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MORDEDOR.

Tatiana

Roberto Bayeto

Fuente: http://topogiggiooverdriveisback.blogspot.com/2011/01/relato-mordedor.html
—Marta's Song—

"— ¿Por qué con la tecnología de hoy, no se utilizan vehículos automáticos para el combate, abuelo?
Aviones dirigidos por computadora, o tanques…— preguntó Nassim, observando al piloto neo
soviético que subía al Helicóptero de combate, medio centenar de metros frente a su residencia de
descanso.
—Es muy simple, Nassim; se puede hackear cualquier cosa con el hardware, sofware, satélites y los
Hackers adecuados. Eso puede pasar con un avión, un misil, un tanque o incluso, todo un escuadrón
de helicópteros como ese que ves allí.
Pero hasta ahora, hay algo que es imposible hackear, mi nieto querido, eso es lo que tenemos dentro
—se señaló su cabeza — eso es, el cerebro humano, aunque no se por cuanto tiempo más podremos
esconderle nuestros secretos y recuerdos al Enemigo…"

De las "Parábolas de Kalem


contadas a su nieto Nassim".

Informe del Teniente 1ºIgor Mobutu, del 12º Zapador, Mordedores.

Habíamos escuchado de él en un cantón del oeste. Era un «Cazador», un «León Blanco», como lo llamábamos
localmente. Cuando los informes llegaron a Stalin III, él envió una patrulla en su busca. La patrulla estaba
comandada por mí, Igor Mobutu, teniente primero de Zapadores Mordedor, alumno del famoso Adamento
Williams. No hacía mucho que había salido de los cuarteles, por lo que aún no me acostumbraba a mi "cuerpo" o
a lo que podría hacer con él, pero mi Comandante dijo que con un Mordedor en la patrulla bastaba. Éramos un
comando de diez soldados, todos los demás Spetsnaz, unos excelentes infantes, eficientes y rápidos con experiencia
en Afganistán, Israel y Borneo.
Partimos del cantón sobre la noche. Debíamos evitar la confrontación directa con patrullas enemigas, ya que esa
zona de África era una «tierra de nadie», literalmente hablando. Nuestras potencias militares por aquí estaban
balanceadas, e incluso el enemigo tenía el doble de fuerzas aéreas e infantería que nosotros. En los sectores de
África donde la jungla es tupida, solamente se puede trabajar con dos ramas de las Fuerzas Armadas, la Fuerza
Aérea, compuesta de cazas, bombarderos ligeros y helicópteros y las Unidades Especiales ya que un gran despliegue
de infantería no solamente es obsoleto, sino que letal.
Avanzamos silenciosamente. Por suerte comandaba a los paracaidistas. De haberlo hecho con tropa regular el
ruido hubiera sido infernal y los Hurones nos habrían detectado seguramente. Después de seis horas de movernos
sin descanso, cuando el amanecer comenzó a vislumbrarse sobre las tupidas copas de los árboles, nos detuvimos.
Sacamos nuestras raciones frías y comenzamos a comer, mientras dos vigías se apostaban sobre los árboles.
—Teniente Mobutu, me gustaría saber contra qué vamos a enfrentarnos, mis hombres están inquietos — murmuró
el capitán Grégorievich. Era un hombre valiente, indomable, pero se contaban demasiadas historias retorcidas
sobre la «cosa de la jungla» como para que no se preocupara.
—Con Tarzán... — dije yo, confundiendo al oficial. No éramos muchos los Mordedores con la posibilidad de hacer
bromas cuando estábamos "transformados". Otros tiempos, otra tecnología.
— ¿Es una broma, señor? — preguntó Grégorievich. Los rusos son gente directa y no están acostumbrados a las
bromas retorcidas de los africanos Negros que sobrevivimos a las colonizaciones de todos los colores y diseños. El
oficial siguió esperando mi respuesta, un poco embarazado.

A pesar de mi grado de Teniente, estaba por encima de sus oficiales de alto rango, por lo que me di cuenta de que
el hombre se sentía incómodo con mi falta de formalismo. Prescindí del Rugido para modular la voz y le respondí
normalmente:
—Si, es una broma, Capitán. Disculpe. Pero los informes hablan de un monstruo humanoide que ataca a las
patrullas y las masacra dejando como único vestigio cuerpos decapitados y trozados decorando toda la jungla.
Creo que es un poco exagerado, ya que hasta ahora no ha caído ninguna patrulla nuestra. Hay varias
probabilidades. Una es que se trate de marketing, rumores filtrados entre nuestras tropas regulares por el enemigo
para crear pánico... La otra, es que se trate de un animal salvaje, o una tribu primitiva de la cual no tengamos
conocimiento, como los Hombres Leopardo, un culto caníbal del que se supo a mediados del siglo XX...
—También existe la posibilidad de que se trate de uno de nuestros hombres... un piloto... —agregó el Capitán,
respetuosamente. Como imaginé, conocía los rumores del piloto de Mig que había sobrevivido a una batalla casi
mítica, varios meses atrás.
—Es una posibilidad remota. Hace casi un año, hubo un dogfight muy cerca de esta zona. Dos escuadrones de
naves de última generación del enemigo contra un escuadrón regular nuestro. En ese escuadrón estaba la Coronel
Tatiana Ivánova, una de los mejores pilotos de las que disponíamos.
—La Muerte Roja... Pintaba su avión de rojo púrpura, como Von Richthofen en la Primera Guerra Mundial...
—Precisamente... Todo el escuadrón, incluida la Coronel fueron derribados, lo mismo que el enemigo. Ningún
avión ni piloto sobrevivió. En el alto mando hubo consternación ya que ella era infalible. Probablemente se haya
descuidado por algún motivo ignoto...
— ¿El singular motivo por el que estamos aquí podría ser la Coronel?
—Lo dudo. Ella habría buscado la forma de regresar a su base. Era una persona sumamente disciplinada, después
de esa misión, debía reportarse ante Stalin III para recibir una condecoración, un ascenso y la opción de su
ingreso a las Fuerzas Armadas Mordedor. Nosotros lamentamos mucho su pérdida, hubiera sido una de nuestros
mejores Oficiales... La General Natalie, una de las hijas de Petrov la quería para su escuadrón de Amazonas.
—Pero quizás ella perdió la memoria cuando su avión cayó...
El Mordedor rió. Se había desconectado para descansar unos minutos de su condición. No era normal pero los
nuevos lo hacían al principio.
—Veo que siente la misma admiración que todos los que la conocieron.
—Me crucé con ella un par de veces. Era una mujer excepcional, además de bella, muy bella. Nosotros creemos que
fue derribada por un hecho específico... había un piloto nuevo en su escuadrón... un argentino que abandonó la
Fuerza Aérea de su país cuando ésta comenzó a participar de los bombardeos al Líbano. Era un poco novato con
los Mig's, pero se decía que volaba los Eurofighter 2050 como si fueran una extensión de su cuerpo.
—Conozco su historia, aunque no escuché nada sobre su relación con la coronel... —mentí— porque debía de existir
algo para que usted me diga que podría tener una relación con la «muerte» de ella.
—Se comenta que ellos fueron amantes... Es probable que la Coronel perdiera concentración por ello. Estaba
dedicada a su Mig, lo reparaba, revisaba cada circuito todas las mañanas y a sus conocidos les decía que era su
único amor...
La señal de alerta nos llegó desde la copa de un árbol. Recité la fórmula y fui otra vez un cazador.
—Refugiarse... — ordené. Todos se movieron sigilosamente y se confundieron con la foresta. Trepé a un árbol y
observé. Pasaron unos cinco minutos cuando los Hurones aparecieron desde todos los puntos. Sus horribles
rostros olfatearon el aire, en busca de sudor humano. Con ellos iban cuatro zapadores locales, de una tribu de
nombre impronunciable, aún para mí.
— ¿Está seguro de que detectaron una patrulla por aquí? — susurró un mayor norteamericano a sus subalternos
modificados. Hablaba en una jerga con variaciones "Navajo". Eso me dijo que estaban ampliando las reservas ya
que los pocos descendientes navajos estaban bajo la tutela de la Corporación Sureña, una serie de empresas
petroleras y de hardware que se habían hecho con el poder económico de lo que antes fueran los estados del sur
norteamericano y generalmente se destinaban para sus equipos de Comunicaciones encriptadas.

—La Base ha detectado cuerpos humanos en la zona. Unos diez... Procedían de este sector... Detectado... sector...

— ¿Precisamente de «éste»?

El Hurón dudó, su rostro se frunció aún más. Una de sus fallas más evidentes comenzaba a manifestarse.

—No sé, señor... No se nos indicó el cuadrante preciso. Preciso... Solamente una aproximación... una... por aquí...
aproximación...

