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Los alcaldes de los barrios

Domingo,16 Enero 2011


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elsuralavista.com
Blog Barrios del Sur
Por Rafael Torrech San Inocencio
torrech.rafael@gmail.com

Los barrios son parte esencial de nuestra vida


cotidiana. Estas 901 unidades censales compactas y
poco uniformes que llamamos barrios comprenden la
totalidad del territorio puertorriqueño. Aunque sus
nombres pueden ser muy antiguos, e incluso
preceder la colonización europea, los barrios de
Puerto Rico son construcciones sociales y políticas
del Siglo XIX. Persisten como un legado latente de
un Puerto Rico antiguo abrumadoramente rural, cuya
historia pequeña y localizada interactúa de forma
recíproca con la historia nacional.

No fue hasta el Siglo XIX que los barrios emergieron formalmente como la unidad mínima de
comunidad y vecindario. Desde entonces, su desarrollo ha estado muy ligado a la evolución del
País. A través de los años forjaron sus arquetipos propios, principalmente el del todopoderoso
alcalde, comisario o cacique de barrio que aún persiste en nuestro folclor rural. Las borrosas
pero importantes ejecutorias de los alcaldes de barrio son parte de la historia de nuestras
comunidades, y su influencia persiste aún en nuestra sociedad contemporánea.

Orígenes de los Barrios

Antes de 1812, en las crónicas de gobernadores y oficiales españoles, y en las reseñas de los
obispos y otros religiosos, no abundan las menciones a los barrios. Pero a principios del Siglo
XIX, las actas de los pocos cabildos que entonces existían empiezan a mencionar la existencia de
territorios o comarcas dentro de los poblados, a los que se comienza a llamar barrios.

Tal vez los barrios fueron inicialmente demarcados para elegir los compromisarios que
seleccionarían a nuestro primer Diputado a Cortes las Cortes de Cadiz. Sin embargo, sus
propósitos más funcionales fueron el cobro de impuestos. Para cobrar estos tributos, para la
seguridad y orden público, y para regular la matanza de reses y otras responsabilidades locales,
se hizo necesario nombrar a un funcionario o encargado de cada uno de los barrios. Estos
encargados se conocieron como los alcaldes de barrio.

No es hasta la publicación en 1831 de las Memorias, Geográficas, Económicas y Estadísticas de


la Isla de Puerto Rico de Pedro Tomás de Córdova que surge una constancia detallada de los
barrios de Puerto Rico. Además de hacer una relación pueblo por pueblo, Córdova establece
que, para la “visita” del Gobernador en 1824, la Isla contaba con 497
barrios, la enumeración más antigua que conocemos. En algunos
pueblos, la crónica de Pedro Tomás de Córdova menciona la
existencia de alcaldes de barrio, pero no define sus funciones o
atribuciones.

Crecimiento Poblacional y Aumento en el Número de


Barrios

A través del Siglo XIX, el número de barrios aumentó


aceleradamente. En 1832 eran 497; a mediados del Siglo XIX
sumaban 631; y en 1878 aumentaron a 841. De ahí en adelante el
total de barrios se estabilizó: 853 en 1899, 897 en 1948, 899 en Censo
del 2000, y 901 en la actualidad. El marcado aumento en el número de barrios registrado entre
1832 y 1878 (72%) es consistente con el precipitado aumento poblacional de Puerto Rico durante
el mismo período (103%). Por tanto, es de suponer que la formalización de nuevos barrios
estuvo directamente relacionada con el crecimiento poblacional del País.

Por ejemplo, en múltiples crónicas constan peticiones para dividir y crear nuevos barrios,
justificadas por su aumento poblacional y la dificultad que enfrentaba su alcalde de barrio de
supervisarlo y atenderlo como debía. Como resultado, fue usual que la subdivisión de un barrio
y la creación de barrios nuevos se fuera consecuencia de la necesidad de facilitar la labor de su
alcalde. A menudo la división sólo implicaba añadir el denominador “arriba” y “abajo”, o
“alto” y “bajo”, o “norte” y “sur”–entre otros– a un topónimo de barrio ya existente. Cuando al
final del Siglo XIX se autorizó el nombramiento de dos comisarios por cada barrio, se registró un
descenso en el patrón de aumento en el número de los barrios de Puerto Rico.

