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2010
Edición
ZONA LITERATURA
http://zonaliteratura.com
Diseño y maquetación
HURLINGHAM DIFUSIÓN
http://www.hurlinghamdifusion.com.ar
Violetas
Violetas, de Víctor de la Hoz > 8
Plaza Constitución
Constitución, cuento de Roberto Rowies > 26
El velorio
velorio, de Ana Rosa López Villegas > 31
El rostro de Lima
Lima, de Leonardo Ledesma Watson > 35
El Parque
Parque, de Juan Muriel > 52
Vida de película
película, de Camila Bordamalo > 55
Tostada
ostada, de Lautaro García > 56
After office,
office de Giselle Aronson > 59
En llamas
llamas, de Rafael F. Aguirre > 61
Baños árabes
árabes, de Eva Gutierrez Pardina > 70
El Rostro
Rostro, cuento de Emilio Durán > 78
Víctor de la Hoz
1985, Barranquilla, Colombia. Desde muy joven despertó una
inclinación hacia las letras y la historia, y leyó sus primeros
textos a los 17 años en distintas casas de cultura de Bogotá.
Inicia sus estudios en Antropología y posteriormente en Historia.
Ha participado en diversos concursos literarios. Actualmente, se
encuentra terminando su Licenciatura de Historia en la
Universidad del Atlántico (Barranquilla).
E
ntre violetas y sueños, vivía un ser encantado de miedo y
sonrojo. Era un hada, que no tenía alas, solo ilusiones
colgadas cual listón de seda que cae de su cabello. Los
colores adornaban la palidez de su rostro, pues muchas lunas
habían pasado en desvelo, buscando la manera de emprender su
travesía por el cielo. En el centro de su pecho, habitaba el hue-
co, el péndulo de su magia, que podía llenar a su antojo: Un
hueco que era naranja, que era azul… Que Era… lo que quería
ser, en cualquier momento, pero la magia no funcionaba tan es-
pléndida cuando amar quería soñar.
Por las noches salía a recoger migajas de luna y las acomoda-
ba en las puntas de sus cabellos, luego comía pétalos de viole-
tas, y en sus ojos se acomodaba el cielo. Caminaba, no podía
hacer más que caminar, entre noches con eco de búho, y árboles
de sueños rotos, paraísos de “un día será”. Más “ese día” se es-
condía de todos los soles, y nunca veía despertar.
Cierta vez, cansada de lunas, y violetas, transitaba en línea
N
o había qué comer, ni siquiera había sal para hacer sopa
con una tortilla dura para engañar a los cuatro chiqui-
llos que tenía.
Ellos, muy inteligentes, decían: -Vámonos a dormir tempra-
no para no sentir el hambre, ya que muchas veces llegaba a do-
ler.
Ella se sentía deprimida. Su esposo se había ido a la guerrilla,
muriendo en batalla y ella no sabía hacer ningún oficio que le
diera dinero para comprar comida, porque en aquella época las
mujeres solo servían para los oficios de la casa y así se casó ella,
con esa ilusión de juntos para siempre…
Comían cuando alguien se acordaba de ella o cuando, por la-
var una ropilla ajena que muy pocas veces le traía una vecina,
esta mujer bondadosa, decía que para ayudarla y para que no se
sintiera ofendida, le pagaba una platilla, además le regalaba al-
guna cosa, porque la conciencia no la dejaba entrar a esa casa
toda destartalada y ver a esos chiquitos muertos de hambre. No
es que esta vecina tuviera dinero, no, pero era una señora gene-
rosa y cuanto podía ahorrar se lo pagaba a ella para que comiera,
Rafael Torres
1961, México DF, México. Médico Veterinario y Zootecnista.
Escribe desde hace 8 años aproximadamente, primero poesía
(tiene dos poemarios sin publicar). Realizò cursos de poesía,
escritura creativa y corrección de estilo en emagister.com, y
participa en talleres en línea como “Taller Milenio” y “Al abordaje
de las letras”. Publica habitualmente en dos blogs: “La Villa
Strangiato” y “En el lado oscuro de la página”.
