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UNIVERSIDAD DEL VALLE

‘’Timmies O’Toole’’ y ‘’Ardillas Lincoln’’.

De la Espectacularización y Sobreactuación en los noticieros

Por

Juan Manuel Eslava Gordillo


Las comedias animadas pueden ser excelentes a la hora de ilustrar los vicios de los medios
informativos. Aunque lo hacen de forma evidentemente exagerada, logran ponernos en alerta
acerca de las deformaciones, ocultaciones y sobreactuaciones en los que estos incurren en su afán
por mantener los niveles de popularidad. Un capítulo de The Simpsons nos sirve como ejemplo: la
trama principal es la de la caída dentro de un pozo de un niño llamado Timmy O’Toole, que es en
realidad un invento de Bart quien hace la voz del niño a través de un dispositivo radiotransmisor.
Mientras el pueblo ignora lo que hay detrás, los medios de comunicación realizan un exhaustivo
cubrimiento y lideran una campaña de solidarización con el niño, haciendo que este sea
claramente lo más importante en la agenda informativa. En un momento en que Bart se ríe de lo
que está sucediendo, Homero lo regaña diciendo que Timmy O’Toole es un héroe. Lisa le pregunta
el porqué de esta afirmación. Homero notablemente confundido y carente de argumentos
responde algo como ‘Porque se cayó a un pozo’ y agrega al final ‘eso es más de lo que tú has
hecho’.

Esto no es sin embargo lo más gracioso y diciente del capítulo, sino lo que ocurre al final cuando
se descubre el engaño. En medio de la enorme decepción e indignación, el reportero que
descubrió el caso Timmy O’Toole necesita una nueva historia, y enseguida recibe la llamada
esperada. Entonces los medios publican la flamante noticia de que se ha encontrado a una ardilla
muy parecida al presidente Lincoln. Pasan algunas horas y en el noticiero sale un boletín especial.
El presentador dice: «La ardilla Lincoln ha sido asesinada y seguiremos la noticia toda la noche, si
es preciso».

En Timmy O’Toole vemos el enorme atractivo que para los medios informativos tienen los
desgraciados, a quienes se llega en ocasiones a convertir en héroes cuando no han sido nada más
que desafortunados. Mientras que la Ardilla Lincoln – aunque comparte un poco los rasgos
señalados en Timmy – representa más el oportunismo, y la desmesurada fijación de estos medios
por lo exótico y lo novedoso, que pese a no representar incidencia alguna en los asuntos de la
comunidad, termina imponiéndose en la agenda. Además de la tendencia a dedicar extensos
cubrimientos a acontecimientos que ya no avanzan. ¿Con cuánta frecuencia tenemos Timmies
O’Toole y Ardillas Lincoln en nuestros medios de comunicación, especialmente en los noticieros
de televisión? Digo que esto ocurre más de lo que la gente es capaz de percibir, ya que esta forma
de programar la agenda ha llegado imponerse como la normal de hacer las cosas en estos medios.
Una forma que se presta para múltiples omisiones y para caracterizaciones excesivamente
emotivas y pasionales de los hechos en detrimento del análisis consciente y bien documentado.

Para empezar hay que reconocer que los noticieros de televisión colombianos son, como los de
muchos países de occidente, órganos de info-entretenimiento. Y esto funciona en dos sentidos. Es
decir, no sólo en que incluyen dentro de la estructura del programa, vastos espacios para la
difusión de temas y noticias relacionados con la cultura popular, el mundo de la farándula, los
eventos sociales, sino en que la parte del noticiero que está dedicada a los temas ‘serios e
importantes’ se impregna de ese espíritu de espectacularización. ‘Impacto’ es la palabra que mejor
define el criterio que ha venido a imponerse a la hora de escoger los contenidos y la forma de
presentarlos en los noticieros. Así lo señala García Avilés:

Si las cifras de audiencia se erigen como la referencia para valorar un programa, su calidad
informativa queda relegada a un segundo término. Es entonces cuando los contenidos y las
formas narrativas se seleccionan teniendo como criterio supremo el impacto que puedan
causar en la audiencia, en lugar de la capacidad para suministrar información relevante, de la
forma más rigurosa posible. (García Avilés, 2007, p. 50)

Es decir que el cubrimiento de los acontecimientos, en muchas ocasiones, encuentra justificación


para alargarse no necesariamente en el interés de precisar y profundizar en la información, sino en
el de prolongar por el mayor tiempo posible el impacto emotivo de este hecho. Una lógica, que si
hemos de comparar con la de alguna narrativa particular, será con la de la telenovela. A veces,
como ocurre en el ejemplo de Timmy O’Toole, esta sobreatención y dramatización de los medios
apoya la movilización ciudadana, y las cruzadas que tienen como fin el bienestar del personaje o
personajes afectados, por lo cual podríamos hablar de un mal necesario. Y es que lo sería si no
tuviésemos otros elementos qué considerar.