El oficial al mando apretó la mandíbula, estaba enfadado, algo que no dejaría que modificara su objetividad en el
combate. El sabía que nosotros podríamos estar en cualquier parte, incluso sobre sus cabezas, como lo estábamos.
Mi mente hizo un cálculo estadístico de la situación. Venceríamos, aunque ellos eran cuatro veces más que
nosotros, pero también cabía la posibilidad de perder hasta un setenta por ciento de mis hombres. Eso hubiera
sido consternante, ya que habría que abortar la misión, algo que estaba fuera de mis opciones. Fue en ese
momento cuando apareció una variante en mis estadísticas, un movimiento extra en la jugada de ajedrez.
Uno de los Hurones aulló y desapareció en la foresta. El oficial yanki hizo un gesto y todos se movieron hacia el
sector. Otro alarido y otro Hurón que se esfumaba.
Trampas subterráneas...; pensé, sonriendo.
El oficial dio una orden y los hurones comenzaron a disparar en todas direcciones. Fue en ese momento cuando
me decidí a atacar. Tomé mi Bizón 45 e hice una docena de disparos en el modo «sigilo». Doce enemigos cayeron.
En ese mismo momento, el capitán Grégorievich ordenó una acción conjunta y sus Spetsnaz cayeron sobre los
norteamericanos. Fue una lucha corta. No hay piedad en la jungla, ni tregua, ni prisioneros. Conté cuarenta
enemigos muertos y tres de mis hombres. Me acerqué a la posición de los primeros Hurones asesinados por el
desconocido y encontré dos características singulares, la primera, que los mataron con un cuchillo de piloto, y la
segunda, que debajo existía una muy discreta entrada excavada recientemente.
—Retírense a posición Tango 62. Yo tengo algo que hacer, y tome, Capitán... — le extendí mi Bizón, que
funcionaría solamente bajo mi tacto. Él tomó el subfusil con gran ceremonia y la guardó en su mochila.
En ese mismo momento, me adentré en los túneles detrás de la presa.
Fue un viaje sorprendente, aún para mi condición Mordedor. Bajo tierra existían cientos de conductos construidos
por alguna civilización arcaica, cuyas estructuras eran similares a las de Zimbabwe, eso era un golpe bajo a los
racistas que decían que mis antepasados cercanos eran casi simios. Cada tanto, se abría una gran bóveda y me
topaba con pequeñas ciudades amuralladas. Las dejaba atrás con algo de pena. Antes de ser soldado era Profesor de
Arqueología en la Universidad Patrice Lumumba. Pero obviando mi curiosidad, el olor del atacante impregnaba
mi nariz y no me despegaría de él hasta que lo atrapara. Lo perseguí durante varios minutos. Era rápido, pero
nunca como un Mordedor. Si se trataba de quien creía, era seguro que si sobrevivía a los tratamientos, pudiera ser
reclutado en nuestras filas. Hasta ahora, él se había portado como un Hermano, loco, pero Hermano al fin. Una
hora más tarde entré en una nueva bóveda ostensiblemente diferente de las anteriores. Las construcciones eran
modernas; arquitectura militar. El olor a putrefacción me dijo más de lo que esperaba.
Era una base secreta. Conté treinta cadáveres. Muchos de ellos, muertos en sus propias camas. Poca carne quedaba
en los cuerpos. Los insectos y roedores se habían hecho un festín. Con alivio comprobé que los cortes de cuchillo
no eran para proporcionar comestible. Eso hubiera sido inadmisible y el sujeto prácticamente irrecuperable.
El ataque llegó casi imprevistamente. Casi. Giré cuarenta grados y me corrí, utilizando la antigua técnica japonesa
de «no estés donde tu rival espera que lo hagas».
«Es un chiste».
Él siguió de largo pero no dudó en volver a atacar. Salté sobre él, lo golpee en la cabeza y lo inmovilicé con una
llave simple.
— ¡Soltá... me hijo de p... uta! — gritó en español. Lo giré y encaré frontalmente.
— ¡Cállate! — le grité en el rostro. — Soy amigo. Tú eres el Teniente Primero Scallatti, ¿no? Responde...
El dudó unos instantes.
—No te im... porta — volvió a responder. Lo que quedaba de su uniforme se agitó ante mi sacudón. De entre los
trapos cubiertos de barro y vegetales, cayó una cadenita de oro con una estrella soviética como medalla, en el
reverso tenía un nombre. Lo tomé con cuidado. Él pareció enloquecer, pero se calmó ante mi gesto coercitivo. Leí
el nombre, decía una sola palabra, «Tatiana».
Miré a los ojos al Mayor. Se había apartado de la humanidad y sufría, sufría como un león al que le han asesinado
toda su manada un grupo de cazadores estúpidos.
—Ta... tiana... — murmuró él.
—Lo sé... Fue una gran oficial...
El se aflojó. Lo solté. Ya no era un enemigo.
Se dejó caer de rodillas. Le entregué la cadena. La tomó entre sus manos y la besó.
—Sus ojos... — murmuró, y rompió a llorar.
No pude hacer nada, solamente quedarme allí, observando como dejaba salir todo un año de ira y sufrimiento
contenidos.

Informe Personal de Juan Carlos Scallatti,


Teniente primero de la Fuerza Aérea Mordedor.

(Cabe anotar que este informe fue escrito cuatro años después de los eventos señalados anteriormente).

Llegué a la base de Aketi para tripular uno de los famosos Mig Piraña, avión con el que nos habíamos enfrentado
en mi época de «fascista», cuando pilotaba sobre el Líbano para las Fuerzas de Paz. Yo nunca estuve de acuerdo
con ello, aunque como el capitán más joven de la Fuerza Aérea Argentina designada en esa zona como apoyo aéreo
de la ONU, tenía la responsabilidad de obedecer y callar. Yo no era el único militar en desacuerdo. Muchos de
nuestros Oficiales estaban en contra del Imperialismo Corporacionista de los yankis. El problema era nuestro
presidente, demasiado comprometido con deudas disparatadas con el FMI. Como muchos de los políticos de mi
país, se daban con su mujer una vida de lujos desmedidos, viajes y fiestas que valían cientos de miles de dólares; el
síndrome "Pizza con Champagne", lo definiera un inteligente periodista de fines del siglo XX. Era muy probable
que se diera un Golpe en cualquier momento, pero hasta que eso sucediera, yo me limitaría a continuar pilotando
el Eurofighter y seguir órdenes tanto de un idiota que iba a la playa de "ojotas" y medias blancas, como del Gorila
de turno que lo remplazara.
Mi decisión de desertar ocurrió un día en que nos mandaron a bombardear una zona de Hebron donde se
ocultaban varios comandos palestinos que dispararan contra un convoy de la ONU. La Sección Argentina se
designó para ello. Eramos tres escuadrones cargados con MK y GBU, dos tipos de bombas "inteligentes" que se
habían perfeccionado continuamente desde fines del siglo pasado. Pasamos sobre algunas baterías fronterizas
jordanas que hicieron unos tímidos disparos de advertencia y en pocos minutos estuvimos sobre posiciones del
Jihad, la fuerza hostil que venía cometiendo pequeños atentados sobre las ciudades israelíes.
Dejamos caer varias toneladas de bombas dirigidas por láser. Incluso creí ver algunos guerrilleros que intentaban
huir sin éxito. Eso fue todo. Giramos y regresamos a nuestra base de Beersheba sin más novedad que una cola de
Mirage atravesada por una ráfaga de metralla de 5.56. El novato Giménez volaba demasiado bajo cuando dejó caer
las bombas. Dudaba que olvidara la lección después de la sanción de veinte días que le aplicó el Mayor.

Esa noche nos juntamos a ver televisión en la barraca. Julio Hawkings estaba trabajando en una parabólica que
captara la cadena de noticias europeas, ya que aquí estábamos restringidos a un cable israelí. Minutos antes, en ese
canal, habíamos visto filmaciones de la base enemiga ardiendo, y el coronel Galtieri nos felicitó por la eficiencia
en la acción de ese día.
— Ya está pronto el cable... — dijo Julio, y la imagen de un locutor de Televisión Interactiva Francesa apareció en la
pantalla. Hubo varios vítores y nos dispusimos a ver las noticias. Primero hablaron de la contaminación; del
rearme de la Alemania Unificada y su salida del tratado del Atlántico; de la asunción de una mujer como Primer
Ministro de Inglaterra — bromeamos sobre una posible invasión por parte de nuestro inepto presidente de las
Malvinas por tercera vez — y lo que más nos interesaba, otra versión del resultado de nuestro bombardeo a la base
palestina. Pudimos ver como un helicóptero del Canal + descendía sobre la zona, ya completamente extinguido el
fuego que causara nuestra incursión.
— ¿Que quieres? ¿La confirmación de nuestra capacidad como pilotos de combate? — preguntó Barbeito, mientras
se vaciaba su segunda lata de cerveza recostado en el sillón del salón comunal del escuadrón.

