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ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura

NARRAR LA NACIÓN CLXXXII 722 noviembre-diciembre (2006) 000-000 ISSN: 0210-1963

Francisco Colom González


Instituto de Filosofía
Consejo Superior de Investigaciones Científicas

ABSTRACT: This article explores the narrative dimension in the sym- RESUMEN: Este texto explora la dimensión narrativa en la construc-
bolic construction of national imaginaries. it therefore brings into ción simbólica de los imaginarios nacionales. Para ello analiza las
consideration the metalinguistic aspects that make narratives in condiciones de inteligibilidad de los relatos historiográficos, su afini-
general intelligible, the structural affinity between historical and fic- dad estructural con los relatos de ficción, así como el papel de los
tional narratives and the role of narrative devices in the perlocutio- dispositivos narrativos en la capacidad perlocucionaria de las ideolo-
nary power of nationalist ideologies. gías nacionalistas.

KEY WORDS: nation, nationalism, narrative, historiography, national PALABRAS CLAVE: Nación, nacionalismo, narratividad, historiografía,
imaginaries. imaginarios nacionales.

Contamos historias porque, al fin y al cabo, las vidas humanas


necesitan y merecen contarse. Esta observación adquiere toda su
fuerza cuando evocamos la necesidad de salvar la historia de los
vencidos y los perdedores. Toda la historia del sufrimiento clama
venganza y pide narración.
Paul Ricoeur. tiempo y narración

La historia convencional de las ideas políticas suele pre- contrario, vislumbró un sujeto emancipado de la supersti-
sentar la ciudadanía como el núcleo del legado igualitario ción llamado a construir su futuro colectivo bajo el norte
de la revolución francesa. La nacionalidad, por el contra- de la razón. El Estado, la sociedad y, en última instancia, la
rio, aparece poco menos que como un lastre culturalista felicidad humana debían ser fruto del acuerdo general de
introducido por los románticos alemanes en el programa intereses en el contrato social y del intercambio equitati-
racionalista de la Ilustración1. La ciudadanía permitía la vo de bienes en el mercado2.
participación política directa en una sociedad recién libe-
rada de las mediaciones del estamento, la casta, el gremio Estas diferencias de talante político no sólo tenían una raíz
o el parentesco. La pertenencia nacional aportaba un bien geográfica, sino también una genealogía filosófica propia.
de índole distinta: arraigo y tradición frente al vértigo de Como es sabido, el programa idealista que arranca con
la historia. Detrás de cada una de estas corrientes latía, sin Kant ubicó en el plano trascendental del conocimiento la
embargo, una concepción distinta de la política y, en últi- solución a las críticas de Hume y del empirismo en general
ma instancia, del conocimiento humano. La concepción contra la noción de substancia. Parece evidente que una
francesa hundía sus raíces en el contractualismo indivi- filosofía política asentada sobre principios gnoseológicos
dualista e ilustrado del siglo XVIII. La alemana, en el orga- kantianos difícilmente se prestaba a algún tipo de emoti-
nicismo romántico de la Restauración del XIX. El vismo nacionalista. Es más, como ha recordado Ernest
pensamiento conservador vio en el ser humano una criatu- Gellner, “Kant veneró lo que de universal hay en el hombre,
ra esencialmente constituida por las emociones, la fe y la no lo específico, y ni que decir tiene que tampoco lo cul-
costumbre incapaz de servirse de la razón para el refre- turalmente específico. En tal filosofía no tiene cabida la
no de sus apetitos. El progresismo de las Luces, por el mística de la cultura idiosincrásica. De hecho, apenas la
tiene la cultura en el sentido antropológico” (Gellner, Inglaterra] a un individuo como romántico o racionalista,
1988, 168). La situación cambia, sin embargo, desde el ins- no podríamos inferir de ahí la orientación de su voto”
Nº 722 tante en que se introduce la dimensión temporal en el (Gellner, 1998, 9). En el continente, por el contrario, esa
principio ontológico de identidad, ya que entender la iden- contraposición fue fundamental. Lo que diferenciaba entre
tidad como una afirmación sobre la naturaleza de los entes sí a las estrategias cívica y étnica en la construcción del
NARRAR LA NACIÓN

