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HISTORIA PSI DE LA

PROVINCIA DE MENDOZA
Comunidad Terapéutica “El Sauce”(*)

Por: Buyatti, Daniela; Carballo, Erica; Carballo, Julieta


historiapsi.mza@gmail.com

Resumen:
En el presente trabajo se investiga la experiencia de la Comunidad Terapéutica que tuvo
lugar en la provincia de Mendoza, en el hospital “El Sauce” entre 1970-1976.
Según Maxwell Jones las comunidades terapéuticas se acompañan de la descentralización
de grandes hospitales estatales en unidades semiautónomas. Se relacionan con el concepto
denominado “TERAPIA DEL MEDIO”, de esta forma los pacientes se constituyen en
participantes activos de su tratamiento y del de otros pacientes, considerando a “La
Asamblea” como el dispositivo básico en la toma de decisiones. Este trabajo intenta
comprender los procesos socio - históricos que permitieron el surgimiento de este enfoque
terapéutico en la provincia de Mendoza y su correlato con dispositivos similares en la
Argentina y a nivel mundial. Para ello se realizo búsqueda bibliográfica, entrevistas a
diversos actores, y rastreo de fuentes primarias.

Palabras Clave: Comunidad Terapéutica, Hospital El Sauce, Psiquiatría Social


Introducción:
Las comunidades terapéuticas son una manera de plantear el tratamiento psiquiátrico
en las instituciones; surgió a partir del período posterior a la Segunda Guerra Mundial y tuvo
un auge en un contexto sociocultural propio de las década del 60 y 70.
Se basaban en la participación activa del paciente en su tratamiento, tomando cada
actividad en la institución como terapéutica, propendiendo a la participación
fundamentalmente a través de la asamblea.
En este trabajo investigamos las bases teóricas que dieron origen a esta modalidad de
tratamiento, sus principales referentes en el mundo y como se desarrollaron las experiencias
en Argentina, poniendo énfasis en la comunidad terapéutica que se dio en el hospital El
Sauce, provincia de Mendoza
Esta forma de abordaje permitió entre otras cosas, según sus propios participantes,
mejoras institucionales rápidas, cambios en la actitud en los pacientes y en general un
cuestionamiento a la mirada centrada solo en el individuo y el síntoma.