— Eso ya lo sé —respondió Julio, con rostro preocupado — Pero hay algo que no me convenció… Me pareció ver
niños, muchos… A no ser que fueran palestinos enanos… Me parece que nos están metiendo el perro en algo estos
israelíes… Nos obligan a ver su Cable con noticias parcializadas, no podemos salir de la base a no ser para visitar
las aburridas ciudades de los colonos y nos traen putas que no abren la boca más que para chuparla y todavía lo
hacen mal…
Medité unos segundos lo que decía Julio, tenía razón. Yo era bastante introspectivo, pero últimamente como que
todo me daba lo mismo y no prestaba atención a los detalles. Este trabajo de porquería me tenía verdaderamente
harto.
— ¡Miren! — Gritó Julio — ¡Yo tenía razón!
Miré las imágenes como entre los vahos de una borrachera. Los sentimientos demoraron en llegar a mi cabeza,
pero lo hicieron, pierdan dudas de ello.
Las cámaras del helicóptero del Canal + dejaba ver cientos de mujeres y niños despedazados que eran arrojados por
los soldados israelíes a camiones de volcadora, como si se tratara de bolsas de basura. Cientos. Yo no tenía hijos,
pero sí sobrinos. Me pareció ver sus rostros reflejados en los cuerpecitos carbonizados o desmembrados por las
explosiones, «nuestras» explosiones. Unos soldados apuntaron al helicóptero y le dispararon. Pudimos sentir los
gritos del piloto y los periodistas europeos, franceses e italianos, parecía, insultando a los agresores mientras se
alejaban rápidamente a una zona segura, posiblemente más hacia el Mediterráneo.
Salí de la barraca sin querer escuchar ninguna explicación o comentario de mis compañeros. Algunos de ellos eran
"milicos" fanáticos, capaces de matar a su madre si el Coronel se lo pedía. Su opinión no contaba y asqueado,
sentí murmuraciones de horrible mal gusto como: "si hubieran sido blancos, y no esos árabes negrochinos capaz
que me caía como el culo". De todas formas muy pocos de ellos sobrevivirían cuando los nazis de Keitel
invadieron Israel y arrasaron a cal y canto todas las ciudades mientras fusilaban de forma sumaria a todo el que
no pudo escapar en la Gran Diáspora, una más para el castigado pueblo judío que se continuaría repitiendo
históricamente mientras existieran Herlz, u ortodoxos que consideraran su ideología "cuasinazi" cargada de
Anatemas y polarización cultural y racial, como la verdad absoluta.
Esa misma noche, ebrio de cerveza y completamente desencantado de la vida y la civilización occidental tomé un
Typhón IV británico y volé hasta que se me terminó el combustible. Vendí el avión en cincuenta mil "neo" dólares
americanos a unos árabes que apenas podían manejar un camello y me metí en un bar. No quería pensar en lo que
había hecho, fue una cruz que cargué hasta que conocí a Tatiana.

Semanas después, casi en la indigencia, me reclutó un oficial neosoviético en el Thunderbird, un bar de


mercenarios y excombatientes en la ciudad de El Hammam, Siria, donde continuamente se pasaban en un televisor
2-D roñoso, los episodios de una vieja serie con muñecos 3D y naves espaciales. Me uní a los neosoviéticos como
una forma de expiar mis culpas. Sabía que ellos estaban en contra de la ONU y tenían sus propias ideas con
respecto a lo que las corporaciones yankis consideraban "Reordenamiento Global".
Primero estuve en una base Afgana pilotando unos destartalados Mig 2.44, para reprimir algunas incursiones de
mujaidines ansiosos; un simple tiro al blanco sobre blindados que apenas podían avanzar, helicópteros italianos
Augusta de la época de los saurios o en algunas ocasiones, rebeldes harapientos que hacían tímidos disparos contra
nuestras naves con misiles obsoletos que la mayoría de las veces estallaban cerca de la cabeza de su artillero.
Después de una exitosa escaramuza contra un escuadrón de Gold Falcon F-26 pakistaníes, se me reasignó en la
Zona Caliente, al mando de la famosa Coronel Tatiana Ivánova, una leyenda desde los dos lados de la línea de
combate. Siempre, cuando se comentaba sobre sus hazañas en el escuadrón yo imaginaba que era una mujer vieja,
flaca, alta, lesbiana y de mirada gélida; un típico fenómeno de la propaganda anticomunista con que nos
bombardeaban las Corporaciones del norte.

Descendí del KA de transporte en la base una mañana sin nubes. Amanecía y el horizonte tenía matices dorados y
ocres. Podía sentir la frescura de la jungla, ese fresco matutino que subsiste en todos lados a pesar del clima.
Conmigo venían cuatro mecánicos, un ingeniero y media docena de asesores Spetsnaz para poner al día en armas a
los nuevos reclutas locales. Casi no articulamos palabras porque toda la zona estaba custodiada con sistemas de
rastreo no sólo de radar, e infrarrojos, sino también auditivo. Gracias al ingeniero aeronáutico Gurevich, los
nuevos motores de los helicópteros y aviones los hacían virtualmente invisibles a todos los dispositivos de
detección, aunque una voz medio estridente, un estornudo o un pedo podrían activar los sensores y delatarnos.
Por un formulismo que en el Río de la Plata definiríamos como «derecho de piso», estuvimos dos horas formados
hasta que llegaron nuestros respectivos comandantes. Eso era muy común por aquellos años de desorden cantonal,
donde todavía primaban los arcaicos sistemas de castas militares. Cuando yo estaba por decir alguna barbaridad —
tengo un carácter un poco soberbio, característica habitual de mi Patria de nacimiento— una Coronel alta, de un
metro noventa, más o menos, delgada y con un rostro de hielo, me saludó y me indicó que la siguiera.
Di por sentado que se trataba de la Coronel Tatiana, esta mujer cabía dentro de mis expectativas.
Llegamos a una barraca de acero blindado y ella me indicó que me sentara frente a su escritorio.
— ¿Tiene experiencia con los Mig Piranha? —Preguntó secamente.
—No me asustan...
— ¿Tiene o no tiene experiencia?
Molesto, respondí.
—No fuera de un simulador.
—Bueno, si sobrevive a este cantón la va a tener —dijo, sonriendo singularmente. Con sorpresa pude observar que
tenía uno de sus incisivos tatuado con una calavera con una hoz y un martillo en púrpura.
A pesar del rechazo que me provocaba la Coronel, tuve que dejar salir algo que guardaba en mi interior. Mi
admiración por ella.
—Coronel... debo decirle algo, si no es una falta de respeto.
— ¿Si?— preguntó, alzando una ceja.
—Tengo una gran admiración por su trabajo. En Afganistán se hablaba todo el tiempo de usted... la consideraban
la mejor piloto de todo el bloque, y de todo el mundo...
Por primera vez, su rostro se humanizó unos segundos, sonriendo.
—Creo que sus comentarios son un poco exagerados... Además la mejor piloto es Natalie Petrov…
—No, todos los grandes pilotos de la segunda línea la consideraban un As... Y nunca oí hablar de Natalie Petrov…
—... sigo... creo que sus comentarios son un poco exagerados. El pilotaje de un helicóptero de rescate no requiere
una gran habilidad en el combate... — se inclinó y se desprendió la pierna derecha, mostrándomela. En ese
momento me sentí increíblemente estúpido.
—Fui una buena piloto alguna vez, sesenta victorias... pero, no lo suficientemente buena... además, yo no soy la
Coronel Tatiana... Ella lo verá sobre la tarde. Y sobre Natalie, la misma Coronel Tatiana ya le dirá que ella es la
mejor.
Se volvió a colocar la pierna ortopédica y se recostó en el sillón.
—Puede irse, Teniente. Su habitación está en la barraca A9. Su dormitorio es el 54. Lo quiero en uniforme de fajina
a las 1600 en la barraca B1, allí hay una sala de reuniones. Vaya preparado para beberse unas copas; a la coronel
Tatiana le gusta intimar la primera vez que llegan sus pilotos, porque después es probable que no le hable nunca
más a modo personal...

El dormitorio era cómodo. Mucho mejor que el de Afganistán. Allá se te metía la arena por todos lados, en las
sábanas, los borceguíes y en la raya del culo. Aquí el único problema podrían ser los mosquitos, ya que se sabía
que los yankis los diseñaban en sus laboratorios con enfermedades nocivas. En la base y los alrededores existían
dispositivos electrónicos que los sumían en una confusión que los llevaba a una rápida muerte. Pero por si "los
mosquitos" —disculpe la poca inteligencia pero no estoy en estado Mordedor...— nos bañábamos tres veces por día
con jabón repelente y tomábamos una pastilla que hacía correr por nuestra sangre un almizcle inocuo que los
mosquitos odiaban.