en el espacio y en el tiempo requiere de algún tipo de sín- demos moderno por excelencia, la nación, tenía en reali-
tesis cognitiva. Los idealistas post-kantianos, en un giro de dad más que ver con la cohesión orgánica concebida para
tuerca, concibieron la identidad no ya sólo como un con- la misma que con la densidad subjetiva atribuible a sus
cepto lógico o como un conjunto de sensaciones unifica- actores. El fervor patriótico inspirado en la virtud republi-
das en la apercepción de la conciencia, sino como un cana no alumbró una identidad política necesariamente
desarrollo o despliegue de la misma en el tiempo que uni- más tenue que el mito telúrico de los orígenes étnicos. Con
fica sujeto y objeto en el proceso del conocimiento. Así, demasiada frecuencia se tiende a olvidar la raíz marcial,
para un autor como Fichte la tensión de lo no idéntico literalmente viril, de la ciudadanía y el componente sacri-
suponía la fuerza motriz de una subjetividad que se auto- fical de su ethos: ciudadano fue originalmente aquél dis-
afirmaba vitalmente como voluntad, mientras que en un puesto a tomar las armas, arriesgar su vida y confiar a su
sistema como el hegeliano el principio de identidad expre- virtud política el destino de la ciudad y de las libertades
saba el puro movimiento de la reflexión de la conciencia colectivas que hacían valiosa su forma de existencia.
que culmina en lo idéntico consigo mismo: lo absoluto.
Con este trasfondo gnoseológico no es de extrañar que el El itinerario histórico que discurre desde el fervor cívico
idealismo alemán terminase por remitir políticamente - hasta la pasión nacionalista quedó metafóricamente plas-
junto con el romanticismo- a una forma teleológica de mado en dos significativos hechos de armas acaecidos a la
concebir la identidad nacional que ha fecundado desde sombra de la revolución francesa. La batalla de las nacio-
entonces la imaginación política de los forjadores de nes cerró así en 1813 el ciclo bélico que había abierto la
naciones: la concepción del Estado nacional como recon- batalla de Valmy veintiún años antes, cuando un ejército
ciliación histórica de los pueblos consigo mismos y como revolucionario de ciudadanos franceses, al grito de ¡Vive la
sutura de una herida ontológica que se arrastraría doloro- nation! y los sones de La Marsellesa, derrotó a las tropas
samente abierta en el tiempo. mercenarias prusianas e impresionase a Goethe hasta el
punto de llevarle a proclamar el inicio de una nueva era.
No sería correcto tratar de reducir exclusivamente la tra- Por el contrario, el sobrenombre de la segunda y crepuscu-
dición filosófica y política europea en el crepúsculo de la lar batalla alude a la naturaleza de la coalición que derro-
Ilustración a estos dos únicos polos culturales. Sin ir más tó a Napoleón en los alrededores de Leipzig. Lo que había
lejos, el anquilosado escolasticismo ibérico alimentó hasta empezado como una proclamación soberana de la ciuda-
finales del siglo XVIII una versión orgánica del contractua- danía nacional en armas terminó así históricamente con el
lismo capaz aún de fecundar el lenguaje político de la concierto de las naciones para ahogar la herencia revolu-
emancipación hispanoamericana. Tampoco puede olvidar- cionaria.
se que fue el empirismo inglés el que elevó a su máxima
expresión el programa atomista de la gnoseología carte-
siana: la desagregación del proceso del conocimiento en
partículas aislables y homogéneas, como percepciones, NARRAR E HISTORIAR
sensaciones e ideas. Aun así podemos encontrar defenso-
res británicos del organicismo cognitivo y político, como La diferencia teórica más perceptible en los programas
Edmund Burke, para quien la sociedad y sus instituciones políticos del civismo y de la etnicidad remite a la estructu-
representaban el destilado intergeneracional de la sabidu- ra narrativa que subyace a su respectivo relato de la iden-
ría colectiva. Sin embargo, la división entre individualistas tidad nacional. Si la imaginación política del liberalismo ha
y colectivistas no trazó en la sociedad inglesa una línea sido fundamentalmente contractual, esto es, formal, la del
decisiva de contraposición política. Como señaló Ernest nacionalismo ha sido sobre todo narrativa. Esto no quiere
Gellner, “en el caso de que pudiésemos identificar [en decir que no haya existido una narratividad liberal. Al fin y

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al cabo el contrato social, en cualquiera de sus formula- Ernest Renan, al interrogarse por el ser de las naciones en
ciones, venía a expresar la historicidad de la sociedad civil, su famosa conferencia de 1882 en La Sorbona, apeló a su
así como el mercado y su efecto supuestamente balsámico componente voluntarista, esto es, al deseo expreso que
sobre las pasiones políticas y religiosas se apoyaba en la aquellas suponen de continuar una vida en común, pero
división histórica del trabajo. Sin embargo, a diferencia de también señaló la necesidad del olvido, e incluso del error

