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Tradicionalmente, nuestro Derecho de Familia tuvo por base una noción occidental,
conceptualizada y determinada por el matrimonio, caracterizado por una relación
heterosexual monógama, y por la filiación, entendida como una figura basada
principalmente en el hecho biológico de la procreación dotado de efectos jurídicos por
la ley. Siendo así, es el matrimonio la institución que pasa a gobernar la concepción de
familia, instituto que es considerado en nuestra legislación como el "contrato solemne
por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente y por toda la vida
con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente".
Así, el Derecho Familiar de nuestro país realizó un esfuerzo por adecuarse, basado
principalmente en la influencia de los derechos humanos y a su incorporación a nuestro
ordenamiento jurídico, siendo de esta manera una de las materias más afectadas por las
reformas de los últimos años al Código Civil chileno.
Surgieron, entonces, nuevas leyes reguladoras del Derecho Familiar, como la ley
Nº 19.585 de 1998, que estableció la plena igualdad entre los hijos y permitió la libre
investigación de la paternidad y maternidad; la ley Nº 19.620, que establece una nueva
regulación para la adopción (deroga las leyes Nºs. 7.613 y 18.703); la Nueva Ley de
Matrimonio Civil Nº 19.947 de 2004, donde por primera vez se incorpora el divorcio
vincular (por cese de la convivencia, sea la acción unilateral o de mutuo acuerdo, y por
culpa), regulando asimismo la separación judicial (por cese de la convivencia y por
culpa) y la compensación económica como derecho a favor del cónyuge más débil; la
ley Nº 19.968 de 2004, que establece una judicatura especializada para conocer de
todos los asuntos que tengan repercusiones sobre la familia; la ley Nº 20.066 de 2005,
que establece la ley de violencia intrafamiliar; la ley Nº 20.680 de 2013, que modifica
los efectos de la filiación estableciendo como principio rector el interés superior del
niño y la igualdad parental, y la reciente ley Nº 20.830 de 2015, que crea el acuerdo de
unión civil.
De esta manera, a finales del año 2014 surge la idea de crear las Jornadas Nacionales
de Derecho Familiar, actividad académica que tendría el carácter de anual y sería el
fruto del trabajo colaborativo de un Consorcio de Facultades de Derecho compuesto
por la Universidad de Talca, representada por el profesor Jorge del Picó Rubio, la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, representada por el profesor Álvaro
Vidal Olivares, por la Universidad Diego Portales, representada por la profesora
Leonor Etcheberry Court, la Pontificia Universidad Católica de Chile, representada por
la profesora Carmen Domínguez Hidalgo, y por la Universidad de Chile, representada
por quien suscribe.
La primera de estas Jornadas, realizada en el mes de junio del año 2015, estuvo a
cargo del Programa de Derecho de Familia, Infancia y Adolescencia de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Chile, encontrándose su Comité Organizador compuesto
por los profesores Maricruz Gómez de la Torre Vargas, Cristián Maturana Miquel,
Sergio Cortés Beltrán como secretario y presidido por quien suscribe.
Así, los artículos "Concepto de Derecho Familiar, sus elementos, el orden público y
el interés social", del Dr. Julián Güitrón Fuentevilla; "El Derecho de Familia y el bloque
de constitucionalidad", de la Dra. Aída Kemelmajer de Carlucci; "El reconocimiento
de las familias ensambladas en Chile. Los primeros pasos", del profesor Pablo Cornejo
Aguilera; "La protección del interés de la familia en la resolución de los asuntos
vinculados a las crisis matrimoniales a 10 años de la ley Nº 19.947", de la profesora
Yasna Otárola Espinoza; "La autorresponsabilidad y los efectos del divorcio", de la
profesora Carolina Riveros Ferrada; "Divorcio y desafectación de bienes familiares",
del profesor Eduardo Court Murasso; "Hacia un nuevo régimen patrimonial del
matrimonio", de la profesora Leonor Etcheberry Court; "¿Puede renunciar la mujer a
los gananciales en la misma escritura que contiene el pacto de separación total de
bienes?", del profesor Juan Andrés Orrego Acuña; "De nuevo sobre la cuantificación
de la compensación económica. Una propuesta para la cuantificación a partir del
empobrecimiento sin causa del cónyuge beneficiario", del profesor Álvaro Vidal
Olivares; "Contra la indemnización de perjuicios por incumplimiento de deberes
conyugales", del profesor Mauricio Tapia Rodríguez; "Derecho del padre a determinar
e impugnar su paternidad: Nudos críticos y necesidad de respuestas coherentes", de la
profesora Alejandra Illanes Valdés; "El derecho a la vida familiar, los derechos del niño
y la responsabilidad parental", del profesor Nicolás Espejo Yaksic; "Derechos
fundamentales y autonomía progresiva de la infancia", del profesor Rodrigo Barcia
Lehmann; "Notas sobre una re-lectura del Derecho a la identidad en contexto de
filiación a la luz del desarrollo jurisprudencial chileno", de la profesora Fabiola Lathrop
Gómez; "La consideración de los hijos en la regulación de las relaciones de pareja:
Matrimonio y acuerdo de unión civil; y su influjo en la configuración de la noción de
familia", de la profesora Marcela Acuña San Martín; "Matrimonio y acuerdo de unión
civil: Apreciación comparada centrada en la diferencia de los fines", del profesor Jorge
del Picó Rubio; "El acuerdo de unión civil: desafíos para su interpretación", de la
profesora Carmen Domínguez Hidalgo; "Reflexiones en torno a los efectos del
Acuerdo de unión civil", del profesor Cristián Lepin Molina; "¿Alimentos? Y
compensación económica en el acuerdo de unión civil", del profesor Joel González
Castillo; "Responsabilidad civil por daños causados por un tercero a uno de los
integrantes de una unión civil", del profesor Hernán Corral Talciani; "Los derechos
sucesorios del conviviente civil en la ley que crea el acuerdo de unión civil", de la
profesora Maricruz Gómez de la Torre Vargas; "Aspectos relevantes de la mediación
familiar en Chile. Algunas reflexiones a diez años de su instalación", de la profesora
María Nora González Jaraquemada; "Coherencia del sistema recursivo de familia con
un régimen general de impugnación", del profesor Cristián Maturana Miquel; "La cosa
juzgada en la justicia de familia", del profesor Jorge Larroucau Torres; "Los nexos de
familia y la revocación de las resoluciones de expulsiones de extranjeros", del profesor
Alexis Mondaca Miranda, y "Unidad en la diversidad: los efectos económicos del
matrimonio en los Estados miembros de la Unión Europea", del profesor Pablo Quinzá
Redondo.
Por último, queremos agradecer muy especialmente a todos los autores nacionales y
extranjeros que han participado en estas actas, al señor Decano de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Chile, profesor Davor Harasic Yaksic, por el importante
apoyo brindado para la realización de estas Jornadas y la publicación de esta obra, a los
miembros del Consorcio de Facultades de Derecho por hacer posible el desarrollo de
esta empresa, al Comité Organizador de las Primeras Jornadas Nacionales, al Programa
de Estudios de Derecho de Familia, Infancia y Adolescencia de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Chile, y a Andrea Vargas Carrasco, quien realizó la edición de
esta obra.
MARICRUZ GÓMEZ DE LA TORRE VARGAS CRISTIÁN LEPIN MOLINA
El Derecho Familiar es el conjunto de normas jurídicas, que regulan la vida entre los
miembros de una familia, sus relaciones internas, así como las externas, respecto a la
sociedad, otras familias y el propio Estado. Esta definición sirve para determinar el
concepto de familia, la regulación de los esponsales, del matrimonio, de las
formalidades para contraerlo, sus requisitos, los impedimentos en ese sentido; los
deberes y derechos de los cónyuges, así como los regímenes matrimoniales que
incluyen la sociedad conyugal, la separación de bienes y el mixto; también regular el
nombre de la mujer casada y un capítulo especial, creando la teoría de las nulidades del
matrimonio.
El conjunto de normas jurídicas, sustento del Derecho Familiar, incluye los aspectos
del divorcio, alimentos, estado familiar, nombre de la mujer soltera, viuda y divorciada,
concubinato, las diferentes clases de parentesco, la filiación, los hijos, la adopción, la
patria potestad, la tutela, la emancipación y la mayoría de edad.
Ese conjunto de normas jurídicas, funda la creación de los Consejos de Familia, como
auxiliares del Juez Familiar, la personalidad jurídica de la familia, la protección de
inválidos, niños, ancianos, alcohólicos, discapacitados, el patrimonio familiar, la
planificación familiar y el control de la fecundación, así como el Registro del Estado
Familiar.
Esto significa que el conjunto de normas jurídicas debe contemplar el interés de que
la familia sea el mejor y mayor soporte del Estado. Que sea la familia el modelo para
la sociedad y su desarrollo. Que se exhorten los valores colectivos, fundados en la
familia. Que cualquier situación —quien puede dudar de ello— va a repercutir en la
familia. Lo más trascendente, no es el Estado, ni el individuo ni la sociedad; es la
familia, por ello, el conjunto de normas jurídicas que establece las relaciones y las
regula entre la familia y la sociedad, debe darle a aquélla una prioridad para alcanzar
los más altos valores. Para que frente al quebrantamiento de los fines que debe
perseguir el Estado, para darle más seguridad y mejores condiciones a los miembros de
una familia, se logre a través de esa protección de los valores colectivos. No debemos
olvidar que si ese conjunto de normas jurídicas, dadas respecto a la sociedad, no se
respetan; si en el seno familiar no hay respeto y moral en relación a los hijos, a los
cónyuges, a los miembros de esa familia, los mismos saldrán a la calle y atacarán a la
sociedad. Agredirán a los guardianes del orden público. Esa familia habrá engendrado
células enfermas, que van a atacar a la sociedad. El conjunto de normas jurídicas a las
que nos referimos, cuando hablamos de la familia y de la sociedad, deben contemplar
la trascendencia que éste tiene. No olvidar que la familia representa un interés superior,
por encima de los individuos, de la sociedad y del propio Estado.
Es importante que este vínculo externo con otras familias permita crear un
sentimiento de apoyo, de solidaridad, de identificación, de ayuda entre las diferentes
familias mexicanas. Que no veamos en ellas enemigos de la nuestra, sino por el
contrario, eslabones que, al ligarse, hagan más fuerte la sociedad. Más sana y permitan
en un momento dado, con esa regulación jurídica, con esas normas, que las familias
puedan constituir la base moral, solidaria, jurídica del Estado. Es importante destacar
que la tradición de las familias mexicanas no debe perderse. Que la relación entre ellas,
debe regularse por la ley y tener un tratamiento especial, para que la sociedad mexicana
recupere sus valores y todo lo propio y esencial a la idiosincrasia y sentir de los
mexicanos.
El conjunto de normas jurídicas a que nos hemos referido, respecto a la familia, debe
considerar que el Estado debe apoyar el desarrollo de ésta. Propiciar la creación de los
patrimonios familiares, que verdaderamente la protejan económicamente. Dictar las
normas jurídicas que garanticen la seguridad de la familia. Hacer hincapié en sus
derechos fundamentales. Regular el aspecto de la planificación familiar, respetando las
garantías constitucionales establecidas a favor de la familia, sin olvidar que la familia
nació antes que el propio Estado. Destacar que el Estado, a través de sus diferentes
instituciones, como las de Desarrollo Integral de la Familia, estatales y de la ciudad
capital, debe procurar la promulgación de Códigos Familiares, de Procedimientos
Familiares, de Juzgados y de Salas Familiares, para que, con el apoyo del Estado, la
familia pueda recibir la justicia que merece. Que haya seguridad respecto a sus
miembros. Que no se sigan cometiendo los grandes fraudes que, por ejemplo, en
alimentos se dan día a día. Por ello, el conjunto de normas jurídicas respecto de la
familia y del propio Estado, debe permitir a éste apoyarlas para que alcancen su
máximo desarrollo.
1. PLANTEAMIENTO GENERAL
¿Qué es el orden público? ¿Cuáles son sus elementos? ¿Cuál es su origen? ¿Dónde
surge? ¿Cuántas teorías existen? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es la situación
del orden público actualmente en el mundo? ¿Qué juristas han estudiado este concepto?
¿Cómo se aplica al Derecho Familiar mexicano? ¿Cuáles son sus lineamientos en el
Código Civil de México, Distrito Federal del año 2000? ¿Qué criterios
jurisprudenciales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se han sostenido en
México? Con estas interrogantes quisiéramos, junto con ustedes, iniciar una reflexión
sobre este tema tan trascendente para el Derecho Familiar.
Es del conocimiento general, que esta importante figura tiene sus antecedentes en el
Derecho Romano.
Los principios referidos para diferenciar el público del privado, sostienen que ius
publicum privatorum pactis mutare non potest, esto, que surge en varias obras jurídicas
romanas, significa que los particulares, en relación privada, a pesar de sus acuerdos "no
pueden cambiar las normas jurídicas promulgadas por los órganos del Estado".4
Para Alfredo di Pietro y Ángel Enrique Lapieza Elli, en relación al tema en cuestión,
expresan que el Derecho Público tenía en cuenta, según su fuente, el Derecho que era
creado por el Estado, incluso se habla de la lex pública, es decir, el Senado Consulto o
la Constitución Imperial, y se afirma que en la época republicana fue sinónimo de ius
legitimun y atendiendo a su objeto, el Derecho Público, es la manera de ser de la
organización del pueblo romano; ahonda en el concepto de ius privatum, diciendo que
éste se refiere al interés de los particulares y que tiene tres partes, el ius civile, el
gentium y el naturale.10
Cuando se dice que tal o cual ley es de orden público, se ignora o se olvida que todas
las leyes lo son, porque todas ellas tienen como fin principal el mantenimiento de la
paz con justicia, que persigue el derecho. El orden público se perturba cuando el
derecho no es respetado. Por eso pudo decir Benito Juárez: 'el respeto al derecho ajeno
es la paz'.
El jurista español Diego Espín Cánovas, aporta elementos fundamentales sobre todo
en el Derecho Familiar español, para considerar el cambio que éste ha tenido y que son
referidos al orden público. Los cambios en el matrimonio, su celebración y disolución,
las relaciones conyugales, la filiación y otras instituciones, originan "un cambio
fundamental respecto a la orientación hasta ahora vigente. Así, el matrimonio civil no
podrá depender de ninguna declaración de aconfesionalidad, las relaciones entre
cónyuges habían de fundarse en la plena igualdad jurídica, las relaciones de patria
potestad tampoco pueden discriminar a la mujer en su ejercicio, la filiación no puede
suponer discriminación entre los hijos, según sean habidos dentro o fuera del
matrimonio ni la maternidad según el estado civil de la madre".29 El pensamiento del
profesor Espín Cánovas, miembro fundador del Primer Congreso Mundial sobre
Derecho Familiar y Derecho Civil, celebrado en Acapulco, Guerrero, México en 1977,
es precursor de los cambios dados en el Código Civil español de 1978, que desde
nuestro punto de vista, tienen características de orden público. Las aprobaciones
constitucionales referidas al Derecho Familiar español, lo han modificado
sustancialmente y esos principios son impuestos por la Constitución española. En este
caso, vale la pena llamar la atención sobre un tema vigente, referido a las uniones de
personas del mismo sexo. Es del dominio público que actualmente se encuentra en
estudio un proyecto español que pretende y si se aprueba, se tendrá como mandato, que
cambie la regulación jurídica del matrimonio y que éste se permita entre personas del
mismo sexo; no es la voluntad particular o la autonomía de ésta, la que va a determinar
si estas personas se pueden casar. La ley ordena, no discute, y de aprobarse este
proyecto, tendremos el mandato que se convertirá en norma imperativa, respecto al
matrimonio de personas del mismo sexo. No podrán alegarse otras cuestiones, porque
precisamente, el orden público español, que va a derivarse de esas nuevas normas,
determinará, si esto procede, que el matrimonio será la unión de dos personas, sin
especificar si son del mismo o distinto sexo.
Para el profesor Espín, "la norma dedicada al matrimonio contiene dos principios de
inmediata aplicación, el ius connubii y la plena igualdad jurídica del hombre y de la
mujer en el matrimonio. Ambas afirmaciones están entrelazadas de tal modo que sería
inconstitucional una ley reguladora del matrimonio en condiciones de desigualdad
entre marido y mujer. La Constitución española se abstiene de una regulación del
matrimonio, ni siquiera esboza sus caracteres esenciales dejando a la ley ordinaria su
determinación. Esta flexibilidad constitucional, producto como decimos de una obra de
consenso, permitirá durante las más variadas circunstancias sociológicas desarrollar los
principios constitucionales con diversas lecturas sin obligar a enmiendas
constitucionales".31
En la opinión del profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar, presidente del XIII
Congreso Internacional de Derecho Familiar, Carlos Lasarte Álvarez, existen apoyos
importantes en lo que es el orden público, referido al Derecho español. En sus obras
destaca que, "sin duda alguna la mayor parte de las disposiciones legales y, en todo
caso, las que integran el Derecho de Familia, se caracterizan por ser normas de carácter
imperativo ius cogens, frente al campo, verdaderamente limitado, en el que puede
desplegar su influencia la autonomía privada.
Es impensable que los cónyuges como regla, puedan configurar el estatuto jurídico
del matrimonio a su antojo, o que los padres decidan cuáles son sus deberes respecto
de los hijos (entendiendo, por ejemplo, que éstos deben estarles agradecidos por
haberlos traído al mundo), por encima de las disposiciones legales o en contradicción
con ellas".32 En este caso se habla de la imperatividad de las normas de Derecho de
Familia, porque la Constitución española y los propios cambios al Código Civil así lo
determinan; pero ni en el Derecho Civil español ni en el de Familia o en ningún otro,
hemos encontrado la declaración expresa, tajante, de que todas las normas de Derecho
Familiar sean de orden público, como ha ocurrido en México, en Hidalgo, un estado de
la República Mexicana, desde 1983; en Zacatecas, desde 1986, y ahora en el Distrito
Federal, desde el año 2000. Como decíamos y Lasarte Álvarez lo confirma, en relación
a estas cuestiones de Derecho de Familia, en el Derecho español no se ubica totalmente
en el orden público y así él destaca que "lo cierto es que la existencia de normas
imperativas en aspectos fundamentales del Derecho de Familia (dato indiscutible que
iremos contrastando paso a paso), tampoco conlleva la absoluta erradicación de la
autonomía privada de las personas familiarmente relacionadas entre sí, pues en
numerosos supuestos conflictivos las propias normas legales de Derecho de Familia
reclaman y presuponen ante todo un acuerdo o un convenio entre los interesados".33
Por regla general, pues, los Derechos de Familia son indisponibles: intransmisibles,
irrenunciables e imprescriptibles".35 Frente a esto, es evidente que estamos hablando
de un orden público impuesto unilateralmente y que la autonomía de la voluntad no
tiene ninguna trascendencia; probablemente, la contundencia del Derecho Familiar
mexicano consiste en que expresamente, no se deja a la interpretación en ningún
sentido, se ordena, existe el mandato de que todo lo referente a la familia, su
organización, su disolución y los temas relativos a la misma, son de orden público.
Fue a principios del siglo pasado, en 1913, en que la extraordinaria obra del jurista
italiano Antonio Cicu, puso bases fundamentales para la autonomía de esta disciplina.
La aportación de este autor es indiscutible, ya que la injerencia del Estado, "en los
intereses familiares, no tiene necesidad de ser particularmente demostrado. Pero puesto
que una injerencia del Estado puede fácilmente encontrarse en cualquier parte del
Derecho Privado, se hace necesario examinar la naturaleza de la injerencia del Estado
en la familia, en relación a la injerencia en la actividad privada de un lado, y del otro
en actividad de los entes públicos".36
Para Cicu y estamos de acuerdo con él, al ratificar las cuestiones del orden público,
hay una diferencia esencial entre el Derecho de Familia y las otras partes del Derecho
Privado, "mientras en éstas vale como principio que la voluntad individual, en las
relaciones entre las partes, es capaz de producir algún efecto jurídico conforme al
propósito práctico perseguido por las partes, en el Derecho de Familia, la voluntad
individual es incapaz de producir, no ya efectos frente a terceros, ni siquiera entre las
partes; y no sólo los efectos que serían propios de la relación, sino ni siquiera efectos
más limitados; en otras palabras, nosotros afirmamos —dice Cicu— que en el Derecho
de Familia la ley no reconoce ni garantiza por sí misma el propósito práctico que los
particulares quieran perseguir. Tanto vale, nos parece, que en el Derecho de Familia no
tiene aplicación el concepto privadístico de negocio jurídico. En estas afirmaciones, su
conclusión la expresa diciendo: "erróneo y peligroso es, por tanto, servirse en la
valoración de las normas del Derecho Familiar del concepto de normas de orden
público como ha venido elaborándose en la ciencia del Derecho Privado. Puesto que
éste tiene su razón de ser en un interés general y superior que viene a limitar (y no
excluir a priori) la libertad individual, así para decidir si cada norma de Derecho de
Familia es o no de orden público, podría ser necesario indagar caso por caso si concurre
un interés general. Para nosotros —dice Cicu— el interés no general, sino superior,
existe siempre; el mismo excluye, y no limita, la libertad individual de establecer y
perseguir fines individuales. Si de ius cogens se quiere hablar, el mismo es tal por la
misma razón por la cual se considera tal el Derecho Público".37 En conclusión, las
normas familiares se fundan en el interés público; en la naturaleza intrínseca de los
hechos de Derecho de Familia.
En los aspectos del orden público relacionados con el Derecho Familiar, encontramos
aportaciones importantes de Colombia, considerando la obra compilada por Luis David
Durán Acuña, jurista distinguido de ese país, quien haciendo un recuento de las
diferentes reformas y modificaciones que ha tenido este Derecho, específicamente en
la familia, sostiene que "tomando como base las situaciones y relaciones jurídicas de
familia, así determinadas por el Derecho Civil, otras ramas y pseudoramas del
ordenamiento jurídico colombiano, intervienen en la vida familiar".
En tercer lugar, es claro que la voluntad de los particulares sólo tiene alcance jurídico
en la medida que así lo predetermina el sistema de Derecho —situación que no ocurre
en el Derecho Familiar—. Por eso decimos que es una voluntad facultada y protegida
por el orden jurídico. Los límites de esta protección son a veces muy estrechos; —
escenario que se evidencia totalmente en el Derecho Familiar, específicamente en el
Derecho Familiar mexicano legislado en el Código Civil de México, Distrito Federal
del año 2000—.
En cuarto lugar, desde el punto de vista filosófico, vemos —dice Villoro Toranzo—
que la formulación contemporánea del principio de la teoría de la voluntad describe
más realistamente la situación del individuo en la sociedad: no nace, vive y se desarrolla
sino formando con otros individuos una sociedad a la cual se haya subordinado, pero
esa misma sociedad debe proteger su independencia hasta cierto punto y promover las
posibilidades de libertad en el hombre".45
Siendo una materia complicada, con una gran tradición y antecedentes antiguos,
enfocaremos el concepto de orden público en el Derecho Familiar mexicano.
Desde esta perspectiva, el orden público tiene una aplicación subjetiva. Sólo puede
ubicarse en un tiempo y lugar determinados ya que en éste se deben encuadrar
cuestiones políticas, filosóficas, morales y privadas. Es un concepto revolucionario y
dinámico. Se basa en la imperatividad que contiene mandatos y prohibiciones, en este
caso, referidos específicamente a las normas que rigen a la familia en México.
El orden público, como conjunto de normas jurídicas impuestas por el Estado, surge
como una contradicción con la autonomía de la voluntad; es decir, en aquélla, quienes
intervienen en un acto jurídico, tienen como límite lo que desean pactar o hacer; esa
autonomía de la voluntad, tradicionalmente ha sido la que ha manejado todas las
cuestiones referidas al Derecho Civil; pero en el caso específico de México, en el
Código de la materia, a partir del Libro Primero que comprende de los artículos 1º al
746 bis y en el Libro Tercero, relativo a las sucesiones que va de los artículos 1281 al
1791, es orden público. Debemos reiterar que la esencia del orden público es el
mandato impuesto por el Estado para proteger a la familia.
Entre los elementos del orden público, encontramos los que tienen por esencia el
mandato y el deber; y referidos a los fines que persigue, los cuales varían según la
materia de que se trate, generalmente, el Derecho constitucional, el administrativo, el
internacional, pero en el caso especial de México, hacemos hincapié en que todo esto
rige al Derecho Familiar.
El Estado lo impone para proteger a la familia; con esto, aquél asegura la existencia
de ésta; preserva el desarrollo humano en la familia; protege los lazos consanguíneos y
por supuesto, el orden público está sujeto a cambios generacionales. Modificaciones
ideológicas. Como ha ocurrido, en el caso específico de México, que ha sido a través
de su evolución histórica, desde el primer Código Civil que hubo en México en el
estado de Oaxaca de 1827, pasando por los Códigos Civiles posteriores, como los de
Maximiliano de Hapbsburgo de 1866, el de 1868 de Veracruz, el de 1869 del Estado
de México y los de 1870 y 1884 del Distrito Federal y de los Territorios Federales que
tenía el país, para desembocar en el más conocido que tuvo vigencia desde el 1 de
octubre de 1932 al 1 de junio de 2000 en lo referente a la ciudad-capital, al Distrito
Federal, en el cual, a partir de la fecha señalada se establece un nuevo Código Civil
específico para la región, para la capital, el asiento de los poderes federales y ahí se
determina expresamente que todas las disposiciones referentes a la familia son de orden
público e interés social y tienen por objeto proteger su organización y el desarrollo
integral de sus miembros, basados en el respeto a su dignidad.
El orden público no surge por generación espontánea, es una figura cambiante que
con el tiempo va adquiriendo ciertas características y que es éste el que le va dando su
madurez. La validez del orden público se circunscribe a un espacio y tiempo
determinados, por eso hemos insistido y hecho esta división de cómo en México, en su
capital, desde el año 2000 se estableció el orden público para el Derecho Familiar.
Mención aparte merece la referencia de que el antecedente de este Código fue el Código
Familiar de Hidalgo, puesto en vigor desde 1983, que a la fecha ha cumplido veintiún
años de regir todas las cuestiones familiares en ese estado y desde entonces, se destacó
en aquel ordenamiento que el orden público era la figura señera, la fundamental, la base
de la organización familiar. Lo mismo ocurre en 1986, cuando otro estado de la
República, Zacatecas, pone en vigor su Código Familiar con estos principios y hasta la
fecha, sigue vigente.
Como decíamos en 1983, cuando se puso en vigor por primera vez en México un
Código Familiar, se destacó en el Decreto 129 y en los considerandos, que "la
existencia de leyes familiares es de gran importancia, pues sólo de esta manera las
instituciones integrantes del Derecho Familiar tendrán vigencia plena. El Derecho
Familiar debe ser un derecho tutelar, no es Privado ni Público, es Derecho social,
protector de la familia, considerada ésta como el núcleo más importante de la
población".47 De la Exposición de Motivos de la ley citada, respecto a las cuestiones
de orden público y como precursor de todo un movimiento internacional que se ha
desarrollado a favor de la familia, encontramos que "una legislación familiar para el
Estado de Hidalgo, pondrá las bases para una nueva sociedad, derrumbando mitos y
creando nuevas estructuras estatales para proteger a la familia, a los niños, a los
inválidos y a los ancianos. Empero, la sola expresión Derecho Familiar, plantea
interrogantes, unas por ignorancia y otras de mala fe, porque en ambos casos se
desconoce el Derecho Familiar, considerado como el conjunto de normas jurídicas
reguladoras de las relaciones de los miembros entre sí, y respecto a la sociedad".48 Este
es un antecedente importante que posteriormente se ratifica en el Código Familiar de
Zacatecas de 1986 y que desemboca finalmente en lo que es el tema fundamental de
esta conferencia, que es el orden público en el Derecho Familiar mexicano y que como
lo hemos reiterado, es en este Código donde expresamente ya se determina que la
naturaleza jurídica de las normas de la familia es de orden público.
Del artículo 138 ter al sextus, el Código Civil que venimos comentando ordena que
todas las disposiciones, normas, objetivos, estatutos, reglas y todo lo que se refiera a la
familia, es de orden público e interés social. Por la complejidad y lo árido de estos
términos, transcribiremos a continuación, primero, el texto de la ley y después,
expresaremos nuestros comentarios al respecto.
En el artículo 138 ter, se expresa: "las disposiciones que se refieran a la familia son
de orden público e interés social y tienen por objeto proteger su organización y el
desarrollo integral de sus miembros, basados en el respeto a su dignidad"; en el
artículo 138 quáter, se dice, "las relaciones jurídicas familiares constituyen el conjunto
de deberes, derechos y obligaciones de las personas integrantes de la familia"; en el
artículo 138 quintus se dispone: "las relaciones jurídicas familiares generadoras de
deberes, derechos y obligaciones surgen entre las personas vinculadas por lazos de
matrimonio, parentesco o concubinato" y en el artículo 138 sextus se ordena, "es deber
de los miembros de la familia observar entre ellos consideración, solidaridad y respeto
recíprocos en el desarrollo de las relaciones familiares".51
Con estas normas de orden público, la ley protege la organización y el desarrollo
integral de la familia, de sus miembros y la mujer, respetando su dignidad. Sin
discriminación, se establece la igualdad de derechos, deberes y obligaciones de quienes
integran la familia, así como en uniones de matrimonio, de parentesco, de concubinato
o de adopción. Se agrega, dirigido a los hombres, en relación a las mujeres, que se
deben observar normas de consideración, solidaridad y respeto, en las relaciones
familiares.
El orden público es una cuestión reiterada que, al Derecho Familiar, le ha dado tal
fuerza, que es necesario definir y aclarar lo que estas dos palabras significan, ya que a
nivel nacional e internacional, la ciudad de México, Distrito Federal, con su Código
Civil del año 2000, se coloca a la vanguardia en cuanto a la protección de la familia, de
sus miembros y de los derechos de la misma. El orden público es la situación y el estado
de legalidad normal, en que las autoridades —judiciales, familiares, civiles, penales,
administrativas, etc.— ejercen sus atribuciones propias; es decir, las imponen por el
carácter coactivo del Derecho, y los ciudadanos —entre otros, los miembros de una
familia— los deben respetar y obedecer, sin protestar. En otras palabras, el orden
público vinculado con la jurisdicción y la autoridad, permite la imposición de una
sanción o una situación jurídica determinada, que se contrapone a lo privado, a lo
individual, a lo personal.
Por primera vez en la historia del Distrito Federal, el legislador ha decidido que la
familia merece preceptos específicos y así ordena que todas las disposiciones referidas
a la misma sean de orden público. Esto significa que no se pueden sujetar a la voluntad
de sus miembros y mucho menos que pueda ser materia de negociación. La voluntad
de los particulares no puede eximir o imponer derechos, deberes u obligaciones, que
no estén sancionados por la ley. Esas disposiciones son de interés social y su objeto es
proteger la organización y el desarrollo integral de quienes conforman esa familia,
basados en el respeto a la dignidad de cada uno de ellos. Evidentemente, la sociedad
tiene un interés en que la familia esté protegida, que su organización y desarrollo
alcancen los más altos niveles, sin menoscabo de la igualdad que debe prevalecer entre
ellos.
En síntesis, las instituciones que el Código Civil del Distrito Federal considera de
orden público, en cuanto a la familia, son el Registro Civil y sus diferentes clases de
actas, porque en ningún supuesto se puede calificar a los hijos por el origen de las
relaciones sexuales de sus padres. Se han eliminado los términos para volverse a casar,
después de un divorcio. Se ha hecho más fácil la rectificación, modificación y
aclaración de las actas del Registro Civil, siempre en beneficio de la familia.
Por otro lado, como ya se señaló, el Título Cuarto bis, denominado "De la Familia",
se agregó con un Capítulo Único donde se destaca la cuestión del orden público. De
ahí en adelante, los capítulos referidos al matrimonio, sus requisitos, sus derechos y
obligaciones, la situación de los bienes, la sociedad conyugal, la separación de bienes,
las donaciones antenupciales y entre consortes, así como los matrimonios nulos e
ilícitos, tienen como común denominador la cuestión del orden público.
Las otras figuras reguladas por el Código, siguiendo los principios del orden público,
son el parentesco, los alimentos y la violencia familiar. En cada uno, el legislador ha
tenido la preocupación y atingencia de dejarlo resuelto, en las mejores condiciones para
quienes son sujetos activos o pasivos de esta situación.
El Libro Tercero del Código comentado, que regula las sucesiones, se funda también
en el orden público, así lo referente al testamento, sus clases, a las sustituciones, a la
nulidad, revocación y caducidad; a la forma y solemnidad; la sucesión legítima y las
disposiciones comunes a éstas.
Supuesto que dentro de las causales para la cesación de la obligación de dar alimentos
a que se contrae el artículo 316 del Código Civil para el Estado de Chiapas, no se
encuentra expresamente la consistente en que el hijo haya llegado a la mayoría de edad;
y aun cuando pudiera interpretarse la fracción II del citado precepto en relación con el
numeral 438, fracción III del mencionado Código, es decir, que la patria potestad se
acaba por la mayor edad del hijo y con ello concluye el deber de darle alimentos, en
razón de que al llegar a la mayoría de edad se supone que goza de absoluta
independencia para disponer tanto de sus bienes como de su persona, y esta
emancipación también supone su capacidad física, económica y jurídica para ser
autosuficiente a efecto de allegarse los alimentos que necesite para su subsistencia; sin
embargo, por ser los alimentos a los hijos una cuestión de orden público, debe
considerarse que por el solo hecho de llegar a la mayoría de edad no debe suspenderse
la obligación de suministrarlos, sino que en cada caso, deben examinarse las
circunstancias en que se encuentran los hijos al llegar a esa edad, para saber si siguen
necesitándolos, en la inteligencia que tanto los hijos como el cónyuge gozan de esa
presunción independientemente de si aquéllos son mayores o menores de edad, por lo
cual es el deudor quien debe demostrar que ellos tienen recursos propios para poder,
así desligarse de esa obligación. Tribunal Colegiado del Vigésimo Circuito.
