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El Contrato Internacional
Caracas, 2003
Tabla de Contenido
INTRODUCCIÓN 3
CONCLUSIONES 27
REFERENCIAS 28
IINNTTRROODDUUCCCCIIÓÓNN
La internacionalización de las relaciones es parte fundamental de la dinámica
comercial actual. Los mercados internos son cada vez más restringidos y los
productores se ven en la necesidad de vender sus bienes en el exterior y los
importadores de adquirir productos inexistentes o insuficientes en sus plazas. Esto
además trae consigo alianzas entre empresas, contratación de servicios de transporte y
de aduanas, redes de distribución, etc.
Este flujo comercial, puede verse entorpecido por el desconocimiento o por el
conflicto entre diversas leyes internas. A pesar de los esfuerzos que se han hecho en el
ámbito mundial, regional y local, las divergencias entre las legislaciones contractuales
producen trabas al comercio internacional “pueden prohibir, impedir o hacer que dichas
transacciones sean poco ventajosas” (Comisión de las Comunidades Europeas, 2003:
11), en especial para la pequeña y mediana empresa que muchas veces no puede
asumir los altos costos de la asesoría jurídica. “Como consecuencia de ello, las PYME
renunciarán a las actividades en el extranjero o estarán en una posición de clara
desventaja competitiva con respecto a las empresas nacionales” (Pág. 12).
No obstante, la extensión y las dificultades que presenta la materia contractual,
se realizará una aproximación al tema haciendo especial énfasis en la legislación
vigente en Venezuela, tanto la de origen interno, como las fuentes internacionales. En
este sentido, se prestará especial atención a la Ley de Derecho Internacional Privado
[Ley de DIP] (1998) y a la Convención Interamericana sobre Derecho Aplicable a los
Contratos Internacionales [CIDIP-V], ratificada tanto por México como por Venezuela y
aprobada durante la Quinta Conferencia Especializada Interamericana sobre Derecho
Internacional Privado (OEA, 1994).
Ambos textos normativos han marcado un hito tan importante en materia
contractual, que se hace referencia a un régimen clásico y un régimen moderno, antes y
después de su entrada en vigencia (Giral Pimentel, J. A., 1999). Por lo tanto, se hará
especial hincapié en el actual sistema, tocando solo de manera referencial el extinto
régimen, que todavía rige aquellos contratos perfeccionados antes de la entrada en
vigencia de la Ley de DIP, ya que como afirma Hernández-Bretón (1998), con la Ley de
Derecho Internacional Privado “se cerrarán y abrirán nuevos capítulos en la historia del
derecho venezolano”.
La complejidad de la materia contractual, se ve reflejada en el desarrollo del Plan
de Acción de la Comisión de las Comunidades Europeas (2003) hacia Un derecho
contractual europeo más coherente. Entre las dificultades que se señalan para alcanzar
los objetivos están: las diferencias entre las legislaciones internas en la materia; la
vaguedad o falta de definición de términos básicos como contrato y daño: “Dada la
ausencia de definiciones comunes o la existencia de definiciones demasiado vagas en
las directivas, los legisladores nacionales disponen de un gran margen de libertad en la
aplicación” (Pág. 9); la situación de inseguridad jurídica que se ha generado, cuando en
el ámbito interno hay coexistencia de la ley nacional y la ley creada según las directivas
propuestas. Es decir, incluso, a partir de leyes modelo o directivas, se producen graves
conflictos de leyes, que son de difícil solución.
En Venezuela, antes de la entrada en vigencia de la CIDIP-V y la Ley de DIP, la
complejidad de la temática contractual, no era consecuencia solo del conflicto de leyes
entre los diferentes estados vinculados al contrato, sino de la dispersión e
incongruencia de las normas de derecho internacional privado en el ámbito interno; la
anacronía entre la legislación interna y los tratados internacionales ratificados por
Venezuela; así como el desconocimiento de sus formas de aplicación, sobre todo el uso
desmedido del artículo 8 del Código de Procedimiento Civil, constantemente esgrimido
por los jueces como pretexto para no aplicar las leyes extrajeras en el territorio
venezolano:
La coexistencia de dos elementos antagónicos, esto es, un sistema
estatutario con factor de conexión nacionalidad, por una parte y la
vigencia de una disposición absolutamente territorialista, por la otra,
motivaron la aplicación abusiva de la lex fori por parte de los tribunales
venezolanos (De Maekelt, T. B., 2000).
