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HISTORIA DE LA PENÍNSULA

IBÉRICA EN LA ANTIGÜEDAD

TEMA 6

HATIN BOUMEHACHE ERJALI

UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
Hatin Boumehache Erjali

TEMA 6. ADMINISTRACIÓN EN ÉPOCA ALTOIMPERIAL.

1. Las reformas de Augusto.


2. Hispania durante el Alto Imperio.
3. La sociedad en la Hispania romana.
4. Las estructuras socioeconómicas.

1. Las reformas de Augusto.


Tras la victoria de Actium (31 a. C.) Octavio, ahora denominado Augusto, se hizo con el poder ab-
soluto en Roma. Aunque era conservada la forma constitucional republicana, realmente todo el
poder descansaba en su persona. Elegido princeps del Senado, cónsul varias veces, pontífice má-
ximo, poseedor de la potestad tribunicia, censor y jefe de todos los ejércitos, estaba en condicio-
nes de controlar todos los resortes de poder del Estado. Pronto emprendió la tarea de reorganiza-
ción del Imperio con la colaboración de un Senado domesticado.

La nueva organización provincial.

Augusto mantuvo la antigua organización provincial, pero desde ahora el emperador tendría un
peso decisivo en su gestión. En el 27 a. C. se procedió a una reforma que implicaba el reparto del
control de las provincias entre emperador y Senado:

- Las provincias pacificadas y con un avanzado estadio de romanización, que hacía innecesaria la
presencia de un ejército, siguieron siendo gobernadas por el Senado por medio de procónsules y
propretores anualmente elegidos. De ahí el nombre de “provincias senatoriales”.

- El resto, por la presencia en su territorio de fuerzas militares permanentes, fueron administra-


das directamente por el emperador, que gobernaría estas “provincias imperiales” por intermedio
de legados de su confianza.

La principal diferencia estaba en la presencia regular y estable de un ejército en las provincias im-
periales. La división apenas afectaba, de modo formal, a la auténtica fuente unitaria de poder, el
emperador, que, con una serie de recursos, podía intervenir también en la administración de las
provincias senatoriales.

Nueva división provincial de Hispania.

Las dos antiguas provincias de Hispania, Ulterior y Citerior, pasaron a convertirse en tres. La Ul-
terior fue subdividida en dos provincias: la Baetica –con capital en Corduba-, que tomaba como
límite noroccidental el río Guadiana, y la Lusitania –con capital en Emerita Augusta-, a la que,
además del resto del territorio de la Ulterior, se le añadieron los territorios recientemente con-
quistados pertenecientes a galaicos y a astures.

La Citerior –con capital en Tarraco- englobaba el territorio tradicionalmente asignado, al que per-
tenecían también las Baleares y el recientemente sometido de los cántabros. La Lusitania y la Ci-
terior tomaron el carácter de imperiales, mientras la Bética fue asignada al Senado.

Al final del gobierno de Augusto, las provincias hispanas sufrieron modificaciones en sus límites.
La Bética perdió en favor de la Citerior el distrito minero de Castulo y los territorios de Acci y
Tugi. En el noroeste, los límites fueron modificados de forma que la Lusitania tomó al Duero como
frontera norte, pasando sus territorios del norte a la Citerior.

El nuevo gobierno provincial.

La diferenciación entre provincias senatoriales e imperiales tuvo importantes consecuencias de


orden político-administrativo. Mientras el Senado elegía anualmente a un magistrado de rango
senatorial con el título de procónsul y mantenía ligeramente retocado el viejo sistema adminis-
trativo republicano, el emperador había creado un sistema más ágil para sus provincias.

A los gobernadores de las provincias imperiales se le otorgó la categoría de legati Augusti pro-
praetore y permanecían en su cargo entre dos y cinco años. Estos gobernadores eran ayudados
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por otros personajes: los legati iuridici administraban justicia, los procuratores dirigían la admi-
nistración de las finanzas y los legati legionis estaban al frente del ejército provincial.

Desde Augusto, el ejército cumple esencialmente un papel de cobertura, estacionado a lo largo


de las fronteras del Imperio, de las que Hispania estaba muy alejada. Pero, tras el sometimiento
de cántabros y astures, no pareció conveniente retirar parte de las fuerzas que habían intervenido
en la conquista. En una región donde era desconocido el fenómeno urbano, al ejército se confió
no sólo las tareas de vigilancia del espacio recién conquistado, sino también las de implantación
de una infraestructura básica para el posterior desarrollo de la administración con las que pudiera
llevarse a cabo una explotación pacífica de sus recursos.

Los “conventos jurídicos”.

La excesiva extensión de las provincias condujo a la creación de unidades territoriales más redu-
cidas para necesidades específicas, sobre todo, la administración de justicia. Ya desde época re-
publicana, los gobernadores provinciales reunían en determinados lugares y días a la población
bajo su jurisdicción para impartir justicia. Estas reuniones o conventus (de convenire, acudir a un
lugar) quedaron regularmente instituidas en determinadas ciudades dentro de la correspondiente
provincia, a donde debían acudir los habitantes de la región circundante.

Con el paso del tiempo, se terminó por fijar los límites correspondientes a cada distrito y deter-
minar sus capitales. El término conventus pasó a designar cada uno de estos distritos, con su co-
rrespondiente capital conventual, precisado con el término iuridicus para subrayar su carácter de
ámbito de administración de justicia. Conocemos por Plinio el cuadro general de los conventos ju-
rídicos peninsulares a comienzos del Imperio, lo que ha permitido trazar sus límites aproximados.

