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YALÁL AL-DlN RÜMI

POEMAS SUFÍES
Versión, selección, prólogo y notas de
Alberto Manzano

<8
H iperión
poesía Hiperión
Colección dirigida por Jesús Munárriz
Diseño gráfico: Equipo 109
Dibujo de cubierta: Jaime Munárriz

Primera edición: 1988 • Sexta edición: 2014


© Copyright de la traducción y características de esta edición:
E D IC IO N E S H IP E R IÓ N , S. L.
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IM P R E S O E N E S P A Ñ A • U N IÓ N E U R O P E A
C u a n d o dos borrachos se encuentran, son como dos nubes via­
jeras que se topan en una tormenta; escucha el estallido de sus es­
candalosas risas y gritos, ve en el quebrado relámpago de plata, el
frenético chinchín de sus copas. Bajo el jolgorio celestial, yo es­
toy acurrucado y solo en este ruinoso establo de asnos, contem ­
plando la densa cortina de agua que desfila ante m is ojos, m uer­
to de envidia en mi corazón, por la rugiente alegría que se manifiesta
en las alturas. Me pregunto por qué le gusta tanto m i valle a la
lluvia.
Se cuenta que cuando Shams al-DTn y Rüm l se encontraron,
éste quedó transform ado com o el cobre impuro que entra en con­
tacto con la piedra filosofal, en el mágico proceso de la alquim ia.
Aquél, un andrajoso y suelto derviche errante, nativo de T abrlz y
de origen artesano, es identificado felizm ente por Rüm i com o la
imagen perfecta del Divino Amado, y el gozoso am or que infun­
de y atrae hacia él, el símbolo único de la anhelante e intensa unión
m ística con Dios. La intrigante aventura “am orosa” que, durante
más de dos años, ambos viven en retiro, totalm ente ausentes del
mundo exterior, desencadena en R üm l un incontrolable torrente
de poesía, que fluye desde él, fresco y atrevido, com o la copiosa
nevada da origen a una nueva fuente. Shams al-D ín es revelado
en los brillantes textos de Rüm l, com o el resplandeciente Sol que
eclipsa al sol y a la luna, en cuya luz todos los átomos bailan, cuya
estela todas las nubes persiguen. Él es la generosa Prim avera que
hace brotar los frutos, él es el Rey piadoso que encadena y asesi­
na a sus esclavos. Sultán Valad, hijo de R üm l y biógrafo, com pa­
ra la absorbente com unión entre su padre y este “santo oculto” ,

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con el famoso viaje que Moisés hizo en compañía de Khadir, el m is­
terioso guía que le condujo hasta la Fuente de la Inmortalidad. Sin
embargo, las exclusivas atenciones que Rüml muestra hacia tan ex­
céntrico extranjero, avivan el fuego de los celos en sus abando­
nados discípulos, que ah o ra am enazan e intrigan alrededor de
Shams al-DTn, hasta que huye a Damasco.

“Aunque de izquierda a derecha haya inútil crítica y vilipen­


dio, ese hombre que ha perdido su corazón no se aparta del Amor.
La luna esparce luz, y el perro le ladra; ¿qué daño hace eso a
la luna? Tal es la especialidad del perro.
El am ante es una montaña, no una paja para ser arrastrada por
el viento; es una bandada de moscas que el viento ha detenido.
Si es la regla que el A m or tenga la culpa, es tam bién la regla
para el Amor hacerse el sordo.”

Rüm l envió a su hijo en busca de Shams al-D ín; pero las len­
guas de sus calum niadores pronto volvieron a dispararse como
chasqueantes látigos en el aire y, tras una nueva huida y regreso,
quizá en 1247, el entrometido extranjero desapareció sin dejar ras­
tro. No del todo cierto, pues serpenteantes rum ores nos llevan a
sostener la ligera sospecha de que Shams al-D ín fuera asesinado,
no sin el conocim iento de los hijos de Rüm l.
“Algo sin duda se movió, alguna m isteriosa cuerda tocaron.
Las contradicciones de los otros parecían indicar que sus oídos y
sus ojos fueron víctimas de esas intensas vibraciones. Todo que­
dó descolocado, la vida y el mundo y Dios, y ellos dos antes que
todo” . Pero R üm l ya no era recuperable, no hasta el extremo “ra­
cional” de devolver a las gentes de Konia y a sus discípulos, aquel
gran predicador y maestro de jurisprudencia y ley canónica que fue­
ra, beneficiado de patrocinio real, su vieja personalidad que des­
plegó entre 1240 y 1244. (“Cuando un pez ha conocido el m ar,
¿cómo regresará a la tierra?”) “R üm l em pezó a volar hacia una
nueva tierra que para él es siempre un cielo. Q uizá se disolviera
sim plem ente en lo que la tradición sufí llam aría el fana, la nega­
ción total del yo. ¿O fue el m undo el que em pezó a volar? No:

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R üm l se em barcó esta vez en eso, ¡y hasta el fin de sus días! ¡Un
m aníaco de Dios! ¡ Rümí es nadie!”

“¿Qué puedo hacer, musulmanes?, pues no me reconozco a mí


m ism o. No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy de Oriente, ni de Occidente, ni de la tierra, ni del m ar.
No soy de la m ina de la N aturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego. No
soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia. No
soy del reino de Irak, ni del país de Khorasan.
No soy de este mundo, ni del próxim o, ni del Paraíso, ni del
Infierno. No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwan.
Mi lugar es el Sinlugar, m i señal es la Sinseñal. No tengo cuer­
po ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos m undos son
uno; Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llam o.”

Se dice que para sim bolizar la extenuante búsqueda del Amado


perdido, Rüm l inventó la famosa danza de sus derviches Mevlevis,
orden que él m ism o fundó en Konia, realizada con el acom paña­
m iento de un caram illo y un tambor rítm ico. La noche se convir­
tió en día en la larga orgía m ística y, de vez en cuando, bajo el
impacto del momento apasionado, Rüml improvisaba versos o lar­
gos poem as épicos, que sus discípulos se apresuraban a transcri­
bir y d ar a la memoria.
En gran medida sería cierto afirm ar que muchos de los poe­
mas de Rüm l fueron revelados en esos excitantes m om entos de
trance, por lo que no resulta extraño descubrir en su extensa obra
un m undo caótico y contradictorio, a vueltas entre la alegría y la
tristeza, la esperanza y el m iedo, el éxtasis y la depresión más pro­
funda, siempre apasionado y trascendente, el mensaje de R üm l es
un arroyo arrollador que te arrastra, en total abandono, hacia el
infinito y eterno m ar del Amor. (“El tierno cuidado del m ar es
para m í com o una insom ne fortuna; ¿por qué he de afligirm e, si
m is ojos están m anchados de sueño?”)

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Nada más equívoco que ver en la sim bólica poesía m ística de
Rürrá el molde original que grabara el modelo de un sutil lenguaje
metafórico, tan rico en la tradición poética islámica. M uchos otros
se le adelantaron a su tiem po, y configuraron una horm a, más o
m enos “clásica”, que determ inó un reconocido estilo en el arte de
com poner las odas y poem as líricos o épicos musulm anes. Entre
los m ás em inentes y prestigiosos de estos pioneros, sobresale
Firdusi, quizá el m ás popular, Sana’i, que m urió en 1150, y Farid
al-A ttar, autor de la célebre obra El lenguaje de los pájaros, a
quien Rüml conoció personalmente. Llegado a este punto, sería her­
m oso detenerse para conocer la anécdota que cuenta cóm o A ttar
entregó al entonces m uchacho de catorce años, Rüm l, un ejem ­
p lar de su obra El libro de los Secretos, y cóm o R üm l escribiría
unos años más tarde, rebosante por la adm iración que siem pre
sintió por tan encum brado poeta: “A ttar ha sabido recorrer las sie­
te ciudades del Amor, m ientras yo estoy siem pre a la vuelta de la
esquina” .
D e cualquier manera, la poesía estuvo muy lejos de ser el cen­
tro de la vida de Rüm l; ante todo fue un teólogo erudito en el su­
til m odelo del Islam m edieval, muy fam iliar con el Corán y su
exégesis, los dichos tradicionales del Profeta M ahom a, la ley sa­
grada y sus expositores eruditos, las riñas de las “Setenta y dos
sectas discordes” , no sin m encionar las “ciencias extranjeras” , in­
cluyendo la filosofía, y las vidas de los santos y místicos. Todo
este variado conocim iento se refleja en la poesía de Rüm l.
Con todo, no sin cierta sorpresa, Rüml llegó a m ostrar un asom­
broso desprecio por su propia poesía. En una ocasión rem arcó:
“Me siento afectado hasta tal punto que cuando estos am igos vie­
nen a verme, por m iedo a que puedan sentirse aburridos, recito
poesía para que puedan estar ocupados en ella. De otra manera,
¿qué he de hacer con la poesía? Por Alá, no m e im porta nada la
poesía, y no hay nada peor en m is ojos que ella. Se ha convertido
en una obligación para mí, com o cuando un hombre sumerge sus
m anos en las tripas y las lava en atención al apetito de un invita­
do, porque el apetito del invitado es por las tripas” . La m odestia
del poeta, arraigada en una escrupulosidad puritana, no necesita

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afecto ni juicio. En Rüm l encontram os a uno de los grandes poe­
tas del mundo. Con profundidad de pensam iento, ingenio de m e­
táforas, y un triunfante d o m in io del lenguaje, Rüm l sobresale
com o el suprem o genio del m isticism o islám ico.
Mi últim a reflexión es ésta, lo único que he aprendido de este
libro: no conozco otro A m or m ás que el que Rüm i describe. El
velo ha sido retirado, ¡Dios está preñado! ¡Larga vida al corazón
único!

Nota aclaratoria: Los dos últimos puntos que aparecen antes de mi últi­
ma reflexión, así como algunas líneas e ideas en este texto, han sido to­
mados prestados del excelente prólogo que escribió A. J. Arberry, en la
presentación de su trabajo de traducción Poemas místicos de Rüml. Las
líneas que aparecen entre comillas son debidas a la pluma de Carlos
Dubner. A. M.

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1

He venido para acostar m i rostro en el polvo de los pies del Amado,


he venido a suplicar perdón por m is acciones.
He venido para reanudar el servicio de Su enram ada de rosas,
he venido para prender fuego y quem ar m is espinas.
He venido p ara conseguir del polvo la purificación de todo lo
que ha pasado, para contar mis buenas acciones como males, cum­
plidas en la causa de m i Amado.
H e venido con ojos llorosos, para que m is ojos puedan con­
tem plar el paraíso — fuentes consistentes en el am or de ese en-
gatusador mío.
Levántate, escueta razón, asum e de nuevo el amor; he m uerto
y me he vaciado de m i vieja fe e incredulidad;
Pues sin Tu cedazo es imposible hacerse inmaculado en la existen­
cia, sin T i es imposible escapar nunca de las tristezas y los dolores.
A parentem ente he caído en silencio; pero T ú sabes que inte­
riorm ente he m anchado de sangre el habla en m i corazón consu­
m idor de sangre.
En este estado de silencio exam ina bien m i rostro, p ara que
puedas ver en m is m ejillas una m iríada de huellas tuyas.
He acortado esta oda; el resto de ella está en m i corazón; la
pronunciaré si T ú m e em briagas con tu ojo vinatero.
Oh silencioso de habla, te separaste de tu com pañero, ¿cómo
pudiste ser tan dem ente en tu inteligente razón?
Silencioso, ¿cóm o te va con estos fieros pensam ientos? Los
pensamientos están llegando con su ejército de enormes panoplias.

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Cuando la gente está sola, está en silencio; uno habla con los
hombres, nadie habla del secreto de su corazón con la puerta y la
pared.
¿A caso no encuentras ningún hom bre con quien hablar, que
has caído en silencio? ¿A caso no ves a ningún hom bre para inti­
m ar con tus palabras?
¿Estás feliz del m undo puro? ¿No te mezclas con cosas m ate­
riales, con perros de ser natural que están deshonrados por su pro­
pia carroña?

2
¿Cuál es el cam ino por el que llegué? Yo regresaría, pues esto no
me gusta.
La ausencia por un m om ento del sendero del A m ado es ilíci­
ta de acuerdo con la doctrina de los amantes.
Sólo que en toda la ciudad hubiera alguien — por Alá, una se­
ñal sería suficiente.
¿Cóm o escapará el pinzón? Pues ni siquiera el sim urg es de
pies ligeros en esta sólida tram pa.1
Corazón mío, no vengas vagando en esta dirección; siéntate
ahí, pues éste es un lugar agradable.
Elige ese postre que aum enta la vida, busca ese vino con cuer­
po.
El resto es todo olor, im agen y color, el resto es todo guerra,
vergüenza y oprobio.
Perm anece en silencio, y siéntate, pues estás borracho, y éste
es el borde del tejado.

1 El simurg (fabuloso grifo) simboliza al místico ducho y líder.

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3
Mi verso se parece al pan de Egipto — la noche pasa sobre él, y
ya no puedes com erlo.
Devóralo en el m om ento que esté fresco, antes de que el pol­
vo se ponga sobre él.
Su lugar es el cálido clima del corazón; en este mundo m uere
de frío.
Como un pez se estrem ece un instante en tierra firme, pasa otro
m om ento y lo encuentras frío.
Incluso si te lo com ieras imaginando que está fresco, es nece­
sario evocar muchas imágenes.
Lo que bebes es realmente tu propia imaginación; esto no es un
viejo cuento, m i buen hombre.

4
A

El dijo, “M i labio dulce com o el azúcar vale un tesoro de perlas.”


“Ah, yo no tengo perlas.” Él dijo, “¿No tienes? ¡Pues com pra!
H azm e una tram pa con perlas, y si no resulta, entonces píde­
las prestadas. ¡Te has equivocado de casa, tú, am ante sin oro ni
plata!
Estás en una partida de juego; trae una bolsa llena de oro. Si
no, déjanos y vete, no nos fastidies ni nos molestes más.
Somos ladrones de cam inos, somos desgarradores de ropa; ¡si
eres de los nuestros, entra, bebe, bebe hondo!
Hacemos pedazos todas las trampas, devoramos todas las pro­
piedades; somos más dulces que todos los otros — a pesar de to ­
dos los ciegos y sordos.”
Hay una diferencia entre los que com pran ropa y los que la
desgarran; los que desgarran ropa arrancan los bigotes de todos
los com pradores de ropa.
El Moisés del alma arrancó los bigotes del Faraón del cuerpo,
para que el cuerpo se convirtiera en alm a, todas las puntas del
pelo vivas.

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R eco n o ce a los viajeros en el sendero del am o r p o r sus pálidas
m ejillas; conoce que las perlas del am or son lágrim as, la seda del
am or la sangre del corazón.
¿Q ué es igual a la m ejilla pálida de oro? Dicen: el ru b í del Amado.
¿Q ué es igual a la lágrim a com o la perla? Dicen: esa m irad a .
Som os esclavos de ese saki, hasta la eternidad continuamos; nues­
tro m undo está seguro y contento, los m undanos pasan de largo.
Todo el que ha nacido ha m u erto , y ha entregado su alm a al
ángel de la guard a; el am ante no nació de ningún hom bre, el am or
no tiene padre.
Si no estás de este lado, entonces siéntate detrás co m o la nuca;
si no eres la nuca, entonces av an za com o u n escudo.
Avanza com o un escudo inco n scien te, y co n tem p la cóm o los
conscientes caen inconscientes por la m irad a del golpe del A m igo.

Yo soy el esclav o q u e lib e ró al am o , yo soy el q u e e n s e ñ ó al


m a estro .
Yo soy esa alm a que nació ayer del m undo, y sin em b arg o eri­
gió el viejo m undo.
Yo soy la cera cu y a declaración es ésta, que fui yo quien hizo
al acero acero.
Yo he pintado con su rm eh a m uchos ciegos, yo he enseñado a
m uchos sin inteligencia.
Yo soy la nube negra en la noche de dolor que alegró el d ía del
festival.
Yo soy la asom brosa tie rra que desde el fuego del am or llenó
de aire el cerebro del cielo.
C on alegría aquel rey no d u rm ió anoche, pues yo, el esclavo,
le recordé.
N o tengo la culpa, p u esto q u e tú m e em b riag aste, si soy e s ­
candaloso y provoqué injusticia.
Silencio, pues el esp ejo está oxidado; cuando soplé sobre él,
protestó con tra mí.

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6

¿P or ventura en este in stan te la p u n ta de esa tren za se ha d esh e­


cho? Pues el alm izcle del tá rta ro ha em p ezad o a difundir ám bar.
¿Por ventura la brisa d el alba ha levantado el velo de Su rostro?
P ues m illares de lunas invisibles han em p ezad o a brillar.
¿H ay algún alm a que no sea feliz con Su dulce perfume? A unque
el alm a no tenga ningún indicio de la fuente de su felicidad.
M uchas rosas felices están riendo a través del aliento de D ios,
sin em b arg o las rosas no cono cen el m otivo de su risa.
¡Qué herm oso ha brillado hoy el sol de Su m ejilla, a través del
c u a l m il e s d e c o r a z o n e s s e h a n c o n v e r t id o e n r u b í e s d e
B a d a k h sh a n .1
¿P or qué no iba a p o n er el am ante su corazón en Él, si a través
d e su gracia el cu erp o se ha convertido com p letam en te en alm a?
¿Por ventura una m añ an a el corazón L e vio tal y com o es, p ara
q u e tras esa visión se haya convertido en un santo?
D esde que el corazón co n tem p ló m i b elleza de p eri, ha c o g i­
do el vaso en su m ano y se ha convertido en un exorcista.2
Si Su dulce brisa sopla sobre el árbol del cu erp o , ¡cómo se e s­
trem ecen doscientas hojas y doscientas ram as!
Si no hay un alm a in m o rta l p a ra cada u no de los asesinados
p o r Él, ¿por que se ha hecho tan fácil p a ra el am ante en tre g ar su
alm a?
Incluso los conscien tes son in conscientes de Su vida y ac tiv i­
dad es, pues Su vida y actividades se han convertido en sus velos.
Si el ju g la r del A m or no ha soplado en el c a ra m illo de un c o ­
razón, ¿por qué cad a p u n ta del pelo se ha lam en tad o com o el c a ­
ram illo ?
Si S ham si T a b rlz no ha tirado terro n es desde el tejado contra
el corazón, ¿por qué las alm as se han puesto com o si fueran sus
p o rtero s?

1 Badakhshan, ciudad en A sia central, fam osa por sus rubíes.


2 Peri: hada hermosa y bienhechora de la m itología persa.

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7
La razón es la cadena de los viajeros y los am antes, hijo m ío;
rom pe la cadena, el cam ino es claro y obvio en adelante, hijo
mío.
La razón es una cadena, el corazón una trampa, el cuerpo una
ilusión, el alma un velo; el cam ino está oculto de todas estas pe­
sadeces, hijo mío.
Cuando te has elevado de la razón, el alma y el corazón, y has
partido, todavía esta certeza y esta visión directa están en duda,
hijo mío.
El hombre que no se ha apartado del ego no es un hombre, hijo
mío; el am or que no es del alma no es más que una leyenda, hijo
mío.
Levanta tu pecho com o un blanco ante la flecha de Su decre­
to; sé fuerte, pues la flech a de Su decreto ya está en el arco, hijo
mío.
El pecho que ha sido herido por el choque de la flech a de Su
disparo, tiene en su frente y rostro un centenar de m arcas, hijo
mío.
Si subes como Idris hasta el séptimo cielo, el am or del Amado
es verdaderam ente una excelente escalera, hijo m ío.1
A cada lado donde una caravana tom a su orgulloso cam ino,
contem pla el amor, que es la qibla de la caravana, hijo mío.2
Su am or ha lanzado una som bra sobre la tierra com o un lazo;
Su am or com o m ontero está en el cielo, hijo mío.
No m e preguntes sobre el amor, no preguntes a ningún hom ­
bre, pregunta al Am or m ism o; cuando habla el A m or es como una
nube lloviendo perlas, hijo mío.
El A m or no es asunto de dorm idos, blandos y delicados, el
A m or es asunto de valientes y héroes, hijo mío.
Q uien se ha convertido en el siervo de los am antes y verdade­
ros, es un rey, un em perador, un señor de la fortuna, hijo mío.

1 Idris es el Enoc musulmán. Ver Corán, 19:57.


2 Q ibla es la dirección de la Meca.

18
No dejes que este mundo lleno de m ágicos hechizos te aparte
del Amor, pues este m undo desleal está saltando lejos de ti, hijo
mío.
Aunque los versos de esta oda hayan sido largos en sus ju n tu ­
ras, la m elodía ha cam biado, pero el significado es el m ismo, hijo
mío.
Pon atención, cierra la boca y perm anece en silencio en lo su­
cesivo com o una concha de ostra, pues esta lengua tuya es en re­
alidad el enem igo del alma, hijo mío.

8
Q ué dulce es hablar y discurrir, conversar con sus labios, espe­
cialm ente cuando abre la p u erta y dice, “ ¡Pero am igo, en tra!”
Para el labio seco él cuenta la historia de la fuente de Khidar;
de acuerdo con la estatura del hombre, el sastre de su amor corta
el vestido.1
Las fuentes se em borrachan con la em briaguez de su ojo; los
árboles bailan ante la suave brisa del amanecer.
El ruiseñor dice al rosal, “¿Qué hay en tu corazón? Decláralo
inm ediatam ente; no hay nadie cerca, sólo tú y yo.”
El rosal responde, “M ientras estés contigo, no alojes esta am ­
bición. Esfuérzate por llevar la carga de tu ego fuera de esta m o­
rada terrenal.”
El ojo de la aguja de la pasión es estrecho; conoce con seguri­
dad que no adm itirá un hilo cuando perciba que es de doble he­
bra.
Contempla cómo el sol está en llamas hasta el cuello, para lle­
nar de luz el rostro de la tierra, con su rostro.
Cuando Moisés se dirigió hacia el arbusto en llamas, el arbusto
le dijo, “Yo soy el agua del K authar, ¡quítate los zapatos y ven!2

1 Khidar o Khadir, fue el misterioso guía que condujo a Alejandro hasta la fuen­
te de la Inmortalidad.
5 El Kauthar es un río del Paraíso. Ver Corán, 20:12.

19
No tem as m i fuego, pues soy agua y dulce sin más; tú has al­
canzado la prosperidad; la silla del honor es tuya, ¡bienvenido!
T ú eres una perla de brillo puro, un ru b í de la m ina, el alm a
del sinlugar y del lugar; tú eres el sin par de la edad; ¿dónde que­
dan las otras criaturas a tu lado?”
A través de la mano del amor, cada mano se convierte en la
corte real de la m unificencia; a través de ti, el m undo desleal se
convierte en la fábrica de la fidelidad.
En la prim era hora del día llegaste, en tu mano el tazón real;
estás arrastrando m i alma hacia la fiesta, diciendo, “ ¡Bienvenido!”
¿Qué es del corazón, cuando la mano del corazón estrecha la
m ano del novio? ¿Qué es del cobre impuro, cuando oye la voz de
bienvenida de la piedra filosofal?
U n m aravilloso querido llegó, en su mano una lanza, como un
beduino. Yo dije, “¿Qué servicio puedo rendir?” Él dijo “ ¡Ven arri­
ba conm igo!”
Mi corazón saltó diciendo, “¿C orro?” Mi razón dijo, “¿Voy?”
G enerosam ente él hizo señas, diciendo, “ ¡Sí, am bos!”
Puesto que la m esa ha descendido del cielo, lava tus m anos y
tu boca, que no proceda de tus manos el olor de cebollas y cebo­
llinos.3
La m in a de sal ha llegado; pon atención, si eres herm oso y
amante. Coge el tazón, y entrega la copa; ¡escoge el jolgorio no el
caldo!
A hora cierro estos dos labios, para que la lám para del día y la
noche, incluso con la llama de la lengua, pueda contarte toda la his­
toria

3 Esta es la mesa que presidió Jesús durante la Santa Cena.


Cebollas y cebollinos eran los presentes de los judíos incrédulos para la am­
brosía celestial.

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9
¿Q ué excusas tienes que ofrecer, corazón mío, por tantos defec­
tos? ¡Tal constancia por p arte del Amado, tal infidelidad por la
tuya!
¡Tanta generosidad por su lado, por el tuyo tal molesta terque­
dad! ¡Tantas gracias de él, tantas faltas por ti cometidas!
¡Tal envidia, tales m alvadas im aginaciones y oscuros pensa­
m ientos en tu corazón, tal atracción, tal saboreo, tal munificencia
en él!
¿Por qué todo este saboreo? Para que tu alm a am arga pueda
volverse dulce. ¿Por qué toda esta atracción? Para que puedas unir­
te a la com pañía de los santos.
Estás arrepentido de tus pecados, tienes el nombre de Dios en
tus labios; en ese momento él te arrastra, para salvarte con vida.
A l final tienes m iedo de tus m aldades, buscas desesperada­
m ente un cam ino de salvación; en ese instante ¿por qué no m iras
a tu lado a quien está insertando tal m iedo en tu corazón?
Si él vende tus ojos, eres como un guijarro en su mano; ahora
te hace rodar así, ahora te lanza al aire.
Ahora implanta en tu naturaleza una pasión por la plata, el oro
y las m ujeres; ahora im planta en tu alm a la luz de la form a de
M ustafa.1
En este lado arrastrán d o te hacia los herm osos, en ese lado
arrastrándote hacia los m alcarados; entre estos remolinos, el b a r­
co sólo puede atravesar o hundirse.
O frece muchas oraciones, llora gravemente en el tiempo de la
noche, que el eco pueda llegar hasta tus oídos desde la esfera de
los siete cielos.
Cuando los gem idos, las lam entaciones y las lágrim as como
piedras de granizo de Shu’aib rebasaron todos los lím ites, por la
m añana llegó hasta él una proclamación desde el cielo2:

1 “La luz de la forma de MustaftT o “Razón Universal”.


2 Shu’aib, profeta de los madianitas, cuya historia se relata en el Corán, 7:83-
91 y 11:85-98.

21
“Si eres un pecador, yo te dispenso y te concedo el perdón de
tus pecados. ¿Es el paraíso lo que buscas? M ira, aquí lo tienes;
¡guarda silencio y cesa esas peticiones!”
Shu’aib replicó, “Yo no busco ni esto ni aquello. Lo que deseo
es ver a Dios cara a cara; aunque los siete mares ardieran en llamas,
yo me sumergiría en su interior si tan sólo pudiera encontrarle.
Pero si fuera desterrado de ese espectáculo, si m is ojos m an­
chados de lágrimas se cerraran contra esa visión, yo sería más dig­
no de m orar en el fuego del infierno; el paraíso no estaría hecho
para mí.
Sin Su semblante, el paraíso es para mí el odioso infierno. Estoy
consum ido por el color y el olor de la m ortalidad; ¿dónde está el
esplendor de las luces de la inm ortalidad?”
Ellos dijeron, “Por lo m enos m itiga tu llanto, para que tu vis­
ta no dism inuya, pues el ojo se vuelve ciego cuando el llanto re­
basa los lím ites.”

El dijo, “Si al final mis ojos contem plaran esa forma, cada p ar­
te m ía se convertiría en un ojo; ¿por qué entonces iba a afligirm e
por la ceguera?
Pero si al final m is ojos fueran privados para siempre, ¡dejad
que esa vista se vuelva verdaderamente ciega, la que es indigna de
contem plar al A m ado!”
En este mundo, cada hom bre se convertiría en un rescate para
su amada; la amada de un hombre es una bolsa de sangre, la de otro
el sol en esplendor.
Puesto que cada hombre ha elegido una am ada, buena o mala,
com o se ajusta a su propia naturaleza, ¡sería una lástim a que nos
aniquiláram os por nada!
Un día, un viajero acom pañaba a Bá Yazld por cierta carrete­
ra. Entonces Bá Yazld le preguntó, “¿Qué profesión has elegido,
canalla?”3
El hombre replicó, “Soy asnero” . Bá Yazld exclamó, “ ¡Apártate
de mí! — “ ¡Señor, concede que su asno pueda morir, para que él
pueda convertirse en el esclavo de D ios!”

3 Bá Yaád, famoso místico de Khorasan.

22
10

M i ser no es más que una copa en la mano del Amado — m ira m is


ojos, si no lo crees.
Soy como una copa, el corazón lleno de sangre y el cuerpo es­
belto, en la mano del Amor, que no es ni pálido ni flaco ni esbelto.
Este A m or no consum e otra cosa que la sangre del musulmán;
ven, te lo diré al oído — asom broso, no es infiel.
Un m illar de form as com o Adán y Eva han nacido, el mundo
está lleno de Su imagen, pero Él no está dotado de forma.
Él sabe lo que es saludable para el grano de arena del desier­
to y la gota del océano, y les da alimento, pues Su conocim iento
no es sordo. *

A cada m om ento El ata y libera nuestros corazones; si el co­


razón no es un asno ¿por qué no Le conoce por Sus acciones?
Siendo atado y liberado por la mano del arriero, el asno se ha
convertido en un gnóstico, y le conoce, sin confundirle con nadie.
M irándole, mueve su cabeza y orejas asnalmente; reconoce su
llamada, pues no está disfrazada.
De su mano consum e agua y dulce forraje — ¡asombroso! ¿No
recibes tú tal provisión de Dios?
M il veces Él te ha encadenado con dolor, y tú has gritado; ¿por
qué lo desapruebas? D ios no está obligado a liberarte.
Como el infiel bajas la cabeza sólo en el tiem po de la a flic ­
ción; no vale la m itad de un grano la cabeza que no es de allí.
Un m illar de formas espirituales vuelan en el aire como Ja’far-
i Taiyár, aunque no sea .Ja’far-i;1
Pero ¿cóm o sabrá del aire el pájaro enjaulado? Él supone ló­
bregam ente, “No tengo alas.”
A cada m omento introduce su cabeza por la fisura de la jaula;
hay lugar p ara la cabeza, pero no para el cuerpo, pues la cabeza
no lo es todo.
La fisura de tus cinco sentidos es la fisura de esa jaula; ves un
m illar de posibilidades, pero no hay lu g ar p ara la posibilidad.

' Ja’far-i Taiyár era primo de Mahoma.

23
T u cuerpo es yesca seca, y esa visión es el fuego; cuando m i­
ras bien en la materia, no hay más que llamas.
Tam poco es yesca, pues al arder se convirtió en fuego; cono­
ce que la yesca es luz, aunque no brille.
Para los oídos de aquellos que deben venir detrás mío, hablo y
escribo; nuestra vida no está pospuesta.
Pues el A m or les ha cogido por la oreja y está llevándoles por
cam inos secretos donde la razón no es ninguna guía.
Los ojos de M ahom a se han cerrado en sueño, y el rabel se ha
vuelto tenue; no duerm as — estas palabras son un tesoro de oro,
aunque en verdad no sean oro.
La humanidad son las estrellas, y Shams-i TabrizT es e l sol;
¿qué estrella hay que no esté ilum inada por su sol?