El artículo 267, fracción XII del Código Civil establece como causal de divorcio, la
negativa injustificada de los cónyuges a cumplir con las obligaciones señaladas en el
artículo 164, sin que sea necesario agotar previamente los procedimientos tendientes a
su cumplimiento o el incumplimiento sin justa causa por alguno de los cónyuges de la
sentencia ejecutoriada en el caso del artículo 168. Ahora bien, cuando no se alega un
incumplimiento total, sino parcial, que se hace consistir en que el demandado no da
dinero a la actora, ese hecho no basta para que se surta la hipótesis a que se refiere la
fracción XII del artículo 267 del Código Civil, toda vez que, los alimentos de
conformidad con el artículo 308 del Código Civil comprenden la comida, el vestido, la
habitación y la asistencia en caso de enfermedad y respecto de los menores, los
alimentos comprenden además, los gastos necesarios para la educación primaria del
alimentista y para proporcionarle algún oficio, arte o profesión honestos y adecuados a
su sexo y circunstancias personales; además de que, la institución del matrimonio es de
orden público, por lo que la sociedad está interesada en su mantenimiento y sólo por
excepción la ley permite que se rompa el vínculo matrimonial; de ahí que en los
divorcios necesarios sea preciso que la causal invocada quede plenamente especificada
y se acredite la negativa del obligado, a fin de que el tribunal pueda apreciar la gravedad
del incumplimiento que ponga de manifiesto el desprecio, desapego, abandono o
desestimación al cónyuge actor o a sus hijos, y que haga imposible la vida en común;
gravedad que no se justifica cuando en forma imprecisa se alega que el demandado no
ha cumplido en su totalidad con la ministración de alimentos. Tercer Tribunal
Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito.
El tribunal de segundo grado infringe el artículo 311 del Código Civil para el Distrito
Federal, cuando al pronunciar su fallo se limita a fijar arbitrariamente una pensión
alimenticia equivalente a un salario mínimo general mensual vigente en el Distrito
Federal, sin analizar previamente la proporcionalidad que se debe observar para su
cuantificación, pues de conformidad con el precepto citado los alimentos deben ser
proporcionales a las posibilidades del que debe darlos y a las necesidades del que debe
recibirlos. Lo cual significa que dicho Tribunal de apelación no puede referirse al
salario mínimo como base para determinar el monto de la pensión alimenticia a cargo
del hoy tercero perjudicado, sino que está obligado a analizar los medios de prueba
aportados, para de ahí determinar el importe que habrá de cubrirse por concepto de
pensión alimenticia, refiriéndose a las necesidades del menor acreedor, frente a las
posibilidades del deudor alimentario; e incluso, el referido Tribunal responsable está
en aptitud de proveer oficiosamente, por tratarse de un asunto de orden público e interés
social, sobre el desahogo de pruebas conducentes, en caso de que las aportadas no
fueren suficientes para colmar la finalidad perseguida, de acuerdo con lo dispuesto por
el artículo 941 del Código de Procedimientos Civiles. Quinto Tribunal Colegiado en
Materia Civil del Primer Circuito.
g) Instancia: Tercera Sala. Octava Época. Fuente: Gaceta del Semanario Judicial de
la Federación. Parte: 56, agosto de 1992. Tesis 3ª./J. 12/92. Página: 23. Divorcio
necesario. No le son aplicables todas las reglas especiales de las controversias del
orden familiar, pero sí la relativa a la suplencia de la deficiencia de los
planteamientos de derecho de las partes cuando de ellas dependa que se salvaguarde
a la familia, con independencia de que permanezca o se disuelva el vínculo
matrimonial.
(Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal)
Las reglas y formas especiales sólo pueden aplicarse a los casos específicos a que las
destinó el legislador. Como el divorcio necesario no se encuentra dentro de los casos
que prevé el artículo 942 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
ni tiene una regulación propia para su tramitación dentro del ordenamiento citado, se
rige por las disposiciones generales del juicio ordinario y, por tanto, no le son
aplicables, en principio, todas las reglas especiales establecidas para las controversias
de orden familiar. Sin embargo, como excepción y por mayoría de razón, les es
aplicable la regla especial que prevé el segundo párrafo del artículo 941 del propio
cuerpo legal, relativa a la suplencia de la deficiencia de los planteamientos de derecho
de las partes, cuando la aplicación de esta figura procesal dé lugar a salvaguardar a la
familia, en virtud de que la intención del legislador al establecer esta regla para las
controversias del orden familiar, a saber, el preservar las relaciones familiares evitando
que en estos asuntos una inadecuada defensa afecte a esa institución, y la razón a la que
obedece su establecimiento, que expresamente consigna en el artículo 940, a saber que
los problemas inherentes a la familia se consideran de orden público por constituir
aquélla la base de la integración de la sociedad, operan de manera más clara e
imperativa tratándose del divorcio necesario, pues implicando éste la disolución del
vínculo matrimonial, problema capital que afecta a la familia, debe garantizarse que no
se perjudique a ésta con motivo de una inadecuada defensa. Lo anterior se reafirma si
se considera que la razón por la que el legislador no incluyó al divorcio necesario dentro
del procedimiento para las controversias de orden familiar fue porque rigiéndose aquél
por las disposiciones del juicio ordinario, que exigen mayores formalidades y
establecen plazos más amplios para el ofrecimiento y recepción de pruebas, se tiene la
posibilidad de preparar una defensa más adecuada, lo que favorece la preservación y
unidad familiar. Por la importancia social de la familia, prevista en el artículo 4º, de la
Constitución, se debe admitir la suplencia referida, lógicamente cuando la aplicación
de esa figura procesal tenga como efecto la salvaguarda de la familia,
independientemente de que ello se consiga con la disolución o no del vínculo conyugal.
Además justifica lo anterior el que al introducir esa figura procesal el legislador, no la
circunscribió a las controversias de orden familiar especificadas en el artículo 942
citado sino que usó la expresión "en todos los asuntos de orden familiar", aunque,
respecto del divorcio, que tiene su naturaleza debe limitarse a la hipótesis precisada, en
que la suplencia conduzca a proteger a la familia.
h) Matrimonio y de la familia59
Entre otras resoluciones, encontramos la que determina que los Jueces Familiares, en
determinados supuestos, pueden calificar y estimar la existencia del orden público con
relación a una ley, y no pueden declarar que no siendo aplicable una ley en los
conceptos que la informaron por cuestión de orden público, conserva aún ese carácter
y subsistan sus finalidades (Quinta Época. Tomo XXVI. P. 1533. Tomo XXXI. P. 570.
2807).
PRELIMINARES
No debe asombrar, pues, que los artículos 1º y 2º del Código Civil y Comercial
argentino (de ahora en adelante CCyC) dispongan:
Artículo 1º: Fuentes y aplicación. Los casos que este Código rige deben ser resueltos
según las leyes que resulten aplicables, conforme con la Constitución Nacional y los
tratados de derechos humanos en los que la República sea parte.
Artículo 2º: Interpretación. La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus
palabras, sus finalidades, las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los
tratados sobre derechos humanos, los principios y los valores jurídicos, de modo
coherente con todo el ordenamiento.
Esta posición implica que el sistema jurídico responda, entre otras, a las siguientes
características, sintéticamente expuestas:67
"Deber de resolver. El juez debe resolver los asuntos que sean sometidos a su
jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada".
¿Cuáles son las causas de esta nueva visión? ¿Cómo han llegado a oscurecerse las
líneas que separan el derecho privado y el constitucional?
Por otro lado, desde hace tiempo la Corte Interamericana de Derechos Humanos (de
ahora en adelante Corte IDH) distingue los tratados modernos sobre Derechos
Humanos de los tratados multilaterales del tipo tradicional (concluidos en función de
un intercambio recíproco de derechos, para el beneficio mutuo de los Estados
contratantes). Cuando los Estados aprueban un tratado sobre Derechos Humanos
quedan sometidos a un ordenamiento dentro del cual asumen obligaciones en relación
con los individuos bajo su jurisdicción.70 Este punto de partida es de significativa
importancia jurídica, en tanto la persona individual puede invocar los derechos que
surgen de los tratados y, ante el incumplimiento, obtener condenas contra el Estado que
no cumple con estos deberes.
Estos principios impregnan las relaciones intra-familiares. Se exige que los valores
que la ley familiar contiene coincidan con ellos. Por eso, se acierta cuando se afirma
que, la constitucionalización del derecho de familia es una cuestión "de hondo calado,
cuya respuesta compromete, entre otras cosas, un determinado modelo de
sociedad".73Esta frase, y otras parecidas, se repitieron sin descanso durante el debate
parlamentario de la ley de matrimonio de personas mismo sexo sancionada en la
Argentina en el año 2010.74
Alberdi alegaba que "el Código Civil de un país es la parte de la legislación que tiene
por objeto desarrollar los derechos naturales de sus habitantes considerados como
miembros de la familia y de la sociedad civil. Esos derechos son esenciales del hombre,
sin distinción de condición". "La democracia entiende los derechos de un modo, la
aristocracia de otro, y la autocracia de otro. Tomad por ejemplo el derecho relativo a la
autoridad paterna, o el derecho relativo real de sucesión hereditaria, y veréis que cada
legislación civil lo entiende de diversos modos, según el principio de su régimen
político y social. No puede la Constitución política ir hacia el sur, y el Código Civil
hacia el norte. La dirección debe ser común, como lo es su objeto y mira. Si la
democracia es la mente de la Constitución, la democracia debe ser la mente del Código
Civil. No podéis cambiar el orden político sin cambiar el orden social y civil en el
mismo sentido, porque lejos de ser independientes y ajenos uno de otro, son dos
aspectos de un mismo hecho". Con especial referencia al matrimonio afirmaba: "mirad
la Constitución del Estado de California del 12/10/1849: hace inviolables los
matrimonios mixtos, que son el medio natural de formación de la familia en nuestra
América, llamada a poblarse de extranjeros, y de extranjeros de buenas costumbres".
Por razones análogas, no era posible que la mujer casada fuese calificada como una
"incapaz relativa de hecho", ni que el ejercicio de la patria potestad correspondiese al
marido. Con claridad asombrosa y anticipándose al ejercicio compartido de la
responsabilidad parental, concluía: "todos iguales quiere decir todos libres, el padre, la
mujer, los hijos. La mujer no será la esclava, la doméstica, la pupila de su marido. La
hija no será la mercancía de sus padres. El gobierno del hogar tendrá dos cabezas".76
La "teoría de las tres K", atribuida, aunque sin pruebas, a Otto de Bismarck, según la
cual, en las sociedades occidentales, la mujer casada tiene como dominio esencial la
ordenación de la cocina (Küche), la educación de los hijos (Kinder) y la participación
en la vida de la iglesia (Kirche),79 ha muerto y, al parecer, está bien enterrada.
Encarna Roca sostiene, con razón, que hoy, la familia debe cumplir,
fundamentalmente, tres funciones: (i) protección; (ii) ajuste a las nuevas circunstancias
que puedan producirse, y (iii) ayuda a los integrantes más vulnerables.82
He elegido tres sentencias, todas dictadas durante el año 2012. Ellas son: "Atala Riffo
y niñas vs. Chile", de 24 de febrero de 2012; "Forneron e hija vs. Argentina", de 27 de
abril de 2012, y "Artavia Murillo y otros ('fecundación in vitro') vs. Costa Rica", de 28
de noviembre de 2012.
Coincidentemente con este cambio social, la Corte IDH afirma que "en la
Convención Americana no se encuentra determinado un concepto cerrado de familia,
ni mucho menos se protege sólo un modelo tradicional. El concepto de vida familiar
no está reducido únicamente al matrimonio y debe abarcar otros lazos familiares de
hecho donde las partes tienen vida en común por fuera del matrimonio". 94 "Todas las
formas de familia tienen ventajas y desventajas y cada familia tiene que analizarse en
lo particular, no desde el punto de vista estadístico".
Esta categórica afirmación es hoy posible porque la Corte IDH, al igual que la Corte
Suprema de la Nación argentina y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, adhiere
al método de interpretación dinámica que, entre otras ventajas, evita la pronta
obsolescencia de los textos. En este sentido, reiteradamente el tribunal regional
pronuncia la siguiente fórmula: "los tratados de derechos humanos son instrumentos
vivos, cuya interpretación tiene que acompañar la evolución de los tiempos y las
condiciones de vida actuales". Funda este modo de interpretar, entre otros argumentos,
en el art. 29 de la Convención Americana y en las disposiciones de la Convención de
Viena sobre el Derecho de los Tratados.95
3. NO A LAS ABSTRACCIONES
La Corte IDH reconoce que no hay fórmulas mágicas; "todas las formas de familia
tienen ventajas y desventajas, y cada familia tiene que analizarse en lo particular, no
desde el punto de vista estadístico". Una especie de aceptación de aquel proverbio
chino, según el cual en ninguna casa puede colgarse un cartel que diga "aquí no tenemos
problemas".
La Corte IDH recuerda que "los niños integran un grupo que ha merecido el mayor
interés de la comunidad internacional. El primer instrumento internacional relativo a
aquéllos fue la Declaración de Ginebra de 1924, adoptada por la Unión Internacional
para la Protección de la Infancia. En ésta se reconoció que la humanidad debe dar al
niño lo mejor de sí misma, como un deber que se halla por encima de toda
consideración de raza, nacionalidad o creencia", y que "en el siglo XX se produjeron
al menos 80 instrumentos internacionales aplicables, en diversa medida, a los niños".99
Corresponde enumerar sólo algunas reglas que emanan de esa rica jurisprudencia,101
desarrollada, especialmente, alrededor del artículo 19 de la Convención Interamericana
de Derechos Humanos, que dice: "todo niño tiene derecho a las medidas de protección
que su condición de menor requiere por parte de su familia, de la sociedad y del
Estado". Adviértase que esta norma es la única de la Convención Interamericana que
enumera entre los obligados no sólo al Estado, sino también a la familia y a la sociedad.
Los niños poseen los derechos que corresponden a todos los seres humanos y tienen,
además, derechos especiales derivados de su condición, a los que corresponden deberes
específicos de la familia, la sociedad y el Estado.
La Corte siempre señala "la especial gravedad que reviste el caso por tratarse las
víctimas de niños, y por el hecho de que la conducta estatal no solamente viola la
Convención Interamericana, sino numerosos instrumentos internacionales,
ampliamente aceptados, que hacen recaer en el Estado el deber de adoptar medidas
especiales de protección y asistencia en favor de los niños bajo su jurisdicción", y que
"el Estado debe prestar especial atención a las necesidades y a los derechos de los niños,
en consideración a su condición particular de vulnerabilidad.102 Esta especial
vulnerabilidad se hace aún más evidente en ciertas circunstancias, tales como el
conflicto armado interno, "pues los niños son los menos preparados para adaptarse o
responder a dicha situación y, tristemente, son quienes padecen sus excesos de forma
desmesurada".103
En la valoración de este interés, la Corte IDH también les dice "no" a las
abstracciones. Reiteradamente afirma que "la determinación del interés superior del
niño se debe hacer a partir de la evaluación de los comportamientos parentales
específicos y su impacto negativo en el bienestar y desarrollo del niño según el caso,
los daños o riesgos reales y probados, y no especulativos o imaginarios. Por tanto, no
pueden ser admisibles las especulaciones, presunciones, estereotipos o
consideraciones generalizadas sobre características personales de los padres o
preferencias culturales respecto a ciertos conceptos tradicionales de la familia".
(ii) Aunque la obligación recae sobre distintos sujetos, el Estado asume una posición
especial de garante, con mayor cuidado y responsabilidad, y debe tomar medidas
especiales orientadas en el principio del interés superior del niño.
(iii) Desde esa posición de garante, la obligación del Estado de respetar el derecho
de los niños y niñas se transforma en la obligación de "prevenir situaciones que
pudieran conducir, por acción u omisión, a la afectación de aquél".
No hay que temer al cambio, si éste implica, como es en este tema, la ampliación de
los derechos especialmente en favor de las personas más vulnerables. Este es el punto
de partida del nuevo CCyC argentino. El tiempo dirá si las normas han servido
eficazmente a ese fin.
INTRODUCCIÓN
Hoy en Chile resulta una situación cada vez más usual el encontrarnos con familias
"ensambladas", donde comparten un mismo techo los miembros de la pareja y los hijos
de uno de ellos (o incluso, de ambos), provenientes de relaciones anteriores. Según la
definición que proporcionan las profesoras Grosman y Alcorta, la familia ensamblada
"es la estructura familiar originada en el matrimonio o unión de hecho de una pareja,
en la cual uno o ambos de sus integrantes tiene hijos provenientes de un casamiento o
relación previa"1, a lo cual agregaríamos que se caracteriza esta situación por el hecho
de que la propia vivencia del día a día implique que el miembro de la pareja que no es
padre o madre de todas formas colabore en el cuidado de estos niños que integran el
grupo familiar, al cual ambos pertenecen, por más que entre ellos no exista un vínculo
biológico; todo ello en razón de que la vivencia familiar y el rol parental se desarrollan
con prescindencia del vínculo biológico o jurídico.106
Esta situación, que ha sido históricamente vista con cierta desconfianza por parte
tanto de los ordenamientos occidentales, como del propio ordenamiento jurídico
chileno, está cambiando, como consecuencia también de las mutaciones que ha
experimentado la familia en estos últimos años. Así, en un ordenamiento que admite el
divorcio vincular y donde la protección igualitaria de los hijos no depende de la relación
de pareja que exista entre sus padres —el gran avance introducido por la ley
Nº 19.585—, hasta el punto que al día de hoy 2 de cada 3 nacimientos se producen
fuera del matrimonio, no es de extrañar que se formen estos nuevos proyectos
familiares, que involucran a niños que tienen su filiación determinada respecto de una
persona que no formará parte de este núcleo de convivencia y que es en principio un
extraño a aquella persona llamada en primer término a desarrollar una función parental.
Pues bien ¿debe esta nueva realidad ser reconocida y tutelada por el derecho? Como
señalábamos hace un instante, la posición del derecho nacional hasta hace muy poco
tiempo era francamente hostil, tratándose de una situación que era repelida y cedía
frente a la protección del nuevo núcleo matrimonial que se forma entre los cónyuges,
siendo una clara expresión de ello el hoy derogado artículo 228 del Código Civil, que
analizaremos más adelante.
Se trata este de un tema central, porque aun en la medida que aceptemos el hecho de
que nuestro legislador puede reconocer, proteger y valorar variados modelos familiares,
afirmando que si los modos de vida en familia son diversos y en muchos aspectos en
continua recomposición, ello no puede llevarnos a olvidar que existe al menos un
elemento estable en la familia y que no puede ser omitido, como es el vínculo que une
al niño a su padre y a su madre.108
Con todo, ello no puede implicar sustituir al padre o madre que no ejerce el cuidado
personal, quien pese al hecho de no convivir con el niño continuará manteniendo un
involucramiento directo en su crianza, al menos si seguimos el principio de la
corresponsabilidad parental:109 cualquiera sea la relación de pareja que exista entre los
padres, no pueden sustraerse de las responsabilidades que les correspondan, aun cuando
no le sea atribuido su cuidado personal. Por esta razón, creemos que cualquier solución
legislativa que se desarrolle no puede dejar de considerar la importancia que implica el
pleno reconocimiento del principio de la corresponsabilidad, conduciendo, como lo
señala la profesora Acuña, a una verdadera transformación del modo de vivir la
paternidad y la maternidad, que implique una participación activa, equitativa y
permanente de ambos padres en la crianza y educación de sus hijos110, no obstante las
crisis que pueda afrontar su relación de pareja; de una manera siempre acorde con los
derechos que reconoce la Convención de los Derechos del Niño111.
I. VISIÓN COMPARADA
Pues bien, esta potencial tensión entre la forma familiar, expresada por un vínculo
jurídico que debe ser protegido y promovido, contenido en la relación paterno-filial, y
la vivencia familiar diaria, reflejada en la relación que existe entre el padre o madre
afín y el hijo de su pareja, con quien desarrolla una experiencia familiar en el día a día,
ha tenido variadas respuestas en el derecho comparado.
En el caso de los Países Bajos, el reconocimiento de la figura del padre afín pasa por
una decisión judicial, que se pronuncia acerca de la solicitud de custodia compartida
que presenta el padre o madre del niño, junto con aquella persona que mantiene con él
una relación próxima y personal, expresada en la circunstancia de que ambos se han
hecho cargo en conjunto del niño por un período no inferior a un año, y que el padre o
madre que efectúe la solicitud haya tenido exclusivamente la autoridad parental al
menos por el período de tres años, todo ello de conformidad a lo dispuesto en el artículo
1:253t del Código Civil. Incluso, dando cuenta del nacimiento de un nuevo núcleo
familiar, esta solicitud puede ir acompañada de otra, destinada a que el niño lleve el
nuevo apellido familiar, a la que se accederá a menos que el niño haya cumplido doce
años y no acceda al cambio de nombre, o que el interés del niño se oponga a ello. Esta
persona que no es el padre del niño, pero que ejerce la autoridad parental, asume una
obligación alimentaria (art. 1:253w), la cual se extiende hasta que el niño cumpla 21
años; y en aquellos casos en que el padre o madre con quien comparte la autoridad
parental muera, será llamado en virtud de la ley a ejercer la guarda del niño (art. 1:253x
CC).
En el caso del Derecho suizo, más que reconocer un rol autónomo al padre o madre
afín, lo que existe es el reconocimiento de ciertos deberes hacia los hijos de su cónyuge
que forman parte de la comunidad de vida que se forma con el matrimonio, según el
artículo 159.3 del Código Civil. En este sentido, dispone el artículo 299 del Código
Civil que cada uno de los cónyuges está obligado a asistir al otro, de una manera
adecuada, en el ejercicio de la autoridad parental en relación con los hijos del otro,
pudiendo representarlo sólo en la medida que las circunstancias lo exijan; disposición
que se encuentra en línea con lo regulado a propósito de las obligaciones de
mantenimiento, donde también tendrá una obligación de asistir al cónyuge en el
cumplimiento de las obligaciones hacia los hijos nacidos antes del matrimonio. En el
caso suizo, en circunstancias excepcionales, este "tercero" podría demandar la
mantención de un régimen de relaciones personales, siempre bajo la condición de que
eso sea de interés del niño (art. 274a CC).
Ahora bien, más allá de las experiencias europeas, resulta por su proximidad cultural
especialmente útil considerar cuál es la nueva realidad sobre las familias ensambladas
en la Argentina e incorporar ciertos comentarios acerca de la evolución de la
jurisprudencia constitucional en el Perú.
En el caso del Perú, esta evolución ha estado definida no por las reformas legislativas,
sino por la protección dispensada por el Tribunal Constitucional. En efecto, en su
sentencia de 30 de noviembre de 2007, el Tribunal debió conocer de un recurso de
amparo interpuesto en contra de la sentencia de la Primera Sala Civil de la Corte
Superior de Justicia de Lima, donde el recurrente afirmaba que el hecho de que un Club
Náutico proporcionase un pase de invitada a su hijastra y no un carnet en calidad de
hija, constituía una actitud discriminatoria. Por su parte, el Centro se defendió
argumentando que se trata de una decisión adoptada por sus órganos internos, basada
estrictamente en las disposiciones vigentes del Código Civil.117El Tribunal, después de
haber constatado que existe un vacío en la regulación civil, no permite que este primer
hecho condicione su lectura desde la constitución: por el contrario, desarrolla una
interesante línea argumentativa, desde la perspectiva de la igual protección a todas las
familias, como puede notarse en los considerandos siguientes:
[...]
[...]
Después de haber realizado un breve recuento acerca de cuáles son las orientaciones
que esta materia ha recibido en el derecho comparado, cabe nos refiramos a la situación
actual, desde la perspectiva del derecho chileno.
Como bien podrá apreciarse, esta ausencia normativa implica una grave situación de
desprotección para las familias ensambladas, cuestión que resulta particularmente
relevante en materia sucesoria, debido a la protección reforzada que existe en esta sede
respecto de los cónyuges y al amplio número de legitimarios que reconoce nuestra
legislación, no siendo difícil imaginar situaciones donde la aplicación de estas reglas
sea un desincentivo para que las parejas se casen: piénsese en el caso de una madre que
tiene un hijo y debe decidir si contrae matrimonio con su actual pareja. En caso de
contraer matrimonio, ambos serán recíprocamente herederos, pero el hijo continuará
siéndolo sólo suyo. Si muere antes que su marido, ella sabe que los bienes se
distribuirán por partes iguales entre él y su hijo. Sin embargo, al momento que él muera,
los bienes no pasarán a su hijo, sino que irán a los herederos de su marido. Esta misma
situación y sus potenciales consecuencias de desprotección, pueden verse aumentadas
si en ese contexto familiar concurre un hijo común, cuestión que no es fácilmente
solucionable por vía de testamento, dado el alcance de las legítimas en nuestro derecho.
Sin embargo, lo que resulta más paradójico de la regulación nacional, es que los más
importantes avances que en un momento se produjeron hacia la igualdad de todas las
familias (particularmente la ley Nº 19.585), terminaron implicando una mayor
desprotección de las familias ensambladas. En efecto, su aprobación tuvo dos negativos
efectos en lo que concierne a las familias ensambladas, expresado particularmente en
el reformado artículo 228 del Código Civil, que después de la reforma dispuso que "la
persona casada a quien corresponda el cuidado personal de un hijo que no ha nacido
de ese matrimonio, sólo podrá tenerlo en el hogar, con el consentimiento de su
cónyuge", y en la derogación del parentesco por afinidad ilegítima, antiguamente
reconocido en el artículo 32 del Código Civil. Comentaremos ambas situaciones a
continuación.
La restricción para tener en el hogar familiar al hijo que provenía de otra relación se
encontraba originalmente enunciada en el artículo 278 CC, cuyo inciso segundo
disponía que: "Pero la persona casada no podrá tener a un hijo natural en su casa sin
el consentimiento de su mujer o marido", en lo que constituía una forma de proteger la
familia matrimonial y de evitar discordias entre los cónyuges, según la mentalidad de
la época. Como se trataba de una regla que utilizaba como categoría la del "hijo
natural", durante la tramitación de la ley Nº 19.585 surgió la interrogante acerca de
cómo modificarla. Sin embargo, en lugar de simplemente derogar el señalado artículo,
prevaleció en definitiva durante la discusión en el Senado la opción de extender la regla
y hacerla aplicable a cualquier hijo que no haya nacido de ese matrimonio,120 con lo
cual sus efectos resultaban todavía más perniciosos: en el extremo, piénsese
simplemente en el caso del hijo matrimonial cuyo padre muere y su madre contrae
segundas nupcias, quien requería la autorización del nuevo cónyuge para permanecer
en su hogar.
Como bien puede apreciarse, se trataba de una regla que, con el objeto de privilegiar
al matrimonio, confería un derecho absoluto al marido o a la mujer, que le permite
repeler al hijo de su cónyuge del hogar común, tratándose de una solución legislativa
que implicaba un menosprecio por la relación paterno-filial generada al alero de una
realidad familiar anterior (matrimonial, de convivencia o uniparental), y que por lo
mismo, afectaba severamente tanto el interés del niño, como el derecho de éste a
desarrollar una vida familiar con sus padres, reconocido en los artículos 3º y 9.1 de la
Convención sobre los Derechos del Niño.
Una segunda expresión del desconocimiento de las familias ensambladas vino con la
derogación del antiguo artículo 32 del Código Civil, que consagraba el parentesco por
afinidad ilegítima, vínculo que existía entre dos personas que no han contraído
matrimonio y se han conocido carnalmente, y los consanguíneos legítimos o ilegítimos
de la otra. Como consecuencia práctica de esa derogación, en Chile hoy es válido el
matrimonio que se celebre entre quien fue conviviente y la hija de su pareja, aun cuando
el primero haya desarrollado socialmente una función paterna, situación que implica
un desconocimiento del núcleo familiar formado en torno a la convivencia; siendo
todavía más criticable, el hecho que no haya obedecido a una reflexión acabada en
torno a cuál debe ser el límite que fija el derecho para la validación de las relaciones
afectivas, sino que simplemente haya mirado la desaparición de las categorías
"ilegítimas" dentro de nuestra nueva legislación.
En efecto, pese a que se trata de una materia en principio ajena a la regulación de las
uniones civiles (siendo quizás la mejor expresión de ello, el hecho de que haya debido
extenderse este beneficio también a las parejas casadas), nuestro legislador decidió
modificar el artículo 226, en el sentido de poder atribuir el cuidado personal en caso de
inhabilidad física o moral de ambos padres al conviviente civil o cónyuge. En caso que
exista controversia entre el conviviente civil o cónyuge con los ascendientes, el juez
deberá resolver acorde con el interés superior del niño, considerando especialmente las
circunstancias previstas en el artículo 225-2 del Código Civil.
Con todo, no puede dejar de advertirse que se trata de un avance todavía muy tímido,
sobre todo si consideramos que ella no implica un reconocimiento a la compleja red de
lazos que subyacen a la familia ensamblada. Por el contrario, para que el artículo 226
CC sea aplicable, es necesario que el otro padre o madre sea inhabilitado para el
ejercicio del cuidado personal, cuestión que implica en la práctica una ruptura de su
relación con el niño, circunstancia que indica que nuestra ley sigue pensando la
temática más en términos de reemplazo de las relaciones, que en los de
complementariedad de las mismas.
Se trata esta última de una cuestión que está comenzando a debatirse y que
seguramente será objeto de modificaciones hacia el futuro, siendo probable que el
mayor impulso para la protección de las familias ensambladas provenga precisamente
de los partidarios de reconocer en nuestra legislación a las familias homoparentales. Lo
único claro a la fecha es que cualquier reforma debe comprender a las familias fundadas
en torno a ambos tipos de parejas, so riesgo de incurrir en una discriminación basada
en la orientación sexual y en una desprotección de la familia.
INTRODUCCIÓN
Sin embargo, al cabo de 10 años de promulgada la ley, se observa que tal propósito
podría haberse convertido en letra muerta debido a que en la resolución de los casos de
familia sometidos a los tribunales de justicia no se alude a la valoración del matrimonio
y al interés de la familia; por el contrario, la práctica judicial indica que ellos han sido
postergados por los intereses individuales de sus miembros. En otras palabras, la regla,
correspondiente a la atención preferente al matrimonio, ha pasado a ser la excepción,
según adelantaba la doctrina de la época.128
De ahí que se sostiene, como hipótesis, que el principio de la protección del interés
de la familia no es un criterio utilizado en la resolución de los asuntos de familia, porque
se ha confinado a la protección de los intereses individuales de los miembros que la
integran. Para comprobar o desvirtuar lo aseverado se han diseñado los siguientes
objetivos, los que se desarrollarán a continuación: primero, establecer el sentido y
alcance del principio de la protección del interés de la familia; segundo, determinar
cuál ha sido su recepción y aplicación en los casos de crisis matrimonial.
En segundo lugar, como una delegación del deber de protección de la familia desde
el legislador al juez, debido a que le entrega el marco de referencia al que debe ceñirse
para llegar a su decisión en los procesos de familia.141 Dicho criterio, para algunos,
constituye un elemento imperativo e insoslayable; en tanto que para otros es orientador
de su actividad, programático y sin un correlato de sanción en caso de transgresión e
incluso, un elemento de interpretación de naturaleza lógica que sirve para ilustrar el
sentido de cada una de las partes de la Ley de Matrimonio Civil.142
En virtud del interés de la familia, los cónyuges quedan obligados a realizar todas las
actuaciones que contribuyan a mantener la familia unida y en armonía y permitan lograr
el bienestar familiar y el equilibrio óptimo entre los derechos y obligaciones de cada
uno de sus miembros. En consecuencia, el interés familiar modeliza o condiciona la
conducta de cada uno de los cónyuges y sus decisiones conjuntas o individuales, al
verse obligados a guiar sus actuaciones conforme al criterio de favorecer a la familia y
a sus integrantes, y evitar los comportamientos que los perjudiquen.
Todo lo anterior lleva a afirmar que, en nuestro sistema, como en otros, la afectación
del interés de la familia obliga al juez a tomar medidas para protegerla. De igual modo,
constituye una regla orientadora de la conducta que deben ejecutar los miembros de la
familia, especialmente los cónyuges, en pos de que ella se mantenga unida y en
armonía. Por último, es un principio que debe utilizarse en la resolución de los
conflictos familiares para que la familia subsista.
III. LA PRÁCTICA JUDICIAL
Mas todo ello según se ha podido ver en la mayoría de los casos se ha realizado sin
mayor explicación y desarrollo, lo que permite afirmar que la protección del interés de
la familia no es un criterio utilizado en la resolución de los asuntos de familia, porque
se ha confinado a la protección de los intereses individuales de los miembros que la
integran.
CONCLUSIONES
INTRODUCCIÓN
Este trabajo se enmarca dentro del estudio de un principio que informa al divorcio,
denominado el principio de autorresponsabilidad. La Nueva Ley de Matrimonio Civil
(en adelante, NLMC) ha reconocido dos principios explícitamente en su artículo 3º
inciso 1º, indicando expresamente: "Las materias de familia reguladas por esta ley
deberán ser resueltas cuidando proteger siempre el interés superior de los hijos y del
cónyuge más débil". Ello no obsta a reconocer otros principios dentro de la normativa
del derecho matrimonial vigente. A modo ejemplar, se puede reconocer dentro del
ámbito del Derecho de familia los principios de autonomía privada y de buena fe.1
Todas estas sentencias dan cuenta de la aplicación de un mismo criterio por parte de
los tribunales de justicia. Una vez declarado el divorcio, se rompe con el vínculo
matrimonial. De ello consecuencialmente se deriva que no se puede ser legitimado
activo en la acción de petición de herencia, ya no existen derechos hereditarios, cesan
los alimentos entre cónyuges con independencia que no se haya inscrito la sentencia de
divorcio, y también es posible desafectar un bien familiar en razón de que se ha dictado
sentencia de divorcio.
... En lo que dice relación con la repercusión patrimonial del divorcio al momento de
decretarse el mismo, de acuerdo al mérito del proceso, se advierte que no existe impacto
negativo en la cónyuge, toda vez que la misma cuenta con un patrimonio económico
que le ha permitido sustentarse de manera independiente, siendo incluso su situación
más favorable que la demandante y demandado reconvencional, sin que se hubiese
probado menoscabo alguno".179
Resulta fundamental estudiar si la protección al cónyuge más débil con todas las
circunstancias del caso concreto genera una excepción a la autorresponsabilidad.181
Asimismo, la noción de autorresponsabilidad también podría servir —en determinadas
situaciones— para limitar la cuantía de la compensación económica, evitando casos en
los que claramente se utiliza la compensación económica como una especie de sustituto
de una pensión de alimentos, cuestión que desnaturaliza completamente a la institución
de la compensación económica.