- La Citerior estaba dividida en siete conventus, que tomaban sus nombres de la capital corres-
pondiente: Tarraco, Carthago Nova, Caesaraugusta, Clunia, Asturica, Bracara y Lucus.
- La Lusitania contaba con tres, con capitales en Emerita Augusta, Scallabis y Pax Iulia.
- La Bética contaba con cuatro, cuyos centros eran Hispalis, Astigi, Corduba y Gades.

La colonización en Hispania.

El acto personal de fundación de una colonia tenía importantes repercusiones para la extensión de
las clientelas. Ello motivó que entre los propios aristócratas que se disputaban el poder en Roma
se viese con gran desconfianza la fundación de colonias. Con todo, y de manera excepcional, las
especiales condiciones de servicio del ejército de Hispania hicieron aconsejable la fundación de
nuevos núcleos. Su función principal era la de proveer de tierras a los veteranos, pero, al mismo
tiempo, servir de ayuda al mejor control de la región.

Italica, en 206 a.C., es la primera de estas fundaciones, y se destinó a los soldados heridos del
ejército de Escipión tras la batalla de Ilipa. Gracchurris e Illiturgi, fueron fundaciones de Tiberio
Sempronio Graco; Carteia se constituyó para un colectivo de hijos de soldados romanos y muje-
res indígenas, que solicitaron del Senado un centro donde instalarse; Corduba fue fundada en
152 por M. Claudio Marcelo, con ciudadanos romanos e indígenas escogidos.

La colonización sólo alcanza una considerable extensión con Julio César, que sentará las bases
para su desarrollo en el alto Imperio. Su política de colonización incluía metas políticas, sociales y
económicas. César, como popular, retornó el programa de los Gracos, que pretendía restituir al
pequeño campesinado tierras que le proporcionaran una base económica suficiente, a través de
fundaciones coloniales fuera de Italia. Entre las fundaciones cesarianas cabe mencionar a Urso,
Hispalis o Hasta, en el valle del Guadalquivir; Norba, o Metellinum en los límites occidentales de
la Ulterior, y el otorgamiento del estatuto de colonia a Carthago Nova o Tarraco.

La muerte de César paralizó su ambicioso programa de colonización, que fue continuado, primero
por los triunviros y luego por Augusto. No es fácil determinar qué ciudades deben su fundación o
su promoción jurídica a César y cuáles a Augusto. Generalmente se utiliza el indicativo de sus
respectivas titulaciones honoríficas, que hacen referencia al fundador o benefactor -Iulius/Iulia o
Augustus/Augusta-, pero aún hay muchos casos que son objeto de debate.

La política colonial de Augusto tiene el objetivo principal de acomodar a los veteranos de las gue-
rras civiles. En Hispania surgirán como consecuencia de esta política las colonias de Astigi (Écija),
Tucci (Martos) y Tingintera (Algeciras) en la Bética. En Lusitania, la propia capital, Emerita Au-
gusta (Mérida) y Pax Iulia (Santarem). En la Tarraconense, Caesaraugusta (Zaragoza), Acci (Gua-
dix), Ilici, Salaria (Úbeda la Vieja) y Lisibosa (Lezuza). También Augusto promovió algunos cen-
tros indígenas a los estatutos de municipio de derecho romano y latino. Así, en la Tarraconense,
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deben a Augusto la carta de ciudadanía Augusta Bilbilis (Calatayud), Ilerda (Lérida), Osca (Hues-
ca) o Turiaso (Tarazona); en la Bética, la vieja fundación de Escipión, Italica, y en la Tarraconen-
se, seguramente, Saetabis (Játiva), Valeria y Lucentum.

Augusto también buscó una articulación del territorio en zonas recientemente conquistadas, con
el desarrollo de centros urbanos en puntos estratégicos, con funciones administrativas o en im-
portantes ejes viarios. Este origen tienen las tres ciudades del noroeste dotadas del epíteto de
Augusta -Lucus, Bracara y Asturica-, destinadas a convertirse en capitales de otros tantos
conuentus jurídicos en un territorio ajeno al fenómeno de la urbanización.

2. Hispania durante el Alto Imperio.


Durante el gobierno de los sucesores inmediatos de Augusto, la llamada dinastía Julio-Claudia,
ningún acontecimiento digno de mención tuvo como escenario la Península Ibérica. En los cauces
establecidos por el propio Augusto, continuó desarrollándose la administración con una progresiva
integración de las provincias hispanas en el sistema romano.

La subida al trono de Vespasiano en el 69 significó una reordenación del Imperio, que afectó de
forma particular a Hispania. La promulgación del edicto de latinidad por Vespasiano supuso el
reordenamiento jurídico de las poblaciones hispanas. La concesión del derecho latino (ius Latii)
suponía la posibilidad de que las comunidades urbanas peninsulares pudieran organizarse como
municipios latinos, que, como hemos visto, incluían la concesión de la ciudadanía romana para
quienes hubieran ejercido un cargo municipal.

Como consecuencia del decreto, un gran número de civitates hispanas, con una infraestructura
urbana e incipientes formas de organización administrativa, vieron abiertas las puertas a su defi-
nitiva organización como municipios, que fue cumpliéndose a lo largo de la dinastía, bajo el go-
bierno de los hijos de Vespasiano: Tito y Domiciano.

