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Seminario “la transformación de la guerra”

Fundamentación

César Patrone

24.08.2016

La emergencia del Estado-nación moderno significa, entre otras cosas, la progresiva


concentración de medios de coerción y de producción normativa, lo cual alcanza a la
guerra, tanto como actividad y como teorización, produciendo sus propias
redefiniciones. La concepción instrumental y racionalizada de la guerra expresada en el
modelo trinitario de Clausewitz, para quién la fórmula “la guerra es la continuación de
la política por otros medios”, sintetiza una idea que implica poner al servicio de los
fines de la política los medios de violencia organizada. Es una concepción no
discriminatoria de la guerra, dado que es considerada como un instrumento
valorativamente neutral cuyo significado y función viene dado por la política estatal que
la inspira.

Frente a esta aproximación a la guerra como un instrumento éticamente neutral, surge


otro conjunto de elaboraciones que tienen como premisas la cualificación moral de la
guerra, elaborada a partir de juicios sobre lo bueno o lo malo, lo justo o injusto, lo
legítimo o ilegítimo, que ha suscitado importantes debates filosóficos. Porque, como
señala Walzer, la guerra es una acción humana, deliberada y premeditada, en donde los
seres humanos participan en su doble condición de víctimas y actores. Si la guerra es un
acto de fuerza tendiente a imponer nuestra voluntad al adversario, también es un
fenómeno social que posee instituciones, involucra prácticas y acuerdos, de tal forma
que “la descripción de la guerra como un acto de fuerza carece de utilidad si no somos
capaces de especificar el contexto en el que dicho acto se desarrolla y quién es el
encargado de conferirle significado”. Así, la comprensión de la guerra no puede ser
deslindada de las condiciones sociales e históricas en las cuales se manifiesta y de la
elaboración discursiva tendiente a la determinación de sus atributos, su legitimación
política y su justificación ética.

No obstante, en las modalidades de la hostilidad como sustrato del ejercicio de la


violencia organizada, subyacen tanto la intención hostil, es decir la decisión racional de
combatir para lograr un fin político, es decir la guerra como política, y el sentimiento de
hostilidad, derivado de la identidad como principio de diferencia, en tanto dos
momentos no fácilmente discernibles. Así, por los pliegues y fisuras de la estatalidad
moderna permea una forma históricamente contingente de concebir la política como
guerra, que elabora su propia lógica, además de su propia gramática, cuya procedencia
es errática y no siempre evidente, pero que emerge de las paradojas y contradicciones
del modelo westfaliano y su expansión global.
“Nuevas guerras”, “guerras del tercer tipo”, “guerras de cuarta generación”, “guerra
compuesta”, “guerra híbrida”, “guerra civil molecular”, “guerra justa” y “guerra santa”,
entre otros significantes, son intentos de elaboración de dispositivos conceptuales, que
tienen fundamentales consecuencias prácticas, para dar cuenta de la función y
características del uso de la violencia en un contexto de fragmentación, dispersión y/o
ausencia de la autoridad y legitimidad políticas. Hay una convergencia, entonces, entre,
por un lado, la guerra como política, y por otro, la política como guerra, aquella que se
nutre, frecuente pero no necesariamente, de las tensiones y dicotomías identitarias,
ideológicas, étnicas y religiosas, donde la inmolación de la víctima expiatoria asume un
rol fundacional de pretendida restauración del orden perdido. En este sentido, no
importa quién sea el sujeto que enuncia, el axioma es el mismo: la aniquilación del otro.
Por eso la radicalización de la forma de guerra post-trinitaria no ha podido ser
conjurada, ni por los esquemas institucionales de seguridad internacional, ni por los
proyectos emancipatorios nacionales, sub-nacionales o regionales.
En este sentido, un abordaje crítico de la guerra implica la necesidad de una ontología
de la guerra que dé cuenta de sus diversas manifestaciones, quienes son los oponentes,
explícitos e implícitos, involucrados (¿quién lucha contra quién?), los medios legítimos
empleados, sus prácticas, rutinas y rituales, su liturgia, sus criterios de organización y
procedimientos (estrategias, tácticas, doctrinas), las ideas dominantes que la justifican y
su rol en la vida social, y que en conjunto definen un horizonte de expectativas respecto
del uso de la violencia. Asimismo, una epistemología de la guerra, que es previa a su
ontología, tendrá que asumir como punto de partida que todo concepto político es
polémico, porque presupone alguna forma de antagonismo, que todo conocimiento está
atravesado por consideraciones de interés, que siempre está localizado, geográfica y
temporalmente, que existen condiciones sociales de producción y reproducción del
conocimiento que influyen en su contenido, difusión y uso y que, por lo tanto, no existe
un lugar soberano y neutral desde el cual abordar la cuestión de la guerra.

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