11
Oh amantes, amantes, en este día vosotros y nosotros hem os caí­
do en un remolino: ¿quién sabe nadar?
Aunque el torrente del mundo se desbordara y cada ola se vol­
viera com o un drom edario, ¿por qué iban a preocuparse las aves
acuáticas? El pájaro del aire es el que debería m ostrarse inquieto.
N uestros rostros están ilum inados de gratitud, instruidos como
estamos en olas y m ar, puesto que océano y diluvio son vida cre­
ciente para el pez.
¡Saúco, acércanos una toalla! ¡agua, déjanos sumergirnos en tu in­
terior! ¡Moisés, hijo de ‘Imran, ven, golpea el agua del mar con tu vara!
Este viento inventa una pasión distinta en cada cabeza; ¡dejad
que mi pasión sea por aquel copera, y podéis quedaros con el resto!
Ayer aquel saki en el cam ino arrebató las gorras de los borra­
chos; hoy aún está dando más vino, dispuesto a dejarnos sin ropa.
Oh envidia de la luna y de Júpiter, con nosotros, todavía ocul­
to de la vista com o una peri, suavemente, suavem ente me arras­
tras — ¿no me dirás adonde?'

' Para p eri ver nota 2 en poema 6.

24
A llí donde vayas, siem pre estarás conm igo, tú que eres m is
ojos y m i claridad; si quieres, arrástram e a la em briaguez, si quie­
res, transpórtam e a la aniquilación.
Debes saber que el mundo es com o el Monte Sinaí, y nosotros,
com o M oisés, los buscadores; una revelación llega a cada m o­
m ento y hace pedazos la m ontaña.2
Una porción se convierte en verde, una porción se convierte
en blanco de narciso; una porción se convierte en una perla, una
porción rubí y ám bar.
Tú que buscas contemplarle, mira fijamente esa cordillera Suya.
O h m ontaña, ¿qué viento ha soplado sobre ti? Nosotros nos he­
m os em briagado con el eco.
O h ja rd in e ro , ja rd in e ro , ¿p o r qué has venido a co g ern o s?
Si nosotros nos llevam os tus uvas, ¡tú te llevaste nuestra b o l­
sa!

12

La hora es ta rd e , la hora es tard e, el sol se ha hundido en el


pozo, el sol del alm a de los am antes ha entrado en el retiro de
Dios.
El día está oculto en la noche, un turco está entre los hindúes;
noche, lanza tus asaltos, pues ese turco está en la tienda.
Si captas un vislum bre de este resplandor, pondrás a arder el
sueño; pues por un viaje nocturno y la servidumbre, Venus se con­
virtió en la com pañera de la luna.
Estam os huyendo de noche y corriendo aprisa, y los zangis
van tras nuestras huellas, pues nos llevamos el oro, y el vigilante
nos descubrió.1
H em os aprendido a viajar de noche y hem os consum ido un
centen ar de vigilantes; nuestras m ejillas están ilum inadas pues
ese peón nuestro se ha convertido en rey.

1 Ver Corán, 9:138.


' Zangis: etíopes, esclavos negros.

25
¡Verdaderamente feliz es ese sonriente que ha apretado su m e­
jilla contra esa mejilla! ¡Grande y glorioso es ese corazón que ha
partido hacia ese Corazón dulce!
¿Quién hay en el cam ino del corazón que no tenga un suspiro
en su corazón? V erdaderam ente afortunado es ese hom bre que
está ahogado en ese suspiro.
Cuando se ha ahogado en el m ar, el m ar lo sube hasta la su­
perficie, com o José que em ergió del pozo a la grandeza.
Ellos dicen, “Polvo eres, y en polvo te convertirás.” ¿Cómo se
convertirá en polvo quien es el polvo de esta puerta?
Los cultivos parecen todos de una clase hasta que llega el tiem ­
po de la cosecha; una m itad se convierte en buen grano, la otra
m itad es barcia.

13
Venid, pues hoy es para nosotros un día de festival; de hoy en ade­
lante la alegría y el placer irán en aumento.
Dad palmadas, decid, “Hoy es todo felicidad” ; desde e l prin­
cipio era evidentemente un buen día.
¿Quién hay en este mundo como nuestro Amigo? ¿Quién ha vis­
to un festival como éste en un centenar de ciclos?
La tierra y el cielo están llenos de azúcar; en todas direccio­
nes la caña de azúcar ha brotado.
El estruendo de ese m ar esparciendo perlas ha llegado; el m un­
do está lleno de olas, y el m ar es invisible.
M ahom a ha vuelto de la Ascensión; Jesús ha llegado desde el
cuarto cielo.
Toda moneda que no sea de este lugar es falsa; todo vino que
no sea de la copa del A lm a es impuro.
¡Qué espléndida asamblea, donde el saki es buena fortuna, y sus
com pañeros son Junaid y Bá Y azld!1

1 Junaid era el jerarca de los Sufíes de Bagdad.Para Bá Yazld, ver nota 3 en poe­
ma 9.

26
Sufrí dolor de cabeza cuando estuve deseoso; no sabía que El
M ism o Dios nos desea.
A hora he caído dorm ido y he estirado m is pies, desde que he
com prendido que la buena fortuna me arrastra.

14
Poco a poco los borrachos se congregan, poco a poco llegan los
que alaban el vino.
Los m im osos del corazón llegan coquetam ente por el cam ino,
los de m ejillas rosadas llegan desde el jardín.
Poco a poco desde el m undo del ser y del no-ser, los no-seres
han partido y los seres están llegando.
Todos con faldas llenas de oro como una m ina llegan por cau­
sa del destituido.
El flaco y el enfermo desde la dehesa del am or llegan gordo y
sano.
Las almas de los puros com o los rayos del sol llegan desde tal
altura hasta los hum ildes.
Bendito es ese jard ín donde, por causa de M aría, nuevos fru ­
tos llegan incluso en invierno.1
Su origen es la gracia, y su regreso es la gracia; incluso desde
el jard ín hasta el jard ín están llegando.

15
¿Has visto alguna vez un amante que estuviera saciado con esta pa­
sión? ¿Has visto alguna vez un pez que se hubiera saciado con
este m ar?
¿Has visto alguna vez una imagen huyendo del grabador? ¿Has
visto alguna vez un V ám iq pidiendo perdón a A dhrá?1

' Ver Corán, 19:25.


1 V ám iq y Adhrá, cuyo apasionado amor se describe en una leyenda persa.

27
En la separación, el amante es com o un nombre sin significa­
do; pero un significado tal com o am ado no tiene necesidad de
nombres.
Tú eres el m ar, yo soy un pez — guárdame como desees; m ues­
tra com pasión, ejerce poder real— sin ti, estoy solo.
Poderoso emperador, ¿qué falta de compasión es ésta? En el mo­
m ento que no estás presente, el fuego rabia muy alto.
Si el fuego te contempla, se aparta a un rincón; el fuego ofre­
ce una herm osa rosa a cualquiera que coja una rosa del fuego.2
Sin ti, el mundo es un tormento; pueda no estar sin ti ni un solo
instante; por tu vida imploro esto, pues la vida sin ti es una tortu­
ra y una agonía para mí.
Tu imagen, com o un sultán, desfilaba dentro de m i corazón,
igual que Salomón entrando en el Templo de Jerusalén.
M illares de linternas brotaron en llamas, todo el templo se ilu­
m inó; Ridwanes y huríes atestaban el paraíso y el Rem anso del
K authar.3
¡Exaltado sea Dios, exaltado sea Dios! ¡Tantas lunas dentro
del paraíso! Este tabernáculo está lleno de huríes, sólo están ocul­
tas a los ojos del ciego.
¡Espléndido, feliz p ájaro que has encontrado m orada en el
am or! ¿C óm o iba a encontrar otro que el ‘A nqá lu g ar y aloja­
m iento en el Monte Q áf?4
¡Espléndido, señorial ‘Anqá, Emperador Shams-i Tabrlz! Pues
él es el Sol ni del este ni del oeste, ni de ningún lugar.5

2 Cuando Nimrod ordenó a Abraham que se arrojara al fuego, las llamas se con­
virtieron en rosas. Ver Corán, 21:69.
3 Hu rv. mujer bellísima creada por la fantasía religiosa de los musulmanes, com ­
pañera de los bienaventurados en el paraíso.
Ridwán es el ángel que guarda la puerta celestial.
Para Kauthar, ver nota 2 en poema 8.
4 De acuerdo con la creencia popular, esta montaña, localizada en el Cáucaso,
tendría quinientos parasangas de altura (alrededor de trescientos mil metros), des­
de cuya cima se divisaba toda la tierra, siendo la morada de las d lv s y p eris, así
como del legendario pájaro Anqa.
3 Ver Corán, 24: 35 .

28
16
E sta casa en cuyo interior se oye continuam ente el sonido de la
viola — pregunta al m aestro qué casa es ésta.
¿Q ué significa esta form a de ídolo, si ésta es la casa de la
Kaaba'l Y ¿qué significa esta luz de Dios, si éste es un templo de
la M agia?1
En esta casa hay un tesoro que el universo es demasiado pequeño
para contener; esta casa y este maestro son todo ficción y preten­
sión.
No pongas tu mano sobre esta casa, pues esta casa es un talis­
mán; no hables al maestro, pues está borracho desde anoche.
El polvo y la basura de esta casa es todo alm izcle y perfume;
el tejado y la puerta de esta casa es todo verso y melodía.
En breve, quien encuentra el cam ino hasta esta casa se con­
vierte en el sultán del mundo y el Salom ón del tiempo.
Oh maestro, inclina una vez tu cabeza desde este tejado, pues
en tu herm oso rostro está la señal de la fortuna.
Juro por tu alm a que, salvo la vista de tu rostro, aunque fuera
el reino de la tierra, todo es fantasía y fábula.
El jardín está desconcertado por saber qué es la hoja y qué es
el capullo; los pájaros están turbados por saber qué es la tram pa
y qué es el cebo.
Este es el Señor del cielo, que se parece a Venus y a la luna, y
esta es la casa del Amor, que no tiene lím ite ni fin.
Como un espejo, el alma ha recibido tu imagen en su corazón;
la punta de tu trenza se ha hundido en el corazón como un peine.
Puesto que en presencia de José las m ujeres se cortan las m a­
nos, ven a mí, oh alma, pues el Amado está en m edio.2
Toda la casa está borracha, nadie tiene conocim iento de quién
entra, si es Fulano o es M engano.
No te sientes borracho en la puerta, entra de una vez en la casa;
está en la oscuridad quien tiene el umbral com o lugar.

1 La Kaaba es el santuario más famoso en la Meca.


2 Ver Corán, 12:31.

29
A unque los b o rrach o s de D ios sean m illares, sin em bargo
son uno; los borrachos de la codicia — aunque fuera uno, son do­
bles.
Entra en el bosque de los leones y no temas por la herida, pues
el pensam iento y el m iedo sólo están en la imaginación de las m u­
jeres.
Pues no hay ninguna herida, ahí es todo piedad y amor, pero
tu im aginación es como una tranca detrás de la puerta.
Pega fuego al bosque, y guarda silencio, oh corazón; retira tu
lengua, pues tu lengua es dañina.

17
Yo estaba en aquel día cuando los Nombres no existían, ninguna
señal de existencia estaba dotada de nombre.
Ante m í los Nombres y el Nombrado fueron expuestos a la vis­
ta, el día en que “Yo” y “Nosotros” no existían.
Por una señal, la punta del rizo del Amado se convirtió en un
centro de revelación, sin em bargo la punta de ese herm oso rizo
no existía.
L a cruz y los cristianos, de un extremo a otro, yo exam ine; Él
no estaba en la cruz.
Fui al templo de los ídolos, a la antigua pagoda; allí no había
ninguna huella visible.
Fui a las montañas de H erát y C andahár; m ire; Él no estaba
en aquel valle.
Con propósito decidido fui a la cima del M onte Qáf; en ese lu­
gar sólo estaba la m orada del ‘A nqá.1
Giré las riendas en busca de la Kaaba; Él no estaba en ese lu­
gar donde se reunían viejos y jóvenes.
Pregunté a Ibn Sí na por su estado; Él no estaba al alcance de
Ibn S lna.2

1 Para el Monte Qáf, ver nota 4 en poema 15.


2 Ibn Sína, célebre investigador en la medicina y la metafísica.

30
Viajé hacia el lugar de “la distancia de dos disparos de arco
Él no estaba en aquella corte exaltada.3
M iré dentro de m i propio corazón; ahí Le vi; Él no estaba en
ningún otro sitio.
Salvo Shams-i T abriz, el alm a pura, nadie estuvo nunca bo­
rracho, em briagado y aturdido.

18
El pájaro de m i corazón ha em pezado a revolotear de nuevo, el
loro de m i alm a ha em pezado a m ascar azúcar.
Mi loco y borracho cam ello ha em pezado a partir la cadena
de la razón.
Un trago de ese incauto vino ha em pezado a flu ir por m i ca­
beza y m is ojos.
E l le ó n d e la m i r a d a f ija , a p e s a r d e l p e r r o d e lo s
C om pañeros de la C ueva, ha em pezado a b eber m i sangre de
nuevo.1
El agua está fluyendo de nuevo en este río; junto a la orilla ha
em pezado a brotar la hierba.
La brisa del alba está soplando de nuevo en el jardín, ha em ­
pezado a soplar sobre la rosa y la rosaleda.
El Amor me vendió por una simple falta; el corazón del Amor
ardió, y ha em pezado a com prarm e de nuevo.
Él me expulsó; la compasión llegó hasta él y me llamó; el Amor
ha em pezado a m irarm e amablemente.
Mi enem igo ha visto que estoy con el A m igo; ha em pezado a
roer su m ano de envidia.
Mi corazón ha escapado de las mañas de la fortuna, ha em pe­
zado a deslizarse hacia el pecho del Amor.
La frente del chism oso haciendo señales ha em pezado a cur­
varse sobre los ojos.

1 Ver Corán, 53:8.


1 Para los “Compañeros de la Cueva”, ver Corán, 18:8.

31
Cuando el Amor llamó a m i corazón hasta Él, m i corazón em ­
pezó a huir de toda creación.
Las criaturas son como bastones; el ciego arroja el bastón cuan­
do em pieza a ver.
Las criaturas son com o leche; el niño rechaza la leche cuando
em pieza a digerir carne.
El espíritu es com o un halcón tom ando vuelo, porque ha em ­
pezado a oír el tam bor del rey.
Basta, pues el velo del habla ha em pezado a hilar una cortina
alrededor de ti.

19
Ven, tú que has dado nueva vida al mundo, inutiliza a la astuta ra­
zón.
Hasta que me vueles com o una flecha, no puedo volar; ven,
llena una vez más el arco.
A causa de tu amor, el tazón ha caído otra vez desde el tejado;
una vez más desciende esa escalera desde el tejado.
Los hombres me preguntan, “¿En qué dirección está Su teja­
do?” En esa dirección por la que el alma fue llevada;
En esa dirección por la que cada noche p arte el alma, después
en el tiem po del am anecer Él devuelve el alma;
En esa dirección por la que la primavera llega a la tierra, y en
el am anecer Él otorga una nueva lám para sobre los cielos;
En esa dirección por la que una vara se convirtió en una ser­
piente, y Él llevó a las huestes del Faraón al infierno;
En esa dirección por la que surgió esta búsqueda en ti — ella
m ism a una señal, busca una señal.
T ú eres ese hombre que está sentado sobre un asno, y sigue
preguntando al asno esto y aquello.
Permanece en silencio; pues por celosa estima Él no desea con­
ducir a todos y cada uno hasta el mar.

32
20
Si no conoces el Amor, interroga a las noches, pregunta a la páli­
da m ejilla y a la sequedad de los labios.
Igual que el agua habla de las estrellas y la luna, así las formas
físicas hablan del intelecto y el espíritu.
Del A m or el alma aprende un m illar de clases de cultura, tal
cultura no se halla en las escuelas.
E ntre un cen ten ar de personas, el am ante destaca tan claro
com o la brillante luna en el cielo entre las estrellas.
La mente, aunque inform ada de todas las doctrinas de las sec­
tas, no sabe nada y se queda perpleja ante la doctrina del Amor.
El hom bre que tiene un corazón com o Khidar, que ha bebido
el agua de la vida del A m or — para alguien así las fuentes más
cristalinas no tienen ningún valor.1
No te afanes en el jard ín ; contem pla en el alm a del am ante
D am asco y Ghüta, enram adas de rosas y toda Nairab.2
¿Q ué es D am asco? Es un paraíso lleno de ángeles y huríes;
las m entes están asom bradas ante esas m ejillas y esos m entones
redondeados.3
Su delicioso vino no produce vóm itos ni dolor de cabeza, la
dulzura de su halva no da pie a diviesos ni fiebres.
Todos los hombres, desde el rey al m endigo, están en el tirón
del apetito; el Am or libera al alma de todos los apetitos y deseos.
¿Qué orgullo siente el A m or por sus com pradores? ¿Qué cla­
se de sostén son los zorros para el león?
Sobre la palm era datilera del mundo no encuentro un dátil m a­
duro, pues todos m is dientes se han despuntado con dátiles ver­
des.
Vuela con las alas del A m or en el aire y hasta los cielos, está
exento com o el sol de la necesidad de los anim ales de m ontar.

1 Ver nota 1 en poema 8.


3 Ghüta era la región que rodeaba a Damasco.
Nairab era una aldea cercana a Damasco, colmada de jardines.
1 Para huríes ver nota 3 en poema 15.

33
Los corazones de los amantes no experimentan soledad como los
simples, no temen a la ruptura y la separación como los complicados.
L a Providencia escogió al A m or en atención a las alm as, la
Causa adquirió el A m or de todas las cosas causadas.
El representante del A m or entró en el pecho del Cadí de Kab,
para que su corazón respingara del juicio y el parloteo.
j Vaya mundo! ¡Qué extraño arreglo y orden, ello arroja un m i­
llar de confusiones en las cosas bien ordenadas!
M endigo del Amor, para todas las alegrías que el mundo con­
tiene, considera que ese Amor es la m ina de oro, y esas cosas sólo
doradas.
Amor, tú has hurtado mi corazón con astucia e ingenio; tú men­
tiste — ¡no lo quiera D ios!— pero dulcem ente y de m anera en ­
cantadora.
Deseo m encionarte, Amor, con gratitud; pero estoy aturdido
contigo, y m i pensam iento y razón están confundidos.
A labara yo al Amor en cien m il idiomas, la belleza del A m or
supera de largo todo ese tartam udeo.

21
«

Da hoy en medida abundante ese vino puro; golpea en total con­


fusión esa presurosa rueda del cielo.
A unque dado que el tazón invisible ha estado oculto a los ojos,
no es posible disim ular la em briaguez y la depravación.
Amor, cuyo com ercio es la alegría, dulce de habla y dulce de
pensam iento, arrebata ahora el velo del rostro de ese rey velado;
Benigno, que los gritos de exultación puedan elevarse de este
y ese lado, ¡eh!, rosado de mejillas, colm a el ja rro y el tazón.
Si no deseas que la enram ada de rosas sea revelada, ¿por qué
abriste la tienda de agua de rosas?
Habiéndonos robado nuestros sentidos y puesto a fluir este río,
lanza enseguida el ánade al agua.
Oh alma, somos como granos brotados en esta extensión, secos
de labios y buscando con nuestras vidas la lluvia que lleva la nube.

34
A cada lado un nuevo m ensajero declara, “N unca la hallarás;
¡parte!” Grita “Dios no lo quiera” contra ese cuervo de mal agüero.
Provocador de jolgorios de todos los espíritus, ladrón de bol­
sas de cada G oha, hurtando el rabel de la mano de Bü B akr, fa­
moso por su laúd.1
Hoy deseo que em briagues y enloquezcas esta alm a parlan-
china, esa verbosa razón.
A gua de la vida para nosotros, m anifiéstate com o la resurrec­
ción, ¿qué im porta que la leche del roñoso cam ello sea vida para
el beduino?
M uy herm osa es tu majestad y belleza; permanece en silencio
y sostén la respiración, no hagas conscientes de nosotros a todos
los desatentos ahogados en un sueño profundo.

22
A cada instante una revelación del cielo llega hasta las almas más
secretas de los hombres: “¿Hasta cuándo perm aneceréis como las
heces sobre la tierra? ¡Venid arriba!”
Todos aquellos cuyas almas son pesadas al final confirm an ser
heces; sólo suben a lo alto de la tinaja cuando sus heces se han
aclarado.
No remuevas la arcilla a cada momento, p ara que tu agua pue­
da volverse clara, para que tus heces puedan ser ilum inadas, para
que tus dolores puedan ser curados.
Es espiritual, com o una antorcha, sólo su hum o es más gran­
de que su luz; cuando su hum o rebasa los lím ites, ya no m ani­
fiesta resplandor en la casa.
Si dism inuyes el hum o, disfrutarás de la luz de la antorcha;
ambas m oradas, ésta y aquella, se ilum inarán con tu luz.
Si m iras en el agua turbia, no ves la luna ni el cielo; sol y luna,
ambos desaparecen cuando la oscuridad posee el aire.

1 Goha, loco y bufón.


Bü Bakr, suegro y sucesor de Mahoma, primer califa árabe.

35
Una brisa del norte está soplando, a través de la cual el aire se
aclara; para este bruñido respira el céfiro en el amanecer.
La brisa espiritual bruñe el pecho de toda tristeza; deja que la
respiración se detenga por un momento, y la aniquilación llegará
sobre el espíritu.
El alma, una desconocida en el mundo, anhela la ciudad del
sinlugar; ¿por qué, oh, por qué el espíritu bestial precisa tanto
tiem po para pastar?
Pura, excelente alma, ¿hasta cuándo seguirás viajando? T ú eres
el halcón del Rey; ¡regresa volando hacia el silbido del Emperador!

23
Hay una pasión en m i cabeza, que no tengo inclinación por la hu­
manidad, esta pasión me hace tal que soy inconsciente de mí m is­
mo.
El rey del am or ofrece cada m om ento dos m il reinos; yo no
deseo nada de él salvo su belleza.
El cinturón y la gorra de su am or son suficiente p ara m í en
am bos mundos; ¿qué im porta que m i gorra caiga? ¿Q ué im porta
que no tenga cinturón?
Una mañana su amor llevó a m i corazón herido hasta un lugar
donde trascendí el día y la noche, y no tengo conocim iento del
amanecer.
Un viaje llevó a m i alma hasta el reino de las realidades, tal
que el cielo y la luna dicen, “Yo no tengo tal viaje.”
En la separación, si m i alma esparce perlas de m is ojos, no
pienses que no tengo un corazón lleno de perlas suyas.
¡Qué vendedor de azúcar tengo vendiéndom e azúcar! Ni un
solo día dijo, “Vete, pues no tengo azúcar.”
Yo m ostraría una señal de su belleza, pero los dos mundos es­
tarían tan confundidos; no tengo ninguna inclinación por ese cla­
m or y jolgorio.
T abnz, he jurado que después que Shams-i D in llegue, en gra­
titud rendiré esta cabeza, pues sólo tengo una cabeza.

36
24
Mi borrachera de hoy no es com o m i borrachera de ayer; ¿no me
crees? ¡Coge un vaso, y bebe!
Estoy ahogado en vino; las aguas se han llevado m i razón. El
intelecto dijo, “Adiós, no volveré a estar sobrio otra vez.”
La razón y el intelecto se han ido locos del mundo, com o una
olla rebosante cuando hierve excesivamente.
Este loco y em briagado corazón partió sus cadenas y escapó;
no discutas con los borrachos — no digas nada; vete; guarda si­
lencio.
En el amanecer, el vigilante me dijo desde la escalera, “Anoche
oí un alboroto procedente del séptim o cielo.
Saturno dijo a Venus, “Toca tu plectro más suavemente. Leo,
coge a Tauro por los cuernos y ordéñale.”
“ ¡Mira cóm o, cual resultado de terror, la leche de los pezones
de Tauro se ha vuelto sangre! ¡Mira cómo el Leo de los cielos, de
miedo, se ha vuelto com o un ratón!
Leo, ataca ferozmente; ¿hasta cuándo huirás como un perro de
mala raza? Haz una dem ostración, oh cara de luna; ¿hasta cuán­
do velarás tu rostro?
Abre tus ojos a las seis direcciones, contem pla el brillo de la
luz; abre tus orejas al cielo, tú cuyos ojos se han convertido en
orejas.
O ye el saludo del Alma, para que puedas escapar del habla;
m ira fijamente al form ador de la Forma, para que puedas escapar
de las form as.”
Yo le dije, “M aestro, ve, dilo, sea lo que sea; yo soy puro y re­
cién liberado, esclavo del com erciante de heces.”
El m iedo y la esperanza por ti están asignados a la razón; las
criaturas salvajes son el juego para tu grano y tu trampa.
Puesto que las heces de su angustia me han tom ado bajo su
protección, no me hables de estas cosas; esa es tarea tuya — ¡tra­
baja!

37
25
De nuevo la violeta doblada ha llegado junto al lirio, de nuevo la
rosa vestida de rubí está haciendo trizas su vestido;
De nuevo nuestros seres vestidos de verde han llegado en regocijo
desde el otro lado del mundo, veloces com o el viento, borrachos
y con paso m ajestuoso y alegres.
El ciprés abanderado partió y consum ió el otoño con rabia, y
desde la cima de la montaña, la anémona de dulces facciones m os­
tró su rostro.
El jacinto dijo al jazm ín, “La paz sea contigo” ; el segundo re­
plicó, “Contigo sea la paz; ¡ven, m uchacho, a la pradera!”
Un Sufi a cada lado, habiendo alcanzado algún favor, de pal­
madas com o el plátano silvestre, baila com o el céfiro;
El capullo oculta su rostro com o damas veladas — la brisa re­
tira su chaddur diciendo, “ ¡Desvela tu rostro, buen am igo!” 1
El am igo está en este rincón nuestro, el agua en éste nuestro
arroyo; loto en galas ¿por qué estás sediento y pálido?
El invierno de rostro agrio ha partido, ese asesino de la alegría
ha sido asesinado; jazm ín de pie veloz, ¡larga sea tu vida!
El ocupado narciso guiñó el ojo a la verdura; la verdura en­
tendió sus palabras y dijo, “T ú m andas.”
El clavo dijo al sauce, “Tengo esperanzas en ti” ; el sauce res­
pondió, “Mi apartamento de soltero es tu aposento privado — ¡bien­
venido!”
La m anzana dijo, “Naranja, ¿por qué estás tan arrugada?” La
naranja replicó, “No me luzco por m iedo al ojo m alvado.”
La palom a torcaz llegó arrullando, “¿D ónde está ese am igo?”
El ruiseñor de dulces notas le señaló a la rosa.
Ju n to a la m a re a p rim av eral d el m u n d o hay u n a se creta
prim av era; ¡da vino, oh sa ki de m e jillas de lu n a y d ulce de
boca!
La luna se eleva en las sombras de la oscuridad, ¡la luz de cuya
lám para vence al sol en el mediodía!

1 El chaddur es un vestido negro que cubre completamente a las musulmanas .

38
Varias palabras sin em bargo quedan por decir, pero es intem ­
pestivam ente tarde; cualquiera que fuera om itida en la noche, la
com pletaré mañana.

26
Fui a la morada del maestro y dije, “¿Dónde está el M aestro?” Él
dijo, “El M aestro está enam orado y em briagado y vaga de un lu­
gar a otro.”
Yo dije, “Tengo una obligación que cum plir, al menos dam e
una pista; yo soy un am igo del M aestro; no, en realidad, yo no soy
su enem igo.”
Ellos replicaron, “El M aestro está enam orado del Jardinero;
búscale en los jardines o en la orilla de un río.”
Los am antes frenéticos persiguen el objeto de su amor; si al­
guien se hubiera enam orado, ¡ve, lava tus m anos de él!
El pez que ha conocido el agua no vuelve a la tierra; ¿cómo
perm anecería un am ante en la esfera del color y el perfume?
L a nieve helada que ha contem plado el rostro de ese Sol, es
tragada por el sol, aunque estuviera am ontonada.
Especialm ente quien es el am ante de nuestro Rey, un rey sin
par, fiel y de carácter dulce.
Por la infinita alquimia, que nadie puede computar ni conjeturar,
el cobre, tan pronto com o es tocado, se convierte en oro a la or­
den de “Regresa.
Pasa el m undo durm iendo, y huye de las seis dim ensiones;
¿hasta cuándo vagarás en la locura y el aturdim iento de un lado
a otro?2
Inevitablemente ellos te conducirán al final, con tu propio con­
sentim iento, para que puedas alcanzar el honor y la gloria en pre­
sencia del Rey.

1 Ver Corán, 89:28.


J El mundo es mirado como un cubo, y sus seis caras son: enfrente, detrás, de­
recha, izquierda, arriba y abajo.

39
Si no hubieras sido un intruso en la com pañía, Jesús te habría
revelado los m isterios, punto por punto.
He cerrado el pasillo de los labios, y he abierto el cam ino se­
creto; estoy libre en un m om ento del deseo del habla.

27
El A m or me quitó el sueño — y el Amor quita el sueño, pues el
A m or no obtiene el alm a y la mente por apenas m edio grano de
cebada.
El Amor es un león negro, sediento y bebedor de sangre, sólo
pasta en la sangre de los amantes.
Se pega a ti con cariño, y te lleva hacia la trampa; cuando has
caído dentro, entonces m ira desde lejos.
El A m or es un príncipe tirano, un oficial de policía sin escrú­
pulos, tortura y estrangula al inocente.
Q uien cae en las manos del Amor llora como una nube; quien
m ora lejos del Amor se hiela com o la nieve.
A cada instante el Amor hace añicos un millar de tazones, a cada
m om ento cose y rasga un m illar de prendas.
El A m or hace llorar a m is ojos, y sigue riendo; el A m or mata
m iserablem ente a un m illar de almas, y las cuenta como una.
Aunque el simurg vuele felizmente en fel Monte Qáf, cuando ve
la tram pa del Amor cae, y no vuelve a volar.1
N ingún hombre escapa de las cuerdas del A m or por m edio de
m entiras o locura, ningún hom bre razonable escapa de su tram pa
por m edio de la inteligencia.
Mis palabras están desordenadas a causa del Amor, de otra m a­
nera te habría m ostrado los cam inos por los que el Am or viaja;
Te habría m ostrado cóm o el Amor atrapa al león, te habría
m ostrado cóm o el A m or caza a la presa.

1 Para el “Monte Q á f’ ver nota 4 en poema 15.


Para “simurg” ver nota 1 en poema 2.