Funciones de los Alcaldes de Barrio

La figura del alcalde de barrio está vinculada a la evolución


del régimen municipal de Puerto Rico. En realidad, su trabajo
fue ejercer de forma delegada y en un determinado perímetro
las más amplias funciones de los alcaldes de los pueblos. Por
tanto, fueron responsables de asegurar la ejecución de
ordenanzas municipales, el pago correcto de aranceles, la
aplicación correcta de pesas y medidas, y el mantenimiento de
puentes y caminos rurales.
Camino entre Arroyo y
En los cabildos de Ponce y Caguas constan menciones Guayama./Archivo de Puerto Rico
tempranas tanto a los barrios rurales y alcaldes de barrio. En
enero de 1814, el Cabildo de Ponce menciona los barrios rurales por nombre propio, con el fin
de nombrar encargados para supervisar la matanza de reses en cada una de las localidades; para
identificar a los niños que no asistían a la escuela; y para designar una persona capaz en cada
barrio para que ejerciera el magisterio. Sin embargo, su función más importante era asegurar el
cobro de impuestos.
En 1824, en el Bando de Policía y Buen Gobierno; y en 1849, en la Real Orden para el Régimen
de Jornaleros de Puerto Rico, se asignan importantes y compulsorias funciones a los alcaldes de
barrio. Algunas de sus funciones, que compartía con los alcaldes de los poblados, eran la
prohibición de prostíbulos y la organización de rondas nocturnas. A los alcaldes de barrio se les
asignaba supervisar el alquiler de casas y la admisión de huéspedes; mantener un libro de
novedades diarias sobre el movimiento de personas dentro y fuera del barrio; y documentar una
relación de vecinos por casa.

Bajo el régimen de los jornaleros de 1849, los alcaldes de barrio asumieron importantes
responsabilidades, incluyendo el cumplimiento del notorio régimen de la libreta. Se exigía que
el alcalde de barrio formara y actualizara el padrón general de habitantes, con detalle de los
habitantes, incluyendo extranjeros y esclavos. También les asignó el cumplimiento del requisito
de pasaporte para transitar por los pueblos de la Isla y el “pase” para hacerlo más allá de ocho
leguas de su domicilio. Los alcaldes de barrio tenían el poder de requerir a todo transeúnte una
“certificación de identidad” expedida por el comisario de su barrio de origen. También tenían a
cargo la organización de rondas de vigilancia nocturna compulsoria entre los vecinos; designar
un área en cada barrio para el desecho de basuras; y la conservación y mantenimiento de caminos
rurales; entre otros.

En Cuba se estableció un sistema parecidor, con instrucciones específicas muy similares a las de
los alcaldes de barrios de Puerto Rico. Estas “instrucciones a pedáneos” definen que la función
del alcalde de barrio era “proteger la seguridad individual y las propiedades de los vecinos”,
incluyendo el entero y puntual cumplimiento de las órdenes; velar la conducta de sus vecinos;
procurar la vida en paz y subordinación y en espíritu de ayuda mutua en sus necesidades; evitar
disputas; y hacer “cuanto toca a un buen padre de familia con sus hijos”.

Eran también responsables de incluían capturar y referir a las autoridades desertores y esclavos
fugados y cimarrones; evitar vagos, “picapleitos” y personas escandalosas; detener limosneros
sin licencia, pordioseros, dementes, curanderos y profesores sin título; detener extranjeros
ilegales y vigilar a los legales; evitar reuniones sin consentimiento previo, peleas de gallo fuera
de los días convenidos, juegos prohibidos y rifas no autorizadas; regular bailes; dar parte de
malhechores y novedades relativas a robos, inseguridad de caminos, reos prófugos y
levantamientos de negros; perseguir el contrabando de productos y esclavos; e inventariar y
notificar a la autoridad sobre instituciones educativas privadas establecidas en su barrio, entre
muchas otras funciones.

En cuanto a la administración de la justicia, los alcaldes de barrio también debían denunciar


delitos a las autoridades, sumariar a los sospechosos, examinar testigos, recibir declaraciones y
embargar bienes, reconocer la condición de cadáveres y heridas, recoger armas, notificar a
familiares de occisos en su jurisdicción, hasta definir síntomas de enajenación mental en caso de
suicidios, entre otras funciones. También regulaban el uso de caminos y la circulación de
transeúntes no autorizados, y mediaban en testamentos; evitaban vendedores ambulantes no
autorizados y artículos insalubres o perjudiciales a la salud, aseguraban la disponibilidad de
caballos para el correo, aguas puras para la población, y recursos contra incendios y para el
auxilio a naufragios, entre otros.
Algunas de sus responsabilidades más singulares era la de evitar matrimonios que “repudiaba la
opinión pública, y que a poco tiempo de celebrados son un manantial perenne de discordia y
escándalo” y procurar la reconciliación de matrimonios separados. Este tipo de función
paternalista subraya la visión del alcalde de barrio como “buen padre de familia”, cuyos hijos son
los residentes a su cargo.

En 1861, el establecimiento de una guardia rural en Puerto Rico alivió a los alcaldes de barrio de
algunas de sus funciones, hecho que sugiere que era muy precario el cumplimiento de sus
amplias responsabilidades. Pero la nueva guardia debía respetar a los comisarios como
representantes de la autoridad en sus barrios respectivos, y auxiliar en el cumplimiento de sus
funciones siempre que se lo requirieran.