El proceso de promoción político-administrativa, comenzado por Augusto y sus sucesores y fo-


mentado por los Flavios, se tradujo, desde finales del siglo I, en la creciente importancia de las
élites hispanas, que accedieron a puestos de responsabilidad en la administración central. Así, la
dinastía de los Antoninos e, desde finales del siglo I, sucede a la Flavia, contempla la decisiva in-
fluencia de la oligarquía hispana en el marco de un sistema administrativo caracterizado por la
estabilidad.

Los primeros síntomas de crisis del sistema comienzan a apreciarse en los reinados de los últimos
Antoninos, Marco Aurelio (161-180) y Cómodo (180-192). La crisis de poder fue resuelta por el
fundador de una nueva dinastía, el africano Septimio Severo (193-211), que trató de frenar los
múltiples problemas del Imperio con una serie de medidas que transformarían su esencia misma.
Fue una de las principales la reforma del ejército, utilizado para nuevas e incrementadas tareas
en el contexto general de la administración imperial.

Con la muerte de Severo Alejandro se inicia la conocida como “crisis del siglo III” (235-284), una
larga época de conmociones políticas y de transformaciones sociales y económicas que dará ori-
gen a la nueva situación del Bajo Imperio. En estas transformaciones incidieron factores externos
e internos. A la múltiple presión sobre las fronteras del Imperio de pueblos exteriores, que obligó
a un esfuerzo militar constante y desproporcionado para las posibilidades de defensa, se unió el
estancamiento del sistema económico y la ruptura del equilibrio político y social, relacionado con
las crecientes necesidades del Estado para acudir a contrarrestar el peligro exterior.

Durante los dos primeros siglos del Imperio, las ciudades pudieron cumplir con las cargas admi-
nistrativas que el estado central romano había depositado en sus élites. A través de la ciudad, el
Estado resolvió el difícil problema de la administración de un Imperio apenas abarcable y obtuvo
los recursos materiales para su sostenimiento. Pero desde finales del siglo II, cuando aparecen los
primeros síntomas de una grave crisis económica, el Estado recurrió, para conseguir los recursos
que necesitaba cada vez en mayor cantidad, que presionar a su vez sobre las ciudades. Éstas,
castigadas también por la crisis general, que también afectaba a sus élites, vieron como comen-
zaban a tambalearse los presupuestos que habían hecho posible la construcción y el desarrollo del
régimen municipal. El primitivo sistema político-social autónomo de las ciudades se iba transfor-
mando en un estado obligado e impuesto, que convertía los antiguos honores -magistraturas y
curia municipal- en cargas irrenunciables.

Los grandes aristócratas senatoriales conseguían sustraerse a esta presión, al retirarse a sus do-
minios en el campo, en las grandes villae, donde llegaron a crear unidades económicas autárqui-
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cas, ajenas a los gastos de la ciudad. Mientras, sobre la curia municipal -los curiales, como empe-
zó a llamárseles- iba recayendo todo el peso de las cargas municipales y de las obligaciones fis-
cales de la comunidad, puesto que se les responsabilizó con la garantía de sus propios bienes del
pago de las mismas. La consecuencia fue la pauperización de las clases medias -ya que las altas
habían podido escapar al proceso- y el desesperado esfuerzo por sustraerse al nombramiento
como curiales.

3. La sociedad en la Hispania romana.


La estructuración social romana ha sido definida como una pirámide, formada por dos estratos
netamente delimitados por una línea de separación social, que distingue a los honestiores, o es-
tratos altos, de la plebe o humiliores, los estratos bajos. Los estratos superiores de la pirámide,
numéricamente insignificantes en relación a los inferiores -menos del 1% de la población total-,
pueden ser calificados como estamentales, esto es, constituidos por una serie de unidades so-
ciales cerradas y corporativas, ordenadas por criterios jerárquicos, con funciones, prestigio social
y cualificación económica específicos, los ordines.

Frente a estos ordines, los estratos bajos de los humiliores, formados por heterogéneos grupos de
masas de población urbanas y rústicas, no constituyen estamentos, sino capas sociales, que tie-
nen características comunes de acuerdo con su actividad económica en la ciudad o en el campo y
con su cualificación jurídica, según se trate de ingenui (libres de nacimiento), libertos (esclavos
manumitidos) o esclavos, así como de su carácter de cives romani, ciudadanos romanos de pleno
derecho, o de peregrini, carentes de derechos ciudadanos.

Los “ordines” romanos.

El sector de los ciudadanos romanos pertenecientes a los ordines era numéricamente reducido. El
desempeño de los altos cargos políticos, financieros, militares y religiosos estaba reservado a los
miembros de los ordines. Pero los ordines no sólo constituían la oligarquía dirigente, sino que es-
taban obligados por su condición a ejercer su evergetismo con los más necesitados: ellos eran los
patronos de particulares o de comunidades, ellos sufragaban los gastos de juegos y espectáculos
para entretenimiento de las masas, de ellos dependía el costear múltiples obras públicas.

Los órdenes estaban jerarquizados, así como las funciones que sus miembros podían desempeñar.
Los senatoriales ocupaban el primer escalón social y, por lo mismo, a ellos estaban reservadas
las más altas magistraturas y honores. Los caballeros o miembros del orden ecuestre ocupa-
ban cargos intermedios en la administración. Y todas las magistraturas de la administración muni-
cipal eran competencia del orden decurional.

La posesión de una elevada fortuna no producía por sí misma el acceso a un ordo: se exigía el re-
conocimiento oficial del censor; el Senado o el emperador tenían capacidad de designar a miem-
bros de estratos inferiores para incluirlos en un rango superior.