40
28
A grio de rostro, en m i presencia hablaste m al de mí; la boca del
buitre siem pre huele a carroña.
Tus sucias palabras se hicieron evidentes en tu rostro; la vile­
za está siem pre m anifiesta en el rostro y la tez del don nadie.
Yo tengo un am igo y Amado, así pues, sigue pulverizándote
en la m uerte y la enem istad; ten cuidado, el océano nunca fue
m anchado por la boca de ningún perro.
Aunque la G udad Santa está llena de cerdos fráncicos, después
de todo, ¿cómo va a traer eso un mal nombre al Templo Sagrado?'
Esta es la cara del espejo; José brilla en ella; el dorso por muy
adornado que esté, es un desconocido.
Si el murciélago piensa mal, el sol no está afligido — ¿cómo per­
ju d icaría al sol que la som bra esté al revés?
Jesús era un reidor, Juan Bautista un ceñudo; el primero rió de
confianza, el segundo frunció de miedo.
Ellos dijeron, “Oh Señor, ¿cuál de estos dos es mejor para T us
ojos? ¿Cuál de estos dos es m ejor en el bien fundado cam ino?”
Dios dijo, “Es superior quien tenga m ejores pensam ientos de
Mí; los buenos pensam ientos del pecador no le deshonran.”
T ú eres un ceñudo, no de m iedo ni aspiración religiosa, tú es­
tás pálido de envidia, rojo oscuro de relam erte.
Estos no van a ninguna parte, sólo son adecuados para fuego;
¡ay de aquél en quien la envidia haya echado raíces!
Déjalo ir de tu mano; está maldito; quien es enem igo de la luna
sólo tiene som bras.2
Conoce con seguridad, oh sol, que los murciélagos son tus ene­
migos, son una desgracia para todos los pájaros, prisioneros com ­
pañeros en la noche en co va d o ra 3
El enem igo del sol está reducido, esa fila no es nada p ar él;
¿cuánto dura la m ota que ha caído en el ojo?4

1 Una rara referencia a los Cruzados.


J Ver Corán, 111:1.
1 Ver Corán, 81:17.
4 Ver Corán, 108:3.

41
29
Saki, mi espíritu está siguiendo la senda del amor, pero a causa de
tu fatiga m i lengua está atada.
Como una flecha vuelo hacia tu alegre com pañía; amado, no
rom pas m i arco con crueldades.
Com o una tienda perm anezco recto ante ti sobre un pie; am a­
do, llévame a tu tabernáculo y siéntam e ahí.
Ah, pon el labio de ese ja rro sobre m i labio seco, entonces oye
la verdadera m agia de m i boca;
Oye la historia de Babilonia y el cuento de Va’il, pues por m e­
dio de la meditación he viajado por el m undo.1
Excúsam e si m i turbulencia rebasa los lím ites, pues el amor
no m e ofrece seguridad ni un solo momento.
Cuando tú estás cansado, yo estoy cansado de tu cansancio;
cuando lavas tus manos de mí, yo me muerdo los dedos.
En la noche cuando dispensas luz com o la luna hasta el am a­
necer, tras de ti corro com o una estrella;
En el día cuando levantas tu cabeza desde el este com o el sol,
com o el sol yo soy enteram ente espíritu.
Pero en el día cuando como el espíritu estás oculto a m is ojos,
com o el corazón de un pájaro revoloteo con ansiedad.
En el día cuando tu luz brilla a través de mi ventana, en m i h a-
bitación bailo de alegría com o una mota.
Alma racional, perm anece en silencio y ocúltate com o el pen­
sam iento, para que quien sólo piensa en las causas no pueda en­
contrar m i rastro.

1 V a’il era un antepasado de las tribus árabes de Bakr y Taghlib.

42
30
El amante tiene enram adas de rosas entre el velo de la sangre; los
am antes tienen asuntos que tram itar con la belleza del incom pa­
rable Amor.
La Razón dice, “Las seis direcciones son la frontera, y no hay
ninguna salida” ; el A m or dice, “Hay un cam ino, y por él he via­
jado muchas veces.”
La Razón contem pló un bazar y em pezó a com erciar; el Amor
ha contem plado muchos bazares más allá del bazar de la Razón.
H ay m uchos ocultos M ansures que, confiando en el alma del
Amor, abandonaron el púlpito y subieron al patíbulo.1
Los amantes chupadores de heces poseen percepciones extáti­
cas interiormente; los hombres de la razón, oscuros de corazón, al­
bergan negativas dentro de ellos.
La Razón dice, “No pongas tu pie en la tierra, pues en el patio
no hay más que espinas” ; el Am or dice, “Estas espinas pertene­
cen a la razón que vive en ti.”
Ten cuidado, perm anece en silencio; arranca del pie del cora­
zón la espina del ser, que puedas contem plar las enram adas de ro­
sas en tu interior.
Sham s-i T abrlzi tú eres el sol dentro de la nube de las pala­
bras; cuando tu sol se elevó, toda habla fue borrada.

31
David dijo, “Oh Señor, puesto que no tienes necesidad de noso­
tros, di, entonces, ¿qué sabiduría había en c re a r los dos m un­
dos?”
Dios le dijo, “Oh hom bre temporal, yo era un tesoro oculto;
quise que este tesoro de am or y m unificencia fuera revelado.
Presenté un espejo — su cara el corazón, su dorso el mundo—
su dorso es mejor que su cara, si desconoces su cara.”

1 Mansür o Halláj, místico mártir ejecutado.

43
Cuando la paja está mezclada con la arcilla, ¿cóm o tendrá éxi­
to el espejo? Cuando separas la paja de la arcilla, el espejo se vuel­
ve claro.
El zumo de uva no se convierte en vino, a menos que ferm en­
te un tiempo en la jarra; si deseas tener un corazón brillante, de­
bes esforzarte un poco.
Al alm a que surgió del cuerpo — m i rey le dijo, “Has llegado
com o te fuiste; ¿dónde están las señales de m is m ercedes?”
Es notorio que por la alquim ia, el cobre se convierte en oro;
nuestro cobre ha sido transm utado por esta rara alquim ia.
Por la gracia de Dios este sol no quiere corona ni manto; él es
una gorra para cien hombres calvos, y una capa para diez desnudos.
Hijo, Jesús se sentó sobre un asno por hum ildad; ¿cómo si no
m ontaría el céfiro sobre el lomo de un asno?
Oh espíritu, haz de tu cabeza una búsqueda como el agua de un
arroyo, y, oh razón, para ganar la vida eterna pisa eternam ente el
cam ino de la m uerte.
Guarda a Dios en la memoria hasta que el ego sea olvidado, para
que puedas perderte en el Llam ado, sin distracción, del llam ador
y la llamada.

32
¿Qué puedo hacer, oh musulm anes?, pues no me reconozco a m í
m ism o. No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar. No
soy de la m ina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego. No
soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia. No
soy del reino de Irak, ni del país de Khorásán.
No soy de este mundo, ni del próxim o, ni del Paraíso, ni del
Infierno No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni R izw án.1

1 Rizwfln: el ángel que guarda las llaves del Paraíso.

44
M i lugar es el sinlugar, m i señal es la Sinseñal. No tengo cuer­
po ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
H e desechado la dualidad, he visto que los dos m undos son
uno; Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
E l es el primero. E l es el último. E l es el exterior. El es el in­
terior. No conozco a ningún otro aparte de “Ya H ü” y “Y5 man
H ü” .2
Estoy em briagado con la copa del Amor, los dos mundos han
desaparecido de m i vista; no tengo otra cosa que hacer más que
el jolgorio y la jarana.
Si alguna vez en m i vida pasara un m om ento sin ti, por ese
tiempo y esa hora m e arrepiento de m i vida.
Si alguna vez en este mundo consiguiera un momento sin ti,
pisotearé los dos mundos, bailaré en triunfo para siempre.
Oh Shams-i Tabrlz, estoy tan borracho en este mundo, que sal­
vo la em briaguez y el jolgorio no tengo cuentos que contar.

33
Aunque de izquierda a derecha hay inútil crítica y vilipendio, ese
hom bre que ha perdido su corazón no se aparta del Amor.
La luna esparce luz, y el perro le ladra; ¿qué daño hace eso a
la luna? Tal es la especialidad del perro.
El amante es una montaña, no una paja para ser arrastrada por
el viento; es una bandada de moscas que el viento ha detenido.
Si es la regla que el A m or tenga la culpa, es tam bién la regla
para el A m or hacerse el sordo.
La desolación de ambos mundos en este cam ino es verdadero
cultivo; ren u n ciar a todos los beneficios es un beneficio en el
Amor.
Jesús desde la cuarta esfera grita, “ ¡Bienvenidos! Lavad vues­
tras m anos y boca, porque ahora es el tiem po de la M esa.”

1 “Ya Hü7’: “Oh Él”, es uno de los gritos más habituales de los derviches. “Yá man
//« ”: “Oh Él que es”.

45
Ve, bórrate en el A m igo en la taberna del no-ser; dondequie­
ra que dos borrachos estén juntos, hay pie seguro para el alboro­
to.
E ntras en la corte del diablo gritando, “ ¡Justicia, ju stic ia !”
Busca justicia en Dios, porque aquí no hay más que bestias salvajes.
El Profeta dijo, “No sigas el consejo de una m ujer” ; nuestra
alma carnal es com o una mujer, aunque practique la abstinencia.
Bebe mucho vino para d ejar de parlotear; después de todo,
¿no eres un am ante? ¿y no es este am or una taberna?
Aunque pronunciaras verso y prosa com o el oro de Ja’farI, ahí
donde está Ja’farI todo son cuentos sin valor.1

34
Oh amantes, amantes, el tiempo de la unión y el encuentro ha lle­
gado. La proclamación del cielo ha llegado: “ ¡Bellezas de rostro
de luna, sed bienvenidas!”
A legres corazones, alegres corazones, la alegría ha llegado
arrastrando la falda; nosotros hemos cogido su cadena, ella ha co­
gido nuestras faldas.
La ardiente poción ha llegado; ¡tristeza dem oníaca, siéntate en
un rincón!; ¡alma inquieta por la muerte, parte!, \saki inmortal, en­
tra!
Las siete esferas del cielo están borrachas de pasión por ti; nos­
otros somos como fichas en tu mano; nuestro ser a través de tu
ser es una m iríada de tiempos relajados.
¡Juglar de dulce aliento, sacude continuamente la campana!; ¡oh
alegría, ensilla tu corcel!; ¡oh céfiro, sopla sobre nuestras almas!
Oh sonido del caram illo de dulce conversación, en tu nota está
el sabor del azúcar; tu nota me atrae noche y día el perfume de la
fidelidad.
¡Em pieza de nuevo, toca esos aires una vez más! ¡Oh sol de
herm osa presencia, glorifica sobre todos los hermosos!

' Para Ja’farf, ver nota 1 en poema 10.

46
G uarda silencio, no rasgues el velo; consum e el ja rro de los
silenciosos; sé un velador, sé un velador, habitúate a la clemencia
de D ios.1

35
T res días hace desde que m i herm oso ha cam biado; el azúcar no
es am argo — ¿cómo es que ese azúcar está agrio?
Sum ergí m i cántaro en la fuente que contenía el Agua de la
Vida, y vi que la fuente estaba llena de sangre.
En el jardín donde doscientas mil rosas crecieron, en lugar del
fruto y las flores hay espinas, piedras y desierto.
Canto un ensalmo y lo susurro sobre el rostro de esa peri — pues
el conjuro es siempre cosa del exorcista.
Sin em bargo tras todos m is conjuros m i p eri no regresó al in­
terior de la botella, pues sus actividades trascienden cantos y en­
salmos.
Entre su frente hay viejas cóleras; el ceño en la frente de Lailá
es destrucción para M ajnün.1
Ven, ven, porque sin ti no tengo vida; mira, mira, porque sin ti
mis ojos son un verdadero diluvio.
Con lo propio de tu rostro com o la luna, abrillanta m is ojos,
aunque m is pecados sean más grandes que los de toda la hum a­
nidad .
Mi corazón gira alrededor de sí mismo, diciendo, “¿Cuál es mi
pecado? Pues cada causa está conjuntada con una consecuencia.”
Una proclamación llega hasta m í desde el M ariscal del juicio
eterno: “No busques en tu propio ego, pues esta causa no p erte­
nece al presente.”2

1 Aquí “velador” debe interpretarse como la persona que cubre algo con un velo,
i*n este caso, muy probablemente, los misterios divinos.
1 Majnün eran dos famosos amantes cuya historias se relata en un legendario
mmance beduino.
' Siendo descendientes de Adán, todos los hombres som os herederos de su an­
tigua desobediencia.

47
Dios da y coge, trae y lleva; Su asunto no es para ser medido
con las escalas de la razón.
Ven, ven, pues ahora por la gracia de Sé y esto es el paraíso
abre su puerta que es generosa.3
De la esencia de la espina contem plas m aravillosas flores; de
la esencia de la piedra ves el tesoro de Korah.4
La gracia divina es eterna, y por ello un m illar de llaves hay
escondidas entre el k a f y el barco de nun.5

36
N inguna alegría he encontrado en los dos m undos aparte de ti,
Amado. Muchas maravillas he visto; no he visto ninguna como tú.
Dicen que el fuego abrasador es para el infiel; no he visto a
nadie, salvo Abü Lahab, excluido de tu fuego.1
A m en u d o he p u esto la o reja esp iritu a l en la v entana del
Corazón; oí muchos discursos, pero los labios no los vi.
De repente colmaste de gracia a tu siervo; no vi causa p ara ello
más que tu infinita bondad.
Oh Copero elegido, oh m anzana de m is ojos, sem ejante a ti
nunca se vio en Persia, ni en A rabia lo he encontrado.
Vierto vino hasta que me convierta en un errante de m í m is­
mo, pues en la personalidad y la existencia sólo he sentido fatiga.
Oh tú que eres leche y azúcar, oh tú que eres sol y luna, oh tú
que eres m adre y padre, no he conocido más fam ilia que tú.
Oh A m or indestructible, oh divino Juglar, tú eres a la vez es­
tancia y refugio, un nombre igual a ti no lo he encontrado.
Nosotros somos pedazos de acero, y tu amor es el imán; tú eres
la fuente de toda inspiración, en mí m ism o no he visto a nadie.
¡Silencio, oh herm ano!, desecha el saber y la cultura. Hasta
que T ú nombraste la cultura, yo no conocía otra cultura que Tú.

3 “Sé y esto es”: concesión o gracia divina.


4 Ver Corán, 28:76.
5 K a f y nun son las letras que forman la palabra kun (¡sé!)
1 Abü Lahab era tío y enem igo de Mahoma.

48
37
Si tú eres el am ante del A m or y vas en busca del Amor, coge un
puñal afilado y corta el cuello de la timidez.
Debes saber que la reputación es un gran obstáculo en el ca­
m ino; este dicho es d esin teresad o — recíb elo con una m ente
pura.
¿Por qué ese loco hizo un m illar de locuras, ese salvaje elegi­
do desplegó un m illar de tretas?1
A hora desgarra su túnica, ahora corre sobre la montaña, ah o ­
ra sorbe veneno, ahora elige la muerte;
Puesto que la araña atrapó tan grande presa, ¡fíjate en la víc­
tim a que tom ará la tram pa de M i Señor S uprem o!2
Si el am or del rostro de Lailá tenía tal valor, ¿cóm o será con
Él llevó a Su siervo de nocheV
¿No has visto los D lvans de Visa y Rám in? ¿No has leído los
cuentos de V ám iq y Adhrá?4
T ú que recoges tu ropa para que el agua no la moje; un m illar
de veces debes hundirte en el mar.
El sendero del A m or es todo em briaguez y hum ildad; puesto
que el torrente fluye hacia abajo, ¿cóm o correrá hacia arrib a?
T ú serás como el bisel en el anillo de los amantes, si eres el
esclavo del bisel, oh maestro.
Igual que esta tierra es esclava del cielo, igual el cuerpo es es­
clavo del espíritu.
Ven, di, ¿qué perdió la tierra con este lazo? ¿Qué favor no hizo
la razón a los m iem bros?
Hijo mío, esto no es para golpear el tam bor bajo una colcha;
clava, como los hom bres valientes, tu estandarte en medio del de­
sierto.

' "Ese loco” se refiere a Majnün, amante de Lailá.


' 1.a araña” probablemente se trate de la que hiló una tela ocultando la entra­
da de la cueva en la que Mahoma se refugió en su huida de la Meca.
’ Ver Corán, 17:1.
* V isa y RamI, Vámiq y Adhrá, fueron famosos amantes en las leyendas per-
m is.

49
Escucha con el oído de tu alma los innumerables sonidos en el
hueco de la cúpula verde, elevándose del grito apasionado de los
amantes.
Cuando las cuerdas de tu túnica sean desatadas por la em bria­
guez del amor, ¡contempla el triunfo del cielo y la perplejidad de
Orion!
¡Cómo el mundo, alto y bajo, es agitado por el amor, que está
purificado de lo alto y lo bajo!
C uando el sol se eleva, ¿dónde queda la noche? C uando la
aleg ría de la m u n ific en cia lleg ó , ¿d ó n d e se rezag ó la a f lic ­
ción?
Estoy en silencio; habla tú, oh alma del alma, pues cada átomo
se articuló de deseo por tu rostro.

38
Yo soy ese suplicante que te suplica; la angustia inspirada por una
belleza com o la tuya, tiene p ara m í un m illar de encantos.
T ú eres el sol de m is ojos — son radiantes con tu belleza; si
los apartara de ti, ¿a quién m iraría de nuevo?
No seré inconstante hacia ti a pesar de tu cruel trato; perm a­
neciendo constante te im pediré la crueldad.
Me quejé de ti, tú dijiste, “Prueba tu propio rem edio.” Mi co­
razón proporciona un rem edio para la aflicción Divina.
No te hablaré del dolor de m i corazón, pues te aburriría; acor­
taré este cuento, pues mi dolor es largo.

39
Hazte como la comunidad, para que puedas sentir la alegría espi­
ritual; entra en la calle de la taberna, para que puedas ver a los b e­
bedores de vino.
A pura la copa de la pasión, para no sentir vergüenza; cierra
los ojos de tu cabeza, para ver el ojo oculto.

50
Abre tus brazos, si deseas un abrazo; rom pe el ídolo de arci­
lla, para contem plar el rostro del Hermoso.
¿Por qué consientes pagar un precio tan alto por una anciana?,
y ¿hasta cuándo, por tres b arras de pan, m irarás la espada y la
lanza?
Siempre de noche regresa el Amado, no com as opio esta no­
che; cierra tu boca frente a la comida, para que puedas saborear
la dulzura de la boca.
Vedlo, el copero no es un tirano, y en su asamblea hay, un cír­
culo; siéntate, ¿hasta cuándo m irarás la revolución (del tiempo)?
M ira ahora, he aquí un pacto: da una vida y recibe cien. Dejad
de portaros com o perros y lobos, para que podáis experim entar el
am or del Pastor.
T ú dijiste, “Mi enem igo se llevó a tal de m i lado.” Ve, renun­
cia a esa persona para contem plar Su ser.
Ni pienses en nada excepto en el creador del pensam iento pre­
ocuparse por el alma es mejor que preocuparse por el pan diario.
¿Por qué cuando la tierra de Dios es tan ancha, caes dorm ido
en una prisión? Evita los pensam ientos enredados, para que pue­
das ver la explicación en el Paraíso.
A bstente de hablar, para que puedas conquistar el habla en el
futuro; abandona la vida y el mundo, para que pueda contem plar
la Vida del mundo.

40
Este pichón volantón probó el aire y voló cuando oyó un silbido
y una llam ada desde lo invisible.
C uando ese Deseo de todo el mundo envió un m ensajero di­
ciendo, “Ven a M í,” ¿cóm o no iba a tom ar vuelo el alm a del dis­
cípulo?
¿Cóm o no volaría hacia arriba al descubrir tales alas?, ¿cómo
no rasgaría la túnica del cuerpo a la llegada de tal m isiva?
¡Que luna es esta que arrastra todas estas almas! ¡Que cam i­
no es ese cam ino secreto por el que las arrastró!

51
La com pasión divina envió una carta diciendo, “Vuelve aquí,
pues en esta estrecha jaula tu alma ha revoloteado mucho.
Pero en la casa sin puertas, tú eres com o un pájaro sin alas; así
lo hace el ave del aire cuando ha caído muy baja.
Al final la inquietud le abre la puerta de la com pasión; golpea
tus alas contra la puerta y el techo — esta es la llave.
Hasta que Me llames, no sabrás el cam ino de regreso; pues por
N uestra llam ada el cam ino se m anifiesta a la razón.”
Cualquier cosa que suba, si es vieja se vuelve nueva, cualquier
cosa nueva que descienda de aquí, con el tiempo se vuelve raída.
Ah, contonéate orgullosam ente hasta lo invisible, no m ires
atrás, en la protección de Dios, pues a h í todo es provecho e in­
cremento.
Ah, silencioso, parte hacia el Saki del Ser, que te dio Su puro
vino en esta copa manchada.

41
Tú me has agarrado por la oreja — ¿adonde me estás arrastrando?
D eclara lo que hay en tu corazón, y cuál es tu propósito.
Príncipe, ¿qué caldera cocinaste anoche p ara mí? ¡Dios sabe
qué melancólica locura hay en el Amor!
Puesto que las orejas del cielo y la tierra y las estrellas están
todas en tu mano, ¿adónde están yendo? Igual a ese lugar donde
tú dijiste, “ ¡Venid!”
Al resto le cogiste sólo por una oreja, a m í me cogiste por las
dos; desde las raíces de cada oreja digo, “ ¡Que podáis resistir mu­
cho!”
Cuando un esclavo se hace viejo, su amo le deja libre; cuando
yo me hice viejo, Él me esclavizó de nuevo.
¿No han de levantarse los niños con el pelo blanco en la resu­
rrección? Pero tu resurrección ha vuelto negro el pelo de los vie­
jos.
Puesto que tú das vida a los m uertos y haces al viejo joven, yo
he caído en silencio, y me dedico a la oración.

52
42
Vi a m i Amado yendo de un lado a otro de la casa; cogió un ra­
bel y tocó una canción.
Con el tacto del fuego tocó una dulce melodía, borracho y atur­
dido y encantador en la ja ra n a nocturna.
Llam ó al copero al m odo de Irak; vino era su objeto, el cope­
ra sólo una excusa.
El bello copero, ja rra en mano, salió de un receso y la puso en
el centro.
Llenó la prim era copa con ese vino reluciente — ¿has visto al­
guna vez agua sobre fuego?
Para aquellos enam orados lo pasó de mano en mano, después
se inclinó y besó el dintel.
Mi Amado lo recibió de él, y bebió el vino; instantáneam ente
sobre su rostro y cabeza corrieron destellos de llama.
Entretanto m iraba su propia belleza diciendo al ojo del mal,
"No ha habido ni habrá en esta era otro com o yo.
Yo soy el Sol Divino del mundo, yo soy el Amado de los am an­
tes, el alm a y el espíritu se mueven continuam ente ante mí.”

43
I ,ii noche es larga y ancha en atención a los am antes y ladrones;
(¡ili, ven, noche ramera, y haz el trabajo de ambos!
Robo cornalinas y perlas del tesoro del sultán, no soy tan m ez­
quino com o para robar la tela del pañero.
Dentro del velo de las noches hay sutiles ladrones que con as­
tucia encuentran un cam ino hasta el tejado de la casa del m iste-
no .
Mi am bición es el viaje nocturno, y la bellaquería es nada
iiirnos que el tesoro del rey y la cornalina de ese rey de la glo-
iin.
I .i mejilla que en su ataque hace desaparecer la noche del mun-
■In ¡buena lám para, que ilum ina al sol y form a a la luna!

53
Todas las necesidades de los hom bres son concedidas en la
Noche de Poder, pues el Poder alcanzó esa exaltación de una luna
llena com o tú.1
Tú eres todo, y más allá de todo ¿qué más hay, que entre en la
im aginación que alguien sea tu par?
Ah, olvídate de esto; abre bien las orejas, pues estoy em pe­
zando un cuento totalm ente raro y extraño.
Puesto que no has visto al M esías, da oído a la leyenda; vuela
com o un halcón blanco hasta el tam bor del halcón.
Puesto que eres una moneda de oro rojo, recibe el sello del rey;
si no eres rojo, entonces ¿por qué todo este retazo?
Cuando te convertiste en tesoro no lo com prendiste, que allí
donde hay un tesoro, el delator se pone a trabajar.
Trae tu tesoro, y no gastes bromas, pues no escaparás por va­
porización ni postración ni conmemoración ni abstinencia ni oración.
¿Robas y después te sientas en el rincón de la m ezquita di­
ciendo, “Soy el Junaid de esta edad, el Bá Yazld de la súplica?”2
Devuelve la tela, después sigue con tu abstinencia, no pongas
débiles excusas y balbucees tu cuento.
Acalla tus pretextos, pues en este lugar los hombres no consi­
guen un simple grano con disim ulo e ingeniosa astucia.
A garra la falda de la felicidad de Shams-i Tabrlzl, que tu per­
fección pueda ser bordada con la m agia de su manga.

44
Ayer entregué un mensaje para ti a una estrella; le dije, “A esa for­
ma com o la luna, preséntale m is servicios.”
Postrándome le dije, “lleva ese servicio al sol que de las duras
rocas hace oro en su ardor.”

' La “Noche de Poder”, fue la noche durante el Ramadán en que el Corán fue
revelado por primera vez.
2 Para Junaid, ver nota 1 en poema 13.
Para Bá Yazid, ver nota 3 en poema 9.

54
D escubrí mi pecho y le m ostré las heridas; le dije, “Lleva no­
ticias mías al Am ado cuya bebida es la sangre.”
Para tranquilizarle, m ecí de un lado a otro a esa criatura que es
m i corazón; la criatura duerm e cuando se mece la cuna.
Da leche a la criatura de m i corazón, líbranos de su llanto, oh
tú que a cada momento socorres a un centenar de indefensos como
yo.
En el principio, el hogar del corazón estaba en tu ciudad de la
unión; ¿hasta cuándo m antendrás en exilio a este corazón aban­
donado?
No seguiré hablando; pero para evitar el dolor de cabeza, oh
Copero, em briaga m is lánguidos ojos.

45
Un jard ín — ¡pueda su rosa estar en flo r hasta la Resurrección!;
un ídolo — ¡puedan los dos m undos esparcirse sobre su belleza!
En el am anecer el príncipe de los herm osos sale m ajestuosa­
mente de caza — ¡puedan nuestros corazones ser la presa para las
flechas de sus miradas!
De sus ojos ¡qué m ensajes llegan continuam ente a los míos!
¡puedan m is ojos regocijarse y em briagarse con su mensaje!
D erribé la puerta de un asceta; con una oración me proscribió
diciendo, “ ¡Vete! ¡Que tus días sean sin paz!”
A causa de su oración, ni paz ni corazón me ha dejado el Amigo
que ansia nuestra sangre — ¡pueda Dios am pararle!
Mi cuerpo es com o la luna, deshaciéndose de amor; m i cora­
zón com o el laúd de Venus — ¡puedan rom perse sus cuerdas!
No m ires la m engua de la luna ni la condición rota de Venus;
contem pla la dulzura de su aflicción — ¡pueda crecer m il veces!
¡Qué novia hay en el alma! Por el reflejo de su rostro ¡pueda
■•I mundo refrescarse y adquirir color com o las m anos de las re-
■ién casadas!1

I as novias musulmanas tienen una alheña dibujada en sus manos.

55
No m ires la m ejilla carnal que se corrom pe y se pudre; m ira
la mejilla espiritual — ¡pueda ser dulce y agradable!
El oscuro cuerpo es com o un cuervo, y el mundo del cuerpo el
invierno — a pesar de estas dos fealdades, ¡pueda haber una pri­
mavera eterna!
Puesto que estas dos fealdades subsisten por los cuatro ele­
m entos, ¡pueda la subsistencia de tus siervos depender de otros
que estos cuatro!2

46
¡Oh tú que eres el consuelo de mi alma en el tiempo del dolor, oh
tú que eres el tesoro de m i espíritu en la am argura de la pobre­
za!
Eso que la im aginación nunca ha concebido, que el entendi­
m iento nunca ha visto, ha llegado a m i alma desde ti; por esta ra­
zón me giro hacia ti en adoración.
Por tu gracia m antengo fija en la eternidad m i m irada am oro­
sa, evita, oh rey, que las pom pas que perecen me extravíen.
El favor de ése que m e trae alegres noticias tuyas, incluso sin
tu llamada, es más dulce en m is oídos que las canciones.
En las postraciones de la oración el pensam iento en ti, oh se­
ñor, es tan necesario y obligatorio para mí como los siete versos.'
A ti pertenecen la piedad y la intercesión para el pecado de los
infieles; en cuanto a m i, tú eres el jefe y el líder de los corazones
empedernidos.
Si la perpetua m unificencia me ofreciera reinos, si un tesoro
oculto pusiera ante m í todo lo que es,
Yo me postraría con toda m i alma y acostaría m i rostro en el
polvo, diría, “De todos estos, ¡el am or de tal p ara m í!”
P ara m í la vida eterna es el tiem po de la unión, pues ah í el
tiempo no existe.

2 Los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego.


1 Los “siete versos” son la primera Sura del Corán, recitada en cada oración.

56
La vida es una vasija, la unión el claro trago en ella; sin ti ¿de
qué me sirve el dolor de la vasija?
Antes que éste tuve veinte m il deseos; en m i pasión por él no
ha quedado ni (m i cuidado por) m i seguridad.
Por la ayuda de su gracia me he puesto a salvo, pues el rey in­
visible me dijo, “Tú eres el alma del mundo. ”2
La esencia del significado de “Él” ha llenado mi corazón y mi
alma; “Au” grita el perro callejero, y yo no tengo ni segundo ni ter­
cero.3
El cuerpo, en el m om ento de la unión con él, no prestó aten­
ción al espíritu; aunque incorpóreo, él se hizo visible para mí.
He envejecido con su aflicción; pero cuando tú nombras Tabriz,
loda m i juventud regresa.

47
El dijo, “¿Quién está en la puerta?” Yo dije, “Tu hum ilde escla­
vo.” Él dijo, “¿Qué es lo que quieres?” Yo dije, “Señor, saludar-
. M
U\
Él dijo, “¿Hasta cuándo insistirás?” Yo dije, “Hasta que me lla­
mes.” Él dijo, “¿H asta cuándo arderás?” Yo dije, “Hasta la resu-
i lección.”
Reclamé el amor, juré que por causa del am or había perdido
ln soberanía y el poder.
Él dijo, “Para una reclamación, el juez exige un testigo.” Yo
dije, “Las lágrimas son mi testigo, la palidez de rostro m i eviden­
cia.”
Él dijo, “Tu testigo no es válido; tus ojos están corrom pidos.”
Yo dije, “Por la majestad de tu justicia, son justos y limpios de pe-
n u lo.”

<'orno Dios habló a Moisés. Ver Corán, 7:139.


' KllinT juega con el sonido del ladrido del perro “Au” y el término “Él” (Dios).
A lit ve/, que expresa la Unidad Musulmana de Dios, la Dualidad Mágica, y la
11 ululad cristiana.