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los constructos jurídicos, las identidades, incluidas las polí- histórico, en la construcción de su identidad (Renan, 1992,
ticas, se narran. La secuencialidad constituye un elemento 41). Los estudios históricos significaban por ello un peligro
transcendental de la narratividad. Es más, la capacidad de para la nacionalidad, ya que inevitablemente rememorarí-
reconocer una dimensión normativa en las identidades an episodios concretos de la carnicería universal sobre la
depende de la posibilidad de insertarlas en un esquema de que se asienta la historia. Renan tenía en mente las nacio-
temporalidad histórica. Esto es algo que Paul Ricoeur per- nes dotadas de una existencia política reconocible, y par-
cibió claramente al afirmar que el tiempo se torna huma- ticularmente la querella franco-alemana sobre Alsacia y
no cuando se articula de modo narrativo (Ricoeur, 1958), Lorena. Por el contrario, los constructores de nuevas o
pero también nos remite a un problema moral de primera potenciales naciones se ven obligados a una tarea opuesta
magnitud si aceptamos, como han hecho los postmoder- al peinar a contrapelo las historiografías rivales con el fin
nos, la muerte de los grandes relatos. de elaborar una propia que resulte políticamente funcio-
nal. En este caso no es el olvido, sino la rememoración del
Entre la actividad de narrar una historia y la naturaleza agravio real o ficticio lo que se torna vital para movilizar
temporal de la existencia humana se da para Ricoeur una voluntades y determinar objetivos. La construcción nacio-
necesidad circular: el tiempo se articula de un modo narra- nal, como todas las empresas políticas que se fijan una
tivo e, inversamente, la narración, ya sea histórica o ficti- teleología histórica es pues, por definición, una tarea inter-
cia, alcanza su plena significación cuando se convierte en minable, ya que la arribada a puerto supondría dar fin a lo
condición de la experiencia temporal. Esto es así porque la que se ha erigido en principio político.
narración imitaría creativamente a la experiencia temporal
viva, no se limitaría a reproducirla de forma pasiva. Dicho Desde esta perspectiva las naciones, más que un plebiscito
con otras palabras: la temporalidad es llevada al lenguaje cotidiano, como señaló Renan, o que una realidad intrahis-
en la medida en que éste configura nuestra experiencia tórica, como diría el joven Unamuno, son una trama histó-
temporal, confusa e informe, para reordenarla. La función rica, una narración socialmente eficaz y sistemáticamente
narradora opera así esquemáticamente, en el sentido kan- puesta a prueba cuyos consensos, olvidos y rememoracio-
tiano del término, ya que en virtud de ella fines, causas y nes corren al paso de la inteligencia política del momento.
contingencias se reúnen en la unidad temporal de una En última instancia no se trata tanto de probar su existen-
acción total y completa. Es el receptor de la narración cia como de mover a su realización y perdurabilidad. Por
quien asume la unidad de todo el recorrido narrativo, pues eso el estudio de la historia tiene menos que ver con el
en la trama de la historia el tiempo narrado se representa interés por lo pretérito que con las ambiciones de futuro.
diacrónicamente, como acontecer, permitiendo que se En realidad, toda afirmación sobre el pasado constituye
dote de una finalidad propia. Al captar el final de la trama una reivindicación sobre el presente. De ahí también que
en el comienzo y el comienzo en el final aprendemos a leer los planes educativos y la determinación del curriculum
el tiempo al revés y a identificar las condiciones iniciales escolar sean cuestiones de primer orden político, pues se
de un curso de acción en sus consecuencias finales. La tra- trata de inculcar en las nuevas generaciones algún criterio
ma, pues, dispone los hechos y encadena secuencialmente colectivo de autorreconocimiento que conceda verosimili-
las frases de la acción constitutiva de la historia narrada. tud a las decisiones tomadas en nombre de unas socieda-
des que han de querer perpetuarse. La implantación de
No es preciso compartir los supuestos fenomenológicos de políticas historiográficas y filológicas en los Estados nacio-
Ricoeur, la idea de que existe una estructura pre-narrativa nales desde el siglo XIX así lo viene atestiguando.
de la experiencia, ni su concepción kantiana del método
hermenéutico para reconocer la importancia de su análisis Todo lenguaje narrativo apunta más allá de sí mismo. La
en el estudio de las identidades políticas. Como es sabido dimensión narrativa de las identidades nos plantea por ello

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la cuestión de sus referentes extralingüísticos. El compo- manera que contar lo que paso sea igual que contar por
nente intencional de toda narración histórica remite al qué paso. Precisamente por ello la explicación histórica es
Nº 722 parentesco estructural apreciable entre el relato de ficción algo distinto de una simple crónica de acontecimientos:
y la historiografía. Aunque el pasado ya no exista y el his- más bien se propone aprehenderlos conjuntamente en un
toriador tenga que rastrearlo a partir de huellas y vestigios, acto de juicio.
NARRAR LA NACIÓN

