Você está na página 1de 117
ANDRE FROSSARD la sal ' OE La HERRA EDICIONES CARLOS LOHLE ste libro ha sido escrito para los los que saben poco de la vida cristiana y para los creyentes (si es que los hay) que desconocen la vida religiosa. Esté constituido por una serie de im4genes mondsticas en que el autor ha tratado, con frecuente buen humor y fervor constante, de reintegrar a cada una de las Grandes Ordenes activas y contemplativas los rasgos borrosos de su rostro autén- tico y los colores de su paisaje espi- ritual. Numerosas ilustraciones de estilo moderno recuerdan las regoci- jadas iluminaciones de otrora. En la inmensa biblioteca catélica, aunque se piense lo contrario, son rarisimas las obras de conjunto sobre las Grde- nes Monésticas y no puede decirse que la alegria sea su nota dominante. La sal de la tierra es sin duda el primer libro de este género que, sin transigir un 4pice en lo que atafie a la recta doctrina, trasmite por su tono optimista algin atisbo de esta profunda alegria que constituye uno de los caracteres més sorprendentes del estado religioso. DE NUESTRO CATALOGO Pieter van der Meer de Walcheren Nosraro1a pe Dios Hous x Dis La Gene ee La tei DE Dros La va, Ocunra ° Bentro pe Nunsta EDICIONES CARLOS LOHLE Casita ve Correo 3097 — Buenos Ares: Versién del original francés: “LE SEL DE LA TERRE” por Detrin Lrocapio GaRAsa Unica versién castellana debidamente autorizada por L1- prairie ArTHiME Fayarp, Paris, y protegida en todos los paises. Queda hecho el depdsito que previene la ley n® 11,723. © Envicionzs Cantos Lont#, Buenos Aires, 1958. ANDRE FROSSARD LA SAL DE LA TIERRA Las grandes Ordenes religiosas Ilustraciones del autor EDICIONES CarLos LOHLE BUENOS AIRES I EN ESTE SIGLO INCREDULO N EL pépaxo fortificado del Mont Saint-Michel, una sefiora turista vid un dia a un religioso de santo Do- mingo en traje de la época y exclamé escandalizada: —Cémo es posible que todavia haya gente asi? La confusién de la sefiora hubiera llegado a su colmo, si alguien le hubiera revelado que el portador de ese traje ins6lito, no contento con vestirse de sayal y raparse la coronilla, se hallaba ademas vinculado a las edades pre- téritas por un triple voto de pobreza, de obediencia y de castidad, en flagrante contradiccién con lo que se supone del ideal moderno. —jEn nuestra época con esos votos! Desde aqui oigo el suspiro de la sefiora desplomandose bajo el ojo irénico de las Quimeras, mientras en el azul san Miguel prosigue su combate inmévil, posado en la ctispide del campanario, como un p&jaro de plata sobre la osamenta de algtin animal fabuloso arrojado a una playa en la aurora de los tiempos histéricos, Ignoro si existen hoy muchas sefioras que no puedan soportar el ver a un monje su decorado natural; pero 10 La Sau ve LA Trerra si estamos lejos del arte gético, estamos a una distancia incalculable del espiritu medieval y cada dia nos sepa- ramos mas. Tenemos juntamente el mayor respeto por las catedrales y la mayor ignorancia de la fe que las ha eri- gido, hasta el punto que ésta no suele ser para nosotros nada més ni mejor que una especie de secreto profesio- nal de los arquitectos del siglo xm: —Qué es la fe? —La fe —dira el primer venido— es lo que hacia sur- gir las catedrales de la tierra y les permitia elevarse con un minimo de contrafuertes a alturas desconocidas de los constructores galo-romanos. La fe es la antigua receta de la béveda sobre un cruce de ojivas, abandonada después de la invencién del ce- mento. Ya no necesitamos de la fe para edificar. —<¢Qué es el dogma? —ElI dogma catélico es un local disciplinario para inte- ligencias vagabundas, una sombria casa de detencién, don- de, soportando las pequefias humillaciones del registro del cerrojo, los espiritus encuentran cabizbajos la cali y Ja seguridad de la detencién. —¢¥ los articulos de la fe? —Los articulos de la fe son otros tantos limites impue: tos a la razon humana, a la cual, con voz plena de ana-\ tema, el dogma ha dicho de una vez por todas: “No irds més alla.” Las comparaciones de este pequefio catecismo ateo no son del todo imexactas, con la salvedad de que son matu- ralmente contrarias a la verdad. Nuestra condicién en este mundo se parece mucho a la del prisionero en su cala- bozo; pero el dogma es la ventana y si la Iglesia puso alguna vez sus manos en las paredes de nuestra prisién, fué para abrir agujeros. El ateo no es el que perfora la pared para mirar hacia afuera, sino el que la tapa con la ingenua esperanza de olvidarse de su prisién y al mis- mo tiempo del mundo exterior. La audacia del espiritu no consiste en “trasponer los limites del dogma”, sino en alcanzarlos, No es por sus audacias que la herejia incu- rre en la condenacién de la autoridad eclesidstica, sino por sus timideces. Nunca se vid a un hereje superar el dogma de la encarnacién, en cambio se han visto muchos Ew ESTE sIGLO INCREDULO 11 la Iglesia reconoce y proclama a un Dios hecho Al desconoter asi la fe, mal podemos comprender a los que en ella viven. La asociamos asi a una cierta forma de arte pretérito y esperamos encontrar bajo las bévedas -sonoras de nuestras abadias a unos religiosos de piedra y no a monjes de carne y hueso. Sin embargo, los hay. Y no solamente a la sombra de los conventos donde la invisible luz de la contemplacién mantiene sus almas atentas y silenciosas, sino en todas las rutas, en todos los caminos, que a veces son los mon- jes los primeros en trazarlos y los tiltimos en recorrerlos, vestidos de blanco, de negro o de marrén, barbudos o rasurados, calzados con la sandalia franciscana o el bor- cegui jesuita, munidos del rosario o del crucifijo, en nin- gin modo desorientados en el siglo de Einstein, viajan a vapor o a petréleo, lo mismo que usted o yo, cruzan los mares en avién y entretejen en torno a la tierra, mien- tras el viento bate sus capuchones y escapularios, una red de monasterios, de escuelas, de hospitales y de institucio- nes religiosas y sociales, una red sélida, apretada, cuyas mallas rotas son reparadas de un dia —o de un siglo— Para otro, y que hace de la Iglesia Catélica Apostélica, con asiento en Roma, el poder espiritual mds grande de todos los tiempos. Desde los Agustinos Recoletos hasta los Misioneros de la Sagrada Familia, la simple nomenclatura de las érde- mes ocupa muchas paginas del Anwario Pontificio y se dice que Monsefior el secretario de la Sagrada Congre- gacién de los religiosos, que gobierna a los trescientos mil religiosos y a las ochocientas mil religiosas del universo cristiano, es el fnico que conoce la lista completa al punto de poder asegurar qué habito corresponde al nombre de jolino” o de “Antonino de san Hormisdas”. 12 La Sau pve LA Tierra Cosa extrafia y en verdad desconcertante para las da- mas turistas: $i nos asomamos a las listas de Monsefior, se adyierte que el reclutamiento de sus ejércitos no sélo no disminuye inexorablemente a medida que nos aleja- mos de la Edad Media, sino que se mantiene firme a través de la historia, como si la cantidad necesaria y su- ficiente de “‘sal de la tierra” hubiese sido fijada de una vez para siempre mediante un misterioso decreto. La cur- va estadistica es oscilante, pero no se advierte ninguna tendencia general a que decaiga. El ritmo de las funda- ciones sigue igual, imperturbable, en medio de las guerras y de las revoluciones. Asi como una epidemia desarrolla el espiritu de sacrificio, una ley justa parece compensar el desorden de las costumbres o de las ideas con un re- crudecimiento de vocaciones piadosas. Y mientras el con- quistador, el politico, el profeta social pretenden alterar el equilibrio de las fuerzas y torcer la historia, hay alli uma mano invisible que, sin saberlo ellos, pone nueva- mente las cosas en su lugar. Claro esté que ya no asistimos a las grandes cosechas religiosas del medioevo; pero si la declinacién de las Or- denes hubiera obedecido a las leyes que rigen comtn- mente la caducidad de las instituciones perecederas, ya hace mucho tiempo que no existiria ningtim monje sobre la tierra. En tal caso, la coalicién de la Reforma y el Renacimiento hubiese vencido, los focos de vida monas- tica se hubiesen apagado uno tras otro, la Revolucién no hubiera tenido que combatir otras “supersticiones” fuera de las suyas propias, y Napoleén no hubiese te- nido ocasién de hacernos saber que él era hostil al re- greso de los religiosos porque “la humillacién monAstica destruia la virtud, la energia y el gobierno” (1) *. La situacién, sin asomos de candidatos al claustro, nos hu- biese ahorrado este marcial aforismo que siguié de cerca al atropello de Brumario en que se vid a los represen- tantes de las virtudes civicas saltar por las ventanas y arrojarse a las arboledas de Saint-Cloud ante la apari- cién de los bigotazos de la Guardia (tampoco estaba muy * Las cifras entre paréntesis remiten a la lista de obras ci- tadas que figura en la pagina 125. EN ESTE SIGLO INCREDULO 13 do de los religiosos martires del Terror). : el siglo x1x, con la insignia del Materia- lismo cientifico aliado con el Progreso, hubiera reinado i i sobre inteligencias y corazones. No su- cedié nada de eso. Desde 1850 a 1900 se cuentan por lo menos diecisiete nuevas grandes fundaciones. Cito: Mi- siones Africanas, Sacerdotes del Santo Sacramento, Sa- lesianos de san Juan Bosco, Padres Blancos, Sacerdotes del Sagrado Corazén... La edad de oro del cienticismo ateo habr& coincidido con un claro renacimiento reli- gioso, que ha permanecido oscuro, por supuesto, para sus propios contempordneos. Exactamente lo mismo pasa en nuestro arrogante si- glo xx, nuestro siglo de la velocidad, de’ la television, del radar y de la m4quina de pensar, que parece excluir toda posibilidad de recogimiento, toda forma de vida interior; nuestra edad atémica ve —o mejor dicho no ve porque los acontecimientos pasan demasiado velozmente ante sus ojos para que pueda ver nada— un retofio de monacato medieval que brota, crece y se hermosea en los paises mas infatuados de progreso mecdnico, por ejem- plo, a diez pasos de las grandes concentraciones indus- triales de Norteamérica, donde los trapenses contempla- tivos del mds puro estilo romano cobran un impulso asombroso a pesar (jqué estoy diciendo!), bajo la presién del materialismo circundante. Después de esto, algunos mortales ambiciosos pueden todavia imaginarse que ellos escriben la historia. Acep- tando la hipétesis mas favorable para ellos, sélo escriben la mitad. —j Basta, basta! Cualquiera dirfa, al escucharlo, que el mundo se esté “enfrailando” sin darse cuenta. ae jOh! Yo no me inclino al optimismo apostélico de! esos conquistadores cristianos de 1935, a quienes vimos luego uno tras otro conquistados por la politica; no pretendo 14 La Sau ve 1a Trerra que sea éste un siglo de fe comparable al de san Bernardo, cuando el nimero de los Hamados no da afm ningdn indicio sobre el ntimero de los elegidos. Al fin de cuen- tas, tal vez los'periodos de plétora religiosa no sean mas abundantes en santidades auténticas que los tiempos de indigencia espiritual. Me basta con que sea un siglo como los otros, con que él también sirva de prueba que, a tra- vés de las vicisitudes del espiritu religioso, cada genera- cién provee su contingente constante de portadores del Evangelio, de apéstoles, de ermitafios o misioneros. Se pue- de negarlos, ignorar todo acerca‘de ellos, de su vocacién, de su género de vida, de su testimonio. Pero existen, ya no pertenecen al siglo x1, sino al nuestro y mientras cree- mos que el tiempo de los monjes ha pasado, mientras mu- chos de nosotros ubicamos naturalmente las verdades de la fe en el casillero de los misterios y fabulas de la Edad Media, todos los dias hombres jévenes, sanos de cuerpo y de espiritu, aman a Ja puerta de las casas de oracién y piden ese hdbito que tanto sorprende a las sefioras tu- ristas del Mont Saint-Michel. Porque el hombre de hoy no se apasiona siempre y exclusivamente de mecdnica, de mecdnica industrial, de mecanica social y de mecdnica