57
Él dijo, “¿Qué pretendes?” Yo dije, “Constancia y fraternidad.”
Él dijo, “¿Qué deseas de m í?” Yo dije, “Tu gracia universal.”
Él dijo, “¿Quién fue tu com pañero?” Yo dije, “Tu fantasía, oh
Rey.” Él dijo, “¿Quién te convocó aquí?” Yo dije, “El olor de tu
copa.”
Él dijo, “¿Qué lugar es más agradable?” Yo dije, “El palacio del
C ésar.” Él dijo, “¿Qué viste allí?” Yo dije, “Un centenar de m ila­
gros.”
Él dijo, “¿Por qué está desolado?” Yo dije, “Por m iedo al ban­
dido.” El dijo, “¿Quién es el bandido?” Yo dije, “Esta culpa.”
Él dijo “¿Dónde está la seguridad?” Yo dije, “En la abstinen­
cia y la piedad.” Él dijo, “¿Qué es la abstinencia?” Yo dije, “El
cam ino de salvación.”
Él dijo, “¿D ónde hay calam idad?” Yo dije, “En la calle de tu
am or.” Él dijo, “¿Cóm o te fue allí?” Yo dije, “En perfecta recti­
tud.”
¡Silencio! Si yo pronunciara sus dichos místicos, tú saldrías de
ti m ism o, ni puerta ni tejado resistirían.

48
4

Ese espíritu que no viste com o prenda el am or verdadero sería me­


jo r que no hubiera existido; su ser es una vergüenza.
Em borráchate de amor, pues am or es todo lo que existe; sin el
com ercio del am or no hay adm isión en el Amado.
Ellos dicen, “¿Q ué es el am or?” Di, “La renuncia a la volun­
tad.” El que no ha escapado de la voluntad, no tiene voluntad.
El am ante es un m onarca; los dos m undos están a sus pies; el
rey no presta atención a lo que tiene a sus pies.
Esto es el am or y el am ante que vive toda la eternidad; no pon­
gas tu corazón en nada m ás, pues sólo es prestado.
¿H asta cuándo abrazarás a una am ada m uerta? A braza el alma
que es abrazada por nada.
Lo que nació de la prim avera m uere en el otoño; el ja rd ín de
rosas del am or no recibe ayuda de la tem prana primavera.

58
Una espina es la com pañera de la rosa que nace en primavera,
y el vino que nace del zum o de uvas no está libre del dolor de ca­
beza.
No seas un expectante espectador en este cam ino; por Dios,
no hay peor m uerte que la expectación.
Pon tu corazón sobre la verdadera moneda, si no eres falso; da
oído a este profundo dicho, si careces de aro.
No tiembles sobre el corcel del cuerpo, pero ve más ligero a
pie; Dios da alas a quien no m onta el cuerpo.
D esecha la inquietud y sé com pletam ente lim pio de corazón,
com o el rostro de un espejo sin imagen ni dibujo— .
Cuando está limpio de imágenes, todas las imágenes están con­
tenidas en él; el rostro de ningún hombre se avergüenza d£ ése de
rostro limpio.
Si quieres tener un espejo limpio, mírate en él, pues él no tie­
ne m iedo ni vergüenza de decirte la verdad.
Puesto que el rostro acerado ganó esta pureza a través del dis­
cernim iento, ¿qué necesita el rostro del corazón, que no ti^ n e pol­
vo?
Pero entre el acero y el corazón hay esta diferencia, cjue uno
guarda secretos, mientras el otro no.

49
I in centenar de tambores están sonando en el interior de nfuestros
corazones, el estruendo de lo que oirem os mañana.
Algodón en la oreja, pelo en el ojo — ésa es la ansiedad por el
mañana, el sutil susurro d el dolor.
A rroja la llam a del A m or sobre ese algodón, com o H aH aj y
c om o el pueblo de la pureza.1
¿ Por qué g u ard as fuego y alg o d ó n ju n to s ? E stos d o s son
opuestos, y el opuesto n u n ca sobrevivió.

' l’uru Halláj ver nota 1 enpucntu 30.


H1 “Pueblo de la pureza" *nn los santos sufíes.

59
Puesto que el encuentro del Amor está cerca, sé alegre de pre­
sencia para el día del encuentro.
Para nosotros, la m uerte es alegría y encuentro; si para ti es
una ocasión de luto, ¡fuera de aquí!
Puesto que este mundo presente es nuestra prisión, la ruina de
las prisiones es con seguridad un motivo de alegría.
Si Su prisión fue tan deliciosa — ¿cómo será la corte de El que
adornó el mundo?
No busques constancia en esta prisión, pues aquí dentro la mi s-
ma constancia nunca guardó la fe.

50
M uestra tu rostro, porque el huerto y el jard ín de rosas son m i de­
seo; abre tus labios, porque abundante azúcar es m i deseo.
Oh sol, asoma tu rostro desde el velo de la nube, porque ese re­
luciente y brillante rostro es m i deseo.
En amor por ti oí el sonido del tambor del halcón; regresé, por­
que el brazo del sultán es m i deseo.
Tú dijiste caprichosam ente, “No me molestes más; ¡vete!” y
esa orden tuya, “Vete, él no está en casa,”
Y aquellos aires y el orgullo y la brusquedad del portero son
mi deseo.
Oh dulce céfiro, que soplas desde el jardín de flores del Amigo,
sopla sobre mí, porque tener noticias de la albahaca es m i de­
seo.
El pan y el agua del destino son como un torrente traidor; yo
soy un gran pez, y el m ar de ’Om án es m i deseo.1
Como Jacob grito de dolor; el hermoso rostro de José de Canaán
es m i deseo.2
Por Dios, sin ti la ciudad es una prisión para mí; vagar sobre
la m ontaña y el desierto es m i deseo.

1 ’Omán, la parte sur del Golfo Pérsico, simboliza el Océano Divino.


2 Ver Corán, 12:84.

60
En una mano una copa de vino, en la otra el rizo del Amado
— bailar así en medio de la plaza del m ercado es m i deseo.
Mi corazón está h arto de estos com pañeros débiles de espíri­
tu; el León de Dios y Rustam , hijo de Zál, son m i deseo.3
L im aduras de belleza poseen los que existen; esa cantera y
m ina de exquisita herm osura son m i deseo.
A unque esté sin dinero, no aceptaré una pequeña cornalina,
pues la m ina de esa rara y tím ida cornalina es m i deseo.
Estoy harto de este pueblo, lleno de quejas y lloros; los queji­
dos y lam entos de los borrachos son m i deseo.
Mi alm a está hastiada del Faraón y su tiranía; esa luz del ros­
tro de Moisés, hijo de ’lm ran, es m i deseo.
Ellos dijeron, “No se le puede encontrar, nosotros también he­
mos buscado.” Algo que no se puede encontrar — ése es mi deseo.
Soy más elocuente que el ruiseñor, pero a causa de la vulgar
envidia llevo un sello en m i lengua, y lam entación es m i deseo.
Ayer el Amo fue por toda la ciudad, lám para en mano, gritan­
do, “Estoy harto de bestias y diablos, un hom bre es m i deseo.”
Mi estado ha ido m ás allá de todos los deseos y anhelos; ir des­
de el Ser y el L ugar hacia los Esenciales es m i deseo.
Él está oculto a nuestros ojos, y todos los objetos de Él — ese
<)culto cuyas obras se manifiestan es m i deseo.
Mi oído oyó el cuento de la fe y se emborrachó; di, “Los m iem ­
bros y el cuerpo y la form a de la fe son mi deseo.”
Yo soy el rabel del Amor, y el Amor es un rabel para mí; la
mano y el pecho y la m odulación de ’U thm án son m i deseo.4
Ese rabel dice, “A cada momento deseo apasionadam ente los
Ilivores de la piedad del M isericordioso.”
( )h astuto juglar, estudia el resto de esta oda en este estilo, por­
que en este estilo lo deseo.
M uestra el am anecer del Amor, oh Sol que eres la gloria de
liihríz; yo soy la abubilla, la presencia de Salom ón es mi deseo.

I I I .crin de Dios era ‘A1I, primo de Mahoma y cuarto califa.


Kustam fue un famoso paladín iraní.
I ri limün: Sharaf al-D ín-i Qavval, el juglar.

61
51
Continuam ente la voz del A m or llega a derecha e izquierda; nues­
tro destino es el cielo — ¿quién tiene una mente turista?
Estuvim os en el cielo, éramos am igos de los ángeles; Padre,
déjanos regresar allí, pues esa es nuestra patria.
Somos incluso más altos que los cielos y los ángeles; ¿porqué no
hemos de trascender ambos? Nuestra meta es la suprema majestad.
¡Qué diferente origen tienen el mundo del polvo y el de la sus­
tancia pura! Aunque hayamos caído, regresemos aprisa, — ¿qué lu­
gar es este?
La joven fortuna es nuestra am iga, rendir el alm a es nuestra
tarea; el jefe de nuestra caravana es M ustafá, gloria del M undo.'
El dulce perfum e del vendaval procede de su trenza, el res­
plandor de este pensam iento procede de una m ejilla com o “en la
m añana brillante. ”2
Ante su m ejilla se partió la luna, no resistió contem plarle; tal
fortuna alcanzó la luna — ella que es una hum ilde m endiga.3
Contempla en nuestros corazones un continuo “hendim iento
de la luna”, ¿por qué la visión de esa visión trasciende tus ojos?
Llegó la oleada de “¿No soy y o ? ” y hundió el barco del cuer­
po; cuando el barco naufrague una vez más, será el m om ento del
logro de la unión.4
La humanidad, com o aves marinas, salta del m ar — el m ar del
alma; ¿cómo hará aquí su m orada el pájaro que se ha elevado de
ese m ar?
No, somos perlas en ese m ar, todos moramos en su interior; si
no ¿por qué una ola sigue a otra en el m ar del alma?
Esta es la hora del logro de la unión, esta es la hora de la be­
lleza de la eternidad.
Esta es la hora del favor y la dádiva, este es el océano de la
perfecta pureza.

1 Mustafá: Mahoma.
2 Ver Corán, 93:1.
3 Un famoso milagro del Profeta.
4 Para las palabras “¿No soy yo (tu Señor)?”, ver Corán, 7:171.

62
La oleada de la dádiva ha aparecido, el trueno del m ar ha lle­
gado. La mañana de la bienaventuranza ha amanecido. ¿La m a­
ñana? No, esto es la luz de Dios.
¿Q uién es esta form a pintada, quién es este m onarca y este
príncipe? ¿Quién es esta anciana sabiduría? Todo son velos.
Éxtasis com o éstos son el rem edio contra los velos, la fuente
de estos tragos está en tu propia cabeza y ojos.
En la m ism a cabeza no hay nada, pero tienes dos cabezas; esta
cabeza de arcilla es de la tierra, y esa cabeza pura del cielo.
¡Oh muchas cabezas puras hay esparcidas bajo la arcilla, para
que puedas saber que la cabeza depende de esa otra cabeza!
Esa cabeza original oculta, y esta cabeza desviada manifiesta,
igual, que tras este m undo está el infinito universo.
Anuda el pellejo, oh Copero, trae el vino de nuestra tinaja; la
vasija de las percepciones es más estrecha que un desfiladero.
Del pupilo de Tabrlz brilló el Sol de la Verdad; yo le dije, “Tu
luz está a la vez unida a todas las cosas y separada de todas.”

52
Ante ti el alma decae y crece continuam ente, ¿cómo puede supli­
carte alguien por una sim ple alma?
Allí donde pones tu pie, una cabeza brota de la tierra; por una
i abeza ¿cómo se lavará alguien las manos de ti?
El día en que el alma toma vuelo em belesada por tu fragancia,
el alm a sabe, el alma sabe cuál es la fragancia del Amado.
Pan pronto com o tu hum o se desvanece del cerebro, la cabeza
rlcva un centenar de lam entos, cada pelo gime.
1le vaciado la casa, para dejarla sin muebles; estoy menguan-
•li i. para que tu am or pueda aum entar y crecer.
Es m ejor perder el alm a por tan grande ganancia. ¡Silencio!
pues éste sólo vale, oh señor, lo que busca.
Mi alma en pos de tu amor, Shams al-Haqq-i TabrTzI, está des­
liz añilóse com o un barco sin pies sobre el m ar.

63
53
En la m area de la m añana una luna apareció en el cielo, y des­
cendiendo del cielo me contempló.
Como un halcón que atrapa un pájaro en la caza, esa luna me
arrebató y cruzó el cielo.
Cuando me m iré ya no me vi, pues en esa luna m i cuerpo se
convirtió, por la gracia, en un alma.
Cuando viajé en alm a no vi otra cosa que la luna, hasta el se­
creto de la Razón Universal fue com pletam ente revelado.
Las nueve esferas del cielo estaban totalm ente absorbidas en
esa luna, el vaso de m i ser estaba completamente oculto en el mar.
El m ar rom pió en olas, y de nuevo la sabiduría surgió y lanzó
una voz; así sucedió esto y así aconteció.
Ese m ar hizo espum a, y en cada salpicadura de espum a algo
tomó form a y algo asum ió cuerpo.
Cada salpicadura de espum a del cuerpo, recibiendo una señal
de ese mar, se disolvió en el acto y se convirtió en espíritu en ese
océano.
Sin el poder im perial de Shams al-D ln de Tabrlz, uno no po­
dría contem plar la luna ni convertirse en el m ar.

54 ’

No había ningún favor que ese herm oso no hubiera concedido;


¿qué culpa tenemos, si él no actuó generosam ente contigo?
Estás injuriando porque esa belleza im puso la tiranía; ¿quién
vio a un hermoso en los dos m undos que no actuara com o un ti­
rano?
Su amor es caña de azúcar, aunque no diera azúcar; su belle­
za es fe perfecta, aunque no guardara la fe.
M uéstranos una casa que no esté llena con lám paras suyas;
m uéstram e un pórtico que su rostro no llene de belleza.
C uando el espíritu se perdió en la contem plación, dijo esto,
“Nadie sino Dios ha contem plado la belleza de D ios.”

64
Este ojo y esa lám para son dos luces, individualm ente; cuan­
do se encontraron, nadie hizo distinción.
C ada una de estas m etáforas es a la vez una explicación y un
error; Dios reveló “En el esplendor de la m añana ” por envidia de
la luz de su rostro.1
N unca hizo el sastre, Destino, una cam isa a la medida de na­
die, sino que la rom pió en pedazos.
El sol del rostro de Sham s al-DTn, gloria de los horizontes,
nunca brilló sobre nada pasajero, sino que lo hizo eterno.

55
Cuando luces esa m ejilla rosada, pones a girar las piedras de ale­
gría.
Saca tu cabeza del velo una vez más, en atención a los aman-
les boquiabiertos.
Que el saber pueda perder el cam ino, que el hombre de la ra­
zón pueda rom per su ciencia en pedazos;
Que el agua a través de tu reflejo pueda convertirse en una per­
la, que el fuego pueda abandonar la guerra.
Con tu belleza, no deseo la luna, ni esas dos o tres pequeñas lin­
tel ñas colgantes
Con tu rostro, no llamo a los antiguos cielos oxidados un espejo.
Tú respiraste, y en tu nueva creación diste otra forma a este es-
li echo mundo.
En deseo por su ojo como M arte, ¡Venus, toca otra vez el arpa!'

Vi l ( orán, 93:1.
Vi-mis dirige los coros siderales en el tercer cielo.

65
56
A nteayer el fuego susurró secretamente al humo, “El palo de áloe
no puede estar sin mí, y conm igo es feliz.
Conoce bien mi valor, y me da las gracias, pues el palo de áloe
ha comprendido que en su desaparición hay provecho.
El palo de áloe estaba anudado y atado de pies a cabeza; en la
liberación de la inexistencia estos nudos fueron resueltos.
Saludo y bienvenida p ara ti, mi am igo com edor de la llama,
m i feneciente m ártir y orgullo de todo testim onio.”
M ira cómo el cielo y la tierra son peones de la existencia; huye
hasta la inexistencia desde la ceguera de uno y la tristeza de otro.
Toda alm a que se evade de la pobreza y la inexistencia es in­
fortunada huyendo de la prosperidad y la buena fortuna.
Sin borrar, nadie saca provecho de la tabla de la inexistencia;
¡haz la paz entre mí y la borradura, oh Hermoso!
Hasta que aquella tierra oscura desapareció de sí m ism a, no
em pezó a aum entar o a escapar de la inercia.
M ientras el esperma fue esperm a y no fue elim inado del flu i­
do seminal, no alcanzó la estatura del ciprés ni la belleza de las me­
jillas.
Cuando el pan y el caldo ferm entan en los intestinos, enton­
ces se convierten en razón y alma, la desesperación de los envi­
diosos.
M ientras la roca negra no desapareció de sí m ism a, no se con­
virtió en oro y plata, ni encontró su cam ino hasta las monedas.
Primero llegan la hum ildad y la esclavitud, después está la dig­
nidad real; en la oración del ritual los hom bres prim ero están de
pie, y luego se sientan.
Durante una vida has hecho juicio de tu propio ser, una vez es
también necesario experim entar el no-ser.
L a pompa y el orgullo de la pobreza y la desaparición no es una
baladronada vacía; allí donde el humo aparece, no está sin un fue­
go-
Si nuestras mentes y deseos no pertenecen al amor, ¿cómo nos
robó el amor caprichosamente el corazón y el turbante?

66
El am or entró, y nos arrastra por la oreja de cada mañana a la
escuela de aquellos que cum plen sus pactos.
El am or pone a flu ir el agua de la penitencia desde el ojo del
creyente, para lavar su pecho de cólera y tenaz negativa.
Has caído dorm ido y el agua de Khidar salpica junto a ti; le­
vántate de un salto del sueño profundo y coge la copa de la in­
mortalidad.'
Deja que el am or te cuente el resto de esto secretam ente des­
de mí; sé uno con los Compañeros de la Cueva, a la vez durm ien­
do y despierto.2

57

Somos nuestros propios enem igos, y am igos de aquel que nos


usesina; estam os ahogados en el m ar, y las olas del m ar nos es-
lán asesinando.
Por esta razón, risueños y alegres, nos sometemos a la dulce vida,
pues ese rey nos está m atando con miel, azúcar y confites.
Nosotros mismos nos engordam os para el sacrificio de la fies-
la, pues ese carnicero de los amantes mata a los más hermosos y
magníficos.
Ese Iblis sin luz suplica de El un aplazam iento; El le dio un
aplazam iento, pero le m atará pasado m añana.1
Como Ism ael, acuesta alegrem ente tu cuello ante el cuchillo;
si El te está matando, no escabullas tu cuello hasta que te mate.
Azrael no tiene ningún poder ni manera de vencer a los aman-
les; el m ism o amor y la pasión mata a los am antes del am or.2
Los asesinados gritan, “ ¡Ojalá lo supiera mi pueblo!” ; secre-
llímente el Amado concede un centenar de vidas, y mata abierta­
mente.3

I'tii a Khidar, ver nota 1 en poema 8.


Vei Corán, 18:18.
Vri Corán, 15:36.
A yi iie I es el Ángel de la Muerte.
Vri Corán, 36:25.

67
Saca la cabeza de la tierra del cuerpo, y entonces ve que o bien
te está arrastrando hacia el cielo, o bien te está matando.
_/ A

El se lleva el espíritu del aliento, El concede el consuelo espi­


ritual; El libera el halcón del alma, y m ata a la lechuza de la tris­
teza.
Esa idea la sostiene el cristiano, el m usulm án no la tiene, que
El está m atando a ese M esías en la cruz.4
Todos los verdaderos amantes son como Mansür, se matan ellos
m ism os; ¡muestra a alguien que como el am ante se mate a sí m i s-
m o deliberadam ente!5
D iariam ente la m uerte hace un centenar de requisiciones a la
humanidad; el amante de Dios sin requisición se mata a sí mismo.
Ya es suficiente, en otro caso yo m ism o pronunciaré el secre­
to del amante, aunque el incrédulo se mate a sí m ism o de cólera
y furia.
Shams-i Tabrizi se ha elevado sobre el horizonte com o el sol;
sin m iram ientos está extinguiendo las velas de las estrellas.

58
Presta atención, pues el tiempo de los hom bres de fortaleza ha lle­
gado, la hora del infortunio y las pruebas ha llegado.
En semejante tiem po los pactos están rotos, cuando el cuchi­
llo alcanza el hueso.
Pactos y juram entos se vuelven muy débiles cuando los asun­
tos de un hombre am enazan su vida.
Ah, corazón mío, no te hagas débil; haz tu corazón fuerte, pues
éste es el tiempo para ello.
Ríe como el oro rojo en el fuego, que los hombres puedan de­
cir, “El oro de la m ina ha llegado.”
Im paciente y alegre ante la espada del juicio final, grita fuer­
temente, “El campeón ha llegado.”

4 Ver Corán, 4:156.


3 Mansür: Hallaj, ver nota 1 en poema 30.

68
Está con Dios y reza a Él por ayuda, pues el avituallam iento
ha llegado del cielo.
Oh Dios, sacude la m anga de la m unificencia, pues Tu siervo
ha llegado al umbral.
Como una concha de ostra tenem os nuestras bocas abiertas,
pues la nube de Tu gracia esparciendo perlas ha llegado.
M uchas espinas secas hay en ese corazón del que ha brotado
un jardín de rosas en Tu protección.
Te he señalado a T i, pues de Tu sinseñal las alegrías han lle­
gado.
Este es el tiempo de la compasión y la simpatía, pues un pesado
golpe me ha caído encima.
¡A bábíl! ten cuidado, pues el ilim itado ejército del Elefante
lia llegado contra la Kaaba.'
La razón me dice, “ ¡Calla! Ya está bien; pues sólo Dios sabe
que el Invisible ha llegado.”
G uardé silencio, oh Dios; pero sin mi voluntad el lamento se
i-levó de mi alma.
No fu iste tú quien disparó sino Dios — la flecha que de repente
salió de este arco.2

59
, Sabes lo que dice el rabel acerca de las lágrim as de los ojos y los
■oiazones ardiendo?
“ Yo soy una piel separada de la carn e; ¿cóm o no he de la-
iih-rilarme en la separación y el torm ento?”
La vara tam bién dice, “Yo fui una vez una verde rama; aque-
llii cabalgata rompió e hizo pedazos m i silla.”
Estam os exiliados en la separación; oh reyes, escuchadnos
I lacia D ios es el regreso.” 1

I<ilinl se refiere a la derrota que sufrió Abraha el Abisinio en su asalto a la


Mi'.i Ver Corán, 105:1.
I *• nuevo es una referencia a la milagrosa batalla de Badr. Ver Corán, 8:17.
Vi i ( 'orón, 3:12.

69
De Dios, en el prim er lugar, nacim os en el mundo; hacia Él
regresam os desde la revolución.
N uestro grito es com o la cam pana en la caravana, o com o el
trueno cuando las nubes viajan por el cielo.
Cam inante, no pongas tu corazón sobre un lugar de hospeda­
je, sintiéndote fatigado en el tiem po de la atracción;
Pues tú has partido de muchas etapas, del esperma hasta la es­
tación de la juventud.
Tóm alo ligeram ente, que puedas escapar fácilm ente; renuncia
con ánimo, y encuentra así la recom pensa.
A gárrate a Él firm em ente, pues Él se ha agarrado firm em en­
te a ti; al principio Él y al final Él — ve, descúbrele.
Suavemente Él estira el arco, para alcanzar con esa flecha de
Su aljaba el corazón del amante.
Ya sea el am ante turco, griego o árabe, con seguridad este gri­
to es lengua com pañera suya.
El viento está lam entándose y llam ándote, “Ven tras de mí,
hasta el río de agua.
Yo era agua; me convertí en viento; he venido a librar a los se­
dientos de este espejism o.”
Él habla es ese viento que en principio fue agua; se convierte
en agua cuando arro ja el velo.
Este grito surgió de las seis direcciones: “Huye de la dirección,
y no apartes tu rostro de N osotros.”
Oh amante, tú no eres menos que la mariposa nocturna; ¿cuán­
do se salvó la m ariposa nocturna de la llama?
El Rey está en la ciudad; por la lechuza ¿cóm o voy a abando­
nar la ciudad y ocupar la ruina?
Si un asno se ha vuelto loco, golpea el látigo sobre su cabeza
hasta que recobre el sentido.
Si busco su corazón, su inutilidad aum enta aún más; Dios dijo
m irando a los incrédulos, Hiere sus cuellos.2

2 Ver Corán, 47:4.

70
60
Tú que no posees el Amor, es lícito para ti — sigue durmiendo; vete,
pues el am or y la tristeza del A m or es nuestra porción— sigue
durm iendo.
Nos hemos convertido en motas del sol de tristeza por el Amado;
tú en cuyo corazón esta pasión nunca ha surgido, sigue durm ien­
do.
En la interm inable búsqueda de la unión con El nos apresura­
mos com o un río; tú que no estás angustiado por la pregunta:
“¿Dónde está Él? — siguen durm iendo.
El sendero del A m or está fuera de las setenta y dos sectas;
puesto que tu am or y cam ino son mera superchería e hipocresía,
sigue durm iendo.
Su taza del alba es nuestra salida del sol, su crepúsculo nues­
tra cena; tú cuyo anhelo es por los m anjares y cuya pasión es por
la cena, sigue durm iendo.
En busca de la piedra filosofal nos derretim os como cobre; tú
cuya piedra filosofal es el cojín y la com pañera de cama, sigue
durmiendo.
Puesto que el destino me ha excluido del sueño, joven, vete; ya
que el sueño ha pasado por tu lado y ahora puedes satisfacer el
'<ucño profundo, sigue durm iendo.
H em os caído en la m ano del A m or — ¿qué h ará el A m or?
Puesto que tu estás en tu propia mano, parte hacia la mano ade-
t mida— sigue durm iendo.
Yo soy el que bebe sangre; alma mía, tú eres quien come m an­
imos; puesto que con seguridad los m anjares exigen sueño pro-
lunilo, sigue durm iendo.
I le abandonado la esperanza en m i cerebro y m i cabeza tam-
liirn; tú que aspiras a un fresco y jugoso cerebro, sigue durm ien­
do
I le rasgado el vestido del habla y he dejado ir las palabras; tú
que no estás desnudo, llevas una túnica, sigue durm iendo.

71
61
La m area viva de los am antes ha llegado, para que este terreno
baldío pueda convertirse en un jardín; la proclamación del cielo ha
llegado, para que el pájaro del alma pueda elevarse en vuelo.
El m ar se llena de perlas, la m arism a de sal se vuelve dulce
com o el K authar, la piedra se convierte en un rubí de la m ina, el
cuerpo se convierte en alm a.1
Aunque los ojos y las almas de los am antes estén diluviando
com o una nube, sin em bargo el corazón dentro de la nube del
cuerpo brilla com o un relámpago.
¿Sabes por qué los ojos de los amantes se han vuelto como una
nube enamorada? Porque esa luna generalm ente está oculta en las
nubes.
¡Feliz y risueña hora, cuando esas nubes em piezan a llorar!
¡Señor, qué bendito estado, cuando ríen esos relámpagos!
De esos cientos de m iles de gotas, ni una sola cae sobre la tie­
rra, pues si cayera sobre la tierra, el mundo entero quedaría en
ruinas.
Aunque el mundo estuviera desolado, tal desolación a través
del am or se convierte en com pañero-m arino de Noé, en am istad
íntima con el Diluvio.
El diluvio menguó, los cielos no contornarían; a través de esa
ola más allá de la dirección, estas seis direcciones siguen en mo­
vim iento.
Tú que sigues fírme bajo estas seis direcciones, a la vez, aflí­
gete y no te aflijas, pues esas semillas bajo la tierra un día se con­
vertirán en una plantación de palm eras datileras.
Un día esa raíz levantará su cabeza del polvo, se convertirá en
una fresca ram a verde, ¿y qué, si dos o tres ramas se secan?, el
resto del árbol estará preñado de vida.
Y cuando esa rama seca sea puesta a arder, el fuego estará ale­
gre com o el alma; si eso no es esto, se convertirá en esto; si esto
no es eso, se convertirá en eso.

1 Para Kauthar ver nota 2 en poema 8.

72
Algo ha cerrado m i boca, com o diciendo, “¿Qué, borracho y
al borde del tejado? Cualquier cosa cjue sea lo que te desconcier­
te, esa cosa está desconcertada por Él.”

62
I loy contem plé al Amado, ese ornam ento de toda aventura; par-
lió hacia el cielo como el espíritu de M ustafá.'
Su rostro hace que el sol se avergüence, la esfera del cielo está
tan confundida como el corazón; a través de su luz, el agua y la a r­
cilla son más resplandecientes que el fuego.
Yo dije, “M uéstram e la escalera, que pueda subir hasta el cie­
lo.” Él dijo, “Tu cabeza es la escalera, pon tu cabeza bajo tus
pies.”
Cuando coloques tus pies sobre tu cabeza, colocarás tus pies
sobre la cabeza de las estrellas; cuando te abras paso por el aire,
pon tu pie sobre el aire, así ¡y adelante!
Un centenar de cam inos hacia el aire del cielo se manifiestan
unte ti, cada am anecer vas volando hacia el cielo como una ora­
ción.

63
1,1 agua ha sido cortada del río de este m undo; ¡oh m area de la
pi imavera, regresa y devuelve el agua!—
lisa agua semejante a la fuente de Khidar y Elias, que nunca se
n o y nunca se verá.1
(lloriosa fuente, cuyo brillante chorro borbotea cada m om en­
to c*11 el pozo del alma.
( )h invitado, no viertas com o un mendigo el agua del rostro de
Ja pobreza por un m endrugo de pan.

1 Si* i d iere a la ascensión de Mahoma.


1 Cuín Khidar, ver nota 1 en poema 8.

73
El mundo entero, desde un extremo a otro, no es más que m e­
dio m endrugo; a causa de la codicia por medio del m endrugo, el
agua desapareció.
T ierra y cielo son cubo y cántaro; el agua está fuera de la tie­
rra y el cielo.
A presúrate tú tam bién a d ejar el cielo y la tierra, p ara que
puedas contem plar el agua fluyendo desde el sinlugar.
Que el pez de tu alma pueda escapar de esta charca, y sorber
agua del m ar ilim itado.
En ese m ar cuyos peces son todos Khidars, ahí dentro el pez
es inm ortal, inm ortal el agua.
De esa visión llegó la luz del ojo, de ese tejado está el agua en
el canalón;
D e este ja rd ín son estas rosas de m ejillas, de esa ru ed a hi­
dráulica la enram ada de rosas obtiene agua;
De ese árbol datilero son los dátiles de M aría. Esa agua no de­
riva de causas secundarias y cosas sem ejantes.2
Tu alma y espíritu serán entonces verdaderamente felices, cuan­
do el agua llegue fluyendo hacia ti desde aquí.
No sacudas tu m atraca com o un vigilante nocturno, pues la
m ism a agua es el guardián de estos peces.

