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II
Grecia está considerada como la tierra del hombre culto, que ya se constata en la
Crónica Albeldense del Reino ástur{1}, como la tierra natal del hombre europeo
«teorético», esto es, el que vuelve valor absoluto la verdad ideal{2}, pero con un
origen desconocido y que, muy probablemente, jamás podremos conocer, de un
modo no disímil al desconocimiento de, precisamente, las causas
incuestionables de una de las razones del ocultamiento del origen de la verdad
ideal: el cataclismo desencadenado por los Pueblos del Mar, que sumió al
Mediterráneo Central y Oriental en un estado de postergación tal, en la bisagra
de los siglos XIII y XII a. C., y que tardaría varios siglos en recuperarse, siglos
que recibirán el calificativo de Edad Oscura. Mas, en la segunda mitad del
primer milenio anterior a nuestra era, nos encontramos con las primeras noticias
acerca de una época dorada, inmediatamente anterior a la decadencia, y en la
que el acontecimiento histórico más relevante es la toma de Troya por los
aqueos, y el autor de las informaciones es precisamente Homero.
introducido en la Hélade poco antes de mediados del siglo VIII a. C. y del que
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somos herederos, en sintonía, como no podría ser de otro modo, con la verdad
«para Jean Pierre Vernant, sociólogo e historiador, más atento a las mediaciones,
el elemento capital en el advenimiento del pensamiento positivo reside en lo
político, cuando la ciudad griega inventa las reglas de un juego intelectual cuya
racionalidad nueva recibe sus principios fundamentales»{4}.
III
Defendemos que Homero abrió el camino de la historiografía griega, junto a
Hesíodo, el Hesíodo de las razas de los hombres, en uno de cuyos niveles
aparecen los aqueos, protagonistas de los poemas homéricos: «Después que la
tierra sepultó esta raza –se refiere Hesíodo a la de bronce–, de nuevo Zeus
Crónica, sobre la fecunda tierra, creó una cuarta –las dos primeras son la áurea
y la de plata, y la quinta y última, la de hierro–, más justa y mejor, raza divina
de héroes que se llaman semidioses, primera especie en la tierra sin límites. A
éstos la malvada guerra y el terrible combate los aniquilaron, a unos luchando
junto a Tebas, de siete puertas, en la tierra Cadmea, por causa de los hijos de
Edipo –la expedición «agresora» de los argonautas de Jasón a la Cólquide, en el
norte del Mar Negro, en busca del vellocino de oro, es anterior al ataque
infructuoso de Polinices a Tebas para recuperar el trono y el posterior éxito de
los hijos de Los Siete, y antes que ésta, la ocupación de Cnosos en el siglo XV
a.C., que significó la última fase del declive, iniciado en la centuria anterior por
uno o varios terremotos, de la cultura minoica–; a otros, conduciéndoles en
naves sobre el abismo del mar hacia Troya, por causa de Helena de hermosa
caballera»{5}, donde aparecen los aqueos de Agamenón: las incursiones de
Odiseo a Fenicia o Egipto y de Menelao a Egipto podrían relacionarse, todas
ellas, desde la Cólquide hasta el delta del Nilo, con la crisis económica y la
desintegración social de la cultura micénica, que concluiría con la ruina de
Yolcos, Pilos y Mecenas y los ataques a Atenas, el único estado palacial que
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«bárbaros», los denominados genéricamente Pueblos del Mar, que acabarían con
«Pero cuando Zeus, que ve a lo ancho, dispuso la luctuosa expedición que iba a
aflojar las rodillas de muchos hombres, nos dieron órdenes a mí (Odiseo) y al
ilustre Idomeneo de capitanear las naves que marchaban a Ilión. No había medio
de negarse, nos lo impedían las duras habladurías del pueblo. Allí combatimos
nueve años los hijos de los aqueos, pero al décimo destruimos la ciudad de
Príamo y volvimos a casa en las naves; y un dios dispersó a los aqueos.
Entonces fue cuando el providente Zeus meditó desgracias contra mí, miserable.