la historiografía reivindica un modo de referencia inscrita


en la facticidad. Los acontecimientos pasados, aun estan- La explicación histórica no nace, pues, de la nada, sino que
do ausentes de nuestra percepción, permean la intencio- procede y está al servicio de la argumentación de manera
nalidad histórica del relato y entorpecen la ingenua tal que permita el efecto explicativo. El papel de la trama
aspiración positivista de aprehenderlos tal como fueron. es fundamental en esta tarea. Por medio de ella los acon-
Por ello, pese a la evidente asimetría entre los modos refe- tecimientos narrados se integran cronológicamente en la
renciales del relato histórico y el de ficción, en ambos son configuración de una historia. A diferencia de la crónica,
apreciables elementos recíprocamente prestados: el pasa- percibida como una serie de incidentes aleatorios y accio-
do sólo puede reconstruirse mediante la imaginación, nes aisladas, una trama se alza como una totalidad dota-
mientras que todo relato se cuenta como si hubiera sido da de significado. Proseguir una historia no consiste sólo
real. El cruce de referencias entre la historiografía y el rela- en incluir en ella las sorpresas o los descubrimientos, sino
to de ficción sólo sería eludible apelando a una concepción en comprender los episodios ya conocidos como pasos
positivista de la historia que ignorase la parte de ficción en conducentes a un fin ulterior. Siguiendo a Northrop Frye y
las referencias por indicios e, inversamente, a una concep- su teoría sobre las formas arquetípicas del relato (Frye
ción de la literatura que ignorase el alcance de la referen- 1971), White reconoció en la historiografía europea deci-
cia metafórica en las formas poéticas. Pero lo cierto es que monónica los rasgos del drama romántico de redención, de
nos desenvolvemos en el seno de una epistemología post- la sátira sobre la impotencia humana, de la reconciliación
positivista que reconoce la existencia de un vínculo entre irónica entre el mundo de lo social y lo natural y de la
historiografía y comprensión narrativa. La identificación de resignación trágica ante el destino. Las concepciones his-
ese vínculo exige una reflexión de segundo grado sobre las tóricas típicas del siglo XIX no habrían dependido, pues, de
condiciones últimas de inteligibilidad del relato historio- la naturaleza de los datos ni de las teorías invocadas para
gráfico. Se trata, en definitiva, de intentar esclarecer la su explicación, sino de la construcción de las respectivas
intencionalidad del pensamiento histórico. Este es un visiones del campo histórico. De ahí la imposibilidad de
terreno en el que sólo fue posible adentrarse tras el giro impugnar sus generalizaciones apelando a nuevos datos o
operado en la epistemología de las ciencias sociales a interpretaciones. El nivel de abstracción en que se opera
comienzos de los años setenta. Así, a imitación del con- esa construcción se encuentra en una cota superior: en el
cepto kuhniano de revolución científica (Kuhn, 1975), Hay- acto poético que prefigura el campo histórico y lo consti-
den White especuló con la existencia de unos grandes tuye en explanandum. La construcción de la trama históri-
paradigmas en la argumentación historiográfica decimo- ca se mantiene pues en un nivel distinto al de la historia
nónica: la metahistoria (White, 1992). Cada uno de estos narrada, ya que no son los acontecimientos insertos en
paradigmas –identificados por White como formalista, esta última lo que la trama explica, sino la naturaleza de
organicista, mecanicista y contextual- expresaría una pre- esa historia como tal, su tipología y estructura argumen-
suposición de carácter metanarrativo sobre la propia natu- tal. El hilo de la historia narrada permite reconocer una
raleza del campo estudiado y sobre lo que quepa esperar configuración única de acciones y acontecimientos, mien-
de la explicación histórica. Como recordó Ricoeur, un tras que la invención de una trama expresa una determi-
acontecimiento no puede ser cubierto explicativamente nada forma de argumentar históricamente. Este escalón
por una ley general de inspiración hempeliana si no se epistemológico entre los niveles de la trama narrativa y de
encuentra inscrito de antemano en una forma narrativa. la argumentación histórica es lo que, por ejemplo, debería
Explicar no sólo equivale a subsumir hechos bajo leyes permitir diferenciar una disputa entre nacionalistas de un
(Hempel, 1942), sino que consiste también en obrar cone- debate entre historiadores del nacionalismo. En el primer
xiones en el seno de una argumentación formal. Idealmen- caso encontraremos típicamente un enfrentamiento de
te una historia debe poder explicarse por sí misma, de mitos, gestas y agravios ligados a las referencias históricas

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con que se construyeron determinadas identidades colec- de un particular estilo historiográfico. Así, por ejemplo, al
tivas. En el segundo, una discrepancia en la manera de tratar de aplicar a otros contextos los debates concebidos
interpretar los fenómenos vinculados con la movilización en y para Europa, Germán Colmenares llamó la atención
de las ideologías nacionalistas. A diferencia de las argu- sobre la peculiar naturaleza de las convenciones historio-
mentaciones historiográficas, hiladas mediante la confron- grafías adoptadas por los próceres decimonónicos hispa-

