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Capítulo Primero.
La candidatura de Avellaneda y las elecciones de 1874.
Esto en lo que concierne a las actividades de las capas dirigentes de los distintos
grupos políticos. Y hablamos de grupos, no de partidos, porque los distintos
candidatos eran sostenidos por agrupaciones que distaban mucho de parecerse a
los pardos políticos modernos. Desde el punto de vista ideológico no existan
diferencias de fondo, siendo los motivos fundamentales del enfrentamiento la
exaltación de una u otra personalidad política relevante y con ciertas dotes de
caudillo, unida a la defensa y veneración de sus actividades políticas pasadas.
Este carácter marcadamente personalista reducía la estructura partidaria a
círculos de amigos que actuaban de acuerdo con formas dictadas más por lo
emotivo y la conveniencia política del momento, que por una programática
concreta.
Las candidaturas
En la época que nos ocupa, Buenos Aires marcaba el ritmo de la vida política
nacional: “en su doble carácter de asiento de las autoridades de la Nación, así
como de la capital de la provincia, era el centro principal donde las referidas
luchas se han desarrollado, lo que obligaba a los políticos y a todos sus
habitantes a vivir en continua preocupación electoral, puesto que, terminada
una elección nacional, debían preocuparse de otra provincial, y así constante y
sucesivamente”.(2)
Ahora, como seis años antes, Buenos Aires volvía a vivir el enfrentamiento de
mitristas y alsinistas, antiguas fracciones del Partido Liberal, separadas desde
1862 a raíz del problema de la federalización de Buenos Aires. En aquellos años,
los nacionalistas o mitristas habían sostenido el proyecto de federalizar todo el
territorio de la provincia; pero un sector del partido, más celoso en la defensa de
los intereses bonaerenses, se había opuesto a ello levantando la bandera de la
autonomía provincial. Alrededor de su líder, Adolfo Alsina, habían constituido un
partido aparte.
Alsina representaba “el partido popular, los desheredados por la fortuna, los
pobres, en una palabra. Había sabido captarse las más vivas simpatías entre esa
clase de la sociedad; y el entusiasmo que su solo nombre producía, demostraba
evidentemente que se hallaba en la categoría de ídolo de una gran parte de los
menesterosos”.(7) Su programa también hablaba de solucionar el problema de la
capital de la República, de amparar la inmigración, fomentar la educación y
promover medidas de progreso; pero su acento estaba puesto en afianzar las
autonomías provinciales promulgando una legislación clara sobre intervenciones
federales a las provincias, organizando definitivamente las milicias provinciales y
limitando el derecho de veto que tenía el Ejecutivo nacional, lo cual implicaba
restarle recursos que lo convirtieran en un poder ejecutivo fuerte y centralista.
Se diría, y así lo comprendían sus seguidores, que a través de la defensa de la
autonomía de la provincia de Buenos Aires, defendía también la totalidad de las
autonomías provinciales.
Se abría así uno de los períodos más vibrantes en las luchas por el poder político.
Mitre, respaldado por la burguesía porteña; Alsina, con el mismo respaldo, pero
con un tinte de incipiente populismo; Avellaneda, el primer candidato si bien
oficialista que contaba con el apoyo del Interior, lo que le daba el carácter de
primera candidatura nacional.
Las elecciones
El calendario electoral del año 74 se iniciaba en febrero con elecciones en todas
las provincias para renovar la Cámara de Diputados nacional. En total debían
elegirse 45 nuevos representantes, de los cuales 13 correspondían a la provincia
de Buenos Aires. Estas elecciones eran doblemente importantes, por serla Cámara
de Diputados uno de los jueces únicos de las elecciones presidenciales, y por
constituir un cateo que permitiría vaticinar los resultados de la contienda
presidencial de abril. Esto último fue, como veremos luego, causante de
modificaciones de importancia en las candidaturas.