64
El corazón es com o un grano de trigo, nosotros somos com o un
molino; ¿cómo sabe el molino la razón de este giro?
El cuerpo es com o una piedra, y el agua sus pensam ientos; la
piedra dice, “El agua sabe acerca de ello.”
El agua dice, “Pregunta al molinero, pues fue él quien arrojó
esta agua.”
El molinero te dice, “Tú que com es pan, si esto no girara, ¿qué
sería de la sopa de m igas?”
M uchas cuestiones hay en la elaboración; silencio, pregunta a
Dios, que El puede decírtelo.

2 Para María, ver Corán, 19:25.

74
65
Rom pes nuestra arp a, exaltado; m iles de otras arp as hay aquí
Puesto que hem os caído en los apretones del amor, ¿qué im ­
porta si perdem os el arp a o el caram illo?
Si el rabel y el arpa del mundo entero se consum ieran, muchas
arpas ocultas hay, am igo mío;
El cencerro y el tañido sube a los cielos, incluso aunque no pe­
netre los oídos del sordo.
Aunque la lám para y la vela del mundo entero vacilaran has­
ta extinguirse, ¿qué motivo habría para la tristeza, puesto que aún
quedan pedernal y acero?
Las canciones son espum a sobre el rostro del m ar; ninguna
perla aparece sobre la superficie del mar;
Sin em bargo conoce que la gracia de la espum a deriva de la
perla, el re fle jo del re fle jo de cuyo d estello está sobre n o so ­
tros.
Las canciones no son más que una rama del anhelo por la unión;
rama y raíz nunca son com parables.
Cierra tus labios, y abre la ventana del corazón; de esa m ane­
ra sé versado en los espíritus.

66
¿Cómo sería, si m i herm oso am or tom ara m i mano mañana, aso­
mara su cabeza por la ventana como la luna de herm osas faccio­
nes?
Si m i aum entador de vida entrara, ¿desataría m is manos y m is
pies? — pues la mano del destierro fijado ató firm em ente m is m a­
nos y m is pies.
Entonces yo le diría, “Por tu vida juro que sin ti, oh vida de m i
n lina, la com pañía del placer no me hace feliz, ni tampoco el vino
me em briaga.”
Entonces, si él coquetam ente replicara, “ ¡Fuera! ¿Q ué quieres
de mí? ¡Temo que tu m elancolía pueda volverme m elancólico!”—

75
Yo traería la espada y la m ortaja e inclinaría m i cuello como
una ofrenda de sacrificio, diciendo, “Tu cabeza te duele por m i
culpa; ¡corta la mía deliberadamente!
Sabes que no deseo vivir sin ti; m ejor es para m í la m uerte que
el destierro, por Dios que da vida a los m uertos.
N unca pude creer que te apartaras de tu siervo; yo siempre dije
que las palabras de m is enem igos eran m entiras inventadas.
Tú eres m i alma, y sin m i alm a no sé vivir; tú eres m is ojos, y
sin ti no tengo un ojo con vista.”
D ejem os estas palabras; juglar, em pieza una melodía; trae el
rabel y la pandereta, si no tienes un caram illo.

67
Desde que la enfermedad de la medianoche se ha manifestado en
ese Maestro, hasta el am anecer ha estado golpeando su cabeza in­
controlablem ente contra nuestra pared.
Cielo y tierra lloran y se lamentan a causa de su lamento; sus
pechos están ardientes — podrías decir que es un tem plo de fue­
go-
Tiene una extraña enferm edad — ni dolor de cabeza, ni dolor
febril— no hay rem edio para ella en la tierra, pues le cayó del
cielo.
Cuando Galeno le contempló, tomó su pulso; pero él dijo “Deja
m i mano y exam ina m i corazón; m i dolor está más allá de las re­
glas.”
No sufre de bilis negra o am arilla, ni cólico ni tam poco hidro­
pesía; un centenar de tum ultos se han levantado en cada rincón
de nuestra ciudad a causa de este fatal suceso.
Ni com e ni duerme; recibe su alimento del Amor, pues ahora
este A m or es enferm era y m adre del M aestro.
Yo dije, “Oh Dios, concede tu com pasión, que pueda encon­
trar reposo apenas durante una hora; no ha derram ado la sangre
de nadie, no se ha apoderado de la propiedad de ningún hom ­
bre.”

76
La respuesta llegó del cielo, “Déjale estar, pues medicina y re­
medio son inútiles en el sufrim iento de los amantes.
No busques curación p ara este M aestro; no le vendes, no le
aconsejes, pues donde ha caído no hay transgresión ni piedad.
¿Cuándo viste el Amor? N unca supiste de los amantes; g uar­
da silencio, no cantes hechizos; ¡este no es un caso de magia o
m alabarism o!”
Ven, Shams-i Tabrizi, fuente de luz y esplendor, pues este ilus­
tre espíritu sin tu esplendor está helado y congelado.

68
Mente, no resbales, pues el cam ino detrás y delante está mojado
ile sangre; los ladrones de hombres son hoy día más numerosos que
los ladrones de oro.
Si están dispuestos a robar la razón y la conciencia de la gen­
te, ¿qué harán entonces del que no tiene conciencia de sí m ism o?
No consideres tu propio ego tan inútil y sin antagonista; el m un­
do va en busca de oro, y tu ego es la m ina de oro.
El Profeta de D ios dijo, “Los hom bres son com o m inas” ; el
ego es una m ina de plata y oro, y está verdaderam ente lleno de
yernas.
Encuentras un tesoro, y dentro no encuentras vida para todo el
tesoro; descúbrete a ti m ism o, y sé cauteloso; sin em bargo ¿qué
hacer?, pues hay un ladrón de ágiles manos vigilando este cam i­
no.
Aunque el alba sea oscura, el día está al llegar; cualquier ros­
no girado hacia el sol es com o el amanecer.
Los espíritus se em briagan con el aliento del am anecer, pues
<‘l rostro del am anecer está hacia el sol y es el com pañero de la
visión.
Tantas veces tiras la ficha sobre el “quizás” y el “por ventu-
m '\ pues estás en bancarrota, y la rueda del cielo se lo lleva todo.
Con el cerebro escudriñado y sin saber nada, caes dormido — se
iln la que tu bocado de pan diario es el cerebro de un asno.

77
T rabaja m ás, recoge oro, y sé alegre, pues toda tu plata, oro y
salud son la serp ien te del infierno.
Por causa de D ios, vive u na noche sin co m er ni dorm ir; un cen­
te n a r de noches a cau sa de la codicia de tu alm a c a rn a l estás in­
so m n e y sin alim ento.
D e agonía y dolor, desde detrás de cad a átom o de polvo, lle­
gan los suspiros y las lam entaciones, pero tu oído está sordo.
Salpica la sangre del corazón sobre tu m ejilla en el am anecer,
pues tu provisión p a ra el cam in o es la sangre del corazón y el sus­
piro de la alborada.
L len a tu corazón de esperanza, y púlelo b ien y claro, pues tu
corazón puro es el espejo del sol del esplendor.
Di, ¿quién es el com pañero de A hm ad el A póstol en este mundo?
Sham s-i Tabrlz el Em perador, que es una de las copas más grandes.'

69

A u n q u e el m u n d o en tero esté lleno de e sp in a s, el co razón del


am ante es enteram ente u n a en ram ad a de rosas.
Y aunque la ru e d a del cielo sea ociosa e inefectiva, el m undo
de los am antes está to talm en te em pleado.
D ejad que los otros hom bres estén afligidos, sin em bargo el
alm a del am ante estará alegre y feliz y enérgica.
D a al am ante todo lu g a r donde una vela se h ay a extinguido,
pues él está dotado de cien m il luces.
A unque el am ante esté solo, no está solo, pues está acom pañado
por el oculto A m ado.
El vino de los am antes borbotea en el pecho; el com pañero del
am or está en los m ás profundos secretos.
E l am or no se co n ten ta con un ce n te n a r de prom esas, pues la
astu cia de los hechiceros del corazón es m últiple.
Y aunque vieras a un am ante enferm o, ¿no está el herm oso en
la cabeza del enferm o?

1 Ver Corán, 74:35.

78
Sé un jin e te del am or, y no tem as el cam in o , pues el corcel d el
am or es de paso veloz;
Con un sim ple salto te lleva hasta la m o rad a, aunque no h u ­
b iera cam ino.
El alm a del am ante n ad a sabe de com er fo rraje, pues las alm as
de los am antes son vin ateras de buen vino.
E n Sham s al-D ín TabrlzT descubrirás un corazón que está a la
vez em briagado y m uy sobrio.

70

L a alegre prim avera ha llegado y el m ensaje del A m ado ha llega­


do; estam os b o rrach o s de am or, em briagados, y no podem os es­
ta rn o s quietos.
O h m i querido, sal al ja rd ín , no dejes a las b ellezas de la p ra ­
d era con expectación.
D esconocidos del Invisible han llegado a la pradera; sal fuera,
pues es la regla que “el recién llegado sea v isitad o .” 1
Siguiendo tus pasos la ro sa ha llegado h asta la en ram ad a de
rosas, p a ra sa lu d arte y co n o c erte la esp in a se ha vuelto suave de
m ejillas.
C iprés, da oído, pues el lirio en explicación tu y a se ha vuelto
todo len g u a en la orilla del río.
El brote está firm em ente anudado; tu g racia desata los nudos;
los capullos de las rosas te dan las gracias, esp arcen sus pétalos
sobre ti.
D irías que es la resurrección, que han levantado sus cabezas de
la tierra aquellos que se pudrieron en D iciem bre y Enero, los m uer­
tos de antaño.
L a sem illa que había m uerto ahora ha encontrado la vida, el se­
creto que g u ard ab a la tie rra ah o ra se h a revelado.
L a ram a que sostenía el fruto está glorificando de alegría, la raíz
que no ten ía nada está avergonzada y tím ida.

1 R üm l cita una regla de etiqueta árabe.

79
Después de todo, los árboles del espíritu serán así, el árbol de
excelentes ramas y fortunas será manifiesto.
El rey de la primavera ha ordenado su ejército y ha hecho sus
provisiones; el jazm ín ha cogido el escudo, la hierba verde Dhu
’l-Faqár.2
Dicen, “Cortaremos la cabeza de Fulano como cebollinos; con­
tem pla eso visiblem ente decretado en la obra del Creador.”
Sí; cuando el socorro de la asistencia divina llega, N im rod es
llevado a la destrucción por un jején.3

71
Mi corazón es como una concha de ostra, el fantasm a del Amado
es la perla; ahora ya no estoy contenido, pues esta casa está llena
con El.
La noche partió el labio de m i alma con la dulzura de Su con­
versación; estoy sorprendido de aquel que dice, “L a verdad es
am arga.”
El alimento de los m ortales procede de fuera, pero el alim en­
to del am ante está dentro; él regurgita y mastica, pues el amante
es com o un camello.
Sé veloz como una peri, despójate de tu cuerpo; la desnudez
no está perm itida para aquel que tiene sarn a.1
Saláh al-D in ha llegado a la caza; todos los leones son sus víc­
tim as; ese hombre que está libre de los dos m undos es su siervo.

1 Dhu ’l-Faqár es la espada de A1T, símbolo de la muerte.


3 Nimrod murió por la picadura de un jején.
1 Para peri ver nota 2 en poema 6.

80
72
H abía decidido llevar a la práctica un plan, para que ese de cara
de luna pusiera su rostro sobre el mío.
Dije, “Tengo algo en mente; ven, para que pueda decírtelo a la
oreja.
Anoche, querida alma, tuve un sueño, y deseo que tú lo inter­
pretes.
Nadie más que tú está relacionado íntim am ente con este sue­
ño; *escucha, m i rey cuya costum bre es ocultar.”
El movió su mano y rió — esa cabeza que me conoce pelo a pelo— .
Y dijo, “Estás tram ando algo para ju g a r conm igo, yo que soy
el espejo de cada m atiz y olor.”
Yo soy como un juguete en sus manos, pues soy la imagen di­
bujada por su aguja que cose oro.
No sin vida será la im agen que haya hecho; yo soy su imagen
más insignificante, por eso estoy en éxtasis.

73
Aquel esclavo errante ha regresado, ha regresado; ha llegado ante
Ti ardiendo y fundiéndose com o una vela.
Sonríele, oh alma, como la anémona y el azúcar candi; no cie­
rres la puerta, oh alma, pues llega necesitado.
Y aunque Tú cierres la puerta, él se someterá a Tu decreto; el
siervo es todo servil necesidad, el rey está lleno de orgullo y desdén.
Cada vela fundida se ha convertido en la claridad del ojo, pues
el que ha sufrido fundiéndose ha conocido privadamente el secreto.
Aunque haga una diferencia entre el agua envenenada por Su
mano y el vino, m i espíritu ha llegado al cam ino del Espíritu, por
Alá, pero sin sinceridad.
¿Cóm o beberá Su agua de la vida cualquier anim al? ¿Cóm o
contem plará Su rostro el ojo que está cerrado?
He renunciado al viaje, he venido a m orar con el A m igo, me
lie asegurado contra la m uerte, pues esa larga vida ha llegado.

81
Corazón mío, puesto que estás en este arroyo, ¿por qué enton­
ces aún buscas agua? ¿D urante cuánto tiem po dirás, “Ven a la
Fiesta” ? El tiempo de la oración ha llegado.

74
Digo, no desesperes porque el Amado te eche; si Él te echa hoy,
¿no te reclam ará mañana?
Si El te cierra la puerta, no te vayas; sé paciente ahí, pues tras
la paciencia
/
Él te sentará en el lugar de honor. /
El te obstruye todos los cam inos y pasajes, El te m ostrará un
cam ino secreto que ningún hom bre conoce.
¿No es este el caso del carnicero, que cuando corta la cabeza
de una oveja con su cuchillo no abandona lo que ha matado, sino
que prim ero mata, y luego arrastra?
Cuando la oveja ya no tiene aliento, él la llena con su propio
aliento; ¡ya verás adonde te lleva el aliento de Dios!
Digo esto como una parábola; por otro lado, Su generosidad
no mata a ningún hombre, sino que le rescata del asesinato.
Él entrega todo el reino de Salomón a una simple horm iga; Él
otorga ambos mundos, y no asusta a ningún simple corazón.
Mi corazón ha viajado por todo el mundo y no ha encontrado
a nadie com o Él; ¿a quién se parece? ¿A quién se parece?
¡Ah, silencio! Pues sin habla Él da todo este vino a probar, Él
lo da a probar, Él lo da a probar, Él lo da a probar.

75
El consejo de cualquiera nunca es de provecho p a ra los am an­
tes; el am or no es la clase de torrente que cualquiera pueda de­
tener.
Ningún hombre del intelecto conocerá nunca el éxtasis de la ca­
beza del borracho; ningún hombre de la razón conocerá nunca el
rapto del corazón en la pérdida de la razón.

82
Los reyes se volverían indiferentes a la m onarquía si olieran
una vaharada de esos vinos que los am antes beben en la asam ­
blea del corazón.
K husrau dice adiós a su reino a causa de S h in n ; Farhád tam ­
bién por ella golpea el hacha contra la m ontaña.'
M ajnün huye del círculo de los hom bres del intelecto por el
am or de Lailá; V ám iq se rió en los bigotes de todos los engreí­
dos.2
H elada está la vida que ha pasado sin ese dulce espíritu; po­
drida está la alm endra que no es consciente de esta ta rta de al­
m endras.
Si aquel paraíso no g irara perplejo y enam orado com o nos­
otros, se cansaría de su giro, y diría, “Es suficiente para mí; ¿has­
ta cuándo, hasta cuándo?” *
El mundo es com o un caram illo, y El sopla en cada uno de sus
agujeros; verdaderam ente cada uno de sus lam entos procede de
esos dos labios dulces com o el azúcar.
Contem pla cóm o, cuando El sopla en cada terruño, en cada
corazón, El satisface una necesidad, El ofrece una pasión que ele­
va el lamento de la angustia.
Si arrancas tu corazón de Dios, ¿a quién entonces se lo entre­
garás? Dim e esto. D esalm ada es la persona que ha sido capaz de
arran ca r su corazón de Dios por un simple momento.
Ya está bien; ve ágilm ente, sube de noche hasta este tejado;
¡levanta un herm oso clam or en la ciudad, alma mía, con fuerte
voz!

1 Farhád intentó abrirse camino excavando una montaña para alcanzar a ShTrln,
su amada.
* Majnün era el poeta-amante de Lailá en un fam oso romance beduino.
Para Vámiq ver nota 1 en poema 15.

83
76
Yo soy tú, tú eres yo, oh am igo; no te vayas de tu propio pecho;
no te creas otro, no te ahuyentes de tu propia puerta.
No engañes a tu cabeza y tus pies con tu inacabable tentación,
pues, aturdido, yo patearé con el pie de la crueldad m i propia ca­
beza.
Q uien, com o una som bra, nunca está separado de tu form a,
ése soy yo; amado, no saques tu daga contra m i sombra.
Oh árbol, en cada dirección donde hay m iles de sombras, cui­
da las sombras, y no las cortes de su origen.
Oculta todas las sombras y disípalas en la luz; revela el rostro
del sol de tu m ejilla radiante.
El rein o del co razó n está d eso rd en ad o co n tu d u alid ad de
c o raz o n es; sube al trono, no d escien d as de tu p ro p io p ú lp i-
to.
“La Razón es la corona” — así habló A1T en una similitud; otor­
ga al trono una nueva joya de tu propia esencia.1

77
El mes de Diciembre ha partido, y Enero también; ven, pues ha lle­
gado la primavera, la tierra está verde y alegre, el tiempo de los
tulipanes ha llegado.
¡Mira cómo los árboles se tambalean y agitan sus manos como
borrachos! El céfiro ha recitado un hechizo, para que la enram a­
da de rosas no pueda descansar.
El nenúfar dijo al jazm ín, “ ¡Mira qué retorcido estoy ahora!”
Los capullos dijeron a la pradera, “La gracia del O m nipotente ha
descendido.”
La violeta hizo una genuflexión cuando el jacinto se inclinó
hum ildem ente, cuando el narciso hizo un guiño, diciendo “Un
tiem po del que tom ar nota ha llegado.”

' Para A lt ver nota 3 en poema 50.

84
¿Qué dijo el sacudido sauce, para que su cabeza se ilum inara
con em briaguez? ¿Qué contem pló el ciprés de herm osa estatura,
para que partiera y regresara firm e de pie?
Los pintores han cogido el pincel, m i alm a está em briagada
con esas manos, pues sus herm osas imágenes han añadido belle­
za a la arboleda.
M illares de pájaros de dulces alas sentados en sus pulpitos es­
tán alabando y recitando laudes, que el tiem po de la revelación ha
llegado.
Cuando el pájaro del alm a dice “ ¡ Kd//w!” la palom a torcaz re­
plica “¿Dónde, dónde?” Él prim ero dice, “Puesto que no has co­
gido la fragancia, tu parte es esperar.” 1
Las rosas deben m ostrar sus corazones, pues no es decoroso
ocultar el corazón cuando el am igo de la cueva retira su velo.2
La rosa dijo al ruiseñor, “M ira el verde lirio — aunque tiene
cien lenguas, es firm e y guarda su secreto.”
El ruiseñor replicó, “Sal fuera, ocúpate revelando m i secreto,
pues este am or que poseo es atrevido com o tú.”
El plátano silvestre bajó su rostro hasta la p arra — "Postrada,
¡levántate!” La p arra respondió, “Esta postración m ía no es vo­
luntaria.
Estoy preñada con ese trago que pega a los borrachos; m i in-
lerior es un fuego, tu exterior es mero plátano.”
El azafrán salió alegre, la m arca de los am antes en su mejilla;
la rosa se apiadó de él y dijo, “ ¡Ah, pobre criatura, qué abyecta
está!”
Este encuentro llegó a los oídos de la m anzana de rubí, de ros-
Iro risueño, que dijo a la rosa, “No sabe que el A m ado es sufrido.”
Cuando la m anzana hizo esta declaración, “Yo pienso bien en
el Señor”, para ponerla a prueba, le llovieron piedras de todos los
lados.
A lguien le alcanzó; quien es verdadero am ante, ríe; ¿por qué
no rió S h lrln cuando K husrau le tiró piedras?

' "YaHu': el grito del místico extático, “¡Oh Él (D ios)!”


líl “am igo de la cueva” se refiere al espíritu de Mahoma.

85
El lanzar terrones por los hermosos no tiene otro objeto que lla­
m ar al amante; la crueldad de los amantes entre ellos no es una se­
ñal de aversión.
Si Zulaikhá en ese m om ento desgarró la falda y el collar de
José, debes saber que fue jugando cuando ella desveló su secreto.3
La m anzana am ortigua el golpe y no cae, diciendo, “Soy feliz
de colgar aquí, pues este honor de estar colgada en lo alto a lle­
gado hasta mí, como M ansür.4
Yo soy M ansür colgando de la ram a de la ho rca del Todo-
M isericordioso; tal beso y abrazo ha llegado hasta m í lejos de los
labios de los viles.”
¡Ah! los besos han term inado; esconde tu corazón com o un
hojaldre; dentro del pecho pronuncia secretam ente las palabras
innumerables.

78
El hom bre de Dios está borracho sin vino, el hom bre de Dios está
saciado sin carne.
El hombre de Dios está aturdido y perplejo, el hombre de Dios
no tiene com ida ni sueño.
El hom bre de Dios es un rey bajo un m anto de derviche, el
hom bre de Dios es un tesoro en una ruina.
El hom bre de Dios no es del aire ni de la tierra, el hom bre de
Dios no es del fuego ni del agua.
El hom bre de Dios es un m ar ilim itado, el hom bre de Dios
llueve perlas sin una nube.
El hom bre de Dios tiene cien lunas y cielos, el hombre de Dios
tiene cien soles.
El hom bre de Dios es sabio a través de la Verdad, el hom bre de
Dios no aprende con libros.
El hombre de Dios está más allá de la infidelidad y la religión,
para el hom bre de Dios bien y m al es lo m ism o.

3 Ver Corán, 12:25.


4 Para Mansür, ver nota 1 en poema 30.

86
El hombre de Dios cabalgó lejos del No-ser; el hombre de Dios
está gloriosam ente atendido.
El hombre de Dios está oculto, Shamsi D in; ¡busca y encuen­
tra al hom bre de Dios!

79
D e todo el mundo sólo a ti elijo; ¿perm itirás que me siente en do­
lor?
Mi corazón es com o una plum a en tu m ano; tú eres la causa,
ya esté alegre o melancólico.
Salvo lo que tú quieras ¿qué tendré? ¿Q ué veré, salvo lo que tú
m e m uestres?
A hora haces que me crezca una espina, ahora una rosa; ahora
huelo rosas, ahora arranco espinas.
Si tú me guardas así, así soy yo — si tú me deseas así, yo soy así.
En esta tinaja donde das color al alma, ¿quién soy yo? ¿qué es
m i am or y odio?
Tú fuiste el primero, y tú serás el último; haz m i último m ejor
que m i primero.
C uando estás oculto, yo soy de los infieles; cuando te m ani­
fiestas, yo soy de los fieles.
No poseo más que lo que tú me has dado; ¿qué buscas en m i
bolsillo y manga?

80
Cada forma que ves tiene su arquetipo en el mundo sinlugar; aun­
que la form a perezca, no im porta, pues su original es eterno.
Cada herm osa form a que viste, cada profundo dicho que oís­
te, no te deprim as porque pereciera, pues no es así.
Por cuanto la cabeza de la primavera es im perecedera, su ram a
da agua continuamente; puesto que nada puede cesar, ¿por qué te
lamentas?

87
Concibe el Alm a como una fuente, y estas cosas creadas com o
ríos: m ientras la fuente fluya, los ríos corren desde ella.
Expulsa el dolor de tu cabeza y sigue bebiendo de esta agua
de río; no pienses que esta agua se acaba, pues esta agua no tiene
fin.
Desde el momento que entraste en el mundo del ser, una escalera
fue puesta ante ti para que pudieras escapar.
Prim ero fuiste un m ineral, después te convertiste en planta;
después fuiste un animal, ¿cóm o iba a ser esto un secreto para ti?
A continuación fuiste hecho hom bre, con conocim iento, ra ­
zón, fe; contem pla el cuerpo, siendo una porción del hoyo de pol­
vo ¡qué perfecto se ha hecho!
Cuando hayas abandonado al hombre, sin duda te convertirás
en ángel; una vez que hayas concluido en esta tierra, tu lugar está
en el cielo.
Abandona de nuevo el estado angelical; entra en ese océano, para
que tu gota se convierta en un m ar que es un centenar de m ares
de O m án.1
Deja este “Hijo”, di siem pre “U no” con toda tu alma; aunque
tu cuerpo haya envejecido, ¿qué im porta, cuando tu alm a es jo ­
ven?

81

El am or por ti me hace inconsciente de m i propia fam ilia, pues


tu am or ha arraigado los fundam entos del bienestar;
Porque el Amor sólo desea la ruina de los asuntos propios, pues
el A m or no acepta consejo de ninguna calam idad.
¿Qué lugar hay para la sana y herm osa reputación, el respeto
y la pompa? ¿Qué es la casa y la seguridad, qué es la fam ilia o los
hijos?
Cuando la espada del A m or roba el alma del am ante, un m i­
llar deponen sus vidas sagradas en gracias por ello.

1 Para Omán ver nota 1 en poema 50.

88
¡Cómo! ¿tu deseo de am or, y después el m iedo a la ruina? ¿Tú
con la bolsa sujeta, y después el am or por ese labio de azúcar?
A parta tu cabeza y siéntate en el rincón de la seguridad — la
mano corta no aspira al alto ciprés.
¡Vete! En toda la vida no has cogido el perfume del Amor; esto
no es Amor, esto es razón autosatisfecha.
¿Qué es ejercitar paciencia y ag arrar la falda por tentación,
sentado unos pocos días para ver lo que llega del cielo?
El fuego del A m or llegó y consum ió todo lo que está junto a
Él; puesto que todo está consum ido, ¡siéntate contento y ríe ale­
gre!
E specialm ente el A m or de ese Uno, cuyo sem ejante, desde
Alast hasta ahora, nunca ha sido tan devoto de la castidad.1
Si tú dices, “Le he visto,” por Dios abre otro ojo y cierra estos
dos;
Pues por esta m irada, m iles de miles com o yo y como tú en
am bos mundos han sido destruidos y cegados para siempre.
Si a mi vista llegara otro que esa Belleza, ¡que m is dos ojos sean
arrancados con un hacha!
La vista de todos los hom bres heroicos ha dem ostrado im po­
tencia; ¿cóm o alcanzará el perezoso la B elleza y M ajestad del
rey?
¡Ojalá ese Dios hubiera rasgado el velo del ser, igual que A ll
el León desgarró las puertas de K haibar,2
Para que el ojo pudiera ver cómo durante m il años, cinco ve­
ces al día, él golpea los tambores en el otro lado!3

1 Alast: el día de la primitiva alianza de D ios con el hombre. Ver Corán, 7:171.
2 Khaibar era la fortaleza judía que conquistó Al!.
3 “Cinco veces al día” en cada oración Mahoma es proclamado el Mensajero de
D ios, y, en las tierras de los chiítas, A ll su Albacea.

89
82
U na vez más, una vez m ás he escapado de m is cadenas, me he
deshecho de estos lazos y esta trampa que aprisionan al enfermo.
Cielo, el encorvado anciano lleno de hechicería y engaño — por
virtud de tu fortuna juvenil he escapado de este anciano.
Noche y día corrí, escapé de la noche y del día; pregúntale a
esta esfera cómo volé, igual que una flecha.
¿Por qué he de tem er el dolor? Pues yo soy el cam arada de
muerte. ¿Por qué he de tem er al general? Pues yo he escapado del
príncipe.
La razón me hundió con inquietud durante cuarenta años; se­
senta y dos me ha tenido com o presa, y he escapado de las ideas.
Todas las criaturas fueron hechas sordas o ciegas por predes­
tinación, yo he escapado del sordo y del ciego de la predestina­
ción, y de la predestinación.
Exteriorm ente piel, interiorm ente hueso, el fruto es un prisio­
nero; com o un higo, he escapado de esa piel y ese hueso.
La dem ora causa daño, y la prisa es el diablo; m i corazón ha
escapado de la prisa, y yo he escapado de la demora.
En el prim er lugar la sangre era el alimento, al final la sangre
se convirtió en leche; cuando salieron los dientes de la razón, es­
capé de esa leche;
C orrí tras el pan, una b arra o dos, por engaño; Dios me dio un
alimento, p ara que escapara del engaño.
Perm anece en silencio, perm anece en silencio, no hables más
en detalle; hablaré de la interpretación, he escapado del hedor del
ajo.

83
Si un árbol pudiera moverse con pies y alas, no sufriría el dolor de
la sierra o los golpes del hacha;
Y si el sol no viajara con alas y pies toda la noche, ¿cómo se
ilum inaría el mundo en la corriente de la m añana?

90
Y si el agua salada no subiera desde el m ar hasta el cielo, ¿cómo
sería revivido el jard ín por el torrente y la lluvia?
Cuando la gota partió de su hogar nativo y regresó, encontró
una concha y se convirtió en una perla.
¿No em prendió José un viaje en lágrim as, al abandonar a su
padre? ¿no alcanzó en el viaje la fortuna, el reino y la victoria?
¿No viajó M ustafá hasta M edina, ganando la soberanía, y con­
virtiéndose en rey de un centenar de tierras?1
Y tú — si no tienes pies, elige viajar en ti m ism o; com o una
m ina de rubí recibe una m arca de los rayos del sol.
Haz un viaje desde el ego hasta el ego, oh maestro, pues por
tal viaje la tierra se convierte en una m ina de oro.
D esde la am argura y la agrura avanza hasta la dulzura, igual
que de la tierra salada brotan m il clases de frutos.
En el Sol, orgullo de Tabrlz, contempla estos milagros, pues los
árboles ganan belleza con la luz del sol.

84
N uestro desierto no tiene lím ites, nuestros corazones y almas no
conocen descanso.
M undo sobre mundo ha tom ado la im agen de la Forma, ¿cuál
de estas imágenes es la nuestra?
Cuando veas en el cam ino una cabeza cortada que va rodan­
do hacia nuestro prado,
Pregúntale, pregúntale, los secretos del corazón, pues de ella
sabrás nuestro oculto m isterio.
¿Cómo sería si una oreja se m ostrara fam iliar con las lenguas
de nuestros pájaros?
¿Cóm o sería si un pájaro tom ase vuelo, llevando el collar del
secreto de nuestro Salom ón?
¿Qué he de decir, qué he de suponer? Pues este cuento es de­
m asiado alto para nuestro eventual y lim itado ser.