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tación crítica de los indicios del pasado, la coherencia noamericanos. Tras las historias patrias escritas durante las
interna de los relatos de la identidad nacional depende de primeras décadas de las repúblicas independientes se
una estructura enteramente metanarrativa. Por ello su embozaría la solución ideológica a un profundo conflicto
núcleo suele ser inmune a la crítica, ya que el relato pue- cultural, a saber, el intento de romper radicalmente con un
de admitir rectificaciones o incorporar nuevos elementos pasado colonial que reaparecía íntegro en las formas de
sin que varíe la trama que le concede su sentido global. Esa vida de las masas latinoamericanas. Textos históricos como
impermeabilidad explica también la perplejidad e irritación los de Bartolomé Mitre sobre Argentina, Diego Barros Ara-
de tantos estudiosos del nacionalismo, como la expresada na sobre Chile, Rafael María Baralt sobre Venezuela o José
en nuestro ámbito por Jon Juaristi, quien se preguntaba: Manuel Restrepo sobre Colombia responderían a la inquie-
“¿qué queda en el cedazo después de que la crítica histo- tud y frustración de unos intelectuales que, por un lado,
riográfica ha cribado los mitos de la identidad nacional? desdeñaban unos valores del pasado que habían perdido
Pues la mostrenca identidad nacional, ni más ni menos” todo su prestigio, pero por otro lado, la pertenencia a una
(Juaristi, 1997b, 4). estructura social típicamente colonial les llevaba a restrin-
gir a una pequeña minoría el acceso al progreso asociado
Pero la propia historiografía no está libre de implicaciones con las nuevas ideas. La institucionalización de la trama
ideológicas. Desde un punto de vista epistemológico esa histórica recogida en esos textos llevó a convertirlos final-
implicación estriba en la postura ética asumida por el his- mente en la crónica de una epifanía nacional que debía
toriador en su forma de escribir la historia. En este caso los certificar el cumplimiento íntegro de las promesas de la
presupuestos narrativos no atañen tanto al campo electivo independencia. Así, “cada episodio [de las historias patrias]
de lo potencialmente argumentable como a la naturaleza cobró el valor de una máxima o una sentencia” (Colmena-
de la conciencia histórica y, por tanto, al vínculo entre la res 1989, XX). Sin embargo, la realidad cultural hispanoa-
explicación de los hechos pasados y la práctica presente. El mericana chocaba con las convenciones historiográficas
historiador, como escritor, ha de dirigirse a un público importadas de Europa. El problema estribaba en que los
capaz de reconocer sus técnicas y formas de narración. Las esquemas narrativos fijados de antemano distorsionaban
estructuras narrativas no son, pues, reglas inertes, sino for- la comprensión de las realidades sociales y culturales des-
mas de una inercia cultural que las torna inteligibles. Es así critas en ellos. La frustración de Bolívar con la implanta-
como el tiempo histórico toma prestado su significado de ción de la virtud republicana en la América emancipada, de
determinadas configuraciones narrativas y el saber histo- los positivistas decimonónicos con el desarrollo económico
riográfico revela su derivación indirecta de la inteligencia del continente o de los marxistas latinoamericanos del
literaria. Todo ello pone en juego la verdad en la historia, siglo XX con la reticente conciencia proletaria de las masas
pues si bien es cierto que la racionalidad crítica marca un indígenas y rurales tuvieron a menudo como resultado la
corte epistemológico entre la historiografía como ciencia y representación de la sociedad propia como un objeto
la narración tradicional o mítica, estructuralmente, nos extraño cuya evolución obedecía a designios que tan sólo
advierte Ricoeur, la historia es un artificio literario. Toda una minoría selecta podía descifrar.
gran obra histórica construye una visión global del mundo
y de su devenir temporal con el concurso de los mismos
medios de articulación narrativa que las filosofías de la
historia. LA IMAGINACIÓN NACIONAL

De la combinación de los tres elementos considerados Los aspectos estructurales de la narración histórica mues-
–argumentación, construcción de la trama e implicación tran toda su relevancia a la hora de analizar la formación
ideológica- depende en última instancia la sedimentación de las identidades nacionales, puesto que no hay identidad

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sin narración y no existe narración sin organización del que ha denominado, respectivamente, la teoría del interés
tiempo. Según lo visto anteriormente, no es casual que las y la teoría de la tensión: “Para la primera la ideología es
Nº 722 ideologías nacionalistas hayan reproducido típicamente la una máscara y un arma. Para la segunda, es un síntoma y
estructura de la imaginación histórica romántica. El ele- un remedio. Según la teoría del interés, los pronuncia-
mento decisivo estriba precisamente a la concepción fina- mientos ideológicos han de verse sobre el fondo de una
NARRAR LA NACIÓN

