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Del mismo modo que el diálogo platónico, la escritura cartesiana es una invitación.
Sólo se abre tras una tarea seria y atenta, supone una audacia precavida y de ella
tampoco puede decirse con toda propiedad que fuese un invento cartesiano sino,
mejor, una variación significativa y excelente de una forma popular. Se ha notado
repetidamente la educación de Descartes en el colegio jesuita de La Fléche como
fuente de conocimiento de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Los
estudios cartesianos han aportado, incluso, el eslabón entre tales ejercicios y el
joven Descartes: el manual de meditaciones que la Ratio studiorum jesuita
prescribía y que publicó en 1608 el padre François Veron, por entonces profesor del
joven Descartes (Thomson, 1962:64). El manual en cuestión se titulaba Manuale
sodalitatis beata Maria Virginis in domibus et gymnasiis societatis Iesu toto
Cristiano orbe institutae, miraculis dicta sodalitate illustratum y la descripción
que Veron hace de la meditación parece constituir el intermediario entre la
meditación religiosa ignaciana y la meditación filosófica cartesiana. Copiamos la
cita del Manuale para prestar atención a la referencia a la escritura: meditar lo
que se escribe quiere decir “escribir aquello que se presenta al espíritu no
inmediatamente sino después de una consideración atenta y prolongada”; la
meditación sobre un texto, añade, consiste en “leer, releer, remarcar su artificio,
sus figuras y periodos” (Thomson, 1962:64).