Un ejemplo de hecho noticioso que nos muestra como la cuestión va más allá, es el de las
liberaciones de los secuestrados. Generalmente, en el cubrimiento de estos acontecimientos, no
se puede hablar en sentido estricto de un criterio de incidencia sobre un gran porcentaje de la
población, aunque se piense que son encuentros decisivos para definir el panorama político del
país, porque me atrevería a decir que este trasfondo no es percibido por el grueso de la
población, que principalmente se fija en ellos por razones sentimentales. Estos eventos tampoco
cumplen con la característica de novedad o imprevisibilidad, ya que, muy al contrario, han sido
perfectamente coordinados. A pesar de esto, un suceso de esta naturaleza – el antes, el durante y
el después – ocupa gran parte del espacio de emisión de noticias durante al menos una semana,
con lo cual obviamente se resta peso a, o se dejan completamente de lado, una serie de eventos
de la actualidad que pueden ser igual o más relevantes. Aunque no se descarta que en estas
operaciones programadas que cumplen un proceso puedan existir alteraciones e imprevistos, el
trabajo del medio informativo debería ser registrar la novedad en cuanto esta ocurra no la
permanencia y la normalidad. En ese sentido, lo informativo pierde el carácter de novedoso ya que
simplemente está cerciorándose de que las cosas sigan como deben ser, y esto sucede porque el
objeto de cubrimiento es espectacular y mueve una gran cantidad de sentimientos. Como ocurrió
con el rescate de los mineros chilenos atrapados. La transmisión segundo a segundo de la
operación tornó la situación en una telenovela en la que el espectador se encuentra vinculado
emocionalmente a los personajes y necesita estar al tanto de cada cosa que haga o diga, aunque
no sea realmente revelador. En términos estrictamente informativos era importante saber que la
operación había comenzado, que los mineros se encontraban bien, y que esta había finalizado
exitosamente. Y avisar cuando algo saliera mal, o simplemente fuera de los planes. Sobre decir
que en este tipo de acontecimientos, tampoco es posible que el televidente haga gran cosa en
favor de lo que está pasando, por lo cual el atributo de concienciación está prácticamente
descargado.

Todo esto es importante sobre todo porque muchas de esas otras informaciones relegadas o
ignoradas pueden constituir otras versiones de la misma problemática, pero que no resultan tan
llamativas o accesibles. Por ejemplo, relativo al caso anterior, por la misma época muchos hicieron
denuncias acerca de mineros atrapados en minas del país a los cuales los medios de comunicación
masivos no prestaron atención.

Este tratamiento hace que los noticieros de televisión resulten inconsecuentes e incoherentes con
la sociedad en la que están inmersos, ya que terminan mostrando como excepcional o fantástico
lo que no es más que el suceder cotidiano de un país problemático, dándole tintes
cinematográficos a procesos programados, mientras se dejan en la oscuridad otros más dinámicos
o graves o anteponiendo el impacto de eventos que ocurren por fuera de nuestras fronteras al
interés por las problemáticas locales.
Con preocupante frecuencia los noticieros terminan convirtiendo a las víctimas del conflicto y la
descomposición social en mártires e incluso héroes. Con la aclaración de que con la misma
facilidad, y ausencia de matices, pueden llegar a transformarse en los villanos. Como ocurrió con
Ingrid Betancourt, quien no hizo nada tan bueno como para su primera catalogación, ni tan malo,
como para la segunda.

Otro caso notable de sobreactuación es el del niño Luis Santiago – nótese cómo el despliegue
mediático posibilita que en un país de asesinatos y violaciones, un nombre propio pueda ser
recordado, citado y comprendido sin problema -, cuya brutal historia capturó la atención de
Colombia por una buena cantidad de tiempo. ¿Cómo se explica que un país con tan altos índices
de violencia – también en contra de los menores de edad – viva y sufra de forma gigante un solo
caso? Si se le diera tal cubrimiento a cada hecho atroz, no quedarían, sin duda, espacios en la
televisión para alguna otra cosa ni lágrimas en los cuerpos de los colombianos.