sexual. Se da el caso que sienta el peso de su destino eterno, que es también el peso de su corona. Un viaje a través de las grandes Ordenes monasticas hace sentir més de una vez las frescas emociones de una exploracién. No es necesario cruzar los mares, ni siquiera recorrer un elevado nimero de kilémetros: por lo general basta con trasladarse de un claustro a otro para sentir la impresién de haber cambiado de planeta. La distancia en- tre el jesuita y el franciscano es tan grande ‘como la que existe entre el marciano de las novelas de anticipacién y el sofiador incorregible que vive en la luna. Difieren en EN ESTE siGLo 1NcREDULO 15 : en el cardcter, en el pensamiento, en el rostro, en ell traje, en el estilo. En todos los climas, la humilde casa franciscana parece retener un poco del alegre sol de Tos- cana entre sus paredes de ladrillos rojos, mientras que el caserén del jesuita no ofrece mas asidero a la imagina- cién que un clasificador administrativo. Preparado para la accién durante catorce afios de formacién intelectual y moral, el jesuita sale de su escuela con la fuerza y la yelocidad de un obiis de marina: ira a estallar donde le sea mandado, un obis no elige su objetivo. Cuando uno abandona al jesuita por el hermanito de san Francisco de Asis es como si cambiara la escuela del grabado a fuego por la mansién dorada de los ilumina- dores, j}Y qué maravillosa sorpresa para el viajero que sa- borea —joh!, con el borde de los labios y con la precau- cién con que se prueba un plato exdtico— la dulzura de Ja paz benedictina y la nevada serenidad de la contempla- 16 La Sau ve 1A Trerra cién cartujana! Junto a este mundo temporal que tiende con todas sus fuerzas a la standardizacién de los ciudada- nos, a quienes los institutes de “sondeos” ya empiezan a contar por paquetes de cien mil, el universo religioso es tan diverso que seria conveniente, al referirse a él, hablar de mundos espirituales. Una frase corriente afirma que “los caracteres se revelan en las grandes ocasiones”. Los monjes son hombres que se colocan voluntariamente ante las grandes ocasiones del silencio y del ayuno per- petuos, de la soledad o del martirio: la riqueza y la di- versidad de los caracteres nacidos de esas confrontaciones heroicas excede cualquier inventario. Ir eS: LAS ORDENES DE LA IGLESIA els » ir se puprera, sin excesivo humorismo, comparar a la Iglesia con una “repiiblica independiente”, presidida por el Papa y gobernaba por el clero secular, podria en tal caso decirse que las Ordenes religiosas ocupan en la Iglesia Catélica aproximadamente el Iugar de los cuerpos constituidos en el Estado. Unas representan el cuerpo docente, otras la magistratura, los jesuitas el ejército, los dominicos la universidad, las Ordenes puramente contem- plativas desempefiarian un papel similar al de esos gran- des establecimientos de crédito 0 al de esos bancos privi- Jegiados Hamados “‘institutos de emisién”. Por supuesto que la analogia es remota. Es necesario, por lo menos, espiritualizar la comparacién. La Trapa, Ja Cartuja, el Carmelo se parecen a bancos en la medida en éstos, sin ejercer directamente ninguna actividad ial o industrial (nada se fabrica en un banco), un poder considerable sobre el organismo social. ga, la Cartuja, el Carmelo poseen andlogo poder a economia espiritual de la Iglesia, sin participar ente en su accién visible. La oracién, el flujo da interior desempefian aqui el papel que en otros corresponde al dinero. ‘Compafifa de Jestis es comparable a un ejército, a la disciplina ejemplar que sabe lograr de sus y sobre todo a su voto especial de obediencia nta Sede, que permite al Papa disponer de ella -arbitrio para la fundacién de una universidad, el 18 La Sau pe ta Tierra envio de una misién, cualquier obra apostélica 0 carita- tiva, como un general asigna un objetivo a sus tropas y Jas hace maniobrar segtin las necesidades de la estrategia. La Compaiiia, asi como esta dispuesta a ocupar cualquier posicién ante una orden de Roma, no esta menos dis- puesta a evacuarla a la primera contraorden, abando- nando la obra emprendida o el terreno conquistado con la misma simplicidad con que el soldado cambia de sec- tor o de guarnicién. Asi en la tierra como en el cielo constituye un hermoso ejemplo de esta obediencia de tipo militar, en una situacién, sin embargo, en que el rosa y el negro estan repartidos harto someramente. Conocido es el tema de esta pieza de Fritz Hochwalder: un en- viado del Vaticano, por razones politicas mal forradas de teologia, intima a los jesuitas a ceder a la rapaceria de los colonos crueles y groseros los territorios de Amé- rica del Sur que ellos gobiernan con toda prudencia para felicidad de los indigenas. ~Hay que acatar la orden o desobedecer al Papa y proseguir contra su voluntad una experiencia exitosa cuya interrupcién sumiré a las po- blaciones en la desesperacién? Un personaje de teatro vacila durante tres horas ante esta terrible alternativa. Un jesuita verdadero se formula la pregunta después de haber cerrado las valijas, mientras espera el barco, Poniendo aparte al ejército jesuita debido a su acata- miento total a la Santa Sede, todas las Ordenes dependen de Roma, lo mismo que la cristiandad entera; pera de manera directa, pues el privilegio de “exencién” dispensa a la mayoria del control del “ordinario”, es decir de los obispos. Sin embargo, a la sombra del Vaticano, los po- deres de Monsefior el Secretario de la Sagrada Congre- gacién de los religiosos no son mucho més amplios que los de un primer ministro. Los religiosos se gobiernan a si mismos segiin la carta que tienen de Roma desde hace ‘Las OrveNes pe 1a Ieresta 19 siglos y que hace de cada Orden una ipado o de repiblica confederada en el lesia. Cada Orden tiene sus representantes en donde acttian un poco como embajadores. esta representacién diplomatica, suminis- Sede las dos terceras partes de los “‘con- grandes Congregaciones pontificias y la docente de los colegios romanos. En politico, el régimen imperante en los Estados ia una analogia aceptable: los Estados con- con sus tradiciones, sus costumbres y sus leyes nden, sin embargo, del poder central de y participan también ellos en el gobierno 7 1, sin perder por eso, dentro de los limites de sus territorios, ninguna de sus prerrogativas particulares en materia de derecho. Pero para que la comparacién sea mis satisfactoria, seria menester que la forma de gobier- no local difiera en los distintos Estados como varia en cada Orden religiosa. in benedictino, por ejemplo, es de esencia mo- El abad benedictino concentra todos los poderes mientras vive, en su monasterio. Todas las aba- Benito constituyen pequefios principados in- s, unificados muy convencionalmente bajo el ico de un “abad-presidente”. Los dominicos, ario, son decididamente democraticos, Efec- nes temporarias en todas las escalas y afirman su semejanza con nuestro sistema hasta el punto de cam- biar muy a menudo de gobierno, es decir de priores y provinciales. Sin embargo, la democracia dominica dura desde hhace ocho siglos. El voto de perfeccién de los elec- tores explica sin duda este fendmeno de longevidad. El régimen de los cartujos'es de estilo aristocratico. El Prior de la Cartuja es elegido con cardcter vitalicio, como 20 La Sau pe 1a Trerra Benedictino ‘Trapense Cartujo Carmelita Dominico Franciscano Capuchino Jesuita HABITOS RELIGIOSOS Las Onpenes pe LA IGLesia 21 r tino; pero a diferencia de éste, que reina 9 en su casa y no rinde cuentas a nadie de o, el prior cartujo depende del “capitulo gene- anual y soberana de los priores de todos pertenecientes a la Orden. to a los jesuftas, su sentido de la autoridad se Ja eleccién de tres “‘candidatos” entre los cua- elige al “general” de la Orden, quien a su a los distintos cargos. ‘asi como el mundo religioso practica indistinta- ; ‘Tas grandes formas clasicas de gobierno que el mundo politico considera en general incompatibles. Y aun se hallan combinadas en la mayoria de las Ordenes, El abat a benedictino es elegido mediante el sufra- a Muchos padres, en lo dems excelentes, tienen la im- Presién de perder a su hijo en el preciso momento en que éste se encuentra, A veces es mejor confesar deudas de juego o relaciones con seis amantes que una vocacién : trapense. Cuando el joven Roberto, dibujante de una revista pica- resca, participé a los suyos su decisién de ingresar en Citeaux, un grito de horror se levanté en la familia, Se > esgrimieron, una tras otra, las hipétesis habituales, que resultaron falsas. Luego se habl6é de “crisis de misticis- 62 La Sau pE LA TrenrA mo”, enfermedad juvenil muy conocida por su tendencia a curarse sola, siempre que madie se meta a tratarla; luego se hablé de “Huida ante la Vida”, asi con mayis- cula, retirada fatal de un bohemio incapaz de abrirse camino y mas dispuesto a levantarse todas las mafianas a las dos a rezar el oficio que a las ocho para ir a su oficina. La vocacién es y seguird siendo un misterio para el mundo, cuya hostilidad con respecto a las formas sux periores de la vida religiosa no ha disminuido desde aque- los lejanos tiempos en que santo Tomas de Aquino es- cribia paiginas y pdginas para disuadir a las familias cristianas de poner obst4culos en Ja salvacién de sus hijos. El joven Roberto se enfadé bastante de que se sospe- chara que él convertia en un fin lo que creia, en el des- lumbramiento de su conversién, un milagroso volver a empezar. Poco le importaba que se menospreciara su ca- racter; pero no queria, por el honor de la Trapa y de la verdad, que su decisién pareciera la miserable derrota de un espiritu débil ansioso de un refugio. Recogié sus aho-, rros y se fué a Marruecos con un compafiero suyo. Los dos amigos compraron un terreno, edificaron, roturaron la tierra, hicieron de albafiiles, aradores, lefiadores, lle- varon la dura existencia de los colonos pobres y no esca- timaron fuerzas. De modo que andando el tiempo, al cabo de dos afios de trabajo tenaz, se vislumbré uma buena cosecha. Una tarde ambos compaiicros subieron a un mon- ticulo desde donde se divisaba su dominio en toda su extensién y se felicitaron por el éxito obtenido. Para uno eso significaba el comienzo de la fortuna, para el otro el derecho de renunciar a ella. Ya habia dado pruebas que la Trapa no era la ultima caida de un infeliz borroneador de dibujos galantes ra- yanos con la indecencia. Entonces el joven Roberto legé a su socio la parte suya de los bienes en comim, tomé un avién y volvié a cruzar el mar. Esos dos afios de vida colonial y el éxito de su empresa no habian modificady en nada su resolucién. Llegado a Dijon, juzgé oportuno “enterrar su vida de soltero” -y como no era hombre de hacer las cosas a me- dias, la enterré con todas las de la ley. Antes de que desapareciera de él el dibujante, pedia el vaso de ron del Vocaciongs TaapENses 63 do a muerte. Le acordé esta suprema satisfac- algunas otras que no figuran en el ceremonial de las ejecuciones capitales. A la mafiana si- llamaba a la puerta de Citeaux, mientras fu- su ultimo cigarrillo. ¢ de esto mds de veinte afios. Hoy el joven Ro- encanece en los bordes de su tonsura y, ¢qué que que os diga?, sonrie, como es de suponer. La Trapa yo simple nombre evoca terrorificas imégenes de muer- nunca me ha mostrado mas que el rostro de un nifio puro propio de la gracia. Ix LOS CARTUJOS E* mAs pintoresco de los dos senderos que llevan a la Gran Cartuja es el que sale de Saint-Laurent-du-Pont, a cierta distancia de Chambéry, y siguiendo el curso del Guiers-Mort, penetra entre dos murallas tapizadas de ha- yas, de alerces, de pinos, cuya tiltima hilera se eleva en " el cielo a prodigiosa altura, como las agujas y los cam- panarios de una sombria catedral. “No existe en el mundo —ha dicho Stendhal— valle tan hermoso como éste” *. No es un valle, es un tajo hecho en la roca con una espada. En este desfiladero, lleno con la nota grave del torrente, la luz del sol se disgrega en mil reflejos que penden de la copa de los Arboles, de las aristas de las rocas, o chisporrotean en finas gotitas sobre los follajes mecidos por el viento. Poco a poco el sendero se separa del torrente hasta dominarlo, se hunde en el bosque, vuelve a la luz y de trecho en trecho se detiene brus- camente al pie de un pefiasco. El viajero se cree enton- ces que ha caido en el fondo de un enorme pozo. Al levantar su cabeza, divisa el cielo como un pedazo de tela azul que flotara al tope de un miastil. Las laderas a pique de ambos lados se han estrechado en torno a él, han entrelazado las ramas de sus drboles y no ofrecen ni siquiera la esperanza de una salida. Uno apresura ins- * Citado por Antoine Baton, Le couvent de la Grande Chrar- trense (Editions Buscoz). 