A cada rango correspondía una vestimenta y unos símbolos externos. Los miembros de los tres
rangos sociales superiores no se esforzaban por atesorar riquezas sólo con el fin de mantener los
requisitos económicos mínimos exigidos a su rango; sobre ellos pesaba la responsabilidad social
de mantener a sus clientes, de ayudar a las “ciudades” o a los ciudadanos desposeídos y de sos-
tener un conjunto de esclavos y servidores domésticos acorde con su posición social.

La plebe.

La inmensa mayoría de la población libre de las ciudades hispanas no pertenecía a los ordines pri-
vilegiados. Esta población podía residir en la ciudad -la plebs urbana- o en el territorium que de-
pendía de la misma, la plebs rustica. En su inmensa mayoría era en el sector agropecuario donde
esta población ejercía sus actividades económicas, aunque no faltaban comerciantes y artesanos,
así como un porcentaje de desheredados, que vivían de las liberalidades públicas proporcionadas
por las oligarquías municipales o se alquilaban como jornaleros para faenas agrícolas temporales.
La pequeña parcela familiar era el tipo de propiedad más común en estos estratos bajos de hom-
bres libres, completada con el aprovechamiento de las tierras comunales.

La producción artesanal ocupaba una gran parte de la población, residente en las ciudades, no
pertenecientes a los ordines. Generalmente era el pequeño taller la unidad de producción, en el
que, con el propietario, trabajaba su familia, en ocasiones, ayudado por uno o varios esclavos.
Gracias a la epigrafía conocemos un buen número de oficios de la Hispania romana: zapateros,
barberos, albañiles, fabricantes de lonas, alfareros, marmolistas, herreros, pescadores, barque-
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ros... Su posición social puede considerarse en conjunto más favorable que la de las masas cam-
pesinas, ya que los núcleos urbanos ofrecían mejores condiciones de trabajo, mayores posibilida-
des de promoción social y atractivos que el campo no poseía, como los espectáculos y las libera-
lidades públicas de magistrados y particulares.

Asociaciones populares.

Los individuos pertenecientes a las capas bajas urbanas tenían la posibilidad de organizarse en
collegia o asociaciones populares de diferente carácter que, controladas por el Estado o por la ad-
ministración local, permitían a sus integrantes cumplir una serie de funciones o disfrutar de cier-
tos beneficios. Estas asociaciones estaban puestas bajo la advocación de una divinidad protecto-
ra. Gracias a la epigrafía se puede constatar la existencia de un buen número de collegia en las
provincias hispanas, de carácter religioso, funerario y, en menor término, de profesionales, jóve-
nes y militares, organizados de manera similar a los del resto del Imperio romano.

Los de finalidad estrictamente religiosa, semejantes a las actuales cofradías, reunían a los devo-
tos de una divinidad particular, tanto romanas como extranjeras, o se dedicaban a rendir culto al
emperador. Disponían por lo general de un templo propio y efectuaban los ritos correspondientes
al culto de que se tratara, mediante magistrados o sacerdotes organizados jerárquicamente.

Los collegia tenuiorum, es decir, asociaciones de gentes humildes, con un carácter religioso-
funerario, eran cofradías que, bajo la advocación de una divinidad, se reunían para cubrir sus ne-
cesidades de funerales y enterramiento, de acuerdo con las creencias romanas de ultratumba. En
cuanto a los collegia iuvenum, aun constituyendo colegios religiosos, tenían como finalidad ce-
lebrar fiestas y juegos y, frente a los tenuiorum, sus miembros pertenecían a las clases altas de la
sociedad. Las asociaciones profesionales reunían a miembros unidos por los lazos de una pro-
fesión común y tomaban el nombre de la industria o el oficio que ejercían. Su finalidad era la de
fortalecerse mediante la unión para poder defender mejor sus intereses comunes.

Las ciudades del imperio favorecieron el desarrollo de estos colegios profesionales, puesto que las
magistraturas municipales podían utilizarlos para los trabajos de utilidad pública. Con ello se es-
tableció una estrecha colaboración entre los organismos oficiales y estos collegia, que jugaron un
importante papel en la vida y actividades municipales. Tres de ellos destacaron en especial por
este papel, los collegia de fabri (construcción); centonarii (toldos y lonas), y dendrophori (in-
dustria de la madera). Aparte de estos, se encuentran en Hispania, colegios de toda clase de pro-
fesiones y oficios.

Esclavos y libertos.

Los esclavos y libertos constituían los grupos de población dependiente dominantes en el sistema
romano hasta bien avanzado el siglo II. Quienes siendo esclavos eran liberados por sus dueños
pasaban a la categoría de libertos. La antigua dependencia del esclavo no se rompía totalmente
con la manumisión; el antiguo dueño pasaba a ser el patrono del liberto, con el que éste quedaba
obligado de dos formas: en virtud de las obligaciones comunes a todo cliente, éste debía mante-
ner respeto y prestar ayuda a su patrono-protector y, por otra parte, el patrono podía imponer a
su liberto obligaciones particulares (ayuda para la educación de sus hijos, cuidado de su sepultu-
ra, etc.). El incumplimiento de las cláusulas establecidas en el momento de la manumisión podía
ser causa para volver a reducir a esclavitud al liberto.