La actual codificación venezolana de derecho internacional privado, marcó el fin
del llamado Hibridismo Antagónico y finalmente le confirió coherencia a la materia en la
legislación interna. Tal como se establece en la Exposición de Motivos de la Ley de DIP
(1998), los artículos 29, 30 y 31 trataron de condensar los principios de la CIDIP-V
(1994) y de la lex mercatoria, de tal forma de evitar las discrepancias entre la normativa
interna y la internacional, generando un entorno jurídico mucho más favorable para la
materia contractual y por lo tanto, para el comercio internacional.
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DEEFFIINNIICCIIÓÓNN YY CCAARRAACCTTEERRÍÍSSTTIICCAASS
Uno de los primeros obstáculos con que nos encontramos al tratar el tema del
contrato internacional es justamente su definición. No simplemente porque haya
divergencias entre los doctrinarios o entre las legislaciones que lo regulan, sino porque
no existe un criterio único o al menos, ampliamente aceptado que pueda utilizarse en la
mayoría de los casos. Sin embargo, se dará un recorrido por algunas definiciones para
tratar de comprender cómo distinguir cuando se está frente a un contrato internacional.
Antes de profundizar en el contrato internacional, es importante aclarar algunas
nociones acerca del contrato en general. El término contrato, señala Silvia Contarino
(2000) posee cuatro acepciones: 1) documento, considerado como ente tangible de la
manifestación del acto jurídico; 2) acto jurídico, se refiere al contrato como institución, el
cual se realiza con un objetivo generalmente económico, 3) Fuente de derechos y
obligaciones, es decir “una declaración común de voluntad de los contratantes que tiene
por finalidad inmediata regir su relación estableciendo derechos y deberes” (p. 34); 4)
Medio de prueba o forma constitutiva, el contrato visto como norma jurídica que
establece un nexo entre los contratantes y regula su relación. Estas acepciones también
pueden interpretarse como elementos de un todo que desagregado no tendría sentido.
El contrato, que proviene del latín contractus que quiere decir unir, es un
“acuerdo de voluntades reconocido por el derecho civil, dirigido a crear obligaciones
civilmente exigibles” (Demarchi, G., s.f.), es decir, su objetivo es crear un derecho
propio solo para las partes que deciden aceptarlo de forma voluntaria. Es interesante
destacar que en el derecho estadounidense, el término contract no necesariamente
implica la voluntad de ambas partes, “sino también el acto unilateral que engendra
obligación sin necesidad de aceptación” (Romero, F., 2000: 215).
Silvia Contarino (2000) estable la división analítica del contrato en 4 etapas: 1)
Formación: negociación, acuerdo y redacción del contrato; 2) Celebración; 3) Ejecución:
Cumplimiento, incumplimiento, cumplimiento defectuoso, solución del conflicto; 4)
Extinción.
Sin embargo, cuando al término contrato se le agrega el calificativo de
internacional, la definición entra en un terreno mucho más escabroso: “una definición
única aplicable, por igual, a todos los contratos no puede ser dada, sin incurrir en
imprecisión, debido a la variedad y complejidad de los contratos” (Romero, F., 2000:
211).
Según explica la profesora Fabiola Romero (2000), será la labor del juez definir
la internacionalidad o no de un contrato, siguiendo como pauta las normas contenidas
en las convenciones internacionales, la codificación interna del foro o los principios
generales de derecho. En el caso venezolano deberá seguirse la jerarquía establecida
en el primer artículo de la Ley de Derecho Internacional Privado (1998).