Cuando tuve ordenadas mis cosas —algunos libros de Nietzsche, los cuentos de Jorge Luis Borges, media docena de
compactos de Bradbury y los ensayos sobre "El miedo al futuro", de Stingray, principalmente, salí de mi
dormitorio y me dirigí al pub que viera desde el helicóptero cuando sobrevoláramos la base.
El local estaba decorado con muy buen gusto. Luces azules, barras de madera auténtica, una gran variedad de
alcohol —los rusos son expertos en eso—, buena música —Shepard, The M40, blues…— y un holohdvd pasando cine
francés.
Detrás de la barra trabajaba una muchacha negra. Como sabrán, en Buenos Aires no tenemos prácticamente
negros. A los que les decimos negros, son cruzados con indios y no tiene nada que ver su tipo étnico con el de los
negros de verdad. Esta muchacha, era de una belleza que me sorprendió. Alta, de pelo muy corto, ojos negros muy
grandes y rasgados, piernas largas y manos de dedos finos y delicados.
—Hola... soy Paula... ¿que quieres tomar?
—Hola, me gustaría una Vodka con alguna fruta... ¿tienen Kiwi?
Ella negó con la cabeza.
—No, antes traíamos, por un piloto chileno que lo pedía expresamente. Pero desde que lo derribaron, por respeto a
él que era el único en pedirlos, dejamos de traerlos. Lo que sí tengo es Piña. Recién llegadas del Brasil con un
embarque de cacao y azúcar...
—Bueno, piña está bien...
Ella tomó la licuadora y preparó el brebaje con gran habilidad. Me lo sirvió en un largo vaso de vidrio celeste.
— ¿Trabajaste de barman antes de aquí?
Ella sonrió tristemente. Me di cuenta que había tocado un punto neurálgico sin quererlo.
—No. Era... prostituta... me robaron de niña de mi aldea en los tiempos en que las epidemias diezmaban a media
población de África. Creo que con la situación caótica, mis padres no se dieron cuenta. Tenían otros ocho a
quienes atender.
— ¿Y cómo llegaste aquí?
—Es una historia larga de contar y quizás en otro momento, con un par de copas en el medio... Lo que importa
ahora es el epílogo y fue bueno para mí. La Coronel Olga es la responsable. A pesar de su pierna... bueno, ella y
un grupo de "Amazonas" dejaron fuera de combate a una base "Cazador" de los hurones y cuando regresó, traía
consigo a una docena de adolescentes asustadas.
—Una historia con final feliz, o al menos todo lo feliz que podría esperarse.
La muchacha sonrió, mientras se servía un jugo de frutas.
—Ella fue como una madre para mí. El año que viene voy a entrar en la escuela de Oficiales Spetsnaz. Ella es mi
madrina... y después que egrese, voy a hacer una visita a los pueblos esclavistas... probablemente traiga más
reclutas... —rió, mientras su mirada se perdía en un futuro que para ella era la única posibilidad de redención.
Alcé el vaso y dije:
—Por la alférez Paula...
Ella levantó su jugo y golpeó el borde de su vaso contra el mío.
—Por un futuro Rojo... —rió.
No sé por qué, pero yo solamente pude ver llanuras de sangre.

Una Capitán de rostro cetrino me recibió en la entrada de la sala donde debía reunirme con la mítica Coronel
Tatiana.
—Bienvenido, Teniente; lo esperan en la sala. Déjeme acompañarlo...
Ella me guió por un corredor pintado en tonos de verde y se detuvo ante una puerta custodiada por dos mujeres
de la misma factura que la Coronel Olga. Altas, rostro de hielo y cuerpos musculosos: sin duda, dos de las
Amazonas de Tatiana.
Sin una palabra, la Capitán se detuvo, saludó rígidamente y regresó a su escritorio de la entrada. Las guardias —dos
Suboficiales—, saludaron y abrieron rápidamente la puerta. Del otro lado había una sala enorme, cuyas paredes
estaban cubiertas de pantallas que mostraban imágenes de satélite, trayectoria de vuelos enemigos, aliados y en
medio de todo, el retrato de nuestro bienamado Stalin III —eso lo digo ahora, que soy parte de su Manada, en ese
entonces no me producía más que consternación—. En una gran mesa había treinta personas, entre ellas, solamente
seis hombres. El escuadrón 678 completo, con su Comandante observándome desde un extremo. Me sentí cohibido
metido en mi uniforme gris rata ante los soberbios uniformes negros con calaveras en el cuello de los Oficiales. La
Coronel, una belleza insondable, hizo un ademán de que me sentara a su izquierda. Los demás me observaron con
una sonrisa similar a una mueca. Después de una formal presentación, ella habló.
—Aquí está su expediente. Es bueno, aunque yo no tengo una gran estima por los que desertan, sea el motivo que
sea.
— ¿Humanidad? —Dije insolentemente. A pesar de que esperaba una reacción del resto de los pilotos, su expresión
no varió una fracción.
—Humanidad... Un bello concepto, aunque relativo. ¿Qué es lo que usted considera humano, teniente?
Yo no sabía que responder y se lo hice saber.
—En realidad me ha tomado por sorpresa, Coronel, ya que mi concepción podría ser considerada ¿fascista?
—Dígame cuál es su concepción y yo se la clasificaré como me convenga.
—Considero que los seres humanos son aquellos con la capacidad de darse cuenta de que son seres humanos...
—Un concepto ambiguo y arcaico... Demasiado cartesiano…
—Bueno; ser humano es una responsabilidad. Cargamos con el peso de la inteligencia, pero ésta no es tal si no la
explotamos. Vivir, reproducirnos y cumplir las funciones fisiológicas no nos diferencia de los animales. El arte, la
sensibilidad para crearlo y percibirlo sí logran una diferencia sustancial...
Ella entrecerró los ojos unos instantes.
—O sea que según sus conceptos, Teniente, los que crean o perciben las creaciones artísticas son realmente
humanos y el resto no... ¿Y qué es el resto para usted, Teniente?
Continuamente marcaba mi grado para hacerme saber que ella era el superior indiscutido, algo que me molestó al
principio, pero que fui asumiendo a medida que pasaban los minutos.
—No me gustaría discutir aquí el tema...
— ¿Y dónde le gustaría discutirlo?
—En el bar, con unas vodkas en el medio... desinhibe bastante como para ser espontáneo y decir la verdad...
—Usted es sincero, Teniente... pero yo voy a decirle que son las otras "personas". Son corderos, rebaños que son
llevados al matadero por pastores inescrupulosos y dementes. Nosotros tenemos el deber de eliminar a los pastores
y los perros y conducir esos rebaños hacia un nuevo estado evolutivo; de corderos a Mujeres y Hombres. La
nuestra, es una cruzada antropológica y no quiero con esto que usted imagine que nuestra base es un antro de
neonazis. No consideramos inferiores a las personas que no nacen con la capacidad de darse cuenta de su lugar en
el mundo. Sí consideramos inferiores a aquellos que intentan aprovecharse de ello —hizo una pausa, sin mirar a
nadie. Dio vuelta los ojos unos segundos, como si intentara ver dentro de su cráneo y encontrar las palabras que
diría a continuación.
—Nietzsche dijo que «el hombre quiere perfeccionarse, crearse a sí mismo continuamente; ser creador más que
simple criatura y que cuando falla en esta empresa, busca gobernar no ya sobre sí mismo, sino sobre otros»... Esto
es cierto en algunos aspectos, por ejemplo, tiene que existir alguien con la suficiente ecuanimidad como para
gobernarse a sí mismo y además, hacerlo con los demás. Stalin III es esa persona. Nosotros no somos más que
instrumentos, aunque como dice él, instrumentos autosuficientes y creativos...
Asentí ya que consideraba gran parte de lo que ella me decía como una realidad.
—Entonces... usted piensa como yo... — preguntó ella, con un asomo de interés.
—Se podría decir que sí... — respondí…
—Se equivoca, Teniente. No creo en nada de lo que le dije y probablemente, no tenga interés en hacer otra filosofía
que la de eliminar a mis oponentes, o quizás me guste jugar a las batallas aéreas, o en todo caso, considero el vuelo
como una religión que me permite acercarme al Creador y por medio de la sangre de mis enemigos derribados,
expiar los pecados de la humanidad... ¿Vamos a tomar unas copas al bar?
Los oficiales asintieron. Yo me sentía un salame. Ella se había burlado de mí sin ningún tipo de pudor y yo caí
como todo un pajarito. Cinco a cero para la selección Rusa contra la Argentina y la clasificación a cuartos de
final.

Una hora después estaba francamente borracho.