La comunidad terapéutica como concepto


La comunidad terapéutica surge de la mano de la psiquiatría social, a partir de las
experiencias terapéuticas obtenidas con los soldados en la Segunda Guerra Mundial.
La conjunción entre el alto número de pacientes y la escasa cantidad de profesionales
para la atención propulsaron enfoques del tipo grupal, lo que sumado a los resultados
positivos que se observaron en los soldados cuando podían ser integrados laboralmente en la
comunidad, pusieron el foco de atención en la importancia del medio social y las
interacciones que en este se dan como base para el tratamiento. Así se revalorizaron las
circunstancias hospitalarias, domésticas y de trabajo frente a la mirada estrictamente de lo
intrapsíquico e individual
En las palabras de Maxwell Jones, la psiquiatría social en su sentido más amplio
implica los factores sociales asociados con las experiencias vitales de los pacientes o
potenciales pacientes psiquiátricos ya sea en hospitales o en el mundo exterior. Abarca tanto
conocimientos de tipo científicos sociales como psiquiátricos.1
Desde este punto de vista era competencia de la psiquiatría el tratamiento social de
psicópata; tanto como bregar por una preservación del lazo social en un sujeto internado, por
lo que se promovía la creación de servicios de salud mental en hospitales generales o
instituciones especiales que tampoco debían ser demasiado grandes ni muy lejos de los
domicilios de los pacientes.
Tomando estas bases se desarrolló el concepto de comunidad terapéutica que implica
una reestructuración de la organización habitual de las instituciones. De esta forma las
interacciones en el interior y con el exterior de una comunidad se empiezan a valorar y
comienzan a formar parte del tratamiento. Según Maxwell Jones, este proceso se describe
como terapia del medio.
La comunidad terapéutica implica una participación activa tanto de pacientes como
profesionales en los tratamientos y en la administración misma de la institución. Requiere
una modificación en la forma de trabajo en donde a través de una comunicación fluida se
cambia la jerarquía y la verticalidad en las interacciones a la promoción de la participación de
tipo horizontal de la totalidad de sus miembros en la medida de sus posibilidades. Esto trae
aparejado el cuestionamiento de prácticas y roles, su discusión y redefinición permanente.
Implica un desafío al personal de las instituciones para comprender y compartir la
importancia de este tipo de funcionamiento, su utilidad y fines buscados, ya que deberá
afrontar, repensar y tolerar el cuestionamiento de su práctica. Por ello requiere formación
tanto desde el punto de vista teórico como referentes que puedan contener y orientar en este
proceso de cambio.
Por otra parte, al promover la participación activa del paciente en su propio
tratamiento y en el de los otros, se modifica su rol pasivo, frecuentemente asociado a
sentimientos de incapacidad y minusvalía, reforzando sus capacidades puestas en juego en la
ayuda al otro y en la resolución de situaciones cotidianas; contribuyendo al principio desde el
grupo y posteriormente desde sí mismo a una integración de su autoimagen.
El grado en que esto sea practicable o deseable dependerá de muchas variables
incluyendo la actitud del jefe y del equipo, del tipo de pacientes tratados y de las
reglamentaciones que permitan las autoridades superiores.2
Se trabaja de esta manera en la modificación y apropiación de la cultura terapéutica (es decir,
la acumulación de actitudes, creencias y esquemas de comportamiento comunes a una gran
parte de la unidad terapéutica) a través de la participación de sus miembros más estables, los
cuales son los encargados de transmitirla a los nuevos integrantes permitiendo así su
explicitación y discusión por parte de los mismos.
Un día en una comunidad terapéutica tiene varios espacios grupales de participación.
La reunión comunitaria diaria o asamblea se realizaba entre toda la comunidad y el equipo.
Había una convocatoria que de a poco movilizaba desde otro lugar de lectura, donde la
participación y la escucha ya no son leídas sólo desde la psicopatología sino como miembro y
sujeto al que la institución atravesaba desde lo cotidiano. Se expresaban emociones y
malestares cotidianos, cosas esenciales y simples que no por ello eran obvias o tenían un lugar
desde la práctica tradicional, con el profesional tras el escritorio. Esta permitía conocer cosas
acerca del funcionamiento íntimo de la comunidad, tales como las interacciones entre los
pacientes, las prácticas de los profesionales o personal a cargo fuera de los horarios
habituales, quedando al descubierto toda la serie de manejos propios de las instituciones
totales. Así como también reevaluar la situación de un alto número de pacientes en un escaso
tiempo (reunión diaria de más de una hora) a través del relato mismo de los compañeros, se
podía conocer la cotidianeidad de la estadía del paciente, sus progresos cotejando así la
información clínica. También van modificándose actitudes hacia una mayor responsabilidad
por parte de los pacientes en el cuidado entre ellos mismos.
Al finalizar la reunión comunitaria diaria seguía la reunión pos mortem, que era una
reunión del equipo, y se debatía acerca de lo acontecido en la reunión anterior. Era un espacio
de reevaluación y lectura de la comunidad, también de evaluación de las propias dificultades y
aciertos en la práctica, permitiendo redireccionar la misma. Todo esto implica un papel más
responsable por parte del equipo.
A través del funcionamiento como comunidad terapéutica cuyas bases son la
democratización, la permisividad y la comunicación se promueve que en cada unidad de
tratamiento se planteen nuevas formas de participación para mejorar la calidad de vida de los
que la integran (tanto pacientes como personal profesional y no profesional).