66 La Sav pve 1a Trenra tintivamente el paso y el camino entrega su secreto: es que se cuela por debajo de la roca, se desliza en un ti- nel oculto, m4s allé del cual se abren nuevos pozos, nue- vas franjas luminosas que se van ensanchando paula- tinamente hasta llegar a las amplias ondulaciones del Desierto de la Gran Cartuja donde finalmente aparece el convento, silenciosa ciudad junto a Jas nieves. Para contemplar el monasterio en todo su esplendor, es menester proseguir su camino en la montafia durante al- gunos minutos. Pronto llega uno a descubrirlo, entre los negros troncos de los abetos, enclavada al sesgo sobre la ladera de wna colina, dominada por las cumbres res- plandecientes de los Alpes. La inclinacién del terreno la brinda por entero a la vista con sus treinta y seis celdas cuadradas alineadas en torno al claustro, con sus calles, sus campanarios, su muro circundante erizado de torre- cillas en punta. Vémosla asi desplegarse por entero como los castillos sin perspectiva de los viejos libros de Horas. Es un cuadro inolvidable. Stendhal y Chateaubriand Je han dedicado paginas magnificas, Por el contrario, Lamartine apenas si le consagra tres lineas de Meditacién poética. Es cierto que el Poeta-pre- sidente conservaba en su retina la visién encantadora de su_compafiera de viaje sorprendida por la tempestad y refugiada en la cavidad de una roca “descifiendo sus ca- bellos al viento para secarlos”. Agréguese a esto un arco iris que en ese momento vino a incrustarse en el cuadro , Los Cartusos 67 _ y se comprenderé la direccién que tomaria el éxtasis del = poeta en esa ocasién. La Cartuja no es lugar adecuado _ para los poetas enamorados. vals Igy Los cartujos miran alto y dilatado. La llanura de los Jabradores trapenses y los solares campesinos de los be- nedictinos no les resultan. Ellos necesitan la montafia, sus cimas y sus vértigos. Sus conventos son inmensos. Cada solitario dispone de un alojamiento de cuatro habi- taciones y su pequefio jardin. El claustro que circunda a esas casitas alcanza a veces las dimensiones de un bu- | levar: el de Ja Gran Cartuja mide doscientos quince me- _» tros de largo. Construido sobre un terreno desigual, sigue a mitad de camino una acentuada pendiente, de modo * que no se le ve el fin. Parece hundirse en la montafia o perderse en un abismo invisible. No existe un espectéculo més extraiio que un habito de monje flotando a lo largo de este timel luminoso y desapareciendo a lo lejos, poco @ poco, como la vela blanca de un navfo en el horizonte. Los propios cartujos estan al nivel de sus edificios. Nunca he visto cartujos bajos. No quiero con eso decir que se los elige metro en mano, como a los guardias de Buckingham. Pero todos los que he encontrado eran de elevada estatura, muy delgados, ligeramente encorvados, . de ese estilo Hamado familiarmente “poroto verde”, Su esbeltez se explica naturalmente por un régimen alimen- ticio que no favorece por cierto la obesidad. La elevada * estatura ya no es tan comprensible, No me atreveria a | afirmar que esta vocacién excepcional nunca baja de un 68 La Sau ve ta Trenra metro setenta y cinco. Quizds yo los he visto altos de la misma manera como he visto sus ojos azules... En efecto, durante mi primera estada en una Cartuja, observé con sorpresa e interés una buena proporcién de ojos azules entre mis huéspedes. En realidad, no era asi, podria aqui atribuirse a una ilusién éptica. Esos ojos que a mi me parecian azules eran simple- mente ojos puros y de una limpidez tan extrafia que yo, sin darme cuenta, les ponia un poco del color del cielo. De san Bruno, fundador de la Gran Cartuja, madre de todos los conventos de la Orden, se sabe, en realidad, may poco. Nacié en Colonia “alrededor del afio 1030” y vino muy joven a Francia (sus contempordneos lo Iamaban en realidad “Bruno Gallicano” y el sobrenombre es aqui algo més que una etiqueta de viaje, es casi una “natu- ralizacién”). Su conversién dataria de la muerte de Dio- cres, digno cristiano segim rumores, un poquillo ma- logrado por su vanidad literaria (tenia debilidad por los pequefios poetas latinos) y que sin embargo se dice que se irguié tres veces en su atatid para anunciar a los es- pantados circunstantes su citacién, su juicio y su conde- nacién por el tribunal divino. Los hagiégrafos, los pintores y los escultores han tomado este episodio como pretexto para presentarnos a san Bruno en retratos ligubres, sefia- lados por la obsesién del juicio supremo, carentes de op- timismo, sellados con un craneo simbélico, atributo dis- tintivo del cual el santo mo se separa nunca, lo mismo que una dama de su cartera, y que lo condena a repre- sentar indefinidamente la escena de Hamlet y el sepul- turero, No tenemos ninguna razén Para suponer a san Bruno obsesionado por la imagen material de la muerte. Lo que puede afirmarse con seguridad es su gusto por la oscuridad. San Bernardo es simple, de una sola pieza, luminoso como una iglesia romana; san Bruno esta leno de sombra y de misterio como una iglesia gética. Uno se Los Carrusos 69 fa a san Bernardo bajo la blanca armadura de su adelantandose a cara descubierta en la claridad Ja majiana; en cambio, apenas si se distinguen los rasgos de un rostro bajo el capuchén de san Bruno. Se diria que ha pasado por su tiempo con la mirada gacha, sin trabar con el mundo la fugitiva atadura de una mi. vada. Siendo profesor de teologia en Reims, se aleja dis- cretamente el dia en que se habla de nombrarlo obispo y se oculta en la soledad de Séche-Fontaine, al sur de Bar-sur-Seine. A punto de ser descubierto, huye nueva- mente, decidido esta vez a poner los Alpes entre él yla popularidad. Se detiene en Grenoble, pregunta con ur- gencia la direccién de un buen desierto al santo obispo de la ciudad y éste le ofrece en arrendamiento la mag- nifica desolacién de la Gran Cartuja, un lugar perdido el caos de los Alpes del Delfinado, donde, con seis compafieros franceses, funda sin percatarse de ello y pen- sando humildemente en otra cosa la mas angelical de las Ordenes contemplativas. De primer intento, y siempre como si no se lo propu- siera, establece el plan perfecto, el modelo definitivo de todas las “cartujas” que se sucederén en el tiempo: una hilera de celdas individuales (para empezar serdn unas cabafias construfdas a expensas del buen obispo de Gre- noble) unidas entre si por una galeria cubierta que con- duce a la capilla. Por eso es que aqui’ se dan combinadas de manera inédita la vida eremitica de los Padres del Desierto y la vida en comunidad codificada por san Be- nito. Una vez realizado esto, san Bruno va a morir del otro lado de los Alpes, después de haber rechazado nue- vamente un nuevo arzobispado por una gruta de Calabria, Un cartujo sale de su celda tres veces al dia: de noche para el oficio, que dura aproximadamente tres horas y media, de mafiana para la misa, por la tarde para las visperas. Pasa el resto de su tiempo en la soledad total 70 La Sau DE LA Trerra del preso incomunicado. Su vivienda se compone de cua- tro piezas que dan a un jardin de unos pocos metros cuadrados rodeado de pared, la pared del convento, la pared de la celda vecina y la pared del claustro flan- queado de un paseo. En el primer piso, la habitacién la- mada del “Ave Marfa” por el nombre de la oracién que el monje reza cada vez que entra a este recinto consa- grado a la Virgen Maria, y el “cubiculun” o “living room” que comprende un mintsculo oratorio, una alcoba con un lecho de tablas provisto de un colchén de crin y sdbanas de pafio, una estufa, una mesa, una silla. En las paredes sélo un crucifijo, a veces adornado, lo mismo que la estatuilla de la Virgen Maria, con flores recogi- EL ENCIERRO DEL CARTUJO Arriba, la habitacién “Ave Marfa’’, el cuarto de trabajo, y el “Cubiculum” © living-room del solitario, Abajo, el depésito de lefia y el taller; a la izquierda, el corredor paralelo al claustro, sobre ¢l cual se abre la puerta y la ventanilla de la celda, a Los Carrusos 71 das en los aledafios del monasterio durante el paseo se- ~manal, En el primer piso hay también un aposento pe- quefio, de la misma amplitud del oratorio, que hace las veces de cuarto de trabajo. En la planta baja, un depé- “sito de lefia y un taller donde el cartujo cumple dos o tres horas diarias de un trabajo manual considerado como simple diversién. Unos tornean barrotes de sillas, otros tallan estatuitas, algunos se contentan con cortar lefia. Un padre de la Valsainte que tenia el suefio pesado fa- bricaba toda clase de despertadores, entre ellos uno muy eficaz que ponia en movimiento una tabla del espesor de ‘un misal que a la hora sefialada caia sobre los pies del dormilén. Se cuenta que ese padre tan letargico pronun- cié a Ja hora de su muerte estas palabras Ilenas de espe- ranza: “Por fin voy a despertar”,,. El jardin queda li- brado a la iniciativa del locatario. A veces es un jardin de recreo, o ‘una huerta, un cuadro de pasto sin cultivar © um montén de guijarros, segtin las dotes, la edad y el humor del jardinero. La jornada de un cartujo no tiene ni principio ni fin. Se levanta a las seis, pero ya se ha levantado antes de medianoche para el oficio que lo ha demorado en la capi- Ha hasta las dos de la mafiana. Se acuesta a las seis de Ja tarde, pero sélo por cuatro horas, Este descanso en dos tiempos, completamente vestido en una cama nada mullida, se parece al sueiio incémodo que el viajero des- cabeza entre tren y tren en un banco de sala de espera. A eso de las diez, un “hermano” de las cocinas alcanza a través de la ventanilla de la celda un plato con la mica comida del dia: pescado (munca carne), legum- bres, compotas de color variado, agradables a la vista y monétonas al gusto, todo en abundancia, pero de mediana calidad, pues los cartujos no hacen ningtin esfuerzo visi- ble para ganarse el premio en un concurso gastronémico. 72 La Sat ve ta Tierra Una vez despachado el almuerzo, no queda otro reme- dio que ayunar como un angelito durante veinticuatro horas, excepcién hecha de los cinco minutos que s¢ nece- sitan para devorar el mendrugo y la fruta de la “cola~ cién”, que se suprime durante el ayuno monastico, una cuaresma de dimensiones verdaderamente cartujas que se extiende desde el 14 de septiembre a Pascua. Cuando el prisionero necesita algo, un libro por ejem- plo, coloca una nota sobre la tabla de su ventanilla y alli encontrara poco después la obra pedida. Sus comu- nicaciones con el exterior se limitan a esos intercambios silenciosos, Sucede asi que un cartujo pasa uma semana o més sin cruzar palabra con alma viviente. Porque los cartujos no se entienden por signos como los trapenses. Tienen el derecho de hablar en casos de absoluta nece- sidad, Pero gcon quién? La grandeza y el extrafio encanto de esta soledad pro- vocan en muchos espiritus eso que un cartujo llamé una vez “la tentacién de la isla desierta”. ¢Quién no ha so- fiado alguna vez con huir del mundo hacia la graciosa soledad de un islote del Pacifico, de preferencia apar- tado de la ruta de los ciclones y bien abastecido de vive- res? ¢Quién no se imaginé sobriamente vestido con! hojas, holgazaneando a la sombra de los bananeros en flor, es- tirando al mediodia la mano ldnguida hacia un almuerzo que pende de los arboles, el Arbol del pan, el 4rbol de la manteca, el arbol de la vajilla o calabacero, lejos de los hombres libres como los pajaros del cielo, al fin solo?