O
swaldo veía como aquel hombre regordete sorbía de un
recipiente despostillado, un humeante brebaje negruz
co con olor a café rancio. Después de cada sorbo emitía
un ruidoso sonido de satisfacción. Pensaba en las nubes espesas
y oscuras de aquel día, por lo que supuso que debería ser una
noche profundamente sombría.
Sentado y con las manos atadas al respaldo de la silla obser-
vaba las absurdas formas que un foco de cien watts generaba, a
pesar de que oscilaba en su cara y lo deslumbraba. Podía ver
como la sombra de aspecto porcino del hombre regordete, se
movía en sentido contrario a la luz. Iba de la puerta de lámina,
hasta la pequeña ventana y se bamboleaba con la silueta del
otro tipo. Un viejo de facciones escabrosas que de pie lo miraba
fijamente, esbozando una sonrisa retorcida por las profundas
huellas que había dejado el acné en su cara. Con dos dedos asía
un cigarro que se llevaba a los labios. Aspiraba hasta formar dos
huecos en los carrillos que hacían resaltar sus pómulos, para luego
echar un humo espeso y penetrante.
Oswaldo pasó la lengua por sus labios dromedarios y agrieta-
dos y miró hacia el techo mohoso por la humedad. A pesar de su
Roberto Rowies
1983, Buenos Aires, Argentina. Cursó Filosofía y Letras y
Dirección Orquestal. Ha participado en diversos concursos:
finalista en el organizado por De los cuatro vientos; finalista del
"II Certamen Nacional de Poesía y Cuento Breve de Ediciones
Ruinas Circulares". Dos libros de relatos publicados: Política
Sudaka (Eureka, 2009) y Esquiso, en colaboración (Eureka,
2010). Trabaja en un libro de ensayos sobre música clásica.
E
s una frase que poco tiene que ver con los sucesos que
voy a narrar, tampoco tienen éstos algo más de irrelevancia
que lo dicho por Neruda. Sin embargo, los encuentro
necesarios y, acaso, imprescindibles para la vida de todo indivi-
duo. Sentado aquí les escribo, o les describo, todo lo que está a
mi alrededor, todo lo que funciona. (Hace más de una hora que
espero, aunque sé que sólo la veré caminar hacia mi por el cami-
no, uno de los dos que hay, sin contar con algunas bifurcaciones
para los dos lados de la plaza, recién en la hora entrante). A la
derecha del sendero de árboles (que divide los dos caminos prin-
cipales que cruzan la plaza) se despliega con toda su gracia un
arenero con varios juegos para chicos y por qué no para algún
mayor con alma de niño; se encuentra a mi derecha también. Yo
lo considero como el alma de la plaza, el símbolo. Sin arenero
con juegos y chicos no existiría lo que se denomina “plaza”. Aquí
no hay chicos.
C
omenzaron a llegar. La puerta entreabierta y el pasillo an-
gosto se llenaron de murmullos, de suspiros y risitas apa-
gadas.
Las viejas con tacones, negras de la cabeza a los pies rezaban
avemarías y padrenuestros sin agotar la saliva. El silencio se
incomodaba ante la letanía.
Dios te salve María,
llena eres de gracia…
Los cirios y las flores se disputaban el ya pesado aire que
flotaba en aquella pieza. Los claveles en especial, yacían tibios
entre la humareda de las velas que esparcía el olor de los inciensos.
Las moscas revoloteaban sobre el ataúd como buitres carni-
ceros; posaban su estiércol sobre la oscura madera y empren-
dían vuelo hasta el cristal de la cabecera, debajo de aquél la cara
del muerto parecía protegida.
Entraban y salían las primas y sobrinas, todas de luto como
hormigas; entraban y salían las tazas del café y los caramelos de
anís.
E
ntre las seis y las siete de la mañana se puede ver el ver
dadero rostro de la ciudad y de aquellas personas que se
arrastran con la ventisca de otoño, de los perros que hur-
gan en los barriles de basura y de algunos canillitas que ya no
son niños. Entre esas horas, Lima sale de la práctica que ha du-
rado toda la noche y enrumba a casa.