Las posibilidades de promoción social de los libertos fueron muy distintas en cada período de la
historia de Roma. La marca del estatuto social no se borraba generalmente hasta la generación
de los nietos del liberto. Desde fines de la República, los cambios en el sistema esclavista favore-
cieron la práctica de las manumisiones; con el desarrollo de la vida municipal durante el Imperio,
muchos libertos encontraron cauces más fáciles para la mejora de sus condiciones económicas y
sociales.

Si el estigma de su nacimiento esclavo les cerraba, a pesar de sus, a veces, considerables fortu-
nas, el paso a la aristocracia municipal del ordo decurionum, encontraron la posibilidad de distin-
guirse sobre sus conciudadanos mediante su inclusión en el collegium de los seviri augustales,
dedicados al culto al emperador y gravados con cuantiosos gastos, que estos libertos satisfacían
con gusto a cambio de ver reconocida y elevada su imagen social.

El esclavo, considerado una posesión de su dueño, estaba sometido a la autoridad absoluta del
pater familias. Hay que llegar al siglo II para que la legislación imperial coarte parte de los dere-
chos absolutos que tenía el dueño sobre sus esclavos. Nunca el esclavo adquirió derechos para al-
canzar la manumisión. Esta era siempre el resultado de un acto libre del dueño al margen de que
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fuera acompañada frecuentemente del pago de una tasa por el manumitido. La situación concreta
de cada esclavo dependía tanto de las condiciones de su trabajo -en minas, administración, ense-
ñanza- como del carácter y las condiciones económicas del dueño.

La familia romana.

La familia romana fue la institución que menos cambios sufrió durante toda la historia del Estado
romano. El pater familias mantuvo sus prerrogativas inalterables durante siglos: ni el poder de los
magistrados municipales ni los poderes superiores de los altos órganos del Estado interferían en
el ámbito de sus dominios.

Las familias ampliadas de los orígenes (de las que formaban parte, además de la mujer y los hi-
jos, los clientes, los esclavos, los nietos) no se conservaron más que en los medios de las altas
capas de la oligarquía. Las condiciones económicas facilitaron el predominio de la familia reducida
en las bajas capas de la sociedad. En ambos casos, los miembros de la familia siguieron someti-
dos a la autoridad del padre. El papel de la mujer estaba limitado a ser un instrumento de pro-
ducción de hijos y a dirigir las faenas domésticas, privada de participar en la vida política. Sólo al-
gunas mujeres pertenecientes a las altas esferas romanas participaron ocasionalmente en la vida
política, pero sin posibilidad legal de ocupar magistraturas.

La familia romana no sólo era una unidad económica a través de la cual se transmitía la propie-
dad, sino que cumplía importantes funciones ideológicas. El padre era el sacerdote del culto do-
méstico a los antepasados de la familia; éstos servían de modelos a imitar por todos los miem-
bros de la familia. Por otra parte, en el seno de la familia, adquirían los niños el conocimiento de
la religión y de la cultura romana. Tardaron mucho en aparecer las escuelas públicas e incluso en-
tonces los hijos de las grandes familias eran educados en la propia casa por pedagogos, general-
mente esclavos domésticos.

4. Las estructuras socioeconómicas.


Agricultura, ganadería, minería.

Las principales fuentes de riqueza de la Hispania romana provenían de la explotación de los cam-
pos y bosques, además de los muy ricos yacimientos mineros.

En lo tocante a la agricultura destacaban la producción cerealística, vinícola y, sobre todo, oliva-


rera. En la Antigüedad, la Península Ibérica era considerada como uno de los graneros del Impe-
rio. Los cereales se cultivaban, sobre todo, en el valle del Guadalquivir, llanuras del Guadiana y
del Alemtejo, en la costa oriental y en la Meseta. El cultivo del olivo y la producción aceitera eran
la principal riqueza agrícola, y la principal industria derivada, de la Hispania romana. El olivo se
cultivaba en el valle del Ebro, al sur del Sistema Central y en las márgenes del Guadiana; pero
era el valle del Guadalquivir la gran zona olivarera. Una parte muy importante del aceite allí pro-
ducido era exportada al exterior, fundamentalmente para abastecer a la ciudad de Roma y a los
grandes acuartelamientos legionarios de la región renana. La vid había sido introducida en algu-
nas regiones costeras con anterioridad a la llegada de los romanos; pero fue en época romana
cuando la vid se extendió por una gran parte de la Península, teniéndose que importar todavía
vino itálico en el siglo I a.C. Dentro de la producción agrícola hay que mencionar también a las
plantas industriales, lino y esparto principalmente, cuya extensión en Levante y el sureste tenía
ya una notable importancia antes de la conquista romana. En último término habría que citar la
explotación de la importante masa boscosa hispana, sin parangón con la situación presente.

La ganadería era también una fuente de riqueza muy importante, básica en algunas zonas, co-
mo la meseta y, especialmente, en los pastizales de los numerosos sistemas montañosos. Sobre
todo abundaban los rebaños de ovejas, base de fabricación de bastos tejidos de lana muy apre-
ciados para el ejército. En algunos sitios, como la montaña cantábrica y Galicia, era importante la
cría de caballos, famosos por su corta estatura, su resistencia y velocidad. En el valle bajo del
Guadalquivir la cría de vacuno constituía una importante fuente de riqueza.

Entre los productos hispanos que acudían a los mercados romanos, también se destaca el de las
salazones de pescado, con prácticas que ya realizaban los fenicios, sobre todo en la elaboración
del garum, producto duradero y transportable, útil para la sazón de los alimentos en todo el Im-
perio.