CONCLUSIÓN
Los tribunales han determinado que, si existe sentencia de divorcio al fallecer uno de
los ex cónyuges, con independencia de su anotación al margen de la inscripción
matrimonial, no existirán derechos hereditarios para quien fuese el ex cónyuge, ya que
no puede ser considerado como viudo. No hay razón que justifique tras del divorcio el
pago de una pensión alimenticia entre los ex cónyuges, el alimentario ya no posee
legitimación activa. Tampoco puede tener vigencia más allá del matrimonio la
institución de los bienes familiares, aunque la desafectación no opera instantáneamente
con la sentencia de divorcio.
A partir de este análisis general en torno a los efectos del divorcio, puede concluirse
que, respecto de la compensación económica, su aplicación constituye una excepción
al principio de autorresponsabilidad. Consecuentemente con ello, se debe flanquear, en
primer lugar, la valla del principio rector en estas materias, es decir, la
autorresponsabilidad, para luego poder aplicar la compensación económica. La
interpretación contraria impide terminar eficazmente con el vínculo matrimonial. Una
perspectiva jurídica analítica otorga elementos para fijar una cuantía de compensación
económica acorde con ambos cónyuges y no fijar compensaciones económicas que
finalmente terminan transformándose en pensiones de alimentos solapadas o que no
son pagadas.
La expresión "igual regla" que utiliza el inciso 3º del art. 145 ha generado diversas
interpretaciones en la jurisprudencia, en especial porque el inciso 2º del precepto
establece dos reglas diferentes: la primera, que el cónyuge propietario debe pedir
judicialmente la desafectación del bien familiar, probando que no está actualmente
destinado a servir de residencia principal de la familia; y la segunda, que el juez debe
proceder en la forma establecida en el inciso segundo del artículo 141.183
Esto puede significar una de dos cosas: (1) que quien pide la desafectación del bien
familiar debe probar que el inmueble no está actualmente destinado a servir de
residencia principal de la familia y, además, que el juez debe proceder en la forma
establecida en el inciso segundo del artículo 141; o bien (2) que la remisión a "la regla"
del inciso anterior únicamente significa que la desafectación debe pedirse en sede
judicial, en conformidad con lo dispuesto en el inciso 2º del artículo 141 CC.
En este sentido se pronuncia el Ministro Brito, en voto de minoría, quien estuvo por
acoger el recurso en atención a que la expresión "igual regla" que utiliza el inciso final
del art. 145 CC se refiere "sólo al procedimiento que debe utilizarse", entendiéndose
que tal exigencia se cumple con el hecho de que exista una petición y resolución judicial
que ordene la desafectación por haber terminado el matrimonio, pero no a la necesidad
de demostrar que el bien familiar no sirve de residencia principal de la familia. Agrega
que se trata de una "causal objetiva" que debe ser declarada en cuanto se demuestre el
presupuesto básico de ella, cual es, la terminación del vínculo matrimonial, sin que
proceda extender los efectos de la declaración de bien familiar más allá de la propia
institución en que funda su existencia. Terminado el matrimonio —señala— la cuestión
de la casa habitación "es una cuestión de carácter alimenticio".
Cabe agregar que el art. 145 CC establece tres causales en virtud de las cuales
procede la desafectación de un bien familiar, pero sólo dos formas en que un bien
familiar puede ser desafectado. Estas formas son (1) por convención de los cónyuges y
(2) por vía judicial.
Lo mismo ocurre en la tercera causal (inciso 3º del art. 145), que concurre cuando el
matrimonio se ha declarado nulo o ha terminado por muerte de uno de los cónyuges o
por divorcio. Pero en este caso, el propietario del bien familiar o cualquiera de sus
causahabientes debe formular al juez la petición correspondiente, porque la
desafectación ni aun en estas situaciones opera de pleno derecho.
Lo que quiere expresar el legislador —cuando señala al comienzo del referido inciso
3º que igual regla se aplicará si el matrimonio se ha declarado nulo, o ha terminado por
muerte de uno de los cónyuges o por divorcio—, es únicamente que, tal como ocurre
con la causal de desafectación contenida en el inciso anterior, la desafectación debe ser
decretada por el juez. Esto es, la remisión es al procedimiento (judicial) que debe
utilizarse, a diferencia de lo que ocurre en la hipótesis del inciso 1º, en que la
desafectación no opera por vía judicial, sino meramente convencional. Ahora, para que
el juez proceda a la desafectación por término del matrimonio, obviamente debe
formularse "la petición correspondiente", razón por la cual esta frase no es nada
redundante.
Por lo demás, la sola declaración de un bien como familiar, no concede al cónyuge
no propietario un derecho real —ni personal— de goce que lo faculte para hacer uso
de él. La ley, mediante la declaración de bien familiar, sólo protege al cónyuge no
propietario de la vivienda familiar por la vía de limitar las facultades de disposición e,
incluso, de simple administración del cónyuge propietario, supeditando la realización
de ciertos actos a la autorización de aquél (arts. 141, 143 y 144 CC). Para que el
cónyuge no propietario tenga un derecho de ocupación de los bienes familiares es
necesario que solicite la constitución judicial de derechos de usufructo, uso o habitación
sobre los bienes familiares, cuestión que únicamente puede hacer durante el
matrimonio y no una vez disuelto éste, según dispone el art. 147 CC, después de las
modificaciones de que fuera objeto por las leyes Nºs. 19.585 y 19.947.
Así, Corral expresa que la mera afectación de un bien como familiar no da derecho
al cónyuge no propietario a vivir en él. Para ello debe solicitar un derecho real de
usufructo, uso o habitación, lo que requiere, en principio, de una nueva sentencia
judicial. Pero, agrega este autor, "como la intención del legislador de la ley Nº 19.947
era claramente que la afectación como familiar no subsistiera después del divorcio, el
art. 147 CC sólo autoriza la constitución de estos derechos reales durante el
matrimonio".186
Por otra parte, señala Troncoso, si la calidad de bien familiar se extendiera más allá
de la terminación del matrimonio, se haría imposible la aplicación de varias
disposiciones del estatuto de los bienes familiares que suponen matrimonio vigente y,
por lo tanto, la existencia de cónyuges (propietario y no propietario). Por de pronto,
sería inaplicable el art. 142 inciso 1º CC, según el cual: "No se podrán enajenar o
gravar voluntariamente, ni prometer gravar o enajenar, los bienes familiares, sino con
la autorización del cónyuge no propietario. La misma limitación regirá para la
celebración de contratos de arrendamiento, comodato o cualesquiera otros que
concedan derechos personales de uso o de goce sobre algún bien familiar"; y también
el art. 144 del mismo código, que establece que la autorización judicial supletoria a que
el precepto se refiere, debe ser otorgada con citación del "cónyuge" no propietario en
caso de negativa de éste a que el cónyuge propietario celebre alguno de los actos a que
alude el art. 142 CC. Habiendo terminado el matrimonio, no habría un "cónyuge" que
pudiera autorizar los actos a que se refiere el art. 142, ni un cónyuge a quien citar en el
caso del art. 144.187
Por último, cabe consignar que similar discusión podría llegar a suscitarse en caso
de terminación de un Acuerdo de Unión Civil.
Por las razones antes expresadas, estimamos que la expiración del Acuerdo de Unión
Civil facultará al conviviente civil propietario para pedir la desafectación judicial de
los bienes declarados familiares, debiendo acreditar únicamente tal terminación.
INTRODUCCIÓN
Para ilustrar mi postura, comenzaré proponiendo un ejemplo. Una mujer que dirige
una empresa transnacional y que obtuvo su grado de doctorado en una de las más
prestigiosas universidades norteamericanas, contrae matrimonio y decide, junto con su
futuro cónyuge, hacerlo bajo el régimen de sociedad conyugal. Ambos tienen la
creencia de que en el matrimonio es necesario compartir los bienes y que la solidaridad
es fundamental para la vida en común y la familia que formarán. Además, ella entiende
que este régimen no representará un problema en su vida laboral, ya que hoy en Chile
la mujer es plenamente capaz —independiente del régimen patrimonial del
matrimonio— y que goza de un patrimonio reservado, al cual nos referiremos más
adelante. Sin embargo, esta mujer, durante su matrimonio, experimenta dos hechos que
ella considera extraordinarios:
b) Ella, que trabajó desde muy joven antes de contraer matrimonio, había comprado,
asesorada por su padre, un paquete accionario de una empresa emergente. Diez años
después, estando ya casada, descubre que el precio de las acciones ha subido mucho.
Pero, al preguntar por ellas, se le informa que su marido, al tercer año de matrimonio,
las vendió sin consultarle, lo cual es perfectamente lícito según le informó un abogado.
Aún más, y para que esto no parezca una defensa exclusiva a la situación de la mujer,
quiero sostener que tampoco es afortunado el sistema en que el marido debe compartir
todo lo que obtiene con su trabajo. Si con ello compra cualquier bien durante el
matrimonio, éste se dividirá en mitades al término del régimen; y es con ese sueldo y
con esos bienes que nuestro legislador establece que debe mantenerse la familia,
incluida la mujer. Si ésta, como sucede en el ejemplo, obtiene una remuneración más
que razonable y no estuviera dispuesta a compartir el producto de su trabajo con su
familia, nadie podría obligarla, salvo respecto de algunas deudas en que los acreedores
pueden dirigirse también contra su patrimonio. En este último punto parece fallar
también el principio de la solidaridad, en el cual se supone está basada la sociedad
conyugal.
Frente a esto, debemos dejar claro que las leyes civiles poco o nada tienen que hacer
mientras el matrimonio funciona bien. Pero los cónyuges requieren un sistema de
bienes que les entregue una regulación adaptada a sus intereses y sea adecuada para
prevenir y solucionar conflictos. Es ahí cuando el régimen económico elegido se torna
importante.
Podemos esbozar brevemente que en Chile los futuros cónyuges pueden elegir entre
tres regímenes patrimoniales al contraer matrimonio y los tres presentan problemas:
b) La separación de bienes, que, por el contrario, aumenta cada día, pero que no
forma jamás un patrimonio familiar, ni refleja para nada la solidaridad familiar. Y, por
último,
Visto así, el panorama no es muy alentador, pero tenemos que destacar que el sistema
familiar en Chile es de suyo complejo. Debido a esto es que a la ley civil le ha sido
difícil poder encontrar un modelo apropiado que proteja, por un lado, la integridad de
la familia y que, por otro, mantenga en un pie de igualdad a los cónyuges y proteja su
autonomía en el actuar.
Creo que es necesario entender que el régimen de bienes que se acoja, debe adaptarse
al tipo de familia que exista en nuestro país. Hoy en día, al año 2015, podemos entender
básicamente que la familia existente en Chile, que proviene de un matrimonio, se
organiza a lo menos de dos formas diferentes:
a) El modelo que casi sin contrapeso regía al momento de la entrada en vigencia del
Código Civil de 1855, era el de un marido proveedor y una mujer dedicada al cuidado
de los hijos y del hogar común. Hoy en día, seguimos encontrando este tipo de
organización familiar, pero con un gran contrapeso o al menos, en una versión que no
es la original, ya que, en muchos casos, la mujer ejerce un trabajo a tiempo parcial.
Para este tipo de familias es que se ideó el régimen de sociedad conyugal, donde se
entendía que el legislador y el ordenamiento jurídico debían proteger a la mujer,
dándole, eso sí, la misión de pater familias al marido.
b) Un tema quizás poco discutido, pero que debe resaltarse es que la sociedad
conyugal tiene un errático sistema de sanciones191 y en ciertos casos, una ausencia de
las mismas para los casos en que se actúe sin las autorizaciones requeridas. Analicemos
los diferentes escenarios:
En nuestro país, para que esto ocurra sería necesario, por un lado, pedir la separación
judicial de bienes, revisándose las ajustadas causales establecidas en el artículo 155 del
CC y la única posible de esgrimir sería la "administración fraudulenta del marido"; pero
si se trata de un único acto en el cual esto sucede, la voz "administración" pareciera por
lo menos, llevarnos a pensar en que debería ejecutarse más de un acto en que se
perjudiquen los intereses de la mujer. La otra posibilidad es que la separación sea
voluntaria, utilizando el pacto establecido en el artículo 1723 del CC, lo cual es difícil
de representarse en este caso, ya que no es imaginable un acuerdo, frente a una
administración en que el marido no cumple con las exigencias del legislador.
ii. Y si, por el contrario, es la mujer la que celebra un contrato que recae en algún
bien social, entonces la legislación no dice cual es la solución. En alguna oportunidad,
la jurisprudencia ha sostenido que es posible aplicar la nulidad relativa,193 que debería
basarse en el artículo 1682 como causal genérica de la nulidad. Pero nunca en el artículo
1757 del CC, como se ha señalado, ya que dicho artículo está estructurado como un
medio de protección a la mujer y sus herederos y no se pone para nada en el caso en
análisis.
Hay autores194 que señalan que, dado que el artículo 1750 del CC señala que "el
marido es, respecto de terceros, dueño de los bienes sociales, como si ellos y sus bienes
propios formasen un solo patrimonio...", y el artículo 1752 establece que "la mujer por
sí sola no tiene derecho alguno sobre los bienes sociales durante la sociedad, salvo en
los casos del artículo 138", entonces lo que habría sería una venta de cosa ajena y por
lo tanto, el acto le sería inoponible al verdadero dueño, esto es, al marido. Pero si los
artículos en comento sólo están dirigidos a proteger a los terceros que contratan con el
marido, entonces no es cierto que los bienes sean ajenos a la mujer; y si bien la solución
es la misma, es más apropiado usar el inciso primero del artículo 137 y decidir que la
mujer que contrata bajo el régimen de sociedad conyugal, sólo obliga bienes de su
patrimonio reservado y sus patrimonios especiales, por lo que el contrato le sería
inoponible al marido.
c) El patrimonio reservado. El decreto ley Nº 328 del año 1925, con su posterior
modificación del año 1934, introdujo en nuestra legislación una gran conquista para los
derechos de la mujer: la institución del patrimonio reservado, que básicamente viene a
reconocer la incorporación de la mujer al trabajo y le permite que, aun estando casada
en sociedad conyugal, pueda administrar libremente el producto de su trabajo y los
bienes que con ello adquiriera.
Pero habiendo transcurrido una gran cantidad de años desde esa fecha, la primera
pregunta que debiéramos hacernos es ¿por qué dentro de un régimen de comunidad
tenemos un patrimonio separado? No hay que olvidar que históricamente la figura del
patrimonio reservado surgió como una alternativa para contrarrestar "los poderes
omnímodos otorgados al marido como administrador de la sociedad conyugal, pero
ciertamente es una institución ajena a la idea de un régimen comunitario y que no se
justifica mantener en un esquema siempre que los cónyuges están llamados a participar
en términos igualitarios en la administración del haber social. Si somos honestos, la
única razón para perseverar en ella, es porque se trata de una figura simbólica, que
representa una suerte de logro o conquista histórica de las mujeres, que nadie se siente
en condiciones de eliminar, porque tiene una connotación aparente de pérdida de
derechos, sin embargo, creo que es hora de sincerar las cosas y de admitir que si bien
pudo tener una justificación y ser necesaria en el pasado, en la actualidad, no debiera
formar parte del régimen económico del matrimonio, porque es disfuncional al sistema
comunitario".195
La situación de este patrimonio se puede mirar desde diferentes puntos de vista:
- Mantener lo que hay, el marido administra, la mujer trabaja, aunque sólo sea
parcialmente, y administra libremente su patrimonio. Puede no cooperar con la
mantención de la familia y llegado al momento de la disolución, podrá renunciar a los
gananciales y quedarse con lo que obtuvo en su trabajo separado, de manera que este
patrimonio nunca formaría parte del régimen comunitario.
Es por ello que este tipo de parejas se inclina por la separación de bienes, descartando
la sociedad conyugal. Pero este último es la negación del régimen patrimonial del
matrimonio, y la solución final, no se condice con dos personas que decidieron
construir un proyecto familiar común.
1. ¿Es necesario un régimen legal supletorio, cualquiera que éste sea? o ¿es mejor
que los cónyuges tengan la obligación de optar por uno de ellos, en virtud del principio
de la autonomía de la voluntad, mediando una previa reflexión en torno al tema? Si
bien esta discusión es dudosa, me parece necesario mantener un régimen supletorio.
Digo esto, sobre la base de que la cultura jurídica de nuestro país es mala, por lo cual,
si uno de los dos conoce el sistema, terminará imponiéndole al otro el que más le
convenga. O, si ninguno de los dos sabe de este tema, primará el criterio del Oficial del
Registro Civil llamado a celebrar el matrimonio, quien, sin ninguna mala intención,
pero sin mayor conocimiento de la pareja, propondrá el que él estime mejor. De esta
forma, lo más adecuado sería mantener un régimen legal supletorio, que tenga como
característica básica la protección de la familia.
"El pacto que los cónyuges celebren en conformidad a este artículo deberá otorgarse
por escritura pública y no surtirá efectos entre las partes ni respecto de terceros,
sino desde que esa escritura se subinscriba al margen de la respectiva inscripción
matrimonial. Esta subinscripción sólo podrá practicarse dentro de los treinta días
siguientes a la fecha de la escritura en que se pacte la separación. El pacto que en
ella conste no perjudicará, en caso alguno, los derechos válidamente adquiridos por
terceros respecto del marido o de la mujer y, una vez celebrado, no podrá dejarse
sin efecto por el mutuo consentimiento de los cónyuges. / En la escritura pública de
separación total de bienes, o en la que se pacte participación en los gananciales,
según sea el caso, podrán los cónyuges liquidar la sociedad conyugal o proceder a
determinar el crédito de participación o celebrar otros pactos lícitos, o una y otra
cosa; pero todo ello no producirá efecto alguno entre las partes ni respecto de
terceros, sino desde la subinscripción a que se refiere el inciso anterior".
La renuncia debe hacerse después del paso 2, pues el artículo 1719 dice que la mujer
podrá renunciar "después de la disolución de la sociedad", y ésta quedará disuelta una
vez subinscrita la escritura señalada en el punto 1. El artículo 1723, inciso 2º, deja en
claro que la escritura de separación de bienes sólo surtirá efectos una vez subinscrita;
por ende, antes de ello no está disuelta la sociedad conyugal y no podría la mujer
renunciar a los gananciales. En relación a este punto, cabe destacar que el referido pacto
de separación total de bienes no opera con efecto retroactivo, sus efectos no se
retrotraen a la fecha de la escritura pública. El artículo 1723, en los dos incisos
transcritos, deja en claro que producirá efectos "desde" la subinscripción. En cambio,
cuando la ley ha querido que un pacto que también está sometido al requisito de la
subinscripción produzca efectos con antelación a ésta, lo ha dicho, como ocurre
tratándose de la capitulación matrimonial convenida antes de la celebración del
matrimonio: "Las capitulaciones matrimoniales se otorgarán por escritura pública, y
sólo valdrán entre las partes y respecto de terceros desde el día de la celebración del
matrimonio, y siempre que se subinscriban al margen de la respectiva inscripción
matrimonial al tiempo de efectuarse aquél o dentro de los treinta días siguientes"
(artículo 1716, inciso 1º). En este caso, como puede observarse, los efectos de la
capitulación se producen a partir del matrimonio, aunque la misma se subinscriba con
posterioridad, siempre que ello ocurra dentro del plazo citado.
Los términos del artículo 1723, en cambio, conforme a lo transcrito, son distintos,
atribuyendo efectos al pacto de separación total de bienes sólo a partir de la
subinscripción, de ahí hacia el futuro.
La cuestión exige una explicación previa: antes de la reforma hecha al Código Civil
por la ley Nº 10.271, del año 1952, se discutía en nuestra doctrina si era posible que en
la misma escritura en que se pactaba separación de bienes, se liquidare la sociedad
conyugal. Manuel Somarriva respondía negativamente, pues la liquidación exigía que
previamente se hubiera disuelto la sociedad conyugal, lo que ocurría sólo con la
subinscripción del pacto.201
Para comprender los alcances de la discusión, conviene tener presente el texto inicial
del artículo 1723 y las modificaciones que se le han hecho hasta la fecha:
ii. El texto originario del artículo 1723, por su parte, fue modificado por la ley Nº
7.612, de 21 de octubre de 1943, cuyo artículo 1º sustituyó los dos incisos que a la
sazón tenía el artículo 1723, permitiendo a los cónyuges pactar, durante el matrimonio,
separación total de bienes. Al mismo tiempo, esta ley agregó un Nº 5 al artículo 1764,
que alude a las causales de disolución de la sociedad conyugal. Sin embargo, nada se
dijo en esta oportunidad, acerca de la posibilidad de liquidar la sociedad conyugal por
la misma escritura en virtud de la cual los cónyuges pactaban separación total de bienes.
Con esta reforma, el artículo 1723 quedó como sigue: "Durante el matrimonio los
cónyuges podrán substituir el régimen de sociedad de bienes o de separación parcial
por el de separación total. / El pacto que los cónyuges celebren en conformidad a este
artículo deberá otorgarse por escritura pública y no surtirá efectos entre las partes ni
respecto de terceros, sino desde que esa escritura se subinscriba al margen de la
respectiva inscripción matrimonial. Este pacto no perjudicará, en caso alguno, los
derechos válidamente adquiridos por terceros respecto del marido o de la mujer".
iv. Más tarde, por la ley Nº 10.271, de 2 de abril de 1952, se volvió a modificar el
artículo 1723. Las reformas consistieron en:
a. precisar que el pacto sustitutivo del régimen, debía subinscribirse dentro de los
treinta días siguientes a la fecha de la escritura en que se pacte la separación (antes de
esta reforma, es decir, entre el 21 de octubre de 1943 y el 2 de abril de 1952, no había
plazo para subinscribir el pacto);
b. prevenir que, una vez celebrado el pacto, no podría dejarse sin efecto por el mutuo
consentimiento de los cónyuges, y
De esta manera, la discusión a la que aludíamos quedó zanjada con la ley número
10.271, al modificarse el inciso 3º del artículo 1723, incorporando expresamente en
éste la facultad de los cónyuges para liquidar la sociedad conyugal "...y celebrar entre
ellos cualesquier otros pactos que estén permitidos a los cónyuges separados de
bienes".
i. La ley es clara: para que la mujer o sus herederos renuncien a los gananciales, la
sociedad conyugal debe estar disuelta, y no lo estará sino con la subinscripción del
pacto a que alude el artículo 1723, no antes.
ii. La reforma hecha al Código Civil por la ley número 10.271 no desmiente la
conclusión anterior, sino que la refuerza, pues se limitó ella a admitir que en la misma
escritura se liquide la sociedad conyugal, a pesar de que en verdad aún no está disuelta.
Nada se dijo acerca de un acto jurídico diverso a la liquidación, como es el de renuncia
a los gananciales.
iii. En nuestro concepto, ni la frase que se incorporó por la ley Nº 10.271 "...y
celebrar entre ellos cualesquier otros pactos que estén permitidos a los cónyuges
separados de bienes", ni la fórmula más neutra por la cual se la sustituyó en virtud de
la ley Nº 19.335, "... o celebrar otros pactos lícitos...", podían servir de fundamento
para la tesis favorable a la renuncia en la misma escritura de separación total de bienes.
En nuestra opinión, no sería un pacto lícito aquél por el cual, en la misma escritura de
separación total de bienes, la mujer renuncie a los gananciales. Entre tales pactos
lícitos, en cambio, los cónyuges podrían obtener en su favor el pago de recompensas
que les deba la sociedad, o que éstos le deban a la sociedad, o que los cónyuges se
deban recíprocamente, celebrar una transacción, etc.
iv. El artículo 1719 del Código Civil, señala con toda claridad en su inciso inicial:
"La mujer, no obstante la sociedad conyugal, podrá renunciar su derecho a los
gananciales que resulten de la administración del marido, con tal que haga esta
renuncia antes del matrimonio o después de la disolución de la sociedad".
v. El párrafo 6 del título XXII del Libro IV, se titula, precisamente, "De la renuncia
de los gananciales hecha por parte de la mujer después de la disolución de la sociedad".
A su vez, el artículo 1781, que encabeza dicho párrafo 6, establece: "Disuelta la
sociedad, la mujer mayor o sus herederos mayores tendrán la facultad de renunciar
los gananciales a que tuvieren derecho. No se permite esta renuncia a la mujer menor,
ni a sus herederos menores, sino con aprobación judicial".
vi. El artículo 1767, por su parte, expresa: "la mujer que no haya renunciado los
gananciales antes del matrimonio o después de disolverse la sociedad, se entenderá
que los acepta con beneficio de inventario".
vii. En fin, un último argumento, nos parece que por sí solo, puede esgrimirse para
controvertir la doctrina imperante. Según hemos visto, la doctrina que admite la
renuncia en la escritura de separación de bienes, se funda en la frase "o celebrar otros
pactos lícitos". Ahora bien, ocurre que la renuncia es un acto jurídico unilateral, y mal
podría, entonces, quedar comprendida dentro de la aludida frase. No estamos ante un
pacto, sino ante un acto que emana de la voluntad de una persona, la mujer, o el
heredero o los respectivos herederos, y en este último caso, cada uno de ellos otorga un
acto jurídico unilateral. La palabra "pacto" no se encuentra definida en el Código Civil,
de manera que debemos entenderla en su sentido natural y obvio, según el uso general
de la locución, conforme al artículo 20 del Código Civil. Al efecto, el Diccionario de
la Lengua Española, define la voz "pacto", en su primera entrada, como "concierto o
tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado".205Nada
tiene que ver la expresión con un acto jurídico unilateral. Entonces, ¿cómo podría
considerarse que la renuncia de los gananciales corresponde a un "pacto" celebrado
entre los cónyuges? Evidentemente, no es así. Ello demuestra, a nuestro juicio, que el
legislador nunca pensó en extender la frase en cuestión al acto unilateral que nos ocupa.
De esta manera, se aprecia que siempre, en cada una de las disposiciones que hemos
citado, el legislador discurre sobre la base que, celebrado el matrimonio, la renuncia a
los gananciales sólo puede realizarse, una vez disuelta la sociedad conyugal, y ello
ocurrirá siempre y cuando el pacto previsto en el artículo 1723, se subinscriba en el
plazo legal. El elemento gramatical (tenor de los artículos 1719, 1723, 1767 y 1781) y
el elemento lógico (relación entre estos preceptos), de interpretación de la ley,
refrendan nuestra conclusión.
De esta manera:
ii. Entre el 12 de marzo de 1925 y el 21 de octubre de 1943, sólo era posible pactar
separación parcial o separación total de bienes, en las capitulaciones previas al
matrimonio.
iii. Entre el 21 de octubre de 1943 y el 2 de abril de 1952, se permite pactar separación
parcial y separación total de bienes en las capitulaciones previas al matrimonio, y
también pactar separación total de bienes durante el matrimonio.
Como puede apreciarse del examen de todas las mutaciones experimentadas por el
artículo 1723, jamás el legislador ha dado pie para admitir, en la misma escritura a que
se refiere el precepto, un acto jurídico unilateral, como es la renuncia a los gananciales.
Ahora bien, ¿cuál sería la sanción aplicable, para la renuncia hecha con antelación a
la disolución de la sociedad conyugal? Creemos que debiera ser la nulidad absoluta de
dicha renuncia. En efecto, no obstante las transformaciones experimentadas por el
artículo 1723, de las que hemos dado cuenta, se mantiene el principio de inmutabilidad
del régimen matrimonial, aunque atemperado (especialmente por las leyes Nº 19.335 y
Nº 19.947), por una parte, y por otra, consideramos que siendo de orden público la
mayoría de las normas que regulan la sociedad conyugal, una infracción a ellas,
adolecería de objeto ilícito, conforme al artículo 1466, pues la ley prohibiría la
renuncia, en oportunidades distintas de las dos que admite el Código Civil. En tal
sentido, estimamos que sigue en pie lo que decía Alessandri sobre el particular: "La
mujer puede renunciar los gananciales antes del matrimonio, en las capitulaciones
matrimoniales, o después de la disolución de la sociedad (art. 1719). No puede
renunciarlos durante su vigencia; esta renuncia será nula absolutamente por ser
contraria a la inmutabilidad del régimen matrimonial (art. 1722)".206
Finalmente, nuestra doctrina está conteste en orden a que el derecho a renunciar a los
gananciales compete solamente a la mujer o a sus herederos. Así lo ha entendido la
mayoría de nuestra doctrina y nuestra jurisprudencia.207
De nuevo sobre la cuantificación de la compensación económica. Una propuesta para la cuantificación a partir del
empobrecimiento sin causa del cónyuge beneficiario*208
Álvaro Vidal Olivares**
INTRODUCCIÓN
Para despejar estas interrogantes, dividiré este trabajo en tres secciones. La primera
dedicada a los fundamentos de la compensación económica vinculándolos a su
cuantificación; la segunda, a la incidencia de estos fundamentos en la lectura que
debemos dar a las condiciones del artículo 61 LMC en lo que concierne a las
condiciones de procedencia de la compensación económica; y, la tercera, a su
cuantificación en los dos supuestos del citado precepto. Se termina con unas
conclusiones.
En primer lugar, pese al tenor literal del artículo 61 LMC ("durante el matrimonio")
para el cálculo del empobrecimiento resulta relevante el tiempo de la vida en común,
no el posterior a la ruptura, o si se prefiere, la duración del matrimonio. Una lectura
contra la letra de la ley se justifica si se atiende a la idea de la protección a la confianza
creada en el cónyuge beneficiario, la que se desvanece al cesar la convivencia, siendo
irrelevante para efectos de la compensación el período posterior. Desde ese instante
resulta razonable esperar que ese cónyuge desarrolle una actividad remunerada,
insertándose o reinsertándose al mercado laboral. Dentro del curso normal de los
acontecimientos, desde la separación, el cónyuge acreedor debiera hacer sus mejores
esfuerzos para adquirir o recobrar su autonomía en el plano económico, es lo que haría
cualquier persona sensata y preocupada de sí misma. La causa de su sacrificio
desaparece pudiendo afirmarse que, si se mantiene en la misma situación, el
empobrecimiento subsecuente corresponde a un riesgo que toma sobre sí, sin derecho
a suma alguna por concepto de compensación.
En apoyo de esta interpretación debe tenerse en cuenta que después del cese de la
convivencia, el cónyuge del artículo 61 LMC sigue disfrutando de la protección que le
confiere el estatuto matrimonial hasta la sentencia de divorcio que viene a mitigar el
detrimento que le podría causar la ruptura (cfr. con artículo 27 LMC).
En tercer lugar, la dedicación a la familia —a las labores del hogar común y/o al
cuidado de los hijos— puede impedir que el cónyuge beneficiario desarrolle una
actividad remunerada o que lo haga en menor medida de lo que podía y quería, siendo
así, dos los supuestos de la compensación, sin que el juez pueda obviar ninguno de
ellos, sobre todo cuando el segundo concurra con el primero - supuesto mixto.
A partir de los casos presentados es posible extraer, al menos, tres valores que
servirán de criterios para la fijación del empobrecimiento y la base de cálculo de la
compensación.
Sobre esta base se aplican los criterios del artículo 62 LMC, que bien pueden
confirmar como menoscabo aquella suma fijada, estableciendo la compensación en ese
monto; o corregirlo a la baja, pudiendo, inclusive, llegar a vaciarlo, como sería en casos
de matrimonios de corta convivencia, o por consideración de la situación patrimonial
del cónyuge acreedor. Así, por ejemplo, en el caso de la secretaria de la Corte de
Apelaciones de Santiago de 2007, la duración de la vida en común, su edad, estado de
salud, situación previsional y de beneficios de salud, llevaron al Tribunal a confirmar
el empobrecimiento como menoscabo, no así su situación patrimonial —dueña de un
inmueble—, que justificó una rebaja del empobrecimiento del 10%. En el mismo
supuesto, pero en un tiempo menor de convivencia, una demandante de 35 años y buen
estado de salud; con cualificación profesional y posibilidades de acceso al mercado
laboral, llevaría a un resultado diverso, no sólo en lo que concierne a la base de cálculo,
sino especialmente al impacto de esas circunstancias en ella, provocando una baja
considerable, llegando a una compensación económica inferior.
La aplicación de los criterios del citado precepto y su ponderación para la
cuantificación de la compensación, dista de ser un proceso con resultados exactos, sino
que éstos dependerán del ejercicio que haga el juez de sus facultades privativas de
valoración de la prueba según las reglas de la sana crítica. En la demanda, junto con
proponer la base de cálculo según alguno de los valores propuestos, debe incluirse un
razonamiento fundado, ofreciendo la prueba respectiva, sobre la incidencia o impacto
de las circunstancias del artículo 62 LMC sobre dicha base, tarea que también
corresponderá al demandado en su escrito de contestación.
Hasta aquí, el supuesto relevante ha sido el de la primera parte del artículo 61 LMC,
aquel en que el beneficiario de compensación no desarrolló una actividad remunerada
durante la convivencia matrimonial. Sin embargo, hoy resulta de mayor interés —por
presentarse habitualmente en la práctica— considerar otros dos supuestos en que la
tarea de cuantificación es bastante más compleja que en el supuesto de abstención o de
la dueña de casa. El primero, refiere a aquel cónyuge que trabajó, pero en una menor
medida de lo que podía o quería (segundo supuesto del artículo 61 LMC), sea que haya
desarrollado alguna actividad remunerada en condiciones de dedicación parcial o de
forma independiente. Y el segundo, al que puede calificarse de mixto, en el que el actor,
durante la convivencia matrimonial, presenta períodos de abstención laboral y otros en
los que sí lo hizo, pero en menor medida.
Para el segundo período en el que la mujer trabajó en menor medida de lo que podía
y quería, resulta de utilidad volver a la sentencia de la Corte Suprema de 13 de
noviembre de 2012 que da pistas acerca de cómo calcular la compensación en esta
hipótesis. En ella se lee: "dicha determinación resulta contraria a la lógica y al mérito
del proceso, desde que el menoscabo por este ejercicio limitado o restringido en el
plano profesional de la demandante reconvencional, como consecuencia de su
dedicación preferente a la familia común, aparece como evidente, toda vez que recibió
una remuneración sustancialmente inferior a los ingresos que pudiera haber percibido
de ejecutar una labor en una jornada y términos normales, como lo hizo después de
haberse producido el cese de la vida en común".