Contextualización
Contemporáneo a las comunidades terapéuticas encontramos otros movimientos que
cuestionaron la práctica en la psiquiatría.
Una gran ebullición social, política y cultural tomó lugar durante los años 60´, donde
el cuestionamiento y la creencia de un mundo distinto posible eran debate corriente. Todo
podía ser cambiado, aún más, todo debía ser cambiado3
Respecto de la salud mental surgen diversos cuestionamientos provenientes de
distintos ámbitos, tanto desde dentro de la salud mental como fuera. En 1961 Erwing
Goffman publicó Asilos, una obra donde a través de la descripción minuciosa de la vida
cotidiana y su impacto en la devastación del sujeto se denunciaba a través del concepto de
institución total.
Surgen autores como Szasz, Laing y Cooper de la llamada Antipsiquiatría,
cuestionando la existencia de la enfermedad mental con fenómeno puramente patológico, y
proponiendo una visión social de la patología mental, donde el enfermo era el emergente de
un microsistema social enfermo.
También se producen cambios en Italia con Basaglia que cuestiona y postula la
desaparición de todo tipo de institución psiquiátrica, así fuese una comunidad terapéutica.
Todas estas corrientes de pensamiento llegaron a la Argentina influyendo en los
trabajadores de salud mental a través de las propias vivencias de los profesionales
especializados en el exterior, las lecturas y las visitas al país de referentes de estos
movimientos como Cooper que vivió en Argentina durante un período.

Comunidades Terapéuticas en la Argentina


Paradójicamente estas experiencias que cuestionan la organización vertical de las
instituciones se materializan en la Argentina durante el período de gobierno militar de
Onganía, cuando éste designa al Coronel Estévez al frente del Instituto Nacional de Salud
Mental. Este último desarrolla un Plan Nacional de Salud Mental en 1967 que continúo con el
funcionamiento manicomial de algunas instituciones y la construcción de otras similares a la
par que abre servicios de atención de psicopatología en hospitales generales y se organizan
comunidades terapéuticas, que son tomadas sólo como experiencias piloto aisladas, casi
autónomas y dependientes del esfuerzo e ideología de sus fundadores, sin modificar
sustancialmente las condiciones de atención de la mayoría de los pacientes psiquiátricos que
continuaban bajo el regimen manicomial tradicional.
Se desarrollaron en distintos puntos del país como Lomas de Zamora, Paraná,
Mendoza, Entre Ríos entre otros.