En este mismo sentido, explica Olga María Dos Santos (2000) que el solo hecho
de incluir elementos extranjeros, no siempre es suficiente para que un contrato sea
considerado internacional, es necesario que el elemento sea de relevancia, por esta
razón, en algunos textos legales se hace referencia a la necesidad del análisis en cada
caso específico.
No obstante, UNIDROIT (1994b), establece la definición de contrato internacional
en unos términos bastante amplios, tratando de abarcar todos los casos:
The international character of a contract may be defined in a great
variety of ways. The solutions adopted in both national and international
legislation range from a reference to the place of business or habitual
residence of the parties in different countries to the adoption of more
general criteria such as the contract having "significant connections with
more than one State", "involving a choice between the laws of different
States", or "affecting the interests of international trade".
The Principles do not expressly lay down any of these criteria. The
assumption, however, is that the concept of "international" contracts
should be given the broadest possible interpretation, so as ultimately to
exclude only those situations where no international element at all is
involved, i.e. where all the relevant elements of the contract in question
are connected with one country only.
Esta descripción acepta como criterio para la internacionalidad, tanto elementos
objetivos, como elementos subjetivos dentro del contrato, a diferencia de la CIDIP-V,
que se verá más adelante. Esta definición es tan extensa que atendiendo a sus
directrices, bien podría juzgarse un contrato interno, como internacional. Por ejemplo,
un contrato donde una de las partes sea de nacionalidad italiana, auque sea domiciliada
en Venezuela y el resto de los elementos pertenecieran al derecho interno venezolano,
la sola nacionalidad, le daría carácter internacional al contrato, cuando en realidad no
sería un elemento relevante, dado que todos los elementos objetivos se encuentran en
territorio venezolano.
Dada la complejidad de las definiciones, la doctrina venezolana evita la
elaboración del concepto de contrato internacional (Romero, F., 2000; Dos Santos P.,
O. M., 2000; Giral Pimentel, J. A., 1999), sin embargo la legislación no ha podido darse
ese lujo. Es de allí de donde se partirá para entender cuales criterios pueden utilizarse
para definir la internacionalidad o no de un contrato.
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Contratos de Compraventa
Internacional de Mercaderías, también conocida como Convención de Viena (1980:
Artículo primero), establece como criterio inicial para su aplicación que los contratos en
los cuales las partes “tengan sus establecimientos en Estados diferentes”, sin embargo
este criterio no se tomará en cuenta “cuando ello no resulte del contrato, ni de los tratos
entre ellas, ni de información revelada por las partes en cualquier momento antes de la
celebración del contrato o en el momento de su celebración” y se aclara que no serán
criterios para su aplicación la nacionalidad de las partes, ni el carácter civil o comercial
de las partes o del contrato.
En el caso del Convenio de Roma sobre la ley Aplicable a las Obligaciones
Contractuales presentado en el seno de la entonces Comunidad Económica Europea
(1980), se establece el ámbito de acción del documento a los contratos que presenten
conflicto de leyes. Es decir, el conflicto de leyes será el criterio para definir la
internacionalidad en materia contractual. Inclusive, la elección de las partes de un
derecho extranjero para regir el contrato, le dará el carácter internacional, aunque el
resto de los elementos sean internos (A. L. Calvo Caravaca y J. Carrascosa González
en Dos Santos, O. M., 2000).
La CIDIP-V en su artículo primero establece que un contrato será considerado
internacional: “si las partes del mismo tienen su residencia habitual o su establecimiento
en Estados Partes diferentes, o si el contrato tiene contactos objetivos con más de un
Estado Parte” (OEA, 1994: Artículo 1). Es decir, es la relevancia del elemento de
extranjería lo que lo hace internacional.1
1
Este último texto es el vigente dentro de la legislación venezolana. No así, los dos antes mencionados.