_ La Cartuja decepciona cruelmente a los Robinsones vo- luntarios. No es precisamente una isla donde se puede “ro- binsonear” a gusto. Verdad es que el cartujo vive solo todo o casi todo el dia. Sin embargo, no es libre de orga- nizar'su existencia como le plazca. Alli esté la campana del convento, vigilante, puntual, que indica el despertar, ” » . y Los Carrusos 73 el trabajo, el descanso, el oficio, los maitines laudes, la misa, visperas, completas, las pequefias horas canénicas y simplemente la hora, la media y aun los cuartos. Todo el claustro obedece en silencio a esa voz pura que parece resonar sobre una ciudad muerta. {Alguien esta cavando su jardin o componiendo uno de esos profundos tratados de oracién mistica con los cuales, segim se asegura, los cartujos encienden fuego en el invierno? Al primer lla- mado de nona o de visperas, hay que dejar la pala o la pluma, meterse en el oratorio de la celda o acudir apre- suradamente a la capilla. Fuera del tiempo dedicado al suefio, también tronchado por el oficio nocturno, la jor- mada de un cartujo se halla literalmente despedazada por cien obligaciones diversas, precisas, que lo hacen ir del oratorio al jardin, del taller a la capilla y del paseo a la cama, sin que pueda dedicarse con continuidad a otra cosa que no sea la obediencia. La celda lo ha separado del mundo, la campana lo separa de si mismo. jPobre Robinson! Rara vez resiste mds de cuarenta y UNA CARTUJA Las celdas se distribuyen alrededor del claustro, el cual termina en la capilla. muralla exterior protege al convento contra los aludes 74 La Sau pe La Tierra ocho horas a la campana de la Cartuja. Encerrado en una celda que le parecié espaciosa el primer dia, mds pequefia el segundo, buscaba la independencia y encuentra la dis- ciplina. A las diez, su frugal almuerzo lo ocupard diez minutos. Tomara un libro, {pero para qué leer un buen libro del cual nunca se hablar con nadie, un libro que ni siquiera puede ayudar a sofiar? La monétona serie de los dias venideros le parece infinita (el régimen cartujo conserva, no son raros los octogenarios en la casa) y su “yo”, ese “yo” que afuera parecia tanto menos exigente cuando no se le negaba nada, toma de pronto proporcio- nes gigantescas; esta alli, junto a la puerta como un Vier- nes enorme que no acepta su dia de descanso y que se impacienta... Robinson convoca entonces la vanguardia y la retaguardia de sus mAs altivos pensamientos... Ape- nas si ve venir dos o tres lugares comunes gastados. .. Durante todo ese tiempo la celda contintia estrechaéndose. El Viernes golpea con el pie, suena la campana. [Ya esto es demasiado! Robinson, ya vencido, pide el horario de émnibus. La Cartuja es el més austero de todos los conventos. Se admité®oficialmente que un religioso puede abando- nar siempre su orden por la de san Bruno, pues de ese modo no hace més que elegir un género de vida mas elevado. Segiin la Iglesia, la practica de la Regla de los cartujos exige por si misma el ejercicio de la virtud “heroica”, dicho en otros términos: el cartujo que se limita mate- rialmente la Regla hasta su muerte es ipso facto cano- nizable, sin que se requiera otra forma de proceso. Pero los cartujos beatificados son raros. San Bruno ha legado a su Orden su aficién a perder contornos, a pasar inad- vertidos. Al ingresar, antes de recibir el hdbito blanco de su nuevo estado, el novicio se reviste la cogulla negra, Los Cantusos 75 simbolo del luto que lleva por el hombre que fué. Desde ese dia empieza a desaparecer. Llevardé otro nombre; _ sera Dom Juan Bautista, Dom Rafael; si escribe y sus obras parecen dignas de ser publicadas, no las firmara. i La etiqueta del célebre licor es uno de los raros impresos honrados con la firma de los cartujos; aqui se trataba de _ wna necesidad juridica. En los cementerios de la Orden Jas cruces no llevan ninginm nombre. Asi como existe una multitud de dominicos ilustres, asi como los trapenses no han podido ocultarnos a san Bernardo y al abad de Rancé, tmicamente los especialistas de la mistica o los cristianos curiosos de espiritualidad (que también los hay) conocen a Donisio el Cartujo o a Dom Inocencio Le Masson, dos glorias de la Orden junto con san Bruno, a quienes todos ignoran, hasta sus bidgrafos. El anonimato se agrega a los muros de la celda y del silencio como una clausura suplementaria. Pero este aniquilamiento sélo constituye el aspecto ne- gativo, y para el mundo bastante deprimente, de una resurreccién en la luz que convierte poco a poco a la criatura débil y miserable que somos en un hermano —desterrado— de los angeles. jCuénta poesia en estas vidas que han soltado amarras! Sélo conocemos el cielo bajo la forma enigmatica de los misterios de la fe y para un ser de carne y hueso salirse del mundo y entrar en la pura regién de los espiritus es uma empresa tan ardua, exultante y peligrosa como la aventura de Cristébal Colén al zarpar rumbo a una tie- 1ra invisible y probable... También é1 estaba sostenido Por la fe y por la razén y es facil suponer que mas de una vez se habré preguntado, ante este exasperante hori- zonte eternamente liquido, si las estrellas no mentirfan, si su fe no lo engafiaba, si la razon era realmente un buen instrumento de navegacién. 76 La Sau ve La Trerra El cartujo, separado de nuestras costas y lanzado a las aguas guiado sélo por la gracia de Dios, experimenta el temor y la esperanza del héroe ejemplar de la Santa Maria. Luego del entusiasmo de la partida, sucede la experiencia en alta mar, esta interminable travesia a ve- las desplegadas en medio de un circulo de océano cuyo centro no puede abandonarse, y la raz6ém que aconsejaba partir ya no se atreve siquiera a aconsejar perseverancia. Se dice que hacia los cuarenta afios (pongamos el cua- dragésimo dia de navegacién) el navegador solitario de la vida espiritual empieza a dudar que las Indias Occi- dentales aparezcan un dia en su catalejo. Sus sacrifi- cios le parecen yanos, jamas vera sus frutos, ese préjimo que é] desea salvar lo ignora, lo desprecia, o lo odia... Pero esto es sélo una tormenta que pasa. En medio de la noche que lo envuelve, el héroe sigue su camino de estrella en estrella: él sabe que hay otro mundo ademas de éste. El es la vanguardia de la cristiandad. x UMBRATILEM N° ES EL caso de gloriarnos con estas cosas, ya lo sé, iy sin embargo!... Si todas nuestras jactancias no estuviesen movilizadas en otras partes, quizés nos com- placeria recordar que la mayoria de las Ordenes religio- sas ha nacido en Francia, o que en todo caso las dos grandes Ordenes contemplativas son esencialmente fran- cesas. Si la palabra resulta sospechosa de nacionalismo precoz, puede decirse que han nacido en cierto territorio situado al oeste del Rin y al norte de los Pirineos. Du- rante varios siglos, Francia, quiero decir el territorio mencionado, ha suministrado la mayor parte de sus efec- tivos a los conventos de san Bernardo y de san Bruno, Todavia hoy los franceses, esos espiritus “frivolos” y “‘ver- sftiles”, se remontan facilmente hacia las Cartujas o se yuelcan gustosos en las Trapas. Ni por asomos se les ocurre pensar que la vida contemplativa es um género de existencia arcaica, vinculado a un tipo de civilizacién ya sepultado junto con la Escolastica, la Mesa Redonda y el amor cortés, en el naufragio del mundo medieval. El visitante de una Trapa no ve ante sus ojos una so- ciedad de otra época, sino una sociedad fuera del tiempo. 78 La Sa ve LA Trerra El colectivismo trapense est4 bastante adelantado con res- pecto al “kolkhose” *: en lugar de fomentar la perni- ciosa ilusién que ‘todo pertenece a todos”, se funda sobre el principio socialista que ‘nada pertenece a nadie”. El cartujo no ha pasado de moda, porque nunca estuvo de moda. Su soledad es propia de todas las almas prendadas de lo absoluto; un gran hombre esté siempre solo y un cartujo es siempre un gran hombre, deslumbrado por otra gloria distinta de la suya propia. (Conozco uno que en el mundo hubiera recibido todas las coronas destinadas al genio literario.) En cuanto a la “ineficiencia” de una vida puramente espiritual, no se aspira a nada original al decir que si Carlos Marx hubiera sido un hombre de accién, el marxismo no existiria. La revolucién més gran- de de los tiempos modernos nacié hacia 1847 de las oscu- ras meditaciones de un barbudo genial, en el fondo de un comedor londinense decorado al estilo de la pequeiia burguesia, Incontables son los discipulos del “manifiesto comunis- ta”. En lo que respecta a su nimero, nada encuentro que pueda oponérsele, fuera de la multitud impresio- nante de los convertidos por la Historia de un alma, escrita en el fondo de un convento parecido a una fé- brica de botones a presién por santa Teresa de Lisieux, ociosa del Carmelo y patrona de las Misiones. Nos re- sulta dificil creer en la potencia inmaterial del espiritu, cuando ella no actia delante de nuestros ojos sobre el ladrillo o el hierro social. Sin embargo, la Iglesia —y bien conoce un poco su poder— ha proclamado siempre la primacia de la vida contemplativa y que ninguna ‘ac- tividad puede competir en intensidad con la que ejercen la carmelita o el cartujo en el orden espiritual, no obs- tante ser el que corresponde a la vida cristiana. La bula Umbratilem da fe de ello: “Todos los que hacen profesién de Mevar una vida de soledad”, dice el texto de Pio XI, “lejos del bullicio y * La palabra es una abreviatura de kolektivinoye khizcaistvo y designa las cooperativas de campesinos que tienen autonomia, En Rusia se lama asi a las granjas colectivas (cfr.. Hurcne- BISON’s, Twentieth Century Encyclopaedia, (N. del T..) UmpratiLeM 79 de las locuras del mundo, no sélo con el propésito de ‘emplear toda su fuerza espiritual en la contemplacién de los divinos misterios y de las verdades eternas; sino también para borrar y expiar sus propias culpas y sobre todo las del préjimo mediante las mortificaciones del ‘alma y del cuerpo voluntariamente determinadas y pres- veritas por la Regla; éstos han elegido, como Maria de Bethania, la mejor parte. Si el Sefior llama a ello, ‘no hay ¢ condicién ni género de vida que pueda proponerse ‘como més perfecto a la eleccién y a la ambicién de los hombres... El deber de esos solitarios y su principal ocu- _ pacién consiste en ofrecerse y consagrarse a Dios en vir- _ tud de su funcién por asi decir oficial, como victimas _y hostias propiciatorias, para su salvacién y la del pré- jimo. He aqui por qué, desde la época mas remota, este género de vida tan perfecto ha sido cimentado y propa- gado en la Iglesia, donde es util y provechoso, més de Jo que se creeria, para toda la sociedad cristiana... Por ; » otra parte... los que cumplen asiduamente el oficio de Ja oracién y de la penitencia, mucho mds (multo plus) * aim que los que cultivan con su trabajo el campo del Sefior, contribuyen al progreso de la Iglesia y a la sal- yacién del género humano, porque si aquéllos no hicie- ran bajar del cielo la abundancia de las gracias divinas para irrigar este campo, los obreros evangélicos sélo ob- tendrian de su trabajo frutos raquiticos”. Verdaderamente las Ordenes contemplativas son el co- raz6n viviente de la Iglesia. Y ese corazin no late para si mismo: el préjimo ocupa un lugar de privilegio en la economia espiritual del contemplativo. Por cierto que ese amadisimo préjimo no recibe muchos mensajes de sus desconocidos amigos de la Trapa o de la Cartuja; pero ¢quién se atreveria a poner en duda la profundidad y la sinceridad de una amistad que abandona todos sus bie- 80 La Sau pe 1a Trerra nes y sélo exige a cambio el permiso de ofrendar tam- bién su vida? ¢Es necesario justificar las vocaciones contemplativas? jYa se encarga de eso el mundo moderno! Nos fabrica una civilizacién imsoportable, enemiga de lo sobrenatu- ral, enojada con lo sagrado, fria como una maquina, es- tapida como un sistema y tan resuelta