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Para condenarse eternamente, hay que creer en la condena inextinguible. Uno mismo es juez y reo. La
España actual es un país con historia propia, descendiente y mezcla de otros pueblos históricos, y
generador fértil de otras culturas. Ni más ni menos que muchos otros países europeos, con los que nos
identificamos.
Todos los imperios, a lo largo de la historia, adujeron razones morales, religiosas, justicieras, para
excusar las conquistas que su potencial les proporcionaba. Los tiempos no han cambiado; oímos ecos de
aquellos viejos mensajes. El Índice, lista de escritos, de conocimiento prohibido a cualquier católico,
sigue siendo arma importante, para mantener a posibles lectores dentro de la ortodoxia. La lectura de
tales escritos, implica la comisión de pecado mortal. Y su publicación, suponía un delito.
Dinero, armas y convicciones, dominan el mundo. Están tras cada sistema de poder organizado.
Imbuir en la educación temprana del individuo el temor a lo desconocido, mientras se infiere que, el
comunicador, posee las llaves del Paraíso, es la atadura más fuerte. Usada metódicamente por las
sucesivas civilizaciones que en el mundo han sido. Nadie se libra totalmente de ellas. El temor a lo
desconocido, y a una condena eterna, por ignorarlo, es capaz de aflojar los cordones de cualquier bolsa.
Con fe, ideas y dinero, se arman ejércitos fanáticos. Donde la teología tiene preeminencia, desaparece
la ciencia.
En las circunstancias sociales que vivimos, con imposición de ͚verdades͛ inventadas, en las que
habremos de creer, so pena de ser condenados a las tinieblas exteriores del aislamiento social, la lógica
profana, pierde su valor. Se ordena permanecer en la ignorancia, no investigar. Para rematar lo
razonado de la orden, identifica la Biblia la palabra 'conocer' con la de fornicar. Así, no es de extrañar
que, religión y ciencia, hayan mantenido relaciones tan poco cordiales a lo largo de milenios.
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