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O NADA
Edición: Semilla Negra |Anarquismos| 2018.
Traducción de los textos en inglés: Concha Moral
Portada: Reybum
Elaine Leeder
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cionales como parte legítima de las discusiones intelectuales,
usa narrativas, parafrasea, cambia de rumbo y mueve al grupo
hacia una búsqueda de la comprensión mutua. Es un proceso
orgánico, no jerárquico y no competitivo. De hecho, podría
llamarse anarquista porque los principios de ausencia de lide-
razgo, de falta de jerarquía, de no competencia y de esponta-
neidad se han relacionado históricamente con el término anar-
quismo. Esos también son valores feministas. Por lo que he
podido ver, este estilo se da con menos frecuencia en grupos
mixtos de hombres y mujeres. De hecho, rara vez existe en
grupos mixtos de hombres y mujeres anarquistas. La literatura
anarquista está llena de documentación sobre la explotación de
los hombres anarquistas a las mujeres de su entorno4. Mi pro-
pia y reciente experiencia entre los anarquistas de los viejos
tiempos, e incluso entre los de la nueva generación, corrobora
esta afirmación.
Los principios del anarquismo y su práctica actual entran en
conflicto. Hay sexismo dentro del anarquismo. Es importante
que el anarquismo incorpore este «proceso feminista» en su
práctica para que, finalmente, los principios y la práctica del
anarquismo puedan convertirse en uno. Hay ciertas feminis-
tas, entre las que me incluyo, que nos hemos dado cuenta de
que el anarquismo es inherente en nuestro proceso y hemos
comenzado a trabajar en grupos para estudiar y crecer juntas
como anarcofeministas. Este híbrido se desarrolló a finales de
los años sesenta cuando muchas de nosotras participamos en
organizaciones jerárquicas, competitivas y dominadas por
hombres. En aquel momento (y hasta el día de hoy) en la lite-
ratura anarquista se les decía a las mujeres que trabajaran para
el movimiento más grande. En cambio, muchas de nosotras
formamos pequeños grupos de concienciación que trataban los
asuntos personales de nuestras vidas. Fueron grupos espontá-
6 Ibid. p. 32.
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vivimos. Trabajamos en los problemas cotidianos que nos
oprimen, no solo en las ideas teóricas y abstractas de la revolu-
ción.
Como profesional, he visto que el tema de la resolución de
conflictos es crucial en el desarrollo de la cohesión en estos
grupos pequeños. Cuando surgen conflictos entre nosotras, se
intenta utilizar la autodisciplina y ponernos en la posición de
la otra persona. Rara vez he visto usar la coerción en pequeños
grupos anarcofeministas. Se acepta el desacuerdo, se escucha y
se aprende de él. A veces se le hacen objeciones a algún punto,
y luego se produce un debate. Casi siempre se escucha y se
comprende, porque muchas de nosotras nos damos cuenta de
que nuestros conflictos provienen de diferentes experiencias
de la vida. En general, al final de una sesión se resuelven los
conflictos. Si no, lo haremos la próxima vez cuando hayamos
pensado más sobre el tema. Luego lo discutimos o lo dejamos,
según sea necesario. Hay espacio para el desacuerdo porque
existe confianza mutua y ha crecido el respeto. Esta confianza
es una cualidad difícil de desarrollar en grupos más grandes, lo
que podría explicar por qué continuamente gravitamos hacia
los más pequeños. Hemos aprendido que la comunicación es
crucial, y que a través de ella podemos resolver nuestras dife-
rencias. Los conflictos pueden ocurrir y ocurren regularmente
porque nos hemos visto a nosotras mismas superándolos.