La coronel Tatiana bebió más que yo, pero a ella no se le notaba el estado de embriaguez al que tendría que estar
sometida. El cuerpo de los eslavos era para mí un misterio. Podían tomar dos o tres veces más que los que no lo
éramos y no afectarles, mientras que nosotros andábamos dando tumbos por la calle.
—Veo que los argentinos no son tan "duros" para el alcohol como los pintan... —se burló la Mayor Inga, una
alemana de pelo casi blanco, con un bello rostro atravesado por una cicatriz de una tonalidad rosácea.
—Es una cuestión de genes... provengo de antepasados italianos... tomamos vino, pero el Vodka es demasiado fuerte
para nuestro organismo...
— ¿Y por qué no tomas vino?
—Existen dos motivos, uno es porque el vino que a mí me gusta es demasiado caro...
—Y el segundo es que el Vodka es un gran conversador que nos ayuda a olvidar... al menos por un momento... —
dijo abruptamente la Coronel Tatiana, mientras sonreía y me observaba de forma extraña.
—Imagino que usted sabe lo del bombardeo...
—La gente como nosotros obedece órdenes y actúa en consecuencia, pero no sé si le servirá de aliciente saber que es
bueno arrepentirse y tomar medidas para que el arrepentimiento no quede en un sentimiento fútil.
—Si... —murmuré y bebí otro trago de Vodka.

¿Cómo describir a Tatiana?


Algunos veteranos decían que se parecía a esa actriz del siglo veinte, Nastassja Kinski. En la época en que yo entré
en las Fuerzas Aéreas neosoviéticas, el rostro de Nastassjia Kinski estaba en todas partes. Los yankis habían tenido
a la Monroe, su némesis, a la Kinski. Tatiana realmente se parecía a ella, aunque existían algunas sutilezas que las
diferenciaban. El color del cabello, de una tonalidad cobre, los ojos, un poco más turquesas, la nariz apenas
arqueada hacia el cielo y su mirada, un poco más gélida, aunque en momentos muy contados se volvía triste y
melancólica.
¿Es posible estar enamorado de un ideal? En ese momento yo me di cuenta de que me había enamorado de
Tatiana. Leonel, un amigo que tenía en Uruguay en la época en la que me dedicaba a escribir algo medianamente
literario, me dijo:

—«...no existe nada mejor en una obra donde transcurre una historia de amor, que la pasión latina. Vos tenés una
herencia latina y por lo tanto, tenés que narrar sobre las pasiones de los latinos, que son mucho más intensas que
las de los europeos o los norteamericanos. Esos pueblos son fríos y al lado de nosotros sus historias de amor no
tienen nada que hacer. Nuestra pasión tiene todo lo que debe tener. Intensidad, entrega, tragedia... Nadie describe
el amor y la tragedia como los latinos. Por ejemplo, tomá a García Márquez y sus "Cien años de Soledad". Las
historias de amor que transcurren en esa novela son intensas y trágicas. Los latinos estamos acostumbrados a la
tragedia porque nuestra vida cotidiana es trágica. Si sos un artista en Sudamérica, es tanto el sacrificio que tenés
siquiera para publicar algo, que cuando lo lográs perdiste todo el entusiasmo y no podés disfrutar del resultado. Y
si amás, es tan intenso que cuando se termina la relación, nunca te vas a olvidar de lo que viviste».

Cada día que pasaba en la base observaba a Tatiana y pensaba en lo que me dijera Leonel. Ella parecía no darse
cuenta de mis sentimientos, y si lo hacía tenía la suficiente indiferencia como para disimularlo.
Así llegó mi primera misión, entre miradas furtivas y sueños en las noches africanas.

El Mig Piranha es un avión fabuloso, aunque no es lo último en tecnología aeronáutica neosoviética. Los ECN
tienen varios prototipos en experimentación que utilizan en el tercer mundo. La estrategia de nuestros generales
no era igual a la de sus antagonistas. Mientras que los yankis buscaban probar sus nuevos modelos en un fértil
campo de batalla como lo era África, nosotros contrarrestábamos sus estrategias con modelos de combate
convencionales. De esa forma, no solamente probábamos las limitaciones de sus armas respecto a las nuestras, sino
que gracias a ello, manteníamos innumerables modelos secretos que se utilizarían en confrontaciones más
decisivas. La base de un buen resultado en la estrategia militar es el desbalance. La incertidumbre de un enemigo
puede ganar una batalla. El que desconozca nuestra cantidad de fuerzas, disposición y específicamente, la
tecnología que desplegamos, de seguro le será letal.
Mi primera misión junto a la coronel Tatiana no fue gran cosa. El satélite nos informó de dos escuadrones de
aviones tácticos A-50 —unas eficientes naves que se empleaban generalmente en la eliminación de fuerzas blindadas
terrestres—, patrullaban en busca de nuestros sistemas de radar móviles. No demoraron mucho en el aire, y su
escolta de cazas después de reducirse a la mitad, dio la vuelta y huyó hacia su base, dándole su posición al satélite.
Después, mientras bebía en el bar, me enteré que la base había sido destruida por enésima vez con un ataque
concentrado de nuestros SU-55. Eso ralentizaría sus planes por un par de meses hasta que pudieran levantar otra
base en las inmediaciones, la que destruiríamos nuevamente.
Fuera de lo intrascendente de la misión, la Coronel Tatiana me sorprendió. Volaba su caza como si fuera una
extensión de su cuerpo; la imaginaba desnuda, mientras cientos de sensores se metían bajo su piel y respondían a
sus órdenes mentales. Cabe agregar que su avión era más maniobrable que el resto ya que tenía medio centenar de
mejoras que desarrolló ella misma en su mesa de trabajo. Como casi todos los pilotos rusos o del bloque
neosoviético, Tatiana tenía un par de profesiones fuera de la que realizaba regularmente: era ingeniero aeronáutico
y bailarina de ballet.

Veinte misiones rutinarias más tarde, mientras ella caminaba sola por los alrededores de la base —a la que ya
habíamos cambiado dos veces de lugar—, me decidí a hablarle de algo que no fuera filosofía y misiones de
combate.
—Hola... —murmuré respetuosamente, mientras me acercaba a su silueta en la oscuridad.
—Hola, Teniente... Linda noche.
—Si, me hace recordar a mis tiempos de piloto en el Amazonas. Fue cuando hicimos maniobras conjuntas con los
brasileños... una gente bastante molesta en sus costumbres.
—No los conozco porque tenemos pocos en nuestras fuerzas; sus militares no desertan con regularidad y los
reclutas carecen de formación profesional. De todas formas no nos molestan porque son bastante neutrales.
—Bueno, no importa; lo cierto es que tengo buenos recuerdos de esas noches calurosas, cuando nos sentábamos
con los compañeros de escuadrón a beber Caipirinha...
—Yo también tengo recuerdos, pero de un lugar completamente disímil a este. Fue en una época en la que todavía
creía en la bondad humana; pero eso ya quedó demasiado lejos en el pasado.
— ¿No quiere hablar de ello?
—No.
— ¿Quiere que me retire?
Ella rió suavemente; sus ojos brillaron bajo la luz de la luna llena.
—Oh, no, no... No se crea que me molesta; todo lo contrario. Es bueno ver un poco de irreverencia por aquí.
Estamos demasiado fosilizados y reconozco que la culpa es mía. Es difícil vivir junto a un «mito viviente».
Imagino que mucho peor les debe pasar a los subalternos de Stalin III...
—Yo no creo que sea tan dramático. Estar junto a usted es una experiencia realmente gratificante. No solamente
por su capacidad como piloto, sino por sus valores humanos…
—Usted no me conoce bien como para definir mis valores y podría llevarse una sorpresa al revelar mi verdadero
yo... —se detuvo, mientras se tomaba de los brazos y observaba hacia la colina que nos protegía de los sensores del
enemigo.
—Pero me gustaría conocerla.
Ella sonrió, desviando la mirada.
—A muchos le gustaría.
—Quizás, a mí me gustaría más que a ellos. Y quizás, yo pueda estar enamorado de usted...
Ella comenzó a caminar nuevamente, dándole la espalda.

—El amor es un lujo que no me puedo permitir. Hay demasiada responsabilidad en mi espalda. Por si no te has
dado cuenta, toda la línea frontal de Africa depende de nosotros.
Giró sobre si misma y me miró a los ojos.
—Mira... si quieres, podríamos tener sexo. Yo no soy ni lesbiana ni la Inteligencia Artificial de un Piranha.
También soy una mujer con sus pasiones y deseos, pero no puedo darte más que eso. Ya una vez estuve enamorada
y por culpa de ello, varias vidas se perdieron. Los sentimientos no son una buena cosa en un Piloto Comandante
de Combate.
Yo no sabía que decir. Lo frontal de su proposición me sorprendió, pero de negarme hubiera sido un idiota, así
que conté con que ella podría encontrar algo en mí que la haría cambiar de parecer con respecto a sus
sentimientos. Uno tiene su ego, y el mío era grande; además, yo no podría contentarme con una noche de placer
ya que deseaba tenerla conmigo cuantas veces necesitara hacerlo, y eso era muchas veces, tantas que quizás no me
alcanzara la vida para llevarlo a cabo.
Esa noche hicimos el amor hasta el amanecer; fue algo indescriptible, a pesar de lo cliché de la frase. La amé más
que a nada; tanto que no sabía que podía existir tal desborde de sentimientos y pasiones. Cuando amaneció, ella se
retiró de mi habitación y desapareció en los rojizos del exterior.