a estré ar una libertad por dia que llama a gritos esta forma radical de Ja objecién de conciencia que constituye el ingreso a una orden religiosa. La puntillosa tirania de santa Eficiencia, que ejerce su poder sobre las cabezas y los brazos, aun- que no sobre los corazones, da poco a poco al hombre contemporéneo un rostro de picaporte de puerta, redondo y liso como la porcelana y que sélo se anima a una velo- cidad de mil kilémetros por hora por efecto de una cierta distorsién de los cartilagos y un vigoroso tirén de los zigomaticos: La facies del aviador a toda velocidad evoca la mascara del tragico antiguo, con un realismo conmo- vedor que nada debe a la imspiracién y todo al viento. Mientras los espiritus embrutecidos se arrastran por el suelo con prudente lentitud, los cuerpos se mueven en el espacio con la velocidad del viento. Entre unos y otros se ha producido una completa permutacién de atributos. Puede decirse que con ayuda de los accidentes mecdnicos, los cuerpos llegan a destino mucho antes que los espi- ritus. Estas “técnicas” que tanto nos enorgullecen for- man una asociacién para volvernos no precisamente al estado de naturaleza, donde atin quedan algunas preca- rias libertades posibles, sino al estado de materia, lo bas- tante consciente como para alinearse por si misma, ma- niobrar en el trabajo y recorrer los placeres. Frente a esta vasta empresa de “despersonalizacién”, el propésito de fidelidad a la luz que formula el contem- plativo, suena como una negacién. Pronto comprendere- mos la utilidad de esos recluidos inméviles y de rodillas, con sus rostros vueltos hacia una presencia inefable, cuan- do sintamos la necesidad de contemplar un rostro de hombre en este mundo desfigurado. ta XI LA LLAMA DEL CARMELO E: Canmeto es una lampara oriental en que arde una Hama espafiola, La tradicién. indica como su lugar de origen las cuestas del monte Carmelo, en el limite entre Samaria y Galilea, montafia sagrada del pueblo judio, horadada de profundas cavernas, antiguamente re- cubierta de bosques, en todo tiempo refugio natural de anacoretas y observatorio del profeta Elias. Fué alli, bajo Ja ensefianza del inmortal anunciador, donde esta Orden compuesta adquirié los dos grandes principios de su anti- gua vocacién eremitica: la soledad y el recogimiento, la lémpara y el aceite de la vida contemplativa. Pero desde la época de sus primeras armas espiritua- es, los carmelitas, alejados de su santo retiro para ex- Pandirse por Europa, han cambiado de uniforme, de ca- acter y de empleo. El talego y la piel de oveja del anacoreta han sido reemplazados por una vestidura ma- yrén y un manto blanco, menos salvajes a los ojos de los hombres de las ciudades. Por un decreto pontificio de Gregorio IX, en 1227, los ermitafios fueron convertidos en mendigos y los contemplativos en predicadores: Los antecitados Padres del Desierto incorporados a la infan- teria apostélica pierden la hermosa independencia del “maquis”, en tanto que la lampara carmelita pierde su aceite en el choque de las reformas, de las adaptaciones y de las revisiones, hasta el punto que ya quedaba iencia poco liquido en el recipiente forjado con amor Jas alturas, cuando hace cuatro siglos dos espaiioles 82. La Sat ve 1A Trenna encendieron ese fuego que atin resplandece. De estos dos incendiarios de idéntico ardor, la Iglesia ha hecho dos Doctores de la vida espiritual y sélo puede reprochérseles uma cosa: el que hayan sido ambos tan buenos maestros y tan buenos escritores que una multi- tud de criticos ha creido comprenderlos lo suficiente co- mo para poder explicarlos. San Juan de la Cruz y santa Teresa de Avila han brindado tema desde hace tres siglos para innumerables tesis y contratesis de psicologia. Las més ambiciosas entre ellas tratan con perfecta sangre fria del “problema de la experiencia mistica”, como si hubiera una probabilidad de resolver el problema sin intentar la experiencia. Pueden comentarse con utilidad las obras de san Juan de la Cruz, puede emplearse mu- cho talento en pintar al autor, aunque en este punto muchos pintores corren el riesgo de equivocar los colo- res, como le pasé a Huysmans que'vefa “un ser terrible, sangrante y con sus ojos secos” a quien la historia nos lo muestra como un dulce perseguido. Pero es tan im- posible hablar atinadamente de “la experiencia mistica” sin haberla vivido, como hablar de la “experiencia de la muerte” antes de haber resucitado por lo menos una o dos veces. Por lo demas, estas dos experiencias se parecen en més de un punto y si san Juan de Ja Cruz ha descrito una de ellas, es para evitar que uno se extravie por sus sendas, no para iluminar a quienes se niegan a partir. Un mistico de su calidad es un hombre que despide llamas y ante este espectdculo asombroso el critico igni- fugo sélo aspira a redoblar el amianto. “Vamos a ver, —dice para si calzdndose sus gafas ahu- madas— cémo ha podido este desdichado abrasarse de tal manera? ¢Habra permanecido mucho tiempo al sol? Los espejos de su espiritu, actuando de lentes, habrén encendido eso que los misticos Ilaman ‘el hombre viejo’ SUBIDA AL MONTE CARMELO INTERPRETACION DE UN DIBUJO DE SAN JUAN DE LA CRUZ AA Ja inguierda, cl “camino del csfritu imperfect” em busca. de le "bienes del mda st io la derecha, cl “camino del espiritu extraviado” en busca de los “bienes dein Tierra”, En el medio el sendero. abrupto de la perfeccién, que conduce por el rechazo simultineo de los biencs de uno y¥ otro camino (que_no llevan a ninguna parte) a la cumbre de la Santa Montafia “mons in quo beneplacitum’. 84 La Sa pe 1A Tierra y que debe suponerse hecho de madera reseca?” La timica respuesta valedera que puede esperar el cri- tico es aquella que lo hara arder, Esto es la “experiencia”. La doctrina de san Juan de la Cruz es el camino abrup- to del despojo total, una variante ofensiva de la tactica de la “tierra arrasada” aplicada al combate espiritual. El camino les parecié demasiado corto y la tactica ex- cesivamente costosa a los religiosos “mitigados” de la época (se Hamaban “mitigados” los monjes dispensados de ciertas observancias y que se habian confeccionado una Regla de un confort muy relativo) y jamds un santo fué més abrumado con penas disciplinarias y fatigado con penitencias injustificadas como lo fué el padre Juan de la Cruz por sus hermanastros de Orden. Se trataba de hacerlo callar, 0 mejor dicho, de apagarlo; pero se calcu- 16 mal. Los misticos alimentan su fuego con todo lo que se les viene a las manos y las persecuciones hacen una Mama mis viva que todo lo demés. Por lo demas, mien- tras los mitigados del Carmelo crefan sofocar el incendio, éste causaba estragos en los conventos de la rama feme- nina de la Orden, en la persona resplandeciente de santa Teresa de Avila. San Juan de la Cruz y santa Teresa de Avila son dos almas de la misma raza, de esas que no saben de tran- sacciones ni compromisos, y sdlo respiran libremente en lo absoluto. Los dos siguen el mismo camino espiritual, uno en la noche, la otra a pleno dia, Lo que el pri- mero expresa en la Subida al monte Carmelo en image- nes nocturnas de una profundidad y limpidez admirables, la segunda lo describe en su Castillo interior con un to- rrente de comparaciones luminosas en que chisporrotean diamantes, rubies, estrellas y soles. Fl contraste persiste hasta en los destinos terrenales de estos dos “mellizos La Lrama ver Canmeto 85 de santidad”. Santa Teresa libra y gana veinte batallas por la reforma del Carmelo, funda una serie impresio- nante de comunidades y muere en 1582 en medio de sus “hijas”, ya gloriosa, ya cumplida su obra, con la certi- dumbre de no haber luchado en vano. Diez afios mas _ tarde, san Juan de la Cruz expira a manos de uno de sus perseguidores, después de una vida barrida por todas las rafagas del sufrimiento moral y fisico, enviado de los que no lo comprenden a los que lo comprenden dema- siado bien, admirado de los mejores, pero en una espan- tosa soledad. Sin embargo, no profirié la menor queja y cuando se entera de su préximo fin, brota de sus labios un versiculo del salmo CXXII: “Laetatus sum... Me he alegrado cuan- do me dijeron: jvamos a la casa del Sefior!” Con estas dos antorchas vivientes en su antigua casa, el Carmelo se habria librado a duras penas de incendiarse. : En realidad, a partir de santa Teresa y de san Juan de #7 Ja Cruz data la Orden de los carmelitas “descalzos”, tal como hoy la conocemos, regida por una Regla y una formula de vida religiosa comparables a los dominicos, es decir que retine estrechamente la contemplacién del » eartujo y la accién del jesuita. Lo mismo que los domi- nicos, los carmelitas son predicadores, profesores, misio- neros, en tanto que sus hermanas, las carmelitas, Ilevan la existencia recluida a perpetuidad propia de los con- templativos puros, Pero ante todo son los hherederos, los diseipulos y los exégetas calificados de sus dos grandes es misticos, “Santa Teresa de Avila y san Juan de la Cruz”, escribe el padre Bruno, director de tudes Carmélitaines, “‘se han revelado como los maestros de la psicologia religiosa. éQuién podré discutir su primacia en ese sentido? Tie- zen, como no lo ha tenido nadie, el sentido practice de Ta vida eterna y, en funcién de ella, de la vida humana. « Son los Doctores a quienes todos se dirigen en la Iglesia 4? catélica y aun fuera de esta Iglesia cuando se quiere Pasar del conocimiento especulativo al conocimiento prac- tico o experimental de las cosas divinas” (7). i Esta serd, pues, la misién particular de los carmelitas: _ alimentar en nosotros ese fuego mistico al cual santa Te- 86 La Sau ve La Trerra resa de Lisieux acaba de agregar su Nama tan pura. Los Etudes Carmélitaines, que agrupan en torno al padre Bru- no todo lo importante del pensamiento catélico, se encar- gan de mantener en el plano intelectual el prestigio de la Escuela espiritual de la Orden y de impedir que los aficionados se precipiten a través de la mistica como en un fabuloso Parque de Diversiones donde se pagara vein- te francos por una Subida al Carmelo y una vuelta por el Castillo interior. No es pequefia tarea el explicar a los ignorantes que el ardor espiritual no es la combustién moral siniestra que ellos imaginan, y a los sabios que ella tiene efectivamente la propiedad de quemar. Y no es poca dificultad el hacer adivinar a unos que se asus- tan y a otros que se tranquilizan demasiado pronto re- gistrando la ceniza de los libros, que este fuego es real- mente un fuego de alegria. XII LOS ALMUERZOS DOMINICOS LS pominicos de Paris me han hecho el honor dos ye- ces de invitarme a almorzar a sus casas de la Gla- ciére y del faubourg de Saint-Honoré. El convento de Ja Glaciére es una antigua casa de sa- Iud cuyos pabellones vetustos sirven de marco a un patio cubierto de arboles polvorientos, El conjunto es pobre, cual corresponde a una Orden mendicante, y recuerda menos a un hospital que el grupo escolar desafectado. En las paredes de los largos corredores que pasan por las celdas, los oratorios y las salas comunes, uno espera en- contrar esos garabatos de escolares, bonetes de burros, inscripciones lapidarias, mufiecos filiformes y caras de Tuna que agregan;un poco de fantasia a los prolijos frisos Pintados que decoran nuestras escuelas primarias. Pero los dominicos de la Glaciére son gente juiciosa. Escriben en todas partes, menos en las paredes. Su mo- rada sin arte no ofrece otro recreo a la vista que las extravagancias de algunos vitrales modernos, grandes be- bedores de luz y de un tipo adecuado sin duda en_la actualidad para la defensa pasiva, 88 La SAL DE LA TreRra Un. ceremonial inmutable preside los almuerzos domi- nicos. A eso de las doce y media, llamados por la cam- pana, los Reverendos Padres se colocan en fila doble a la entrada del refectorio. Después de un rapido benedi- cite, los wltimos entran primero y los primeros wltimos en la sala de las mesas largas y estrechas, donde cada uno tiene su puesto sefialado por un cubierto de hierro batido