El sentenciador reconoce que la demandante dejó de percibir una suma de dinero que
corresponde a la diferencia entre lo que recibía por su dedicación restringida, y lo que
habría percibido de ejecutar una labor en una jornada y términos normales, quiere decir,
como podía y quería, más aún si después del cese de la convivencia lo está haciendo en
esa medida.
(3) A las rentas líquidas hipotéticas de (1) se le descuenta la renta líquida mensual
promedio ($ 14.311.000) y al ahorro previsional hipotético total se le descuenta el del
(2) (real, hipotético o diferencia) ($ 3.989.000);
Planteadas así las cosas, la fórmula para el cálculo del empobrecimiento cuando la
demandante trabajó en menor medida sería:
Esta fórmula es la más sencilla. Lo digo porque también podría tomarse como valor
de comparación o contraste, el costo de oportunidad o el promedio entre éste y lo que
percibe al momento de la demanda. Claramente, se puede proceder de esa forma,
presentando distintos escenarios o posibilidades al igual que en el primer supuesto del
artículo 61.
Lo expresado aplica tanto para este caso, que se denomina mixto, como también a
aquél en el que sólo concurre la segunda hipótesis del artículo 61 de la LMC.
CONCLUSIONES
3. Al juez se le puede ofrecer una suma que comprenda los dos extremos, el más alto
y el más bajo, de modo que fije una suma comprendida en el rango; o bien, se le puede
plantear subsidiariamente varias posibilidades de valoración.
4. Al valor que se arribe, se le deben efectuar descuentos referidos a la contribución
a las necesidades de la familia y a los gastos personales del actor, llegando de este
modo, a la base de cálculo de la compensación, sobre la cual se aplicarán las
circunstancias del artículo 62 de LMC.
5. La misma idea para el cálculo aplica a los supuestos de menor dedicación durante
la convivencia y a los llamados "mixtos", siendo relevante considerar la diferencia entre
lo efectivamente percibido durante el tiempo de dedicación parcial y la renta hipotética
que habría recibido de haberse dedicado plenamente.
Por su parte, los argumentos en contra pueden sintetizarse en los siguientes: las
familias se constituyen por vínculos de cooperación y solidaridad, que se debilitarían
si se abre la puerta a las demandas de indemnización; el derecho de las familias
responde a principios que le son propios, donde no tendrían espacio estas figuras
patrimoniales; el derecho de las familias ha establecido sanciones específicas para el
incumplimiento de sus deberes, por lo que gravar a los familiares con la indemnización
envolvería una doble sanción; si los deberes familiares no son susceptibles de
cumplimiento forzado en naturaleza, no pueden ser objeto de una indemnización de
perjuicios; existen molestias en la convivencia familiar que deben ser toleradas y
permitir el ejercicio indiscriminado de la acción de perjuicios abriría la puerta para que
casos de bagatela y sin mayor sustento jurídico se comenzaran a ventilar, provocando
una sobrecarga innecesaria del sistema judicial; que se desincentivaría el matrimonio,
producto de que los futuros contrayentes podrían verse expuestos no sólo al divorcio,
sino también a acciones de indemnización; entre varios otros argumentos.228
Nótese que para varios autores nacionales estos argumentos conducen no a excluir
totalmente la reparación o afirmarla en términos amplios, sino sólo a aceptarla en
ciertas hipótesis (esencialmente, cuando existe vulneración de la integridad física o
psíquica de un cónyuge o se vulneran otros derechos de la personalidad, conforme a las
reglas generales de la responsabilidad civil). En realidad, son pocos los autores que
defienden la indemnización irrestricta por el mero incumplimiento de estos deberes y
los que lo hacen centran su argumentación en la "sanción" del adulterio, como se señala
más adelante.
Frente a estas divergencias doctrinales, y sus matices, así como por los escasos fallos
judiciales,229 me parece que las conclusiones que pueden extraerse para el derecho
nacional, desde la perspectiva doctrinal, pasan por varias observaciones críticas:
Salvo una opinión aislada de la doctrina nacional, los autores están contestes en que
el mero ejercicio de la acción de divorcio no puede dar lugar a la indemnización de los
perjuicios. Efectivamente, siendo el matrimonio civil disoluble y estando consagrado
el divorcio como un derecho para cada cónyuge, no resulta comprensible cómo podría
transformarse su ejercicio en un hecho ilícito, por más molestia o dolor que cause esta
circunstancia para el otro. El derecho chileno, consciente de que la naturaleza humana
es falible, asegura el derecho de cada persona a poner fin a un vínculo que en la práctica
haya desaparecido por la ruptura, posibilitando de esta forma la formación de nuevas
uniones y nuevas familias. La opinión aislada a la que me refiero, de Jimena
Valenzuela, sostiene que podría cuestionarse el ejercicio abusivo de la acción de
divorcio-remedio, pero ello no deja de ser más bien el deseo de la autora —como ella
misma confiesa— de que existiesen en Chile "cláusulas de dureza", que permitan
rechazar tal acción en ciertas hipótesis, aunque reconoce que ellas expresamente fueron
descartadas por el legislador.230 No se entiende, en realidad, cómo podría ser abusivo
el ejercicio de una acción de divorcio que se funda en un quiebre efectivo y comprobado
de la convivencia por un tan largo período (tres años), salvo la defensa ideológica de
lo que denomina esa misma autora un "matrimonio para toda la vida".231 ¿Cómo puede
ser "frívolo" o "caprichoso", en palabras de esa autora, y por tanto abusivo, un divorcio
unilateral solicitado luego de tres años del quiebre matrimonial irreversible y de la
separación efectiva? La justificación de esta conclusión no merece, en mi modesta
opinión, mayor comentario.
Tres cuestiones vale la pena hacer presente respecto de la supuesta "culpa" entre
cónyuges: ¿cuál sería la gravedad de la conducta exigida?, ¿cómo se construiría el
patrón de comportamiento exigible? y ¿qué sucede con la compensación de culpas?
En segundo lugar, ¿se trata de un daño cierto? El daño cierto se opone al perjuicio
hipotético y consiste, simplemente, en la exigencia de que no existan dudas sobre su
realidad. En la materia pareciera que podría afirmarse que cumpliría este requisito el
sufrimiento o molestias que genere un adulterio. No obstante, ¿es posible afirmarlo de
forma categórica cuando el mismo usualmente se presenta en el marco de una pareja
disfuncional, en crisis o distanciada? En otros términos, ¿es tan efectivo ese sufrimiento
cuando se constata que en la mayoría de los casos de ruptura por estas causas existen
culpas compartidas? Se podrá sostener que, aunque existan culpas compartidas, o
incluso infidelidades recíprocas, de todas formas su descubrimiento genera
sufrimiento. Pero ello, nuevamente, exige un examen de la conciencia de las personas
que es incompatible con un orden civil que regula conductas externas. No es lo mismo
sostener la certidumbre de una agresión física o psíquica, que afirmar la realidad de un
sufrimiento por infidelidad que exige adentrarse en la intimidad de esa pareja.
Por último, también existe un problema con la relevancia del daño. La mayoría de
los autores que se han pronunciado sobre esta materia afirman que el daño entre
cónyuges debe tener cierta magnitud, siguiendo el requisito general del daño reparable
en materia extracontractual, pero también dando cuenta de que existirían ciertas
molestias y desagrados que son usuales y tolerables en la vida doméstica. La cuestión
presenta un desafío mayor tratándose de deberes conyugales, como la fidelidad. La
pregunta es qué daño (molestia o dolor) se estimará como suficientemente relevante.
¿Se estará acaso a la particular sensibilidad de los cónyuges? Un desliz pasajero puede
ser una contingencia que merezca perdón para algunos, pero para otros puede ser un
hecho tan doloroso como intolerable. La cuestión depende de tal forma de aspectos
subjetivos y de la propia relación de la pareja que es imposible discernirlo
externamente.
Usualmente, los autores chilenos que abordan esta cuestión aluden en la materia al
derecho francés, que establece en una norma especial un requisito sobre la magnitud
del daño entre cónyuges para proceder a la reparación por la disolución del matrimonio,
y por tal motivo, efectuaré algunas anotaciones al respecto. El artículo 266 del Código
Civil francés, luego de la reforma de 2004 (ley Nº 2004-439), establece que puede
otorgarse una indemnización por las "consecuencias de una particular gravedad" que
sufra un cónyuge por la disolución del matrimonio, tanto en el caso de divorcio por
quiebre irremediable de la convivencia o en caso de divorcio debido a la culpa
exclusiva de un cónyuge. Esta regla se utiliza para ejemplificar que sólo los daños
relevantes o de cierta magnitud, generados por la disolución, darían lugar a la
indemnización. Esa reforma quiso de cierta manera "pacificar" el divorcio, "disociando
la culpa y el dinero", modificando la regla anterior (proveniente de una ley de 1975)
que permitía demandar daños morales y patrimoniales provocados únicamente por la
culpa exclusiva y probada de un cónyuge que haya dado lugar al divorcio. 250Nótese
que se trata de daños provenientes de la disolución del matrimonio por esas causas,
pues los perjuicios provenientes de otros atentados (como daños corporales o atentados
a derechos de la personalidad) han quedado siempre comprendidos en Francia en las
reglas generales de la responsabilidad civil extracontractual, y en ellos no tienen
ninguna relevancia las consecuencias de la disolución del matrimonio, como
constantemente lo hace presente la Corte de Casación.251Debe también destacarse que
en un derecho codificado del cual es directamente tributario el derecho chileno, fue
necesaria una intervención legislativa (primero en 1975 y luego en 2004) para autorizar
estos daños por el solo hecho de la disolución del matrimonio. De todas maneras, estas
reformas no han logrado completamente su objetivo y subsisten en el presente serias
dudas acerca de cómo deberían interpretarse y en qué consistirían esas "consecuencias
de una particular gravedad". Un fallo muy comentado de la Corte de Casación francesa
ha sostenido que abandonar a su cónyuge por una nueva pareja, luego de 39 años de
matrimonio y en condiciones difíciles, no genera esas consecuencias de una particular
gravedad.252 Esto muestra las dificultades para definir la magnitud del daño. Los pocos
casos en que se ha aceptado la configuración de la magnitud de este daño son
situaciones completamente excepcionales, que van infinitamente más allá incluso de
un adulterio "grave" y reiterado, tales como: un marido que deja a su mujer, luego de
56 años de matrimonio, cuando ella tiene 76 años y se encontraba inválida; 253 un
divorcio que tuvo lugar en un país distinto a la nacionalidad de la esposa, en el cual no
tenía familia, quedando sola254. Los casos muestran la dificultad de discernir la
gravedad de los daños, incluso en presencia de un texto que expresamente autoriza esta
indemnización.
En todo caso, aun cuando en el derecho chileno existiese una disposición legal de esa
naturaleza autorizando la indemnización por la disolución del matrimonio, cuestión que
no es el caso, de todas formas pareciera que el simple hecho de mantener relaciones
sexuales con un tercero, incluso si son reiteradas, y luego de muchos años de
matrimonio, no daría lugar a la reparación del daño.
CONCLUSIONES
Ahora bien, ese juicio que pudiere ser más o menos positivo, cambia radicalmente
cuando nos aproximamos al tema en comento desde la perspectiva del padre y nos
preguntamos acerca de su derecho a investigar su paternidad y a hacer valer la verdad
real por sobre la formal o nos preguntamos directamente por su derecho a la identidad,
quedando a nuestro juicio en evidencia que una relación que estimamos que debiera ser
simétrica entre procreantes y procreados, rompe esta exigencia afectando seriamente el
derecho del padre a determinar e impugnar su paternidad, y con ello por tanto, su
derecho de identidad.
En efecto, desde ya hace algún tiempo que interrogantes tales como si el padre tiene
o no derecho a reclamar la filiación matrimonial de un hijo que no tiene filiación
paterna o si sólo cabe reconocerlo; o cuál es la fórmula del cómputo del plazo de
caducidad para impugnar la paternidad presumida o para ejercer la acción de nulidad
del reconocimiento por vicios en la voluntad, nos conducen a respuestas que estimamos
como inadecuadas, pero a eso que ya es menudo problema hoy debemos agregar la
existencia de algunos fallos en que, ante la ausencia de esfuerzos legislativos serios, o
más bien fructíferos, destinados a corregir importantes asimetrías en la materia y en el
loable afán de hacer justicia, han llegado a resolver derechamente contra texto expreso
de la ley, lo que a nuestro juicio nos deja probablemente en el peor de los escenarios:
aquel en que ni siquiera resulta posible asegurar cuál será en definitiva la regla que
habrá de aplicarse al caso concreto.
De acuerdo con lo dispuesto en los artículos 184 y siguientes del Código Civil (en
adelante CC), existen tres mecanismos de determinación de la paternidad: la presunción
simplemente legal del artículo 184, aplicable al hijo de filiación matrimonial,260 el
reconocimiento y la sentencia judicial, y resulta ser que en las tres figuras encontramos
problemas. En ese orden analizaremos los nudos críticos que se presentan.
El problema compartido por ambas acciones, por estar sujetas al mismo régimen en
materia de plazo, salta a la vista: se trata a todas luces de un plazo extremadamente
breve, y que por la forma de cómputo contemplado, esto es, "en el término de ciento
ochenta días siguientes a que tuvo conocimiento del parto, o dentro del plazo de un
año, contado desde esa misma fecha, si prueba que a la época del parto se encontraba
separado de hecho de la mujer", transforma su eficacia en letra muerta, sustituyendo
la presunción simplemente legal de paternidad en una presunción de derecho, lo cual
resulta paradójico en un sistema que se predica como garante de la realidad biológica
por sobre la formal.
Así entonces, aunque haya engaño de la madre, la acción habrá caducado si el marido
descubre tardíamente no ser el padre, aunque esté en condiciones de probar que no lo
es.261
Frente al problema que nos ocupa, esto es, el plazo y fórmula de cómputo del mismo,
respecto a la acción de impugnación de la paternidad presumida, se han comenzado a
levantar desde hace algún tiempo algunas voces críticas en el ámbito de la doctrina
nacional, que han llegado a calificar derechamente a la caducidad de la acción
impugnatoria como inconstitucional, por transgredir el derecho fundamental a la
identidad biológica dentro de la filiación matrimonial.262
Que la crítica al sistema, por nuestra parte, no implica pretender que la acción
impugnatoria no deba estar expuesta a un plazo de caducidad, porque ello contravendría
la necesidad de seguridad y certeza que el derecho también reclama, sino que establecer
un sistema de cómputo que resguarde efectivamente el derecho de sus titulares, y en el
caso que nos ocupa, del marido de la madre.
Respecto a la crítica que desliza el fallo acerca del artículo 212, no podemos sino
coincidir en el sentido de que la norma en los hechos priva a los maridos de impugnar
la paternidad presumida, atendido que los 180 días o el año conforme a su tenor literal
deben computarse a partir del nacimiento del niño, con lo que efectivamente se les priva
de su derecho a acceder a la justicia. Sin embargo ésta, que pudiere ser una razón que
perfectamente podría justificar una declaración de inaplicabilidad por
inconstitucionalidad por parte del Tribunal Constitucional, como así ocurrió en el
derecho español en que el Tribunal Constitucional declaró en el año 2005 que era
inconstitucional un precepto prácticamente idéntico al que comentamos, estimamos
que ello no autoriza a los tribunales ordinarios para eludir su aplicación, menos aún con
el tipo de argumentación que se utiliza.265
En efecto, la presunción de paternidad se basa sólo en dos hechos ciertos, cuales son,
el matrimonio de los padres y el nacimiento del hijo dentro de dicho matrimonio, no en
la fidelidad de la madre que es por cierto un hecho desconocido, el cual, si bien autoriza
para impugnar, ello debe hacerse dentro del plazo que el ordenamiento jurídico ha
fijado para ese efecto.
Es así como, en base al artículo 202 del CC, el padre reconociente, probando la
ocurrencia del vicio que invoca, podrá obtener la declaración de nulidad del
reconocimiento.
Ante el defecto normativo evidente del artículo 202 del CC, en lo que respecta a la
fórmula de cómputo del plazo de prescripción, es que también en este contexto se han
alzado voces críticas, que incluso han inspirado proyectos de reforma, encontrándonos
con que desde el 15 de marzo de 2012 se encuentra aprobado por la Cámara de
Diputados, en general y en particular, un proyecto de ley que modifica la norma en
comento, en el sentido siguiente: "la acción para impetrar la nulidad del acto de
reconocimiento por vicios de la voluntad prescribirá en el plazo de un año, contado
desde la fecha de su otorgamiento y en el caso de error o fuerza desde que éste hubiere
cesado".268
Señala el considerando sexto del fallo citado, "que de los hechos descritos por el
actor en su demanda se desprende que su voluntad se encontraba viciada, pero no por
la fuerza como sostiene el recurrente, sino por la concurrencia de una falsa
representación de la realidad que radicó en la identidad del niño, la que de no haber
existido, habría evitado que lo reconociera como su hijo, y que aquélla se mantuvo
hasta conocer el resultado del examen biológico que acompañó en su demanda, cuyo
resultado fue corroborado con la prueba pericial pertinente, puesto que ambos
excluyeron la paternidad en relación al niño reconocido, por lo que al demandante
atendido el estado actual de la ciencia y los hechos establecidos en la causa, no le era
posible desprenderse de esa falsa representación de la realidad, sino una vez obtenida
esa certeza por medio de dichos exámenes".
El presente caso tiene, sin embargo, características distintas de las otras dos
situaciones antes planteadas, que a nuestro juicio podrían llegar a fundamentar de mejor
manera una decisión judicial amparando la pretensión del padre y, de hecho, como nos
consta, así lo hacen algunos tribunales.
La primera diferencia dice relación con la redacción del precepto. Aun cuando en la
discusión de la ley Nº 19.585 existe constancia de que no se daría acción de reclamación
al padre o madre en el contexto de la filiación matrimonial, porque estos podían
directamente reconocer al hijo, lo concreto es que la redacción del precepto no es clara
a estos respectos, porque el artículo 205, cuando se refiere a la acción que corresponde
al padre, dice que ésta le corresponderá cuando el hijo tenga determinada una filiación
diferente, no que "sólo" le corresponda en ese caso. Podemos estimar que la expresión
"sólo", utilizada por la norma, se aplica únicamente cuando se refiere a la acción que
puede ejercer el hijo y no a aquella que corresponde a sus padres.
Una segunda cuestión, que también permite fundar de mejor manera esta acción, es
el hecho de que las acciones que nacen de los derechos no dependen de que estén o no
tipificadas en el ordenamiento jurídico. Existen porque existe el derecho y no porque
una norma la consagre, de tal manera que para que el padre no tuviera la referida acción
tendría que existir una norma que lo privara del mismo, que no la hay; existiendo, por
el contrario, disposiciones que obran en el sentido contrario: proclamando el derecho a
investigar paternidad y maternidad y admitiendo para ello toda clase de pruebas.
A pesar de lo dicho, esto es, estimando que en este caso contamos con mejores
razones para amparar el derecho del padre a reclamar su paternidad, creemos que en
tanto no se revise la normativa existente seguiremos estando en lo que describíamos
como el peor de los mundos, en que frente a la pregunta acerca de la legitimación del
padre de la acción de reclamación tendremos que empujar a quien alberga dudas acerca
de su paternidad a reconocer o a iniciar un juicio con un destino absolutamente incierto,
en el que un tribunal podrá desestimar tempranamente la demanda, normalmente en la
audiencia preparatoria, ante la imposibilidad de aplicar el control de admisibilidad en
esta materia; podrá acogerla a tramitación con o sin oposición de la contraria ordenando
la práctica de pruebas periciales biológicas, pero cuántos jueces estarán dispuestos a
dictar sentencia y a acoger en definitiva la demanda ante la negativa injustificada de la
madre a practicarle las pruebas periciales biológicas al menor.
Es este último punto el que nos hace mantener lo que hasta aquí venimos sosteniendo,
en el sentido que urge que el legislador introduzca las modificaciones necesarias que
permitan garantizar al padre, con el debido respeto al interés superior del niño, su
legítimo derecho a investigar también su paternidad.
CONCLUSIONES
3. Como consecuencia de lo anterior, así como cada hijo tiene el derecho inalienable
a conocer su origen biológico, cada padre y madre tiene el derecho fundamental de
conocer a quienes han procreado.
7. Lo anterior implica que, aunque haya existido mala fe y engaño por parte de la
madre, si el marido descubre después de los exiguos plazos indicados que no es el
padre, queda impedido de impugnar la paternidad que la ley le ha presumido, lo que,
tal como ha dicho el Tribunal Constitucional en España, termina convirtiendo la
presunción de paternidad en una presunción de derecho, y que como tal no admite
prueba en contrario. No al menos, por el marido de la madre.
10. Pero si los temas examinados son ya un problema, ni siquiera novedoso para
quienes miramos desde hace algún tiempo esta materia, esto se ha visto agravado por
la existencia de fallos en que, como se dijo al comenzar, con el loable afán de hacer
justicia han desatendido el tenor de la ley, enfrentándonos a lo que estimamos termina
convirtiéndose en un problema mayor, como es la falta de certeza jurídica.
11. Los ciudadanos tenemos el derecho a conocer las reglas conforme a las cuales
serán resueltas nuestras pretensiones por los tribunales de justicia, derecho que en la
materia que planteamos sentimos conculcado, cuando mediante soluciones creativas
los tribunales ordinarios inspirados en los más altos principios jurídicos, tratados
internacionales y derechos constitucionales, dejan de aplicar el derecho vigente, que si
bien tiene defectos graves que requieren ser corregidos, esto debe producirse por los
cauces institucionales que en derecho corresponda: Tribunal Constitucional y Poder
Legislativo.
13. Merecemos leyes que entreguen soluciones adecuadas y coherentes entre sí, a los
nudos críticos que aún persisten en el régimen filiativo chileno, que garanticen los
derechos de todos los involucrados, y por cierto el de los padres, responsabilidad que
creemos que no puede seguir siendo traspasada a los jueces.
Precisar un concepto de familia no es tarea fácil. Lo anterior se deriva del hecho que,
en principio, la familia se puede definir de diferentes maneras, dependiendo del
enfoque que escojamos. En un "enfoque formalista", la familia se define en términos
de algunos rasgos observables de sus miembros (como el matrimonio o la existencia de
niños). En un "enfoque funcional", la familia se determinará sobre la base de la
verificación del cumplimiento de ciertas funciones específicas, realizadas
materialmente por un grupo de personas (como el cuidado o la mantención económica).
Por último, la familia puede ser definida de manera "auto-identificadora", caso en el
cual, cada grupo o unidad social podrá proveer de una definición de aquello que la
constituye (como la amistad, la comunidad u otra forma de relación social estrecha).1
Junto con los enfoques anteriores, la idea de familia también puede describir varios
estados o posiciones sociales objetivas asociadas a ella. Cada una de las cuales tendrá
efectos para su reconocimiento legal posterior. Así, es posible hablar, por ejemplo, de
"familia nuclear" (padres e hijos dependientes); "parentesco" (un grupo mayor de
personas relacionadas por sangre o matrimonio), o simplemente "hogares" (un
alojamiento compartido en grupo).272
Aunque, como norma, la cohabitación puede ser un requisito para tal relación, otros
factores pueden servir también excepcionalmente para demostrar que una relación es
lo suficientemente constante como para crear de facto "vínculos familiares".281 La
existencia o falta de existencia de "vida familiar" es esencialmente una cuestión de
hecho, que depende de la existencia real en la práctica de vínculos personales y
estrechos.282
El Sistema Universal de Derechos Humanos ha tenido una posición en línea con las
definiciones interamericana y europea sobre la familia. En Hendriks v. Netherlands, el
Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas dejó en claro que la familia
sobrevive la separación y el divorcio, a propósito del artículo 23 (1) del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos.283Este progresivo decople entre familia
y matrimonio es reforzado por el Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas al
referirse al tipo de relaciones de cuidado que la ley puede conceder a un adulto, en el
marco de relaciones familiares cubiertas por el artículo 5º de la Convención de
Naciones Unidas Sobre los Derechos del Niño.284En este sentido, el Comité de
Derechos del Niño ha sostenido: "[...] En circunstancias normales, los padres de un
niño pequeño desempeñan una función esencial en la realización de sus derechos, junto
con otros miembros de la familia, la familia ampliada o la comunidad, incluidos los
tutores legales, según sea el caso. Ello se reconoce plenamente en la Convención
(especialmente en el artículo 5º), junto con la obligación de los Estados Partes de
ofrecer asistencia, en particular servicios de atención infantil de calidad (especialmente
el artículo 18). El preámbulo de la Convención se refiere a la familia como "el grupo
fundamental de la sociedad y medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos
sus miembros, y en particular de los niños". El Comité reconoce que "familia" aquí se
refiere a una variedad de estructuras que pueden ocuparse de la atención, el cuidado y
el desarrollo de los niños pequeños y que incluyen a la familia nuclear, la familia
ampliada y otras modalidades tradicionales y modernas de base comunitaria, siempre
que sean acordes con los derechos y el interés superior del niño".285
Suele indicarse que los padres tienen, en relación a sus hijos, una posición jurídica
compleja descrita como "derecho-deber". A esa descripción se suma una progresiva
utilización del discurso de los derechos, para describir las expectativas de los adultos a
formar familia y al reconocimiento de su estatus parental. En paralelo, la irrupción de
la CDN ha ido imponiendo nuevos estándares jurídicos para regular las relaciones
parento-filiales y las relaciones entre padres/hijos y el propio Estado. Este escenario
suele generar confusiones respecto al correcto uso y definición de los términos
derechos, deberes y privilegios, en el ámbito familiar.
2. DEBERES
Sostener la idea de que los padres tienen derechos sobre sus hijos, equivale a
considerar a los niños como su propiedad o, en el mejor de los casos, como mera
extensión de sus padres.288 Lo cierto es que, en condiciones jurídicas modernas, los
padres o adultos responsables tienen, más bien, un deber (moral y jurídico) de ejercer
las funciones de cuidado respecto de aquellos niños que quedan bajo su autoridad. Lo
que esto significa en este contexto es que alguien con 'responsabilidad parental' está
obligado por una norma o normativa en lo que se refiere a su comportamiento respecto
de sus hijos. En resumen, que deben cuidar de ellos, apoyarlos y criarlos de buena
manera. Si bien la motivación central del cumplimiento debido en esta esfera es el del
amor o el cuidado voluntario o espontáneo (es decir, no motivado principalmente por
el Derecho), los deberes parentales no son exclusivamente morales. Debido a que
'responsabilidad parental' es un término legal, se trata de normas legales y que generan
consecuencias jurídicas más o menos precisas, dependiendo de los contextos
normativos de que se trate.289
3. DERECHO - PRIVILEGIO
Artículo 5º: "Los Estados Partes respetarán las responsabilidades, los derechos y
los deberes de los padres o, en su caso, de los miembros de la familia ampliada o de
la comunidad, según establezca la costumbre local, de los tutores u otras personas
encargadas legalmente del niño de impartirle, en consonancia con la evolución de
sus facultades, dirección y orientación apropiadas para que el niño ejerza los
derechos reconocidos en la presente Convención".
Artículo 18: "1. Los Estados Partes pondrán el máximo empeño en garantizar el
reconocimiento del principio de que ambos padres tienen obligaciones comunes en
lo que respecta a la crianza y el desarrollo del niño. Incumbirá a los padres o, en su
caso, a los representantes legales la responsabilidad primordial de la crianza y el
desarrollo del niño. Su preocupación fundamental será el interés superior del niño.
3. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas para que los niños
cuyos padres trabajan tengan derecho a beneficiarse de los servicios e instalaciones
de guarda de niños para los que reúnan las condiciones requeridas".
4. DERECHOS
Si los adultos responsables tienen, respecto del niño, un deber, los niños tienen
respecto de esos adultos, derechos.292 En contra de las ideas tutelares sobre la infancia,
el Derecho de Infancia contemporáneo se basa en la idea de los niños como sujetos
legales, portadores de derechos fundamentales.293 Dicha idea no excluye la existencia
de necesidades y expectativas de los niños que no pueden ser reducidas a meros
derechos (como el amor, la felicidad y el bienestar). Ocurre, más bien, que el Derecho
de Infancia entiende al niño en una posición dual: un estatus en que los niños son
considerados, a la vez, como portadores de derechos y sujetos de protección integral.294
En cuanto derecho sustantivo, el ISN reconoce a los niños una posición jurídica
actualmente exigible para reclamar que sus intereses o derechos sean debidamente
tomados en cuenta en la toma de decisiones que les afecten. Más específicamente, la
noción de derecho sustantivo apela a la idea de que a los niños les asiste un poder,
derivado de una posición jurídica privilegiada, para buscar la imposición de
restricciones normativas sobre los actos y actividades de terceros, respecto del respeto
de los propios intereses de los primeros.295 Tales restricciones, a su vez, se manifiestan
concretamente en la obligación jurídica de maximizar los derechos o intereses de los
niños (y no de los adultos, incluidos sus padres), como una consideración primordial
en toda decisión que se adopte a su respecto.296
Esta idea es capturada por la CDN, al reconocer una serie de derechos para los niños,
de aplicación directa e indispensable en el ámbito de las relaciones familiares. Estos
derechos se dividen, a su vez, en derechos que los niños tienen en relación a sus padres
y a derechos que pueden ejercer respecto del Estado. Entre los derechos que los niños
tienen en contra de sus padres destacan el derecho a estar libre de toda forma de
violencia o maltrato (incluido el castigo corporal)297 y a que su voz sea oída y tomada
en cuenta (también por sus padres)298. Estos dos derechos han sido precisados por el
Comité de Derechos del Niño al describir la forma en que padres responsables,
inspirados por el deber y sitiados por la normatividad, ejercen el cuidado asignado
sobre sus hijos.
Precisando el derecho de los niños a vivir libres de toda forma de violencia, el Comité
ha indicado que: "Castigos corporales. En su Observación general Nº 8 (párr. 11), el
Comité definió el castigo 'corporal' o 'físico' como todo castigo en el que se utilice la
fuerza física y que tenga por objeto causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea
leve. En la mayoría de los casos se trata de pegar a los niños ('manotazos', 'bofetadas',
'palizas'), con la mano o con algún objeto —azote, vara, cinturón, zapato, cuchara de
madera, etc.—. Pero también puede consistir por ejemplo en, dar puntapiés, zarandear
o empujar a los niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarles del pelo o de las orejas,
golpearlos con un palo, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, producirles
quemaduras, obligarlos a ingerir alimentos hirviendo u otros productos. El Comité
opina que el castigo corporal es siempre degradante".299
A su vez, y en relación al derecho de los niños a ser oídos y tomados en cuenta, el
Comité ha precisado: "El artículo 5º de la Convención establece que los Estados partes
respetarán las responsabilidades, los derechos y los deberes de los padres, los tutores o
los miembros de la familia ampliada o de la comunidad, según establezca la costumbre
local, de impartir dirección y orientación al niño en su ejercicio de los derechos
reconocidos en la Convención. Por consiguiente, el niño tiene derecho a recibir
dirección y orientación, que tienen que compensar la falta de conocimientos,
experiencia y comprensión del niño y estar en consonancia con la evolución de sus
facultades, como se establece en ese artículo. Cuantas más cosas sepa, haya
experimentado y comprenda el niño, más deben los padres, tutores u otras personas
legalmente responsables del niño transformar la dirección y orientación en
recordatorios y consejos y, más adelante, en un intercambio en pie de igualdad. Esta
transformación no tendrá lugar en un punto fijo del desarrollo del niño, sino que se
producirá paulatinamente a medida que se alienta al niño a aportar sus opiniones.
En relación con los derechos que la CDN reconoce a los niños y que pueden ser
ejercidos en contra del Estado, destacan el derecho a permanecer en su familia de origen
y no ser separados de ella301; el derecho a mantener un contacto o relación directa y
regular con aquellos padres que no viven con el niño302, y el derecho a que se facilite
la reunificación familiar entre el niño y aquellos padres que no se encuentran en el
mismo territorio nacional.303
Estos derechos especiales de los niños son esenciales para verificar el respeto que el
Estado debe dar a la protección del derecho a la vida familiar, aun cuando se argumente
la intervención pública en aras de prevenir o detener la violación de un derecho del
niño.304 En este sentido, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha señalado
que el art. 17 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos reconoce a la
familia como el elemento natural y fundamental de la sociedad, y que ella debe ser
protegida por la sociedad y el Estado; agregando que "dada la importancia del derecho
a la protección a la familia, el Estado se encuentra obligado a favorecer el desarrollo y
la fortaleza del núcleo familiar y que la separación de niños de su familia constituye,
bajo ciertas condiciones, una violación de su derecho a la familia. Así, el niño tiene
derecho a vivir con su familia, llamada a satisfacer sus necesidades materiales,
afectivas y psicológicas".305
CONCLUSIONES
INTRODUCCIÓN
La mayoría de la doctrina, hasta hace muy poco tiempo, entendía que los derechos
del niño eran derechos subjetivos de la personalidad. Sin embargo, actualmente existen
autores que han puesto en duda esta aseveración. Así, Quesada González entiende que
estos derechos configuran más bien una posición subjetiva que comprende derechos y
deberes.307En virtud de esta posición se entiende que los derechos de la personalidad
de niños (as) y adolescentes emanan de su calidad de seres humanos.308Es más, la
referida autora sostiene que es posible extender los derechos de la personalidad a
supuestos que aún no han sido consagrados expresamente por la Constitución. A este
respecto, Rogel Vide destaca que "...unos mismos bienes —los de la personalidad—
pueden constituir, en el ámbito privado, el objeto de los derechos de la personalidad, y,
en el público, el de los derechos fundamentales o libertades públicas".309Pero para
poder conceptualizar a los derechos de la personalidad se debe tener suficientemente
clara cuál es la concepción de personalidad en un ordenamiento jurídico.310En cambio
para otros, los derechos de la personalidad más que derechos personales parecen ser
derechos reales, por sus efectos absolutos o erga omnes.
En torno a la relación existente entre la CDN y los derechos del niño, conforme a
Baratta, la esfera de protección de los derechos del niño, contenida en el artículo 12 de
la referida Convención, se desarrolla a través de los denominados "derechos débiles".