lista del tiempo nacional. La organización escatológica del lucha universal por lograr ventajas. Según la teoría de la
tiempo constituye un rasgo característico de la conciencia tensión, responden a un permanente esfuerzo por corregir
occidental de la historicidad, de la cual el nacionalismo y el desequilibrio socio-psicológico. Según una, los hombres
el progreso positivista representan sus capítulos más persiguen el poder. Según otra, huyen de la ansiedad”
modernos. Tras ellos late con toda probabilidad la reminis- (Geertz, 1987, 177).
cencia salvífica de las grandes religiones universalistas y,
más concretamente, de la tradición judeo-cristiana. Esa La gran ventaja de la teoría del interés, cuyo mejor ejem-
misma sacralidad ha sido identificada como el principal plo lo ofrece el marxismo, y no sólo en su interpretación de
obstáculo para la resolución negociada de los conflictos las metas nacionalistas, estriba en ubicar los sistemas cul-
nacionalistas (O’Brian 1994, Juaristi 1999). Como es sabi- turales en el terreno de la estructura social. Su originalidad
do, la extinción de las viejas religiones centradas en la pre- teórica ha tendido a diluirse, sin embargo, por el rudimen-
servación de un orden cósmico y social suele interpretarse tario carácter de las conexiones que establece entre los
como el paso hacia un nuevo tipo de vivencia religiosa factores materiales, psicológicos y culturales de la acción
relacionada con la salvación, el cultivo o la emancipación social. Como ha señalado el propio Geertz, la psicología
de una identidad espiritual individualmente percibida. El de este esquema es demasiado anémica y su sociología
proceso de secularización moderna o, por denominarlo a la demasiado musculosa. Por otro lado la teoría de la ten-
manera weberiana, de desencantamiento del mundo, sión, en la medida en que obedece a conceptos desarro-
supuso la pérdida del monopolio cosmovisionario por par- llados a partir de la personalidad y de los sistemas sociales,
te de la religión, a la vez que amplió lo que se ha dado en da por supuesto un desequilibrio estructural permanente.
llamar el umbral de contingencia: aquello que, por escapar El modelo empleado aquí no sería ya estratégico, sino tera-
a la determinación providencial de la historia, puede ser de péutico: el pensamiento ideológico representaría la res-
otra manera. El ascenso de las ideologías modernas, y entre puesta a un síntoma, el de la desesperación provocada por
ellas del nacionalismo, se ha identificado a menudo con la expectativas contradictorias, y ofrecería una salida simbó-
irrupción de unos nuevos parámetros de re-encantamien- lica a las agitaciones emocionales provocadas por una
to social3. defectuosa integración social. El nacionalismo encaja a la
perfección en las distintas explicaciones aportadas por
Sin embargo, si bien es cierto que la estructura teleológi- este esquema, ya que tienden a enfatizar la función catár-
ca de las ideologías nacionalistas -la organización de sus tica de sus ideologemas, su fuerza moral, su capacidad
recursos narrativos profundos- muestra evidentes rasgos solidaria o su utilidad expresiva.
de similitud con los de las grandes religiones escatológicas,
atribuirle al nacionalismo una estricta funcionalidad susti- Lo cierto es que ninguna de estas dos teorías intenta abor-
tutiva de la religión plantea serios problemas, y no sólo a dar la ideología como una trama de significados ligados a
la hora de evaluarlo moralmente. La tipología del naciona- la definición de las categorías sociales, la estabilización de
lismo es más compleja de lo que un esquema funcionalis- expectativas, el mantenimiento de las normas o la exacer-
ta, ya sea de corte durkheimiano o parsoniano, permite bación de las tensiones. En sociedades apoyadas sobre opi-
reconocer. Discernir dónde termina la creencia y comien- niones y reglas de vida santificadas por el tiempo, aquéllas
za la ideología ha sido justamente uno de los temas cen- cuyas instituciones políticas obedecen a lo que Weber deno-
trales del moderno pensamiento sociológico. Los estudios minó legitimidad tradicional, la ideología desempeña un
clásicos sobre la ideología han sido acusados con fre- papel marginal. Sin embargo, cuando el cambio social lleva
cuencia de concebir ésta como un sistema preordenado de a cuestionar semejantes opiniones y reglas consagradas
símbolos culturales. Clifford Geertz es quizá quien mejor aumenta el afán por encontrar formulaciones ideológicas
ha visto ese prejuicio al resumirlo en dos posiciones a las que las reemplacen. Las desigualdades y reestratificaciones

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que toda transformación social genera constituyen un intensidad de esa interacción depende del grado en que la
terreno abonado para esa elaboración narrativa. Desde una metáfora consiga superar la resistencia psíquica provoca-
perspectiva antropológica la función de la ideología con- da por la tensión semántica. Cuando esa superación se
siste justamente en proporcionar conceptos preñados de logra, una metáfora transforma una falsa identidad en una
autoridad e imágenes persuasivas que permitan captar analogía pertinente. Cuando no se logra, se convierte en