Como conocemos la necesidad de enfrentar el sexismo en
nuestra vida cotidiana, algunas de nosotras hemos visto que es
necesario confrontar a los hombres (anarquistas o no) que no
viven sus vidas personales de acuerdo con lo que predican en
sus vidas políticas. Se ha dicho que las mujeres a menudo prac-
tican el anarquismo y no lo saben, mientras que algunos hom-
bres se llaman a sí mismos anarquistas y no lo practican. Algu-
nas de nosotras hemos trabajado en la reestructuración de
organizaciones políticas mixtas para que la intuición, la emo-
ción y la espontaneidad la experimenten personas que no sean
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feministas. En algunos de estos grupos mixtos hemos tratado
de introducir el proceso de toma de decisiones consensuado
que habitualmente usamos en los grupos de mujeres. En su
mayor parte, estos esfuerzos han tenido un éxito limitado. En
general, la competitividad, la agresividad y el liderazgo domi-
nante han tomado el control, incluso en grupos mixtos que han
intentado ser anarquistas. Los conflictos no se resuelven tan
fácilmente como en los grupos de mujeres.
Los grupos anarcofeministas se encuentran ahora en todo el
mundo. Uno de esos grupos fue Tiamat, un grupo de afinidad
anarcofeminista que existió en Ithaca, Nueva York, desde agos-
to de 1975 a agosto de 1978. Fui miembro de ese grupo y creo
que Tiamat es un excelente ejemplo del feminismo anarquista
en acción. Tomamos el nombre Tiamat del libro de Z. Buda-
pest que describe este mito: «Cuando Tiamat creó el mundo, lo
creó entero y sin divisiones para que la vida fluyera espontá-
neamente entre la oscuridad y la luz, entre estación y estación,
entre el nacimiento y la muerte, y todas las caras de la luna y el
sol brillaban sobre la gente pensante, las personas, sin ser se-
paradas, puestas en categorías, analizadas, poseídas. Luego el
hijo de Tiamat aumentó su poder y derrocó a su madre, la cor-
tó en muchos pedazos pequeños y los dispersó por todas par-
tes. Con sus piezas hizo su nuevo mundo, donde todo tenía su
lugar, su número. Por esto los hombres lo llamaron el creador.
El nombre de Tiamat aún era conocido, y las mujeres la adora-
ban, pero los hombres ahora la temían como a una diosa del
Caos, de la destrucción, de la anarquía»7.
Nuestro propósito comenzó como estudio, y durante el pri-
mer año y medio leímos la teoría anarquista juntas. Más tarde,
cada una de nosotras presentó ideas y teorías que habíamos
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Estudiamos China, a los primeros anarquistas norteamerica-
nos, y cómo nosotras, como anarquistas, podíamos vivir estos
principios en nuestras vidas. Debatíamos acerca de vivir con
hombres, de estar casadas y tener hijos. Discutimos sobre el
separatismo y sus efectos en el movimiento de mujeres. Anali-
zamos los salarios de las tareas domésticas y la energía nuclear
y su relación con las mujeres. Tuvimos fiestas de cumpleaños,
picnics y anti-celebraciones del 4 de julio. Marchamos juntas
en manifestaciones, intentamos ayudar a empezar a otros gru-
pos anarcofeministas y nos proporcionábamos lecturas y apo-
yo. Nos preocupábamos profundamente las unas por las otras
y cuando nos veíamos en otros lugares, teníamos fuertes sen-
timientos de unidad y camaradería.
Después de tres años, dos de las nueve integrantes se muda-
ron fuera de la zona. Otra se retiró lentamente, pues en ese
momento sentía la necesidad de más participación en la co-
munidad lésbica. Como resultado, las seis que quedamos sen-
timos que no sería apropiado reconstruir un grupo que había
sido una entidad tan única. En cambio, nos enfrentamos a la
desaparición de manera creativa, sintiendo que ya era hora de
que cada una de nosotras se girara hacia nuevas direcciones.
Algunas de nosotras nos unimos a un grupo de afinidad anti-
nuclear para mujeres, otras se unieron a Lesbian Alliance, otras
trabajaron en un grupo mixto sobre temas de ecología.