y un cuarto de bebida que puede ser vino, cer- veza o sidra, segiin el lugar, En Parts se bebe vino. Con el capuchén echado sobre los ojos, los padres se sientan de un solo lado de la mesa, de espaldas a la pared o a la ventana, como los personajes de la Cena, y mastican en el ms riguroso silencio la frugal comida de los conven- tos y de los colegios. Honrado en forma especial, como en todos los conven- tos, el invitado se sienta a la derecha del superior, duefo de casa mudo, pero leno de atenciones. Entre los be- nedictinos, el abad —que tiene jerarquia de obispo— Tle- va la cortesia hasta el extremo de lavar él mismo las manos de su huésped antes de entrar al refectorio. Los dominicos, més modernos, un poco menos dulces, preferirian lavaros la cabeza. Recorren la mesa novicios vestides de blanco, servido- res alertas y silenciosos que van y vienen del comedor a la cocina en un revoloteo de sayales de amplios plie- gues, con la llama triangular del capuz cayendo sobre sus hombros como dos alas juntas y replegadas... Vigi- lan que no falte nada a los comensales, a quienes les esta vedado pedir algo para si mismos. Pero la regla de caridad quiere que ellos tengan el derecho de reclamar para el préjimo. Asi se cuenta la historia de aquel monje que encontré una alimafia des- agradable en su sopa y Tlamando con un gesto al ser- vidor para decirle con tono de caritativa urgencia que fuese reparada esta injusticia: ~ Los ALMUERZOS DOMINICOS 89 —A mi vecino no le han dado —dijo. Si bien la mayoria de ellos tiene opiniones muy avan- zadas, los dominicos no han adoptado todavia la con- cepcién tradicional del banquete republicano. Sus comi- das terminan sin discursos, pero no sin palabras. Por encima del leve entrechocar, de los cubiertos se Jevanta la voz del lector de turno, instalado en un piil- pito y leyendo alguna obra instructiva, a la manera des- esperante de un alumno elemental que recitara su leccién de francés. Son lecturas sin puntuacién, donde el final de las frases queda suspendido en el aire, como esperando un punto que nunca llega. De cuando en cuando el padre corrector deja su cu- chara y agita uma campanilla. El lector de ‘turno se interrumpe de pronto en medio de una palabra. —Usted pronuncia mal —dice el padre corrector con excelente pronunciacién—. jArticule bien las silabas! El lector confuso y ruborizado articula tan bien las si- labas que descompone las palabras como los movimientos de “jArmas al hombro!” No se comprendia mucho de su salmodia sobre el Ré- dano, su caudal, sus afluentes y su navegabilidad, Des- pués de la correccién, ya no se comprende nada. “Fl Sao-na-des-em-bo-ca-en-el-R6-da-no-en-la-Mu-la-tié-re. "CGer-ca-de-Ly-on.” Las frases descalabradas caen uma tras otra desde el pulpito en medio de la indiferencia general. La cam- panilla, satisfecha, permanece silenciosa. Después del almuerzo, la tertulia. Se llama asi la me- dia hora escasa de conversacién que se conceden los do- minicos después de comer, mientras toman café en la biblioteca. 90 La Sau pe LA TIERRA Conservo un recuerdo confuso de la “tertulia” del con- vento de la Glaciére. El padre Régamey, gran inquisidor del arte sacro, hablaba de escultura con pasién. Con un 4lbum en la mano, probaba con imAgenes que nada se parece tanto a los calvarios del siglo xm como ciertas obras modernas. Los picapedreros del siglo xm no sabfan que estaban haciendo escultura del siglo xx; pero les hubiera encan- tado enterarse. Los ALMUERZOS DOMINICOS 91 El convento del faubourg Saint-Honoré tiene mayor elegancia que el de la Glaciére. Sus mA4rmoles, sus hie- rros forjados, su claustro disefiado por un arquitecto de renombre, su hermosa vista sobre un gran jardin (que por lo demas no le pertenece) todo esto, dice un domi- nico de las misiones obreras, podria ser “una excelente clinica de maternidad”. , Por el momento es un lugar de reunién, que cuenta, como todos los conventos de la Orden, de una pensién familiar, un cuartel general y la Pequefia Cartuja. Por- que la originalidad de los religiosos de santo Domingo consiste en llevar a la vez una vida “activa” y “contem- plativa”, combinando las disciplinas conventuales y todas las libertades de la accién. Los dominicos desempefian todos los oficios. Son predicadores, profesores, obreros, pe- riodistas o fisicos. Pero la noche los reintegra en prin- cipio a las casas de su Orden, donde la vida de oracidn retoma sus derechos, Segim una férmula que ellos sue- Jen emplear de buena gana para definir su vocacién, la accién deriva de “la plenitud de la contemplacién”. Du- rante todo el dia, esa plenitud de recogimiento se ex- pande en mil empresas apostélicas de una infinita va- riedad, sobre las que los Superiores s6lo ejercen un derecho limitado de vigilancia, Los hijos de santo Domingo, contemplatives compre- metidos, “cartujos del mundo”, son ciertamente los reli- fiosos mas libres de la tierra. He dicho “los religiosos”. Podria haber dicho también “Jos hombres”. No por nada ellos han elegido la liber- tad, la verdadera libertad, la que es coronada por el re- nunciamiento. _ En el faubourg Saint-Honoré no ha tardado en surgir Ja polémica. Los dominicos adornan hablar de politica y no les disgusta un buen combate entre pareceres opuestos. 92 La San ve La TIERRA Una vez servido el café, el desdichado cronista que venia a preguntar a'los demas pasa a ser objeto del interrogato- rio. Cinco o seis te6logos, armados de referencias hasta los dientes, lo rodean y lanzan sobre el pobre menguado esas miradas brillantes donde el hereje veia antiguamente llamear la primera chispa de su hoguera. Porque los dominicos han desempefiado, hace mucho tiempo, un papel nada despreciable en la santa Inquisi- cién. Sus invitados son, por lo general, los tmicos que se acuerdan de esto. —Después de todo —me dijo un obeso reverendo ha- ciendo girar su cuchara en la taza como si fuera un cucharén en una cacerola de plomo fundido—, nosotros los dominicos no tenemos miedo a las revoluciones. En efecto, la Orden de santo Domingo nacié alla por el afio 1210 en plena herejia albigense. Su misma fér- mula (unos monjes lanzados al siglo, predicadores y mendicantes) era, en aquella época, poderosamente revo- Iucionaria. Estos accidentados comienzos en medio del resplandor de la guerra civil permiten a los dominicos considerar sin turbarse nuestras convulsiones politicas y el furor del incendio comunista. Pero los tiempos han cambiado. Antiguamente, se que- maba a los herejes. Hoy, se juega con el fuego. Cuando salen, los dominicos se echan una capa y una capucha negras encima de su h&bito blanco. Blanco vien- tre, negras alas, los dominicos se visten de golondrinas para anunciarnos la primavera. Los ALMUERZOS DOMINICOS 93 Pero no todos con la misma voz, ni en el mismo len- guaje. No se parecen entre si mds que en sus vestiduras, é En todo lo demas difieren: aunque exista quizds un “do- minico-ideal”, no existe un “dominico-tipo”, y para ha- cerse una idea de esta Orden tan extremadamente rica en personalidades habria que trabar relacién con cada uno de sus miembros. Tal predicador figura en la cate- goria de los grandes espiritualistas de Francia por su equilibrio, su fineza, su mirada clara y su austeridad mientras que tal cosmélogo brillante realiza en la estela de las ciencias modernas impresionantes torneos de acua- plano. Tal técnico se aplica a resolver los problemas eco- némicos del universo de mafiana 0 de pasado mafiana, » tal erudito busca en los institutos un corresponsal que pueda contestarle en el dialecto mesopotamico del si- glo x1 antes de nuestra era. Son los dominicos quienes han inaugurado, a partir de 1941, la era de los “curas- obreros”, hoy llamados ‘“‘sacerdotes de las misiones obre- ras” al enviar como delegado ante los portuarios de Marsella a un joven y ardoroso religioso, En el faubourg Saint-Honoré, en la rue de la Glaciére y en todas partes, el apacible tedlogo marcha junto al apéstol de choque, y yano seria preguntarse cuaél de los dos imprimira al fin de cuentas su cardcter a toda la Orden, por la sencilla razon que un dominico es por definicién un contem- plativo y un hombre de accién. De la predominancia pa- sajera de una u otra de estas dos tendencias no puede inferirse nada, s6lo que anuncia una préxima concilia- cién. Algunos historiadores laicos, que distinguen tres “estados” sucesivos en la historia de la vida religiosa, 7 een estar en condiciones de anunciar que la vida reli- Giosa pronto se desprenderd definitivamente de sus ilti- i me Tazos conventuales, Primeramente, dicen, hubo un estado contemplativo”, en que el monje recluido vivia 94 La Sat ve 1a Tierra separado del mundo; luego vino la época de las Ordenes mendicantes, en que el religioso compartia su vida entre el mundo y el convento; y por fin la edad moderna, ini- ciada por los jesuitas que rompen con la tradicién con- ventual para entrar de Ileno en la accién, Bueno. ¢Y después? Aqui la imaginacién de los historiadores tiene via libre, sin ningiin éxito, para lanzarse en busca de un monje inédito. ¢No seré el monje atémico? gEl monje sin votos ni tonsura, pero con mujer e hijos, monje lau- reado con el premio Cognacq? Al remontarse, los sen- deros de los historiadores no son muy claros, el futuro se les escapa y los deja detenidos en medio de la evolu- cién. En realidad, la tesis es engafiadora y los diferentes estados que ella considera sucesivos coexisten sin su per- miso. Las Ordenes mendicantes no han suplantado a las Ordenes contemplativas y los jesuitas no han hecho des- aparecer a los dominicos. La vida religiosa “a través de las edades”, como se dice en las escuelas, se enriquece de vocaciones nuevas, sin perder ninguna de sus antiguas vocaciones. Su historia no se escribe como la de la bom- barda y la del cafién. XII LA ESCUELA DE SANTO TOMAS DE AQUINO iL, Orpen de santo Domingo es un poco la intelligent- sia de la Iglesia. Pertenecientes a la élite intelectual, los dominicos tienen el saber, la rapidez y la curiosidad mental, y también la inquietud de las ideas, una ten- dencia habitual a ejercer la critica y a no precipitar el juicio, disposiciones todas que hacen de ellos, en el do- minio del pensamiento, los religiosos més emprendedores de la Iglesia. Son incontables los libros que publican por afio, las revistas, los diarios que dirigen, animan o inspiran y que abarcan desde la docta Vie Spirituelle a la audaz Quin- zaine pasando por la Vie intellectuelle, la Vie catholique, Fétes et Saisons, las obras de las Editions du Cerf, etc.... Esas publicaciones en conjunto Iegan sin duda a varios millones de lectores (La Vie catholique: 650.000 ejem- Plares; uno de los tiltimos néimeros de Fétes et Saisons: 350.000). Esta abundante produccién impresa, donde la “sal de la tierra” es distribuida al por menor, se distin- gue menos por la unidad de doctrina que por un cierto ' estado de espiritu comin que corresponde aproximada- » te en politica a la izquierda demécrata-cristiana. En Mo espiritual, la posicién es menos clara. En los 9s avanzados del pensamiento cristiano la situacién, los militares, es “flitida”, Formados por los es maestros del Saulchoir (en Francia), de Fribourg 1) o del Colegio Angélico de Roma, en el curso © siete afios de estudio en que nada se escatima 96 La Sau ve La Trerra para familiarizarlos con todas las disciplinas modernas, los dominicos son todos excelentes tedlogos. Pero, desde hace afios, la teologia dominica esté heroicamente hun- dida hasta el bonete (para servicio nuestro) en el farrago del pensamiento contempordneo y el inventario se pro- longa. Mientras se espera que ella reaparezca blandiendo al- guna verdad que justifique esta larga operacién, el maes- tro de los maestros, el regulador de los espiritus sigue siendo, para los mil dominicos de Francia y los ocho mil dominicos del mundo, el tedlogo mas grande de la Orden, el mejor amigo de la razén, el Angel de la escuela; santo Tomas de Aquino. Hoy el “tomismo” se nos presenta como el monumento