Ese día me saludó con una sonrisa pero no se habló nada de la noche anterior. Yo me mantuve alerta de sus gestos
y voz, pero ella parecía no haber estado conmigo, lo que me produjo una agria sensación en el pecho. El bar
volvió a calmar mis penas por unos instantes, pero no lo suficiente como para sentirme del todo bien. Ya
teníamos el antídoto contra las borracheras, que por esa época se llamaba SB-86. De otra forma si se presentaba
una misión de emergencia nos enfrentaríamos borrachos al enemigo y ahora no estaría contando el cuento. El SB-
86 era más fuerte que el que se conoce en el mercado farmacéutico, tanto que en quince minutos uno podría estar
como si no hubiera tomado nada en las últimas setenta y dos horas, eso si, enseguida te tomabas como mínimo,
tres litros de agua y meabas otro tanto.
Esa noche, pude ver a Tatiana junto al Mayor Wong. Bebían cerveza en una mesa alejada del bullicio de los
festejos por otra base yanki borrada del mapa. Yo no sabía que hacer. Una sensación de angustia me invadió y salí
del lugar con una botella del vino más caro que pude encontrar a cuenta de mi próximo sueldo. Caminé hasta la
colina que resguardaba la base y me senté en su cima. Estuve allí unos segundos, cuando un susurro me dijo que
me había olvidado de la guardia de infantería.
—Teniente... —ronroneó inquietantemente una voz—...esta es una zona vedada. Debe regresar a los sectores
autorizados...
—Me gustaría quedarme unos momentos solo...
—Lo comprendo... —la forma se desprendió de las sombras. Yo había oído hablar de ellos muchas veces, pero era la
primera vez que veía uno en persona.
—No sabía que había Mordedores tan al Sur...
—Y más abajo también... pero déjeme explicarle... hay leones en la zona. No es segura para usted.
— ¿Leones? ¿Pero si están...?
—El "Jefe" está repoblando los antiguos hábitats. Hemos avanzado mucho en ingeniería genética en los últimos
diez años... pero además existe un agregado en sus genes; estos leones no solamente están mejorados, sino que nos
obedecen, aunque a usted no lo reconocerían y sería fatal su digamos, relacionamiento con ellos...
Me levanté lentamente cuando mis oídos percibieron un ronroneo singular.
— ¿Hay uno aquí?
—Seis... pero si se retira en silencio no le harán daño. Espero que ese 2025 esté todo lo bueno que parece...
Su forma desapareció entre las sombras, mientras alcanzaba a ver las siluetas de los leones, las que me parecieron
anormales al punto de que el horror me invadió.
Al menos tengo que decir que por el resto de la noche, la impresión era tal que casi ni me acordé de Tatiana y
Wong.

A medida que pasaban los días, me daba cuenta que la angustia por no tener más a Tatiana entre mis brazos, en
lugar de disminuir, se acrecentaba.
Ella parecía indiferente a mis sentimientos. Se paseaba por el campamento y a veces la podía ver en el bar junto a
uno de sus oficiales conversando animadamente. De vez en cuando me lanzaba una mirada enigmática que yo
imaginaba triste, pero siendo sincero, su rostro y pensamientos se me hacían impenetrables. Eso en lugar de
endurecerme, me hacía amarla más.
Así fueron transcurriendo los días, hasta que sucedió el acontecimiento que cambiaría mi vida y terminaría con la
de ella.

A veces me pregunto si no seré el culpable de su muerte; si mis actos desencadenaron una serie de eventos en su
interior que la llevaron a su decisión final, o a perder la objetividad que la había hecho tan despiadada y eficaz en
el combate aéreo. No lo sé realmente, ni quiero saberlo porque solamente soy consciente que al perderla, ya no
podré ser el mismo hombre ni estar completo. Es por eso que a veces, cuando el dolor es tan grande que no lo
puedo resistir, me dejo llevar por el «Mordedor» que habita en mi interior y la recuerdo de otra forma, con el
placer que da evocar su vida, sus pensamientos y principalmente, su misterio. Los leones y yo la invocamos,
cazando en la foresta, compartiendo la presa. Somos una manada; Tatiana lo hubiera comprendido.
Esa tarde ella no estaba en el bar. Cuando le pregunté a su asistente, me dijo que no la había visto en toda la
tarde. Salí del recinto después de beber un simple jugo de frutas tropicales. No demoré mucho en encontrarla. Ella
estaba sentada en la misma colina de la que me evacuara el Mordedor y su grupo de leones mascota.
—Me gustaría estar sola... —me dijo, cuando me senté a su lado. Estaba llorando.
—Yo preferiría estar contigo. Sé que me necesitas...
Ella negó con la cabeza.
—No te necesito... No quiero hacerlo. Cuando necesitas a otra persona, el destino o algo más cruel se encarga de
quitártela.
—A mi no me va a llevar nadie. Soy demasiado insoportable para que lo hagan, además, nuestro bloque es el único
que conoce los antídotos contra la borrachera... y yo mamado soy insoportable... ¿Sabés el chiste de los piojos?
Ella negó con la cabeza. No era una postal de la felicidad, pero al menos no me había echado al diablo.

—Va un tipo a una farmacia, medio borracho, y le pregunta a la farmacéutica: «sheñora... ¿qué me puedo poner
para losh piojosh?»
La mujer lo observa unos segundos y le dice:
«Yo le recomendaría que se eche alcohol»
Entonces, el borracho, con los ojos muy abiertos le contesta:
« ¿Usted está loca? No los aguanto frescos, imagínese si están borrachos».

En ese momento, el milagro ocurrió. Tatiana rió ante el chiste, y después se recostó contra mí. En ese instante vi
como la sombra del Mordedor se apartaba discretamente de la colina. Unos segundos después, un extraño rugido
guió una veintena de siluetas felinas fuera de nuestro campo de visión. Sentí un agradecimiento profundo por la
sensibilidad y bondad de ese extraño hombre.
—Mi padre... Falleció... —murmuró ella, mientras dejaba escapar las lágrimas nuevamente.
Yo la apreté contra mí y le respondí:
—No sabes lo mucho que desearía hacer algo para apartarte del dolor... Incluso si pudiera dar mi vida a cambio de
la de tu padre... Pero me siento inútil... Completamente impotente...
Ella acarició mi rostro.
—Esto que estás haciendo es suficiente. No para calmar mi dolor, pero sí para apoyarme y hacerme más liviana la
carga —meditó unos instantes, tratando de recordar—. Mi padre era Coronel de la Fuerza Aérea checa cuando los
tanques de Stalin III entraron una vez más para recuperar la hegemonía comunista sobre el gobierno títere de
Kimok II. No fue muy difícil para los Mordedores, y mi padre fue uno de los oficiales que apoyó el golpe. Fue por
eso que Stalin III lo admitió en su Clan, lo ascendió y lo puso al mando de la división de defensa aérea perimetral
de la NURSS.
— ¿Tu padre era Leónidas Rivcov? No puedo creerlo... ¿Y murió? ¿Cómo?
—Yo ocultaba que era hija del gran Rivcov porque no me gusta vivir de los méritos de los demás... Y falleció en un
atentado... No sólo él, sino 300 de los mejores Mordedores de nuestra nación... En el informe que llegó hace una
hora, se decía que los ECN hicieron detonar un dispositivo nuclear en el este de Finlandia sobre nuestras tropas...
Están locos esos hijos de puta... Mi padre lanzó su escuadrón sobre los Generales y Ejecutivos en retirada de las
Corporaciones. Los eliminó a todos, pero pagó el precio de enfrentarse una fuerza defensiva de la OTAN diez
veces superior a la suya. Ninguno pudo regresar a la base… Pero así era él y no hubiera imaginado que se fuera de
otra manera.
Yo no sabía que hacer. Me sentía desolado ante lo que parecía venirse. En este momento no pensaba solamente en
Tatiana, sino en que cabía la posibilidad de una respuesta nuclear por nuestra parte y por consiguiente, el final del
mundo como lo conocíamos.
De pronto, ella se levantó y me tomó del brazo.
—Vamos... —me susurró. —Ellos también están de duelo. Han perdido a muchos de sus hermanos de una manera
sin honor. Esta noche tomarán represalias contra los ECN y sus aliados y no conviene estar cerca de sus zonas de
"caza".
Nos acercábamos al edificio en donde ella tenia su habitación cuando sentimos los aullidos y rugidos desde la
foresta. Helaban la sangre, pero también dejaban asomar una tristeza entremezclada con rabia casi animal.
—Eso también es por mi padre... —fue lo único que dijo ella.
Entramos en silencio a la barraca, mientras la Teniente que cuidaba la puerta nos saludaba con un movimiento
rápido de su cabeza.
—Quiero que me hagas el amor hasta el amanecer, y mañana quiero que me sigas amando sobre la tarde y sobre la
noche, y al otro día, y el mes que viene...
— ¿Sabes una cosa, Tatiana? Nunca dejé de amarte... —fue lo único que me salió de los labios.

