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Fabio Morábito

La difícil poética de bajo perfil


Eloy Urroz

Fabio Morábito es muy afortunado de que terminado la edición de su libro (no re-
yo no viva en la Ciudad de México, de lo cuerdo cuál). Me dijo: “Imagínate, Eloy,
contrario estaría buscándolo, llamándo- mil personas me han leído”, algo pareci-
lo, abrumándolo para decirle que nos vea- do a eso que narra en “Las cartas comer-
mos otra vez, como solíamos, en aquel ciales” cuando nos comparte que a los doce
Sanborns del sur de la capital. Aquellos años de edad: “Me sentí leído, una emo-
encuentros, entre otros varios que echo de ción inédita para mí” (las itálicas son su-
menos, son una de las más persistentes año- yas). Confieso que a través de los años no
ranzas que conservo desde que emigré a he dejado también de sentirme emocio-
Estados Unidos en 1995. En su ausencia, nado y escindido por dos grupos de ami-
quedan los libros de esos amigos que uno gos o formas de pensar la literatura: por un
va leyendo en la distancia, libros de los lado, la de aquellos que se esfuerzan por
que se apropia uno como de un talismán. vender mucho, y por otro, aquellos a los
Fabio ha ido creando una obra obsesiona- que no les interesa primordialmente. Los
da con la exactitud y matices del idioma, afortunados de contar con 500 lectores y
ambos vehículos para expresar “belleza” los que no se sacian con 50 mil. Los que es-
diciendo siempre algo más. En Morábito, criben y se olvidan del mundo; los que
belleza es sinónimo de decantación y mo- no se olvidan del mundo y se plantan en
dulación, y en esto se parece a un coetá- la agreste realidad del mercado. Los prag-
neo suyo, Armando Pereira, a quien aso- máticos y los puristas. Los que escriben
cio indefectiblemente con Fabio: ambos haciéndolo como si todo fuera a parar al
pertenecen a una misma generación, la de pues querría leer más, pero me alegra que cajón del escritorio y los que escriben se-
Sandro Cohen, mi entrañable tercer ami- lo sean pues adivino que recibo, destilado, guros de que no se irá a ningún cajón y que
go de su generación. Los tres comparten su mensaje, su rigor, su arriesgada apues- lo que escriben es articuladamente pen-
una característica: escriben el mejor espa- ta vital, que no es otra, ya lo he dicho, que sado para ser leído. Los que creen que es-
ñol que uno pueda leer en nuestros días. la de la belleza como búsqueda incansa- criben para sí mismos y los que creen que
Pertenecen a ese gremio sobre quienes sue- ble. Sí, el mensaje en Morábito es, a fin de escriben para los demás. ¿Dónde quiero es-
le decirse: “Qué daría yo por ser su ami- cuentas, una breve (larga) meditación sobre tar? ¿Qué deseo? ¿Hacia dónde se inclina
go”. Incluso ponerme a escribir esta reseña la belleza y vicisitudes del idioma aunque la balanza? ¿Vender mucho es sinónimo de
me pone en un aprieto: ¿estaré a la altura siempre esté hablando de otras cosas: la menor calidad, mientras que vender poco
de su español, de su sintaxis y su rigor? infancia, el exilio, la máscara, el amor, te hace un exquisito insoportable? ¿O es
¿No estaré defraudándolos? la traducción, la poesía, la amistad, los crí- todo lo contrario? ¿No debería estar emo-
Desde su poemario De lunes todo el año ticos, las lecturas, el cine, etcétera. De todo cionado, acaso agradecido, de saber que
(1992), el cual reseñé en esta misma re- eso tratan, pues, estas 84 meditaciones re- me leyeron 500 desconocidos, o debería
vista hace más de 20 años, pasando por cientemente reunidas en uno de los libros estar profundamente abatido? Otra vez
uno de los mejores libros de cuentos que más hermosos que he leído en muchos surge la incómoda pregunta de Larra: ¿pa-
he leído y que enseño, La vida ordenada años: El idioma materno. ra quién escribo? ¿Para quién escribe Fa-
(2000), hasta su única novela corta hasta Antes de comentar las meditaciones de bio Morábito?
hoy publicada (Emilio, los chistes y la muer- este libro, cuento una anécdota: en uno “Paris” y “En defensa del hijo del me-
te, 2009), no he dejado de leer los libros de nuestros habituales cafés, allá en los dio” son dos ejemplos, entre muchos, de
de Fabio, todos pequeños, breves, decan- noventa, Fabio me dijo emocionado que lo que he intentado explicar. Como en casi
tados. Me apesadumbra que sean breves acababan de decirle en Era que se había cada meditación del libro, Morábito tiene

