios con las propiedades que Dios tiene, esto es, los atributos de suma perfección, etc.. Esto me permite, por un lado, salir del solipsismo del cogito. Pero, además, me dice que tengo muy buena chance de que siendo Dios bueno, es decir no engañador, no me haya dado la inteligencia sólo para que el genio maligno se divierta al confundirme, porque eso sería una especie de crueldad. De manera que sería bastante probable que la inteligencia que yo tengo sea verdaderamente válida, entonces, es bastante probable que no sólo al intuir sino también al deducir y al razonar si me atengo a los preceptos del método, yo esté razonando 18 Historia de la Filosofía Moderna, 8
correctamente. Es decir, es bastante probable que se
convalide el método, que se convalide la razón.
¿Qué falta para esto? En realidad no falta nada. Sólo
tenemos que sacar las consecuencias de lo que hemos dicho hasta ahora. Pero sobre todo y principalmente lo que falta es demostrar de manera fehaciente que el genio maligno no existe, que en realidad lo que tomábamos por genio maligno no era más que nosotros mismos que aplicábamos mal el método, que incurríamos en precipitación o en prevención y que, por tanto, cometíamos error. Es decir, nos falta buscar cuál es el origen del error para mostrar que no es el genio maligno ni mucho menos un Dios que siendo bueno nos engaña el que lo produce.
Por esto la “Meditación Cuarta” se va a llamar “De la
verdad y el error” y va a tener esa función, es decir, a partir de Dios y del cogito por grados va a empezar este retroceso y la existencia de Dios le va a garantizar la no existencia del genio maligno o bien la legitimidad de la razón. Entonces, aún queda por explicar cómo es posible que yo me equivoque si Dios me ha creado y a puesto en mí tales y cuales ideas y ha puesto en mí tales o cuales facultades cognoscitivas. Esto es lo que hay que explicar: la existencia del error a pesar de la existencia de Dios y de la garantía divina respecto de mi facultad cognoscitiva.
Pero la “Tercera Meditación” no acaba aquí. Hay todavía
otra prueba de la existencia de Dios adentro de esta meditación que a ustedes les convendría saber. Esta prueba parte de cómo es posible que alguien que tenga en sí la idea de Dios sea capaz de existir. Pero esta es una demostración de otro orden. Ya no sólo por análisis de los contenidos del cogito sino también por análisis de la existencia del yo pensante. Si yo existo ¿puede ser que me haya otorgado la existencia yo mismo o me habrá sido otorgada por otro, y en este caso por quién?. Vemos cómo, entonces, está intentando otra vez –tal vez con menos suerte que en la primera- probar la existencia de Dios. Pero en esta oportunidad se está ocupando no ya de la parte “pienso” sino de la parte “soy” del cogito. Y entonces dice que el “soy” también requiere cierta explicación, que al “soy” también puedo analizarlo y averiguar si soy a partir de mí mismo o a partir de otra cosa y en ese caso tendría que averiguar a partir de qué.
En principio no existo a partir de mí mismo, porque si
fuera yo el origen de mi existencia me habría dado a mí Historia de la Filosofía Moderna, 8 19
además del ser cualquier otra perfección que se me pudiera
ocurrir, y no es el caso porque dudo, es decir, tengo al menos esa limitación en mi conocimiento que no me permite tener siempre conocimiento cierto. De manera que no es de mí mismo de donde saqué mi existencia. Pero ocurre que no sólo existo como esto que se extiende entre mi sombrero y mi zapato, sino que existo como alguien que tiene en sí la idea de Dios. Y esto sí que no puedo haberlo aprendido ni de mis padres, ni de los ángeles o de demiurgos que podrían haberme creado, sino que en última instancia esa idea sólo puede originarse en Dios mismo existente.
Claro que esta demostración implica cierta intervención
de un principio de causalidad no suficientemente demostrado. Esta objeción también vale para la prueba de la realidad objetiva. ¿Por qué tiene que haber tanta realidad en la causa como en el ejemplo? ¿Por qué no puede darse un efecto con mucha mayor realidad que su propia causa? ¿De dónde sale la validez de este axioma que Descartes dice es manifiesto por luz natural si hemos puesto entre paréntesis toda la razón? Todavía la razón natural está en manos del genio así que no sé si tenemos que creerle. Esta es la objeción donde la mayor parte de los comentaristas hacen naufragar la prueba cartesiana de la existencia de Dios.