Mitristas y alsinistas crearon en Buenos Aires un clima de lucha tal, que ya nadie
dudaba que las parroquias se convertirían en verdaderos campos de batalla el día
de la elección. La Prensa daba un cuadro verdaderamente alarmante del
ambiente electoral en la ciudad: “...Cada bando se ha dividido r en batallones
con sus compañías y su oficialidad. En cada comité se encontrará hoy el general
en jefe, constituyéndose en cuartel general, de donde se impartirán las
órdenes”.(19)
Las crónicas detalladas que relataron lo ocurrido ese día en cada parroquia o
juzgado de paz, demostraron que el fraude estuvo a la orden del día, tanto en la
ciudad como en la campaña. Desde robar los padrones hasta impedir por las
armas que los votantes del partido contrario se acercaran a las urnas, todos los
grupos políticos hicieron del fraude la regla de juego: “...en el fondo no podía
asegurar ninguna de las fracciones que su conciencia se hallaba perfectamente
limpia”.(20)
Casi todo el Interior había respondido a los círculos que apoyaban la candidatura
de Avellaneda. Pellegrini, que por estos tiempos se iniciaba en la lucha política,
escribiría más tarde: “El que triunfe en Buenos Aires, triunfará en la República,
se nos decía, y lo creímos. Pero llegaron las elecciones de diputados al Congreso,
y para inmenso estupor nuestro, resultó que el Interior tenía opinión propia, que
era contraria a la de Buenos Aires, que esa opinión era mayoría y que esa
mayoría iba a elegir presidente de la República a uno de nuestros talentos: al
brillante y sagaz estadista doctor Nicolás Avellaneda”.(21)
La única base que he convenido... es constituir, unidos sus amigos y los míos...,
un gran partido nacional, que atraiga a su centro los elementos dispersos de los
otros, que gobierne con la Constitución en la mano, y que, fuerte por su origen
por los elementos viriles que lo constituyan, sea capaz de consolidar la paz, de
fomentar el progreso, y de garantir la libertad en todas y cada una de las
provincias argentinas... Dividiéndose el sufragio entre tres candidaturas, se
debilitaría estérilmente la fuerza de opinión que debe acompañar al primer
magistrado... Por normal que sea la época que una nación atraviese, conviene
que la primera autoridad del país suba rodeada por el mayor número de
voluntades. Privarle de los votos de Buenos Aires, citando éstos no pueden
modificar, en mi provecho, el resultado final de la elección; negarle el concurso
de la opinión del pueblo de Buenos Aires, casi indispensable para gobernar con
eficacia, sería sacrificar a sentimientos apasionados los intereses del país”.(25)
Tal el manifiesto que sellaba una alianza que se perpetuaría, si bien con
modificaciones en sus cuadros, en el futuro Partido Autonomista Nacional, que
llevaría a la presidencia a Julio A. Roca seis años después.
Evidentemente, pensar en un partido con características nacionales sin el apoyo
de por lo menos uno de los círculos políticos bonaerenses, era tan absurdo como
tildar de nacional a un candidato porteño que no contara con un genuino apoyo
del Interior. Dejando de lado si el renunciamiento de Alsina encerraba o no un
propósito patriótico, evaluemos su actitud como la de un habilísimo político que
podía mirar más allá del futuro inmediato, y, en virtud de esa visión, promovía
una apertura política que tendía a trasformar el tradicional cuadro de
antagonismos pasados. Tres años más tarde, Avellanada diría de Alsina: “...Era el
jefe de un partido popular y encontró que su papelera estrecho. Había por fin
comprendido que las soluciones de partido no son un interés supremo, y mucho
menos un dogma; y que si es bueno el partido, es mejor la patria”.(26)
Hubo que esperar hasta el 21 de julio para que la Cámara de Diputados, que ya
contaba en sus bancas con la mayor parte de los nuevos representantes, se
decidiera a tratar sobre tablas el espinoso problema de los diplomas de los
diputados bonaerenses electos en febrero: “...Desde la una de la tarde estaba
lleno el local, y aun las galerías del edificio; y lo estaba de tal modo, que
algunos tuvieron que subir a las azoteas y entrar por las claraboyas para poder
asistir al debate”.(30) “...La barra contaba con numerosos ejemplares del hoy
casi extinguido tipo llamado compadrito, cuya característica indumentaria, de
chambergo, saco de paño negro, pantalón hasta la altura del botín elástico y de
taco alto, era completada por el clásico clavel rojo tras la oreja. No faltaba
tampoco el matón de barrio, personaje de melena esponjada y relumbrosa, que
apestaba a sus vecinos con su tufo a bebida y acre olor a tabaco negro”.(31)
Fue presentado el informe de la comisión que entendía en el caso, según el cual
debía darse el triunfo a los candidatos alsinistas, si bien la comisión deploraba las
irregularidades y las visibles actitudes fraudulentas que hubo en la contienda. Los
alsinistas fueron aceptados por 44 votos contra 17.(32)
La revolución mitrista
Agotados todos los medios legales para afianzar su poder político en la provincia
de Buenos Aires, los mitristas decidieron ir a la insurrección armada. Los amigos
políticos del general Mitre, todos ellos figuras relevantes del tradicional partido,
formaron un comité revolucionario que de inmediato empezó a preparar el
movimiento que debía estallar el 12 de octubre, día en que el flamante
Presidente asumiera el mando.