Hospital neuropsiquiátrico El Sauce


El Hospital el Sauce está ubicado en el departamento de Guaymallén Mendoza
alrededor de diez quilómetros de la ciudad capital.
El mismo fue habilitado en 1951, contaba según el diario local con 92 hectáreas
rodeadas de más de 1.500.000 álamos y 10.000 olivos.
En su inauguración el hospital fue pensado como ciudad hospital, rodeado de chacras
y tierra fértil, contaba con un cuerpo central donde se encontraba la dirección y alas laterales
de 50 camas por pabellón, uno para hombres y otro para mujeres, consultorios, enfermería,
cirugía, farmacia, radiología y guardia. También se encontraba dentro del hospital la vivienda
del director del hospital, la ropería y la cocina.
A través de los años esta estructura inicial se va modificando, abriéndose servicios
como área de recreación y deportes y terapia ocupacional. Este último fue habilitado en 1961
y dirigido por una terapeuta ocupacional de Buenos Aires, Lila Peña, que completó su
formación con una experiencia en los servicios que surgieron en Europa de la posguerra.
Había también porquerizas y galpones y los pacientes trabajaban en estos recibiendo un
peculio.
En el campo profesional había una división categórica entre los profesionales que
adherían al psicoanálisis y aquellos que centraban su teoría en la psiquiatría clásica y la
fenomenología. En Mendoza dicho antagonismo se podía apreciar tanto en los hospitales
como en la cátedra de psiquiatría de la facultad de medicina, con Herrera como referente de la
psiquiatría clásica y con Echegoyen desde el psicoanálisis. También el campo de la salud
mental estaba atravesado por los cuestionamientos provenientes de la antipsiquiatría y
movimientos sociales y políticos, que se hicieron eco en distintos profesionales de Mendoza.
En ese momento la demanda de atención psiquiátrica provenía sobre todo de pacientes
alcohólicos por lo que muchos de los tratamientos que se describen estarían destinados a esta
población. Se evidencia un comienzo de las terapéuticas grupales, con seguimiento de
pacientes alcohólicos externados e investigaciones de campo.
Ya en 1964 se empieza a trabajar de forma interdisciplinaria con el paciente
alcohólico, con reuniones semanales de los equipos (médico, psicóloga, asistente social,
terapeuta ocupacional y enfermería) con interacción democrática en las mismas.
En 1968 el hospital modifica su organización administrativa yendo desde lo vertical a
un sistema de departamentalización. Contaba con cinco departamentos: atención médica,
diagnóstico y tratamiento, servicios técnicos auxiliares, administrativo, docencia e
investigación. Los jefes de cada departamento junto al director del hospital conforman el
Consejo Asesor Técnico Administrativo de la Dirección. Se organiza también el Servicio de
Estadística.
Ya en 1969 se comienza con una tarea comunitaria limitada a un área del hospital, que
perseguía como objetivos estudiar la operatividad del método e introducir cierta información
sobre la comunidad terapéutica en el personal del hospital. El equipo constaba con psiquiatra,
terapeuta ocupacional, supervisora de enfermería y mucamas, y se realizaban reuniones
diarias de los pacientes, alrededor de 60, con el equipo durante aproximadamente 45 minutos.
Luego se hacían reuniones de evaluación de 30 minutos.
A principios de los años 70 en Mendoza la mayor parte de los profesionales eran
gente joven, ya que era reciente la apertura de la carrera de medicina y la especialización.
Esto supuso un clima de gran debate ideológico sobre las estructuras vigentes, en resonancia
con lo que acontecía a nivel mundial.