Hacía un par de semana que Lima llevaba este ritmo de vida,
el mismo tiempo desde que su novio se había ido y casi un mes
desde que su abuela, con quien vivía, había muerto. Lima cami-
naba cada día al alba para llegar a casa después de una madruga-
da de prácticas en un viejo teatro. Al llegar al portón verde, Lima
sacaba las llaves y era recibida por un lamido húmedo del can
que ahora era su única compañía.
Lima se metía a la bañera con el agua hasta el límite y se
quedaba ahí por una hora, contemplando sus vellos y sus pezo-
nes perfectamente redondos y sonrosados. Salía de la tina, se
peinaba y se colocaba una vincha y un vestido, cogía un libro de
la estantería y leía hasta quedarse dormida. Casi nunca salía de
casa durante el día, por eso muy poca gente de la cuadra la había
visto alguna vez. Muchos especulaban que se trataba de una vieja
E
stoy en Barcelona por tercera vez. No recuerdo como
llegué pero estoy parado frente al módulo de cobro del
Teleférico de Montjuic. Me encuentro indeciso porqué
no estoy seguro de abordarlo, quizá por costoso o quizá por la
angustía, la excitación y el vértigo que provocan la espectacular
vista que promete.
En términos reales, el precio es accesible pero no estoy segu-
ro si para mí. Llegan más personas dispuestas a pagar. No quiero
enfadarlas haciéndoles esperar por lo que me decido de una buena
vez. Meto la mano derecha en la bolsa de mi pantalón y saco un
buen puño de monedas de 10 y 20 céntimos, en su mayoría, que
coloco en mi mano izquierda.
Reunir y contar la cantidad requerida no es tarea sencilla cuan-
do de súbito, los hilos mágicos del destino hacen que aparezcas
tú, mi morena del caribe venezolano. Eres ella, la que sólo habi-
ta en mis pensamientos. Eres tú, quién intensifica mis sueños.
Te acercas susurrándome algo al oído, mientras colocas otro
puño de monedas plateadas de 5 centavos mexicanos sobre mi
mano que de por sí ya se encontraba llena, ahora rebosante. Al
CAPITULO 1
MAXIMO
- Soy Máximo Bongiorno el mejor vendedor de seguros de
vivienda, el único, el más grande.
- Hoy va hacer un gran día – se alentaba Máximo, como si
fuera a jugar un mundial de futbol mientras se miraba en el espe-
jo.
- Haber genio si te apuras que con Mama necesitamos el baño-
le dijo Mary la esposa , mientras golpeaba la puerta del baño –
- La verdad nena, si tu marido es el gran vendedor, podría
traer un poco de plata – comento Pocha la suegra.
Máximo (con cara de odio)
- Cuando no estas dos brujas arruinando mi autoestima, no
importa que no decaiga ¡ Sos un campeón Máximo!- y le dio un
beso al espejo. Salio del baño acomodándose un libro bajo el
brazo “Manual para vendedores exitosos “de Isaac Rabinovich.
Pocha la suegra al entrar al baño se choca con Máximo y a
CAPITULO 2
PORQUE MAXIMO QUERIA SER UN VENDEDOR
DE SEGUROS DE VIVVIENDAS
Máximo desde pequeño admiraba a los vendedores de segu-
ros de vivienda, Los veía pasar con sus maletines por la vereda.
En la esquina de su casa se encontraba la aseguradora.
Los vecinos solidan preguntarle – ¿Qué te gustaría ser cuan-
do seas grande?
Y Máximo orgulloso respondía – Vendedor de seguros de vi-
viendas –
Se paraba en el portón de su casa, cuando los veía pasar los
CAPITULO 3
LA TRANSFORMACION DE MARY Y POCHA..
Un día que Máximo salio a vender perfumes , vio a una chica
que lo deslumbro , sus cabellos largos al viento , su boca parecía
fuego a punto de quemar cualquier labio que se atreviera a darle
un beso , por un instante sintió que todo a su alrededor se para-
lizaba y su corazón comenzó a latir tan pero tan fuerte , como el
galope de miles de caballos corriendo desbocados en una carre-
ra alocada sin fin .