Antes de que el sol asomara sobre la colina, la sirena de emergencia nos avisó que el mundo se sacudía y
amenazaba tirarnos hacia el vacío.
Las fuerzas de la OTAN avanzaban sobre las zonas ocupadas por nuestros aliados en noráfrica, mientras nosotros
aplicábamos una ofensiva de represalia. Stalin III dio una conferencia de prensa donde condenaba a los Estados
Unidos a sufrir las consecuencias, mientras aseguraba que por ahora pospondría un ataque no convencional
porque no se consideraba un idiota subnormal... pero creo que es mejor agregar aquí un fragmento del discurso:

«Ciudadanos del planeta Tierra... Me he enterado hace pocos minutos, que el imperialismo corporacionista ha
obrado nuevamente de forma bárbara e irracional... Sin medir las consecuencias, ha detonado un artefacto nuclear
sobre el frente occidental de mis Fuerzas Mordedor... de mis Hijos y Hermanos Mordedores. Trescientos de mis
mejores efectivos han sido volatilizados deshonrosamente, sin darles la oportunidad de luchar para demostrar su
supremacía sobre los cobardes enemigos. Entre ellos, dos centurias de Elite, el 9ª escuadrón aéreo Iskra, y uno de
mis mejores generales, Leónidas Rivcov, un Hombre honorable, amable y uno de mis mejores amigos. Los que
saben de historia, podrán relacionar al general espartano Leónidas y sus trescientos héroes, que detuvieran durante
días a las huestes de Jerjes, el Persa. ¿Una ironía del destino? Quizás, pero yo creo que es más una enseñanza que
nos dice que nuestra especie, los Mordedores, vamos por el buen camino de construir la historia y el futuro.
El día de hoy no es solamente negro para los neosoviéticos, sino para el mundo entero. Se han perdido cientos de
magníficos ejemplares de la raza humana, de lo mejor de ella... y esta deuda va a ser cobrada en las próximas
setenta y dos horas. Esta es mi advertencia: en los tres días que se vienen, mis hombres desarrollarán una guerra de
represalia contra los cobardes que cometieron tal acto de barbarie... Setenta y dos horas... Mis fuerzas no
utilizarán armas no convencionales, ni ocuparán definitivamente los territorios ganados en estas batallas. Eso se
hará como una acción de buena Fe. Pero, les advierto a nuestros enemigos que en caso de ser utilizadas armas no
convencionales, sean éstas atómicas, químicas o biológicas, utilizaré todo el peso de nuestro arsenal no
convencional para enviarlos a todos al infierno desde el que nunca debieron salir... ».

El discurso de "El Jefe" fue mucho más emotivo, cargado de elementos sugestivos, inflexiones y riquezas del orden
gestual y sintáctico, pero yo les incluía aquí una transcripción primitiva y falta de sutilezas porque sería imposible
reproducir sus palabras con exactitud.
Esa mañana, nos llegó la orden de intercepción y represalia. Saldríamos al otro día, sobre las tres de la mañana en
ocho escuadrones de cinco aviones cada uno. Nuestra misión era la de eliminar cualquier cosa que volara, reptara
o navegara dentro del cuadrante que nos había tocado.
Tatiana se encontraba distante y desapareció en su habitación la mayor parte del día. Esa noche, después de haber
dormido una reparadora siesta, me dirigí al bar y reconocí los acordes de un viejo tema del grupo "Deep Forest"
llamado «Martha's Song». Ese tema tiene dos características especiales, la voz de la cantante y el bajo que parece
que te pega en el pecho. El volumen del equipo del bar estaba en un nivel casi de discoteca, al punto que los
acordes hacían vibrar las paredes de compensado y fibra de vidrio.
Cuando atravesé la cortina azul, vi que el lugar estaba vacío, a no ser por la muchacha de la barra, y Tatiana,
bailando en medio del salón, completamente abstraída por la música. Me detuve junto a una columna, mientras la
observaba. Se movía con ondulaciones sinuosas, al ritmo de la música. Sus ojos estaban cerrados y sus brazos
formaban figuras en el aire que narraban historias sobre amores no correspondidos, sufrimiento y pérdidas
irreparables. Su pelo color cobre caía entre sus dedos, y pude ver sus pies blancos, descalzos, rozando el suelo de
plástico casi como si no estuvieran en contacto con él. A su derecha estaban las botas y medias grises; su camisa
caía sobre el pantalón negro que acompañaba las formas de los músculos de sus piernas. Tatiana continuó
bailando mientras duró el tema. Cuando éste concluyó, se deslizó casi en silencio hasta una mesa, se recostó en un
sillón y bebió un largo trago de lo que parecía ser una Piña Colada con ginebra.
Me acerqué a ella, sintiendo una sensación en el pecho que no pude catalogar con otra expresión que «magia».
Ella giró su rostro hacia mí y me susurró con una sonrisa triste:
—Te dije que perdía todo lo que amaba... y ahora te amo y sé que voy a perderte...
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No quise imaginar cuánto tenía que haber tomado para encontrarse en ese estado.
Tomé sus pies descalzos y los acaricié con mis manos. Eran suaves y me hicieron sentir una ternura increíble…
—No vas a perderme... además, yo no valgo tanto para que la Parca se tome la molestia de subir hasta las nubes a
buscarme...
Se recostó en su silla, mirando hacia el techo.
—Pero esta vez voy a luchar por conservar lo que quiero... No va a pasar como las otras veces...
Se levantó y después de darme un beso, desapareció en el exterior. Sus borceguíes y medias quedaron junto a mí.
Los tomé y me los llevé a mi barraca, poniéndolos junto a mis pertenencias más queridas.

Algunas horas más tarde, sobre la hora de partida, caminé hasta mi avión al que yo había bautizado «Pucará III»
en recuerdo de los aviones tipo A que combatían en las islas Malvinas en 1982. Mi bisabuelo volaba uno de esos
en la guerra que perdiéramos contra los británicos. Pero no murió allí sino en un estúpido accidente de coche en
Salta.
Me resultó extraño que entre el centenar de pilotos, artilleros y bombarderos no se encontrara aún Tatiana.
Nuestros aviones, el de Tatiana y el mío, estaban uno al lado del otro en un singular guiño por parte de los
mecánicos a los que agradecí con un gesto de mi cabeza y una sonrisa. Estuvimos formados por quince minutos
hasta que ella se aproximó desde la barraca. Nos hablaría allí mismo, ya que todo lo que se tenía que discutir
sobre la misión se había hecho varias horas antes, en la sala de conferencias.
La orden de Stalin III era tajante y no cabían demasiadas opiniones al respecto: «Derriben todo lo que se les cruce,
y no sean parcos en inflingir la muerte a nuestros enemigos».
Tatiana estaba formidable. Llevaba un mono de color negro, con bordados en púrpura que representaban un león
rampante. Yo sabía que ese había era el escudo de armas de sus antepasados y que solamente lo portaba en
ocasiones especiales. Bajo su brazo derecho sostenía el casco negro con una calavera con una hoz y un martillo
bajo la mandíbula. El símbolo original de los Mordedores; el casco de su padre que quizás le hicieran llegar esa
misma mañana en el transporte.
—Antes que nada, quiero aclararles que la misión a la que vamos es sumamente difícil. Probablemente una parte de
nosotros no regrese; ese es un hecho. El enemigo ha concentrado un gran contingente de naves de última
generación que provienen de cuatro portaviones: el Alabama, Nimitz, Enterprise y George W. Bush. De los navíos
se encargará el escuadrón de bombarderos 24. Ustedes, deberán hundir a esos hijos de puta, mientras que nosotros
eliminaremos la oleada de cazas y aviones tipo A que el enemigo está haciendo despegar de sus plataformas. Esto
ya lo sabían, pero quería repetírselos nuevamente. Por otra parte... deseo que sepan que en el tiempo que estuvimos
juntos, fueron una familia para mí. Si sobrevivo a esta misión, el Alto Mando Mordedor me ha requerido en su
base de Murmansk. Ellos consideran que estoy apta para integrar la fuerza más grande que ha dado la humanidad,
los Mordedores... Quieren que desempeñe el puesto de mi padre, y he aceptado.