Había permanecido sólo un mes complaciéndome con mis hijos y legítima
esposa, cuando mi ánimo me impulsó a hacer una expedición a Egipto después
de equipar bien mis naves en compañía de mis divinos compañeros»{8}.
«Está claro, en efecto, que llegó con el mayor número de naves, y que cedió
incluso algunas a los arcadios, según ha demostrado Homero, si es que su
testimonio es en algo válido. Y en el pasaje de la transmisión del cetro, nos dice
que Agamenón «sobre muchas islas y todo Argos reinaba», mas no habría
podido él reinar, siendo de tierra adentro, sobre otras islas que las vecinas (y
éstas no serían muchas) si no hubiera tenido una flota importante. Así pues, por
esta expedición debemos hacernos una idea sobre cómo fueron sus
precedentes»{11}.
hizo por Grecia, para educar Grecia, a la que dio una identidad por medio de
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El géros y la timé son los beneficios sociales del guerrero que, tanto si vienen de
Zeus o de la comunidad, le son dados por su heroísmo. Se le concede honor
como honorario o pago, si cumple correctamente su trabajo en la guerra para el
bien de la sociedad que preside. La timé es respeto hacia la persona, conferida
porque tiene muchos géros o porque la da el padre del Olimpo –entendida como
consideración. Tersites es el prototipo de antihéroe no deseado en un pueblo que
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«¡Aquí, Cíclope! Bebe vino después que has comido carne humana, para que
veas qué bebida escondía nuestra nave. Te lo he tenido como libación, por si te
compadecías de mí y me enviabas a casa, pues estás enfurecido de forma ya
intolerable. ¡Cruel!, ¿cómo va a llegarse a ti en adelante ninguno de los
numerosos hombres? Pues no has obrado como te corresponde.» Así hablé, y él
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segunda vez: «Dame más de buen grado y dime ahora ya tu nombre para que te
ofrezca el don de hospitalidad con el que te vas a alegrar. Pues también la
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donadora de vida, la Tierra, produce para los Cíclopes vino de grandes uvas y la
lluvia de Zeus se las hace crecer. Pero esto es una catarata de ambrosía y
néctar.» Así habló, y yo le ofrecí de nuevo rojo vino. Tres veces se lo llevé y tres
veces bebió sin medida. Después, cuando el rojo vino había invadido la mente
del Cíclope, me dirigí a él con dulces palabras: «Cíclope, ¿me preguntas mi
célebre nombre? Te lo voy a decir, mas dame tú el don de hospitalidad como me
has prometido. Nadie es mi nombre, y Nadie me llaman mi madre y mi padre y
todos mis compañeros»{21}.
V
Es sabido que los mitos no son materiales propios de la ciencia histórica, pero
algo se le escapa al historiador exigente: la idea de paradigma. Los mitos son
una excusa para el narrador que desea dar a la audiencia valores, normas,
comportamientos; y esto no es ficticio. Lo ideal se halla cómodo en las manos
del poeta e incómodo en las del legislador y, sin embargo, no se repelen de la
misma manera que el agua y el aceite. La legislación es para el historiador el
néctar del colibrí, sin que se dé cuenta que tiene más de metafísica que de
«física», pero le sirve para estudiar un pueblo y su evolución porque son leyes
escritas y las puede leer en los pergaminos que han pasado hasta él, mas no
siempre reflexiona sobre las fuerzas económicas que han forjado
verdaderamente ese derecho. Y se llaman historiadores. Heródoto pasa por ser el
primero, aún a sabiendas de su parcialidad. Es decir, hay piezas del puzle que no
encajan. Con el desarrollo cualitativo y cuantitativo de la Historia, desde el siglo
XIX d.C. hasta nuestros días, hemos aprendido a diferenciar entre buenos y
malos historiadores, mas todos son historiadores, y este aprendizaje no lo hemos
extendido más allá del de Halicarnaso. Incluso seguimos repitiendo que el
propio término Historia es de él, a su vez tomado de Pitágoras, en el sentido de
investigación, lo que es cierto, pero que nos impide, por inercia, echar un vistazo
a un tiempo anterior. Hace casi 30 años, Emilio Lledó{22} tradujo historeo por
«soy testigo» y del verbo derivó el sustantivo historia (investigación, como ya