Suavemente y como en cámara lenta se acerco hasta donde
estaba el y con una dulce sonrisa le pregunto ¿Perdón la calle
Vacca?
- Es esta –le contesto Máximo embobado ¿Que dirección
buscas?
- Busco la empresa que vende seguros de vivienda.-
- Ah es ahí… en la esquina-
CAPITULO 4
VENDEDOR DE SEGUROS DE VIVIENDAS
Mientras fueron novios; Máximo le pedía a Mary que le con-
siguiera trabajo en la empresa. Pero esta se negaba por que decía
que si trabajaban juntos, quizá no fuera bueno para la relación
de pareja.
Máximo se decidió a vender autos, libros, parcelas de cemen-
terios, muebles de cocina etc.
Hasta que un día se caso con María de los Ángeles Pérez López
(alias la Mary) y ella decidió renunciar, para ser ama de casa y
cuidar de su amado esposo.
Feliz, muy feliz de estar tan enamorado, y de llevar a su casa
a una esposa tan bella y una suegra tan dulce y poder al fin de
CAPITULO 5
LA CASA DE LA CALLE 13
Luis el gerente lo recibió muy contento, le dio todas las indi-
caciones, también el maletín, la dirección de donde debería ir.
Luis dijo (muy solemne) – les presento a Máximo Bongiorno,
el nuevo vendedor de seguros de vivienda –todos lo saludaron
amablemente.
CAPITULO 6
EL COMPLOT
Al otro día Máximo se levanto temprano, hizo su rutina de
ejercicios frente al espejo.
-Soy el mejor vendedor -
-Y se marcho contento al trabajo-
En la oficina pregunto a sus compañeros por que había re-
nunciado Vladimir.
Todos los vendedores se miraron entre si, sin contestar, hasta
que uno dijo.
-Creo que cuando fue a vender, a la casa de la calle 13, tuvo
un ataque de pánico al igual que Guillermo, Daniel , Eduar-
do……………………..
-No me hagan esas bromas-dijo Máximo algo asustado.
-¡No es un chiste! Es verdad están internados en una clínica
psiquiatrita por estrés.
-El gerente llamo a Máximo y le dijo muy amablemente que
debía regresar a la casa de la calle 13.-
-Máximo salio esta vez un poco preocupado, mientras sus
compañeros le deseaban suerte.
Cuando llego a la casa estaba a punto de tocar el timbre, un
señor abrió la puerta y le dijo
-¿Usted es Máximo ?mi abuela enseguida lo atiende.
Juan Muriel
1976, Córdoba, España. A los 18 años marchó a Madrid para
cursar estudios de Comunicación Audivisual en la Universidad
Complutense y posteriormente de Periodismo en la Universidad
Carlos III. Apasionado del cine, la fotografía y la literatura,
trabaja en televisión y desarrolla su interés por la escritura en el
blog juanmuriel.blogspot.com, en el que se analiza a si mismo y
todo lo que le rodea.
Camila Bordamalo
Bogotá, Colombia. Publicó su primer libro ilustrado de cuento
corto "Perros en el cielo" en 2009. Estudió filología alemana y se
dedica a la traducción y a la ilustración. Escribe cuentos desde
que era una niña y le gustan Paul Bowles, Haruki Murakami,
Julio Cortázar, Heinrich Böll y Kafka, entre otros. En este blog
publica algunas de sus ilustraciones y los fragmentos de una
novela inexistente: www.cuentosalbordedelalocura.blogspot.com.