Una exclamación aprobatoria surgió de los presentes. En cambio, yo estaba desolado porque sabía que nuestra
separación, probablemente sería definitiva.
—Muchas gracias a todos por los momentos que pasamos juntos en este comando, y espero que no defrauden la
confianza que Stalin III, ha puesto en cada uno de ustedes y ahora: ¡Vamos a patearles el culo a esos anormales!
— ¡Si, mi Coronel! —gritaron todos, y corrieron hacia sus aviones. Yo trepé hasta el cockpit de mi Piranha y me
acomodé en el asiento, mientras cerraba los arneses y encendía los sistemas de apoyo de combate. En ese momento,
sentí una sensación extraña, como si fuera observado. Giré mi cabeza hacia el Mig de Tatiana y pude ver que ella
aún no había bajado el Kevxiglás de su cabina. Con un movimiento de su mano, hizo que esta descendiera
lentamente, mientras sus ojos brillantes y enormes, desaparecían en la oscuridad del polímero mate.
Así me quedé, con la imagen de sus bellos ojos turquesa que me observaban con una expresión de cariño y
desolación a la vez.
Despegamos en escuadrones y nos separamos a los pocos minutos. Una sensación de pérdida me vino cuando las
formas de los bombarderos disminuyeron hasta desaparecer, más allá de la orilla del océano verde. Nosotros
continuamos. Impediríamos que los cazas y aviones de ataque que barrían la zona selvática, regresaran para
auxiliar a sus "carriers" de la ofensiva fulminante a la que les sometería nuestra fuerza aérea.

La estrategia de vuelo que utilizábamos era simple. Avanzábamos en amplios zigzags a pocos metros de las copas
de los árboles, evitando un posible ataque de baterías terrestres automáticas camufladas bajo los troncos y las
tupidas copas, y escamoteándonos a los sensores satelitales gracias a la forma "Stealth" de nuestros Piraña y
Huragá. Avanzamos más de media hora, cuando los TM detectaron dos escuadrones de F-30C que se desplazaban
en una ruta de retorno a sus portaaviones. El bombardeo había comenzado y ellos intentaban regresar para
auxiliar a las moles. Ante un movimiento del ala del caza de Tatiana, nos desprendimos de las copas de los árboles
y nos lanzamos sobre una fuerza muy superior en cantidad y aviónica. A pesar de que nuestros cazas eran más
antiguos que los suyos, teníamos dos ventajas tácticas. La sorpresa, y la seguridad en la respuesta de nuestros
vehículos mucho más maniobrables.
En el primer ataque, media docena de F-90C se desintegraron en el aire, víctimas de nuestros misiles. Tres más
cayeron por fallas en los sistemas de vuelo, y cuatro bajo la metralla de nuestras Volcano. A pesar de su sorpresa,
un numeroso grupo de veteranos giraron y se lanzaron sobre nosotros. Wong y Claudia fueron derribados. En
ninguno de los dos casos pude ver sus eyectores. Ascendí un centenar de metros y dejé que uno de ellos se situara
detrás de mi cola. Esta maniobra antigua se había llamado "la Cobra de Pugachov", y consistía en elevar un poco
la nariz para utilizar el viento en la panza del caza con un efecto similar al del paracaídas. Esto provocaba un
descenso ostensible de la velocidad pasara por encima del agresor, quedando justo detrás de su cola. Yo sabía que
los Piranhas tenían la conformación exacta para permitir la maniobra. Sus antepasados más remotos, los MIG-29,
eran junto a los SU-27, 33, 35 y 37, los únicos cazas en el siglo XX capaces de lograrlo y el Coronel Pugachov
volaba precisamente uno de ellos cuando creó la maniobra.
Imagino que el piloto yanki que estuvo por abatirme debe haberse sorprendido. Pasé sobre él a mil quinientos
kilómetros por hora y le disparé desde su cola dos ráfagas de 75mm que lo partieron en dos.
Giré y observé a Tatiana unos segundos. Derribaba enemigos con una furia impresionante. Era como que intentaba
hacerle pagar todo su sufrimiento a los pilotos que ahora, trataban de escapar de los disparos de sus
ametralladoras y misiles. Fue en ese momento cuando sucedió lo que ella temía. Había cometido un error táctico
descuidando mi horizonte para observar como le iba a Tatiana. Una de las tácticas que utilizábamos en África era
lo que se llamaba "Combate Mudo". No utilizábamos la radio y cada uno se arreglaba como podía. Sé que parece
una barbaridad, pero funcionaba dada la arquitectura de nuestras naves y el estilo de nuestro ataque. Si uno veía a
un compañero en peligro, se lanzaba en su ayuda solamente si no corría riesgo su propia máquina. Era cruel pero
evitaba que los buenos pilotos cayeran por culpa de los novatos. En mi caso yo actué como un novato y por eso
recibí una ráfaga de Gatlin en el fuselaje. Mi avión comenzó a perder estabilidad y el sistema de armas quedó
trabado por completo. Fue en ese momento cuando nuestra unidad perdió el control de la situación ya que dos
escuadrones enemigos más se unieron a la batalla —apoyo de las bases terrestres—. Intenté enderezar el cuerpo del
Piranha sin éxito; la máquina se me ladeaba hacia el lado izquierdo y si un piloto enemigo se daba cuenta,
quedaría bajo su fuego en segundos. Existía solo una solución, eyectarme, pero las posibilidades de caer prisionero
eran demasiadas ya que nuestros zapadores detectaron semanas antes, señales de una base subterránea enemiga por
la zona. Así que hice lo menos razonable; giré el avión y traté de dirigirlo fuera de la acción. Wheeller recibió un
misil en una de sus alas a pocos metros de mi posición. Pude ver como se eyectaba a tiempo. Mientras el
paracaídas caía hacia la jungla, un Eurofighter hizo un looping y disparó sobre su cuerpo desprotegido,
destrozándolo. Yo no pude soportarlo y me lancé dentro de mis posibilidades contra el avión de ese hijo de puta
sin honor. El tipo se avivó a tiempo y esquivó mi ataque kamikaze, elevándose unos metros. En ese momento me
di cuenta que quedaba a su merced y sin siquiera posibilidades de llevármelo al infierno conmigo. Así que giré el
morro de mi Piranha y esperé la muerte. El tipo dio una vuelta en U y picó sobre mí; pude ver sus Gatlins girando
para escupir su carga sobre mi rostro. Fue en ese momento cuando Tatiana apareció frente a mí. Es probable que
siguiera toda la acción y después de eliminar un par de cazas más, viniera en mi ayuda. Pero ya era tarde para
tratar de poner al F en la mira y se le habían terminado los misiles. Hizo lo único que podía hacer, algo que yo no
hubiera querido.
Recordé sus palabras.
—No dejaré que nadie me saque lo que es mío...
El Piranha rojo de Tatiana se interpuso en el fuego del enemigo y estalló en llamas. Yo asistí impotente a la
muerte de mi amada desde el sillón de mi caza; como el impasible espectador de una película de guerra.
Los restos del avión de Tatiana cayeron lentamente hacia la jungla, mientras yo creía ver entre los fragmentos del
cockpit, sus ojos que me observaban con una infinita tristeza. Pero no podía quedarme allí eternamente. El asesino
volvía otra vez al ataque después de dar una vuelta para esquivar la explosión e interiormente, festejar su
formidable victoria. En ese instante medité sobre el sacrificio de ella, y el motivo por el que lo había hecho: Yo.
No podía permitir que éste fuera en vano, así que jugando a la maniobrabilidad del MIG, le di un golpe al timón
y me lancé sobre el yanki sin que este pudiera hacer nada para repelerme. A pesar del movimiento que hizo para
intentar esquivarme, yo había apuntado bien y me eyecté unos pocos segundos antes del impacto.
Lo último que recuerdo es que desperté entre las ramas de un árbol y después de vagar un par de horas encontré al
piloto que había asesinado a Tatiana. Era un As, un Coronel que tenía más de cien victorias en noráfrica —
obviamente la mayoría sobre pilotos árabes— y al que conocí una vez en nuestra base palestina. Estaba herido y me
pidió ayuda; incluso murmuró mi nombre y trató de sonreír... pero no quiero hablar de lo que le hice y de todo lo
que pasó en los meses que siguieron a ese día terrible... Eso lo puede encontrar en cualquier informe de rutina de
los cantones locales o probablemente en algún libro de Antropología Cultural del futuro próximo.
Solamente una cosa más: Tatiana fue enterrada en una sepultura segura, lo mismo que casi todos mis compañeros
de escuadrón, al menos los que pude encontrar. Al poco tiempo de reaccionar cuando me regresaron a la base, di
su posición y sus cuerpos fueron exhumados y trasladados a Moscú. Todos los viernes voy a su tumba y le dejo un
ramo de rosas rojas. Petrov sabe eso y trata de que no tenga misiones ese día. Hasta ahora, nunca falté y espero que
el día que no esté, regrese para dormir junto a ella para siempre. Pero esto es un deseo personal y la realidad es
completamente independiente de los deseos, por desgracia.

RB.

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