De esta forma, al niño(a) o adolescente se le conceden unos derechos que se
caracterizan por su falta de simetría entre las obligaciones del Estado y las pretensiones
de los titulares. El niño o niña, de acuerdo al referido autor, especialmente en la medida
que va creciendo, tiene un derecho a hacerse un juicio propio que está configurado
como un deber de prestación contra el Estado. Pero dicha posibilidad no corresponde a
una posición jurídica subjetiva concretamente determinada por el niño.311 Baratta
critica que el niño(a) o adolescente no sea escuchado, de acuerdo al artículo 12.2 la
CDN, obedeciendo a un imperativo jurídico.312 De acuerdo al referido autor, el niño
goza de forma plena de los derechos fundamentales, y además, de forma privilegiada
con respecto a los adultos.313 También es posible entender que los derechos del niño(a)
y adolescente son derechos fundamentales privilegiados. Para el autor, ello se traduce
en un reconocimiento expreso de sus derechos civiles y de libertad, y de sus derechos
económicos, sociales, culturales, procesales y comunicativos.314 Pero la calidad de
privilegiados de estos derechos puede encontrarse, más que en estas consideraciones,
en su establecimiento como una forma de ampliar la esfera de protección del Estado en
torno a una "parte débil", como sería el caso del niño. Ello es evidente, ya que estos
derechos no se ejercen de una mejor forma que los mismos derechos en el caso de los
adultos; pero su ejercicio se encuentra fuertemente limitado. Así, concretamente, estas
limitaciones se traducen en la exclusión de ciertos contenidos del derecho respecto del
niño(a) y adolescente —como la libertad sexual, libre acceso a ciertos locales, negación
a efectuarse una transfusión de sangre por motivos religiosos, derecho a ser elegido y
votar, etc.— o facultades que le son reconocidas sólo limitadamente, como la libertad
para someterse a una operación o a donar uno de sus órganos, todas exclusiones de
contenido o limitaciones a la libertad del niño. Esto, en cuanto a los derechos de la
infancia, como derechos fundamentales protegidos de una forma diferente a los de los
adultos; pero, como ya se señaló, también puede atenderse a estos derechos como
sustentadores del desarrollo del niño como persona.
En cuanto a si los derechos de la personalidad del niño se pueden discutir si ellos son
especiales e independientes o, en cambio, son derechos comunes a todos los seres
humanos. A este respecto, los autores más bien parecen adoptar una posición
intermedia. Así, Delva señala que: "...los derechos de los niños y los derechos humanos
son los mismos en cuanto a la titularidad, pero no lo son en cuanto a la modalidad".
Agrega el referido autor que esto se refleja, por ejemplo, en el reconocimiento de la
libertad de pensamiento.315 A su vez, también existe una serie de deberes del Estado
para con la familia, por ejemplo el control de las entradas y salidas del niño, conforme
a los artículos 9.1 y 3º y 10 de la CDN.
Una vez analizados los derechos de la personalidad como derechos autónomos, serán
estudiados a continuación como derechos humanos. Verhellen319 divide los derechos
humanos del niño de la siguiente forma:
a) Derechos civiles, que estarían contenidos en los dieciocho primeros artículos de
la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero además, incluyen el derecho a la
integridad —"integrity rights"—, que comprendería los derechos contra la tortura, el
rapto, violación, arresto de menores y otros.
Entre estos derechos podemos ubicar a los derechos de protección familiar (artículos
7º, 18, 20.1 y 27.1 y 2º de la CDN).320Y uno de los aspectos que la Convención trata
con más fuerza es la estrecha vinculación del niño(a) con su familia. Así, en cuanto a
los derechos fundamentales de la infancia, la primera de las referidas normas dispone
que el niño tendrá derecho "... en la medida de lo posible, a conocer a sus padres y a
ser cuidado por ellos". Y el artículo 18.1, agrega que: "[l]os Estados Partes pondrán
el máximo empeño en garantizar el reconocimiento del principio de que ambos padres
tienen obligaciones comunes en lo que respecta a la crianza y el desarrollo del niño.
Incumbirá a los padres o, en su caso, a los representantes legales la responsabilidad
primordial de la crianza y el desarrollo del niño. Su preocupación fundamental será el
interés superior del niño". Para el artículo 20.1, "[l]os niños temporal o
permanentemente privados de su medio familiar, o cuyo superior interés exija que no
permanezcan en ese medio, tendrán derecho a la protección y asistencia especiales del
Estado", y finalmente, el artículo 27, establece que: "1. Los Estados Partes reconocen
el derecho de todo niño a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental,
espiritual, moral y social. 2. A los padres u otras personas encargadas del niño les
incumbe la responsabilidad primordial de proporcionar, dentro de sus posibilidades y
medios económicos, las condiciones de vida que sean necesarias para el desarrollo del
niño".
Todas estas consideraciones han llevado a concluir que el niño(a) y adolescente tiene
capacidad de ejercicio, en cuanto a sus derechos fundamentales; y le son aplicables
todos los pactos y convenciones internacionales. En consecuencia, la consideración
fundamental en esta materia es determinar si el niño(a) o adolescente tiene legitimación
activa en el ejercicio de sus derechos fundamentales y de la personalidad. A su vez, el
artículo 12.2 de la CDN se refiere al derecho que tiene el niño a ser escuchado en todo
procedimiento judicial o administrativo que lo afecte, ya sea directamente o por medio
de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas de
procedimiento de la ley nacional.
En el ámbito del derecho europeo, algunos autores, como Verhellen, sostienen que
de los artículos 13 y 25.1 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y las Libertades Fundamentales, de 4 de noviembre de 1950, se desprende
dicha habilitación.325
Respecto de ciertas medidas que puedan hacer retroceder este derecho, cabe señalar
que la vida e intimidad familiar y la libertad de culto de los herederos del supuesto
padre pueden entrar en colisión con el derecho a la identidad invocado en una acción
de determinación de la filiación. Este conflicto de derechos resulta patente en caso de
ser solicitada la exhumación del cadáver del supuesto padre en juicios de filiación.
En este sentido, es importante tener en cuenta que, no obstante el altísimo grado de
certeza que arrojan las pruebas biológicas, no existe un orden legal de prelación de las
pruebas de acreditación de la paternidad y de la maternidad, lo cual queda confirmado
por el sistema de apreciación de la prueba en materia de familia, esto es, la sana crítica.
La ley dice que "el juez 'podrá' (...)" dar a estas pruebas, por sí solas, valor suficiente
para establecer la paternidad o la maternidad, o para excluirla.
Sin embargo, hacia fines de los años 2000, nuestro Tribunal Constitucional ha
sostenido una posición diversa. Al pronunciarse sobre el conflicto entre el derecho a la
identidad y la necesidad de preservar la paz y la armonía familiar de los herederos, ha
relevado la protección de tal derecho en los siguientes términos: "Si lo que se buscaba
era lograr un equilibrio entre la búsqueda de la verdad en materia de libre
investigación de la paternidad con la 'necesidad de preservar la paz y la armonía
familiar de los herederos', bastaba con introducir resguardos frente a las demandas o
con asegurar que se respondiera de la mala fe empleadas, 'sin sacrificar el pleno
respeto de los derechos a la identidad personal y a obtener la verdad biológica' (...)".332
Los argumentos más relevantes del voto de mayoría al acoger los requerimientos han
sido:
- Respecto del artículo 206 y el atentado al derecho a la identidad sobre la base del
artículo 5º de la Constitución en relación a diversos Tratados Internacionales
ratificados por Chile: la reclamación de la filiación constituye un derecho desde el
momento en que permite acceder a la verdad biológica. Considerando que no puede
existir una facultad más ligada a la naturaleza humana que la necesidad de reafirmar el
propio yo, se debe afirmar que el derecho a la identidad personal constituye un derecho
esencial que emana de la propia naturaleza humana que, aun cuando no tenga
reconocimiento expreso en la Carta Fundamental, limita el ejercicio de la soberanía.
Así, no puede resultar acorde con la ley Suprema circunscribir la acción de reclamación
de paternidad o maternidad a los supuestos que el art. 206 del Código Civil contempla,
precisamente si su aplicación impide reconocer el lugar que una persona ocupa dentro
de la sociedad.
Como vemos, estas decisiones interpretan la norma más allá del sentido literal que
pudieran tener, sacrificando lo que podríamos denominar "seguridad jurídica de las
relaciones familiares".
Corral Talciani333 estima que: "la actualidad del interés no debe ser identificada con
la actualidad de un derecho adquirido. Lo que importa es (...) lo que se producirá aun
cuando el beneficio concreto esté sujeto a circunstancias que pueden mutar en el
futuro". Por su parte, Etcheberry334 señala que: "para que exista interés patrimonial es
necesario que éste provoque un efecto en su patrimonio" y que sea actual, esto es, real
y efectivo, no basado en una "mera hipótesis". Ramos Pazos335 adhiere a la
interpretación tradicionalmente aplicada en el Derecho patrimonial, señalando que el
interés actual significa interés patrimonial, no siendo suficiente el "puro interés moral".
Está claro que interpretar el artículo 216, de una u otra forma descrita, incide en el
derecho a la identidad del hijo y en el derecho a la vida familiar de ese hijo y de los
demás involucrados en el juicio.
III. TERCER TEMA: POSESIÓN NOTORIA DEL HIJO MENOR DE CINCO AÑOS
El artículo 200 del Código Civil establece la posibilidad de alegar, como excepción
a la prueba biológica en los juicios de filiación, la "posesión notoria de la calidad de
hijo respecto determinada persona". Para alegarla, se debe acreditar que durante al
menos cinco años se haya dado trato, nombre y fama por el padre, madre o ambos al
presunto hijo. ¿Cómo se resuelve un caso en que no se ha podido completar el lapso
que exige la ley, pero debido a que el presunto hijo en cuestión tiene menos de cinco
años de edad?
Por último, cabe señalar que recientemente fue introducida la figura del Acuerdo de
Unión Civil, el cual, a mi juicio, no reconoce suficientemente las relaciones familiares
del niño. Como sabemos, la ley que lo introdujo permite al juez entregar el cuidado
personal del hijo al cónyuge o conviviente civil del padre o madre. Ello es positivo en
cuanto reconoce la existencia de hogares recompuestos o ensamblados; en particular,
asume expresamente la conformación de hogares homoparentales al referirse al
"conviviente civil" del padre o madre (el cual podrá ser o no del mismo sexo de dicho
padre o madre).
PRESENTACIÓN
Como punto de partida habrá que decir algo obvio: la realidad familiar ha cambiado
y con ello han cambiado también, progresivamente, las normas sobre filiación,
adopción, matrimonio y sus formas de terminación, las relaciones paterno-filiales y las
relaciones de pareja en general. La marcada evolución es innegable y frente a estos
cambios, surge una serie de interrogantes legítimas, dentro de las cuales se encuentra
aquella que se vincula con la noción de familia que va dibujándose por medio de esas
nuevas regulaciones.
El inicio de un proyecto de vida en común no se hace hoy únicamente por medio del
matrimonio. Antes, hoy y seguramente así será en el futuro, las relaciones estables de
pareja, las uniones de hecho, las convivencias, ocuparán un lugar importante dentro de
las opciones para organizar la vida afectiva.
Lo que intentaré poner en el debate, en estas breves líneas, es que la forma como se
considera a los niños, o más precisamente, a los hijos, en la regulación de las relaciones
de pareja —en el caso chileno, en el matrimonio y en el acuerdo de unión civil—
influye finalmente en la delimitación y redefinición de la noción de familia que el
ordenamiento jurídico construye. Es posible anticipar que el modelo de regulación de
las relaciones de convivencia, distinta al matrimonio, diseñado por la ley Nº 20.830 de
21 de abril de 2015, está pensado para regular una relación afectiva con intereses
individuales, principalmente patrimoniales, sólo entre dos adultos.
Por supuesto no es el objetivo de esta exposición dar razones por las cuales tal o cual
forma de relación de pareja es mejor o peor. No se trata de impulsar a elegir entre
matrimonio o convivencia civil, sino de exponer, a partir del factor "hijos" y de la forma
como ha quedado regulado positivamente el acuerdo de unión civil en nuestro
ordenamiento jurídico, algunas particularidades que inciden en la delimitación de estas
figuras jurídicas y en la idea actual de familia para nuestro legislador. Se trata, por
cierto, sólo de una de las muchas aproximaciones posibles al análisis.
Que la idea de hijos está presente en la configuración legal del matrimonio es algo
de lo que no cabe duda, aunque la ley admita los matrimonios estériles siempre que la
impotencia sea generandi y no coeundi, los matrimonios blancos342 y los matrimonios
de personas de edad avanzada.
Conforme a las normas legales, resulta que el matrimonio es una institución destinada
sin lugar a dudas a formar familia con hijos. En el matrimonio confluyen todas las
funciones esenciales para el desarrollo del ser humano que se reconocen a la familia,343
todas tienen que ver hoy con las nuevas generaciones, y ahí se encuentra el fundamento
que explicaría la necesidad de fortalecimiento y protección de la familia matrimonial.
Comparto las opiniones que han postulado que en el plano social y cultural la familia
es un instrumento de socialización del individuo, es un vehículo de transmisión de
pautas de comportamiento, de tradiciones, hábitos, valores, creencias, usos; es el cauce
para lograr la satisfacción de necesidades materiales y espirituales primarias del
individuo (alimentación, afectos, educación, etc.); de ella debieran salir los individuos
preparados para su inserción en el medio social; es donde se lleva a cabo el desarrollo
de la personalidad en la edad más dúctil del ser humano344 y es también la que
desempeña un mayor papel cuidador, llegando a ser considerada la primera institución
de servicios sociales,345 y el matrimonio es utilitario a aquellas funciones.
Conjuntamente con ello, el legislador se preocupa especialmente de la situación de los
hijos cuando se produce una ruptura matrimonial, como se anticipó.
La ley entiende el Acuerdo de Unión Civil como un contrato celebrado entre dos
personas que comparten un hogar, con el propósito de regular los efectos jurídicos
derivados de su vida afectiva en común, de carácter estable y permanente. La
regulación se sustenta en la existencia de una formalidad de origen convencional: el
consentimiento prestado personalmente —o por medio de mandatario facultado
especialmente—, en el Servicio de Registro Civil e Identificación, ante cualquier
oficial, quien levantará acta de todo lo obrado, la que será firmada por él y por los
contrayentes (art. 5º AUC). El acta levantada por el oficial del Registro Civil se debe
inscribir en el registro especial de Acuerdos de Unión Civil, que llevará el Servicio de
Registro Civil e Identificación (art. 6º AUC).356
Sin perjuicio de las buenas intenciones que inspiraron el proyecto, la ley publicada
adolece de serias falencias. Por lo pronto, se evidencia el doble juego del legislador que
acoge la demanda social de regular otras formas de relaciones de pareja, bajo el manto
protector familiar, pero no asume con rigor técnico dicha regulación. Para comprobar
lo afirmado basta un ejemplo simple: la contradicción que se produce entre el artículo
1º, que alude a una vida afectiva en común de carácter estable y permanente, y el
artículo 26, que regula las formas de terminación del AUC; término que se puede
producir en cualquier tiempo, entre otras causas, por mutuo acuerdo o por la simple
voluntad unilateral de uno de los convivientes civiles. El mutuo acuerdo o la voluntad
unilateral deben constar en escritura pública o acta otorgada ante oficial del Registro
Civil. La voluntad unilateral produce el efecto de poner término al acuerdo desde la
anotación marginal del instrumento que la contiene aunque no se notifique al otro
conviviente.361 Se pierde así uno de los aspectos que el art. 1º de la propia ley señala
como configurador de la convivencia civil, y que era tradicionalmente considerado en
la doctrina, y especialmente por la jurisprudencia para la delimitación de la figura. A
partir de ahí, en nuestra legislación el AUC no es una unión de dos personas para una
vida en conjunto estable y permanente, sino que es un contrato de relación de dos
personas con vínculos de afectividad efímeros, o como ha sido puesto de manifiesto,
una relación precaria.362
Finalmente, otro de los grandes contrasentidos del régimen de libre terminación que
ha quedado consagrado y de la carencia absoluta de estabilidad del AUC, se produce
en relación con el estado civil a que da lugar, por cuanto el estado civil por definición
está dotado de un cierto carácter permanente, desde que se conceptúa como la calidad
de un individuo, en cuanto le habilita para ejercer ciertos derechos o contraer ciertas
obligaciones civiles (art. 304 CC.); se habla tradicionalmente de una posición o calidad
permanente del individuo o del lugar permanente de una persona dentro de la sociedad,
en cuanto atributo de la personalidad.
En gran medida, lo que ofrecen los ordenamientos es una regulación con la finalidad
de extender a esas parejas el disfrute de derechos reconocidos a los cónyuges. Pero
¿hay propiamente regulación de una familia? La respuesta es relevante, pues la forma
como queda configurada una regulación determina —más allá de los discursos
grandilocuentes— la forma como es concebida.
Más allá de las legítimas aspiraciones para que las uniones de hecho y las relaciones
de parejas del mismo sexo fueran incorporadas a la legislación, resulta que la forma
como ha quedado regulado en nuestro ordenamiento jurídico el AUC, da cuenta de una
normativa que regla intereses individuales más que una comunidad de vida; y aun
cuando hay traslado de normas que lo asemejan al matrimonio, no resalta en la nueva
ley de modo sistemático y coherente el carácter solidario y protector propio de los
institutos familiares, de los cuales subyacen sus importantes funciones sociales. Se
termina acentuando más el carácter familiar del matrimonio y la finalidad reproductiva
y de crianza de hijos confiada a él, que además conlleva una valorización positiva de
la maternidad en el marco específico del matrimonio.
Dicha norma orienta también sobre una cierta noción de familia y el interés social en
su especial protección. El deber de protección del interés superior del hijo impuesto al
juez que conoce de los procesos matrimoniales; el espacio de participación que en la
LMC se ofrece a los hijos para ser oídos y ser considerada su opinión; la exigencia de
completitud y suficiencia en los acuerdos que presenten los cónyuges que se separan o
divorcian que remite a proteger el interés superior de los hijos si los hubiere y obliga a
regular materias específicas relativas a ellos; la obligación impuesta al juez para que
regule con carácter provisional ciertas materias relativas a los hijos (alimentos para los
hijos, su cuidado personal, la relación directa y regular que mantendrá con ellos el padre
o la madre que no los tenga bajo su cuidado, y el ejercicio de la patria potestad) si las
partes no alcanzan acuerdo, son -entre otros-, aspectos que no se consideran en la ley
que regula las convivencias civiles, aun cuando ellas puedan dar origen a hijos.
La comunidad de vida estable y duradera que, sin perjuicio del divorcio, se dibuja en
el matrimonio es vista por el legislador como un ambiente propicio para los hijos y para
formar familia. Y la conclusión es la misma si se observan ambas formas de relaciones
de pareja (matrimonio y acuerdo de unión civil) a la luz de la adopción, donde debe
primar el interés superior del adoptado por sobre las aspiraciones de trato igualitario de
los adultos. El legislador sigue pensando que el ambiente natural para tener y criar hijos
es el matrimonio, ya sean los hijos propios ya sean los hijos adoptados, de ahí que a los
convivientes civiles no se les permita, como tales, optar a adoptar.366 Con la regulación
del AUC se mantiene la idea legal de que el matrimonio constituye el ambiente
apropiado para que los niños se desarrollen.
Entonces, aun cuando pueda decirse que con la regulación del AUC se ha ampliado
en nuestro ordenamiento jurídico el Derecho de Familia, lo cierto es que se produce lo
que Díez-Picazo denomina un estrechamiento de la idea de familia, que quedaría
conformada por dos relaciones básicas: la relación entre los progenitores y la relación
de filiación.367 En concepto del autor, la familia es esencialmente la pareja con sus
hijos y, además hay que añadir, con los hijos mientras éstos no han alcanzado el grado
de desarrollo suficiente para vivir una vida independiente. Y también forman familia
un progenitor y el hijo porque la familia exigiría la relación intergeneracional. Las
relaciones que no se miran a la luz de los hijos, en su opinión, serían relaciones
afectivas, pero no son en puridad relaciones jurídico-familiares.368 Lo anterior también
expresa que el derecho a formar una familia es independiente del derecho a contraer
matrimonio, y que la vida familiar se puede desarrollar fuera del ámbito matrimonial,
pero en relación con los hijos y por tanto, con un mínimo requisito de estabilidad.
Antes de la ley Nº 20.830, existía entre el matrimonio y las uniones de hecho una
semejanza fáctica evidenciada en la convivencia afectivo-sexual con rasgos de
exclusividad y estabilidad,369 ambos aspectos edificadores de una comunidad
existencial; sin embargo, la regulación que nos ha proporcionado el legislador dista
mucho de mantener aquella semejanza, más bien ha distanciado las figuras.
- La convivencia civil originada en un estatuto formal —el AUC regulado por la ley
Nº 20.830—; que es primordialmente una relación afectiva íntima entre dos personas,
respecto de la cual el legislador regula y protege ciertos intereses individuales de
naturaleza patrimonial.
- Las uniones de hecho, estables y duraderas, que pueden tener un rol constitutivo de
familia. Éstas, que no tienen base formal, permanecerán al margen de la juridicidad,
reproduciendo las mismas carencias de regulación que exigían un pronunciamiento del
legislador.
La desprolija regulación del AUC por la ley Nº 20.830, por un lado, diversifica las
formas jurídicas de regulación de las relaciones de pareja, permitiendo que las parejas
de hecho que lo deseen (y puedan) dejen de serlo y pasen a ser parejas de derecho; y
por otro lado, quiéralo o no, reafirma la posición central que el matrimonio tradicional
ocupa en el Derecho de Familia chileno.
Sin perjuicio del objetivo primario de favorecer la constitución civil de las parejas
homosexuales, el proyecto terminó incluyendo también la opción de su celebración por
parte de parejas heterosexuales, que prefirieran esta alternativa a la tradicionalmente
ofrecida por el matrimonio legal. Esta apertura del legislador ha determinado que a
contar de la entrada en vigencia de la nueva ley, coexistan simultáneamente dos
institutos legales cuyo propósito es regular las relaciones de pareja en Chile, el
matrimonio legal y el acuerdo de unión civil, dando lugar a ciertas cuestiones jurídicas
cuyo conocimiento y análisis constituye el objeto del presente trabajo, en el que
exploraremos la posibilidad de lograr una lectura de conciliación positiva entre ambos
estatutos a partir de la distinción de las finalidades perseguidas en cada caso por el
legislador.
Antes de entrar al fondo del problema expuesto, es necesario realizar una breve
contextualización de la materia que nos ocupa, dentro del reconocimiento efectuado
por el derecho a las uniones afectivas de pareja.
En primer lugar, cabe destacar que la ordenación jurídica de una futura convivencia
entre dos personas unidas por un común afecto e interés de complementariedad sexual,
se traduce en el establecimiento de un régimen legal cuyo contenido considera la
ordenación de la vida futura de dos individuos capaces bajo un mismo techo, con
propósito de permanencia, normando los distintos aspectos que conlleva su vida en
común y los efectos que se derivan de esta unión interpersonal. En esta primera entrada,
debemos reiterar que se trata de uniones caracterizadas por la afectividad entre las dos
personas, con un componente imprescindible de carácter sexual, lo que excluye otras
formas de unión, como las sociedades y formas comunitarias de acompañamiento y
ayuda mutua, pero que no tienen este carácter.
En una perspectiva hipotética, tendrían interés en esta figura jurídica desde parejas
heterosexuales que, por razones justificadas en valores y principios particulares, no
desean celebrar un matrimonio de acuerdo a las normas vigentes en un momento dado,
pasando por las parejas heterosexuales impedidas de celebrar matrimonio debido a la
existencia de un matrimonio precedente válido y no disuelto o anulado, quienes se
encuentren dentro de los supuestos jurídicos con fundamento moral que dan lugar a las
prohibiciones matrimoniales y, finalmente, las parejas conformadas por personas del
mismo sexo.
El segundo supuesto es, jurídica y éticamente, de mayor complejidad, toda vez que
se trataría de la eventual pretensión de un individuo de obtener el reconocimiento civil
de una segunda relación de naturaleza matrimonial, subsistiendo válidamente un primer
vínculo no disuelto legalmente. Como ya se ha adelantado que la unión civil es
cualitativamente diferente del concubinato, se trataría de una pretensión de instituir la
aceptación de formas matrimoniales polígamas o de incurrir en bigamia, casos todos
que determinan la exclusión de las parejas que se encuentran en esta situación de la
posibilidad de celebrar válidamente un pacto de unión civil.
En dicho marco, el Acuerdo de Unión Civil (AUC) fue aprobado por medio de la ley
Nº 20.830, cuyo artículo 1º define al acuerdo de unión civil como, "un contrato
celebrado entre dos personas que comparten un hogar, con el propósito de regular los
efectos jurídicos derivados de su vida afectiva en común, de carácter estable y
permanente".376
Diversos son los aspectos que diferencian al AUC del matrimonio, partiendo por la
propia concepción de uno y otro, según lo ya adelantado, que permite definir al AUC
como un pacto de convivencia y al matrimonio como una institución centrada en la
constitución de una familia. Junto con lo dicho, cabe destacar las siguientes diferencias
específicas.
SÍNTESIS CONCLUSIVA
La entrada en vigor del Acuerdo de Unión Civil ha dado pie para un necesario análisis
del impacto que la nueva opción legal para regular civilmente las relaciones de pareja
tiene en la institución del matrimonio, particularmente en el caso de las parejas
heterosexuales, indagando sobre la posibilidad de conciliar los institutos del
matrimonio civil y del acuerdo de unión civil como estatutos reguladores de la familia
y de la pareja, respectivamente.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
Ello es contradictorio y errado, pues del concepto mismo de estado civil, que señala
que es "la calidad o posición permanente que un individuo ocupa en la sociedad, en
orden a sus relaciones de familia, en cuanto le confiere o impone determinados
derechos, deberes y obligaciones civiles", se infieren exigencias y características
esenciales que no son requeridas por el vínculo que consagra este nuevo estatuto. De
hecho, en un aspecto inexplicable, el AUC puede terminar por la decisión unilateral
simplemente notificada al otro por medio de un ministro de fe, pero sin que haya
mediado previa declaración judicial de la constatación de su terminación.
De este modo, este pasa a ser el único estado civil en nuestro país que puede
terminarse por la mera notificación al otro, lo que indudablemente se enfrenta a su
carácter de orden público, pues ello supone que el ordenamiento jurídico lo dota de una
regulación que está por sobre la autonomía de la voluntad, por estar envuelto en su
existencia el mantenimiento de la estabilidad social. Aquí, en cambio, no se le ha
exigido ni siquiera un día de estabilidad y permanencia para otorgarle ese efecto y, por
lo mismo, podríamos encontrarnos en el futuro con una sucesión de diversos AUC
celebrados por una misma persona en un corto período.
Debe apuntarse que esta contradicción no puede ser explicada por una inadvertencia
de los legisladores, sino que proviene de la ausencia de rigor técnico que caracterizó el
debate parlamentario. En efecto, habiéndose advertido388 ante la Comisión de
Constitución de la Cámara de Diputados, se omitió pronunciamiento por parte de
algunos o derechamente, en el caso de otros, no estimaron relevante hacerse cargo de
esta esencial definición. La diferencia entre orden público y orden privado a varios no
les pareció algo relevante de considerar. Y para aquellos que secundaron la decisión de
que generase un estado civil, pareció irrelevante la forma de ponerle término sin
advertir que ni siquiera un contrato de orden privado puede terminarse por la mera
decisión unilateral de una de sus partes sin previa intervención judicial.
En tal sentido, tener un vínculo de familia supone la existencia entre sus miembros
de un compromiso bien sea elegido voluntariamente, bien emanado de un hecho
natural, como sucede en la filiación.
En el caso de los contratantes que celebren un AUC, nada de eso sucede. Como ya
hemos señalado, no se requiere ningún plazo previo a la convivencia para tener acceso
a su normativa. Tampoco se dota al vínculo de los deberes típicos que denotan un
compromiso familiar, como lo es el deber de socorro, o entre la pareja, como lo es el
de fidelidad.
En efecto, el AUC sólo genera para los convivientes el deber de ayuda mutua y una
especie de deber que, por su débil y ambigua formulación, no alcanza el carácter de
deber de socorro propiamente tal. Así, la única referencia que la ley establece (en su
artículo 14), simplemente alude a que "estarán obligados a solventar los gastos
generados por su vida en común, de conformidad a sus facultades económicas y al
régimen patrimonial que exista entre ellos". No obstante, en parte alguna lo ha incluido
como uno más de aquellos casos en que se deben alimentos y tampoco alude, para
caracterizarlo, a los elementos propios de una obligación alimenticia, esto es, a las
facultades económicas y las necesidades del alimentario. Más aún, subordina el deber
de contribuir a solventar los gastos generados por su vida en común al régimen
patrimonial que exista entre ellos, con lo cual debe concluirse que si el que existía era
el de separación de bienes, que es, por lo demás, el supletorio en conformidad al
artículo 15 de la ley en estudio, no existe ese deber o deba ser reconocido en forma
absolutamente menguada.
No se trata, por tanto, de que sea un auténtico deber de socorro, sino que más bien
de un deber de contribución a las necesidades del otro que está a la espera de una
definición jurisprudencial y, en especial, a la configuración de la acción que permita
hacerlo efectivo, pues claramente no constituye una obligación alimenticia al no
haberse configurado como titular del derecho de alimentos.
Ello indudablemente impide caracterizar al vínculo que nace del AUC como uno de
familia, pues lo que marca a la relación familiar es la solidaridad que se da entre sus
miembros. La que se dará entre los convivientes es más bien un estatuto de pareja y, en
cualquier caso, uno extremadamente limitado en su compromiso con el otro.
En tal sentido debe recordarse que la iniciativa de legislar que dio origen a esta nueva
ley, está en la necesidad de dotar de una regulación a una realidad no regulada, distinta
a la matrimonial, cual es la de la convivencia. Así, se apuntaba en la motivación del
proyecto presentado por el Ejecutivo en el año 2010 y que fuera luego refundido con
otro que se había presentado por moción parlamentaria.389 No obstante, el estatuto
aprobado otorga a los convivientes civiles, sean de distinto o el mismo sexo, todos los
efectos propios y exclusivos del matrimonio, pese a que se trata de una realidad muy
distinta.
Como es sabido, la regulación del matrimonio se funda en dos razones: por un lado,
en que se celebra entre un hombre y una mujer, lo que implica la eventual procreación
de hijos y, por otro, en que constituye un compromiso formal y público de permanecer
unidos. Por ello, al darse las notas de la diferencia sexual y del compromiso público en
clave de permanencia, se justifica que una relación que, en principio, es privada
implique el interés general —de toda la sociedad—, justificando entonces su regulación
mediante un estatuto de orden público cuyo contenido se impone a los cónyuges por el
Estado una vez que han elegido contraerlo.
Esos efectos propios del matrimonio son: a) genera derechos y deberes recíprocos
entre los cónyuges; b) genera una filiación determinada matrimonial respecto de los
hijos; c) genera un régimen patrimonial que regula el destino de los bienes que se
adquieren durante él, y d) genera derechos sucesorios entre los cónyuges que pasan a
ser herederos del otro.
El AUC otorga todos estos efectos, de uno u otro modo, a la convivencia pues: a)
genera prácticamente los mismos derechos aunque sólo impone un deber de ayuda
mutua y una especie de deber de socorro aunque, como ya se ha apuntado, en términos
que es discutible si realmente alcanza a configurarse como tal; b) contiene normas
filiativas e incluso concede presunción de paternidad para las uniones entre personas
de distinto sexo; c) genera un régimen patrimonial que incluso es denominado con ese
término, y d) otorga idénticos derechos sucesorios al conviviente civil que al cónyuge.
De todo lo anterior resulta que el AUC otorga entonces los mismos efectos del
matrimonio a quienes se han unido por él, aunque el vínculo sea notoriamente distinto,
pues el primero no exige a sus contratantes la permanencia o estabilidad de la
convivencia, ni siquiera exige un plazo de convivencia, no impone el deber de cohabitar
ni siquiera de vivir en un mismo lugar. En razón a lo anterior, para extinguir el acuerdo
tampoco hace falta haber perdido algún tipo de estabilidad de la convivencia, pues sólo
es menester la decisión de uno de los contratantes frente un ministro de fe para
disolverla, previa inscripción. Por ello, claramente es una unión esencialmente
disoluble.
Todo ello permite concluir que más que instituir un nuevo vínculo jurídico para una
realidad distinta de pareja y de compromiso, en realidad, lo que se ha instituido es un
símil al vínculo conyugal en lo que concierne a sus derechos, pese a que, como es
evidente, se trata de una realidad de vida entre dos personas muy distinta, sólo que con
un nombre distinto.
Por lo mismo, no se explica la concesión de este derecho en el caso del AUC. Más
aún, dado que nadie al celebrar este acuerdo puede contar con una protección en su
subsistencia hacia el futuro, queda claro que la expresión "no pudo" del artículo 61 de
la Ley de Matrimonio Civil Nº 19.947 no aplica. Lo mismo sucede con las expresiones
"podía o quería" del mismo precepto, las que quedan, a efectos de este acuerdo,
reducidas al "quería", pues si optó por no trabajar sabiendo que no contaba con esa
especial tutela es porque eligió hacerlo con plena conciencia de lo que ello importaba.
Otro desafío interpretativo surge en relación a los efectos que esta ley establece en
materia de filiación.
Otro desafío relevante es el que surge de lo dispuesto en el artículo 20, que concede
al conviviente civil legitimación activa para reclamar las indemnizaciones derivadas de
los perjuicios a que hubiere dado lugar por el hecho ilícito de un tercero que hubiere
causado el fallecimiento de su convivencia civil o que lo imposibilite para ejercer por
sí mismo las acciones legales correspondientes.
Obviamente, si esa es la interpretación correcta, debe deducirse que se trata sólo del
daño material, que es el único que ha podido entrar al patrimonio del conviviente
víctima por el hecho de la muerte. Y si es así, indudablemente la norma es superflua
por innecesaria, pues el conviviente sobreviviente tiene el carácter de heredero y, por
lo mismo, tiene derecho a suceder en todo lo estaba en el patrimonio del causante.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Como hemos apuntado, el nuevo estatuto de uniones de hecho aprobado presenta una
serie de contradicciones que hacen compleja su interpretación y, en especial, su exacta
comprensión.