Finalmente, como explica la profesora Dos Santos (2000), será frente a casos
específicos, que el juez venezolano tendrá la tarea de definir si un contrato es o no
internacional, de acuerdo al artículo primero de la Ley de DIP, con base en la legislación
vigente ya sean normas de Derecho Internacional Público, normas de Derecho
Internacional Privado, o a falta de estas se deberá guiar por la analogía “lo que podría
incluso conducir a la aplicación de criterios y definiciones contenidas en otras fuentes
internacionales” (Pág. 11) o, finalmente se recurrirá a los principios de Derecho
Internacional Privado generalmente aceptados.
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REESSEEÑÑAA HHIISSTTÓÓRRIICCAA
La evolución del contrato internacional, así como de su legislación aplicable,
están íntimamente ligados con el desarrollo del comercio internacional, pues en la
medida que el intercambio entre pueblos se fue haciendo más complejo y dinámico,
cada vez más se hacía necesaria la aplicación de soluciones práctica para la arreglo de
las controversias existentes.
Es en la Edad Media cuando comienza a surgir la preocupación por reglamentar
el comercio, pues a partir de entonces las relaciones comerciales salieron de la esfera
de los señoríos feudales, con la ampliación de los mercados y con la gestación de las
naciones como hoy las conocemos.
En la medida que fue creciendo el comercio internacional, aumentaban los
problemas jurídicos pues las transacciones internacionales se topaban con una
diversidad legislativa, en las que prevalecía el criterio de territorialidad de la ley,
destacándose en esta época el sistema de partidas español, según el cual, la ley era
obligatoria para todos los súbditos, incluso para aquellas personas que celebren
contratos en España, aun cuando fueren súbditos de otro estado (Rouvier, J. M., 1996).
Para Fabiola Romero (1996: 217), las primeras soluciones fueron aportadas por
los glosadores y postglosadores del siglo XII “quienes sometieron a los actos, en
general, al lugar de conclusión”.
Luego fueron los estatutarios italianos del siglo XIII, entre ellos R. Curtius, J.
Balduino, entre otros, buscando establecer seguridad jurídica a los acuerdos que se
alcanzaban entre partes de ciudades distintas, cada una con su propia legislación,
señalaron, señalaron que los contratos internacionales debían regularse por la ley del
país de su celebración. (Carrascosa González, J., 2000)
Luego, aparecen las propuestas de Guillermo de Cúneo, postglosador francés, y
Bártolus de Sassoferrato en el siglo XIV, diferenciaron la forma del contrato (sometido al
principio de locus regit actum) del fondo del mismo. Carlos Dumolín (S. XVI) quien
mantuvo la fórmula de regir la forma según el locus regit actum, pero señala que la
autonomía de las partes debe prevalecer (Ramos Rodríguez, S., 1998), ya que a su
juicio, el acto jurídico es obra de las personas:
“Ellas le dan nacimiento y establecen su contenido disponiendo de
antemano sus consecuencias futuras: cuando ha de cumplirse, cómo
ha de cumplirse, qué efectos producirá su incumplimiento, etc. De
modo que las personas pueden prever explícitamente todas las
consecuencias futuras del acto, pero pueden preverlas implícitamente
disponiendo que lo que no fue explícitamente previsto se regulará por
el estatuto de la ciudad” (Romero, F., 2000: 219)
Más adelante, Federico Carlos Von Savigny (S. XIX) aplicó para los contratos su
principio para la solución de conflictos, según el cual cualquier arreglo debe
determinarse por la aplicación que esté “más conforme con la relación jurídica. De
acuerdo con su sistema a cada relación jurídica se le debe aplicar la ley que esté más
de acuerdo con su naturaleza esencial y propia” (Rouvier, J. M., 1996: 192), es decir,
hay que precisar las circunstancias o factores de conexión a fin de poder establecer la
competencia jurídica, de la cual depende la aplicabilidad de la ley (Bonilla Alfaro, M. C.,
1994).