Comunidad Terapéutica El Sauce


La comunidad Terapéutica El Sauce se fue gestando con los cambios previamente
descriptos llegando a formalizarse como propuesta escrita en 1970, pero funcionaba como tal
restringida a un servicio de internación desde 1969, hasta aproximadamente 1973.
Una de las primeras experiencias que relatan los participantes es el haber conocido
distintas colonias del país algunas de las cuales funcionaban como comunidades terapéuticas.
Esto se originó a principios de los 70´ con un grupo de psiquiatras en formación por pedido
de ellos mismos a través del Instituto de Salud Mental. Allí conocieron la experiencia de la
Colonia Federal dirigida por el Dr Caminos en Entre Ríos. Según nos refirieron, Les llamó la
atención la contradicción existente entre la ideología de Caminos, proveniente de ámbitos
militares y la participación democrática por la que éste abogaba durante las asambleas diarias.
Este viaje fue importante para algunos de los que más tomaron la idea de la Comunidad
Terapéutica y la llevaron a la práctica como el Dr Carlos Hernández y Dr Carlos Vollmer.
Años después Carlos Hernández se fue a la provincia de Misiones para continuar con la
organización de nuevas Comunidades Terapéuticas.
También se recibió la influencia a través de gente de otros lugares que concurrieron a
las Asambleas en el hospital El Sauce como por ejemplo Alfredo Moffat proveniente de la
Peña Carlos Gardel que funcionaba en el hospital Borda en 1972.
Se planteaban nuevas opciones terapéuticas como el psicodrama y exponentes como
Rojas o Pavlosky vinieron a Mendoza.
Mediante un trabajo realizado por Dr. Carlos Hernández, Dr. Jorge Nazar y Lic. Lila
Peña (terapista ocupacional) se puede ver algunas de las modalidades utilizadas en ese
momento para la atención de pacientes, procedimientos que fueron comentados también por
los entrevistados.
El mismo plantea un flujograma de atención del paciente desde el ingreso hasta el
seguimiento posterior al alta, así como continúa con la organización por departamentos y
establece una serie de reuniones comunitarias como la reunión de la comunidad que es
seguida por la reunión de la evaluación, muy similar en esto al modelo propuesto por
Maxwell Jones.
Respecto del flujograma del paciente desde su ingreso hasta el alta en este se destacan
la auditoria de ingreso y la auditoria de alta, donde participaban los profesionales de todas las
áreas (de internación, rehabilitación y ambulatorias) y disciplinas del hospital, lo cual permite
un seguimiento del proceso terapéutico y la articulación entre los actores.
Dentro de las actividades comunitarias cabe destacar la Reunión de la Comunidad, que
se realizaba diariamente, de aproximadamente una hora, contaba con la asistencia obligatoria
del personal y de los pacientes. Estaba coordinada por el director de la comunidad terapéutica
y habían un observador con voz y un cronista. El material escrito de estas experiencias según
fuentes habría sido destruido a partir del gobierno de facto de 1976.
Cabe destacar que se seguía un temario y las reuniones tenían un carácter resolutivo
siempre y cuando se enmarcaran dentro del reglamento en vigencia del establecimiento. En
caso de no llegar a alguna conclusión en las reuniones de la comunidad, debía ser tratado el
tema por las reuniones de evaluación; en caso de no poder expedirse tampoco en estas se
llegaba a una instancia final dada por el director.
Posterior a la reunión de la comunidad y a la auditoria de ingreso se hacía la Reunión
de Evaluación, que era diaria. En ella participaban el Consejo Técnico de la Comunidad y el
Director. Analizaba las conductas grupales de la reunión de la comunidad y como fue dicho,
buscaba concluir en temas que habían quedado pendientes en las reuniones grupales.
Dentro del funcionamiento que fue analizado por sus propios protagonistas, éstos observaron
que había una sectorización inicial, y las dificultades variaban según los actores: el equipo
utilizaba un lenguaje técnico, tenía una participación extensa y enredada; el personal al
principio no participaba y luego se centran principalmente en su propia problemática y por
otro lado los pacientes enfatizan en condiciones de instalaciones sanitarias, comida y
vestimenta. Sin embargo en poco tiempo se lograron mejorías en el funcionamiento general,
ya que la asamblea funcionaba como un espacio donde salían a la luz las dificultades edilicias,
conflictivas con el personal, el estado de los pacientes reflejado en sus interacciones, manejos
y abusos de poder internos, etc…de forma diaria lo que facilitaba una rápida resolución de los
problemas.
Quizás el breve lapso en que el hospital se organizó como comunidad tenga que ver
con las características de la psiquiatría que se practicaba y promovía en el mismo, rica y
distinguida a nivel nacional e internacional en lo que respecta a formación clínica siguiendo a
autores tradicionales pero que al mismo tiempo mostró poco entusiasmo en perpetuar este
funcionamiento, ya que no fue la mayoría de los profesionales los que se inclinaron por el
mismo ni tampoco las figuras de mayor autoridad y poder dentro del hospital. Es así que al
irse algunos de sus propulsores del Sauce alrededor de 1973 (Hernández a Misiones, Vollmer
a la actividad en gestión pública entre otros) y a su vez con la prohibición por un director de
la participación de más de dos personas en los consultorios en 1976 queda definitivamente
truncada la Comunidad Terapéutica en el Hospital El Sauce.
Al comenzar el gobierno de facto también se persiguió a algunos de sus referentes, ya
que para este régimen las características en que se basaba la comunidad resultaban
“sospechosas y peligrosas”, temiendo que en las mismas se realizara el “lavado de cerebro”.