M
i vida es como una de esas películas largas que cuando
uno cree que ya se van a acabar siguen por un buen
rato más. Al final uno ya no sabe para dónde va la pe-
lícula. Cuando uno cree que algo importante está por pasar no
pasa nada, todo se congela en un eterno preludio que lo mantie-
ne a uno mirando, si, a pesar de todo uno sigue ahí viendo esa
película porque de algún extraño modo promete. Hay tensión,
uno sospecha algún denso conflicto camuflado que puede esta-
llar en cualquier momento.La protagonista tiene la rara costum-
bre de irse de todo antes de tiempo, siempre se está yendo y al
final sólo queda un espacio vacío. Es de esas películas que ter-
minan con escenas de habitaciones vacías, de casas abandona-
das o de jardines solitarios •
Lautaro García
Según el autor: “Identificación. Lo que te pasó, lo que no. Puerco-
espín. Robot. Niño grande, bigotes. Casettes, mi viejo skate. Tiene
sentimientos y escribe sobre eso… sobre el sol, sobre el fin del
mundo, sobre sentirse mal en un día domingo. Todos los días son
domingos cuando se tiene el cuerpo entumecido y la vida te pasa
por al lado, como autos en una autopista. Es complejo y duda en
mostrarse tal cual es, probablemente esta biografía sea mentira”.
A
ndy camina por la Av principal, son las 6 pm. Esta co-
miendo unos caramelos que saca de una bolsa de papel
de color marrón. Sonríe, mira vidrieras, en la esquina la
espera Lee su novio. Al verse se besan y se abrazan. Se dicen
cosas que se dicen los novios y caminan de la mano. Andy y Lee
trabajan en la misma cuadra, viven juntos y comparten todo o
casi todo. Mas tarde están tirados en el sillón viendo una pelícu-
la de zombies, Lee es el mas interesado en la película, ella juega
con el pelo de él, molestándolo un poco. Él se queja y la aleja.
Andy se levanta y saca de la heladera una lata de coca cola y se
sienta en una de las banquetas de la cocina, lo observa, lo ve
como un niño viendo su película favorita, piensa en que ella de
zombies no entiende nada y que no le importa tal cosa.
-Lee tengo que hablarte
-¿ahora?
- Me tengo que ir una semana a Corea, viaje de negocios
Lee deja de hacer lo que esta haciendo, apaga la película y la
mira sorprendido
Giselle Aronson
Gálvez, Argentina. Licenciada en Fonoaudiología. Terapeuta del
Lenguaje. Forma parte del grupo literario Heliconia, coordinado
por el escritor Sergio Gaut vel Hartman. Participa del taller
literario del Municipio de Morón (Bs. As) coordinado por el
escritor Alberto Ramponelli. Cuenta con publicaciones en blogs y
revistas literarias. Algunos de sus cuentos forman parte de varias
antologías. Su blog: www.nocheluz.blogspot.com
C
ruzó la puerta, su mujer se abalanzó sobre él y lo neutra-
lizó con el efecto de su verborrea. Sin permitirle la pala-
bra, lo empujó al dormitorio, avisándole que lo esperaría
abajo. Victoriosa, la resignación se apoderó del hombre que, pro-
nosticando su noche, se vistió de fajina para luego asomarse a la
puerta de la cocina. Apenas hubo entrado, divisó sobre la mesa
la lista que guiaría su tarea en las próximas horas y que plasma-
ba el deseo de la esposa.
En vano intentó prepararse una merienda, un aperitivo, cual-
quier cosa que lo aliviara de todo el día laboral en la oficina; el
poder de un par de ojos, tras las correspondientes pestañas fe-
meninas, taladraba su voluntad en retirada.
Cuatro horas transcurrió el señor entre ropa lavada, fuegos y
cacerolas, escoba y detergente; guardando, ordenando, doblan-
do, desempolvando, revolviendo, cumpliendo con el mandato
de su compañera de hogar que oficiaba de testigo.
A las 01:23 horas, mientras el marido se derrumbaba en la
cama, sin haberse quitado la ropa, ella, exhausta de haber pre-
senciado todo aquel trabajo, se desplomó en el gran sillón del
Rafael F. Aguirre
1979, Guadalajara, México. En 1998 conoce a Miguel Sevilla,
artista que lo alienta a escribir y publicar sus primeras
participaciones en el semanario «El Pregonero». En 1999 publica
un poemario bajo la edición de Héctor Canales: «Negro Sol,
Corazón podrido» editado por Signos-Edithec, y comienza su
carrera como reportero en el diario «Z de Zamora». Administra el
blog «La vela Amarilla»: http://lavelamarilla.blogspot.com.
L
legamos a la ciudad donde nací, con la sensación que ge-
nera encontrar a los viejos amigos y buscando revivir aque-
llas fiestas.