En consecuencia, como señala Rouvier (1996) las obligaciones contractuales
están sometidas a la ley del lugar de ejecución (lex loci executionis), en tanto que “los
conflictos jurídicos que surjan habrán de resolverse por los jueces del lugar” (Monroy
Cabra, M. G. 1999). Como ejemplo, las obligaciones contractuales establecidas en
Venezuela están sometidas a la legislación nacional, no así los efectos que se
producen en el exterior, que no están sujetos a las leyes venezolanas.
Igualmente, la voluntad de las partes es también un aspecto importante. Para
este caso, si las partes no establecen el lugar de ejecución de manera expresa o tácita,
entonces indica Savigny que el juez debe acudir a las presunciones para determinarlo,
pero, cuando no puede llegarse a tal presunción se fija como lugar de ejecución del
domicilio del deudor: “Todas las reglas descansan en la presunción de que el deudor se
halla sometido voluntariamente a un derecho local determinado” (Romero, F., 2000:
222).
Por último, se encuentra la teoría del jurista italiano Pascuale Stanislao Mancini
quien mantiene la autonomía de las partes como determinante para la aplicación de la
ley (da Silva Filho, A. A., 2000).
Mancini establece una distinción entre las leyes que regulan la libertad privada o
individual con la soberanía estatal. A esta última le corresponderían las leyes que
garantizan y vigilan el orden público, a la libertad individual le corresponden leyes de
carácter privado, entre las que existen las leyes necesarias, relacionadas al derecho de
familia y sucesiones, y leyes voluntarias, que norman los bienes y los contratos, por su
carácter de voluntarias, pueden ser adoptadas o rechazadas lo que refuerza la idea de
la autonomía de las partes, “el derecho internacional privado se limita a indagar la
intención de las partes y, en ocasiones, presumir la voluntad para aplicarla” (Romero,
F., 2000: 223).
2
“El término ‘ley local’ parece estar referido al lugar de ejecución, no obstante que el mismo Código en el art 3 (II)
denomina leyes ‘territoriales, locales o de orden público internacional’ ‘a las que obligan por igual a cuantos
residentes en el territorio, sean o no nacionales”. (nota de la autora)
incapacidad para prestar el consentimiento (art. 176) (Romero, F.,
2000:228)
Lo importante es que el dépeçage tiene como restricción las normas de
aplicación inmediata. Asimismo, Tatiana de Maekelt (en Romero, F., 2000) señala que
la continua aplicación de la institución del orden público el en Código de Bustamante
conduce a la aplicación del derecho del foro. Igualmente se produce confusión en el uso
de las expresiones: ley local, ley territorial, y ley del lugar.
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La descripción del derecho aplicable al contrato internacional en Venezuela es el
objeto central de esta investigación. Antes de la aprobación en nuestro país de la Ley
de Derecho Internacional Privado (1998) y de la CIDIP-V (1995), el contrato era
regulado por medio de una legislación dispersa y en algunos casos contradictoria (de
Maekelt, T., 2000).
Esta situación era la misma en el mundo hasta hace pocas décadas, cuando
comenzó a plantearse soluciones a los conflictos surgidos por legislaciones diferentes,
por medio de la búsqueda de uniformidad a través de convenciones, leyes modelos, etc.
(Romero, F., 2000)
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Formación del Contrato. Existencia y validez.
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Aunque el código de Bustamante mantuvo la regla de locus regit actum y locus regis formam actus, también realizó
la excepción de exigir “para ciertos casos la adopción de formas o solemnidades requeridas por la ley del lugar de la
ejecución...” (artículo 180 en Dos Santos, O., 1999:69)
Este señalamiento es señalado también por Giral Pimentel (1999), quien dice
que la Ley de DIP (1998) no establece calificaciones sobre el lugar de celebración del
acto, como si se presenta en la CIDIP-V que indica los dos supuestos antes
mencionados, al igual que en el numeral 3º del artículo 37 el cual señala el domicilio
común de sus otorgantes, y no clarifica qué pasa cuando están ubicados en
jurisdicciones diferentes.