En lo referente a la minería, la Península Ibérica fue celebre en la Antigüedad por sus ricos yaci-
mientos. El oro se obtenía en la región de Sierra Morena y, sobre todo, en el noroeste, en los
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montes leoneses y galaicos. En estas tierras -especialmente en el paraje conocido como Las Mé-
dulas- se llegaron a realizar impresionantes explotaciones a cielo abierto, con arrasamientos de
montes enteros. La plata y el plomo se extraían de la región de Cartagena, Cástulo y Sierra Mo-
rena. Además del cobre de la cuenca del Tinto (Huelva) y del estaño de Galaecia y Lusitania, los
romanos explotaron ya las ricas minas de cinabrio de Sisapo (Almadén), cuya producción era
exportada en bruto a Roma, donde se procedía a la extracción de colorantes.

Las estructuras de la propiedad y explotación.

En virtud de la conquista el estado romano acostumbraba a considerar como propio el territorio


de las ciudades o comunidades indígenas vencidas, que quedaba constituido en ager publicus. Sin
embargo, lo normal era que este “terreno estatal” se arrendase bajo el pago de un tributo a sus
antiguos propietarios indígenas, a perpetuidad y hereditariamente.

Si se procedía a constituir una colonia, romana o latina, se distribuía y repartía dicho territorio,
generalmente sus mejores tierras de cultivo, entre los colonos que allí se asentaban. Así se for-
maban lotes de tierras, de dimensiones variables -por lo general, de unas diez hectáreas- según
un sistema de catastración muy racional.

Las propiedades así distribuidas eran fincas de tamaño más bien mediano, bastante semejantes
entre sí. Sin embargo, el proceso de concentración de la propiedad de la tierra era algo consus-
tancial al sistema, y difícilmente evitable en un estado como el romano que era poco intervencio-
nista. A principios del siglo II d.C., en zonas de vieja ocupación romana y muy fértiles, como las
de la Bética, la concentración de la propiedad agraria en manos de unas cuantas familias de las
oligarquías municipales era ya un hecho; pero dicha concentración no condujo necesariamente a
la constitución de latifundios del tipo “coto cerrado”. En cambio, en las áreas de menor densidad
urbana desde tiempos antiguos se habrían formado importantes latifundios cerrados, con frecuen-
cia propiedad de grandes familias senatoriales de procedencia ítalo-romana.

Durante la conquista, el Estado Romano se había reservado también la plena propiedad de impor-
tantes extensiones del ager publicus y de todas las minas; aunque unos y otras hubiesen sido
arrendadas a particulares. Con el establecimiento del nuevo régimen imperial con Augusto, el em-
perador se reservó la propiedad de las antiguas tierras de dominio público. De esta forma, en His-
pania se fueron formando importantes latifundios imperiales, que se agrandarían a lo largo de to-
do el siglo I d.C. Los latifundios imperiales estaban bajo la administración de procuratores -mu-
chas veces libertos imperiales-, que procedían a arrendados en lotes a particulares.

Lo sucedido con las minas fue muy parecido. A lo largo de todo el siglo I d.C. los emperadores
fueron haciéndose con su total y excluyente propiedad, confiscando aquellas que todavía queda-
ban en poder de los particulares. Seguidamente, la administración de tales complejos mineros fue
confiada por los emperadores a procuradores, que, a su vez, las arrendarían por lotes a conduc-
tores particulares. Esto se observa en la famosa reglamentación del distrito minero de Vipasca
(Aljustrel, Portugal) llegada hasta nosotros.

El esclavismo.

La existencia de esclavos fue muy común en la Hispania romana, sobre todo en las áreas de más
vieja implantación romana. Desde finales de la República los esclavos eran utilizados con prefe-
rencia en explotaciones agrarias no demasiado alejadas de una ciudad y en grupos no muy nume-
rosos, con el fin de prevenir mejor cualquier posible rebelión. En todo caso, los propietarios roma-
nos compaginaban el trabajo de sus tierras hecho por esclavos con el realizado por renteros o
aparceros libres, llamados normalmente colonos.

A mediados del siglo II los tratadistas agrónomos romanos recomendaban la utilización progresi-
va de esclavos dotados de bienes propios y de su propia familia, asentándolos en parcelas autó-
nomas, como si se tratase de colonos libres. Desde finales de la República los esclavos nacidos y
criados en la propia casa del amo fueron superando en número a los extranjeros comprados en el
mercado.

En cuanto al trabajo en las minas, la norma general en el Imperio fue el empleo masivo de escla-
vos o de condenados, dadas las penosísimas condiciones de trabajo de la minería en la Antigüe-
dad, donde fácilmente la esperanza de vida no llegaba a los treinta años. Pero en la Península
Ibérica, junto a los esclavos, se documenta también el empleo de abundante mano de obra libre.
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El comercio y la moneda.

En cuanto al comercio exterior, hay que decir que la Península Ibérica exportaba esencialmente
productos agrícolas y materias primas, principalmente salazones, aceite y minerales. Los restos
de los envases cerámicos utilizados han permitido comprobar su exportación al ámbito castrense
del Rin, Lyon, Narbona y, sobre todo, Roma. Igualmente tenemos conocimiento de la existencia
de las principales “firmas” exportadoras, su ámbito de difusión y la época de mayor esplendor.
Las excavaciones en el Monte Testaccio en Roma son una fuente de información inapreciable para
conocer las exportaciones hispanas a Roma.

El comercio de importación estaba constituido principalmente por productos de lujo provenien-


tes de Italia y de Oriente. Es interesante señalar la presencia de colonias de comerciantes extran-
jeros -por lo general de procedencia oriental- en los principales puertos fluviales y marítimos.