mas imponente del pensamiento medieval y ¢l propio san- to Tomas como tedlogo-rio, el stakhanovista* del dog- ma, el gigante de la pluma, cuya formidable produc- cién aplasta con su masa prodigiosa los miseros optiscu- Jos en que los filésofos actuales aprisionan sus diferentes abejorros. Se le atribuyen varios centenares de voliumenes, todos de un peso respetable, sin contar los opisculos, fo- Metos despreciables del espesor de un Bottin y que Mevan todos el sello de su inteligencia soberana, serena, donde la mas modesta verdad, aunque estuviera vestida de ha- rapos y accidentalmente mancillada de errores, halla aco- gida fraternal y una incomparable hospitalidad intelectual. En su obra doctrinaria todo lo sacrifica santo Tomas a la claridad y a la precisién. Las doscientas “cuestiones” de la Suma teoldgica, subdivididas en “articulos”, desfi- Jan en el orden inmutable de las “‘objeciones”, “solu- * Alude aqui el autor a Alexei Stakhanovic, el obrero ruso que en 1931 puso en prdactica um sistema intensiyvo de produccién, basado en la divisién del trabajo y en recompensas para los | superadores de récords en las industrias. (N. del T.) La xscugta pe Santo Tomds pz Aquino 97 ciones” y “respuestas”, sin cambios de paso ni escapadas Ifricas. Esto se debe a que el Doctor Angélico se dirige aqui a los que se imician, a quienes trata de instruir punto por punto, sin ignorar una dificultad, ni eludir una pregunta, siguiendo la disciplina exacta de un mé- todo simple, directo, cuya lealtad fundamental no ha hallado imitadores entre los fabricantes de sistemas. Pero cuando se le permite a santo Tomas dar libre curso a su genio creador, cuando el papa le pide com- ponga para la Iglesia el “oficio del Santo Sacramento”, entonces su canto sera tan hermoso que san Buenaven- tura, requerido para escribir sobre el mismo tema, rom- pera lentamente su propio texto ante la asamblea de car- denales reumidos para dictaminar sobre ambas obras, Si el tedlogo pasa por ser &rido, el hombre era todo dulzura y humildad, Sus condiscfpulos de la Universidad de Paris, poco sensibles a esas virtudes carentes de pres- tigio, lo apodaron “el buey mudo”, a causa de su corpu- lencia (padecia de'una obesidad excesiva debido a alguna enfermedad) y de su placidez: los cuarenta y nueve afios de su vida se le vid dos veces montar en célera, contra una cortesana enviada por su familia para apar- tarlo de su vocacién, y veinte afios m&s tarde y por una Taz6n estrictamente metafisica, contra el sofista David de Dinant. Chesterton, el mas delicioso de sus biédgrafos, Cuenta que uno de sus compaiieros, sintiendo piedad por este alumno aparentemente “lerdo”, se puso a explicarle jor Jas noches las lecciones del dia, sin que “el buey 9” mostrara la menor sefial de inteligencia. Santo escuchaba humildemente la benévola repeticién cla palabra, hasta el dia en que el preceptor, des- 0, debié confesar su perplejidad ante cierto punto fina especialmente dificil. Viése entonces que el ugeria timidamente a su estupefacto maestro una 98 La Sat ve LA TIERRA explicacién luminosa, la cual did al “buey mudo” a par- tir de entonces el derecho de rumiar en paz, en medio de un respetuoso silencio. Yiste es un buen principio del método tomista: escu- char la leccién, antes de darla. Santo Tomas escucha y se calla. No es por eso que se distingue menos de sus adversarios. Este genio poderoso, que en menos de quince afios (de 4260 a 1274) iba a escribir tantos tratados como para alimentar generaciones de comentaristas, estaba dotado de una fuerza de abstraccién que a veces lo exponia a las bromas de sus cofrades jévenes. Un dia oyé a un religioso que lo Hamaba a grandes voces “|Hermano To- mas! {Hermano Tomds! jMire: un buey que vuela!” El santo distraido o abstraido se acercé maquinalmente a la yentana. Y mientras el otro se desternillaba de risa, dijo santo Tomas: ‘“Prefiero creer que un buey puede volar y no que un religioso puede mentir.” Los jévenes con ganas de bromear no ganan nada ha- ciendo descender a los tedlogos del tercer grado de abs- traccién para divertirse a sus expensas. rn A pesar de su obesidad, seria tarea mAs facil resumir a Santo Tomas que yesumir el tomismo. Para Bergson, la filosofia de Aristételes y de santo Tomas de Aquino era “la filosofia natural del espiritu humano”, homenaje que es considerado como una condena por aquellos filé- sofos que se las arreglan para filosofar sin espiritu. Para © los historiadores, el tomismo es una estimable catedral, La zscuzta pE Santo Tomis pz Aquino 99 y para los profesores de filosofia, una especie de Monte Pio del sentido comtm, Algunos espiritus corteses diran que el tomismo es el més importante de los manuales de saber-vivir, el que ensefia a reconocer y a saludar la verdad en el mundo. Pero para los autores de “digestos”, santo Tomés es sobre todo el inventor de las “cinco pruebas de la exis- tencia de Dios”, obligatorias para las inteligencias me- dievales, pero no para las inteligencias modernas que no soportan, como ya sabemos, ninguna clase de obligacién. Estas “cinco pruebas” son cinco caminos légicos que se vinculan al texto de san Pablo: “El poder y las perfec- ciones invisibles de Dios se hacen visibles a la inteligen- cia por medio de sus obras.” Junto con san Pablo, santo Tomdés pensaba que la razon humana, sin ayuda de la fe, puede afirmar la existencia de Dios partiendo de las cosas de la naturaleza. Su demos- tracién se basa sobre la conviccién profunda, antes co- + min a los pensadores de todas las escuelas, que la natu- raleza tiene efectivamente algo que decir a la inteligen- cia, opinién hoy rebatida por un gran nimero de inte- ligencias que hablan ellas solas. Siempre que la razén consienta en no megarse a si misma, cosa cada vez mas dificil de obtener, los ‘‘cinco caminos”’ de santo Tomas siguen siendo perfectamente demostrativos, “resisten a cual- quier critica” (®) y si su lenguaje escolastico parece diri- girse a los filésofos, los demas pueden llegar al mismo resultado en su propio lenguaje, pues el texto de san Pablo esta al alcance de todo el mundo y uo se refiere sélo al conocimiento cientifico, sino “al conocimiento na- tural de la existencia de Dios, escribe Jacques Maritain, a que conduce la razén natural de todo hombre, sea o no filésofo” (8). No es necesario ser fildsofo para contemplar el orden del mundo, pensar que esta armonia supone una inteli- + éncia directriz y encontrarse por alli con espiritus tan Fe aha como Voltaire, Emmanuel Kant y Alberto Eins- ein al cabo de la quinta via abierta por santo Tomés. ‘A decir verdad, si alguna vez la razén ha sido capaz de probar algo, esto ha sido la existencia de Dios. He aqui que mas se le reprocha, desde flancos diferentes. 100 La Sat DE LA TIERRA Santo Tomas ofrece el yarisimo espectaculo de “on pen- sador con buena salu », En él, joh milagro!, la razén ra- zona, el corazén desea, el ojo Ve el oido oye y los pies sirven para caminar y no para rascarse la oreja. Su inteligencia no le parece engafiadora, por naturaleza y asi le evita esas feroces medidas policiales que s¢ le infligen a la desdichada, incapaz de proclamar su iden- tidad sin que una docena de polizontes se le eche enci- ma para arrancarle Ja confesion de una posible mentira. Los sentidos trasmiten fielmente sus mensajes, y aunque haya entre ellos algunos dudosos 0 incompletos, mo se cree obligado a tratar todas las mafianas al cartero de imbécil y arrancarle el correo de las manos. No esta ata- cado de esa extrafia enfermedad del entendimiento que jncita al pensador moderno a eternizarse ante el espejo repitiendo: “pienso... pienso... pienso. . .” con la espe- ranza siempre defraudada de oir a su propia imagen gri- tarle un dia con acento triunfal: “jLuego existes!” Santo Tomas prefiere mirar por la ventana, aumque los bueyes ya no vuelen, y entablar con la naturaleza el confiado didlogo que corresponde a los hijos de un mismo padre. Este poder de conversar con Jas cosas nos ha sido qui- tado, o lo hemos perdido, lo mismo que vamos perdiendo el modo y hasta el placer de comprendernos entre nosotros. El pensamiento de santo Tomas no conoce ningtm, ene- migo natural en la tierra ni en el cielo, su mirada es siempre amistosa, porque siempre existe en todo ser un grado suficiente de verdad como para ganarse Ja amistad de una inteligencia en paz consigo misma. El lector de la Suma teoldgica se asombra de yer tantos autores pa- ganos que arriman su piedra al edificio y colaboran pos- tumamente en la obra maestra de la teologia medieval. Aristételes repensado por el Doctor Angélico habla en cristiano como nadie y nunca se termina de admirar el cuadro en que aparece el filésofo pagano més profundo LA ESCUELA DE Santo Tomis pz Aquino 101 ayudando a la misa oficiada por el mas grande tedlogo catélico (los dominicos actuales no se disgustarian si Carlos Marx les prestara el mismo servicio). Santo To- mas ha encontrado algunos de sus‘principios en un grie- go; pero lo mismo hubiera ido a buscarlos debajo de las pirdmides o detr4s de la muralla de la China. Cualquier palabra que sonara a verdadera invitaba a su espiritu a viajar, porque bien sabia él que el més pequefio trozo de verdad estrujado con mano firme la libera toda integra: este manto inconsttil esta tejido de una sola vez. Un dia invitado a la mesa de san Luis, salié de pronto de su mutismo y ante el estupor de los comensales es- pantados por esta violacién de la etiqueta, golpeé pesa- damente con su pufio en medio de la vajilla real; mien- . tras gritaba: —jEsto ajustard las cuentas a los Maniqueos! Santo Tomas de Aquino proseguia sus pensamientos has- ta delante de la nariz de los reyes, se elevaba en el aire sin poner mayor atencién o tomaba con simplicidad sus referencias diecisiete siglos atrds, como quien se da vuelta a recoger un libro de su biblioteca. Nunca se preocupé de su posicién en el mundo, en el espacio o en el tiempo. Ya no tenemos ese hermoso sentido de la eternidad: sélo tenemos el sentido de la historia, idolo optimista que se traga a sus fascinados fieles. Esperemos que los hijos de santo Domingo den el puiietazo sobre la mesa que nos despierte a la Verdad. Porque ella es, y no la historia, Ta que hace al dominico. XIV PROCESO DEL JESUITA x 1610, los sefiores del Parlamento de Paris se eri- gieron en tribunal supernumerario de la santa In- quisicién y decretaron que la Compafiia de Jestis era una Orden “detestable y diabélica, corruptora de la juventud y enemiga del rey y del Estado”. Cuando estos tedlogos del Parlamento la fulminaban con este anatema, la Com- rh paiiia de Jess tenia setenta afios de edad y su caracter = satdnico atin escapaba a la vigilancia de la Iglesia. Pero otras condenas iban a seguir (para iluminarla). La de D’Alembert, en um articulo de la Enciclopedia que comienza con un panegirico (“ninguna sociedad re- ligiosa sin excepcién puede gloriarse con tan grande ni- mero de hombres célebres en las ciencias y en las artes”) y termina como una requisitoria: “‘No existe delito que esta casta de hombres no haya cometido. Puedo agregar que no existe doctrina perversa que no haya ensefiado.” A este olor a azufre descubierto por el Parlamento de Paris se mezcla un olor a crimen. Michelet en sus lec: _ ciones del Collége de France, concluye el retrato acusador. “La mecdnica de los jesuitas ha sido activa y poderosa, Pes no ha realizado nada viviente. {Ni un solo hom- bre en trescientos afios! {Cudl es la naturaleza del jesui- 2 Ninguna. Se presta a todo; es una maquina. jNo! fosotros no pertenecéis al pasado! No. [Vosotros no per- is al presente! No. Pero por el aspecto lo parectis. se insiste, si se quiere que sedis algo, afirmaré que una vieja maquina de guerra, un brulote de Fe- a" 104 La Sau pe LA TIERRA El hilo de la demostracién esté un poco enredado, pero el veredicto es clarisimo: estos “hombres célebres en las ciencias y en las artes” (D’Alembert), cubiertos de cri- menes (cientificos y aun artisticos), corruptores de la juventud (Parlamento de Paris) no son hombres (Mi- chelet) sino a lo mis los vestigios de la Armada Inven- cible; no pertenecen ni al pasado ni al presente. iQue sean tachados de la especie! Felizmente hay circunstancias atenuantes como la si- guiente: “Durante los siete afios que he vivido con los jesuitas qué es lo que he visto en ellos? La vida mds laboriosa, la més frugal, todas las horas ocupadas entre los cui- dados que nos prodigaban y los ejercicios de su austera profesién. Doy fe de esto en nombre de miles de alum- nos y en el mio propio. Ni uno solo podria desmentirme” *. Este certificado de buena vida y costumbres complica mucho el caso y su firma basta para cerrar el proceso: es la firma de Francois Marie Arouet, también Iamado Voltaire. Para el coman de los mortales a quienes la educacién de los jesuitas no ha corrompido, como a Ja desdichada juventud de 1610, ni henchido de gratitud como a Vol- taire, el jesuita y su Compafifa constituyen un triple mis- terio de ambicién de poder y de humildad, retratado de una vez para siempre por Alejandro Dumas en el Vizconde de Bragelonne con los rasgos del caballero Aramis, mos- quetero de convento, abate de alcoba y general de la Compafiia de Jestis. Genio de la intriga, investido de po- deres exorbitantes, este general de los jesuitas visto por Alejandro Dumas muestra un marcado gusto por el com- * Citas extraidas de la obra del padre Doncozun: La Com- pagnie de Jésus (Art Catholique). Proceso pet Jesuira 105 plot y el disfraz, en especial por los harapos del mendigo, que en ocasiones hacen resaltar el brillo de su poder. Va r por el mundo sin domicilio fijo, anudando los hilos se- eretos de su politica, imico en reconocerse en el labe- 3 rinto de sus maquinaciones, y llevando como signos de su dignidad un anillo cuya piedra misteriosa provoca es- pantosos estragos. No bien el afiliado percibe el brillo de la terrible joya, se sorprende y se siente acometido de violento temblor, su pupila se dilata, sus cabellos se eri- zan, la vida se retira poco a poco de sus miembros hela- dos, palidece, se pone rigido perinde ac cadaver y termina Por parecerse al jesuita de Michelet: no pertenece al pa- sado ni al presente, ya no es un hombre, no es més que un bloque macizo de obediencia congelada. Donde pasa el general, el soldado muere. Compruebo con tristeza que los novelistas no son mas serios que los historiadores, Y tampoco los pensadores nos traen la luz: las dieciocho Provinciales brillan por su estilo, no por su buena fe y dan a los jesuitas una lec- cién de jesuitismo como nunca la Compafiia dié a nadie. Con todo derecho Joseph de Maistre llamaba a esta obra maestra de polémica: “las dieciocho mentiras del sefior Pascal”. Como todas las empresas que sobrepasan de algtin modo Ja medida humana, la Compafiia de Jestis inspira por igual la aversién y el entusiasmo. Sobreexcita la imagina- ion y desconcierta el juicio. Nadie cree en sus presuntos delitos, sobre cuya naturaleza sus detractores callan, pero ‘su verdadero rostro, su accién, sus procedimientos siguen lo tan enigmaticos. Uno se pregunta: ges una es- la de misioneros como los demas, una simple congre- acién religiosa, un ejército secreto, un instrumento de inacién universal forjado en la sombra por el Papa- un partido politico? gQué se propone? ¢Sojuzgar a 106 La Sav pe ta TreRRA los espiritus, recuperar el poder temporal de Ja Iglesia? ¢Qué resortes la mueven? ,La ambicion, el fanatismo? ¢Gual es su verdadero jefe: el papa a quien la une un voto especial de obediencia o su general, lo bastante po- deroso para tener dentro y fuera de la Iglesia, su politica personal? La Compafiia tiene su secreto. Los moralistas, que no siempre se creen obligados a justificar sus sem- tencias, y los novelistas, que tienen casi tanta imagina- cién como los historiadores, todavia no se han dado cuenta que el secreto de la Compaiiia de Jestis flameaba en su insignia. Esta Compafifa que suele representarse como uma es- pecie de policia del dominio espiritual, tiene la origina- lidad de haber sido fundada en 1539 por un escapado de la Inquisicién. Nacido en 1491 en la provincia espafiola de Guiptizcoa, don Ifiigo de Onaz y Loyola fué a los quince afios paje en la corte de Castilla y a los veinte mercenario a sueldo del rey de Navarra. Pueden atribuirse al joven soldado todas las locuras, las aventuras y los placeres propios de su edad y de su estado. Tenia treinta afios cuando en el sitio de Pamplona una bala lanzada por la artilleria de Francisco I le rompié una pierna, brindandole asi seis meses de reposo propicio a la meditacién que terminaron con el oficial e inauguraren. ruidosamente al santo. La conversion de san Ignacio data de este episodio mar- cial. El valor militar convertido en heroismo apostélico, el soldado transformado en misionero se puso inconti- nenti a predicar en las esquinas. Para nosotros el cam- biar de oficina’ es un acontecimiento extraordinario, pero Jos santos cambian de vida con gran facilidad. Precisa- mente éste cambié en forma demasiado siibita. La Inqui- sicién se inmiscuy6 —varias veces— y reproch6 al pre- dicador improvisado el ensefiar la caridad sin haber apren” dido la teologia. (A propésito de esto, Hama la atencion FORMACION DEL JESUITA “Probacién’” (2 aiios), Ejer- “Juniorado” (2 afios). Vo- cicios religiosos, examen ge- tos simples. — El Junio- neral. — Edad requerida: rado esta consagrado a las 19 aiios, bel tras. * Filosofia y ciencias (3 afios). "Regencia” (3 afios apro- Vida religiosa. ximadamente), Vida activa, primeras lecciones. > "Escolasticado” de Teologia *Tereer aio’ (nuewa pro- (4 afios). Regreso a la vida bacién de algunos meses). religiosa. Ordenacién (des- Votos solemnes — puest Rue’ pués del tercer afi). activo. Duracién media de Ja formacién: 14 a 15 aiios. 108 La Sax pve 1a Trenra semejante indulgencia: la Inquisicién espafiola no incu- rrié nunca en la debilidad de multiplicar inutilmente sus avisos.) Pero en san Ignacio no se trataba de un simple cambio de vida. A los treinta y cinco afios se puso a estu- diar y aprendié la gramatica. A los treinta y ocho, aco- metié la teologia. En el interin abandoné Espaiia donde la Inquisicién se presentaba con demasiada frecuencia, y se fué a Francia cuyo cielo estaba mas libre de exco- muniones, Sacerdote por fin a los cuarenta y cinco afios, discurre, para poner raya a los progresos del protestan- tismo, el proyecto de una institucién de tipo militar, ri- gidamente jerarquizada, lo mas alejada posible del ideal democratico y cuyos miembros, si bien ligados por los votos de obediencia, de pobreza y castidad, estarian libres de observancias monasticas, preparados a todas las formas de la accién, constantemente disponibles y listos a ejecuv tar de inmediato cualquier misién que el Soberano Pon- tifice quisiera confiarles. Tal es la formula practica del jesuita. En Paris, san Ignacio compartia su cuartucho del Ba- rrio Latino con otros dos estudiantes, Pedro Fabro y don Francisco de Jaso, Parece que este ultimo fué el mas di- ficil de convertir, pero una vez lanzado ya no se lo podra contener, llegara de un tirén hasta el Jap6n y este mu- chacho que no queria entrar en las Ordenes, entraré en Ja historia con el nombre de san Francisco Javier. Ni que decirse tiene que el tercer ocupante del zaquizami compartia la santidad general, de modo que los historia- dores anti-clericales pueden agregar a la lista de repro- ches que endilgan a la Compafiia de Jesiis el agravio de haberse adjudicado tres santos fundadores en vez de uno, prueba irrebatible de su cauteloso arrivismo. Los estatutos de san Ignacio son aprobados en 1540 por el papa, pero los tres compafieros apenas si han tenido tiempo de enrolar algunos reclutas, cuando ya dan que Proceso vex. Jesuita 109 hablar en toda Europa. En ‘Espafia, Melchor Cano acu- mula truenos; en Francia, la Universidad de Paris en- grasa sus tramperas, Desde sus comienzos, la carrera de Ja Compafija se anuncia muy movida, pero el movimiento no contraria a los jesuitas, sino que favorece su impulso. En 1556, a la muerte de san Ignacio, son mil, en 1574, cuatro mil, en 1616 trece mil (treinta y siete “provin- cias”, cuatrocientas casas). Hoy, después de persecucio- nes, supresiones y expulsiones, son tres mil en Francia, treinta mil en el mundo, Se los ha visto, tal como lo re- quiere el espiritu de su Institucién, desempefiar todos los empleos. En la notable obra ya citada, el padre Don- coeur entreabre el registro de los oficios de su Orden y nunca salié un desfile tan abigarrado de casa tan severa. Maestros, los jesuitas cuentan con alumnos de la talla del cardenal Fleury, Bérulle, M. Olier, Balzac, Descartes, Corneille, Montesquieu, Moliére, Rousseau, Joseph de Maistre, Louvois y Colbert, Condé, Foch, Lyautey. Mi- sioneros, cruzan los océanos, atraviesan las Indias, pasan el Himalaya, penetran en la China, surcan el Japén, de- jando aqui un jesuita-brahmén con hébito amarillo, més brahmén que el mismo brahmén, alli un jesuita-yogui superando a los yoguis en ascetismo, en otra parte un jesuita-jefe de protocolo aleccionando sobre etiqueta ja- ponesa a los familiares del emperador del Japén; mas lejos, jesuitas-encantadores de serpientes y segtin el lugar, Ja ocasién, y la necesidad, geégrafos, relojeros, fisicos, as- trénomos, médicos, arquitectos. Un jesuita descubre el Mississipi y remonta el Missouri hasta los lagos, un je- suita inventa la linterna magica y el tubo actstico, un jesuita nos trae de las Filipinas la quinina y la vainilla, un jesuita nos ensefia a fabricar porcelana y a protegernos Ja cabeza con un paraguas. Y ¢quién ha ocupado durante mas tiempo el cargo de Presidente del “Tribunal Impe- rial de Matemiticas” de la China? Un jesuita. Los jesuitas han sido, son y serén todo Jo que su misién imponga. Pero son, y mejor que nadie, decapitados, desollados, quemados, crucificados, masacrados al por ma- Yor y torturados al por menor, La Orden comparece ante el divertido tribunal de los historiadores encabezando una ™agnifica columna de martires, Uno se presenta con dos 110 La Sat ve ra Tierra tizones Hameantes en los ojos, el otro con la garganta abierta, un tercero, maltratado por los iroqueses, tiene las manos cortadas, la lengua quemada, arrancado el cora- zon; bien se ha dicho: la ambicién de esta gente no co- noce limites. Casi mil pueden servir de testigos en ma- nera desalentadora para la polémica, y los catalogos de los ajusticiados contintaan abiertos, pues los jesuitas, que desempefian todos los oficios y Hevan todas las vestidu- ras, también se visten gustosamente la tinica sangrienta del martir. La receta adecuada del jesuita hay que buscarla en los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, libro fun- damental de la Compaiiia, prodigioso tratado de mistica en frio, que arrastra al alma a un ciclo de meditaciones metédicas, minuciosas, donde todo se halla previsto, in- cluso la manera de adecuar la respiracién y la oracién. Es una espiritualidad seca, geométrica y aun contable: el discipulo es invitado a anotar cuidadosamente sus fal- tas en un carnet apropiado, donde marcara tantos puntos como veces ha cedido a sus faltas particulares durante la majiana y lo mismo a la noche después de un segundo examen. Y asi todos los dias de la semana. Naturalmente Jas lineas de puntos van acortdéndose desde el lunes al domingo “pues, dice san Ignacio, con la tranquila segue ridad de una yoluntad de hierro, es justo que el mimero de faltas disminuya cada dia”. Para san Ignacio, la linea recta es el camino mas corto de la perfeccién, y la inte- ligencia del bien no supone solamente la voluntad, sino también los medios de hacerlo. El fin esta definido de una vez por todas en diez lineas “principio y fundamen- to” de los Ejercicios: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Sefor, y me- diante esto salvar su anima; y las otras cosas sobre la hhaz de la tierra son criadas para el hombre, y para que 4 tafe

Você também pode gostar