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cabalmente el sentido de la acción política y dotarla de una mera extravagancia4. Análogamente, cuando la dispo-
autonomía. La ideología, en definitiva, trata de motivar la sición de los acontecimientos en la trama de una narración
acción. El problema consiste en averiguar cómo la ideolo- se altera de forma decisiva, la identidad de quienes la
gía transforma el sentimiento en significación para tornar- cuentan y participan en la narración sufre una mutación
lo socialmente accesible, en saber, en última instancia, fundamental. Por ello, una de las primeras y principales
“cómo simbolizan los símbolos, cómo funcionan las metá- tareas pedagógicas de los nacionalismos emergentes con-
foras, la analogía, la ironía, la ambigüedad, los retruéca- siste en elaborar una estructura de la temporalidad que
nos, las paradojas, la hipérbole, el ritmo y los demás ilustre, justifique y culmine el derrotero histórico de la
elementos de lo que solemos llamar estilo” (Geertz 1987, emancipación nacional.
182). La retórica nacionalista, atendiendo a sus propias
pautas y reglas narrativas, desempeña esa función convir- La contingencia de los relatos históricos en general y de las
tiendo el mundo histórico en un relato de causas nobles, metáforas políticas en particular, su circunscripción, en
sacrificios trágicos y cruel necesidad. definitiva, a un contexto intersubjetivo concreto, nos per-
mite percibir con mayor claridad la función que desempe-
El papel de la metáfora en este contexto difícilmente pue- ñan las estructuras narrativas en la construcción simbólica
de ser subestimado. La fuerza política de la idea nacional de la nacionalidad. Esas estructuras articulan imágenes,
ha hundido tradicionalmente sus raíces en una concepción rituales y relatos nacionalistas en un imaginario social que
comunitaria del demos. Como ha recordado Benedict confirme la pertenencia de los individuos a un conjunto
Anderson, “independientemente de la desigualdad y de la más amplio -la nación- que se despliega en el espacio y en
explotación que prevalezca en cada una de ellas, la nación el tiempo. Pero no todos los tiempos de la historicidad
siempre se concibe como una profunda camaradería hori- nacional son iguales. Si se concibe la nación como una
zontal” (Anderson 1992, 7). Sin embargo, ninguna comuni- comunidad voluntaria, al estilo de los nacionalismos cívi-
dad en sentido estricto se extiende más allá de las cos, la identidad colectiva tiende a proyectarse como
estructuras sociales simples y de las relaciones personales voluntad de futuro. Esta fue la solución típicamente repu-
directas. La nación concebida como comunidad es, pues, blicana, bien en su versión jacobina, que cifró el funda-
una metáfora, y las metáforas no son ciertas ni falsas: sólo mento de la vida cívica en la abnegación virtuosa del
pueden ser eficaces en nuestra imaginación o no ser nada. ciudadano para con su patria, o bien en su versión liberal,
La eficacia simbólica de la metáfora y la narración está que vio el sentido de la comunidad política en la búsque-
ligada al fenómeno de la innovación semántica. En la da individual de la felicidad. Por el contrario, cuando la
metáfora la innovación consiste en producir una nueva identidad se hace arraigar en las concreciones intransferi-
pertinencia semántica mediante una atribución imperti- bles de la etnia, la cultura o la religión, el tiempo imagina-
nente. En el plano narrativo la innovación consiste en la rio de la historia nacional puede escenificarse de muchas
invención de una trama. En ambos casos se produce una otras maneras: como emancipación, resurgimiento, reden-
síntesis de lo heterogéneo. En la metáfora el resultado es ción, catarsis o rememoración ritual. De entre ellas existe
una nueva pertinencia de la predicación. En la narración, al menos una, como ha señalado Juaristi, que extrae su
una nueva congruencia de la disposición de los aconteci- fuerza de la melancolía por una pérdida ficticia (Juaristi
mientos contados. En la metáfora nos encontramos con 1997). A diferencia del duelo, que permite expresar y asu-
una estratificación de significaciones de manera tal que la mir el dolor por la pérdida de un ser querido, en el esquema
incongruencia de sentido en un nivel genera una afluencia freudiano la melancolía precede y se anticipa a la pérdida
de significados en el otro. Su potencia simbólica consiste del objeto. La melancolía de un nacionalismo como el vasco
precisamente en que fuerza una interacción entre significa- se dolería según Juaristi de la pérdida de una patria que
dos discordantes dentro de un marco conceptual unitario. La nunca existió con el fin de asegurar la predisposición al

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sacrificio de las sucesivas generaciones de nacionalistas y identitario que fuera descrito literariamente por Octavio
confirmar así la lógica elemental sobre la que descansa su Paz como una soledad laberíntica ha sido roto y reescrito
Nº 722 estrategia: la de que es preciso perder para ganar5. repetidas veces en un relato cuyos últimos capítulos pue-
den leerse en la intervención de los neozapatistas ante el
El mestizaje racial y cultural le impidió a un nacionalismo Congreso mexicano para solicitar una reforma constitucio-
NARRAR LA NACIÓN