En 1878, Manuel Úbeda y Delgado transcribe los artículos de la Ley


Municipal relacionados con los alcaldes de barrio. Estos disponían que
en cada barrio habría un alcalde (de barrio), nombrado por el alcalde (del
pueblo) entre los electores con residencia fija “en la demarcación” y
establece que la investidura de alcalde de barrio era “gratuita, obligatoria
y honorífica” y subordinado a la autoridad del alcalde del poblado.

Para finales del Siglo XIX, las menciones a las funciones de los alcaldes
de barrio son menos frecuentes, y sugieren una mayor importancia a las
atribuciones de los alcaldes municipales y a otras autoridades estatales.

Alcaldes y Caciques de Barrio

Es debatible si los alcaldes de barrio realmente ejecutaron lo que se les requería por leyes y
ordenanzas. Sin embargo, el arquetipo del todopoderoso alcalde, comisario o cacique de barrio
persistió en nuestro folclor rural. Periódicos de finales del Siglo XIX los denuncian que los
caciques rurales y municipales “logran apoderarse de todos los resortes de la dominación, de
explotación, de impunidad… que la propiedad de sus desafectos se castigue, se maltrate, se
mutile y se destruya por lo oneroso de los impuestos, la violencia del cobro, el rigor de los
apremios…. que las multas municipales recaigan siempre sobre los que resisten de algún modo
la voluntad del cacique, que la justicia se aplique en provecho suyo….”

Pero tal vez la mejor descripción se la debemos a Don Manuel Fernández Juncos, que a finales
del Siglo XIX describe con comicidad al comisario de barrio:

“sabe al dedillo la vida y milagros de todos los habitantes del lugar, conoce sus tendencias, sus
costumbres y principales defectos, espía todas sus acciones y describe en germen todas sus
trampas domésticas y los pronunciamientos conyugales, llegando siempre en ocasión oportuna
para interponer su autoridad entre la suegra y el yerno, entre la esposa y la manceba, o entre el
marido y el amante.
Ora compone y encarrila un matrimonio desarreglado, ora
íntima a un padre la entrega de la mano de su hija a un galán
que la solicita, ora obliga a un atrevido y seductora que se case
con su víctima o que luego al punto pague en buena plata todos
los daños y perjuicios que la hubiere ocasionado”

No hay asunto grave o leve, particular o del común en el que no


intervenga el comisario; y donde quiera que ocurra algún suceso
gracioso o desgraciado, allí aparecerá al instante su figura
clásica y dictatorial.

Si se embriaga algún vecino, si resbala alguna vecina, si canta el Manuel Fernandez Juncos
pájaro malo, si crece el río, si se suelta alguna bestia, si rabia (1846-1928), poeta, periodista y
pedagogo español.
un perro, todo lo ha de saber el comisario, y para todo ha de
buscar el más pronto y eficaz remedio.”

Resumen e Importancia

En síntesis, desde la primera mitad del Siglo XIX, los barrios emergieron como una jurisdicción
esencial para administrar la justicia, ejecutar leyes y reglamentos, recaudar tributos y procurar
orden y seguridad pública, entre otros. Por tanto, los barrios ya constituían áreas discretas de
servicio y seguridad –y mediante los alcaldes de barrio– se aseguraba la presencia omnipresente
de los intereses del estado en la vida cotidiana de las comunidades rurales. Según aumentó la
población, su rol cedió a las prerrogativas de los alcaldes municipales y de una creciente
estructura gubernamental de ley y orden a nivel insular.

Aparentemente mucho de estos alcaldes o comisarios se aprovecharon de sus puestos y


prerrogativas para lucro y privilegio personal y familiar, y así ha quedado generalizado en
documentos y en el folclor local. La persistencia de los términos “alcaldes de barrio” y
“comisario de barrio” como sinónimo de líder político partidista local, y en su acepción más
despectiva, como corredor o agente de influencias y favores políticos, nos sugiere que a través de
los tiempos, esta función se prestó al abuso, el favoritismo, y el control político y económico,
que debe haber generado una reacción, y más que nada, una resistencia.

Aunque en muchas formas, el barrio es una unidad territorial anacrónica en el Puerto Rico del
Siglo XIX, los barrios siguen siendo las unidades mínimas esenciales en los procesos de
redistribución electoral, que instruyen a evitar en lo posible la división de barrios en la
confección de los distritos representativos y senatoriales. Por tanto, la influencia política del
comisario de barrio está aún presente en los campos y en las ciudades, y el barrio continúa siendo
la unidad política básica y esencial en nuestro mapa político partidista.

NOTA: El autor ofrecerá la conferencia Los alcaldes de barrio en Puerto Rico: la génesis de
las estructuras locales de poder en Puerto Rico este miércoles 19 de enero de 2011, a las 7:00
pm en el Auditorio de la Fundación Luis Muñoz Marín (Carretera Estatal 877, Km. 04/Marginal
Expreso Río Piedras a Trujillo Alto). Información: 787-755-7979 – www.flmm.org

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