dijimos). ¿De dónde viene ese sustantivo? Para Lledó, nada más y nada menos
que de la Ilíada: «Ven aquí, pues (Idomeneo habla a Áyax), y entrambos
apostemos un trípode o caldero y de árbitro (histor) pongamos al Atrida
Agamenón, a ver qué par de yeguas van por delante, para que te enteres cuando
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«El hombre primitivo –dirá Gomperz– es no sólo un poeta que cree en la verdad
de sus poesías, sino, a su manera, también un investigador; y la suma de las
respuestas encontradas por él a las preguntas que se le imponen incesantemente,
se condensan más y más hasta formar un trama que abarca todo y cuyas hebras
aisladas llamamos mitos»{27}. Y escribirá Jaeger: «(…) no deja de ser evidente
que Homero, como todos los grandes poetas de Grecia, no debe ser considerado
como simple objeto de la historia formal de la literatura, sino como el primero y
el más grande creador y formador de la humanidad griega (…). La poesía sólo
puede ejercer esta acción (la educadora) si pone en vigor todas las fuerzas
estéticas y éticas del hombre»{28}.
Homero no parte del vacío en esta labor. La tradición oral estaba arraigada en la
península y en las colonias jonias de Asia Menor, circunstancia que no puede ser
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«Desde el momento en que los griegos gozaron de una larga tradición de poesía
épica{30} antes de comenzar a escribir prosa histórica, constituye una gran
tentación hacer de Homero un predecesor de los historiadores y acercarle los
poetas del «ciclo» y cuantos escribieron composiciones poéticas sobre la
fundación de ciudades griegas (Semónides, Jenófanes). Podría parecer que
Heródoto nos induzca en este sentido; pero los mismo griegos, como los
romanos, sabían que (la historia y la poesía épica) se diferenciaban en dos
aspectos: la historia estaba escrita en prosa y su fin, en la investigación del
pasado, era el de separar los hechos de las fantasías. Homero tenía una autoridad
demasiado grande como para no ser usado por los historiadores como testimonio
con respecto a hechos específicos. El hecho de atribuir a un texto autoridad de
testimonio fue justamente una de las operaciones características que
distinguieron a la historiografía de los griegos de la poesía épica»{31}.
Bien, comentemos. Deja muy claro Momigliano que una cosa es la historia y
otra la poesía épica, diferenciación que ya estaba trazada para griegos y
romanos: de un lado, «los hechos», del otro, «las fantasías», y por si esto no
fuera bastante, la prosa venía a zanjar cualquier debilidad, como la de Heródoto
con Homero o, en general, cuantos escritores apreciaron el valor de la larga
tradición previa al proceso de la escritura. Visto por detrás: la larga tradición
poética no puede ser contemplada en modo alguno como cierta por ser poética y
oral (Momigliano no emplea la palabra «oral», pero está implícita cuando
escribe que «la historia estaba escrita en prosa», y téngase en cuenta que la
poesía era cantada, nada se ponía por escrito hasta mediados del VIII a.C.). Pues
la consecuencia es que Heródoto y Tucídides no nos sirven como historiadores
desde el momento en que parte de su quehacer les venía «por el oído», donde
queda bajo sospecha de que el testigo que les habla al oído sea fiel a la verdad:
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verdad como «su verdad» porque ¿dónde está la verdad o no habrá tantas
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Homero no es sólo el primero que pone por escrito las palabras de quienes
«vieron» –el gran Heródoto, además de oír, ve–, y hay que purgar dentro de
nuestras posibilidades los desvíos propios del relato que circula de boca en boca
durante tanto tiempo, sino que es el primero que intenta hacer Historia, como así
ha quedado demostrado (Schliemann…). Y lo de «una gran tentación» y
«podría parecer que Heródoto nos induzca en este sentido» ¿no estaría más bien
relacionado con pistas que en los siglos VI, V y IV a.C. fueran descubiertas por
los «verdaderos historiadores» o que no les quedaba otro remedio que asumir de
algún modo para enlazar con sus antepasados que tan bien les hizo es su labor
social y educadora?