muy distinto, como es el mexicano, embelesarse en un nal que reconociese los derechos y la cultura de los pue-
similar rizo melancólico, abocándolo en su lugar a proyec- blos indígenas.
tarse en una identidad voluntarista y de futuro. Tal y como
reza uno de los textos fundacionales escogidos para ador- Desde esta perspectiva podemos concluir finalmente que
nar la escenografía arqueológica de los orígenes mexica- las identidades nacionales son, más que otra cosa, estados
nos, junto a las ruinas del templo mayor de Tenochtitlán y mentales propiciados por historias o, si se prefiere, menta-
de la catedral colonial, los novohispanos del siglo XIX no lidades narrativamente configuradas. Esto es algo que Jua-
podían ser ya aztecas y no querían seguir siendo españo- risti ha visto perfectamente en su deconstrucción del
les. Su identidad, pues, había que buscarla en la propia nacionalismo vasco y al recordarnos las palabras puestas
voluntad de independencia. El texto mural en cuestión está en los labios del personaje de Michael Collins, el patriota
extraído del Discurso sobre la independencia del prócer irlandés, en la película dirigida por Neil Jordan. Al regresar
liberal Ignacio Ramírez (1818-1879), en el que se interro- a su pueblo natal y contemplar las ruinas de su viejo hogar,
gaba retóricamente: poco antes de morir en un enfrentamiento con disidentes
del IRA, Collins rememora los orígenes de su militancia:
“¿De dónde venimos? ¿Adonde vamos? Este es el doble “todo empezó aquí, con las historias de nacionalistas con-
problema cuya resolución buscan sin descanso los indivi- tadas por los mayores junto al fuego”. También el aleccio-
duos y las sociedades. Descubierto un extremo se fija el namiento nacional-católico de las organizaciones juveniles
otro. El germen de ayer encierra las flores de mañana. Si nos del franquismo encontraba su momento ideal al caer la
encaprichamos en ser aztecas puros terminaremos por el noche: los fuegos de campamento siempre fueron el mejor
triunfo de una sola raza para adornar con los cráneos de las lugar para contar historias. Desaparecida la Inquisición con
otras el templo de Marte. Si nos empeñamos en ser españo- el Antiguo Régimen y los ministerios de propaganda con
les nos precipitaremos en el abismo de la reconquista. Pero los sistemas totalitarios, la policía del pensamiento no
no ¡Jamás! Venimos del pueblo de Dolores. Descendemos de sobrevive más que como una fantasía orwelliana. La socia-
Hidalgo y nacimos luchando como nuestro padre por los lización nacionalista en los regímenes democráticos des-
símbolos de la emancipación y como él, luchando por la san- cansa sobre otro tipo de mecanismos, pero su núcleo se
ta causa, desapareceremos sobre la tierra”. ampara, como no podía ser de otra manera, una trama his-
tórica. La eficacia perlocucionaria de tales relatos y, en
La interpretación de las guerras de independencia como un última instancia, la propia naturaleza política de cada
proceso unitario y teleológico iniciado por el cura Hidalgo nacionalismo depende en buena medida de la preservación
y su grito de Dolores era ya a mediados del siglo XIX un de un margen de autonomía interpretativa frente a las
producto de la narración liberal de la identidad mexicana. narraciones en las que nos involucramos o que se nos tra-
El criollo conservador Agustín de Iturbide, ex-general del ta de imponer. Ahí radica, pues, la responsabilidad última
bando realista, firmante del Pacto Trigarante que sancionó del historiador: en desentrañar los discursos que concurren
la definitiva independencia de México y efímero emperador al espacio público para contribuir a tornar más democráti-
del mismo, no ocupaba ya por aquél entonces ningún lugar cas y plurales las reglas narrativas con que construimos
en ese relato. Sin embargo, ese inestable compromiso nuestros imaginarios sociales.

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NOTAS la riqueza, de la maldad y de lo diabó-
lico. Se trataba de una reacción natu-
1 La acuñación del término nationalité ral por parte de una población
suele atribuirse a Madame de Stäel humillada y devota (...), una forma
(1960[1810]). En el ámbito hispánico peculiar de anticultura, de anti-inte-
Arturo A. Roig ha recordado que hacia lectualismo y de xenofobia a la que los

FRANCISCO COLOM
1825 a un intelectual centroamerica- alemanes se sintieron particularmente
no, José Cecilio del Valle, se le ocurrió propensos durante aquel momento”.
inventar el verbo nacionalizar en el (Berlin, 2000, 63).
sentido de “crear nación” e incorporar 3 La obra de Josetxo Beriain es ejemplar
a la misma a categorías sociales que, en este sentido. “Sin temor a equivo-
como los indígenas o las mujeres, carnos –señala– podemos afirmar que
estaban en principio excluidos de ella. los imaginarios centrales que han
Sobre José Cecilio del Valle, véase legitimado la realidad primordial de la
Shafer (1958: 287 y ss). época axial (Yahvéh, Brahmán, Zara-
2 Isaiah Berlin ha propuesto una raíz tustra, Alá, Jesús de Nazaret) son sus-
adicional para el extrañamiento cul- tituidos por realidades trascendentes
tural franco-alemán de finales del intermedias ubicadas dentro del
XVIII: el resentimiento social e inte- ámbito de lo profano, como son la
lectual de sus protagonistas. Los nación, el grupo étnico, la clase social,
ilustrados y románticos germanos el partido político o uno mismo (...),
fueron por lo general de extracción pero quizá lo más novedoso es que la
social humilde y se vieron limitados reducción de la contingencia se plan-
al provincianismo de las pequeñas tea desde los propios órdenes de vida
cortes centroeuropeas. Por el con- secularizados”. (Beriain 2000, 58).
trario, los philosophes que poblaron 4 Con toda seguridad la patria españo-
el deslumbrante mundo de los salones la, descrita por los manuales escolares
literarios parisinos pertenecieron con del franquismo como florido pensil,
frecuencia a sectores acomodados y apenas logró superar el desconcierto
nobiliarios. La atmósfera pietista en la semántico de sus sufridos alumnos
que se gestó el romanticismo alemán (Sopeña Monsalve 2001).
no sólo habría alentado la vida reli- 5 Los relatos de los nacionalistas vas-
giosa interior, sino también “un odio cos, nos recuerda Juaristi, reprodu-
profundo por Francia, por las pelucas, cen fielmente “el arquetipo de
las medias de seda, por los salones, por rebelión, sacrificio y derrota del pue-
la corrupción, por los generales, por los blo, porque la historia que cuenta el
emperadores, por todas las grandes y discurso nacionalista es una intermi-
magníficas figuras de este mundo, que nable sucesión de derrotas” (Juaristi
eran, simplemente, encarnaciones de 1997, 20).

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