Este documento discute diferentes perspectivas sobre la naturaleza de la guerra. Examina la concepción de Clausewitz de la guerra como un instrumento neutral al servicio de la política del Estado. También analiza las posiciones que califican moralmente la guerra en términos de lo justo y lo injusto. Explora cómo la comprensión de la guerra está influenciada por las condiciones sociales e históricas. Finalmente, argumenta que se necesita una ontología y epistemología crítica de la guerra para dar cuenta de sus diversas manifestaciones y
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Título original
PATRONE fundamentacion seminario transformacion de la guerra
Este documento discute diferentes perspectivas sobre la naturaleza de la guerra. Examina la concepción de Clausewitz de la guerra como un instrumento neutral al servicio de la política del Estado. También analiza las posiciones que califican moralmente la guerra en términos de lo justo y lo injusto. Explora cómo la comprensión de la guerra está influenciada por las condiciones sociales e históricas. Finalmente, argumenta que se necesita una ontología y epistemología crítica de la guerra para dar cuenta de sus diversas manifestaciones y
Este documento discute diferentes perspectivas sobre la naturaleza de la guerra. Examina la concepción de Clausewitz de la guerra como un instrumento neutral al servicio de la política del Estado. También analiza las posiciones que califican moralmente la guerra en términos de lo justo y lo injusto. Explora cómo la comprensión de la guerra está influenciada por las condiciones sociales e históricas. Finalmente, argumenta que se necesita una ontología y epistemología crítica de la guerra para dar cuenta de sus diversas manifestaciones y
La emergencia del Estado-nación moderno significa, entre otras cosas, la progresiva
concentración de medios de coerción y de producción normativa, lo cual alcanza a la guerra, tanto como actividad y como teorización, produciendo sus propias redefiniciones. La concepción instrumental y racionalizada de la guerra expresada en el modelo trinitario de Clausewitz, para quién la fórmula “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, sintetiza una idea que implica poner al servicio de los fines de la política los medios de violencia organizada. Es una concepción no discriminatoria de la guerra, dado que es considerada como un instrumento valorativamente neutral cuyo significado y función viene dado por la política estatal que la inspira.
Frente a esta aproximación a la guerra como un instrumento éticamente neutral, surge
otro conjunto de elaboraciones que tienen como premisas la cualificación moral de la guerra, elaborada a partir de juicios sobre lo bueno o lo malo, lo justo o injusto, lo legítimo o ilegítimo, que ha suscitado importantes debates filosóficos. Porque, como señala Walzer, la guerra es una acción humana, deliberada y premeditada, en donde los seres humanos participan en su doble condición de víctimas y actores. Si la guerra es un acto de fuerza tendiente a imponer nuestra voluntad al adversario, también es un fenómeno social que posee instituciones, involucra prácticas y acuerdos, de tal forma que “la descripción de la guerra como un acto de fuerza carece de utilidad si no somos capaces de especificar el contexto en el que dicho acto se desarrolla y quién es el encargado de conferirle significado”. Así, la comprensión de la guerra no puede ser deslindada de las condiciones sociales e históricas en las cuales se manifiesta y de la elaboración discursiva tendiente a la determinación de sus atributos, su legitimación política y su justificación ética.
No obstante, en las modalidades de la hostilidad como sustrato del ejercicio de la
violencia organizada, subyacen tanto la intención hostil, es decir la decisión racional de combatir para lograr un fin político, es decir la guerra como política, y el sentimiento de hostilidad, derivado de la identidad como principio de diferencia, en tanto dos momentos no fácilmente discernibles. Así, por los pliegues y fisuras de la estatalidad moderna permea una forma históricamente contingente de concebir la política como guerra, que elabora su propia lógica, además de su propia gramática, cuya procedencia es errática y no siempre evidente, pero que emerge de las paradojas y contradicciones del modelo westfaliano y su expansión global. “Nuevas guerras”, “guerras del tercer tipo”, “guerras de cuarta generación”, “guerra compuesta”, “guerra híbrida”, “guerra civil molecular”, “guerra justa” y “guerra santa”, entre otros significantes, son intentos de elaboración de dispositivos conceptuales, que tienen fundamentales consecuencias prácticas, para dar cuenta de la función y características del uso de la violencia en un contexto de fragmentación, dispersión y/o ausencia de la autoridad y legitimidad políticas. Hay una convergencia, entonces, entre, por un lado, la guerra como política, y por otro, la política como guerra, aquella que se nutre, frecuente pero no necesariamente, de las tensiones y dicotomías identitarias, ideológicas, étnicas y religiosas, donde la inmolación de la víctima expiatoria asume un rol fundacional de pretendida restauración del orden perdido. En este sentido, no importa quién sea el sujeto que enuncia, el axioma es el mismo: la aniquilación del otro. Por eso la radicalización de la forma de guerra post-trinitaria no ha podido ser conjurada, ni por los esquemas institucionales de seguridad internacional, ni por los proyectos emancipatorios nacionales, sub-nacionales o regionales. En este sentido, un abordaje crítico de la guerra implica la necesidad de una ontología de la guerra que dé cuenta de sus diversas manifestaciones, quienes son los oponentes, explícitos e implícitos, involucrados (¿quién lucha contra quién?), los medios legítimos empleados, sus prácticas, rutinas y rituales, su liturgia, sus criterios de organización y procedimientos (estrategias, tácticas, doctrinas), las ideas dominantes que la justifican y su rol en la vida social, y que en conjunto definen un horizonte de expectativas respecto del uso de la violencia. Asimismo, una epistemología de la guerra, que es previa a su ontología, tendrá que asumir como punto de partida que todo concepto político es polémico, porque presupone alguna forma de antagonismo, que todo conocimiento está atravesado por consideraciones de interés, que siempre está localizado, geográfica y temporalmente, que existen condiciones sociales de producción y reproducción del conocimiento que influyen en su contenido, difusión y uso y que, por lo tanto, no existe un lugar soberano y neutral desde el cual abordar la cuestión de la guerra.