Alguien podría aducir, aun estando de acuerdo con el núcleo de lo expuesto, que
se precisa una frontera delimitadora entre el mito-leyenda-transmisión oral y la
narración histórica-escritura-documento que permita, en el círculo que se ha de
trazar en derredor de la Historia, progresar con herramientas y metodologías
hacia la constitución de una ciencia, un círculo que pueda cerrarse con seguridad
una vez conseguida la autonomía científica, cifrada en la autosuficiencia de la
propia disciplina para tratar sus «asuntos» sin tener que acudir a otros círculos
para obtener el «galardón» de ciencia, lo que no excluye la cooperación
(Historia y Arqueología, Historia y Epigrafía, etcétera). Y sí, esta consideración
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Sea como fuere, la poesía de Homero, así como otras «iniciativas» puestas en
práctica entre los siglos VIII y VI a.C., fue continuada por los historiadores,
escritores, filósofos y eruditos en general, desde el V a.C,, para educar al pueblo
griego. Entroncado de tal manera en la educación el elemento normativo, ambos
términos pueden ser intercambiables, y siempre sobre un pilar «rotundo»: la
verdad, que «puede definirse a dos niveles: por una parte, conformidad con unos
principios lógicos; por la otra, conformidad con lo real», y todavía se puede
preguntar «si la verdad, en tanto que categoría mental, no es solidaria de todo un
sistema de pensamiento, si no es también solidaria de la vida mental y de la vida
social»{35}.
—«Comprendes muy bien lo que quiero decir (Sócrates acaba de sostener ante
su interlocutor que «los guerreros en nuestro Estado deben estar sometidos a los
magistrados, como los perros están a los pastores»). Pero he aquí una reflexión
que te suplico me oigas.
—Que la cólera nos parece ahora una cosa distinta de como la entendíamos al
principio. Pensábamos que era parte del apetito sensitivo, y ahora estamos muy
distantes de pensarlo así, y vemos que cuando se suscita en el alma alguna
rebelión, la cólera toma siempre las armas a favor de la razón.
—Es cierto.
—¿Y es diferente de la razón o tiene algo de común con ella, de suerte que no
haya en el alma más que dos partes, la razonable y la concupiscible? O más
bien, así como nuestro Estado se compone de tres órdenes, mercenarios,
guerreros y magistrados, ¿el apetito irascible entra también en el alma como un
tercer principio, cuyo destino es secundar la razón, siempre que no haya sido
corrompido por una mala educación?
—Eso no es difícil. Vemos que los niños, apenas salen al mundo, están ya
sujetos a la cólera, y que para algunos nunca luce la razón, y en la mayor parte
muy tarde.
—Dices muy bien. También puede servir de prueba lo que pasa con los
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—Perfectamente dicho.
—En fin, hemos llegado, aunque con gran dificultad, a mostrar claramente que
hay en el alma del hombre tres principios, que responden a los tres órdenes del
Estado.
—Es cierto.
—Sí.
—Sin duda.
—Por lo tanto, mi querido Glaucón, diremos que lo que hace al Estado justo,
hace igualmente justo al particular»{40}.
—«Tales son, en orden a la naturaleza de los dioses, los discursos que conviene,
a mi parecer, que oigan y que no oigan, desde la infancia, hombres cuyo
principal fin debe ser honrar a los dioses y a sus padres{42}, y mantener entre sí la
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—Ahora, si queremos hacerlos valientes, ¿no es preciso que lo que se les diga
tienda a hacerles despreciar la muerte? ¿Crees que se puede temer la muerte y
tener valor?
—Un hombre que está persuadido de que el otro mundo es horrible, ¿podrá dejar
de temer la muerte? ¿Podrá preferirla en los combates a una derrota y a la
esclavitud?
—Eso es imposible.
—Luego nuestro deber es estar muy en guardia respecto a los discursos que
tengan esta tendencia, y recomendar a los poetas que conviertan en elogios todo
lo malo que dicen ordinariamente de los infiernos, con tanto más motivo cuanto
que lo que refieren ni es verdadero ni propio para inspirar confianza a los
guerreros.