La conquista romana y la progresiva romanización hicieron que se extendiera el uso de la mone-


da. Esta ya la conocían los indígenas a partir de ejemplares púnicos, acuñados por los bárquidas,
o helénicos de las colonias focenses de Ampurias y Rodas (Rosas). Consta que, en el período de la
conquista, sobre todo durante las guerras civiles del siglo I a.C., existió un florecimiento enorme
de las acuñaciones hechas por las comunidades indígenas sometidas, siguiendo patrones moneta-
rios romanos, para pagar los impuestos y requisiciones exigidas por el estado romano. Estas acu-
ñaciones locales hispánicas iniciaron un rápido descenso a partir de Tiberio, para desaparecer
completamente con Claudio (41-54 d.C.). Fue entonces cuando la moneda imperial de plata, el
denario, acuñada en las grandes cecas imperiales, se impuso totalmente, convirtiéndose en la ba-
se monetaria del ahorro de las oligarquías municipales hispanas.

Textos.
Diversos Cursus honorum.

A Publio Cornelio Anulino, hijo de Publio, de la tribu Galeria, de Iliberris, Prefecto de la Ciudad,
cónsul, procónsul de la provincia de África, pretor, tribuno de la plebe, cuestor, legado de la pro-
vincia Narbonense, procónsul de la provincia Bética, legado de la legión VII Gémina, legado de
Augusto, propretor de la provincia de Siria... CIL II, 2072

A Publio Magnio Rufo Magoniano, hijo de Quinto, de la tribu Quirina, tribuno de los soldados por
cuatro veces, procurador de Augusto para la vigésima de las herencia de Hispania Bética y Lusita-
nia, igualmente procurador de Augusto para la plantación de vides de Falerno en la Bética, procu-
rador ducenario de Augusto, en la provincia de la Bética, Acilia Plecusa a su buen amigo hace do-
nación de parte de la provincia. CIL II, 2029.

Collegia.

A Marco Cornelio Saturnino Paterno, hijo de Marco, de la tribu Galeria, edil, duunviro, flámen. Los
adoradores de los lares. Ampurias, II, 1952.
Esculapio Augusto. Los adoradores de los sagrados lares de Malia Maliola. Marco Cosutio Macrino
lo donó. CIL II, 17
A Marco Salustio Feliz, muerto fuera de la ciudad, el colegio de los herculanos. CIL II, 4064
Quinto Murrio Thales donó un reloj al colegio de los constructores. CIL II 4316
Consagrado a los dioses Manes, Porcio Gétulo, de veinticinco años, virtuoso en el colegio. Aquí es-
tá. Que la tierra te sea leve. CIL II, 1976
Al Emperador César Tito Elio Adriano Augusto Pío, padre de la patria, el colegio de fabricantes de
centones constituido por su indulgencia, como colegio de no más de cien hombres. CIL II, 1167
Consagrado a los dioses Lugoves. Lucio Licinio, de los Urcicos los donó en nombre del colegio de
zapateros. CIL II, 2818
A Cayo Laetilio Apalo, hijo de Marco, duunviro quinquenal, los pescadores y vendedores de pesca-
do se encargaron de hacerlo, de su dinero, para los lares augustales y Mercurio, y así mismo lo
aprobaron. CIL II, 5929

Esclavos y libertos.

Quieta, esclava de Cayo Mumnio Marulo, de treinta años. Aquí yace. Que la tierra le sea leve. CIL
II, 1955
Dama, esclava de Lucio Titio, (perteneciente al) fundo Baiano, que está en el campo llamado Ve-
nerensis, que el pago Olbense... Bronce de Bonanza
Hatin Boumehache Erjali

(Consagrado) a los dioses Manes. Aquí yace Marco Ulpio Gresiano, liberto de Augusto, (muerto) a
los 45 años, tabularius del impuesto de las herencias, tabularius de las provincias Lugdunense y
Aquitania, y tabularius de la provincia Lusitania. Su esposa Ulpia Pia se encargó de hacerlo.
Marco Pupio, liberto de Marco, Sexto Lucio, liberto de Sexto... Alejandro Titino, esclavo de Lucio,
Acerdo, esclavo de Saponio Marco, presidentes, se encargaron de hacer tres pilastras y el cimien-
to de piedra. CIL II, 3434
A los dioses Manes. A Lucio Elio Cerealis, maestro del arte de la gramática latina. Lucio Eliano, li-
berto, a su patrono. CIL II, 3872
Tiberio Claudio Apolinar, liberto de Tiberio Claudio Onito y su heredero, muy versado en el arte de
la medicina, aquí yace... CIL II, 4313
Quinto Sertorio Abascante, liberto de Quinto, séviro augustal, mandó hacerlo con su dinero, de
igual forma Lucio Marcio Baccino, liberto de Lucio, de cincuenta y cinco años, aquí yace. BRAH,
LXVI, 1915
Al Genio de la ciudad de Emérita Augusta, Cayo Antistio Yucundo, de Palma, liberto de Cayo, de
su propio dinero cumple el voto gustoso de ánimo… (Mérida)
A los lares augustales hace don de esta ara y la dedica Lucio Cornelio Firmilo, liberto de Marco,
séviro augustal. (Prov. Badajoz).
Flavio, liberto de Cayo, Filócalo, aquí yace. Adonis, su heredero, cuidó de elevar su monumento.
(Prov. Badajoz)

Agricultura, pesca y minería.