La CIDIP-V coincide con la Ley de DIP (1998) en cuanto a la no obligatoriedad
de aplicar la ley del lugar de ejecución del acto para que la forma del contrato adquiera
validez, pues reconoce el derecho del lugar de ejecución para los casos de que las
partes estén en el mismo o en diferentes estados.
Por otra parte, otro aspecto relevante en cuanto al domicilio como factor de
conexión, es que el artículo 15 de la Ley de DIP (1998) indica que: “Las disposiciones
de este capítulo se aplican siempre que esta Ley se refiera al domicilio de una persona
física y, en general, cuando el domicilio constituye un medio de determinar el Derecho
aplicable o la jurisdicción de los tribunales”.
La posible solución podría hallarse en la analogía, si se considera el lugar de
constitución de la persona jurídica como su domicilio. Señala Giral Pimentel que esta
solución podría ser aplicable a todos los estados menos a los que ratificaron la
Convención Interamericana, ya que para esta el domicilio común no es un factor de
conexión, como ya se ha visto.
El Reenvío
El reenvío es una institución del Derecho Internacional Privado, según la cual el
derecho extranjero debe aplicarse como un todo, no solo el derecho material, sino
también el formal (Giral Pimentel, J. A., 1999).
Según explica la profesora Fabiola Romero (2000) el reenvío ha sido excluido en
la mayoría de las convenciones sobre derecho contractual, en el caso de ausencia de la
cláusula del derecho aplicable, esto se justifica “por la función localizadora que permite
determinar con cuál ordenamiento jurídico estatal se encuentra más vinculado el
contrato, la cual quedaría afectada si se acepta el reenvío” (p. 257). En presencia de la
autonomía de las partes, el reenvío estaría privando a las partes de su derecho de
escoger el derecho aplicable.
El reenvío de primero y segundo grado quedó consagrado en la Ley de Derecho
Internacional Privado (1998) en el artículo 4:
Cuando el Derecho extranjero competente declare aplicable el Derecho
de un tercer Estado que, a su vez, se declare competente, deberá
aplicarse el Derecho interno de ese tercer Estado.
Cuando el Derecho extranjero competente declare aplicable el Derecho
venezolano, deberá aplicarse ese Derecho.
En los casos no previstos en los dos párrafos anteriores, deberá
aplicarse el Derecho interno del Estado que declare competente la
norma venezolana de conflicto.
Romero (2000) explica que a pesar de que esta norma no contempla
excepciones, esta se puede rechazar en materia contractual, “teniendo en cuenta que
tal rechazo constituye un principio generalmente admitido en esta materia” (p. 258).
Dado que en la exposición de motivos de la Ley de DIP (1998) quedó establecido
que la materia contractual se inspiró en los principios de la CIDIP-V (OEA, 1994) Se
pueden recurrir a estos principios para establecer, en materia contractual, una
excepción al reenvío establecido en las disposiciones generales del la Ley de DIP
(1998).
Red Judicial Europea en Materia Civil y Mercantil, Unión Europea. (2003). El juez no
siempre aplica la ley de su propio país. Obtenido el 20 de julio de 2003 en
http://europa.eu.int/comm/justice_home/ejn/applicable_law/applicable_law_gen_e
s.htm
Rouvier, J.M. (1996). Derecho Internacional Privado. Parte General [3ª Edición].
Maracaibo: Editorial de la Universidad del Zulia.
UNIDROIT, International Institute for the Unification of Private Law (1994a). Convención
de UNIDROIT sobre arrendamiento financiero internacional [Versión electrónica].
Roma: Autor. Obtenido el 10 de julio de 2003 en
http://www.unidroit.org/spanish/conventions/leasing/leasing-convention.pdf
UNIDROIT, International Institute for the Unification of Private Law (1994b). Principles of
International Commercial Contracts [Versión electrónica]. Roma: Autor. Obtenido
el 4 de julio de 2003 en http://www.unidroit.org/english/principles/contents.htm