1 Se refiere a la huida de Mahoma de la Meca a Medina.

91
¿Cóm o guardar silencio, cuando a cada momento nuestra an­
gustia está más angustiada?
¡Qué perdiz y halcón volando juntos entre el aire de nuestra
tierra montañosa,
Entre el aire, que es la séptim a atm ósfera, en cuyo cénit está
nuestro Saturno!
¿No están los siete cielos bajo el em píreo? Más allá del em pí­
reo está nuestra revolución.
¿Qué lugar hay aquí p ara las aspiraciones hacia el em píreo y
el cielo? Nuestro viaje es hacia el jard ín de rosas de la unión.
D eja este cuento; no nos preguntes, pues nuestro cuento está
totalm ente interrum pido;
Saláh al-Haqq w a’l-D ln te revelará la belleza de nuestro Sultán,
el Rey de reyes.1

85
Yo soy un pintor, un creador de pinturas, a cada momento compongo
una form a hermosa, y después ante tu presencia las fundo todas.
Convoco a un centenar de fantasm as y les doto de espíritu,
cuando veo tu fantasma, los arrojo al fuego.
Tú eres el copero del Vinatero, o el enem igo del sobrio, ¿eres
tú el que arruina cada casa que construyo?
En ti el alma está disuelta, contigo está mezclada; ¡Helo aquí!
m im aré el alma, pues tiene tu perfume.
Cada gota de sangre que fluye de m í le está diciendo a tu pol­
vo, “Yo soy del m ism o color que tu amor, yo soy la com pañera de
tu cariño.”
En la casa del agua y la arcilla este corazón está desolado sin
ti; oh Amado, entra en la casa, o me iré.

1 Saláh al-Haqq w a’l-D ln fue el sucesor de Shams al-DTn, tras la desaparición


de éste.

92
86
Desde el pecho del Ego m e llega continuam ente el perfume del
Amado; ¿cóm o no acogeré en m i pecho cada noche al Ego?
A noche estuve en el jard ín del Amor; este deseo entró en m i
cabeza, que su sol se asom ara por m is ojos, que el río (de lágri­
m as) em pezara a fluir.
Cada rosa risueña que brota de su alegre labio ha escapado de
la espina del ser, ha eludido a Dhu ‘1-Faqar;1
Todos los árboles y hojas de hierba estaban bailando en la pra­
dera, pero a la vista del vulgar estaban atados y en descanso.
De repente a un lado apareció nuestro Ciprés, para que el ja r ­
dín se quedara sin sentido y el plátano silvestre palm eara sus m a­
nos.
El rostro como el fuego, el vino como el fuego, el am or en lla­
m as — los tres deliciosos; el alma, a causa de los fuegos entre­
mezclados, se lam entaba, “¿Adonde huiré?”
En el mundo de la Unidad Divina no hay lugar para el Número,
pero el Núm ero existe necesariam ente en el mundo del Cinco y
del C uatro.2
Puedes contar una m iríada de dulces m anzanas en tu mano, si
quieres hacer una, estrújalas juntas.
Contempla, sin m irar las letras, lo que es este lenguaje en el co­
razón; la pureza del color es una calidad que deriva de la Fuente
de la A cción.3
Shams-i T ab rizi está sentado como un rey, y ante él m is ri­
mas están ordenadas com o serviciales esclavos.

1 Para Dhu ’1-Faqar, ver nota 2 en poema 70.


2 Los cinco sentidos y los cuatro elementos.
5 El lenguaje del corazón es el silencio.

93
87

C orazón m ío, siéntate cerca de esa p ersona que tiene la exp erien ­
cia del corazón, ve bajo ese árbol que tiene flo re s frescas.
No vayas de aquí a allá com o hacen los holgazanes en esta fa r­
m acia; siéntate en la tienda de alguien que tenga az ú ca r en su co­
m ercio.
Si no tienes equilibrio, entonces todos te acechan; un hom bre
ad o rn a una m oneda falsa, y tú im aginas que tien e oro.
Con tram p as te deja en la p u erta , d icien d o , “ A h o ra v u elv o ”
— no te sientes esp eran d o en la p u erta , pues esa casa tien e dos
pu ertas.
No lleves tu taza a cad a olla que hierva, y no te sientes ah í,
pues toda olla que hierve tiene algo m ás dentro.
N i cada ca ra m illo tiene azúcar, ni cada bajo tiene su sobre, ni
cada ojo tiene vista, ni cada m a r tiene perlas.
L am én tate, ru ise ñ o r can tan te, pues el lam en to del b o rra ch o
tiene algún efecto, algún efecto incluso sobre las rocas y las p ie­
dras.
D esecha tu cabeza si no hay lugar, pues si el hilo no está co n ­
tenido en el ojo de la aguja es porq u e tiene cabeza.
E ste corazón v ig ilan te es u n a lin tern a; so stén la bajo tu falda;
d esap arece de este viento y aire, pues el aire le confunde.
Al desaparecer del viento te conviertes en m orador de una fuen­
te, te conviertes en com pañero de un aliado que d erram a agua re­
frescante sobre el corazón.
C uando tienes agua en el corazón, eres com o un árbol verde
que constantem en te da nuevo fru to , y viaja dentro del Corazón.

88
Fui allí em briagado y dije, “O h belleza, ¿cuándo m e en lo q u ecis­
te? ¡da o íd o !”
El replicó, “M ira, en m i o reja hay un aro , su jétate a ese aro
com o un p endien te.”

94
\ b rápidam ente alarg u é m i m ano p a ra to c a r su aro; él m e g o l­
peó diciendo, “ ¡R etira tu m ano de mí!
E nco n trarás el cam in o h asta este aro sólo cuando te co n v ier­
tas en una perla real en pureza.
M i aro dorado, ¡y después una cuenta! ¿C óm o iba a subir Jesús
al cielo en un asn o ?”

89

D ios ha escrito alred ed o r de la m ejilla del A m ad o la inscripción


Por lo tanto presta a tención a él, tú que tienes o jo s. 1
Puesto que el A m or devora a los hom bres, es necesario p ara un
hom bre convertirse en un bocado ante el A m or devorador de h om ­
bres.
Tú eres un am arg o b ocado, y de digestión m uy larga; el san ­
to es un dulce b ocado fácil de digerir.
R om pe el bocado que eres, pues la b o ca es estrecha; incluso
tres elefantes no te devorarían, salvo en tres tragos.
A nte tu avidez el elefan te m ism o es un bocado; tú eres com o
los p ájaro s ababils que h iciero n del elefante su v íctim a.2
T ú naciste de nin g u n a entidad, llegas tras una po d ero sa esca­
sez; p a ra ti, el p ájaro engordado com o alim ento, la serpiente y la
cu leb ra son lo m ism o.
H as llegado a una caldera caliente; ah o ra quem as tu boca, a h o ­
ra tiznas tus ropas, labios y turbante.
C on n a d a estás sa cia d o , co m o el v ie n tre del in fie rn o , ev ita
p o r v e n tu ra que el C rea d o r T o d o p o d ero so p o n g a Su p ie so b re
ti. *
Igual que El pone Su p ie sobre la cabeza del infierno, y el in ­
fierno proclam a, “ ¡Ya está bien, estoy lleno, levanta Tu pie!”
D ios sacia el ojo de los santos y elegidos, pues ellos esta lib e­
rados del ego y de la co d icia p o r esta carro ñ a.

1 Ver Corán, 59:2.


J Ver Corán, 105:1.

95
En ellos no queda ninguna codicia por el conocim iento y la
ciencia, ningún deseo por el paraíso; el que conduce un león no
busca un asno o un camello.
¡Silencio! Si yo contara Sus regalos y donaciones, el m ism o día
de la resurrección se sentirá m areado y confundido en la cuenta.
Ven, Orgullo de Tabriz, verdadero Shams al-D ln; el sol en los
cielos girantes en tu hum ilde esclavo.

90
El A m or no es más que felicidad y cariño, no es más que alegría
y correcta dirección.
Bü Hariífa no enseñó amor, Sháfi’í no tenía ninguna tradición
relacionada con é l.1
“Lícito” e “ilícito” operan hasta la muerte; no hay térm ino para
la ciencia de los amantes.
Los am antes están ahogados en agua de azúcar; Egipto no tie­
ne por qué quejarse de azúcar.
¿Cómo no ha de dar las gracias el alma del borracho por un vino
para el que no hay fronteras ni lím ites?
A quél que hayas visto afligido y ceñudo no es un am ante, y
no pertenece a esa provincia;
Por otro lado, cada brote es un velo de un jardín, los celos y la
envidia no tienen contagio.
El principiante en este sendero del A m or es el que no está in­
form ado del principio.
A núlate de la conciencia del ego, pues no hay peor pecado que
ser.
No seas pastor, sé un rebaño; el pastoreo no es más que un obs­
táculo para el cuidado providencial.
Dios es suficiente para la enferm edad de m uchos siervos, pero
el siervo no tiene este conocim iento y suficiencia.2

1 Bü HanTfa y Sháfi’T fueron fundadores de escuelas de jurisprudencia islám i­


ca.
2 Ver Corán, 4:45.

96
A_________________________ ____

El dice, “Esto es problem ático y alegórico” ; esto está claro,


esto no es una alegoría.
Un ciego tropezó con un cántaro; dijo, “El portero no tiene
cuidado.
¿Q ué hacen los cántaros y los vasos en el cam ino? El sende­
ro debería estar lim pio de estas vasijas.
Q uitad los cántaros del camino; el portero no está atendiendo
a su trabajo.”
El portero respondió, “Ciego, no hay ningún cántaro en el ca­
m ino, el hecho es que no tienes conocim iento del cam ino.
H as dejado el cam ino y has ido hacia el cántaro; ese es un error
evidente.”
M aestro, tu em briaguez en el cam ino de la religión es la úni­
ca señal desde el principio hasta el fin.
T ú eres una señal, y un buscador de una señal; no hay m ejor
señal que el buscador de una señal.
Te has extraviado del cam ino, de otra m anera en el cam ino del
esfuerzo ningún esforzado va sin su prem io.
Justo com o el peso de un átomo él verá, el peso de un átomo
de desliz no sale im pune;3
Un átomo de bien no queda sin recom pensa — abre tus ojos, si
no estás ciego.
Cada hierba es una señal de agua; ¿qué hay que no sea tribu­
tario de ella?
Basta, esta agua tiene muchas señales; el hom bre sediento no
requiere ningún consejo.

91
Oh mundo de agua y arcilla, desde que te conocí he conocido una
m iríada de tribulaciones y dolores.
T ú eres el pasto de los asnos, no la m orada de Jesús; ¿por qué
he conocido este pasto de asnos?

1 Ver Corán, 99:8.

97
Prim ero pusiste la mesa, después me diste dulce agua; me atas­
te de pies y manos, para que conociera la mano y el pie.
¿Por qué no ataste tus pies y manos, viendo que Dios te lla­
m aba cuna?
Como un árbol levanto m is manos de la tierra en deseo por Ese
de quien conocí el deseo.
“Oh racim o, ¿cóm o es que en la infancia te convertiste en un
perfecto anciano?” La respuesta llegó, “Escapé de la pasión de la
juventud cuando conocí el céfiro.”
La ram a va hacia arriba porque procede de arriba; yo me apre­
suro hacia m i origen, porque conozco mi origen.
¿Hasta cuándo hablaré de “abajo” y “arriba”? El sinlugar es m i
origen, yo no soy del lugar, pues sé de dónde viene el lugar.
No, perm anece en silencio, parte hacia la inexistencia, hazte
nada en la inexistencia; date cuenta ¡cuántas cosas sé de las no-co-
sas!

92
Todos los fatigados se han ido; cerrad la puerta de la casa; riá­
monos en unión de la fatigada razón.
Salid para la Ascensión, ya que sois de la fam ilia del Profeta;
besad la m ejilla de la luna, puesto que estáis en un alto tejado.
Si él partió la luna, ¿por qué sois nubes? Si él es enérgico y es­
merado, ¿por qué sois inútiles?1
Fatigados, ¿por qué os fuisteis? Pues no com o hom bres ver­
daderos en este cam ino hendisteis en un m om ento la m ontaña
com o Farhád y Shaddád.2
Puesto que no tenéis cara de luna, no os apartéis de los de cara
de luna; puesto que no sufrís angustia, no os vendéis vuestras ca­
bezas.

1 Ver Corán, 54:1.


2 Para Farhád ver nota 1 en poema 75.
Shaddád construyó el paradisíaco Irán.

98
De esta manera y de esa sucedió; así pues no está bien; no sa­
béis cóm o sois, ¡no sabéis cuántos sois!
Cuando contemplasteis esa fuente, ¿por qué no os convertisteis
en agua? Cuando visteis aquel Ego, ¿por qué aprobasteis vuestros
propios egos?
Puesto que estáis en la m ina de la caña de azúcar, ¿por qué
sois agrios de rostro? Puesto que estáis en el Agua de la Vida, ¿por
qué estáis secos y m architos?
No contiendas así, no huyas de la felicidad; ¿qué posibilidad de
huida hay, viendo que estás cogido en el lazo?
Estás cogido en el lazo del que no hay defensa; no te retuerzas,
no te retuerzas, no te rasguñes contra la lanzadera
Como las abnegadas m ariposas nocturnas roza esta vela; ¿por
qué estás dedicado a la com pañera? ¿Por qué estás atado a la ca­
dena?
Quémate en esta vela, ilum ina tu corazón y alma, ponte un nue­
vo cuerpo cuando hayas arrojado este viejo.
¿Por qué estás asustado del zorro? Tú eres de la casta del león.
¿Por qué sois asnos cojos, si venís de los lomos del veloz caba­
llo?
El Am igo está llegando, la puerta de la felicidad está abrién­
dose, pues ese A m igo es la llave; vosotros sois las cerraduras.
Perm aneced en silencio, pues el habla os ha tragado; el com ­
prador es com o un loro, y vosotros sois azúcar candi.

93
En lo sucesivo el ruiseñor del jard ín hablará de nosotros, hablará
de la belleza de ese Am ado em belesador de corazones.
Cuando el viento cae sobre la cabeza del sauce y éste em pie­
za a bailar, sólo Dios sabe qué cosas le dice al aire.
El plátano silvestre entiende un poco del ardor de la pradera,
dulcem ente levanta dos anchas manos y reza.
Yo pregunto a la rosa, “¿A quién robaste esa belleza?” La rosa
sonríe dulcem ente con vergüenza, pero ¿cóm o lo diría?

99
Aunque la rosa está borracha, no es disoluta com o yo, ella te
diría el secreto del narciso em briagado.
Cuando busques secretos, ve entre los borrachos, pues la cabeza
achispada desvergonzadam ente cuenta el secreto.
Puesto que el vino es la hija de la parra y de la fam ilia de la ge­
nerosidad, ha abierto la boca de la bolsa y habla de la abundancia.
Especialm ente el vino del arriate celestial del Todopoderoso;
quizá Dios hablara de su abundancia y generosidad.
Este nuevo vino ferm enta en el pecho del gnóstico, desde las
profundidades de la tinaja de su cuerpo te invita a la fiesta.
Puesto que el pecho da leche, tam bién puede dar vino; desde
el pecho su fuente fluida cuenta un bonito cuento.
Cuando ese espíritu está más em briagado, apuesta su copa, se
quita la gorra, y abandona esta ropa.
Cuando la razón bebe vino rojo de sangre im prudentem ente,
abre su boca y cuenta los m isterios de la M ajestad.
Permanece en silencio, pues nadie te creerá; el m al cobre no se
traga lo que la piedra filosofal dice.
L leva noticias a TabrTz, O rgullo del M undo; quizá nuestro
Sham s-i D in diga tu alabanza.

94
Anoche hice un nuevo voto, juré por tu vida,
Que nunca apartaría mis ojos de tu rostro; aunque me golpees
con la espada, no me apartaré de Ti.
No buscaré la curación en ningún otro, pues m i dolor es de la
separación de Ti.
Si Tú debieras arrojarm e al fuego, no sería un hom bre verda­
dero si pronunciara un susurro.
M e levanté de tu cam ino com o polvo; ahora regreso al polvo
de tu cam ino.

100
95
El rey ha llegado, el rey ha llegado; adorna la sala de palacio; cor­
ta tus brazos en honor del herm oso de C anaán.1
Puesto que el Alm a del alma del alma ha llegado, no cabe ha­
blar del alma; en su presencia ¿de qué sirve el alma, salvo com o
sacrificio?
Sin am or yo había perdido el cam ino; de repente el am or en­
tró. Yo era una m ontaña; me convertí en una paja para el caballo
del rey.
Ya sea turco o tajik, este esclavo está tan cerca de él com o el
alm a del cuerpo; sólo el cuerpo no contem pla el alma.
¡Eh, am igos míos! la buena fortuna ha llegado; ha llegado el
tiem po de rendir la carga; un Salomón ha llegado hasta el trono,
para deponer a Satanás.
Salta de tu lugar; ¿por qué te entretienes? ¿Por qué estás tan im­
potente? Si no lo conoces, busca en la abubilla el cam ino hasta el
palacio de Salom ón.2
A hí haz tus letanías, ahí pronuncia tus secretos y necesidades;
Salom ón conoce verdaderam ente el idioma de todos los pájaros.
El habla es un viento, oh esclavo, y distrae al corazón; pero él
ordena esto, “ ¡Reúne a los dispersos!”

96
Aquí hay alguien oculto; no creas que estás solo. Ella tiene oídos
agudos; no abras tu boca para el mal.
E sa peri se aloja junto a la fuente de tu corazón; por eso cada
forma de la imagen te ha sido revelada.
Donde haya una fuente, hay un lugar para las peris\ ahí debes
actuar cautelosam ente.

1 El “hermoso de Canaán” es José, muy frecuentemente utilizado como símbo­


lo de la Belleza divina. Ver Corán, 12:31.
J La abubilla fue el pájaro mensajero entre Salomón y la Reina de Saba. Ver
Corán, 27:21.

101
Puesto que estas cinco fuentes de los sentidos están fluyendo
sobre tu cuerpo, conoce que es esa hada quien a veces las obtura,
a veces las hace fluir.
Debes saber también que esos cinco sentidos interiores, tales
com o la im aginación y la concepción, son asim ism o cinco fuen­
tes corriendo hacia el prado.
Cada fuente tiene dos superintendentes y cincuenta controla­
dores; ellos te revelan sus formas en el tiempo del bruñido.
Las peris te castigan si eres descortés, pues esa fam osa peri es
im petuosa y no m uestra ningún favor.
El determ inism o engaña a la reflexión diciendo, “A hora salta
a la acción” ; su astucia ha arrebatado la m anta de cien m il como
nosotros.
Contempla los pájaros en la jaula, contempla los peces en la red,
contem pla los corazones lam entándose a causa de ese sapiente
embustero.
No abras tus ojos subrepticiam ente sobre cualquier ídolo por
traición, que el príncipe que lo ve todo no te aparte de su estima.
Aún quedan algunos versos, pero esta fuente ha calado en la tie­
rra; borbotearán de la fuente cuando nos levantemos de un salto
mañana.
$

97
Oh am antes, oh amantes, es la hora de abandonar este mundo; el
tam bor de la partida llega hasta m i oído espiritual desde el cielo.
M ira, el guía ha levantado y dispuesto la fila de los camellos,
y nos ha rogado que le absolvam os de culpa; ¿por qué, oh viaje­
ros, estáis dormidos?
Estos sonidos delante y detrás son el estruendo de la partida y
los cencerros de los cam ellos; a cada m om ento un alma y un es­
píritu se ponen en cam ino hacia el Vacío.
De estas velas invertidas (como estrellas), de estos toldos azu­
les (del cielo) surge un pueblo m aravilloso, para que los m iste­
rios puedan ser revelados.

102
Un pesado sueño cayó sobre ti desde las esferas giratorias; ¡ay
de esta vida tan lum inosa, cuidado de este sueño tan pesado!
Oh alma, busca al A m ado, oh am igo, busca al A m igo, oh vi­
gilante, está despierto: un vigilante no debe estar dormido.
A cada lado hay clam or y tumulto, en cada calle velas y an­
torchas, pues esta noche el mundo fecundo da a luz al mundo eter­
no.
Tú eras polvo y eres espíritu; tu eras ignorante y eres sabio; Él
que te ha llevado tan lejos te llevará todavía más.
¡Qué agradables son los dolores que sufres m ientras te arras­
tra suavemente hacia él! Sus llamas son com o agua, no te enfades
con él.
M orar en el alma es su tarea, rom per los votos de penitencia es
su tarea; por su múltiple artificio estos átomos están temblando en
su núcleo.
Oh ridículo títere que saltas de tu agujero, com o diciendo, “Yo
soy el señor de la tierra.” ¿H asta cuándo saltarás? Humíllate, o
ellos te doblarán com o un arco.
Tú sem braste la sem illa del engaño, diste rienda suelta a las
burlas, tú m iraste a D ios com o nada, ¡m ira ahora, oh bellaco!
Oh asno, estarías m ejor con la paja; eres un caldero, estarías
m ejor negro; estarías m ejor en el fondo de un pozo, ¡oh desgra­
cia de tu casa y tu fam ilia!
En mí hay Otro por el que estos ojos brillan; si el agua escal­
da, es por el fuego, entiende esto.
No tengo ninguna piedra en m i mano, no tengo ninguna riña
con nadie, no trato duram ente a nadie, porque soy dulce como un
jardín de rosas.
Mis ojos, pues, son de aquella fuente y de otro universo; aquí
un m undo y allí un mundo; estoy sentado en el umbral.
En el umbral están sólo aquellos cuya elocuencia es muda; ya
está bien de insinuaciones, no digas más, retira tu lengua.

103
98
He oído que piensas viajar: no lo hagas; que concedes tú am or a
una nueva am iga y com pañera: no lo hagas.
A unque en el mundo seas un extraño, tú nunca has conocido la
enajenación; ¿a qué infeliz desdichada estás pretendiendo?: no lo
hagas.
No te escabullas de mí, no te vayas con desconocidos; m iras a
hurtadillas a otra: no lo hagas.
Oh luna por la que los cielos están perplejos, tú me dejas atur­
dido y perplejo: no lo hagas.
¿Dónde está el voto y dónde el pacto que hiciste conm igo? Te
apartas de tu palabra y promesa: no lo hagas.
¿Por qué hacer prom esas y por qué hacer declaraciones, por
qué hacer un escudo de votos y halagos?: no lo hagas.
Oh tú cuyo vestíbulo está sobre la existencia y la no-existencia,
en este m om ento estás pasando más allá de la existencia: no lo
hagas.
Oh tú cuya orden el Infierno y el Paraíso obedecen, estás ha­
ciendo del Paraíso un fuego de dem onios para mí: no lo hagas.
En tu campo de cañas de azúcar estoy seguro del veneno; tú
mezclas el veneno con el azúcar: no lo hagas.
Mi alma es com o un horno ardiente, sin em bargo no te basta;
en tu ausencia estás haciendo m i rostro pálido com o el oro: no lo
hagas.
Cuando retiras tu rostro, la luna se oscurece de dolor; preten­
des el eclipse del orbe de la luna: no lo hagas.
Nuestros labios se secan cuando traes la escasez; ¿por qué es­
tás m ojando m is ojos con lágrimas?: no lo hagas.
Puesto que no puedes resistir la facultad de razonam iento de
los amantes, entonces ¿por qué deslumbras al ojo de la razón?: no
lo hagas.
Estás negando dulces m anjares a un enfermo de la abstinencia;
estás poniendo a tu paciente peor: no lo hagas.
Mi ojo ilegal es un ladrón de tu belleza; oh Amado, te estás
vengando de m i vista ladrona: no lo hagas.

104
Retráctate, com pañero, no es el momento de hablar; en la per­
plejidad del amor ¿por qué te entrometes?: no lo hagas.
Excepto la belleza de Sham s -1 D in, orgullo de Tabriz, si aca­
so lanzaras una m irada sobre (algo e n ) los dos mundos: no lo ha­
gas.

99
Esto es Amor: volar hacia el cielo, rasgar, a cada instante, un cen­
tenar de velos.
En el primer momento, renunciar a la vida; el último paso, via­
ja r sin pies. M irar este mundo como invisible, no ver lo que le pa­
rece a uno.
“ ¡Oh corazón”, dije, “bendito seas por haber entrado el círcu­
lo de los amantes, por m irar más allá del cam po del ojo, por pe­
netrar las sinuosidades del pecho!
¿Cómo es que esta respiración llegó hasta ti, oh alma mía, cómo
esta palpitación, oh corazón mío?
Oh pájaro, habla el lenguaje de los pájaros; yo puedo enten­
der tu oculto significado.”
El alm a respondió, “Yo estaba en la Fábrica (divina) cuando
la casa del agua y la arcilla se estaba cociendo.
Yo huí del taller (material) cuando el taller se estaba creando.
Cuando ya no pude resistir más, me arrastraron para m oldearm e
en esta form a de bola.”

100
Nosotros hemos partido — ¡pueda el resto permanecer mucho tiem­
po! Ineludiblem ente todo hom bre que ha nacido debe partir.
El tazón del cielo nunca ha visto un plato que al final no cayera
del tejado.
No corras así, pues en esta tierra incluso el pupilo se convier­
te en maestro.

105
H erm oso, no te des esos aires, pues en esta sepultura m uchas
S h lrín se han convertido en nada, igual que F a rh a d .1
D espués de todo, ¿qué constancia hay en un edificio cuyas co­
lu m n as no son m ás que fragm entos de viento?
Si fuim os m alos, nos llevam os el m al; si fuim os buenos, e n ­
tonces ¡puedas tú reco rd arn o s!
A unq u e podáis ser el ú nico de vuestro tiem po, hoy p a rtiré is
uno tras otro.
Si no deseas quedarte solo, haz hijos en obediencia a Dios y bue­
nas acciones.
E se hilo de luz invisible es inm ortal, pues es la m édula del es­
píritu de los Pegs;2
E sa esencia del am or, que es la q uintaesencia — ésa p erm an e­
ce p a ra toda la eternidad.
Si estas aren as m ovedizas son inestables, otra clase de fu n d a­
ción está asentada.
Yo soy com o el arca de N oé en esta tierra seca, pues ese d ilu ­
vio es el sello del tiem po prom etido.
N oé hizo de un arca su casa, pues vio desde lo invisible la ola
d e s c o lla n te .
H em os caído adorm ecidos entre los silenciosos, pues hem os
rebasado todos los lím ites en clam or y lam entos.

101
Yo grité en la m edianoche, “¿Q uién está en la casa del corazón?”
El dijo, “ Soy yo, por cuyo rostro el sol y la luna sienten vergüenza.”
El dijo, “¿Por qué esta casa del corazón están tan llen a de im á­
genes?” Yo dije, “Son tu reflejo, cuyo rostro es una vela de C higil.”1
Él dijo, “C uál es esta otra im agen, salpicada con sangre del co­
razó n ?” Yo dije, “E sta es m i im agen, corazón afligido y pies en el
fan g o .”

1 Para S h lrín y Farhád ver nota 1 en poem a 75.


2 Los Pegs son los grandes santos de todas las edades.
1 C higil, en el Turkestán, estaba considerada com o el hogar de la belleza.

106

A té el cuello de m i alm a y la llevé ante El com o m uestra: “Es
la confidente del A m o r; no sacrifiq u es a tu p ro p ia co n fid en te.”
Él m e dio el extrem o de un hilo, un hilo lleno de enredos y tre ­
tas; dijo, “T ira, p a ra que yo pueda tirar, p ero no lo rom pas en el
tiró n .”
D esde la tien d a del alm a brilló la fo rm a de m i A m ado, m ás
A

herm o sa que antes; yo alarg u é m is m anos hacia él; El golpeó m i


m ano, diciendo, “ ¡D eja!”
Yo dije, “Eres cru el.” Él dijo, “D ebes saber que soy cru el p ara
bien, no p o r rencor y despecho.
A quien entra d iciendo, “ Soy yo” , le golpeo en la frente, pues
este es el santu ario del A m or, ¡oh loco!, no un co rral de ovejas.”
Saláh-i Dil u D in es verdaderam ente la im agen de ese H erm oso;
frota tus ojos, y co n tem p la la im agen del corazón, la im agen del
co razó n .2

102
F eliz el m om ento cu an d o estam os sentados en palacio, tú y yo,
con dos form as y dos figuras, pero u n a sola alm a, tú y yo.
L os colores de la arb o lad a y la voz de los pájaros nos darán in ­
m ortalidad, cuando entrem os en el ja rd ín , tú y yo.
Las estrellas del cielo vendrán a m irarn o s; les enseñarem os la
m ism a luna, tú y yo.
Tú y yo, ya no individuales, nos m ezclarem o s en éxtasis, ale­
gres, y a salvo del n ecio b arboteo, tú y yo.
T odos los p ájaro s de brillantes plum as del cielo devorarán sus
co razo n es de envidia, allí d o n d e riam o s de tal m an era, tú y yo.
E sta es la m ayor sorpresa, que tú y yo, sentados aquí en el m i s-
m o rincón, estem os en este m om ento am bos en Ira k y K horásán,
tú y yo.

2 Para SalSh-i D il u D in ver nota 1 en poem a 84.

107
103
¿Por qué el alma no toma vuelo, cuando desde la gloriosa Presencia
llega hasta ella una palabra de dulce favor que dice “Sube” ?
¿Cóm o no ha de saltar un pez ágilm ente desde la tierra fírme
al agua, cuando el sonido de las olas alcance su oído desde el frío
m ar?
¿Por qué no volará el halcón desde la presa hasta el rey, cuan­
do oiga por el tam bor y la baqueta la orden RegresaV
¿Por qué no em pezaría a bailar cada Sufi, com o una m ota en
el sol de la eternidad, si eso le libra de la decadencia?
¡Tal gracia y belleza y encanto y donación de vida! — Si al­
guien prescindiera de El ¡qué desgracia y error!
Vuela, vuela, oh pájaro, hasta tu hogar nativo, pues has esca­
pado de la jaula, y tus alas están desplegadas.
Viaja lejos del arroyo am argo hacia el agua de la vida; regre­
sa del vestíbulo al alto asiento del alma.
Deprisa, deprisa, pues nosotros también, oh alma, estamos lle­
gando desde este mundo de la separación hasta ese m undo de la
unión.
¿H asta cuándo, com o niños, en esta esfera terrenal llenarem os
nuestras faldas de polvo, piedras y hollín?
Dejadnos abandonar la tierra y volar hacia el cielo, dejadnos
huir de la infancia hasta el banquete de los hombres.
¡No m ires cómo el molde terrenal te ha atrapado!; rasga el saco
y alza tu cabeza limpia.
Coge del Am or este pergam ino en tu mano derecha; no eres
un niño, no para distinguir tu derecha de tu izquierda.
Dios dijo al m ensajero de la Razón, “ ¡Vete!” , a la mano de la
M uerte, “Castiga el deseo m undano.”
Una voz llegó hasta el espíritu, “Apresúrate hasta lo Invisible;
tom a la ganancia y el tesoro, y no te lam entes m ás del dolor.”
G rita fuerte y proclama que eres el Rey; tuya es la gracia de la
respuesta, y tuyo es el conocim iento de la pregunta.