Por otro lado, ello puede explicarse en que la fundamentación que justificó la idea de
legislar referida en los proyectos que fueron refundidos, básicamente aspiraba a
resolver los problemas que se sostiene tendrían las uniones de hecho o convivencias
entre parejas de mismo o distinto sexo en el presente. Sin embargo, es dable observar
que ciertamente esos pretendidos problemas eran muy distintos tratándose de uno u
otro caso.
Por lo mismo, el análisis crítico de la ley aprobada obliga a preguntarse si ella alcanza
a resolver esos problemas tan diversos y si, por lo mismo, los objetivos de los proyectos
podrán lograrse.
En primer lugar, respecto de la realidad por la cual se quería legislar, existe una
dificultad insalvable que causa perplejidad absoluta, puesto que tratándose de una
legislación que es en definitiva una política pública, ante todo era necesario conocer de
forma exacta la realidad sobre la que se quería incidir —y de qué manera se quería
incidir—, en orden a poder determinar el impacto concreto que éste tendría en ella, y
ello en el caso de esta ley resulta imposible de precisar. Sorprende que se haya legislado
sobre una realidad sobre la que no existe evidencia del por qué las personas conviven
en Chile y cuáles problemas ellas desearían solucionar, no existen estudios (así sucede
en toda Latinoamérica) que demuestren ni las causas ni menos los intereses de ese
porcentaje de población, casi en su mayoría joven o adulta joven.
Por tanto, tratándose de una política pública, al no tener evidencia previa, debería
haberse obrado a lo menos con algo más de prudencia. Por lo mismo, el primer error
de la ley es que intenta resolver esos pretendidos problemas en un mismo cuerpo legal
generando, con ello, contradicciones técnicas inadmisibles en una ley que pueden
provocar que los objetivos de la ley no se alcancen.
Por último, dado que las contradicciones y vacíos son numerosos en la ley,
nuevamente la responsabilidad de configurar su exacto estatuto ha sido endosada a los
jueces, convirtiéndolos —una vez más— en colegisladores, pese a que esa no es su
tarea. Ello revela nuevamente una irresponsabilidad legislativa que, en materia de
familia, parece estarse convirtiendo en una tendencia.
Lamentablemente, dado que la jurisprudencia no tiene en nuestro sistema exigencias
formales de uniformidad, el emplazarles la responsabilidad de completar los vacíos o
resolver las ambigüedades, sólo asegura un panorama variado de interpretaciones que
complotan contra la certeza y, con ello, termina en injusticia al dar distintas soluciones
para hipótesis semejantes. Ya lo hemos vivido, por ejemplo, con la compensación
económica y, no cabe duda, lo volveremos a vivir con este nuevo estatuto.
INTRODUCCIÓN
Por la ley Nº 20.830, de 21 de abril de 2015, se crea el Acuerdo de Unión Civil, que
tiene como base el proyecto de "Acuerdo de vida en común" (Boletín Nº 7.011-07),
presentado el año 2010 por el senador Andrés Allamand, y el proyecto de ley sobre
"Acuerdo de vida en pareja", presentado por el gobierno del ex Presidente Sebastián
Piñera Echenique.
En esta línea, nos interesa entonces analizar algunos aspectos generales del acuerdo
de unión civil. Para ello, el presente estudio se estructura en dos acápites: en el apartado
titulado "cuestiones previas", se reflexiona sobre la incorporación de una nueva
alternativa contractual como estatuto jurídico de las relaciones de pareja y sobre los
nuevos principios del derecho familiar que se aplican en las relaciones derivadas del
acuerdo de unión civil. En el apartado siguiente, nuestro análisis se centra en los efectos
que dicho acuerdo genera, en especial, los vínculos de parentesco entre los
convivientes, y entre estos y los parientes consanguíneos del otro, y algunos efectos
patrimoniales tales como los regímenes patrimoniales, los derechos sucesorios y la
compensación económica.
I. CUESTIONES PREVIAS
En esta sección se plantea, antes de revisar críticamente algunos efectos jurídicos del
nuevo contrato de acuerdo de unión civil, el análisis de dos cuestiones previas: a) el
establecimiento de un tercer estatuto de parejas, es decir, la existencia del matrimonio,
el acuerdo de unión civil y de las parejas de hecho, y luego, b) revisar cómo se
concretizan los nuevos principios del Derecho Familiar en la incorporación de este
nuevo estatuto jurídico.
De esta forma, las parejas que quieran formalizar su relación, desde el punto de vista
jurídico, tienen la posibilidad de celebrar un contrato de matrimonio o uno de acuerdo
de unión civil (las parejas del mismo sexo, sólo pueden celebrar este último). En la
forma de celebración, se parecen bastante ambos contratos, ya que requieren la
intervención del oficial del Registro Civil,403 mientras que las diferencias señaladas se
materializan en los efectos y sus causales de término. Se presentan, por tanto, como
una alternativa para que las parejas puedan decidir el estatuto jurídico que más les
acomode.
Desde esta perspectiva, el acuerdo de unión civil no resuelve los problemas de todas
las relaciones de hecho, ya sea porque en algunos casos existen impedimentos para
celebrarlo o simplemente, porque los miembros de la pareja deciden no celebrar ningún
contrato.
En el derecho comparado los remedios son distintos, así por ejemplo, la Ley Nº
18.246 Unión Concubinaria, según su artículo 1º prescribe que "la convivencia
ininterrumpida de al menos cinco años en unión concubinaria genera los derechos y
obligaciones que se establecen en la presente ley, sin perjuicio de la aplicación de las
normas relativas a las uniones de hecho no reguladas por ésta".407
Los efectos que se generan van desde la contribución a las cargas del hogar, la
atribución de la vivienda familiar y la compensación económica.410
Este nuevo estatuto jurídico concretiza tres principios que rigen nuestro nuevo
Derecho Familiar,411 a saber: protección de la familia, la igualdad y la autonomía de la
voluntad.
Como hemos tenido oportunidad de señalar "en Derecho de Familia este principio
general de la legislación se mantuvo distante, dado que el modelo de familia patriarcal
estructurado por Andrés Bello fue establecido sobre la base de la potestad del
marido/padre sobre la persona y bienes de su mujer e hijos. Lo que se mantuvo vigente
hasta solo hace unos años, en que se empiezan a incorporar criterios de igualdad en las
relaciones familiares. Primero a través de la ley Nº 19.335, de 23 de septiembre de
1994, que modificó los efectos personales del matrimonio a fin de establecer en forma
igualitaria las obligaciones y derechos de carácter personal entre los cónyuges, y luego
la entrada en vigencia de la ley Nº 19.585, que modificó el Código Civil y otros cuerpos
legales en materia de filiación, de 26 de octubre de 1998, consagrando la plena igualdad
de los hijos. Recientemente, por la ley Nº 20.680, de 21 de junio de 2013, que deja en
situación de plena igualdad a los padres respecto al cuidado personal de sus hijos".413En
este sentido, la igualdad se concreta al no discriminar a las parejas del mismo sexo,
quienes pueden celebrar este tipo de acuerdos.
No obstante que la ley señala que el acuerdo de unión civil tiene como objeto regular
"los efectos jurídicos derivados de su vida afectiva", sus principales efectos son de
carácter patrimonial, con excepción de las normas relacionadas con el parentesco por
afinidad (artículo 4º LAUC), la presunción de paternidad (artículo 21 LAUC) y el
cuidado personal (art. 45 LAUC).
En términos generales, la LAUC señala que "el acuerdo generará para los
convivientes civiles los derechos y obligaciones que establece la presente ley" (art. 2º
LAUC). Una vez más se aprecia la deficiente técnica legislativa, ya que luego, en el
artículo 15 LAUC, se remite a las normas de los bienes familiares establecidas para el
matrimonio (artículos 141 a 149 Código Civil); en el artículo 16 LAUC, se remite a los
derechos del cónyuge en la sucesión por causa de muerte; en el artículo 23 LAUC, las
inhabilidades, incompatibilidades y prohibiciones que las leyes y reglamentos
establecen a los cónyuges se hacen extensivas (de pleno derecho) a los convivientes
civiles; posteriormente, en los artículos 29 y siguientes LAUC, se modifica una serie
de cuerpos legales a efectos de incorporar, a continuación de la palabra "cónyuge" la
expresión "conviviente civil".
Todo lo anterior parece asimilar el acuerdo de unión civil al matrimonio, sin
embargo, el artículo 24 LAUC dispone que, "las leyes y reglamentos que hacen alusión
a los convivientes, sea con esta expresión u otras que puedan entenderse referidas a
ellos, serán igualmente aplicables a los convivientes civiles", con lo cual dicho acuerdo
también se asimila a una situación de hecho o simple convivencia.
De esta forma, la LAUC genera muchos más efectos que los que sus artículos
señalan, dada la asimilación genérica al matrimonio y a la convivencia, aunque desde
el punto de vista del Derecho Familiar, sus principales consecuencias son económicas,
como ya se ha señalado.
En la LAUC existen dos normas que se refieren al parentesco: una de manera directa,
creando un vínculo de parentesco por afinidad, y en el artículo 1º LAUC, que establece
que los convivientes civiles son considerados parientes para los efectos del artículo 42
del Código Civil.
En este trabajo sólo analizaremos las dos primeras. En este sentido, el artículo 4º
LAUC dispone que entre "un conviviente civil y los consanguíneos de la persona con
la que está unida por un acuerdo de unión civil", norma similar al artículo 31 del
Código Civil, que dispone en el inciso 1º, "parentesco por afinidad es el que existe
entre una persona que está o ha estado casada y los consanguíneos de su marido o
mujer".
En este orden de ideas, una vez terminado el acuerdo de unión civil, el padre o madre
del conviviente civil puede celebrar un acuerdo con el ex conviviente de su hijo/a, ya
que, con el término del acuerdo, cesa el parentesco, y no se podría aplicar la norma del
artículo 9º LAUC.420Por la misma razón, no se podría sancionar la violencia
intrafamiliar.
El otro tema que se plantea es si los convivientes civiles son parientes, ya que en la
parte final del inciso 1º el artículo 1º LAUC, refiriéndose a los convivientes civiles, se
señala: "serán considerados parientes para los efectos previstos en el artículo 42 del
Código Civil".421
Esta norma parece indicar que los convivientes civiles son efectivamente parientes,
tema que ya ha sido discutido a propósito del matrimonio.
2. RÉGIMEN PATRIMONIAL
Los convivientes civiles tienen dos opciones de régimen patrimonial para efectos de
regular las relaciones económicas entre ellos y respecto de terceros: el régimen de
separación total de bienes y el régimen de comunidad.
La regla general es la separación total de bienes. Así se desprende claramente del
artículo 15 LAUC, que señala: "los convivientes civiles conservarán la propiedad, goce
y administración de los bienes adquiridos a cualquier título antes de la celebración del
contrato y de los que adquieran durante la vigencia de éste, a menos que...".424La
misma regla se aplica a los acuerdos celebrados en el extranjero, de acuerdo a lo
prescrito en el artículo 13 LAUC.
El artículo 15 LAUC establece, además, algunas reglas especiales para este régimen
de comunidad:
El criterio utilizado por los tribunales, en caso de término del matrimonio, ha sido
mantener el bien como familiar, sólo si existen hijos menores de edad de la pareja,428
de lo que se puede concluir que, en los casos en que no tengan hijos o estos sean
mayores de edad, bastará con poner término al acuerdo y solicitar la desafectación del
bien familiar.
Las principales críticas a este punto se pueden plantear en orden a que la aplicación
de las normas del cuasicontrato de comunidad resulta extremadamente precaria, siendo
insuficiente para resolver algunos temas ligados a la administración, concurrencia en
las deudas y sus causales de término, que buscan poner fin rápidamente a una situación
entendida como transitoria.
3. DERECHOS SUCESORIOS
De acuerdo al artículo 1183 del Código Civil, los legitimarios que concurren son
excluidos y representados de acuerdo a las reglas de la sucesión intestada, es decir en
este caso, en el primer o segundo orden de sucesión según corresponda. No obstante,
el conviviente civil puede ser desheredado por alguna de las siguientes causales: i) por
injuria grave contra el testador en su persona, honor o bienes, o de cualquiera de sus
ascendientes o descendientes, ii) por no haberle socorrido en el estado de demencia o
destitución, pudiendo, y iii) por haberse valido de fuerza o dolo para impedirle testar
(artículos 17 LAUC y 1208 causales 1ª a 3ª, Código Civil).
4. COMPENSACIÓN ECONÓMICA
Procede sólo en los casos de término del acuerdo por mutuo acuerdo (artículo 26 letra
d) LAUC), por voluntad unilateral (artículo 26 letra e) LAUC) o en caso de nulidad del
acuerdo (artículo 26 letra f) LAUC). Se puede regular por los convivientes civiles de
común acuerdo, o solicitar al tribunal de familia competente. En esta materia, la LAUC
es más bien parca, refiriéndose sólo a la regulación de la compensación en los casos de
término por voluntad unilateral. Analicemos los tres supuestos señalados.
En caso de término por mutuo acuerdo, este debe constar en escritura pública o acta
otorgada ante el Oficial de Registro Civil, nada dice sobre la regulación de la
compensación económica. No obstante, estimamos necesario que conste en escritura
pública aprobada por el Tribunal de Familia, toda vez que es la única forma de
constituir un título ejecutivo y poder recurrir al procedimiento ejecutivo simplificado
que establecen los artículos 11 y 12 de la Ley Nº 14.908 sobre Abandono de Familia y
Pago de Pensiones Alimenticias.
Por último, en caso de término por voluntad unilateral, la LAUC exige que conste
por escritura pública o acta otorgada ante el Oficial del Registro Civil, la que debe
notificarse al otro conviviente civil, dentro de los veinte días hábiles siguientes a la
subinscripción al margen de la inscripción del acuerdo de unión civil. La notificación
debe contener la mención a la existencia del derecho a compensación económica, el
que podrá demandarse dentro de seis meses contados desde la subinscripción del
término del acuerdo.
Sin embargo, como la notificación no afecta el término del acuerdo, puede ocurrir
que se notifique una vez transcurrido el plazo de seis meses, con lo cual el conviviente
civil no podrá demandar la compensación económica. Una posible solución se podría
encontrar en el artículo 26 letra e) LAUC que, ante la falta de notificación del término
del acuerdo, hace responsable al conviviente civil de los perjuicios que pueda generar
la ignorancia del término de dicho acuerdo al otro contratante. En este caso, ante la
imposibilidad de demandar la compensación económica, el conviviente civil podría
demandar por los perjuicios causados en concreto por la pérdida de la oportunidad de
demandar la compensación económica, lo que no es lo mismo que demandar por el
monto que le habría correspondido a dicho título, en consecuencia, el monto debería
ser menor, ya que sólo se trata de la pérdida de la opción.
Por aplicación del artículo 66, es procedente obtener el cumplimiento por medio del
procedimiento ejecutivo simplificado de la ley Nº 14.908 y sus apremios, replicándose
para el caso de las uniones civiles la discusión sobre los apremios personales, como el
arresto.
CONCLUSIONES
Este acuerdo de unión civil amplía la autonomía de los ciudadanos, quienes pueden
optar entre dos contratos, como son el matrimonio o el acuerdo, o quedarse
simplemente en una relación de hecho. Desde este punto de vista, se trata de una
alternativa a la relación de hecho y no de una solución a estas últimas, como se
planteaba en la historia de la ley.
I. DERECHO DE ALIMENTOS
Además, como bien explicó Court durante la discusión de la ley, en relación a los
alimentos "si existiera este derecho en el Acuerdo de Vida en Pareja y uno de los
contrayentes es demandado, lo primero que hará será poner término unilateral a dicho
acuerdo. Por ello, no tiene sentido incorporarlo en esta iniciativa".431Lepin señaló que
"si se agregan los alimentos y el deber de fidelidad prácticamente se trataría del mismo
estatuto del matrimonio".432 También sobre este punto Tapia planteó que "este artículo
[14] señala que los convivientes se deben ayuda mutua (cuidados personales y
constantes entre ellos). Le parece que con igual o mayor razón deberían también
deberse 'socorro', esto es, alimentos. Para ello, debería considerarse al conviviente civil
como titular del derecho de alimentos, modificando las normas respectivas del Código
Civil (arts. 321 y ss.). En efecto, parece a todas luces una discriminación arbitraria que
se deba al cónyuge alimentos y que no ocurra lo mismo en el AVP, pues es una
obligación con sentido 'humanitario' que tiende a proporcionar al desfavorecido
patrimonialmente lo necesario al menos para subsistir".433 Finalmente, el deber de
socorro no fue incorporado en el artículo 14 citado.
Dado que en el acuerdo de unión civil la ley confiere a los convivientes derechos
hereditarios, compensación económica y la posibilidad de declarar familiar la
residencia principal, la ausencia del derecho de alimentos viene a ser una de las
diferencias sustantivas entre el matrimonio y el AUC.
Para nosotros claramente se trató de una sentencia dictada contra legem, pues el
artículo 61 de la Ley de Matrimonio Civil sólo ordena el pago de la compensación
económica en caso que el matrimonio termine por divorcio o nulidad. Más aún, en este
caso se concedió compensación a una concubina sobreviviente, derecho que ni siquiera
el viudo o viuda tienen porque como se sabe, la compensación no tiene lugar cuando el
matrimonio termina por muerte de uno de los cónyuges. Ninguna laguna o vacío legal,
por tanto, había al respecto. Guste o no, la ley es clara en cuanto a que el derecho a
compensación sólo corresponde a los cónyuges y no hay por qué hacer decir a la ley lo
que no dice. Otros eran los mecanismos —comunidad de bienes, sociedad de hecho u
otro—435 para proteger los intereses patrimoniales de la solicitante.
2. REQUISITOS
i. Que durante la vigencia del acuerdo de unión civil uno de los convivientes se
hubiese dedicado al cuidado de los hijos o a las labores propias del hogar común;
ii. Que como consecuencia de ello ese conviviente no haya podido desarrollar una
actividad remunerada o lucrativa durante la vigencia del acuerdo de unión civil, o lo
haya hecho en menor medida de lo que podía y quería, y
Las letras d), e) y f) se refieren al término del acuerdo de unión civil por mutuo
acuerdo de los convivientes civiles, por voluntad unilateral de uno de ellos y por
declaración judicial de nulidad del acuerdo, respectivamente.
4. REGULACIÓN Y DETERMINACIÓN
Si el acuerdo de unión civil termina por declaración judicial de nulidad (art. 26 letra
f) y dado que el art. 27 inciso 2º de la nueva ley de acuerdo de unión civil se remite en
lo relativo a la regulación de la compensación económica a lo establecido en la Ley de
Matrimonio Civil hay que aplicar el art. 64 incisos 2º y 3º de esta última ley, de manera
que, si no se solicitare en la demanda, el juez informará a los convivientes la existencia
de este derecho durante la audiencia preparatoria. Pedida en en la demanda, en escrito
complementario de la demanda o en la reconvención, el juez se pronunciará sobre la
procedencia de la compensación económica y su monto, en el evento de dar lugar a
ella, en la sentencia de nulidad.
Si el acuerdo terminare por voluntad unilateral de uno de los convivientes (art. 26
letra e), la notificación de la terminación unilateral deberá contener mención de la
existencia del derecho de compensación económica, así como la constancia de la fecha
en la que fue subinscrita la terminación. En este caso, la compensación económica
podrá demandarse ante el tribunal de familia competente, dentro del plazo de seis
meses, contado desde la fecha de subinscripción de la terminación del acuerdo de unión
civil en el Registro Especial de Acuerdos de Unión Civil (art. 27 inciso final).441
Nada dijo la ley sobre la situación en que el acuerdo de unión civil termina por mutuo
acuerdo de los convivientes civiles (art. 26 letra d) tal vez porque entendió que si el
AUC termina de común acuerdo, ello llevaría resuelto el tema de la compensación
económica. Como la ley lo único que exige es que ese acuerdo debe constar por
escritura pública o acta otorgada ante oficial del Registro Civil (sin que sea necesario
un acuerdo completo y suficiente), bien podría suceder que los convivientes civiles
pongan término a su unión sin haberse pronunciado sobre la compensación económica
(¿renuncia tácita?) y ahí puede surgir el problema del plazo en que puede demandar el
conviviente que estime que le asiste compensación económica.
INTRODUCCIÓN
Una de las nuevas normas que podría ocasionar serias dificultades para su aplicación
en tribunales es la contenida en el art. 20 de la ley, que dice relación con la acción de
responsabilidad civil de uno de los convivientes por el daño causado por un tercero al
otro. El texto del precepto es el siguiente: "el conviviente civil tendrá legitimación
activa para reclamar las indemnizaciones derivadas de los perjuicios a que hubiere
lugar por el hecho ilícito de un tercero que hubiere causado el fallecimiento de su
conviviente civil o que lo imposibilite para ejercer por sí mismo las acciones legales
correspondientes, sin perjuicio de las otras indemnizaciones a que tenga derecho, con
arreglo a las prescripciones del derecho común".
La última frase daría para pensar que el conviviente tendría derecho a reclamar una
doble indemnización: la suya propia, como víctima por repercusión, y la que
correspondería al conviviente fallecido o imposibilitado. Pero si fuera así, estaríamos
consintiendo un enriquecimiento injustificado del conviviente que no fue víctima
directa del hecho ilícito. Contrastaría esto también con la situación en la que están las
personas que han contraído matrimonio entre sí, ya que si uno de ellos es afectado por
un delito o cuasidelito, su marido o mujer sólo puede demandar por el daño sufrido
como víctima indirecta y no el daño propio del cónyuge víctima. Debe añadirse que si
el accidente produce la muerte del conviviente, y en el entendido de que el daño sufrido
sea transmisible —lo que es puesto en duda respecto del daño moral—, el derecho a la
indemnización debería pertenecer a los herederos, entre los cuales está también el
conviviente, pero junto con él pueden concurrir hijos o ascendientes del fallecido (art.
16 ley Nº 20.830). La norma del art. 20 estaría negándoles el derecho a percibir la
indemnización a estos herederos del fallecido, asignando un derecho exclusivo al
conviviente sobreviviente.
Otro punto sobre el que se discutió fue si debía la ley incluir expresamente la mención
de los perjuicios morales. Contrario a ello se manifestó la profesora Carmen
Domínguez, argumentando que el daño moral es una creación jurisprudencial.449
Nos parece que la historia revela que, aunque los parlamentarios a veces
confundieron el supuesto de hecho de la norma, se trataba solamente de reconocer lo
que la jurisprudencia ya venía asentando respecto de las uniones no matrimoniales, a
saber que no era necesario acreditar el vínculo conyugal para que uno de los miembros
de la pareja pudiera pedir indemnización como víctima por repercusión cuando el daño
causado ilícitamente a su conviviente le reportara un perjuicio sufrido en su persona o
en su patrimonio. Las confusiones que reinaron durante la discusión legislativa sobre
la naturaleza del derecho que se estaba reconociendo al conviviente civil, sobre todo,
al parecer, en el seno de la Comisión Mixta, enturbiaron la redacción del texto de la
norma, lo que exige un esfuerzo para encontrarle una interpretación razonable.
Sin duda la introducción de esta frase en el precepto por parte de la Comisión Mixta
fue desafortunada, porque induce a pensar que las indemnizaciones que se conceden al
conviviente civil en el art. 20 son diferentes a las que podría tener como víctima por
repercusión, ya que efectivamente estas son también indemnizaciones a las que tendría
derecho con arreglo a las prescripciones del derecho común. Como sabemos, en estricto
rigor, no era necesario establecer una norma como esta porque, conforme al derecho
común tal como estaba siendo aplicado por los tribunales, el conviviente en una
relación no matrimonial era considerado víctima por repercusión sin necesidad de texto
legal alguno que así lo dispusiera (lo que sucede, por lo demás, en todos los otros
supuestos de daño reflejo).451
Pero esa lectura de la norma debe rechazarse porque si fuera correcta se estarían
creando indemnizaciones extras que no tendrían ningún fundamento, y que por ello
conducirían a un enriquecimiento sin causa.
Hay que fijarse que la frase ocupa la expresión "las otras indemnizaciones...", de lo
cual podemos deducir que también las que están establecidas en el art. 20 son
indemnizaciones propias del derecho común, si bien aquí consagradas explícitamente.
Por eso, hemos de entender que la frase "sin perjuicio de las otras indemnizaciones
a que tenga derecho, con arreglo a las prescripciones del derecho común", no se refiere
al derecho que pueda corresponderle como víctima por repercusión en caso de
fallecimiento o imposibilidad física de su conviviente, sino justamente a "otras
indemnizaciones" a las que aquel podría tener derecho, además de las que merezca
como víctima por repercusión en tales supuestos.
Despejada la inteligencia que cabe a dar a la frase final del precepto en análisis,
veamos el núcleo de lo que dispone que puede desglosarse en dos supuestos de hecho
ilícito del tercero: el que causa la muerte del conviviente y el que causa su
imposibilidad.
2. SUPUESTO DE FALLECIMIENTO
Por cierto, y siguiendo las reglas generales, el conviviente que sobrevive podrá
reclamar, a título de heredero y en conjunto con los demás sucesores, la indemnización
que hubiere correspondido al fallecido y que sea transmisible por causa de muerte. Aquí
debe hacerse notar que la jurisprudencia de la Corte Suprema se ha ido consolidando
en el sentido de que la indemnización por daño moral no se transmite por causa de
muerte, por tratarse de un derecho personalísimo.454Se evitaría así que el conviviente
llevara una doble indemnización: la suya propia, como víctima por repercusión, y la
que correspondería a su pareja, esta vez a título de herencia.
Obviamente, la norma supone que el acuerdo de unión civil haya estado vigente a la
época del fallecimiento que da lugar al derecho del conviviente a pedir indemnización
como víctima por repercusión.
3. SUPUESTO DE IMPOSIBILIDAD
Para ser coherentes con el resto del artículo, y con la historia del establecimiento del
precepto, nuevamente hemos de convenir que la legitimación activa que se reconoce al
conviviente del accidentado es para reclamar su propia indemnización como víctima
por repercusión y no para ejercer la acción que correspondería a este último como
víctima directa. De no ser así, el conviviente civil tendría un privilegio exorbitante que
ni siquiera la ley le concede al cónyuge.
Ello no quiere decir que el conviviente víctima del atentado, aunque imposibilitado,
no pueda tener un representante legal que ejerza en su nombre la acción de
indemnización de sus propios perjuicios.
Este representante deberá ser un curador por demencia, entendiendo ésta en el sentido
más amplio de falta permanente de uso de razón por cualquier causa. La curaduría
podrá ser conferida por el juez a la persona que ha celebrado un acuerdo de unión civil
con el demente, en conformidad con el Nº 1 del art. 462 del Código Civil, que se aplica
a los convivientes según el art. 25 de la ley Nº 20.830.
En los dos casos en los que la ley concede legitimación activa al conviviente civil
para reclamar indemnización al tercero que causó la muerte o la imposibilidad del otro,
se deberán acreditar todos los requisitos de la responsabilidad extracontractual y, por
supuesto, el perjuicio y la relación de causalidad.
EVALUACIÓN GENERAL
Finalmente, hemos de decir que la declaración expresa de este derecho para los que
han celebrado un acuerdo de unión civil generará el riesgo de que los tribunales
comiencen a entender que para que se reconozca la legitimación activa de uno de los
convivientes por daños causados por terceros al otro, será necesario que la convivencia
se haya formalizado mediante este tipo de acuerdo, ahora contemplado legalmente. Si
fuera así resultaría que esta nueva ley, en vez de otorgar más derechos a los integrantes
de las uniones de hecho, las habrá dejado en peor condición de aquella en la que se
encontraban.
LOS DERECHOS SUCESORIOS DEL CONVIVIENTE CIVIL EN LA LEY QUE CREA EL ACUERDO
DE UNIÓN CIVIL
Antes de la ley Nº 19.585 del año 1999, tanto el Código Civil original como las leyes
que lo modificaron (la Nº 10.271, de 1952, y la Nº 18.802, de 1989) otorgaron derechos
sucesorios únicamente a la familia basada en el matrimonio. Los hijos nacidos dentro
de éste —los legítimos— gozaban de especial protección, heredando el doble de lo que
le correspondía a un hijo natural, y dejando a los ilegítimos fuera de todo derecho en la
herencia de su padre o madre.
En la sucesión intestada había un orden regular, que tenía lugar cuando el causante
era hijo legítimo, y uno irregular, cuando el causante era hijo natural o ilegítimo.
Para que el cónyuge sobreviviente tuviera derecho a porción conyugal, sus bienes
debían ser de menor valor que lo que le correspondía como porción conyugal. En este
caso, sólo tenía derecho al complemento. Asimismo, a la porción se imputaba todo lo
que el cónyuge sobreviviente tuviera derecho a percibir como heredero ab intestato en
la sucesión del difunto, incluso su mitad de gananciales, si no la renunciaba (artículo
1176).
Es así como la legislación consagró dos tipos de relaciones para hacer el llamamiento
a suceder: la relación conyugal y la consanguínea, independiente a que los hijos nazcan
dentro o fuera del matrimonio. El único llamado fuera de estos vínculos es el adoptado,
el cual es asimilado a los hijos, ya sin distinción.
Esto implica que hay un solo orden de sucesión, "el regular", eliminando el orden
irregular de los hijos ilegítimos, y que se amplía la cuantía de los antiguos hijos
naturales, hoy llamados solamente "hijos". Todos heredan por igual, sean
matrimoniales o no matrimoniales. Además, son legitimarios y asignatarios de cuarta
de mejoras.
Con todos los cambios incorporados por la ley Nº19.585, podemos decir que los hijos
dejaron de ser los herederos amparados con la mayor protección, en beneficio del
cónyuge sobreviviente.
Desde la perspectiva del derecho sucesorio, la ley Nº 20.830 regula la situación del
conviviente civil sobreviviente, tratando de igualarlo al cónyuge sobreviviente. El
artículo 16, inciso 1º señala que "cada conviviente civil será heredero abintestato y
legitimario del otro y concurrirá en su sucesión de la misma forma y gozará de los
mismos derechos que corresponden al cónyuge sobreviviente".
¿Qué significa que el conviviente civil sea heredero abintestato, y que concurra con
los mismos derechos que le corresponden al cónyuge sobreviviente?
Las legítimas se determinan sobre la mitad del acervo líquido o sobre el primer
acervo imaginario según corresponda. Si el conviviente civil concurre en la mitad
legitimaria con varios hijos, le corresponderá el doble de lo que le corresponde a un
hijo por legítima rigorosa o efectiva, pero nunca menos de la cuarta parte de la mitad
legitimaria. Si concurre con un solo hijo, la legítima se dividirá entre los dos: una parte
para el hijo y otra para el conviviente civil sobreviviente.
Además, el inciso 2º del artículo 16 establece que "el conviviente civil podrá ser
también asignatario de la cuarta de mejoras", lo que significa que el conviviente podrá
ser beneficiado por el causante con esta asignación o con una parte de ella. La porción
de mejoras ascenderá a la cuarta parte o del acervo líquido o del primer acervo
imaginario o del segundo imaginario, según el caso.461
De otra parte, el artículo 17 establece que "el conviviente civil sobreviviente podrá
ser desheredado por cualquiera de las tres primeras causas de desheredamiento
indicadas en el artículo1208 del Código Civil la posibilidad de desheredar al
conviviente civil". Es decir, el conviviente civil podrá a través de una disposición
testamentaria privarle del todo o parte de su legítima al conviviente civil sobreviviente.
Para ello, el conviviente civil sobreviviente debe haber caído en una de las conductas
establecidas en el artículo 1208 del Código Civil. Son causales de desheredamiento, el
haber cometido el conviviente civil injuria grave contra el testador en su persona, honor
o bienes; o en la persona, honor o bienes de cualquiera de sus ascendientes o
descendientes. No haberle socorrido en el estado de demencia o destitución, pudiendo
hacerlo; o haberse valido de fuerza o dolo para impedirle testar.
De lo que se desprende de los artículos 18 y 26, es que la muerte pone fin al acuerdo,
y los derechos sucesorios y la calidad de legitimario tienen lugar siempre que el acuerdo
civil no haya expirado a la fecha de la delación. Al producirse la muerte del conviviente
tiene lugar tanto la apertura de la sucesión como la delación de las asignaciones. "Un
solo hecho tiene la virtualidad de provocar dos acontecimientos jurídicos, la apertura
de la sucesión y la delación de las asignaciones. Pero no se trata de cuestiones idénticas
hay diferencias entre unas y otras. La apertura de la sucesión se produce por la muerte
del causante pero la delación puede no producirse si el llamamiento está sujeto a
condición".464
CONCLUSIONES
Como síntesis, se puede señalar que si bien esta ley es un avance porque otorga
protección jurídica a las familias basadas en la convivencia independiente de que sean
heterosexuales u homosexuales, desde un punto de vista de técnica legislativa carece
de rigurosidad. En general, presenta un lenguaje inadecuado, falta de claridad en alguna
de sus disposiciones y, además, no se han incorporado al Código Civil sus
modificaciones sustanciales en materia sucesoria. Esto puede ocasionar distintas
interpretaciones en la aplicación de las normas, lo que contribuye a la falta de certeza
jurídica.
i. El primero, tiene relación con los principales elementos que deben ser considerados
para el diseño de un sistema nacional de mediación, y cómo la ausencia de estas
consideraciones ha influido negativamente en los resultados obtenidos en el derecho de
familia y en mediación en salud especialmente, en el bajo porcentaje de acuerdos
alcanzados en mediación; y en su calidad, es decir, en su integridad, satisfactoriedad y
legalidad de los mismos.
ii. Un segundo aspecto dice relación con la formación de los cuerpos de mediadores
y los sistemas de fiscalización, evaluación y control de sus procesos de intervención de
conflictos. Nuevamente, el Estado no ha estado a la altura, puesto que no ha regulado,
en mi opinión, de manera satisfactoria este elemental factor y ello ha incidido de
manera significativa en el menor éxito de un sistema nacional e integrado de mediación.