Conclusiones
De lo que conocimos a través de realizar este trabajo quisimos rescatar ciertos
aspectos conceptuales de la psiquiatría social y la comunidad terapéutica.
En cuanto a la psiquiatría social podemos rescatar el valor que se le daba a la
inserción social como un objetivo deseado en el tratamiento. Esto puede ser cuestionable si
se lo mira como la búsqueda de una adaptación automática y forzada a la sociedad, omitiendo
el debate acerca de cuan alienante o no puede ser una sociedad en su conjunto. Pero haciendo
esta salvedad, la integración de un individuo a un cuerpo social forma parte esencial de la
condición humana. Esto que resulta tan obvio es uno de los aspectos que se deja de lado en
un funcionamiento manicomial.
Con respecto al modelo de funcionamiento de las comunidades terapéuticas, cabe
destacar el énfasis puesto en un funcionamiento participativo de todos sus miembros en
condiciones de horizontalidad, que genera una reevaluación constante de la institución.
Considera al paciente como un sujeto con capacidades, independientemente de la patología en
si misma, sacándolo del rol pasivo que puede verse fomentado de no tener en cuenta dicho
aspecto.
Esto obliga desde el punto de vista profesional a reevaluarse en la práctica e intentar
modificarla según las necesidades de la población
Aunque Las comunidades terapéuticas respondieron a un momento histórico y un
contexto en nuestra opinión, éstas generaron beneficios tangibles en los pacientes, tanto en
tratamiento como en calidad de vida así como también una mejora en las instituciones.
También podemos rescatar el uso de los espacios grupales si pensamos en optimizar
los recursos en gestión en salud mental.
En cuanto a la experiencia en Argentina, como lo plantean Vainer y Carpintero este
modelo de atención nunca fue pensado en forma masiva sino solo como experiencias piloto
aisladas.
De la experiencia de Mendoza, logramos encontrar datos que nos indicaron que
funcionó efectivamente como comunidad terapéutica si bien fue de breve duración se logró
implementarla, cambiando viejas estructuras, rígidamente conformadas, ligadas a un hospital
neuropsiquiátrico con todo el esfuerzo que eso implica.
Durante las entrevistas realizadas pudimos percibir que si bien los participantes
consideraron positiva la experiencia, generando cambios tanto a nivel hospitalario como en
los pacientes, estas experiencias no trascendieron a dicho momento histórico.

(*) Trabajo presentado en el XI Encuentro Argentino De Historia De La Psiquiatría, La


Psicología Y El Psicoanálisis, Rosario, octubre de 2010.

Notas
1
Maxwell Jones (1962). Psiquiatría Social. Buenos Aires. Editorial Escuela.
2
Carpintero, E. & Vainer, A. (2005) Las huellas de la memoria I. Buenos Aires. Editorial
Topia
3
Carpintero, E. & Vainer, A. (2005) Las huellas de la memoria I. Buenos Aires. Editorial
Topia

Bibliografía y fuentes consultadas


Carpintero, E. & Vainer, A. (2005) Las huellas de la memoria I. Buenos Aires. Editorial
Topia
Carpintero, E. & Vainer, A. (2005) Las huellas de la memoria II. Buenos Aires. Editorial
Topia
Documental dirigido por Ana Cutuli (2005). Comunidad de locos. Comunidades
Terapéuticas en la Argentina de los 60´y 70´ (Otra salud mental es posible). Buenos Aires.
Maxwell Jones (1962). Psiquiatría Social. Buenos Aires. Editorial Escuela.
Nazar, J. & Hernández, C. & Peña, L. (1970) Experiencia de Comunidad Terapéutica en el
Hospital El Sauce. Mendoza.
Novella, E. Del asilo a la comunidad: interpretaciones teóricas y modelos explicativos.
Revista FRENIA, Vol VIII-2008.
Vainer, A. El residente y la comunidad terapéutica. Revista Clepios Nº20. Buenos Aires.
Clepios, junio del 2000.
Entrevistas realizadas a los doctores: Carlos Vollmer, Oscar DÁngelo, Jorge Nazar, Jorge
Barandica.
Diario Los Andes, Mendoza, 6 de noviembre de 1951, pág.3

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