“...El elemento mitrista joven casi no tenía entrada en las decisiones del Comité
Revolucionario... Era un partido semi aristocrático, a quien se acusaba de
gobernar siempre con las mismas personas. No admitía entre sus dirigentes a los
jóvenes... Todavía figuraban entre los más antiguos muchos de los estancieros y
tenderos del Buenos Aires del 52”.(35) En parte, “por eso la revolución se planeó
en base al concurso de los cuerpos de línea, pues se contaba con varios jefes
amigos de Mitre dentro del ejército, que podrían sublevar las fuerzas bajo su
mando; pero se sabía que la gente del partido no saldría a la calle a empuñar las
armas. La mayoría de los revolucionarios creía que... con la simple participación
de algunos cuerpos de línea a favor de Mitre... y el paisanaje de la provincia de
Buenos Aires se triunfaría”.(36) Se volvía así a hacer uso de los mecanismos
utilizados en los años 20. La acción sincronizada de los generales Arredondo, en el
Interior; Rivas, en Buenos Aires, con los hermanos Taboada en Santiago del
Estero, más los voluntarios civiles que reclutaría José C. Paz en los partidos de la
campaña bonaerense, se vería apoyada por las cañoneras Paraná y Uruguay en el
río de la Plata.
“Durante todo el día 25 y parte del 26,las tropas permanecieron en dicha plaza
con sus armas en pabellón. El 25 a la tarde, la ciudad presentaba un aspecto
inusitado. Patrullas del ejército y policiales recorrían las calles céntricas en
diversas direcciones. Practicáronse arrestos. Empezóse a cumplir el decreto de
movilización. Por todas partes se observaban ciudadanos que se dirigían a los
cuarteles, a fin de incorporarse a la Guardia Nacional”.(38)
“...En su inmensa mayoría los simpatizantes de Mitre que esperaban ser
organizados y dirigidos en la Capital y suburbios quedaron en la ciudad, y
muchos de ellos fueron incorporados en las filas de la Guardia Nacional,
movilizada para combatir la revolución”.(39) El mando de todas las fuerzas de las
milicias de Buenos Aires le fue dado a Adolfo Alsina.
En menos de tres meses la revolución había sido , aplastada, “lo que significaba
que no había contado con el calor popular y el deseo vehemente de llevarla a
cabo hasta el final”.(42) Durante los meses siguientes fueron sofocados pequeños
focos rebeldes que estallaron en Jujuy y en Corrientes. Todos los cabecillas de
esta intentona, desde los generales Mitre y Rivas, y hasta el grado de coronel,
fueron juzgados por un consejo de guerra, que los condenó a destierro.
Notas:
1. J. N. Matienzo, El gobierno..., pp. 229-30.
2. F. Armesto, Mitristas y alsinistas...
3. P. Groussac, Los que pasaban, p. 108.
4. A. Saldías, Un siglo de instituciones..., tomo II, pp. 220-21.
5. Ibidem, p. 221.
6. Anónimo, Revolución argentina..., p. 8.
7. Ibidem, pp. 10-11.
8. F. Armesto, Mitristas y alsinistas, p. 40.
9. A. Saldías, Un siglo de instituciones..., p. 221.
10. F. Armesto, Mitristas y alsinistas..., pp. 40-41.
11. M. M. Zorrilla, Recuerdos..., tomo 1, p. 59-60.
12. P. Groussac, Los que pasaban, p. 152.
13. B. J. Montero, Nicolás Avellaneda, p. 135.
14. Th. T. McGann, Argentina..., p. 21.
15. Anónimo, Revolución argentina..., p. 9.
16. Diario El Pueblo, Buenos Aires, 22.VIII.1873.
17. N. Avellaneda, Notas..., pp. 335-36.
18. Diario El Pueblo, Buenos Aires, 20.VIII.1873.
19. Diario La Prensa, Buenos Aires, 1.11.1874.
20. Anónimo, Revolución argentina..., p. 12.
21. C. Pellegrini, Candidatura presidencial, p. 249.
22. A. Saldías, Un siglo de instituciones..., p. 228.
23. M. M. Zorrilla, Recuerdos..., p. 65.
24. P. Groussac, Los que pasaban, pp. 181-82.
25. Diario El Nacional, Buenos Aires, 17.III.1874.
26. B. J. Montero, Nicolás Avellaneda, p. 188.
27. E. H. Civitati Bernasconi, Entre dos presidencias, p. 36.
28. Diario La Nación, Buenos Aires, 19.III.1874.
29. P. Groussac, Los que pasaban, p. 184-85.
30. Diario La Tribuna, Buenos Aires, 20-21.VII.1874.
31. F. Armesto, Mitristas y alsinistas..., p. 201-202.
32. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados Nacional, año 1874, tomo I,
p. 363 y ss.
33. P. Groussac, Los que pasaban, p. 185.
34. Ibidem, p. 186-87.
35. E. H. Civitati Bernasconi, Entre dos presidencias, p. 46.
36. Ibidem, p. 44.
37. Ibidem, pp. 70-71.
38. Ibidem, p. 149.
39. Ibidem, p. 123.
40. Ibidem, pp. 248-49.
41. Ibidem, p. 232.
42. Ibidem, p. 349.
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