El Mensaje del Ejecutivo al Congreso, con que se envía el proyecto de ley que crea
los Tribunales de Familia,468 enfatiza entre los principales objetivos de política pública:
a) la especial naturaleza sistémica de la conflictiva familiar, lo que impone la necesidad
de crear procedimientos y formas de resolución más flexibles y que consideren los
derechos de los niños, la protección integral de la familia y, asimismo, genere espacios
para resguardar las relaciones entre los miembros del sistema familiar, dando
cumplimiento a los compromisos contraídos por Chile en convenios y tratados
internacionales, b) que el sistema de resolución de controversias en materia familiar
tenga un enfoque interdisciplinario, acorde con la especial naturaleza de la familia y
con el propósito de ofrecer soluciones integrales, y en lo pertinente, c) proporcionar a
las partes instancias adecuadas para llegar a soluciones cooperativas, es decir,
soluciones que acrecienten el bienestar de todas las partes en conflicto y que fortalezcan
los canales de comunicación entre los integrantes de la familia.469 A ello se agrega otro
objetivo de política pública, que es el ahorro de recursos del Estado, el cual se espera
obtener al instalar formas autocompositivas de resolución de controversias, las que a
largo plazo reducirían las imperfecciones del sistema adversarial jurisdiccional, al
obtenerse soluciones más estables por ser creadas por las partes y dar cuenta de sus
intereses de manera integradora.
La ley Nº 19.968, que creó los Tribunales de Familia, introdujo en nuestro sistema
de justicia familiar la mediación como una forma colaborativa de solución de
controversias en este ámbito. El legislador centró su énfasis en fortalecer, en el sistema
de resolución de esta clase de controversias, métodos alternativos de corte cooperativo,
en especial, la mediación, como una forma de resolución del contencioso familiar, y en
el acuerdo, como objetivo final del proceso, más que en el proceso mismo. Es así como
define a la mediación (art. 103) como "...aquel sistema de resolución de conflictos en
el que un imparcial, sin poder decisorio, llamado mediador, ayuda a las partes a
buscar por sí mismas una solución al conflicto y sus efectos, mediante un acuerdo".
Luego de tres años de vigencia de la ley y dados los magros resultados obtenidos por
la mediación familiar, fue necesario modificar el sistema de ingreso y derivación a
mediación.471Se modifica el actual artículo 106 de la ley Nº 19.968, para establecer que
las materias relativas al derecho de alimentos, cuidado personal de los hijos y régimen
de relación directa y regular, aun cuando sean tratados en el marco de un divorcio o
separación matrimonial, deberán ser sometidas previamente a un proceso de mediación,
como condición de admisibilidad de la demanda, para el caso de no alcanzarse acuerdo
o ser éste parcial.
ii. 19,53% de causas sin acuerdo, pero con una o más sesiones de mediación.
Esta situación, no obstante, cambia cuando las personas optan por someterse a una o
más sesiones de mediación. A nivel nacional, de las causas que se sometieron a
mediación, y en las que hubo sesiones conjuntas de mediación, en el 67,24% se logró
acuerdo, en tanto que en el 32,76% se concluyó sin un acuerdo.473
Los resultados analizados nos permiten intuir, al menos, que la forma en que el
mediador conduzca el proceso de mediación, su habilitación y competencias para
llevarlo adelante de un modo democrático y colaborativo, es decir, la calidad técnica
del mediador y del proceso, resulta relevante no sólo para el resultado final —el
acuerdo—, sino que también para lograr un cambio de actitud entre los participantes
del proceso, y es en ese orden de ideas donde, estimo, existe en nuestro país el mayor
desafío. A ello se agrega que la forma en que los ciudadanos deben acceder al sistema
de mediación —regularmente como una imposición previa a demandar— afecta la
legitimidad que la ciudadanía tiene de la mediación, puesto que aparece como una traba
burocrática más que se les impone para acceder a la Justicia de Familia, dado que no
existen incentivos para concurrir a la mediación.
En efecto, en este punto, cobran especial relevancia los otros dos aspectos o
categorías a las que me referí al inicio de esta ponencia, es decir, la habilitación del
mediador y sus competencias, y los sistemas de evaluación del proceso y aseguramiento
de la calidad, para verificar, con criterios metodológicamente válidos, los resultados de
la mediación y el nivel de satisfacción de usuarios.
En cuanto al sistema de designación del mediador, cuando las partes no opten por
someterse a ella voluntariamente, corresponde al juez de familia efectuar la derivación,
y para ese efecto, la Ley de Tribunales de Familia estableció un método objetivo de
designación, que garantiza la distribución equitativa del trabajo entre los distintos
mediadores registrados dentro del territorio jurisdiccional de aquel. Sin embargo, la
evidencia empírica demuestra que en las regiones con mayor población, como la
Metropolitana, esta designación puede demorar, y el proceso de mediación extenderse
por varias semanas y meses antes de acceder a la primera sesión, o para obtener el
certificado de mediación frustrada en el caso que no prospere un acuerdo, considerando
las exigencias reglamentarias de número y formas de citación que impone el
reglamento y las directrices del Ministerio de Justicia, lo que puede justificar la menor
valoración del sistema por los distintos usuarios.
CONCLUSIÓN
Nos asiste la convicción, como usuarios del sistema de mediación familiar, de que
éste debe ser reformulado desde sus bases fundamentales.
i. El Estado debe proveer de los medios para articular una política pública integrada
de resolución de controversias para Chile, en la que la mediación se articule entre un
conjunto de formas de intervenir y gestionar los conflictos, asegurando los medios para
garantizar el acceso en condiciones de igualdad, la calidad técnica de sus mediadores
y de los procesos de mediación, la supervisión, evaluación y seguimiento de la calidad
de las soluciones alcanzadas en la mediación, y de los niveles de satisfacción de los
usuarios.
iii. Dicha política pública exige un compromiso por parte del país de promover al
más alto nivel la educación de la comunidad, para insertar a la mediación como una
forma de diálogo social que permita cambiar la cultura litigiosa en materia de solución
de conflictos, introduciendo la cultura de la libertad y autonomía de los ciudadanos, y
de la responsabilización por la solución de sus propios problemas. En este sentido, la
escuela y la universidad deben constituirse en espacios relevantes de este proceso
formativo.
Como señala Alexy, "En tanto mandatos de optimización, los principios son normas
que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible, de acuerdo con las
posibilidades jurídicas y fácticas. Esto significa que pueden ser satisfechos en grados
diferentes y que la medida ordenada de su satisfacción depende no sólo de las
posibilidades fácticas sino jurídicas, que están determinadas no sólo por reglas sino
también, esencialmente, por los principios opuestos. Esto último implica que los
principios son susceptibles de ponderación y, además, la necesitan. La ponderación es
la forma de aplicación que caracteriza a los principios".478
b) Requerirán cierta coherencia con otros principios procesales afines para poder
gozar de la eficacia necesaria para ser operativos en la mayor medida posible; y
Así, por ejemplo, que el proceso sea oral no implica que todas las actuaciones del
proceso deban ser necesariamente verbales, sino sólo que sean predominantemente
orales, en especial en la etapa de prueba. Por ello, se admite que los escritos de
discusión en los nuevos procesos se formulen por escrito, así como los recursos
respecto de resoluciones pronunciadas fuera de audiencias. Lo mismo sucede con la
inmediación, por ejemplo, en el caso de pruebas que necesariamente deben rendirse por
exhortos en que resulta imposible o extremadamente difícil el contacto directo del juez
con la prueba.
Además, estos principios también exigen una coherencia con los otros principios
procesales que se consagren, porque la eficacia de cada uno depende de su coordinación
con los otros. Así lo destaca la doctrina, al señalar que: "la aplicación de un determinado
principio normalmente se encuentra condicionada a la aplicación de otros principios
para que exista un sistema procesal coherente y eficaz".481 "Generalmente, la
realización práctica de uno incide, o más aún es la base de la realización de otro u otros
principios. Así ocurre con la oralidad, la inmediación, la concentración y la
publicidad".482
No debe olvidarse que los principios formativos del procedimiento se aplican a los
diversos procedimientos civiles, penales, laborales y de familia, pero con distintos
matices, dada la diversidad de cada grupo de normas procesales en cuanto a la finalidad
que se persigue en esos procesos.
"Existe una relación de unidad entre los distintos procedimiento referidos, pero
siempre atendiendo a la diversidad de objetivos que a través de ellos se persiguen".487
Para los efectos de esta ley, se considera niño o niña a todo ser humano que no ha
cumplido los catorce años y, adolescente, desde los catorce años hasta que cumpla los
dieciocho años de edad.
En segundo lugar, en relación con los principios que deben regir en el procedimiento
ante los tribunales de familia, el artículo 9º de la mencionada ley, titulado principios
del procedimiento, nos señala que el procedimiento que aplicarán los juzgados de
familia será oral, concentrado y desformalizado. En él primarán los principios de la
inmediación, actuación de oficio y búsqueda de soluciones colaborativas entre partes.
Asimismo, al ser estas normas orientadoras del sistema en general, resulta que ellas
sirven para integrar las lagunas jurídicas que pueden identificarse.
Los principios generales son los que inspiran a todo el ordenamiento jurídico,
cualquiera sea la forma en la cual se estructure para su aplicación, como son el de la
primacía de la persona frente al estado y la consecuente servicialidad de este; la
igualdad en la ley y ante la ley; la imposibilidad de obtener un beneficio a partir del
dolo propio; la ilegitimidad del enriquecimiento sin causa; la circunstancia que nadie
puede estar obligado a lo imposible; la renunciabilidad de los derechos que miran al
interés particular del renunciante; la necesidad de juzgar a una persona dentro del marco
del debido proceso; la presunción de inocencia de cualquier imputado; nadie puede ser
condenado por un delito realizado por un tercero y sin que le haya cabido participación
en él, etc.
Por otra parte, nos encontramos con ciertos principios que se aplican según la forma
en que establezca un sistema para la adecuada aplicación del derecho. Es así como se
contemplan para el proceso y su desarrollo a través de un procedimiento la existencia
de diversos principios, incluso en forma antagónica algunos de ellos (dispositivo vs.
inquisitivo, oralidad vs escrituración; inmediación vs mediación; publicidad vs secreto,
etc.), por lo que deben ser aplicados en forma preferente y armónicamente para que
pueda alcanzarse un desarrollo racional y justo del mismo.
De allí que, para la interpretación de una norma legal, cabe acudir a los principios
generales de derecho para determinar su correcto alcance o bien, ante su silencio para
establecer la regla que ha de regir para la solución de un determinado asunto, sin que
sea posible que se pueda permitir que se llegue a generar una contradicción del
principio con la regla a aplicar.
La aplicación de los principios nos lleva a una solución sistémica, racional, uniforme,
coherente y justa conforme a derecho, reconociéndoles así a los principios un carácter
de complementación y enmienda, cuando no de franca superación de un positivismo
legalista en su expresión meramente formalista o formal.
De allí que se ha razonado por nuestros tribunales superiores, en cuanto a que "a la
hora de jerarquizar, los principios generales gozan de un rango superior a las diversas
normas precisas y determinadas que componen el sistema legal de la nación. Y si
advertimos los principios generales representan valoraciones de rango superior y de
existencia anterior, llegamos sin inconveniente a la atribución a tales principios de una
función trascendente: la función legitimadora".491
La relevancia de estos principios llega a tal nivel, que incluso se establecen algunos
como requisitos de validez del procedimiento. Así, por ejemplo, en resguardo de la
inmediación se sanciona expresamente con la nulidad procesal la delegación de
funciones judiciales tanto en los procesos penales, laborales, de familia como civil.
Ello se puede fácilmente constatar de la sola lectura de los artículos 35 del Código
Procesal Penal, 427 del Código del Trabajo, 12 de la Ley de Tribunales de Familia y 7
del proyecto de Código Procesal Civil.
Asimismo, la sanción a las conductas que importan una infracción de los principios
de inmediación, concentración, continuidad, publicidad y libre valoración conforme a
las reglas de la sana crítica se consagran en el artículo 374 letras b), d) y e) del Código
Procesal Penal como motivos absolutos de nulidad.
Finalmente, el artículo 478 letras b) y d) del Código del Trabajo consagran una causal
específica del recurso de nulidad por infracción a la inmediación y a la libre valoración
conforme a las reglas de la sana crítica.
Al consagrar el legislador los principios referidos, se intentó dejar atrás una forma
de administración de justicia caracterizada por su "excesiva duración, la falta de
inmediación entre los sujetos y los actores del proceso, la 'invisibilidad' del juez y
también de los abogados, la normalidad de la delegación, su inadecuado desarrollo
fragmentario y discontinuo, vale decir, su dispersión procesal, la abundancia de
tiempos muertos, su fácil entorpecimiento a través del sistema de impugnaciones e
incidentes que dan lugar a subprocedimientos también escritos, su muchas veces
innecesario formalismo y tecnicismo, siendo un elemento favorecedor de todo ello el
predominio de la regla de la escritura".493
Por ello, no es posible aplicar los principios de los antiguos procedimientos escritos
a los nuevos orales cuando ello resulta incompatible en atención a la naturaleza y
objetivos de los nuevos principios que los rigen.
Por lo mismo, el artículo 52 del Código Procesal Penal sólo hace aplicables
supletoriamente las normas comunes a todo procedimiento contempladas en el Libro I
del Código de Procedimiento Civil, sólo en cuanto no se opusieren a lo estatuido en
este Código o en leyes especiales.
En forma equivalente, el artículo 432 del Código del Trabajo dispone respecto de los
procedimientos especiales establecidos en los Párrafos 6º y 7º de este Capítulo II, se
aplicarán supletoriamente, en primer lugar, las normas del procedimiento de aplicación
general contenidas en su Párrafo 3º.
Este análisis demuestra que la aplicación supletoria se ha limitado, porque ella sólo
procede ante procedimientos de una misma naturaleza y sólo en caso de compatibilidad
de principios.
En primer lugar, cabe considerar que lo ideal sería contemplar un solo sistema
recursivo dentro de un mismo sistema procesal, lo que será posible sólo y en la medida
que nos encontremos ante tribunales que tengan una misma estructura orgánica, se
contemple una misma función respecto de ellos y se inserte el sistema de impugnación
en procedimientos regidos por unos mismos principios formativos.
Sin embargo, dado que los procedimientos de familia son orales, se contempla
expresamente que la aplicación supletoria de las normas del Código de Procedimiento
Civil sólo regirá siempre que ello no resulte incompatible con los principios del
procedimiento de familia que establece la ley.
En consecuencia, los recursos se rigen por las normas del Código de Procedimiento
Civil, salvo norma especial en contrario o que aquellas sean incompatibles con los
principios de la oralidad, publicidad, impulso de tribunal, concentración, continuidad,
inmediación y sana crítica que rigen en el procedimiento de familia.
Es así, como la norma que se contempla en materia recursiva en el inciso primero del
artículo 67 de la ley es coincidente con lo previsto respecto de las disposiciones
comunes a todo procedimiento en el artículo 27 de la ley, al contemplar su aplicación
sólo y en la medida que ello no resulte incompatible con los principios del
procedimiento de familia que establece la ley.
b) Como regla general, cabe la aplicación supletoria de las normas que regulan los
recursos en el Código de Procedimiento Civil.
a) Recurso de reposición
Entendemos que esta reposición sólo será procedente en la medida que la resolución
se dicte sin haber mediado debate sobre la materia en la audiencia, dado que si ha
existido éste no cabría estimar procedente la reposición, atendido a que ya se ha
producido por otra vía el control horizontal respecto de lo resuelto.
b) Recurso de apelación
Por otra parte, debemos entender que en este caso el recurso sólo persigue la revisión
de lo resuelto en la instancia y no puede caber la reanudación del debate haciendo valer
nuevas pretensiones o excepciones para ser resueltas en la segunda instancia o que sea
posible la rendición de nuevas pruebas, porque con ello se atentaría en contra de la
centralidad del juicio oral y de la preclusión por fases que se va produciendo respecto
de las diversas facultades con motivo del avance del procedimiento.
Finalmente, el impulso para la vista del recurso recae en el tribunal y no en las partes,
por lo que sólo la voluntad de las partes puede llegar a poner término al recurso y no el
incumplimiento de cargas procesales de impulso, que no se radican en el recurrente
Sólo serán apelables la sentencia definitiva de primera instancia, las resoluciones que
ponen término al procedimiento o hacen imposible su continuación, y las que se
pronuncien sobre medidas cautelares (art. 67 Nº 2 inc. 1º), estas últimas también
pronunciadas en la primera instancia.
1) Las acciones de filiación y todas aquellas que digan relación con la constitución o
modificación del estado civil de las personas, incluyendo la citación a confesar
paternidad o maternidad a que se refiere el artículo 188 del Código Civil;
2) La autorización para la salida de niños, niñas o adolescentes del país, en los casos
en que corresponda de acuerdo con la ley;
De acuerdo con ello, se contempla que, efectuada la relación, los abogados de las
partes podrán dividir el tiempo de sus alegatos para replicar al de la otra parte (art. 67
Nº 5).
Dado el carácter tan escueto de estas normas, y teniendo presente las disposiciones
que rigen el recurso de apelación en los sistemas penales y laborales orales, estimamos
que esas reglas deberíamos aclararlas o complementarlas para hacerlas compatibles con
los principios que rigen los procedimientos orales en el siguiente sentido:
Conforme con ello, estimamos que no deben tener aplicación alguna en esta segunda
instancia limitada las normas que permitan hacer valer nuevas pretensiones o
excepciones.
Asimismo, por romper la centralidad del juicio oral, no cabe tampoco el ofrecimiento
y rendición de nuevas pruebas en la segunda instancia.
1. Las causales expresadas en los números 1º, 2º, 4º, 6º, 7º y 9º del artículo 768 del
Código de Procedimiento Civil,496o
Llama la atención que teniendo nuestro legislador esta última visión en los
procedimientos de familia no haya contemplado la procedencia del recurso de casación
en la forma, lo que importa claramente un contrasentido con su visión de privilegiar el
ius litigatoris, si tenemos presente que el respeto de las normas del desarrollo de un
debido proceso no reviste un carácter meramente formal, sino que es de rango
sustancial para el justiciable en nuestros días.
El mejor ejemplo de ello radica en tomar partido acerca de la naturaleza que reviste
la infracción a las reglas de la lógica, máximas de la experiencia y principios
científicamente afianzados en la apreciación de la prueba conforme con el sistema de
sana crítica para determinar la procedencia del recurso de casación.
Si estimamos que estamos ante la dilucidación de meras cuestiones de carácter
fáctico, sólo cabrá el recurso de casación en la forma por el incumplimiento de
requisitos de la sentencia y jamás se podrá llegar ante la Corte Suprema por no
contemplarse vía recursiva al efecto. Si en cambio, estimamos que las reglas que
configuran el sistema de la sana crítica tienen un rango legal, será el recurso de casación
en el fondo la vía para impugnar la sentencia que no hubiere dado correcta aplicación
a dichas normas.
En nuestro caso, dado que entendemos que la función de una Corte Suprema no debe
ser otra que la de velar por la uniformidad de jurisprudencia, sin entrar al análisis de un
asunto en particular, determinar si las normas de la sana crítica tienen un carácter
ordenatorio denunciable por casación en la forma o decisorio denunciable por casación
en el fondo no reviste mayor trascendencia, porque lo importante es que se pronuncie
determinando cómo deben ser aplicadas esas reglas para todos los asuntos en el futuro,
pero sirviéndose para ello de un asunto particular.
e) Recurso de queja
En realidad, lo que cabe más bien es desterrar el recurso de queja como medio de
revocar, modificar o anular resoluciones judiciales, por no ser un objetivo al cual se
puede tender por la utilización de vías disciplinarias, cabiendo más bien contemplar un
sistema recursivo que se ajuste a los principios del procedimiento oral para velar porque
se otorgue una pronta, justa y efectiva tutela a los ciudadanos.
A Silvio Canese
y la palta mecánica
I. ¿CASO CERRADO?
La cosa juzgada define el trabajo de los jueces. Para decirlo con las palabras de
Enrico Allorio, se trata de "la eficacia normativa de la decisión jurisdiccional [que]
acaba y convierte en inútil cualquier discusión sobre la justicia o la injusticia de lo
decidido".1 ¿Tiene sentido una construcción como ésta en la justicia de familia
considerando los conflictos que allí se resuelven? Los debates en familia no suelen
agotarse en los intereses de dos partes, sino que frecuentemente involucran bienes e
intereses de otras personas, e incluso cuando se circunscriben a dos partes hay buenas
razones para sostener que la solución del caso puede revisarse más adelante. En este
artículo sostengo que, incluso en un contexto como éste, la cosa juzgada es una
categoría que sirve para responder a las expectativas de quienes litigan al proveerles de
formas para explicar el porqué (no) podría tomarse una nueva decisión sobre un asunto.
En otros términos, afirmo que la cosa juzgada opera de la misma forma —con las
mismas categorías y expuesta a idénticos desafíos— que en las demás áreas de la
administración de justicia. Para ello se vuelve preciso argumentar en contra de lo que
durante su primera década de vigencia en Chile (ley Nº 19.968, 1º de octubre de 2005)
se ha llamado el 'trato especial' de la cosa juzgada en familia, una tesis que puede
presentarse con un ejemplo matrimonial: el caso Ávila con Guerrero en 2010.498
"En primer término, la cosa juzgada en el derecho de familia tiene un trato especial.
En efecto, la cosa juzgada en este orden del derecho implica tan solo que las
resoluciones se mantienen firmes en la medida que las circunstancias que condujeron
a su dictación, permanezcan en el tiempo. Es decir, variando las referidas
circunstancias, aquella cosa juzgada substancial provisional, deja de producir efectos
y puede, en consecuencia, reverse el problema que se había sometido a conocimiento
y decisión del órgano jurisdiccional. En segundo lugar, la decisión adoptada por la
señora juez de familia, se materializó en una audiencia preparatoria cuyo objeto era
otro. Es decir, procedió a dictar una sentencia definitiva sin tramitar el proceso. De
esta manera, la sentencia se confunde con un control de admisibilidad de la demanda"
(cons. 4º).
Sobre este segundo punto —las resoluciones que se dictan a propósito del estándar
de admisibilidad de una demanda— volveré pronto. Lo que toca explorar es la primera
—y principal— de las razones aludidas por la Corte de Santiago para decir que el fallo
en Ávila fue "erróneo": el cambio de la situación como un motivo que autoriza para
dictar un nuevo fallo entre las mismas partes con respecto a un mismo asunto. Repito,
entonces, la premisa que usara la Corte de Santiago en Ávila: "las resoluciones se
mantienen firmes en la medida que las circunstancias que condujeron a su dictación,
permanezcan en el tiempo".
II. FORMAL Y MATERIAL
La distinción entre cosa juzgada formal y cosa juzgada material alude a dos asuntos
distintos que no deben confundirse. El primero de ellos se refiere a la imposibilidad de
impugnar lo decidido por un juez en el mismo proceso —de allí que a veces se prefiera
aludir a ella con la preclusión— y es un efecto ligado fundamentalmente al
desasimiento del tribunal (art. 182 inciso 1º CPC); el segundo, en tanto, apunta a la
inmutabilidad de la decisión en un futuro juicio que pudiera tener lugar entre las
mismas partes y por el mismo objeto —o uno semejante o similar—, tanto en un sentido
negativo o excluyente —no volver a discutir sobre el mismo tema (por ejemplo, no
debatir acerca de un divorcio que ya fue declarado)— como en un sentido positivo o
prejudicial —que lo resuelto sea tomado en consideración en lo sucesivo (por ejemplo,
la influencia que tiene el fallo que dirime una filiación en un futuro juicio de
alimentos)—. Esta distinción entre cosa juzgada formal y material se difundió durante
el siglo XX chileno, especialmente gracias al trabajo de Hugo Pereira Anabalón,499
profesor de Derecho Procesal de la Universidad de Chile, y ella profundiza en una idea
que llegó a América con las Partidas, aplicadas en Chile hasta comienzos del siglo
XIX, según las cuales un fallo "tiene maravillosamente tan gran fuerza, que no se desata
por privilegios o cartas nuevas ni conviene darse merced para abrirlos, porque si los
hombres supieren serían oídos sobre esta materia trabajarían siempre a pedir merced
que los oyesen y nunca los pleitos podrían acabar" (Partida 3, ley 5, Título 24 y Partida
3, ley 19, Título 22).500
A la luz de estas categorías, considero que el uso de la cosa juzgada —ya sea como
acción o como excepción— no difiere en los asuntos de familia del resto de la
administración de justicia, pues los requisitos y los propósitos son idénticos a los que
se observan, por ejemplo, en casos patrimoniales. Las notas distintivas —que las hay—
responden a interpretaciones que los propios jueces de familia han hecho al invocar una
especial "naturaleza" del conflicto para decidir en un determinado sentido. En lo que
sigue exploraré sólo algunas de esas notas distintivas con un doble propósito: dejar en
claro que ellas no implican un "trato especial" de la cosa juzgada en razón de la
"naturaleza" del conflicto, sino que más bien responden, en mi opinión, a licencias
argumentativas que los jueces —sobre todo las Cortes— adoptan con el fin de resolver
un caso puntual; y, en segundo término, mostrar que en esos mismos casos había otras
vías argumentativas para decidir en igual sentido sin tener que deformar —o incluso
negar— la cosa juzgada y otras categorías aledañas, como el desistimiento.
Para ello procederé del siguiente modo. En el marco del efecto formal de la cosa
juzgada aludiré a dos problemas específicos: el de los fallos transitorios —como en los
alimentos— y el de los que deciden que una demanda no será tramitada. Luego, en el
contexto del efecto material de la cosa juzgada, abordaré otros cuatro aspectos: el
desistimiento, el objeto disputado, la causa de pedir y la revisión de fallos firmes. Por
último, haré una breve referencia al efecto de la cosa juzgada con respecto a terceros a
propósito de la filiación.
La justicia de familia es, quizás, el lugar más adecuado para no cultivar una idea de
cosa juzgada como presunción de verdad. Aquí, un fallo no pretende ser infalible, sino
que es inimpugnable y puede ser vinculante en un juicio diverso —excepción de cosa
juzgada—, aceptando la posibilidad de que el juez haya cometido un error al decidir el
caso. Explicar la cosa juzgada sin acudir a la verdad es, por lo demás, una estrategia
que hace algo más sencillo entender que se pueda pronunciar una nueva sentencia
diversa de la anterior. Eduardo Couture, por ejemplo, fue enfático en cuanto a que "la
cosa juzgada no siempre tiene que ver con la verdad", añadiendo algo que me parece
discutible en familia —pero que sería sumamente interesante debatir con categorías
distintas a las legales—: "una de las formas más crueles de la injusticia, es la de que no
se sepa nunca quién tiene la razón. El derecho termina por darle la razón a uno. ¿Por
escrúpulo de verdad? No: para obtener la paz y el orden".502
Hugo Pereira habría dicho que estos dos ejemplos —cuidado y alimentos— no son
casos de cosa juzgada formal, sino de cosa juzgada sustancial provisional, ya que él
reservaba el uso de la primera categoría para decisiones tomadas en un juicio sumario
que luego podían ser discutidas en uno plenario (o de lato conocimiento),506 mientras
que la segunda categoría la aplicaba a los nuevos juicios que se justificaban por
cambios en la causa de pedir cuando se trataba de conflictos ligados a factores
"variables, cambiantes, inestables, como es la vida misma de donde emergen",507 o sea,
en cierto modo, a lo que el Código de Processo Civil brasileño de 1973 llamó "relação
jurídica continuativa" (art. 471). Esta distinción ha sido recogida y aplicada por los
jueces en familia —basta con recordar el caso Ávila citado en un comienzo—, no
obstante lo cual creo que ella no es necesaria en la medida en que la cosa juzgada formal
es una categoría que puede explicar ambos escenarios: tanto aquellos en que se admite
un nuevo juicio por razones procedimentales —cuando en el primero no hubo
suficiente contradicción—, como aquellos en que se apela a situaciones en que es
razonable esperar cambios en los hechos —como ocurre en el cuidado personal o en
los alimentos—. Ahora bien, es necesario que las reglas del Derecho de familia —
legales y judiciales— sean capaces de precisar las razones que limitan la cosa juzgada
a su efecto formal cuando se trata de asuntos que se agrupan en este segundo supuesto,
"no para deleite de los intelectos aunque esto es ya cosa buena",508sino que para evitar
fallos que distorsionen la cosa juzgada hasta el nivel extremo al que llegó la
jurisprudencia en los primeros años de la justicia de familia. Para ejemplificar esta
necesidad de conocer las razones que limitan el efecto de la cosa juzgada al formal
aludiré a un caso difícil y a otro más difícil aún, que se dan con cierta frecuencia en la
litigación chilena. El primero es el de los alimentos provisorios y se enmarca dentro
del ámbito de la potestad cautelar, siendo un caso difícil porque allí se discute si el fallo
cuenta o no como una sentencia interlocutoria;509el segundo, en tanto, se refiere al
estándar de admisibilidad de la demanda y lo considero un caso más difícil porque
claramente allí la decisión no supone una sentencia interlocutoria ni una definitiva, de
modo que surge una incógnita en cuanto al uso que pudiera hacerse de la cosa juzgada
en ese momento.
1. ALIMENTOS PROVISORIOS
Ahora bien, en este ámbito quiero referirme a un aspecto aún más específico y que
se refiere al uso de la cosa juzgada en el caso del acceso provisional a una petición de
rebaja (o de aumento) de los alimentos que luego es rechazada en el fallo definitivo.
Para ello me sirvo de Beltrán con Sánchez, que fuera resuelto en una votación dividida
por la Corte de Punta Arenas en 2015.514Los hechos fueron los siguientes: en 2012 se
fijó como pensión de alimentos el pago del 16% de los ingresos del alimentante (i. e.,
de sus "emolumentos ordinarios y extraordinarios"), pero en 2013 el deudor pidió una
rebaja provisoria y el juez accedió a ella, fijando como pensión el 86% de un ingreso
mínimo, aunque tal petición de rebaja terminaría siendo rechazada en ambas instancias
judiciales. En 2014, cuando se solicitó la liquidación tanto de las pensiones adeudadas
como de las devengadas en una causa de cumplimiento, la liquidación se hizo usando
la base de cálculo del fallo en 2012 —y no la decisión provisoria dictada en 2013—,
por lo que el alimentante cuestionó la liquidación afirmando que lo correcto era
considerar como base de cálculo, al menos hasta el rechazo definitivo de su petición de
rebaja (lo que ocurrió en mayo de 2014), el 86% del ingreso mínimo porque la
resolución que fijó esa base de cálculo tendría la calidad de sentencia interlocutoria de
primer grado (= establece derechos permanentes en favor de una parte) y no de segundo
grado (= debe servir de base al pronunciamiento de una sentencia definitiva o
interlocutoria) (art. 158 inciso 3º CPC). Dicho argumento fue acogido en primera
instancia y por la Corte de Punta Arenas: para ambas instancias, la resolución que en
2013 fijó provisoriamente los alimentos en el 86% del ingreso mínimo era una
sentencia interlocutoria de primer grado que le daba al alimentante una acción para
exigir que durante el período en que rigió tal decisión provisoria se considerase como
base de cálculo el monto fijado por ella y no el señalado por el fallo definitivo en 2012.
Pero esta interpretación conducía a una paradoja obvia, de la que la propia Corte de
Punta Arenas era consciente: la resolución que fijó los alimentos provisorios estaría
produciendo efectos normativos incluso después de haberse dictado una sentencia
definitiva, que además desechaba tal pretensión de rebaja. ¿Qué hizo la Corte de Punta
Arenas para escapar de esta trampa? Decidió revocar el fallo que había acogido la
impugnación del alimentante a la liquidación de la deuda, pero no porque violase la
cosa juzgada, sino que usando una típica categoría del Derecho civil: el
enriquecimiento sin causa justificada. Para la Corte, "la sola posibilidad de mantener
la vigencia de los alimentos provisorios por sobre la decisión final del Tribunal que
determinó la inexistencia de hechos que motivaran la rebaja, atenta contra el principio
que prohíbe o proscribe el enriquecimiento injusto, pues en el caso de autos se
justificaría la rebaja de una pensión sin antecedentes sustantivos que lo autoricen
generando una situación de detrimento injusto en el patrimonio de la demandante, por
una parte, y un mayor patrimonio respecto del demandado como consecuencia de la
rebaja injustificada" (cons. 7º).
Lo que no se debe pasar por alto es que a esa conclusión llegó la Corte "habida
consideración que la naturaleza especial del derecho de familia admite la aplicación de
principios generales del derecho" (cons. 7º). Beltrán, entonces, sirve para ejemplificar
lo mismo que Ávila: las distorsiones que introduce en la familia el uso intensivo de la
'naturaleza' del conflicto para decidir un punto que pudo zanjarse con un adecuado
empleo de categorías como la cosa juzgada. Habría bastado con afirmar que la
resolución que fijó los alimentos provisorios —si se la considera una sentencia
interlocutoria de primer grado— sólo genera un efecto de cosa juzgada formal (i. e., no
admite recursos en su contra pero puede mutar más adelante, por ejemplo, al ser
revocada en la sentencia definitiva) para evitar acudir a "la naturaleza especial del
derecho de familia" y a "la aplicación de principios generales del derecho" al decidir
sobre un asunto más bien pedestre, como suele ser la liquidación de una deuda de
alimentos.
Este segundo caso es aún más difícil, porque aquí la decisión no cuenta como una
sentencia definitiva ni interlocutoria. El estándar de admisibilidad de una pretensión
("demandas, denuncias y requerimientos") fue incorporado al poco andar en familia —
en 2008 y gracias a un proyecto presentado al Congreso en agosto de 2006— para
autorizar al juez a rechazar de plano una acción si la estimare "manifiestamente
improcedente" (art. 54-1 inciso 3º, ley Nº 19.968 reformada por ley Nº 20.286). Esta
posibilidad hizo surgir la duda: ¿Produce algún efecto en términos de cosa juzgada tal
decisión de no tramitar una demanda? Como el supuesto de aplicación del estándar es
bastante amplio y parece comprender tanto presupuestos procesales como elementos
constitutivos de la acción, lo mejor será testear esta posibilidad distinguiendo grupos
de casos. Aquí sólo alcanzo a mencionar tres de ellos: (i) si se tratase de la
(in)competencia del tribunal se tendría que precisar su causa: si se debiese a un factor
de competencia relativa como el territorio, la decisión sólo podría tener un efecto de
cosa juzgada formal,515 pero si se invocase un criterio de competencia absoluta como
la materia (piénsese en las primeras demandas de responsabilidad civil en Chile por la
infracción a un deber conyugal) podría insinuarse un efecto material; (ii) frente a un
defecto en la representación del actor (como ocurrió con las primeras demandas de
divorcio por mutuo acuerdo patrocinadas por un mismo abogado o como ocurre cuando
no se acompaña el certificado de la mediación siendo ella obligatoria), la decisión
también se debe limitar al efecto formal; (iii) cuando se rechaza tramitar la demanda,
en cambio, por falta de legitimación (activa o pasiva) la cuestión es menos clara y
amerita recordar lo que sigue.