Un caso como el de Luis Santiago muestra una operación de sinécdoque; la parte por el todo en
torno a la problemática de la violencia contra los niños. A través de un caso ejemplar – con la
suficiente fuerza visceral para penetrar en la mente y el alma de los ciudadanos – se consciencia a
todo un país. Al menos así lo sería en la visión más optimista posible. Pero quedan dudas de si esta
es la manera más correcta de hacer las cosas, y no un simple reduccionismo. Cabe preguntarse
cuál de estas posturas es la más benéfica para el interés público, ¿la de darle a cada caso una
dimensión, en términos de tiempo y profundidad, coherente con su relevancia, o la de llevados
por el sentimiento y el oportunismo, dedicarse de forma exhaustiva y preferente a uno o unos
pocos?

Este es un asunto éticamente complejo, ya que es difícil acusar a los medios de comunicación de
estar perpetuando un mal, cuando en apariencia están siendo bondadosos y no están incurriendo
directamente en conductas satanizadas como el ‘amarillismo’ o ‘sensacionalismo’, al menos en la
definición tradicional de estas. Se les puede sindicar más fácil de excesiva sensiblería y ausencia de
visión panorámica. Pero hay pocas disculpas cuando consideramos el hecho de que, comparados
con los de hace 15 años, los noticieros son mucho más largos, y ahora cuentan con medios
alternos de apoyo, a través de Internet e incluso sucursales en otras frecuencias de televisión, por
lo cual no deberían tener mayor problema en pasar todo lo que es pertinente con la cantidad
necesaria de tiempo para informar completa y correctamente al televidente.

Sin embargo, lo sabemos, hay factores oscuros envueltos en la elaboración de estas parrillas de
información, y no todo, o más bien muy poco, es exceso de ingenuidad o melosería. Tenemos por
ejemplo, a las conocidas cortinas de humo, que es la forma de referirse a esas noticias –
generalmente de temas amables o por lo menos sin relevancia política – que parecen colocadas
estratégicamente para desviar la atención sobre informaciones que comprometen a personajes o
instituciones de alto rango. Siempre es más fácil lidiar con un tema que no genere ni división ni
polémica: Todos están en contra del que secuestró y asesinó a Luis Santiago, todos quieren que los
secuestrados lleguen sanos a casa, todos quieren que el sistema adecuado para sacar a los
mineros funcione a la perfección. No son temas espinosos. Además de que la forma de
presentarlos, particularmente en el caso de Luis Santiago, hace menos fácil ligarlos a
problemáticas sociales bien formuladas. La noticia se vive de forma aislada, como si todo el mundo
fuera bueno y todo funcionara perfectamente en el país excepto por X caso aberrante. No se pone
en cuestión la estabilidad del sistema. Sin embargo este es el estilo que impera, porque así
parecen demandarlo la audiencia:

Se advierte (…) un cambio en las prioridades de lo que se considera noticia, ya que se amplía el
tiempo dedicado a estos asuntos [los triviales], en detrimento de temas políticos, económicos o
sociales (…)el infoentretenimiento en los canales europeos se caracteriza por conceder un
mayor énfasis a las historias de interés humano, así como un cierto descuido de las llamadas
noticias duras sobre acontecimientos políticos e información internacional. (García Avilés,
2007, pp. 51-52)

Es decir que lejos de querer vislumbrar los fallos estructurales de la sociedad, el televidente
promedio prefiere encontrar personajes e historias a través de las cuales sentir, verse
identificados o simplemente condolerse.

La cuestión es que ya sea más por las presiones políticas o por los mayores réditos económicos – a
través de los altos ratings y patrocinios - que da la telenovelización de la información, los
noticieros televisivos están actuando de una forma que deja muchos vacíos y sinsabores para la
opinión pública, que debe formarse a partir de unas parrillas informativas muy sesgadas, muy
estrechas. Evidentemente esto logra restarles credibilidad a los noticieros en ciertos sectores –
seguramente los más ‘intelectuales’ o de mayor escolaridad - y obliga a las personas a buscar en
otros canales – en el sentido global del término - donde las informaciones estén jerarquizadas de
manera distinta.

Bibliografía

García Avilés, José Alberto (2007), El infoentretenimiento en los informativos


líderes de audiencia en la Unión Europea, en Revista Analisi #35, (PP. 47-63)

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