Sin embargo, creo que esta objeción puede recusarse a
partir del conocimiento de una idea innata que es la idea de nada. No sólo tenemos en nosotros la idea de Dios, sino que tenemos en nosotros también una idea de nada. Y en las propiedades de la idea de nada está ésta: la nada no puede tener atributos, ni puede derivarse de la nada cosa alguna, porque dejaría de ser nada. Si nosotros pretendemos obtener un efecto con grado de realidad tres de una causa con grado de realidad dos, entonces, el uno de diferencia tendría que haberse originado en la nada y eso no es posible. Entonces, esto no es simple aplicación irreflexiva de un principio de realidad, sino que no es más que una correspondencia con el análisis del contenido de la idea de nada. Es decir, no sería posible imaginar un grado de realidad que se originara en la nada porque sería ir en contra una de las características de esta idea que era: la nada no puede originar nada. Y eso no es un principio inventado sino análisis de la idea de nada.
Estudiante: ¿Por qué tiene en sí la idea de infinito?
20 Historia de la Filosofía Moderna, 8
Profesor: Descartes prevé esta objeción y dice que no
hay que considerar que cuando dice que tenemos la idea de infinito realmente la comprendemos y abarcamos porque somos finitos y no podríamos jamás abarcar en nosotros esa idea. No es que comprendamos en toda su dimensión, pero sí tenemos en nosotros una intuición de ese ser infinito sin abarcarlo enteramente. La idea de Dios es una de las ideas. Las ideas eran unas como imágenes de las cosas. Esta sería una idea que nos representa algo como la imagen de Dios. Nuestra idea es imperfecta. No abarcamos en nuestra idea toda la infinitud de Dios y todas sus perfecciones, ni siquiera podemos saber cuáles son.
Lo que quiero decir es que el punto débil parece
apoyarse en el principio que dice que debe haber tanta o más realidad en la causa formal eficiente como en el efecto. Dios, causa formal eficiente, es causa formal eficiente de la realidad objetiva contenida en mi idea de Dios. De modo que debe haber al menos una realidad infinita en la causa formal y eficiente Dios, de acuerdo con nuestro principio. ¿Pero ese principio de dónde salió? Ahí es donde interviene la idea de nada. Lo que aparenta ser causalidad en el principio éste, no es más que una proposición analítica que explicita lo que estoy pensando en la idea de nada. De la nada no puede salir nada.
Entonces, se convierte lo que parecía ser una
pretensión causal, esto es, que debe haber en la causa tanta o más realidad que en el efecto, en una consecuencia del análisis de la idea de nada. No es que yo esté haciendo intervenir aquí causalidades que no alcanzo a comprender sino que simplemente estoy diciendo que no puede estar la nada en la raíz y que por lo tanto debe haber un algo.
Estudiante: ¿Si la idea de Dios es una idea clara y
distinta cómo puede ser que no podemos abarcarla en su totalidad?
Profesor: Descartes la presenta como la idea más clara
y distinta de todas. No podemos abarcarla totalmente en toda su infinita perfección pero sí podemos saber que le pertenece necesariamente, a saber: la perfección.
Esta es una objeción que ya se planteó durante la clase
cuando decían que al haber en la idea elementos que no conocíamos tal vez había en ella elementos tales como imperfecciones, engaños, maldades o cosas por el estilo. No Historia de la Filosofía Moderna, 8 21
es así ni puede serlo. Los atributos por los cuales
Descartes define la idea de Dios le pertenecen analíticamente, no son más que el despliegue de la idea. No es que él esté atribuyéndole a la idea de Dios arbitrariamente unos atributos o negándole otros, sino que no hace más que desplegar la idea. Es una definición nominal.
La próxima clase comenzamos con la “Meditación Cuarta”.
Duda Metodica El objetivo de Descartes es encontrar verdades absolutamente ciertas sobre las cuales no sea posible dudar en absoluto, verdades evidentes que permitan fundamentar el edificio del conocimiento con absoluta garantía. El primer problema planteado es cómo encontrarlas y, para resolverlo, expone el método. En éste método la cuestión es por dónde empezar la búsqueda. La respuesta y el primer momento de este proceso de búsqueda del conocimiento verdadero es la llamada duda metódica.