En 1999 Hernán Corral sostuvo, a propósito del filtro que acompañó por siete años a
la filiación tras la reforma de 1998 ("El juez solo dará curso a la demanda si con ella
se presentan antecedentes suficientes que hagan plausibles los hechos en que se
funda", art. 196 inciso 1º CC), que el fallo que le niega curso a una demanda no produce
el efecto de cosa juzgada material.516 Pero una década después, en cambio, Iván Hunter
afirmaba —a propósito del art. 18 Nº 1 del Proyecto de Código Procesal Civil de 2009,
ampliado luego en el art. 258 del Proyecto de Código Procesal Civil de 2012— que esa
decisión —la de no tramitar una demanda "por falta de fundabilidad o por carecer de
un interés tutelado por el ordenamiento"— sí tiene fuerza de cosa juzgada material.517
Lo que hubo allí, a mi juicio, fue un interesante uso de la distinción entre hecho y
derecho para definir los efectos en términos de cosa juzgada de tal resolución: si el
rechazo se basa en cuestiones de hecho no se genera un efecto de cosa juzgada material,
a diferencia del que se funda en ciertos motivos jurídicos. El punto, por supuesto, será
aclarar qué razones jurídicas son las que justifican un efecto de cosa juzgada —formal
o material— en el marco, lo reitero, de una decisión que no cuenta ni como sentencia
definitiva ni como interlocutoria.518
A dilucidar una cuestión de esta clase debe contribuir el que el juez aplique este filtro
"expresando los fundamentos de su decisión". Dicha motivación permitirá conocer los
motivos por los cuales se le podrían atribuir efectos en términos de cosa juzgada a esta
apuesta judicial. El tema no es menor si se considera que sólo se excluyeron de este
estándar los casos de violencia intrafamiliar y de filiación, prefiriendo los falsos
positivos (tramitar y eventualmente acoger una demanda cuando no procede) a los
falsos negativos (negarse a tramitar una demanda cuando sí corresponde hacerlo) pero,
como bien lo observó Susan Turner, la reforma en 2008 no fue diáfana en cuanto a las
razones para limitar las exclusiones a esos dos casos: si se hubiese tratado de motivos
de gravedad e impacto social, entonces también pudieron apartarse las medidas de
protección y los casos de maltrato a un niño, niña o adolescente (art. 8º Nº 8 y 11, ley
Nº 19.968); si se trataba de intereses públicos que impiden una negociación particular
entre los afectados, entonces también pudieron quedar al margen el divorcio y la
adopción (art. Nº 13 y 15, ley Nº 19.968).519
Vuelvo, por último, a lo dicho en el caso Ávila. Allí la Corte de Santiago sostuvo que
la decisión de no tramitar la demanda debe dictarse antes de la audiencia preparatoria
de juicio —lo que es correcto—, pero la duda es si la jueza podía declarar de oficio el
efecto negativo de la cosa juzgada con la información en su poder en esa audiencia
preliminar. Me parece que esta es una opción razonable, y en su favor habría que
interpretar extensivamente la actual potestad judicial para resolver en esa misma
audiencia las excepciones en base a "antecedentes que consten en el proceso o que sean
de pública notoriedad" (art. 61 Nº 2, ley Nº 19.968).
En cuanto a la forma de invocar este efecto material, la ley procesal ha sido generosa:
excepción dilatoria (art. 303 CPC), excepción perentoria cuando se contesta la
demanda (art. 309 CPC), excepción mixta o anómala (art. 304 CPC), fundamento del
agravio en la apelación (art. 186 CPC), causal en la casación en la forma (art. 768 Nº 6
CPC), causal en la casación en el fondo (art. 767 CPC) y motivo para la revisión (art.
810 Nº 4 CPC).525 Por razones de espacio sólo puedo aludir a uno de los desafíos que
ha planteado la práctica en este plano: la posibilidad de apelar cuando la excepción de
cosa juzgada ha sido resuelta en una audiencia, para lo cual me valdré del interesante
caso Goldammer con Deck que decidiese la Corte de Temuco.526 En ese caso, la Corte
constató una antinomia, pues, por un lado, existe una regla según la cual los incidentes
promovidos en audiencia "no serán susceptibles de recurso alguno" (art. 21, ley
Nº 19.968) y, por otro, una regla que permite apelar sólo de "las resoluciones que ponen
término al juicio o hacen imposible su continuación" (art. 67 Nº 2, ley Nº 19.968).
¿Puede apelarse, entonces, la resolución que se pronuncia sobre la excepción de cosa
juzgada en una audiencia? La Corte de Temuco estimó que sí en base al derecho al
recurso entendido como un derecho fundamental del litigante según la jurisprudencia
del Tribunal Constitucional chileno, pero no deja de ser palpable que, al margen de la
validez de esta salida, todavía es necesaria una profunda reflexión sobre el sistema de
impugnación que rige en familia, considerando que los recursos son una más de las vías
de impugnación de las decisiones judiciales, pero no la única forma.
En lo que sigue mostraré que es en el ámbito del efecto material de la cosa juzgada
donde el uso de ciertas categorías (como el desistimiento y la causa de pedir) revela un
alejamiento de la inclinación por la certeza visto por la academia. Las Cortes chilenas,
incluyendo a la Corte Suprema, no sólo optan en ciertos casos por las decisiones
contradictorias por sobre las que son injustas invocando un 'trato o naturaleza especial'
en familia —como ocurrió en Beltrán y Ávila por ejemplo—, sino que incluso han
llegado a negar la cosa juzgada en familia para justificar algunas decisiones, en una
actitud que no sólo es incorrecta, sino que es innecesaria, dado que suele haber otras
formas de interpretar las reglas en juego para dar con una solución en la misma línea
que la impuesta, pero sin negar la cosa juzgada. A estas otras salidas presto atención en
lo que viene.
1. DESISTIMIENTO
Como se puede ver, la Cuarta Sala de la Corte Suprema usó en Cosmelli el mismo
argumento de la Corte de Santiago en Ávila, al entender el cambio en las circunstancias
como el simple paso del tiempo que muda la causa de pedir —algo que en sí mismo ya
es discutible—, pero además de eso eliminó el efecto extintivo de la acción que tiene
el desistimiento para evitar una sentencia injusta, como lo que sería toda aquella que
obligase a una persona a seguir casada con otra a pesar del término de la vida en
común.528
La segunda vía —el desistimiento del representante del actor— se puede discutir
acudiendo a Retamales con Huerta, en donde la Corte de Rancagua negó la aplicación
del efecto extintivo del desistimiento a raíz de un conflicto de filiación (la actora se
había desistido en 2004 de una demanda de reclamación de filiación presentada en 2002
en representación de su hija ante el Segundo Juzgado de Menores de San Fernando)
porque, a su entender, "si el legislador quiso ser explícito en prohibir la renuncia de
esta acción precisamente para evitar su efecto extintivo, con mayor razón es dable
afirmar que su desistimiento no podrá tener tal consecuencia, por lo que el alcance de
la norma del artículo 150 del Código de Procedimiento Civil no operará en este
particular ámbito de materias",529 una idea que la Cuarta Sala de la Corte Suprema no
cuestionó al conocer (y rechazar) el recurso de casación en el fondo (rol Nº 406-2007).
Hoy, en cambio, una sentencia como esa debería ser casada de oficio porque la propia
Corte Suprema ha sostenido que el desistimiento es una categoría que sí opera en la
justicia de familia (por todas véase Rojas con Rojas y Garibaldi).530 Pero en Retamales,
a diferencia —quizás— de Cosmelli o de Lobos, no era necesario cuestionar el efecto
del desistimiento, sino que bastaba con poner énfasis en que esa decisión la tomó la
representante de la hija, un supuesto en que es razonable esperar que el juez examine
las razones del desistimiento531 y, eventualmente, designe un curador ad litem al
representado si estima de manera fundada que los intereses del representante son
"independientes o contradictorios" con los de aquel (art. 19 inciso 2º, ley Nº 19.968).
En apoyo a esta lectura concurre Calderón con Calderón, en donde la Corte de Santiago
rechazó una apelación en un caso de filiación porque "ambas acciones fueron
interpuestas por una persona mayor de edad, plenamente capaz, que voluntariamente
ha desistido de su primera demanda, decisión que resulta inconciliable con su intención
de volver a reclamar esa filiación".532
Por ello no quiero pasar por alto lo que, en estricto rigor, sostuvo la Corte de Temuco
en Goldammer al afirmar que "la excepción de cosa juzgada debe ceder a favor de ese
derecho [a la identidad biológica] en todos aquellos casos en que el procedimiento
anterior ha finalizado antes de la etapa probatoria".534 Lo que la Corte hizo, creo yo,
fue sugerir que si la cosa juzgada sólo dice relación con los hechos decididos (res
iudicata) es porque hubo hechos debatidos y probados en el primer juicio (res
iudicanda), de modo que existiría un buen argumento para acotar el efecto extintivo
del desistimiento —incluso en casos de acciones imprescriptibles y/o irrenunciables—
, sólo a situaciones en que ese desistimiento tuvo lugar después de la valoración de la
prueba.
2. OBJETO Y CAUSA
Para que se constate una triple identidad y se cuente con la excepción de cosa juzgada
es necesario que exista un juicio previo entre las partes. Esto parece obvio, pero
conviene tenerlo en cuenta porque hay ciertos trámites en familia, como pasaba con la
gestión de reconocimiento en la filiación antes de la reforma en 1998, que no cuentan
como un juicio previo.535 Si hubo tal litigio, entonces será necesario invocar una nueva
causa de pedir para tratar de modificar lo ya decidido, o bien, plantear un debate acerca
de un objeto diverso. De allí que, por ejemplo, pueda discutirse el divorcio a pesar de
haber litigado antes sobre la separación judicial entre los cónyuges, ya que el objeto en
uno y otro casos es diferente: la separación judicial gira sobre el deber de cohabitación
(art. 33, ley Nº 19.947), mientras que el divorcio lo hace sobre la disolución del vínculo
conyugal (art. 42 Nº 4, ley Nº 19.947).536 Por ello, cada vez que se considere la
posibilidad de un nuevo objeto lo que se debe hacer es comparar una vieja sentencia
con una nueva demanda sin tener en cuenta el rótulo de la demanda, sino que "debiendo
buscarse siempre la sustancia de cada acción".537 El problema de los límites del "objeto
virtual" —o de "lo deducido y lo deducible"— no alcanza a discutirse aquí, pero sí cabe
notar que el Proyecto de Código Procesal Civil de 2012 (Boletín Nº 8197-07) le abre
la puerta al usar una fórmula que parece más flexible que la de la triple identidad para
referirse al efecto negativo o excluyente de la cosa juzgada: "que se pretenda un nuevo
juzgamiento de lo ya resuelto" (art. 216).
En la práctica, sin embargo, más que proponer un nuevo objeto, lo que suele hacerse
en familia es afirmar que existe una nueva causa de pedir y, como se ha visto, la
jurisprudencia chilena a veces no exige más que el paso del tiempo para aceptar que
han variado las circunstancias entre las partes, tal como ocurre en las demandas de
divorcio por cese de la convivencia en que el rechazo de la primera acción se basó en
la falta de prueba del cese por el plazo legal. En otras ocasiones, en cambio, la
jurisprudencia se vuelve más exigente, al punto tal de llegar a desconocer la cosa
juzgada para evitar una decisión injusta. Esta última tendencia puede graficarse por
medio de dos ejemplos de filiación. El primero de ellos es Araneda con Baldi, donde
la Corte de Concepción revocó el fallo de primera instancia que había acogido la
excepción de cosa juzgada en base a que el asunto ya lo había decidido el Juzgado de
Letras de Arauco (Araneda con Balde, rol Nº 19125) en contra de la madre que
interpuso la demanda. El punto es que en ese rechazo influyó el que el peritaje del
Laboratorio Regional del Servicio Médico Legal de Concepción (remitido al Juzgado
de Letras de Arauco en noviembre de 2002) y que establecía la paternidad del
demandado con un porcentaje de inclusión de un 99,99997%, a pesar de ser recibido
por el Juzgado de Letras en abril de 2003 nunca fue agregado a la causa. La Corte de
Concepción, en un fallo dividido, dijo que "una norma procesal —como lo es aquella
relativa a la cosa juzgada— no puede prevalecer por sobre los principios
universalmente aceptados de los derechos del niño, frente a evidencia de la paternidad
comprobada con un informe biológico no desvirtuado por otras pruebas y habida
consideración del derecho del hijo a conocer su identidad".538
Por último, algo a tener en cuenta en la práctica es que si se admite que procede un
nuevo juicio, ya sea porque existe una nueva causa de pedir o se disputa acerca de un
nuevo objeto, hay una presunción "a favor de los hechos declarados verdaderos en otro
juicio entre las mismas partes" (art. 427 inciso 2º CPC), aunque esa presunción es
derrotable en el nuevo juicio.543
3. REVISIÓN
Las causales de la ley procesal civil para la revisión de una sentencia firme son
amplias (art. 810 CPC), pero su interpretación es restrictiva si se la entiende como una
opción extraordinaria para examinar un juicio.544 Tales causales apuntan al empleo de
documentos o testimonios falsos para vencer en el juicio, al hecho de haberlo ganado
"injustamente en virtud de cohecho, violencia u otra maquinación fraudulenta" o haber
conseguido una sentencia "contra otra pasada en autoridad de cosa juzgada". Como se
puede notar —y en el último supuesto ello es obvio—, la revisión del veredicto no es
una amenaza, sino un garante de la cosa juzgada ya que un fallo sólo se revisa por
razones graves, como la comisión de delitos, la tergiversación de pruebas o el
desconocer una información clave —como el "extravío" de la prueba de ADN en
Araneda—. Lo que se revisa es el juicio y no la cosa juzgada propiamente tal; pensar
que la revisión afecta a la cosa juzgada primordialmente "es algo parecido a decir que
cuando un libro se quema desaparecen sus letras".545
Con todo, esta fuerza de cosa juzgada no debe confundirse con el efecto de la
sentencia respecto de terceros en su calidad de "hecho jurídico procesal".550A
diferencia de lo que ocurre con la transacción, que "produce el efecto de cosa juzgada
en última instancia" (art. 2460 CC) pero que no es oponible a terceros, un fallo —en su
calidad de instrumento público— tiene una proyección con respecto a terceros en
cuanto a la prueba de algunos hechos551y, además, tiene un efecto indirecto o reflejo
con respecto a ellos:552piénsese, por ejemplo, en la incidencia que tiene un veredicto
que ordena pagar una compensación económica por divorcio en la pretensión de quien
decide demandar de alimentos a la misma persona que compensa y que, por ello, ahora
tiene una menor capacidad de pago.553
CONCLUSIONES
Lo anterior encierra la principal conclusión del artículo, de modo que las restantes
pueden enumerarse como sigue:
2. El uso extensivo del efecto formal de la cosa juzgada debe justificarse caso a caso,
con razones que sean tan convincentes como las que se dan en el cuidado personal y en
los alimentos;
3. Para explicar que la resolución sobre los alimentos provisorios no tenga efectos
luego de dictarse la sentencia que rechaza la pretensión de rebaja (o aumento) de los
mismos hay que acudir al efecto formal de la cosa juzgada de esa decisión provisoria.
Para eso, primero es necesario aceptar que tal resolución cuenta como una sentencia
interlocutoria (de primer grado);
8. Cuando el desistimiento lo realiza el representante del actor debe ser el juez quien
examine las razones de ese representante para desistirse y, eventualmente, adoptar
medidas para resguardar los intereses del representado;
9. Para que opere la excepción de cosa juzgada es necesario que exista un juicio
previo, lo que implica una legítima contradicción —intercambio suficiente de pruebas
y argumentos— entre quienes litigaron;
10. Si se pretende modificar una decisión judicial en otro juicio también es preciso
que exista una legítima contradicción entre las partes en el nuevo juicio;
12. Las causales para revisar un fallo son amplias —como la colusión en la
filiación—, pero su interpretación debe ser restringida ya que implica dejar sin efecto
un veredicto firme;
No es difícil darse cuenta que varias de estas preguntas son una consecuencia del
hecho que la legislación procesal en familia descargase —en 2005— buena parte de su
peso normativo en el viejo Código de 1903. De hecho, ha sido la propia jurisprudencia
de la última década la que se ha tenido que encargar de poner sobre la mesa la necesidad
de repensar algunos supuestos de aplicación de figuras clásicas, como la causa de pedir
y el desistimiento. A este imperativo, además, se suman otros temas que buscan una
mejor respuesta, como el de la eficacia en términos de cosa juzgada de las sentencias
dictadas por tribunales extranjeros (¿Es el exequátur la mejor solución?) o de los fallos
de tribunales internacionales que se pronuncian sobre asuntos de familia, o bien, el
problema de quien abusa del efecto formal de la cosa juzgada iniciando una y otra vez
un juicio para intentar conseguir un fallo favorable a sus intereses (¿Sería razonable
imponerle el pago de la costas o alguna [otra] sanción por tal conducta?).
INTRODUCCIÓN
Las regiones del país que más han visto aumentado el porcentaje de población
extranjera son las del extremo norte de Chile: Arica y Parinacota, Antofagasta, y
Atacama. Esto no nos debería causar sorpresa: sabido es que en virtud de la actividad
minera y de todos los servicios accesorios a ella, se ha generado en la zona norte de
nuestro país un gran cantidad de puestos de trabajo, lo que explica el interés de los
extranjeros en formar parte, también, de los beneficios que, no obstante los vaivenes
propios del intercambio internacional, otorga el buen momento que todavía atraviesa
la minería en los mercados monetarios.555
Así dadas las cosas, la inmigración es un fenómeno que plantea variados problemas
para los países receptores, los que deben ser enfrentados de una manera adecuada. En
efecto, la llegada de importantes flujos de nacionales de otros países produce una serie
de consecuencias en la sociedad en su conjunto. Pensemos, por ejemplo, en los desafíos
que se generan en sectores tan claves como la salud, educación, vivienda, trabajo y
seguridad ciudadana, entre otros. De ignorar o de no afrontar con políticas eficaces
dichos desafíos, no es de extrañar que los nacionales de otros países se reúnan en
"guetos", mayormente en situaciones de irregularidad: en precarias viviendas, sin
previsión de salud, víctimas de abusivas condiciones laborales, e inmersos en
ambientes de delincuencia y de una cada vez menos encubierta xenofobia.
Respecto al Derecho de familia, esta particular rama del Derecho civil nos conduce
a la necesidad de considerar la entidad tanto para el individuo como para la sociedad
de los nexos de familia que se originen y de los efectos de los mismos. Por
disposiciones propias de nuestra naturaleza humana, los inmigrantes crean en el país al
que llegan relaciones de familia; luego, contraen matrimonio, comienzan concubinatos,
y tienen hijos. Lo buscado en este artículo es, teniendo presente lo anterior, analizar la
incidencia de los mencionados vínculos en la realidad social de los extranjeros
afectados por resoluciones administrativas que decretan su expulsión del país, puesto
que tales vínculos son esgrimidos como fundamento de las acciones de amparo con las
que pretenden dejar sin efecto la decretada medida administrativa, según pasamos a
exponer.
I. LA NORMATIVA DE EXTRANJERÍA
Además, resultan pertinentes, entre otras, las siguientes normas: ley Nº 20.057, que
modifica la Ley de Extranjería, sustituyendo en el artículo 15 Nº 2 la expresión "trata
de personas" por "tráfico ilegal de migrantes y trata de personas". También, se agrega
el artículo 33 bis, precepto relativo a las víctimas del delito de tráfico de migrantes; ley
Nº 20.430, publicada en el Diario Oficial el 15 de abril de 2010, que establece normas
de protección que benefician a los que soliciten y obtengan la condición de
"refugiados" y a los "refugiados" que se encuentren en el territorio nacional; Convenio
Internacional de Protección de los Derechos de los Trabajadores Migrantes, tratado
adoptado por la resolución 48/158 de la Asamblea General de Naciones Unidas, de 18
de diciembre de 1990, ratificado por Chile el 21 de marzo de 2005 a través del decreto
Nº 84 del 8 de junio del mismo año.556
1. RECURSO DE RECLAMACIÓN
Agrega el citado artículo que el recurso deberá ser fundado y que nuestro máximo
sentenciador deberá resolverlo, procediendo para ello en forma breve y sumaria. El
plazo de resolución también es breve: cinco días contados desde la presentación del
recurso de reclamación.
2. ACCIÓN DE AMPARO
Esta diversidad en los criterios jurisprudenciales puede explicarse porque las Cortes
de Alzada no han apreciado adecuadamente la influencia ejercida por los nexos
familiares en la realidad social del recurrente, a diferencia de la Corte Suprema, la que
sí ha incluido en su análisis el rol que cumplen los vínculos de familia, esto es, nuestro
máximo tribunal ha tenido presente en sus resoluciones la aplicación del principio de
la proporcionalidad de las sanciones, según veremos en su momento.
Para afirmar la relevancia de los vínculos de familia constituidos por los extranjeros
objetos de medidas de expulsión, en la resolución de las acciones de amparo que
centran nuestro actual interés, partiremos de la siguiente consideración: el abandono
forzado del país de un extranjero que ha formado vínculos de familia es causa de una
serie de perjuicios; pensemos en los efectos negativos producidos por la
desmembración del núcleo familiar. En un supuesto como el indicado, la sanción podría
resultar desproporcionada a la infracción cometida.
Si existen dos o más de estos vínculos, la posición del recurrente basada en el daño
que se causa a la familia se refuerza. En efecto, la presencia de matrimonio o de
concubinato, unida a la generación de una descendencia dan cuenta de una compleja
realidad familiar, la que, por imperativos constitucionales, debe ser protegida, no
procediendo, en consecuencia, su vulneración por la mera comisión de cualquier tipo
de infracción a la normativa de extranjería. Es de toda evidencia que no es lo mismo
expulsar a un extranjero que no ha constituido vínculo familiar alguno que imponer el
abandono del país al nacional de otro Estado que ha contraído en nuestro país hace
muchos años matrimonio, que tiene dos hijos chilenos y cuya mujer actualmente se
encuentra embarazada de un tercer hijo. Lo que buscamos es contribuir a que los
sentenciadores consideren esta particular realidad social del afectado, no imponerla
como una regla que constituya en inviable la expulsión.
IV. EL MATRIMONIO
Puede suceder que el extranjero no contraiga matrimonio, pero sí haya dado origen
a relaciones de convivencia. En efecto, la existencia de algún tipo de unión de hecho
implica otro vínculo de familia que debe ser necesariamente considerado por los
sentenciadores para efectos de decidir sobre la eventual expulsión de un extranjero. Se
trata de una realidad social indesmentible564 que no puede ser obviada por nuestros
tribunales de justicia, como lamentablemente ha sucedido en las causas de la Corte de
Apelaciones de Iquique, rol Nº 60-2013, lo mismo en la Corte de Apelaciones de
Antofagasta, rol Nº 36-2013 y rol Nº 6-2015, que rechazaron los amparos deducidos.
Lo anterior tanto si la unión de hecho ha sido o no formalizada.
Similar camino transita la Corte Suprema en la causa rol Nº 400-2013. En este juicio,
el recurrente tenía pareja estable y había sido decretada su expulsión en virtud de la
comisión de un hurto, esto es, objetivamente el extranjero había violado el
ordenamiento jurídico nacional. No obstante lo anterior, apreciando la entidad de la
existente relación de concubinato, concluyó el sentenciador que "no es posible
desatender las circunstancias personales y familiares de la reclamante, persona que
tiene una pareja estable (...) y se afecta lo dispuesto en el artículo 1º de la Constitución
Política de la República que establece que la familia es el núcleo fundamental de la
sociedad, siendo deber del Estado dar protección a la población y a la familia, así como
propender al fortalecimiento de ésta".
VI. LA FILIACIÓN
Así dadas las cosas, no podría afirmarse que se respeta el principio del interés
superior del menor si en forma instantánea es expulsado todo progenitor extranjero ante
la comisión de infracciones a la normativa migratoria. Como acertadamente lo ha
exigido nuestra jurisprudencia, deben "evitarse los cambios imprevistos en su
desenvolvimiento regular y que el niño no es capaz de comprender adecuadamente,
alterando el cobijo, amparo y afectos que se le han proporcionado desde su nacimiento
y que sólo en circunstancias extremas puede ser alterado".566
Con lo anterior arribamos al punto clave: cómo respetar los vínculos de familia y el
principio de proporcionalidad y, al mismo tiempo, aplicar la adecuada sanción al
extranjero infractor. Respecto a lo anterior, proponemos la consideración de los
siguientes criterios: la comisión de ilícitos de particular gravedad (la aplicación de una
pena aflictiva podría ser un factor indiciario de la gravedad del delito cometido); la
intencionalidad existente en el ilícito, como lo ha planteado Martínez;570 la reincidencia
(a la inversa, la obtención de beneficios carcelarios en virtud de irreprochable conducta
puede revertir la orden de expulsión, tal como se concluyó en la causa "Schenell contra
Departamento de Extranjería del Ministerio del Interior y Seguridad Pública", de 23 de
enero de 2013, conocida por la Corte Suprema); la naturaleza del daño provocado, y
según lo sostenido en el presente trabajo, la comprobación de la ausencia de un
verdadero consentimiento matrimonial por tratarse de un matrimonio de simulado.
CONCLUSIONES
INTRODUCCIÓN
En los sistemas de derecho civil, en los que a grandes rasgos pueden incluirse todos
los Estados miembros de la Unión Europea, menos Reino Unido e Irlanda, el
matrimonio genera desde su celebración una serie de consecuencias patrimoniales entre
los cónyuges conocidas como régimen económico matrimonial, siendo éste el efecto
jurídico más relevante de la unión conyugal. Se trata, sin embargo, de un término
amplio e inclusivo que cubre al menos dos realidades diversas: los derechos y deberes
generales de los cónyuges con contenido económico (1) y el régimen económico
matrimonial secundario (2).575
Disposiciones legales a las que se encuentran sujetos todos los matrimonios con
carácter imperativo, que encuentran una modulación propia en la legislación interna de
cada Estado miembro, pero que, al menos, resultan comunes desde una quíntuple
tipología: la prestación de ayuda mutua económica recíproca y contribución a las
necesidades de la familia; la independencia patrimonial de los esposos y autonomía
para realizar transacciones entre ellos y con terceros; el deber de información entre los
cónyuges respecto de los bienes, ingresos y deudas de cada uno de ellos; la posibilidad
de mandato o representación entre cónyuges, y la protección de la vivienda familiar, en
propiedad o arrendada, y del ajuar doméstico.577
Junto a los derechos y deberes generales de los cónyuges con contenido económico,
el elemento protagonista en los sistemas de Derecho Civil es el régimen económico
matrimonial secundario, que presenta una doble tipología: la pactada (a) y la legal (b).
A pesar de que dichos regímenes son distintos vis-à-vis, pueden, no obstante, ser
clasificados en tres grupos: regímenes comunitarios, de participación y de separación,
que presentan grandes peculiaridades por lo que respecta a la composición,
administración y distribución del patrimonio en caso de disolución.
En los regímenes de tipo comunitario, se forma una comunidad de bienes entre los
cónyuges al tiempo de la celebración del matrimonio, que será dividida por partes
iguales cuando éste se disuelva. Como puntos fuertes de los regímenes que se enmarcan
en esta tipología se han destacado la promoción de solidaridad entre los cónyuges, la
conveniencia para aquellos matrimonios en los que sólo uno de ellos es propietario de
bienes o tiene acceso al mercado laboral, y su sencillez al tiempo de su disolución, al
quedar los bienes repartidos, como norma general, en idénticas mitades.584
Se trata éste del régimen legal en la mayoría de los sistemas de Derecho Civil que
siguen la tradición napoleónica, en particular, en
Bélgica, Bulgaria, Francia, Hungría, Italia, Lituania, Portugal, Rumania5
585 586 587 588 589 590 591
92
y España,593entre otros. Un supuesto especial lo constituye Holanda,594donde salvo
acuerdo en contrario de los cónyuges, rige una comunidad universal de bienes.
Por su parte, en los ordenamientos jurídicos de los Estados miembros que contienen
regímenes legales de tipo participación existe una separación de patrimonios durante
la vigencia del matrimonio que, en el momento de su disolución, produce un derecho
de participación en las ganancias o beneficios patrimoniales del otro cónyuge. Una
tipología de régimen que parece resultar la más adecuada para promocionar la
independencia de los cónyuges, siendo además especialmente apta cuando ambos
trabajan fuera del hogar o poseen patrimonio propio.595 Los regímenes de tipo
participación pueden, a su vez, ser calificados en otra tipología más específica: la
comunidad diferida y la comunidad de las ganancias acumuladas.
Pese a que el common law de Inglaterra y Gales no contiene normas específicas sobre
el derecho de propiedad vigente en el matrimonio, sí existe una regulación detallada
cuando tiene lugar su disolución, bien sea por la causal del divorcio o por el
fallecimiento de uno de los cónyuges.
a) Consecuencias patrimoniales en casos de divorcio
Cuando la disolución del matrimonio se produce por divorcio, los jueces distribuyen
las propiedades de los cónyuges y deciden sobre otras consecuencias económicas —en
especial, las obligaciones alimenticias—608 bajo criterios de amplia discrecionalidad, a
tenor de lo dispuesto en el art. 25 de la Matrimonial Causes Act de 1973 (en adelante,
MCA).609
Dicha disposición, que contiene un principio o factor que se aplica con carácter
protagonista sobre el resto —el referente al bienestar de los hijos menores de edad de
los cónyuges— y luego un elenco de circunstancias a considerar (ingresos de cada uno
de los cónyuges, edad de las partes y duración del matrimonio, nivel de vida de la
familia antes de la ruptura del matrimonio, etc.) a la hora de efectuar el reparto
patrimonial, faculta al tribunal a dictar una order para alcanzar la fairness —un
resultado justo—.
En particular, los tribunales pueden emitir maintenance pending suit (art. 22 MCA),
financial provision orders —periodical payments y lump sum orders— (art. 23 MCA),
property adjustments orders (art. 24 MCA), orders for sale of property (art. 24A MCA)
y pension sharing orders in connection with divorce (art. 24B MCA). Este elenco de 5
financial orders componen básicamente el concepto de Ancillary o Financial Relief,
que desde abril de 2011 (con la entrada en vigor de la Family Procedure Rules 2010),610
forma parte de los llamados Financial Remedies.611
Como se deduce del art. 25 MCA, los jueces gozan de un amplio poder discrecional
para distribuir los recursos de los cónyuges en los casos de divorcio, teniendo en cuenta
todas las circunstancias del caso, aunque lo cierto es que los jueces ingleses y galeses
han venido resolviendo los asuntos tomando particularmente en consideración las
sentencias de los casos más relevantes en dicha materia —White v White,612, Miller v
Miller; McFarlane v McFarlane613 y Charman v Charman—614, y descuidando, en
parte, los factores contenidos en dicho artículo, que son los que realmente debería tener
el juez en cuenta a la hora de dictar su fallo.615
Con carácter general, los acuerdos de separación, celebrados por los cónyuges ante
un divorcio inminente pero todavía pendiente la relación matrimonial, han contado con
una buena aceptación en Inglaterra y Gales, al considerarse que quienes lo celebran
"evitan" una futura litigación más que promoverla, pues lo hacen en un escenario de
certidumbre.617 Su regulación actual se encuentra en los arts. 34 y 35 MCA, donde se
indica la posibilidad de los cónyuges de regular anticipadamente las consecuencias de
su eventual separación o divorcio, estableciéndose que un acuerdo celebrado con tal
contenido tendrá carácter vinculante siempre que no sea perjudicial para los hijos o
para alguno de los cónyuges por haberse producido un cambio de circunstancias en
comparación con cuando se concluyó el acuerdo.
En este sentido, no ha sido hasta fechas bien recientes que los acuerdos
prematrimoniales han dejado de ser considerados como contrarios al orden público,
para lo cual resulta necesario mencionar la sentencia del caso Radmacher v Granatino,
en virtud del cual la Supreme Court,620 por gran mayoría,621 estableció que la eficacia
jurídica de los acuerdos matrimoniales —superándose la diferenciación entre acuerdos
prematrimoniales y postmatrimoniales que la sentencia MacLeod v MacLeod
realizaba— dependía de un doble juego: el examen de determinados requisitos al
tiempo de realización del pacto y el análisis de las circunstancias en el momento en que
el acuerdo debe cumplirse.622
En el segundo supuesto, esto es, en los casos de sucesión intestada, debe partirse de
la libertad testamentaria que existe en el common law de Inglaterra y Gales, tal y como
recoge la Wills Act 1837,626 y que permite no dejar patrimonio alguno al cónyuge
supérstite.
SÍNTESIS COMPARATIVA
Por otro lado, aunque a priori, los pactos o capitulaciones matrimoniales de los
sistemas de derecho civil y los acuerdos matrimoniales del common law inglés y galés
son antagónicos en cuanto a su objetivo y grado de vinculación, no es menos cierto que
las diferencias no son tan evidentes en el terreno práctico desde una doble vertiente. En
primer lugar, pese a que el fin básico de los pactos o capitulaciones matrimoniales es
la elección, diseño o modulación de un determinado régimen económico matrimonial,
lo cierto es que las nuevas posibilidades que viene ofreciendo la regulación de la
autonomía de la voluntad en algunos Estados miembros permiten incluir en dichos
pactos la regulación de las consecuencias financieras en caso de ruptura matrimonial,
que no es sino el objetivo básico de los marital agreeements. En segundo lugar, aunque
el contenido de los pactos o capitulaciones matrimoniales es, en principio,
inmodificable, en algunos Estados miembros el juez puede, bajo determinados
supuestos, revisar el contenido de éstos, modulando su potencial vinculación, que es, a
grandes rasgos, lo que ocurre en el common law inglés y galés, al considerar el tribunal
la existencia del acuerdo como una circunstancia más de entre todas las del caso.
En definitiva, y tal y como puede inferirse del título del presente trabajo, los Estados
miembros de la Unión Europea presentan, por lo que respecta a las consecuencias
patrimoniales del matrimonio y su disolución, síntomas de que existe una gran unidad
dentro de la diversidad.