1 Ver Corán, 89:28.

108
104
Una pequeña manzana, m itad roja y m itad am arilla, hizo el cuen­
to de la rosa y el azafrán.
Cuando el am ante se separó del amado, el am ado se llevó los
aires del orgullo, el am ante los dolores.
Estos dos m atices contrarios a través de una simple sep ara­
ción se han m anifestado en las mejillas de ambos.
No es apropiado el am arillo para las m ejillas del amado; p ara
el am ante, el rojo y lo graso son indecorosos.
Puesto que el amado ha empezado a darse aires, soporta sus ai­
res, am ante, y no luches contra ellos.
Yo soy com o una espina y m i amo es com o la rosa; ellos son
dos,* en realidad son uno.
El es com o el sol, y yo soy la sombra; suyo es el calor de la
perm anencia, mío el frío.
G oliath salió contra Toliath; David m idió bien la distancia.'
El corazón nació del cuerpo pero es el rey del cuerpo, igual
que un hom bre nació de una mujer.
De nuevo dentro del corazón hay un corazón escondido, como
un jinete oculto en el polvo;
La agitación del polvo está provocada por el jinete — es él quien
hizo bailar al polvo.
E sto no es ningún ajedrez, p ara que tú apliques tus p en sa­
m ientos; con confianza en Dios tira tu ficha com o los dados.
Sham s-i Tabríz es el sol del corazón; ese calor nutrió los fru ­
tos del corazón.

Ver Corán, 34:11.

109
105
El mes del ayuno ha llegado, la bandera del em perador ha llega­
do; retén tu mano de la com ida, la m esa del espíritu ha llegado.1
El alma ha escapado de la separación y ha atado las manos de
la naturaleza; el corazón del error está vencido, el ejército de la
fe ha llegado.
El ejército de los corceles bufantes se ha entregado al pillaje,
desde el fuego de los golpeadores de Juego el alma es llevada a la
lam entación.2
El Becerro era excelente, M oisés hijo de ’lm rán apareció; a
través de él los m uertos resucitaron cuando fue sacrificado.3
El ayuno es como nuestro sacrificio, es la vida de nuestra alma;
sacrifiquemos todos nuestro cuerpo, puesto que el alma ha llega­
do com o invitado.
La fortaleza es com o una dulce nube, la sabiduría llueve de
ella, pues fue en tal mes de fortaleza cuando llegó el Corán.
Cuando el alm a carnal está en necesidad, el espíritu va hasta
la Ascensión; cuando la puerta de la prisión está rota, el alm a al­
canza al Amado.
El corazón ha rasgado la cortina de la oscuridad y se ha ido vo­
lando hasta el cielo; el corazón, siendo de los ángeles, de nuevo
ha llegado hasta ellos.
Rápidam ente sujeta la cuerda del pozo de este cuerpo; en lo
alto del pozo de agua, grita, “José de Canaán ha llegado.”
Cuando Jesús escapó del asno sus oraciones fueron aceptadas;
lava tus manos, pues la M esa ha llegado desde el cielo.
Lava tus manos y boca, no comas ni hables; busca ese habla y
ese bocado que ha llegado para los silenciosos.

' Indiscutiblemente este es un poema escrito para el tiempo del Ramadán.


2 Ver Corán, 100:1-2.
3 Ver Corán, 2:63.

110
106
Rajab se ha ido y Sha ’bdn ha entregado; el alma ha dejado el cuer­
po, y el Am ado ha entrado.1
El aliento de la ignorancia y el aliento de la negligencia se han
ido; el aliento del am or y el aliento del perdón han entrado.
Del corazón están brotando rosas y eglantina y albahaca, pues­
to que la nube de la generosidad ha llegado.
Las bocas de todos los afligidos están riendo a causa de este
bom bón que ha entrado en los dientes.
El hombre viste brocado de oro com o el sol, puesto que ése de
cara de luna esparciendo oro ha entrado.
Da palmadas y habla, ju g lar del amor, pues ese cabecilla de la
angustia ha entrado pateando.
Si el ayer se ha ido, pueda el hoy perm anecer para siempre, y
si ’U m ar ha partido, ’U thm án ha entrado.2
Toda la vida pasada está regresando, puesto que esta prosperi­
dad eterna ha entrado.
Si estás borracho y dorm ido en la barca de Noé, ¿por que ha
de preocuparte que el D iluvio haya llegado?
La tierra de T ab n z se ha ilum inado como el cielo, pues Shams
al-D ln ha entrado en esa doncella.

107
Yo garantizo que tu príncipe tiene una tonelada de oro; pero ¿cómo
el hom bre rico en oro conseguirá una m ejilla de oro?
Cuando oyeron las quejas del desdichado y frenético amante,
la rosa y la enram ada de rosas salieron de la tierra para contem ­
plar el espectáculo.
Rápido, quítate la ropa enseguida; salta a esta charca, que pue­
das escapar de tu cabeza y de la presión del turbante.

1 Rajab es el séptimo mes, Sha'bán, el octavo.


] ’Umar fue el segundo califa, ’Uthmán el tercero.

111
N osotros tam bién com o tú desaprobam os este jo lg o rio ; con un
sim ple guiño fuim os así seducidos p o r el am ado.
¿C uándo lib erarás a tu am ante de la rab ia de los celos? D éjalo,
que este enferm o corazón p u ed a p ro n u n cia r dos o tres lam entos.
No, no, no le dejes, pues a causa de su desgraciado lam ento no
queda gente en la tierra, ni el girante cielo.
H oy no sería u n a so rp resa si ese m un d o velado no fuera reve­
lado con p erm iso del Velador.
D e nuevo este loco corazón se ha soltado de su cadena, ha d es­
g a rra d o su c o lla r una vez m ás de am or apasionado.
¡Silencio! Pues la indicación del R ey del A m o r es ésta: “ ¡Con
fo rta lez a a g a rra y aprieta la g arg an ta de tu alm a y co razó n !”

108
D e nuevo durante el sueño esa raíz del in so m n io m e dio el opio
del salvaje jo lg o rio y m e hizo tam balear.
C on un cen ten ar de recursos trato de no h acer caso, m e hago
a m í m ism o ignorarle; esa luna p erfecta llega, sosteniendo en su
m ano ese tazón.
M e dice, “¿No m e d irás h asta cuándo con ese m iserab le as­
p ecto , com o to d o s los d esg raciad o s d esn u d o s, seg u irás m en d i­
gando de p u erta en p u erta?
C on ese quejido y afren ta eres el esclavo del hábito del d erv i­
che y del aguam anil; si eres verdadero y un h o m b re de verdad,
¿por qué estás en ese saco?
L os reyes sienten vergüenza ante las cosas que han nacido de
ti; tú eres un ángel — ¿por qué has de ser el ju g u e te del diablo?”
¿Q uién sabe d ecir las cosas que él dice? P ues el m undo no es
su com pañero; el universo está ciego y sordo a lo que él revela y
oculta.
Si yo tuviera lengua p a ra rev elar el secreto del A m ado, todas
las alm as que lo oyeran reventarían en este desfiladero.
A causa de ese A m ado dadivoso de m ar m i estado es m uy difí­
cil, pues m i pecho está agotado con todos estos saltos de aquí a allá.

112
Si yo lo dijera a los crey en tes, al instante todos ellos se co n ­
v ertiría n en infieles, y si lo dijera a los in fieles, n o q u ed a ría un
solo infiel en el m undo.
C uando anoche su fan tasm a llegó d u rante el sueño, g racio sa­
m ente m e preguntó, “¿C óm o estás?” Yo dije, “ Sin ti, en h o rren d o
ap u ro .”
Si tuv iera un ce n ten a r de alm as, todas ellas se convertirían en
san gre vertida en d o lo r p o r ti, A m ado; tu co razó n es una piedra,
¡o u n a m o n tañ a de m árm ol!

109

E sta noche es una n o ch e de u n ió n p a ra las estrellas y de esp a rc i­


m ien to , esp arcim ien to , puesto que una novia está llegando desde
los cielos, consistente en una lu n a llena.
Venus no puede c o n ten erse an te las en c an ta d o ra s m elo d ías,
com o el ru iseñ o r que se em b riag a con la ro sa en prim avera.
¡M ira cóm o la E strella P o lar se está co m ien d o con los ojo s a
L eo! ¡contem pla qué polvo está rem oviendo P iscis en las profun­
didades!
Jú p ite r h a g alo p ad o su co rce l h a s ta el an c ian o S atu rn o , d i­
cien d o , “ ¡R ecibe d e nuevo tu ju v e n tu d y ve, llev a b u en as n o ti­
cias!”
L a m ano de M a rte , que estaba llena de sangre del m ango de su
esp ad a, se ha vuelto d ad o ra de vida co m o el sol, el exaltado en
obras.
D esde que A cu ario se h a llenado con esa agua de la vida, el
racim o seco de V irgo está lloviendo perlas d esd e él.
L as P léyades (¡cáscaras!) llenas de b o n d ad no tem en a L ib ra
y son d estrozadas; ¿cóm o h u irá A ries con m ie d o de su m ad re?
C uando desde la lu n a la fle c h a de u n a m ira d a dio en el co ra­
zó n de S ag itario , él em p ren d ió un viaje n o ctu rn o en pasión p o r
ella, com o E scorpión.
E n tal día de festival, ve, sacrifica a T auro, en vez de an d ar pa­
titu erto en el b a rro com o C áncer.

113
E ste cielo es el astrolabio, y la realidad es el A m or; cualquier
cosa que digam os de esto, atiende el significado.
S ham s-i T ab ríz, en ese am an ecer cuando brillas, la noche o s­
cura se transfo rm a en brillante d ía por tu rostro de luna.

110
M ientras la form a de la im agen del A m ado esté con nosotros, p ara
nosotros la vida en tera es un alegre desfile.
D onde los am igos se reúnen, a h í en m edio de la casa, p o r A lá,
es u na extensa llanura;
Y donde el deseo del corazón se hace realidad, a h í una espina
es m ejor que un m illa r de dátiles.
C uando estam os dorm idos a la cab eza del cam in o del A m ado,
nuestra alm ohada y m antas son las P léyades;
C uando estam os retorcidos en la punta de la tren za del A m ado
en la N oche de Poder, el p o d er nos pertenece.
C uando el re fle jo de Su b elleza brilla, la reg ió n m o n tañ o sa y
la tie rra son seda y brocado.
C uando preguntam os a la b risa el perfu m e de Él, en la brisa
está el eco del laúd y del caram illo .
C uando escribim os Su nom b re en el polvo, cad a p a rtíc u la de
polvo es una h u rí de ojos oscuros.
C antam os un ensalm o Suyo sobre el fuego, y el rabioso fuego
se convierte en u n a c h a rc a de agua.
¿P or qué he de co n tar un larg o cuento? Pues cuando m en cio ­
nam os Su nom bre al no-ser, ello in crem en ta el ser.
E sa sutileza en la que el A m or está contenido está m ás llena de
esen cia que un m illa r de nueces.
E n el instante que el A m or m ostró su rostro, todas estas cosas
se desvanecieron.
¡Silencio! Pues el sellado está com pleto; la totalidad del deseo
es D ios El M ás A lto.

114
111

M orid ah o ra, m orid ah o ra, en este A m o r m orid; cuando h ay áis


m u e rto en este A m or, to d o s vosotros recibiréis nueva vida.
M orid ahora, m orid ah o ra, y no tem áis esta m uerte, pues sal­
dréis de esta tie rra y alcan zaréis los cielos.
M orid ahora, m orid ahora, y evadiros de esta alm a carn al, pues
esta alm a ca rn a l es com o una cadena y vosotros sois com o p ri­
sioneros.
T o m ad un hach a p a ra c a v a r a través de la prisión; cuando h a ­
yáis destrozado la prisió n todos seréis reyes y príncipes.
M orid ahora, m o rid ah o ra ante el herm oso R ey; cuando hayáis
m u e rto ante el R ey, todos seréis reyes y renom brados.
M orid ahora, m orid ahora, y salid de esta nube; cuando salgáis
de esta nube, todos seréis radiantes lunas llenas.
E stad en silencio, estad en silencio; el silencio es la señal de la
m u erte; es a causa de la m u erte que huís del silencioso.

112
El am or p o r ti se llevó m i ro sario y m e dio versos y canciones;
Yo grité “ Sin fu erzas (salvo con D io s)” y m e a rre p e n tí m uchas
veces, pero m i corazón no hizo caso.
D e la m ano del A m or m e convertí en un cantante de odas, d an ­
do palm adas; el am or p o r ti con su m ió la reputación y la vergüen­
za y to d o lo que poseía.
U n a vez fui casto y ab n eg ad o y fírm e de pies com o u n a m o n ­
ta ñ a ; ¿ q u é m o n ta ñ a h ay q u e no se lle v a ra tu v ie n to co m o un
ch al?
A u n q u e soy u n a m o n tañ a, sin em b arg o reten g o el eco de tu
voz; y si soy un chal, en tu fu eg o soy reducido a hum o.
C uan d o vi tu ser, m e hice inexistente de vergüenza; del am or
de esta inexistencia el m u n d o del alm a entró en el ser.
A llí donde llega la inexistencia, la existencia dism inuye — ¡m ag­
nífica existencia que hizo aum entar la existencia!

115
El cielo es azul, la tierra com o un intruso ciego en el cam ino;
el que contem pla tu luna escapa del ciego y del azul.
La sem ejanza del alm a de un gran santo oculto en el cuerpo
del mundo es la semejanza de A hm ad el M ensajero entre los gue-
bers y los judíos.
A labarte en realidad es alabarse a uno m ism o, pues quien ala­
ba al sol de ese m odo alaba sus propios ojos.
Tu alabanza es como el m ar, nuestra lengua es un barco; el
alm a viaja sobre el m ar, y su fin es loable.
El tierno cuidado del m ar es para m í com o una insom ne for­
tuna; ¿por qué he de afligirm e, si m i ojo está m anchado de sue­
ño?

113
Partí, librando al mundo del pesar de m i presencia, escapé de la
angustia con m i vida;
Dije adiós a m is compañeros, transporté m i alma hasta el m un­
do sin signos.
Salí de esta casa de seis puertas, alegremente llevé m i equipa­
je hacia el sinlugar.1
Cuando contem plé al m aestro de la caza de lo Invisible volé
com o una flecha, llevando m i arco;
Cuando el palo de polo de la m uerte se acercó hasta mí, yo me
llevé del medio la bola de la felicidad.
Una m aravillosa luna brillaba a través de m i ventana, salí ha­
cia el tejado, llevando una escalera.
El tejado del cielo que es el lugar de la asamblea de las almas,
era más herm oso de lo que yo siempre había imaginado.
Puesto que la rama de mi rosa se había secado, la llevé de nue­
vo hasta el jardín y la enram ada de rosas.
Como allí no había ningún com prador de m i moneda, la llevé
rápidam ente hasta la fuente de la fuente de la mina;

1 Las “seis puertas” significan las seis direcciones.

116
De estos falsificadores llevé también com o presente una lim a­
dura del alm a del orfebre.
En lo Invisible vi el mundo ilimitado; hasta ese límite transporté
m i tienda.
No llores por mí, pues estoy feliz de este viaje, ya que he re­
corrido el cam ino hasta el reino del paraíso.
Escribe este dicho sobre m i tumba, que he salido salvo del ju i­
cio y el sufrim iento.
Duerm e dulcemente, cuerpo, en esta tierra, pues he llevado tu
m ensaje al cielo.
A ta m i barbilla, pues he llevado todas las lam entaciones al
Creador de la lam entación.
No hables más del dolor de tu corazón, pues he llevado tu co­
razón en presencia de El que conoce todos los secretos.

114
Oh alm a y sostén de toda alma, que otorgas alas y pones en m o­
vim iento a los espíritus.
Contigo, ¿qué m iedo tenemos a la pérdida, tú que conviertes to­
das las pérdidas en ganancia?
¡Ay de las flechas de las m iradas y las cejas curvadas como
arcos!
Tú que has azucarado los labios de rub í de los herm osos ído­
los, tú has abierto esas bocas en deseo.
Tú que has puesto una llave en nuestra mano y con ello abier­
to la puerta de los mundos.
Si tú no estás en el cen tro de nosotros, entonces ¿por qué
están esas cinturas tan ceñidas?
Y si tuyo no es el vino sin símbolo, ¿de qué son estos sím bo­
los testim onio?
Y si tú estás más allá de nuestra conjetura, entonces ¿a través
de quién viven estas conjeturas?
Y si tú estás oculto de nuestro mundo, ¿desde quién se m ani­
fiestan las cosas ocultas?

117
D ejem os los cuentos de este m undo; nos hem os cansado de
ellos.
El alm a que ha caído en la regadera de azúcar — ¿cómo con­
tendría tales cosas en su corazón?
El que se ha convertido en la tierra para tus pies, ¿cóm o sería
consciente de los cielos?
A ta nuestra lengua con tu protección; no nos arrojes en medio
de estas lenguas.

115
El conocim iento acaba de llegar; quizá no tengas co n o cim ien ­
to. El envidioso corazón está sangrando: quizá no tengas cora­
zón.
La luna ha revelado su rostro y ha abierto sus radiantes alas. Si
no tienes, pide prestado a alguien un alm a y unos ojos.
Noche y día llega una flecha alada desde el arco oculto; rinde
tu dulce vida, ¿qué puedes hacer?, no tienes escudo.
¿No ha sido cambiado el cobre de tu existencia, como Moisés,
en oro por su alquim ia? ¿Q ué im porta que no tengas oro en tu
saco, com o Q árün?1
Dentro de ti hay un Egipto, y tú eres su guardián de cañas de
azúcar; ¿qué im porta que no recibas provisiones de fuera?
Te has convertido en un esclavo de la form a, com o los alaba­
dores de ídolos; pareces a José, y sin em bargo no te m iras a ti
m ism o.
Por Dios, cuando contem ples tu propia belleza en el espejo,
serás tu propio ídolo, nadie trascenderá sobre ti.
Oh Razón, ¿no eres injusta al llam arle como la luna?, ¿por qué
le llam as luna?, ¿acaso no tienes ojos?
Tu cabeza es com o una lám para que contiene seis mechas;
¿cóm o estarán las seis encendidas a m enos que tengas esa chis­
pa?

1 Ver Corán, 28:76.

118
Tu cuerpo es como un camello que va a la Kaaba del alma; no
acudes a la peregrinación a causa de tu naturaleza de asno, no por­
que no tengas asno.
Si no has ido a la Kaaba, la Fortuna te arrastrará hasta allí; no
huyas, oh charlatán, pues no tienes refugio de Dios.

116
A m igos que os eleváis com o la montaña, ¿quién hay que descu­
bra el amanecer, quién nos descubre bailando en confusión como
átom os?
¿Quién tiene la fortuna de llegar hasta el borde de un río para
beber agua, y descubrir el reflejo de la luna?
¿Quién hay que com o Jacob busque en la falda de José el per­
fum e de su hijo, y en lugar de eso descubra la luz de sus ojos?
¿O sediento com o el beduino arroje un cubo en el pozo, y en
el cubo descubra una b elleza com o la ca rg a de azú car de un
asno?
¿O com o Moisés buscando el fuego, busca un arbusto, llega a
ganar el fuego, y descubre un centenar de am aneceres y salidas de
sol?
Jesús salta a la casa para escapar del enem igo; de repente en
la casa descubre un pasillo hasta el cielo.
O com o Salom ón que abre un pez, y en el vientre de ese pez
descubre un anillo de oro.
Espada en mano, ’U m ar llega tratando de asesinar al profeta;
cae en la trampa de Dios, y descubre una m irada bondadosa de la
fortuna.
O como el hijo de Adán que se dirige hacia un ciervo para ha­
cerlo su víctima, y en su lugar descubre otra presa.
O com o una sedienta concha de ostra que llega con la boca
abierta para tom ar una gota de agua dentro suyo, y descubre una
perla en su interior.
O un hom bre que buscando se vuelve hacia la desolación, y de
repente descubre en la desolación noticias de un tesoro.

119
V iajero, deja las leyendas, p ara que el íntim o y el d esco n o ­
cido p u ed an d escu b rir sin tu ex p o sició n la luz de ¿No a b r i­
m os \?1
T odo el que sinceram ente dé zancadas hacia Shams al-D ln,
aunque se cansen sus pies, descubrirá las dos alas del amor.

117
Nos hemos em briagado y nuestro corazón ha partido, ha huido de
nosotros — ¿adonde ha ido?
Cuando vio que la cadena de la razón estaba rota, inm ediata­
m ente m i corazón echó a volar.
No habrá ido a ningún otro lugar, ha partido hacia el retiro de
Dios.
No lo busques en la casa, pues es del aire; es un pájaro del aire,
y se ha ido al aire.
Es el blanco halcón del Emperador; ha tomado vuelo, y ha p ar­
tido hacia el Emperador.

118
Uno de rostro am argo ha llegado — ¿por ventura es el am argo frío
del invierno? D erram a una copa de vino sobre su cabeza, saki,
dulce com o el azúcar.
Dale vino de la botella, o devuélvele a su cam ino, pues no es
grato, m uchacho, p ara im presionar estar entre bellezas de m eji­
llas de rosa.
O frece el vino profético, para que el asno no siga en la asne­
ría; del vino de Jesús en el acto dos alas brotan en el asno.
Si un corazón sobrio entra en la asamblea de los borrachos, no
le dejes; sabes que, en el estado de embriaguez, bien y mal acon­
tecen al borracho.

1 Ver Corán, 94:1.

120
V igilante, siéntate ju n to a la puerta, no ad m itas en nuestra
asam blea salvo al am ante de corazón en llamas que desprende el
olor de un corazón ardiente.
Si quieres una mano, él da un pie; si quieres un pie, él rinde su
cabeza; si quieres una azada prestada, en lugar de la azada él te ofre­
ce un hacha.
Desde que me he sumergido en vino estoy sin vergüenza ni co­
razón; el escudo no es una protección para mí, yo m ism o soy como
un escudo ante la espada.
Deseo un cantor, un agua viva de vida, para prender fuego al
sueño y pronunciar esta m elodía hasta el am anecer.
Si encuentras una vena sobria en mí, arráncala; si un hom bre
no ha sido un cazador de leones de Dios, considérale un perro en
este cam ino.
A lguna gente disoluta, borracha y alegre, alguna gente escla­
va del cinco y del seis; estos están aparte y esos están aparte, es­
tos son otros y esos son otros.1
H e consum ido excesivam ente, pues he perdido el tesoro; ata
m i mano, ata m i boca — así es como se preserva al borracho.
Ten cuidado, convierte nuestra p icadura en m iel, da oído a
nuestro lamento; haznos insensatos como tú m ism o, insensato m í­
ranos.

119
La rueda del cielo, con toda su pompa y esplendor, gira alrededor
de D ios com o un molino.
A lm a m ía, circunvala alrededor de tal K aaba; m endigo, da
vueltas alrededor de tal mesa.
C orre com o una pelota por Su cam po de polo, ya que ahora
eres feliz y estás indefenso.
Tu caballo y tu torre circunvalan alrededor del rey, aunque te
muevas de un sitio a otro en este tablero de ajedrez.

1 Los cinco sentidos y las seis direcciones.

121
A

El puso en tu dedo el sello real p a ra que pudieras convertirte


en un g o b ern ad o r con autoridad.
C ualquiera que circunvale alred ed o r del corazón se convierte
en el alm a del m undo, el rap to r de corazones.
El d esam p arad o de corazón se con v ierte en com pañero de la
m arip o sa nocturna, gira en círculos alre d ed o r del extrem o de la
vela,
Pues su cu erp o es terren al y su corazón de fuego — el co n g é­
nere siente inclinación h acia el congénere.
T odas las estrellas dan vueltas alred ed o r del cielo, pues p u re­
za es el congénere de pureza.
El alm a del m ístico gira alrededor de la aniquilación, igual que
el h ie rro g ira alred ed o r del im án,
P uesto que la aniquilación es verdadera existencia en su vista,
sus ojos han sido lavados de la m irad a b izca y el error;
El b o rrach o hizo ablución en orina, d iciendo, “O h Señor, lí­
bram e de la im pureza.”
D ios respon d ió , “P rim ero com p ren d e lo que es la im pureza;
no es apropiado re z a r de m an era retorcida y confusa.
P ues la oración es una llave; y cu an d o la llave está torcida, no
se alcan za el favor de abrir la ce rrad u ra.”
C aigo en silencio; jtodos vosotros, arrib a! L a talla de ciprés
de m i ídolo grita ¡venid!
E m p erad o r de T a b rlz , m i R ey, S ham s-i D in , he cerrad o m is
labios; ¡ven y ábrelos!

120
E sta vez estoy co m pletam ente im p licad o en el am or, esta vez e s ­
toy com pletam en te am putado del bien estar.
M e he arran cad o el corazón, estoy viviendo con o tra cosa, he
quem ado desde la raíz y el tronco, la razón, el corazón y el p e n ­
sam iento .
O h hom bres, oh hom bres, ya no tengo virilidad; ni siquiera el
loco m ed ita lo que yo h e m ed itad o en m i corazón.

122
El loco desgraciado ha huido de m i turbulencia; estoy m ezcla­
do con la m uerte, he volado h asta el no-ser.
H oy m i razó n se ha d isg u stad o m u c h o co n m ig o ; deseo a te ­
rro riza rm e, hacién d o m e creer que no tengo ojos.
¿Por qué de hecho ib a a asu starm e? H e hecho una m ueca p o r
este m otivo. ¿C óm o iba a esta r d esco n certad o ? Pero estoy ex p re­
sam ente tan confundido.
M e he librado del tazó n de las estrellas y la sangre de los cie­
los; he lam ido m uchos tazones en ben eficio de la gente de rostro
m endigo.
Por un b u en p ro p ó sito h a p erm an ecid o en la p risió n de este
m undo; ¿qué tengo yo que ver con la p risió n ? ¿Q ué propiedad he
robado?
E n la prisión del cu erp o estoy ah o g ad o en sangre, y por las lá­
grim as de los ojos de todos los obstinados he frotado en el polvo
m i falda m anchada de sangre.
C om o un niño en el vientre m i nutrición es de sangre; los h o m ­
bres com unes nacen u n a vez, yo he nacido m uchas veces.
E xam ínam e tanto com o quieras, no m e reconocerás, pues m e
he vuelto de cien m an eras distintas a com o m e viste antes.
E ntra en m i ojo y co n tém p lam e con m i p ro p ia vista, pues he
elegido u na m o rad a m ás allá de toda vista.
T ú estás bo rrach o , b o rrach o y feliz, yo estoy b o rrach o y feliz,
sin cabeza; tú eres u n am ante con labios reidores, yo río sin boca.
U n p á ja ro ra ro soy, q u e p o r m i p ro p io deseo , sin tram p a ni
prendedor, m e he d eslizado h asta la jau la;
Pues la ja u la en co m p añ ía de am igos es m ás dulce que el h u er­
to y el ja rd ín ; p a ra co m p lacer a los Josés he reposado en el pozo.
No lam entes su golpe, no lo llam es desgracia; he dado un cen ­
te n a r de dulces vidas p a ra alcan zar esta calam idad.
C om o un gusano de seda a costa de su frim ien to entras en el
satén y la seda; da oído a un gusano de seda que se ha secado en
el m ism o vestido.
T ú te has secado en la tum ba del cuerpo; ve ante m i Israfil di­
ciendo, “T oca p o r m í la trom peta, p u es estoy h a rto de la tum ba
del cu e rp o .”

123
No, no, como la eficaz caperuza del halcón tus ojos de ti m is­
mo; yo m e he puesto un brocado com o un fino pavo real.
Inclina tu cabeza ante el médico diciendo, “Dam e el antídoto,
pues en esta grata red he tragado muchos venenos.”
Ante el pastelero del alm a te volverás dulce y dulce de alma,
pues desde la hechura del alma yo he crecido m agnífico como una
caña de azúcar.
Permanece en silencio, pues en el habla la hechura cae fuera de
la boca; sin habla un hom bre coge un perfum e tal y com o yo lo he
aspirado.
Cada uva verde está lamentándose, “Oh Shams-i T a b n z í, ven,
pues a causa de la inm adurez y la falta de sabor estoy gim iendo
en m i interior.”

121
Contem plé el herm oso rostro de la enram ada de rosas, ese ojo y
lám para de todo esplendor,
Ese altar ante el que el alm a se postra, esa alegría y lugar de
la seguridad.
El corazón dijo, “Ahí rendiré mi alma, abandonaré el ser y el ego.”
El alma también se unió al concierto y em pezó a dar palmadas.
La razón llegó y dijo, “¿Qué diré al ver esta buena fortuna y su­
blime felicidad,
Esta fragancia de rosa que puso recta com o un ciprés toda es­
palda que estaba curvada y doblada?”
En el am or todas las cosas se transforman; el arm ario cam bia
a turco.
Alm a, tú has alcanzado el Alm a del alma; cuerpo, tú has aban­
donado lo corpóreo.
El rubí es la lim osna de nuestro Amado; el derviche com e el
oro del R ico.1

1 “Derviche”: orden de los Sufíes. Entre los mahometanos, monje-mendigo que


predica el mensaje del Islam.
“R ico”, léase Dios. Ver Corán, 2:265.

124
Esa M aría angustiada descubre nuevos dátiles frescos y m a­
duros.2
Para que la m irada de un desconocido no caiga sobre él, no
presum as de tus buenas acciones con los hombres.
Si tu deseo de la fe es la seguridad, busca tu seguridad en el re­
tiro.
¿Cuál es el lugar del retiro? La casa del corazón; habitúate a
m orar en el corazón;
En la casa del corazón se entrega ese tazón de vino eterno y sa­
ludable.
Permanece en silencio, y practica el arte del silencio; abando­
na todo astuto fanfarroneo.
Puesto que el corazón es el lugar de la fe, ahí en el corazón
agárrate firm e a la fidelidad.

122
A lguien dijo, “El m aestro S ana’I ha m uerto.” La m uerte de tal
m aestro no es algo pequeño.
Él no fue chal que volara en el viento, él no fue agua que se he­
lara en invierno.
Él no fue peine que se partiera en un pelo, él no fue semilla que
la tierra aplastara.
Él fue un tesoro de oro en este hoyo de polvo, pues él valoró
los dos mundos en un grano de cebada.
El molde terrenal lo arrojó a la tierra, el alm a y el intelecto
llevó a los cielos.
El puro elixir mezclado con las heces del vino, subió hasta la
superficie de la tinaja y se separó del poso.
La segunda alm a que el vulgo no conoce — declaro por Dios
que él la rindió al Amado.
Se en c o n tra ro n en un viaje, querido am ig o , un nativo de
M arghaz, uno de Rayy, un romano y un kurdo;

2 La referencia es al Corán, 19:25.

125
C ada uno de regreso a su casa — ¿cóm o ac o m p añ a rá el satén
a la lana?
G u ard a silencio, com o los puntos (de un círculo), pues el R ey
ha b o rra d o tu nom b re del libro del habla.