La carretera como siempre, benévola, le había servido de di-
versión al V8 del Charger 79 que conducía.
Me acompañaba Eduardo, quien por entonces se mantenía
cerca de mí debido a varias operaciones de negocios que había-
mos decidido llevar a cabo, además, sabía cómo festejar, en rea-
lidad era por eso que venía conmigo.
Cerca del centro de la ciudad, recogimos a David, mi primo,
en el local donde ensayaba con su entonces banda de rock, él
era indispensable para esa noche, de igual manera.
Luego, a buscar a Rommel en un centro comercial, cerca de
donde estaba David. Nos vimos en las escaleras eléctricas, yo
descendía mientras él hacía lo contrario…
Ver su rostro fue reconfortable, un amigo entre la hostil mul-
titud, la sonrisa no se pudo ocultar y nos saludamos con palma-
da en la espalda y todo.
Laura
M
i papá no era Fogwill y yo no soy ninguna Vera. Mi
papá murió sin grandes estridencias y entristeció a po
cas almas. Mi papá escribía y no tomaba merca, toma-
ba whisky, siempre whisky. Solo. O con un hielito. Cuando lle-
gaba de trabajar iba directo a su escritorio y nosotros lo íbamos
a saludar ahí, mientras dejaba moneditas y el saco colgado en su
perchero valet. Y billetes, cambio, nada mucho nunca, y la traba
de la corbata. En algún momento nos acercaba un vaso vacío
que guardaba en un aparato que había sido indispensable en al-
guna barbería, algo que se había usado alguna vez para calentar
toallas, una especie de robot modificado que convirtió en ye old
beilin´s pub. Ahí guardaba vasos de whisky. Y varias botellas.
Par de hielitos no es la antesala de un pedo brutal, ni de un pedo
triste. Poneme un par de hielitos es una frase inocente, casi in-
fantil. Mientras, él se seguía cambiando, y esperaba a que vuelva
el que había sido mandado a la misión del hielo, que no era fácil.
En los setenta parece que era cool tener en el congelador unos
portahielos de goma con un palito en el medio de cada hielto
para que salgan con la forma de los rolitos de las estaciones de
servicio, y la misión no era sencilla. Sobre todo para manos pe-
Emilio Durán
1971, Madrid, España. A los 9 años compuso su primer poema: «El
caballo alazán». Conoció a los integrantes de un grupo de teatro
amateur para los que escribió alguna obra teatral y en los últimos
tiempos ha escrito guiones de spots publicitarios, así como
capítulos pilotos de series y largometrajes de dibujos animados.
Teniendo actualmente en preparación la escritura de varios
guiones de cortometrajes y la elaboración de su primera novela.
E
l joven Lucas salió de su despacho como cada día y, tam-
bién como cada día, se fue fijando en las piernas de las
chicas. Miraba el contoneo de los cuerpos de las mujeres
con que se cruzaba con el rostro contraído por el deseo. Detenía
su mirada en las caderas y las nalgas de las mujeres, le daba igual
su edad; miraba a todas. Era lo mismo que fueran madres, jóve-
nes, colegialas, señoras bien vestidas… Le gustaba mirarlas a
todas. Salió del edificio mirando a las secretarias y continuó mi-
rando sin descanso a cuantas mujeres se cruzasen en su camino.
No dejaba de mirar a cuantas mujeres se cruzasen en su camino.
Su despacho estaba en la parte empresarial de la ciudad, un lu-
gar céntrico y atestado de coches, el trafico era infernal. Vivía
en un piso céntrico de la ciudad por lo que nunca cogía el coche
para llegar a su trabajo. Tenía un gran éxito en su trabajo. Era un
abogado de prestigio, guapo e interesante para la mayoría de las
mujeres que le conocían. Pero no por eso iba a dejar de mirar a
las mujeres puesto que no tenía novia. Razón por la que pensa-
ba que sus miradas no podían hacer daño a nadie. A pesar de su
juventud, apenas rebasaba la treintena, se había granjeado una
gran reputación en su despacho y no pocas envidias. Pues al ser