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el genio para poner el dedo en lo inadver- que conforma la poética de bajo perfil de me refiero a cierta difícil perfección in-
tido, en percibir aquello ínfimo que nadie Morábito. Sí, del segundo de los tres her- trínseca, cierto logrado equilibrio entre lo
había observado. Me explico. En “Paris”, manos, del inadvertido, podría decirse lo que el autor cuenta, cómo lo cuenta, el
Morábito detecta una frase en la Ilíada mismo que Fabio ha dicho poco antes so- tiempo que se da para contarlo y el con-
que, para él, da probable origen al an- bre Paris: “fracasa adrede” y esa parecería tenedor o estructura que se impone para
tihéroe y con ello a la novela moderna: “a también su oculta prerrogativa, al grado de decirlo con la mayor originalidad y belle-
veces te abandonas y no quieres pelear”. que, otra vez, lo vuelve a decir en “Carril za, todo ello sin desperdiciarse en ripios o
Héctor se lo dice a Paris y con ello nace lo de acotamiento” cuando nos comparte: frases manidas y predecibles, todo ello sor-
que para Foster equivaldría al “personaje “Uno se hace escritor el día en que en- prendiéndonos con un final o un clímax
esférico”. Esa ambigüedad (ese “a veces”) cuentra un yo postizo que viaja modesta- de cuento aunque no se trate de cuentos
rompe con el heroico esquema homéri- mente en el carril de acotamiento para ni relatos. El idioma materno es un libro
co, nos dice Morábito. En el segundo tex- no despertar al otro, el que ocupa el carril para releer, una miscelánea para educar
to, Fabio sale en defensa del segundo de central. Hacerse escritor es deslizarse ha- en la lectura y para enseñarnos a escribir
los tres hermanos en los relatos de aven- cia el borde, volverse un tanto anónimo y mejor. Es un libro inclasificable, el cual me
turas, aquellos antihéroes que parece que escurridizo, menos genuino y profundo, recuerda a otro de Fuentes, En esto creo,
no importan, pero que en el fondo im- que es el precio que hay que pagar en este summas ambas de un saber estético y exis-
portan más que ninguno. Fabio continúa oficio”. tencial quintaesenciado. Como ejemplo
así la idea esgrimida antes sobre el Paris de Entre los 84 reunidos en el libro, mis de lo que digo baste entresacar la siguien-
la Ilíada: “Fue gracias a su radio de visión textos favoritos son: “Scrittore tradito- te cita de “Los poetas no escriben libros”,
[el del hermano de en medio], mucho más re”, “Los demasiados libros”, “El justifi- donde se lee que: “Puede decirse que se
amplio que el de sus dos hermanos, que cante perfecto” y “Frases cortas” (su conti- escribe poesía a pesar de la escritura, a con-
pudimos atisbar un nuevo tipo de perso- nuación), “El idioma solitario”, “Robar”, trapelo de la sordera de la escritura, en
najes y de historias, sin vencedores ni ven- “Nadie lee nada”, “Samsonite”, “Poesía y contra de la arritmia y la techumbre de la
cidos y sin tríadas ni dualismos. El arte de prosa”, “Carril de acotamiento”, “Venas escritura”. ¿Quién que haya escrito poe-
la novela es un perpetuo tributo a ese hijo y arterias”, “Alambres retorcidos” y “Un sía no ha sentido lo que Morábito suscri-
sin brillo”. Y es justo esta opacidad, esta sueño recurrente”. Decir favoritos entre be con agudeza e intuición de poeta?
discreción matizada y sin brillo, esta me- un arsenal de favoritos es tarea complica-
ticulosa capacidad para poner el ojo en los da. Decir “favoritos” es un eufemismo pa- Fabio Morábito, El idioma materno, Sexto Piso, México,
más nimios detalles de la vida y el arte, lo ra decir “mejores”; al hablar de favoritos 2014, 178 pp.
© Javier Narváez

Fabio Morábito

RESEÑAS Y NOTAS | 89

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