Antes de la disolución del grupo patrocinamos una Confe-
rencia Anarco-Feminista que reunió a ochenta y cinco mujeres
de lugares tan lejanos como Italia, Toronto, Boston, Nueva York,
Baltimore y Filadelfia. Aunque Tiamat y sus amigas fueron las
organizadoras, una vez que las participantes llegaron la res-
ponsabilidad fue compartida por todas las presentes. Hubo
numerosos talleres que incluyeron anarcofeminismo y ecolo-
gía, teoría anarcofeminista, sindicatos, visiones del futuro,
mujeres de países en vías de desarrollo, trabajo con hombres y
construcción de una red anarcofeminista, por nombrar solo
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algunos. El entorno fue idílico. Estábamos en una reserva na-
tural con vistas al lago Cayuga. La cabaña rústica, la comida
sana y sabrosa y el perfecto clima cálido y soleado hicieron que
el fin de semana fuera ideal. Durante el día nos reunimos en
grupos y por las tardes tocamos música, compartimos poesía y
bailamos con música de mujeres. Una mujer, Kathy Fire, cantó
canciones de su álbum «Songs from an Lesbian Anarchist».
Descubrimos que era necesario que los grupos de discusión
fueran pequeños. Grupos de más de diez inhibían la conversa-
ción. También parecía importante designar un liderazgo. El rol
del líder podría haber sido rotativo, pero era importante que
hubiera alguien que conociera a las que hablaban, que subra-
yara el debate, que resumiera y llevara al grupo a nuevos cam-
pos. Sin embargo, descubrimos que el liderazgo funcionaba
mejor cuando no estaba en manos de unas pocas. En un mo-
mento de la conferencia, las participantes decidieron que el
horario de los talleres era demasiado frenético y mediante la
toma de decisiones consensuadas se implementó un nuevo
sistema. Luchamos, se crearon tensiones, al final avanzamos
juntas hasta un nuevo nivel. No hubo posiciones de poder, to-
das tomamos las decisiones, el intercambio fue espontáneo,
doloroso, pero abierto, y se alternó el liderazgo. Este fue un
ejemplo de anarquismo trabajando. Más tarde, en el acto de
clausura, después de un fin de semana de estar sentadas des-
nudas al sol, 85 mujeres nos tomamos de las manos y éramos
más fuertes actuando juntas. Estábamos unidas en la visión de
una nueva sociedad y de lo que habíamos experimentado. Hi-
cimos contactos para el trabajo futuro. Ya nunca seríamos se-
res o grupos aislados. Éramos parte de una red más grande de
mujeres que podían encontrarse en cualquier parte del mundo
y que tenían ideas y esperanzas afines. Creamos diarios rotati-
vos, planeamos continuar nuestro diario Notas Anarco-
Feministas y muchas de nosotras proyectamos encontrarnos
en Seabrook y en otras manifestaciones antinucleares.
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Tiamat y la Conferencia Anarco-Feminista son solo dos
ejemplos del proceso anarcofeminista. Muchas veces los gru-
pos encarnan estos principios sin darse cuenta del anarquismo
que conlleva. Hace poco he estado enseñando en la universi-
dad el proceso de grupos pequeños. En estas clases trato de
transmitirles a los estudiantes blancos, de clase media y de
sexo masculino, todos los principios que he comentado ante-
riormente, organizando las sesiones de forma muy parecida a
una reunión anarcofeminista. Aquí se trata a los estudiantes
con respeto e interés. Poco a poco comienzan a compartir inte-
lectual y personalmente. Al final del semestre se dan cuenta de
que pueden aprender unos de otros y mirar dentro de sí mis-
mos en lugar de buscar en la jerarquía a un experto que les
imparta conocimiento. A través del proceso adquieren poder
sobre sus propias vidas y al final disuelven las relaciones de
poder dentro de la clase. Aquí he tenido la experiencia de ver
cómo estos estudiantes privilegiados han pasado directamente
de la conciencia de ser fervientes capitalistas a ser colectivistas
en ciernes sin haber pasado por la izquierda revolucionaria. Es
posible llegar a estas conclusiones anarquistas a través de ex-
periencias como estas.
A partir de mi experiencia con mujeres en diversos grupos,
es evidente que ha llegado el momento de que las feministas
clarifiquen y expresen el anarquismo en nuestro feminismo.
Necesitamos llamarlo por su nombre y comenzar a crearlo co-
mo una alternativa viable y aceptable. Ya no se debe susurrar
la palabra «anarquismo». Lo estamos viviendo ahora en nues-
tros pequeños grupos. El siguiente paso es dejarnos a nosotras
mismas, y a los demás, saber quiénes somos y para qué es
nuestra visión, ahora y para el futuro.
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