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ROMA, martes 23 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- El arte sacro tiene la tarea de


servir con la belleza a la sagrada liturgia. En la Ô
 

está escrito: ³La
Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al
carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las
formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser
conservado cuidadosamente´ (n. 123).

La Iglesia, por tanto, no elige un estilo; esto quiere decir que no privilegia el barroco o el
neoclásico o el gótico, sino que todos los estilos son capaces de servir al rito. Esto no
significa, evidentemente, que cualquier forma de arte pueda o deba ser aceptada
acríticamente, de hecho en el mismo documento, se afirma con claridad: ³la Iglesia se
consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo entre las obras de
los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas
tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado´ (n. 122). Resulta útil, por
tanto, preguntarse ³qué´ forma artística puede responder mejor a las necesidades de un arte
sacro católico, o lo que es lo mismo, ³cómo´ el arte puede servir mejor ³con tal que sirva a
los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia´.

Los documentos conciliares no derrochan palabras, y sin embargo dan directivas precisas:
el arte sacro auténtico debe buscar ³noble belleza´ y no ³mera suntuosidad´, no debe
contrariar a la fe, las costumbres, la piedad cristiana, u ofender el ³genuino sentido
religioso´. Este último punto viene explicitado en dos direcciones: las obras de arte sacro
pueden ofender el sentido religioso genuino bien ³por la depravación de las formas´, es
decir, formalmente inoportunas, o ³por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del
arte´ (n. 124). Se requiere al arte sacro la propiedad de una forma bella, ³no depravada´, y
la capacidad de expresar de forma apropiada y sublime el mensaje. Un claro ejemplo está
presente también en la  en la que Pío XII pide un arte que evite ³el realismo
excesivo por una parte, y por otra, el exagerado simbolismo´ (n. 190).

Estas dos expresiones se refieren a expresiones históricas concretas. Encontramos de hecho


³excesivo realismo´ en la compleja corriente cultural del Realismo, nacido como reacción
al sentimentalismo tardorromántico de la pintura de moda, y que podemos encontrar
también en la nueva función social asignada al papel del artista, con peculiar referencia a
temas tomados directamente de la realidad contemporánea, y también además la podemos
relacionar con la concepción propiamente marxista del arte, que conducirán a las
reflexiones estéticas de la II Internacional, hasta las teorías expuestas por G. Lukacs.
Además, hay ³excesivo realismo´ también en algunas posturas propiamente internas a la
cuestión del arte sacro, e sea, en la corriente estética que entre finales del siglo XIX y
principios del XX propuso pinturas que tratan temas sagrados sin afrontar correctamente la
cuestión, con excesivo verismo, como por ejemplo una Crucifixión pintada por Max
Klinger, que ha sido definida como una composición ³mixta de elementos de un verismo
brutal y de principios puramente idealistas´ (C. Costantini, 
   , Florencia
1911, p. 164).
Encontramos en cambio ³exagerado simbolismo´ en otra corriente artística que se
contrapone a la realista. Entre los precursores del pensamiento simbolista se pueden
encontrar G. Moureau, Puvis de Chavannes, O. Redon, y más tarde se adhirieron a esta
corriente artistas como F. Rops, F. Khnopff, M. J. Whistler. En los mismos años, el crítico
C. Morice elaboró una verdadera y propia teoría simbolista, definiéndola como una síntesis
entre espíritu y sentidos. Hasta llegar luego, después de 1890, a una auténtica doctrina
llevada adelante por el grupo de los Nabis, con P. Sérusier, que fue su teórico, por el grupo
de los Rosacruces que unía tendencias místicas y teosóficas, y finalmente por el
movimiento del convento benedictino de Beuron.

La cuestión se aclara más, por tanto, si se encuadra inmediatamente en los términos


histórico-artísticos correctos; en el arte sacro es necesario evitar los excesos del
inmanentismo por una parte y del esoterismo por la otra. Es necesario emprender el camino
de un ³realismo moderado´ junto a un simbolismo motivado, capaces de captar el desafío
metafísico, y de realizar, como afirma Juan Pablo II en la Carta a los Artistas un medio
metafórico lleno de sentido. Por tanto, no un hiperrealismo obsesionado por un detalle que
siempre se escapa, sino un sano realismo que en el cuerpo de las cosas y en el rostro de los
hombres sabe leer y aludir, y reconocer la presencia de Dios.

En el mensaje a los artistas se dice: ³Vosotros [los artistas] la habéis ayudado [a la Iglesia]
a traducir su divino mensaje en el lenguaje de las formas y de las figuras, a hacer
perceptible el mundo invisible´. Me parece que en este pasaje se toca el corazón del arte
sacro. Si el arte, todo arte, da forma a la materia, expresa lo universal mediante lo
particular, el arte sacro, el arte al servicio de la Iglesia, lleva a cabo también la sublime
mediación entre lo invisible y lo visible, entre el divino mensaje y el lenguaje artístico. Al
artista se le pide que de forma a la materia re-creando incluso ese mundo invisible pero real
que es la suprema esperanza del hombre.

Todo esto me parece que conduce hacia una afirmación del arte figurativo ± o sea, un arte
que se empeña en ³figurar´ la realidad ± como máximo instrumento de servicio, como
mejor posibilidad de un arte sacro. El arte realista figurativo, de hecho, logra servir
adecuadamente al culto católico, porque se funda en la realidad creada y redimida y,
precisamente comparándose con la realidad, consigue evitar los escollos opuestos de los
excesos. Precisamente por esto se puede afirmar que lo más propio del arte cristiano de
todos los tiempos es un horizonte de ³realismo moderado´, o si queremos, de ³realismo
antropológico´, dentro del cual se han desarrollado, en el tiempo, todos los estilos propios
del arte cristiano (dada la complejidad del tema, remito a artículos posteriores).

El artista que quiera servir a Dios en la Iglesia, no puede sino medirse con la ³imagen´, la
cual hace perceptible el mundo invisible. Al artista cristiano se le pide, por tanto, un
compromiso particular: el de representar la realidad creada y, a través de ella, ese ³más
allá´ que la explica, la funda, la redime. El arte figurativo no debe tampoco temer como
inactual la ³narración´, el arte es siempre narrativo, tanto más cuando se pone al servicio de
una historia que ha sucedido, en un tiempo y en un espacio. Por la particularidad de esta
tarea, al artista se le pide también que sepa ³qué narrar´: conocimiento evangélico,
competencia teológica, preparación histórico-artística y amplio conocimiento de toda la
tradición iconográfica de la Iglesia. Por otra parte, la teología misma tiende a hacerse cada
vez más narrativa.

La obra de arte sacro, por tanto, constituye un instrumento de catequesis, de meditación, de


oración, siendo destinada ³al culto católico, a la edificación, a la piedad y a la instrucción
religiosa de los fieles´; los artistas, como recuerda el ya muchas veces citado mensaje de la
Iglesia a los artistas, han ³edificado y decorado sus templos, celebrado sus dogmas,
enriquecido su liturgia´ y deben seguir haciéndolo.

Así también hoy nosotros somos llamados a realizar en nuestro tiempo obras y trabajos
dirigidos a edificar al hombre y a dar Gloria a Dios, como recita la Ô
 


: ³También el arte de nuestro tiempo, y el de todos los pueblos y regiones, ha de
ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el
debido honor y reverencia; para que pueda juntar su voz a aquel admirable concierto que
los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados´ (n. 123).



     

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