123

E sa luna, que el cielo nunca vio siquiera en sueños, ha regresado;


ha traído un fuego que nin g ú n agua puede apagar.
M ira la casa del cuerpo, y m ira m i alm a — la co p a de su A m or
ha em briagado a ésta y ha aflig id o a aquélla.
C uando el am o de la ta b ern a se co n v irtió en el co m p añ ero de
m i corazón, m i sangre se volvió vino, m i corazón asado.
C u a n d o el ojo está llen o co n su im ag en , u n a voz p roclam a,
“ ¡Bien hecho ja rra , y bravo v in o !”
L os dedos del am or arran can , raíz y tronco, ca d a casa sobre la
que caen los rayos del sol desde el am or.
C uando m i corazón vio el m a r del am or, co rrió y saltó dentro,
gritando, “ ¡E ncuéntram e!”
E l rostro de Sham s-i D in , gloria de T ab iíz, es el soy cuya es­
tela los corazones com o nubes persiguen.

124

M ira el rostro del A m or, si quieres ser un hom b re com o es d eb i­


do. No te sientes con los frígidos, pues acab arás congelado p o r su
aliento.
B usca en el rostro del A m or algo m ás que la belleza; ya es hora
de que vayas con un com pasivo com pañero.
P uesto q ue eres p ro p iam en te u n te rru ñ o , no te elev arás h a s­
ta el aire; h asta él te elev arás si te ro m p es y te co n v iertes en p o l­
vo.
Si no te rom pes, E l que te m oldeó te rom perá; cuando la m u e r­
te te rom pa ¿cóm o te convertirás en una sustancia d istinta?

126
C uando la hoja se v u elv a am arilla, la fresca raíz le devuelve
su verdor; te estás q u ejan d o del A m or a través del cual palideces.
Y , oh am igo, si alcan zas p erfección en n u estra asam blea, tu
lu g a r será el trono, g an arás tu deseo sobre todas las cosas.
Pero si te quedas m uchos años m ás en esta tierra, p asarás de
un lu g a r a otro, serás co m o los dados del chaquete.
Si S ham si T ab rlz te a rra stra a su lado, cuando escapes del cau ­
tiverio reg resarás a aquel orbe.

125

C uando llegué a tu ciudad, tu elegiste un rincón lejos de mí; cu an ­


d o m e fu i de tu c iu d a d , n o le v a n ta ste lo s o jo s p a ra d e c irm e ,
“ ¡A diós!”
Ya decidas ser am able o te inclines p o r el rencor, tú eres todo
el consuelo del alm a, tú eres todo el ad o rn o de la fiesta.
L a cau sa de tus celo s es q u e estás o cu lto o, de o tra m anera,
m ien tras eres revelado p o r cada átom o, estás oculto com o el sol.
Si vives en retiro, ¿no eres tú la querida del Príncipe?, y si ra s­
gas el velo, rasgas los velos de todo.
Por ti el corazón de la infidelidad está confundido, por tu vino
la cabeza de la fe está em briagada. T ú robas todos los sentidos, los
arra stra s h acia mí.
T odas las rosas son u n a víctim a de D iciem bre, todas las cabe­
zas son u n a víctim a del vino. A éstas y aquellas tú las redim es de
la m ano de la m uerte.
P uesto que en la ro sa no hay constancia, ¿por qué te acercas a
las rosas?; en ti sólo h ay confianza, tú eres el sostén y el soporte.
Si unas pocas se co rtaro n las m anos p o r el rostro de José, tú has
p rivado de alm a y razó n a doscientos Josés espirituales.
T ú m oldeas con suciedad y herm osura la form a de un hom bre,
p a ra que p u ed a alejarse dos leguas del olor de la suciedad.
T ú le haces un puñado de polvo p a ra qu e p u ed a convertirse en
p u ro herbaje; se lib era de la in m u n d icia cu an d o soplas un alm a
en él.

127
Ven, oh corazón, viajem os hacia el cielo, viajem os hasta el p ra­
do divino, pues durante m ucho tiem po has pastado en el prado del
ganado.
Pon todo tu deseo en aquello por lo que no tienes esperanza, pues
has llegado tan lejos gracias a la d esesperanza original.
G u ard a silencio, p a ra que el señor que te dio el lenguaje p u e­
da hablar, pues cuando dio fo rm a a una p u erta y u n a c e rrad u ra, él
tam bién hizo una llave.

126
¿Q ué p erla eres tú, que nadie tiene tu precio ? ¿Q ué p o see el m u n ­
do que no sea tu regalo?
¿H ay p eo r castigo que el del que vive lejos de tu rostro? N o
castigues a tu siervo, aunque él sea indigno de ti.
Q uien ha caído entre el oleaje de los accidentes, no escapa n a­
dando, pues él no es am ig o tuyo.
El m undo no tiene perm anencia, y si la tuviera, considérala p e­
recedera, pues no es fa m ilia r con tu perm anencia.
¡Q ué feliz el rey que es m atad o p o r tu to rre! ¡Q ué h erm o sa
com pañía tiene quien no carece de la tuya!
C o ntinuam en te deseo a rro ja r m i co razó n y alm a a tus pies;
¡polvo en la cabeza del alm a que no sea el polvo de tus pies!
¡B endito p a ra todos los p ájaros es el deseo p o r ti!; ¡qué poco
bendito es el p ájaro que no te desea!
N o e sq u iv aré tu golpe, pues m uy cru d o está el co razó n que
nunca ard ió en el fuego de tu aflicció n .
N o h ay final p a ra tu alab an z a y tus alab ad o res; ¿qué átom o
hay que no se tam b alee con tu alabanza?
C om o ése del que N izá m l habla en verso: “No tiranices, pues
yo no puedo resistir tu tiran ía.” 1
O h Sham si T ab ñ z , b elleza y gloria de los horizontes, ¿qué rey
no es un m endigo tuyo en co razón y alm a?

1 N izam i: autor de poem as épicos.

128
127

U n a belleza que toda la noche enseña tru co s de am or a Venus y a


la luna, sus dos ojos con b ru jería sellaro n los dos ojos del cielo.
¡Cuidado con vuestros corazones, oh m usulm anes! pues yo, en
cu alq u ier aflicció n , estoy tan m ezclado con Él, q u e ningún co ra­
zón está m ezclado conm igo.
E n el principio nací de Su am or, al final le di m i corazón; cuan­
do el fru to brota de la ram a, de esa ram a cuelga.
L a pu n ta de Su tren za está diciendo, “ ¡Eh, el fu n ám b u lo !” L a
m e jilla de Su vela está diciendo, “¿D ónde está la m arip o sa n o c ­
tu rn a que pueda ard e r? ”
P a ra b a ila r sobre esa cuerda, oh corazón, d ate prisa, conviér­
tete en u na argolla; lánzate a la llam a cuando Su vela esté encen ­
dida.
Y a no podrás p asar sin la llam a, cuando conozcas el éxtasis de
ard er; aunque el agua de la vida lle g ara h asta ti, no te m overía de
la llam a.

128
C om o la ro sa río con todo m i cuerpo, no sólo con m i boca, pues
yo estoy sin m í, solo co n el rey del m undo.
T ú que llegaste con la an to rch a y en el am an ecer raptaste m i
co razón, envía m i alm a tras m i corazón, no secuestres m i c o ra ­
zón solo.
N o hagas con rabia y envidia a m i alm a u n a desconocida p ara
m i corazón; no dejes a la p rim era aquí, y no convoques al segun­
do solo.
E nvía un m en saje real, em ite una in v itació n general; ¿h asta
cuándo, oh sultán, e s ta rá el uno contigo y la otra sola?
Si no vienes esta n oche com o ayer y cierras m is labios, a rm a ­
ré u n ce n ten a r de alborotos, alm a m ía, no m e lam en taré solo.

129
129
Ellos dicen, “El rey del amor no es fiel.” ¡Mentira! Ellos dicen, “Tu
noche nunca tendrá un am anecer.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “¿Por qué te matas por am or? Tras la m uerte del
cuerpo no hay supervivencia.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “Tus lágrim as vertidas por am or son vanas; una
vez q ue los ojos se han c e rra d o , no hay n in g ú n e n c u e n tro .”
¡Mentira!
Ellos dicen, “Cuando dejemos el ciclo del tiempo, más allá de
nuestra alma no viajarem os.” ¡Mentira!
Las personas que no han escapado de la fantasía dicen, “Las his­
torias de los profetas eran todas meras fantasías.” ¡Mentira!
Las personas que no han seguido el cam ino correcto dicen, “El
siervo no tiene cam ino para llegar hasta D ios.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “El que sabe todos los secretos no revela al siervo
los secretos y misterios de lo Invisible sin intermediario.” ¡Mentira!
a
Ellos dicen, “Tales no abren el secreto del corazón al siervo, y
El no sube piadosam ente al siervo hasta el cielo.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “Quien tiene tierra en su com posición nunca será
fam iliar con el anfitrión celestial.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “El alma pura nunca volará sobre las alas del amor
desde este nido terrenal hasta el aire libre.” ¡Mentira!
Ellos dicen, “Ese sol de Dios nunca d ará retribución por el
peso de los respectivos átomos de bien y m al de los hom bres.”
¡Mentira!
G uarda silencio; y si alguien te dice, “El habla no tiene otra
expresión que las letras y los sonidos.” ¡Mentira!

130
Como un espejo m i alm a revela secretos; no soy capaz de hablar,
pero no soy incapaz de conocer.
M e he convertido en un fugitivo del cuerpo, temeroso en cuan­
to al espíritu; ju ro que no lo sé — si pertenezco a esto o a eso.

130
Buscador, coger un perfume es la condición del muerto; no me
m ires com o vivo, pues no lo estoy.
No m ires m i torcedura, pero contem pla esta recta palabra; m i
charla es una flecha, y yo soy com o un arco.
Esta cabeza de calabaza en lo alto mío, y este hábito de dervi­
che de m i cuerpo — ¿com o quién soy, com o quién soy en este
mercado del mundo?
D espués, esta calabaza sobre m i cabeza, llena de licor — la
m antengo al revés, sin em bargo no dejo que caiga una sola gota.
Y aunque la dejara gotear, contem pla el poder de Dios, que a
cam bio de esa gota recojo perlas del m ar.
Mis ojos como una nube recogen perlas de ese m ar; esta nube
de m i espíritu se eleva hasta el cielo de la fidelidad.
Lluevo en presencia de Shams al-H aqq i Tabrlz, para que los
lirios puedan crecer en la form a de m i lengua.

131
¿Has oído que el azúcar está barato en la ciudad? ¿Has oído que
el invierno se ha desvanecido y el verano está aquí?
¿H as oído que la albahaca y el clavel del ja rd ín están riendo
subrepticiam ente porque ahora las cosas se han puesto fáciles?
¿Has oído que el ruiseñor ha regresado de sus viajes, se ha uni­
do al concierto y se ha convertido en el señor de todos los pájaros?
¿Has oído que ahora en el jardín las ram as de los árboles han
tenido alegres noticias de la rosa, y agitan sus manos?
¿Has oído que el alma se ha em briagado con la copa de la pri­
mavera, y se ha ido alegre y bailando hasta el santuario del Sultán?
¿H as oído que las mejillas de la anémona están bañadas de san­
gre? ¿Has oído que la rosa se ha convertido en la cabeza de los
cham belanes del diván?
¿H as oído sobre la propensión al hurto del loco D iciem bre,
cóm o el justo oficial de la primavera ha llegado y lo ha echado?
Estos ídolos han obtenido carta libre del diván, para que la tie­
rra se vuelva verde y ataviada en total esplendor.

131
Si el año pasado las bellezas del jard ín produjeron sorpresas,
este año cada una ha emergido en belleza cien veces mayor.
Los de m ejilla rosa han salido girando de la inexistencia, tal
que las estrellas del cielo sólo se dispersan ante sus pies.
El narciso depuesto se ha convertido en el inspector del reino;
el brote infantil, como Jesús, se ha vuelto compasivo y cantante.1
U na vez más, la fiesta de estas criaturas de la alegría ha tom a­
do ornam ento; una vez más, la brisa del céfiro otorga vino al ja r ­
dín.
H abía imágenes escondidas tras el velo del corazón; los huer­
tos se han convertido en espejos para el secreto de sus corazones.
Cualquier cosa que contemples, búscala en el corazón, no la
busques en el espejo; el espejo puede recibir una imagen, pero no
puede tener vida.
Todos los m uertos del jard ín han vuelto a la vida ante la lla­
mada de Dios; su incredulidad se ha convertido en fe por la m i­
sericordia de Dios.
Están en sus m ortajas, y están agitados, pues lo que está vivo
no puede estar para siem pre em peñado en prisión.
Él dijo, “Ya es suficiente, pues yo lo expondré m ejor.” Yo ce­
rré m i boca, pues Él había llegado y era una garantía.
A sim ism o los labios del Rey lo describirán todo com pleta­
mente, aunque el sumario haya partido desde ti hasta el pecho del
encubrim iento.

132
Aunque no exprese en habla tu elegancia, tengo tu am or dentro
de m i pecho.
Si oliera una rosa sin tu amor, en el acto quém am e com o una
espina.
A unque esté silencioso com o un pez, sin em bargo estoy in­
quieto como las olas y el mar.

1 Para Jesús hablando en la cuna, ver Corán, 19:30.

132
T ú que has puesto un sello en m is labios, estira m i cordón ha­
cia T i.
¿Cuál es tu designio? ¿Qué he de saber? Sólo sé que estoy en
esta recua.
R um io el dolor por ti com o un camello, com o un rabioso ca­
mello saco espuma.
Aunque me mantengo oculto y no hablo, en presencia del Amor
estoy manifiesto.
Soy com o una sem illa bajo el suelo, espero la señal de la pri­
mavera,
Para que sin m i propio aliento pueda respirar dulcemente, para
que sin m i propia cabeza pueda rascar una cabeza.

133
De estos dos m il yoes y nosotros, me pregunto ¿cuál soy yo? Da
oído a m i barboteo, no pongas tu mano sobre m i boca.
Puesto que estoy fuera de control, no pongas un vaso en m i
cam ino, pues si lo haces daré una patada y rom peré todo lo que
encuentre.
A cada m om ento m i corazón está confundido con tu fanta­
sía; si tú estás alegre yo estoy alegre, si tú te afliges yo me af 1i-
jo-
Tú das am argura y yo me vuelvo amargo, tú das gracia y yo me
vuelvo todo gracia; contigo es tan grato, oh m i ídolo de m entón
dulce, de labios de azúcar.
T ú eres el original — ¿qué persona soy yo? Un espejo en tu
m ano; cualquier cosa que muestres, en ésa yo m e convierto, soy
un espejo garantizado.
T ú eres como el ciprés de la pradera, yo soy com o tu sombra;
desde que me he convertido en la sombra de la rosa, he levantado
m i tienda junto a la rosa.
Si sin ti rom piera una rosa, se convertiría en una espina en m i
mano; y si yo fuese una espina, a través de ti sería una rosa y un
jazm ín.

133
A cada m om ento apuro una taza sangrienta de la sangre de m i
corazón; a cada instante rom po m i propio cán taro contra la p u er­
ta del saki.
A cada segundo alarg o m i m ano h acia la fald a de un ídolo,
p ara que él pueda a ra ñ a r m i m ejilla, p ara que él pueda ra sg a r m i
cam isa.
L a gracia de Saláh-i D il u D in brilló en m edio de m i corazón;
él es la vela del corazón en el m undo; ¿quién soy yo? Su cu en co .1

134

A g a rra la fald a de Su favor, p u es de im proviso Él huirá; pero no


Le saques com o una flech a, pues Él h u irá del arco.
¡Q ué engañ o sas form as tom a, qué tru co s inventa! Si Él está
presente en form a, h uirá p o r el cam in o del espíritu.
B úscale en el cielo, y Él b rilla en el agua com o la luna; entra
en el agua, y Él h uye al cielo.
B úscale en el sinlugar, y Él te indica hacia el lu g ar; búscale
en el lu g ar, y Él huye h acia el sinlugar.
C om o la fle c h a d isp arad a desde el arco , com o el p ájaro de tu
im aginación, co n o ce con seguridad que el A bsoluto huirá de lo
Im aginario.
H uiré de esto y aquello, no p o r ab u rrim ien to , sino p o r m ied o
a que m i graciosa B elleza huya de esto y aquello.
Soy veloz de pies com o el viento, de am or a la ro sa soy com o
el céfiro; la ro sa por m ied o al otoño h u irá del ja rd ín .
C uando vea un intento de habla, Su nom bre huirá, p ara que ni
siquiera puedas decir, “Tal h u irá.”
Él hu irá de ti, p ara que si dibujaras Su im agen, la im agen v u e­
le del cuadern o , la im presión h uya del alm a.

1 Para Saláh-i D il u D in , ver nota 1 en poem a 84.

134
135
A noche nuestro elefante volvió a reco rd ar India, en frenesí rasgó
el velo de la noche hasta el am an ecer.1
A noche los ja rro s de los sakis estab an com pletam ente re b o ­
santes — ¡Oh, pued a ser nuestra vida com o anoche hasta el d ía de
la resurrección!
L os vinos burbu jeab an y las razones estaban sin sentido a cau ­
sa de él; ¡pueda la p a rte y el conjunto, la espina y la rosa, ser fe ­
lices a causa de su h erm o so rostro!
El clam or del ch in -ch in de los b o rrach o s subió h asta el cielo;
en nuestras m anos estab a el vino, y en nuestras cabezas el viento.
M illares de alb o ro to s cayeron sobre los cielo s a cau sa de é s­
tos, cientos de m iles de K ai-Q ubads cayeron postrados.2
El día del triunfo y la buena fo rtu n a está contenido en nuestra
n oche; de los herm anos de la pureza, la noche de repente dio n a ­
c im ien to a tal día.3
El m a r rom pió en olas; el cielo recibió una señal de esta noche,
y con orgullo puso esa señal sobre su cabeza y rostro.
C ualquier cam in o que la hum anidad h ubiera cerrado en la os­
curidad, la luz de la divinidad con co m p asió n lo abrió.
¿C óm o perm anecerán en su sitio ante esa pasión las form as sen­
sibles? ¿C óm o p erm an ecerá en su sitio quien alcance este deseo?
¡E m pezad la nueva vida, m usulm anes! P ues el A m ado ha co n ­
vertido la nulidad en ser, y ha disp en sad o ju stic ia a los am antes.
E n lo sucesivo nu estro A m ado sostiene a los caídos y les p er­
dona, pues allí donde El sea el sa ki n adie p erm anece en la d irec­
ción correcta.
El oleaje del m ar de la gracia, m usulm anes, ha hundido la pom ­
pa del esfuerzo personal y el p rogram a de la fe.
E sa gracia es el R ey Saláh al-D ln , pues él es u n José a quien
el m ism o S eñor de E g ip to debe co m p rar a alto precio.

1 El elefante que recuerda India sim boliza al m ístico recordando su origen di­
vino.
7 Kai-Qubad: antiguo rey de Persia.
3 L os “hermanos de la pureza” : lo s Sufíes.

135
136

H oy una nueva locura ha llegado, ha arrastrad o las cadenas de un


m illa r de corazones;
Hoy ha rasgado los lados de los sacos de dulces de azúcar blanco.
D e nuevo ese beduino ha adquirido el José de la b ellez a por
dieciocho m onedas c o rrie n te s.1
T oda la no ch e las alm as en g lo ria y felicidad p astaro n entre
narciso s y jazm in es.
H asta en el alba desde luego todos los espíritus saltaro n ágiles
y enérgicos.
H oy los narciso s y las aném onas han florecido en piedras y te ­
rru ñ o s.
E l árbol ha flo recid o en m edio del invierno, en E nero los fru ­
tos han m adurado.
Podrías decir que D ios ha creado un m undo nuevo en este an­
tiguo m undo.
G n óstico am ante, recita esta oda, pues el A m o r te ha elegido
a ti entre todos los am antes.
E n tu m ejilla dorada hay una m a rc a de dientes — ¿por ventu­
ra ése de pecho plateado te h a m ordido?
E s ju sto que E l m im e ese corazón que ha latido dem asiado en
angustia por Él.
¡Silencio! Ve tranquilo p o r la p rad era pues hoy es la ocasión
p a ra que los ojos contem plen.

137

El novio p arec ía dorm ido. L e llam é desde el ja rd ín , “ ¡Rápido, he


ro b ad o un m e lo c o tó n !” E l novio de hech o no e sta b a d o rm id o ;
R ió y dijo, “E n to n ces el zo rro con astu cia — ¿cóm o ro b ó tan
fácilm ente la p resa de las m anos del león?”

1 En este caso, José liberado del p ozo (del invierno) representa a la primavera
m ística.

136
¿Q uién ordeña una nube? ¿Q uién consigue lleg ar h asta ella, a
m enos que por ventura la nube se m u estre generosa?
¿C óm o puede el inexistente alcan zar la existencia? Es la m u ­
n ificencia de D ios la que otorga existencia al inexistente.
Siéntate com o un inexistente; pues en la oración del ritual uno
sólo da el saludo cuando está sentado.
E s con h u m ild ad com o el agua es útil contra el fuego, pues el
fuego está a rrib a m ien tras que el agua está postrada.
C uando el labio está en silencio, el corazón tiene cien lenguas;
p erm an ece en silencio — ¿h asta cu án d o , h asta cuándo d esearás
ju z g a rle ?

138

T an borrach o estoy, tan b o rrach o estoy hoy que he saltado de la


arg o lla hoy.
A lgo que no cabe en la cabeza, así soy, así soy hoy.
En espíritu p a r tí h acia el cielo del A m or, sin em b arg o en fo r­
m a estoy en este bajo m undo hoy.
C ogí a la razón p o r la oreja y le dije, “R azón, vete, pues he es­
capado de ti hoy.
R azón, lava tus m anos de m í, pues m e he reunido con el loco
am ante hoy.
E se José puso en m i m ano u n a n aran ja; com o resu ltad o , m e
he herido m is dos m anos hoy.” 1
E se ja r r o lleno de vino m e ha llevado a tal estado que h e roto
m uchas ja rra s hoy.
No sé dónde estoy, pues es u n lu g a r b endito en el que estoy
hoy.
L a buena fo rtu n a lleg ó co q u etam en te a m i p u erta; en la em ­
b riaguez le ce rré la p u e rta hoy.
C uando regresó, no dejé de ir detrás de ella, no m e he sentado
ni un m om ento hoy.

1 Ver Corán, 12:31.

137
Puesto que Nosotros estam os m ás cerca se ha cum plido, no m e
veneraré m ás hoy.2
N o ates esa trenza, Sham s al-D ín -i T a b ríz , pues yo soy com o
un pez en esta red hoy.

139

¿C ó m o , am or y d esp u és p reo cu p a ció n p o r el n o m b re y la v er­


güenza? A sí no debe ser; ¡la aldea del A m o r es p ied ra sobre p ie ­
dra!
Si te vuelves cojo de todo, vete lejos; ¿cóm o, u n lejano y p e ­
dregoso cam in o , y un hom bre cojo?
Si la m uerte es un hom bre, déjale que llegue ante mí, que p u e­
da llevarle con cariñ o y estrecham ente h asta m i pecho;
Yo m e llevaré de él un alm a sin color ni perfum e, él cogerá de
m í u na capa de m uchos colores.
Im pon en tu alm a la cru eld ad y tiran ía del A m ado; y si no lo
hicieras, entonces ¡bienvenido a la g u erra y la guerra!
Si no deseas la rasp ad u ra de Su pulim ento, entonces sé com o
un espejo lleno de orín.
C oloca tu m ano sobre tus ojos, y di “ ¡Con to d o s m is o jo s!”
A bre tus ojos; no m ires turbado y estupefacto.

140

No busques la felicidad cuando la inclinación de la B elleza es por


el dolor, pues tú eres una p resa en las g a rra s del león, m i querido
am igo.
A unque el A m ado salpique yeso sobre tu cabeza, dale la b ien ­
venida com o si fuera alm izcle de T a rta ria .
P uesto que en tu interior acecha un en em ig o oculto, con d u re­
za no h ab rá rechazo que ese m o n stru o salve.

2 Ver Coran, 50:16.

138
El hom bre que golpea una alfom bra con un palo, su acción no
es contra la alfom bra, pues su verdadero propósito es quitar el p o l­
vo de la alfom bra.
C apas de polvo hay en tu interior, co n sisten tes en el velo del
egoísm o; ese polvo no se elim in a con un sim ple golpe;
C on cada golpe y d ureza que le im prim es, poco a poco es d is­
p ersad o de la m ejilla del corazón, a h o ra duerm e, ah o ra se d e s­
pierta.
Si tom as vuelo durm iendo, en los sueños verás la cru eldad del
A m ado y las execraciones de ese B enefactor.
No se rae un palo con la intención de d estru irlo , hay un bu en
propósito en el co razó n del carp in tero .
Por esta razó n cad a m al en el cam in o de D ios es en realidad
un bien, por eso El m o strará al hom bre en estado puro y refinado
en el final del cam ino.
C onsidera el pellejo que el cu rtid o r fro ta de m uchas m aneras
con inm undicias un m illa r de veces,
P ara que el d esp erfecto interno p u ed a salir del pellejo, aunque
el pellejo no sepa n ad a de poco o m ucho.
Sol y O rgullo de T ab rlz, tú p osees grandes virtudes; date p ri­
sa, pues tienes un g ran p o d er en los secretos.

141

E n la oración de la noche, cuando el sol declina hasta hundirse, este


cam in o de los sentidos se cierra y el cam in o hasta lo Invisible se
abre.
E ntonces el ángel del sueño conduce a los espíritus, igual que
el p astor vigila su rebaño.
¡H acia el sin lu g ar, h acia las p rad eras espirituales, qué ciu d a­
des y ja rd in e s les revela!
El espíritu co n tem p la un m illar de fo rm as y fig u ras m a ra v i­
llosas, cuando el sueño c o rta de él la im agen del m undo.
D irías que el espíritu fue siem pre un m orador de ese lu g ar, no
recu erd a este m undo, y su fatiga no aum enta.

139
Su corazón escapa así del peso y la carga por la que tembló
aquí, de m anera que ya ninguna preocupación por ella vuelve a
roerle nunca.

142
Tengo una m ala costumbre; estoy aburrido; te ruego que me per­
dones. ¿Como m i hábito se h ará decoroso sin tu herm oso rostro,
belleza mía?
Sin ti soy como el invierno, la gente está atorm entada por m i
causa; sin ti estoy como una enram ada de rosas, m i hábito es el há­
bito de la primavera.
Sin ti m e falta razón, estoy aburrido, todo lo que digo es re­
torcido, estoy avergonzado de la razón y la razón está avergonza­
da ante la luz de tu rostro.
¿Cuál es el remedio para el agua mala? Regresar al río. ¿Cuál es el
remedio para las malas costumbres? Ver el rostro del amado de nuevo.
Veo el agua del alma aprisionada en este torbellino del cuerpo;
excavo la tierra para hacer un cam ino hasta el mar.
Tienes una poción que das al desesperado, secretamente, para que
el esperanzado, afligiéndose por ella, no pronuncie el lamento.
Oh corazón, m ientras te sea posible no escondas tu ojo del
Amado, ya te abandone o te arrastre hasta Su pecho.

143
En este frío y lluvia el Amado es más dulce, la Belleza en el pe­
cho, y el Amor en el cerebro.
La Belleza en el pecho, ¡y qué belleza! Graciosa y hermosa, fle­
xible y fresca, con un brillo nuevo.
En este frío déjanos huir a su morada, pues nadie com o él na­
ció nunca de una madre.
En esta nieve déjanos besar sus labios, pues nieve y azúcar re­
frescan el corazón.

140
Ya no tengo fuerzas, me voy sin más, me llevan y me traen de
nuevo.
Cuando su fantasm a entra de pronto en el corazón, el corazón
abandona su lugar; ¡Dios es el Más Grande!

144
Al final partiste y fuiste hacia lo Invisible; fue m aravilloso cómo
te fuiste del mundo.
Sacudiste fuertem ente tus alas y plum as, y habiendo roto tu
jaula, alcanzaste el aire y viajaste hacia el mundo del alma.
T ú eras un halcón favorito, guardado en cautiverio por una an­
ciana; cuando oíste el tam bor del halcón huiste hacia el Vacío.
Tú eras un ruiseñor desam parado entre lechuzas; te llegó el
perfum e del jard ín de rosas, y hasta él fuiste.
Sufrías intenso dolor de cabeza por este am argo ferm ento; al
final fuiste a la taberna de la Eternidad.
Recto com o una flech a te dirigiste hacia la señal de la biena­
venturanza; veloz com o una flecha desde este arco hasta aquella
señal.
El mundo te dio pistas falsas, como un dem onio necrófago; tú
no hiciste caso de ellas, y fuiste hacia aquello que no tiene pistas.
Puesto que ahora eres el sol, ¿por qué llevas una diadema? ¿por
qué buscas un cinturón, si te has ido del medio?
He oído que m iras con ojos torcidos tu alma, ¿por qué m iras
tu alma, si has ido hasta el alma del Alma?
¡Oh corazón, qué m aravilloso pájaro eres, que a la caza de re­
com pensas divinas volaste con dos alas hasta el blanco de la lan­
za, como un escu d o !
La rosa huye del otoño — ¡oh, qué intrépida rosa eres tú que fuis­
te ganduleando en presencia del viento otoñal!
Cayendo com o lluvia del cielo el tejado del mundo terrestre,
corriste en todas direcciones hasta escapar por el caño.
G uarda silencio y libérate del dolor del habla; no duerm as,
pues has tom ado refugio en tan cariñoso Amigo.

141
145
E n el día de la m u erte, cu an d o m i féretro sea llevado, no creas
que m i corazón está en este m undo.
No llo re s p o r m í y g rites “ ¡Q ué d e sg ra c ia , q u é d e s g ra c ia !”
C aerías en la tram p a del diablo — eso sí que sería u n a desgracia.
C u an d o veas m i co ch e fú nebre, no grites “ ¡Se h a ido, se h a
ido!” E se tiem po será p a ra m í la unión y el encuentro.
C u an d o m e en treg u es a la tum ba, no digas “ ¡Adiós, ad ió s!”
Pues la tum ba es u n a co rtin a que oculta la com unión del P araíso.
D espués de co n tem p lar el descenso, considera la resurrección;
¿cóm o p erju d ic aría m i p u esta al sol y a la luna?
P ara ti p arece una puesta, pero es una salida; aunque la tum ba
p arez ca un a prisión, es la liberación del alm a.
¿Q ué se m illa se hun d ió en la tierra que no creciera? ¿Por qué
dudas al m ira r la sem illa hum ana?
¿Q ué cubo fue b ajad o que no saliera reb o san te? ¿Q u é razó n
tendría el José del espíritu p a ra q u ejarse del pozo?
C ierra tu boca en este lado, y ábrela en el m ás allá, pues en el
aire del sin lu g ar será tu canción triunfal.

142

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