—Sin duda.
—Borremos, pues, de sus obras todos los versos que siguen, comenzando por
los siguientes: «Yo preferiría la condición de labrador al servicio de un hombre
pobre, que viva del trabajo de sus manos, a reinar sobre la multitud toda de los
muertos»{43}. Y éstos: «No descubrió a las miradas de los mortales y de los
inmortales esta estancia de tinieblas y de horrores, temida por los dioses
mismos»{44}.
El diálogo{45} prosigue con otros ejemplos, que son muy similares a los
transcritos. Lo que queda claro, al final, es que Platón da por verídicos algunos
episodios de los poemas homéricos; de otros advierte de la posibilidad de que
tengan enfoques distintos, y niega el carácter histórico a un tercer grupo, no
descartándose que lo haga con criterios pedagógicos, que es lo que ha motivado
que trajésemos a colación a Platón con respecto a Homero.
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Lo más pertinente, una vez que hemos acudido a Platón en demanda de algunas
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No es inapropiado cerrar nuestra propuesta con las antedichas palabras del
maestro Jaeger. Pero, antes de la conclusión, recordemos las dos «líneas de
tensión» trazadas. Primera: Homero es reivindicado como historiador, y sin
acudir a los argumentos esgrimidos, por esgrimidos, que estimamos múltiples y
no exentos (cuando menos algunos, de algo parecido a lo que se recoge en el
aserto «peso específico»), nos limitamos a efectuar una operación matemática
sencilla: a los argumentos de referencia sumamos uno más, el que nos da el
Detienne que dijo que «en este tiempo poético (el de Homero) no toda
perspectiva «histórica» está ausente»{50}. Segunda: hemos sentamos a Homero
en la primera cátedra humanística del hemisferio Occidental: es obvio el «efecto
dominó» que él provoca desde una pequeña isla del Egeo oriental y que, por
ahora y por lo que a nosotros respecta, nos hace acudir de tanto en tanto a sus
herederos.
Notas
{1} Sapientia Grecorum» («La sabiduría de los griegos») se dice en el Apartado
VI de la «Crónica Albeldense», en Crónicas Asturianas, Universidad de Oviedo
1985, p. 226, traducción de José L. Moralejo, introducción de Juan Gil
Fernández y estudio preliminar de Juan I. Ruiz de la Peña. La sentencia citada es
dedicada a los griegos por el desconocido autor de la Crónica, posiblemente un
godo asentado en la corte de Alfonso III, en el 881d.C.2. El idealismo alemán,
que tiene su punto más excelso en la figura de Hegel, contribuyó decisivamente
a rescatar la Antigüedad griega tal y como hoy la conocemos.
{2} El idealismo alemán, que tiene su punto más excelso en la figura de Hegel,
contribuyó decisivamente a rescatar la Antigüedad griega tal y como hoy la
conocemos.
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{7} Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Vol. IV, Pentalfa, Oviedo 1993.
{8} Homero, Odisea, Cátedra, Madrid 1996, Canto XIV, 232-248, edición y
traducción de José Luis Calvo.
{13} García Morán, E., Ideas para el inicio del milenio, Oviedo, Pentalfa 2002,
«Una nueva lectura de la cronología histórica», pp. 143-147. Para lo que aquí
importa, en la página 146 se dice: «Lo que ocurrió hace 12.000 años tuvo unas
repercusiones que bien podrían ser calificadas de transcendentales, en un grado
parejo a la bipedestación. Hablamos de la revolución agrícola y ganadera que
produjo un vuelco en la alimentación y, con ella, en las estructuras sociales y
políticas que son las que realmente indican el comienzo de la Historia (segundo
período fundamental), cuya fecha no tendría, por tanto, que ser la de hace unos
6.000 años, con la aparición de la escritura, básica para la Historia, pero quizá
no más que cualesquiera otros históricos jalones: el enterramiento, el arte
rupestre, la religión, la política, el ejército, la ciudad, el imperio, el metal, el
alfabeto, la filosofía, la ciencia, la democracia, la esclavitud, el feudalismo, la
burguesía mercantil, el Estado, el movimiento obrero social… Estos hitos sí
podrían subdividir los tres períodos determinantes con que observamos la
Historia Universal».
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concluyente, para nosotros y en relación con una base histórica, aunque sea
exigua, de los relatos del de Quíos, el análisis que acomete Kirk del lenguaje
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utilizado por aquél: «Consiste en una mezcla, una amalgama de dialectos
diferentes y períodos diferentes (…). El componente predominante es jónico,
pero hay muchas formas eólicas y un número relativamente pequeño de palabras
que pertenecen al así llamado dialecto arcadio-chipriota, que se hablaba en las
regiones geográficamente aisladas de Arcadia y Chipre durante el período
clásico. Ahora bien, la única época en que estas regiones estuvieron
históricamente vinculadas, de modo que se explique su lengua común, fue la
época micénica; y no puede haber dudas de que el arcadio-chipriota es una
supervivencia del griego tal como se lo hablaba en esa época, al menos en la
parte meridional de Grecia. Una manera de identificar las palabras micénicas
incluidas en Homero, consiste entonces en buscar las formas que también
sobrevivieron en el arcadio-chipriota del período histórico; otra sería investigar
las tablillas escritas en lineal B que se han descifrado en forma más plausible.
No obstante, muchas palabras utilizadas en la lengua micénica sobrevivieron
evidentemente sin cambios dentro del griego de dialectos posteriores que se
desarrollaron a partir del micénico, a saber, el jónico (incluido el ático) y el
eólico», p. 117.
{15} Los poemas. En la página 343 escribe Kirak: «Lo cierto es que en los
poemas homéricos se trascienden o rompen a menudo las restricciones de la
mentalidad heroica: las explosiones de Tersites y Aquiles, la debilidad de
Agamenón, la experiencia que hace Ulises de las humillaciones de la vida de un
mendigo, todo esto muestra que la tradición ya no es puramente heroica», y en la
339, «no se considera que todas ni la mayoría de las acciones humanas, aun las
heroicas y aun en la Ilíada, se deban a la acción directa de los dioses».
{19} La «a» de «kratos» lleva encima una rayita, como la «e» de «alké» y la de
«timé» –en estos dos casos, con el acento sobre la rayita–, pero no hemos
hallado en nuestro teclado forma alguna de hacerlo.
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{20} Kirk, G.S., Raven, J.E. y Schofield, M., Los filósofos presocráticos,
Página
{28} Jaeger, W., Paideia: los ideales de la cultura griega, México, Fondo de
Cultura Económica 1996, p.49.
apreciable de autores, entre los que nos permitimos reseñar a Geymonat, L.,
Página
{37} Paideia.
{40} Platón, La República o el Estado, Madrid, Espasa Calpe 1988, Libro IV,
pp. 143 y 144, (no aparece el nombre del traductor, posiblemente el mismo que
acota la lectura).
asimismo desviado por la bravura del Mediterráneo al delta del Nilo, ya referido
mucho antes («los troyanos, según Tesícoro –La República, Libro IX, p. 271–,
Página
{42} No debemos tomar literalmente las palabras de Platón: si alude a los dioses
es para dar un carácter «sagrado» a la necesidad de los hijos de respetar, en todo
el amplio y rico significado de esta palabra, a los padres.
{44} Ilíada, Canto XX, 62-65. Los dioses están en el campo de batalla, y
Posidón, muy furioso, sacude la tierra y el mar, conmoviéndose la ciudad de
Troya y las naves aqueas: «Y se asustó, debajo de la tierra, Aïdoneo (Hades), el
señor de los muertos, y, asustado, saltó de su trono y lanzó un grito, no fuera a
ocurrir que Posidón, el batidor del suelo, por encima la tierra le hendiera y a la
vista quedaran de los mortales y los inmortales las moradas mohosas y
horrendas que hasta los mismos dioses aborrecen».
http://www.nodulo.org/ec/2010/n106p09.htm