Actualmente garum mejor se obtiene del pez escombro en las factorías de Cartago Nova. Se le
conoce con el nombre de garum sociorum, Dos congios (6,5 litros) no se pagan con menos de mil
monedas de plata. A excepción de los ungüentos, no hay licor alguno que se pague tan caro, dan-
do fama a los lugares de donde viene. Los escombros se pescan en la Mauritania y en la Bética, y
cuando vienen del Océano se cogen en Carteia, no haciéndose de él otro uso. (Plinio, Historia
Natural 31, 94).

Cuenta que en los viveros de Carteia había un pulpo que acostumbraba a salir de la mar y se
acercaba a los viveros abiertos, arrasando los salazones... (Plinio, Historia Natural, 9, 92).

En la Hispania Citerior, a causa de las aguas del torrente que baña el Tarracon, hay también un li-
no de blancura extraordinaria. Su finura es admirable... De la misma Hispania, y, desde hace poco
tiempo, se importa en Italia el lino zoélico, utilísimo en las redes de caza. Esta ciudad es de Ga-
llaecia y se halla junto al Océano. (Plinio, Historia Natural 19, 10).

El esparto... trátase de una hierba que crece espontáneamente y no puede sembrarse... En la


Hispania Citerior se encuentra en una zona de la Cartaginiense, y no en toda, sólo en parte, don-
de lo hace inclusive en las montañas. Los campesinos confeccionan con él sus lechos, su fuego,
sus antorchas, sus calzados; los pastores hacen sus vestidos. (Plinio, Historia Natural, 19, 26).

El minio más conocido es el de la región sisaponense, en la Bética, mina que es propiedad del
pueblo romano. Nada se vigila con mas cuidado; no está permitida refinarla en plaza, sino que se
envía a Roma, en bruto y bajo sello, en cantidad de unas dos mil libras de peso al año. En Roma
se lava. Con el fin de que no alcance precios muy altos, una ley ha fijado su valor en venta, que
es de 70 sesercios la libra. Se adultera de muchos modos, lo que proporciona grandes beneficios
a las compañías. (Plinio, Historia Natural, 30, 3, 118).

El oro obtenido por la arrugia no se funde, es ya oro; se encuentran masas como en los pozos,
que pesan más de diez libras… Según opinión de algunos, Astúrica, Gallaecia y Lusitania, suminis-
tran por este procedimiento veinte mil libras de oro al año, pero la producción de Astúrica es la
más abundante. No hay parte alguna de la tierra donde se da esta fertilidad durante tantos siglos.
(Plinio, Historia Natural 30, 3, 76-78)

Las formas de propiedad y explotación.

Los pozos de plata deben ser explotados en la forma prevista por esta ley (…) Los colonos que
hayan hecho gastos por un pozo perteneciente a muchos asociados, tendrán el derecho de recla-
marles lo que les parezca bien, de buena fe... Todos los pozos estarán apuntalados y equipados
convenientemente; el colono que haya empleado madera carcomida verá su pozo sometido a una
nueva asignación. No es lícito tocar o dañar las estacas y maderos destinados a sostener la gale-
ría por medio del fraude o la mala fe, lo que se hace para impedir que las estacas y maderos sean
firmes y accesibles. Quien sea convicto de haber dañado, deteriorado o arruinado un pozo, a tra-
vés de dolo o mala fe, hasta el punto de que no ofrezca seguridad, será castigado, por decisión
del procurador, con varas si es esclavo, y será vendido por su amo. Si es libre, el procurador con-
Hatin Boumehache Erjali

fiscará sus bienes en provecho del fisco y le prohibirá para siempre las regiones de minas.
BRONCE DE VIPASCA 2, 2-13

Arreglado todo de esta suerte, bien por el dueño, o bien por las personas que han recibido la ha-
cienda, el principal cuidado ha de dirigirse a las demás cosas que no hemos tratado, y, sobre to-
do, a los hombres. Estos se dividen en dos categorías: colonos y esclavos. Y éstos en suelto o con
grilletes. A los colonos los tratará con atención y se mostrará afable con ellos, será más exigente
para obligarles a labrar bien que para cobrarles la renta, porque esto es menos ofensivo y, en ge-
neral, nos es más provechoso. Pues cuando la tierra se cultiva con cuidado, por lo común trae
ganancias y no pérdidas (si no ha sobrevenido fuerza mayor de temporal o ladrones) y, por con-
siguiente, el colono no se atreve a pedir perdón por las rentas... Para un padre de familia la he-
redad mejor sería la que tuviere colonos indígenas y los retuviese, como su hubiesen nacido en
una posesión de sus padres, teniendo una larga familiaridad contraída ya desde la infancia; por
contra pienso que es malo renovar con frecuencia los arrendamientos, y, aún peor, tener un
arrendado que viva en la ciudad y que quiera más bien labrar por medio de esclavos la hacienda
que por si mismo....

Los cuidados que siguen a los que hemos explicado, son respecto a los esclavos, esto es: que
cargo convenga dar a cada uno y cuales se han de destinar a cada especie de trabajo. Ante todo
advierto que no hay que elegir al capataz de entre aquel género de esclavos que han servido a
nuestros placeres, ni a los que hayan ejercido artes de lujo o de las que se ejecutan en la ciudad.
Pues esta casta de esclavos es perezosa, aficionada a dormir, acostumbrada al descanso, a la pa-
lestra, al circo, a los teatros, al juego... se ha de escoger uno que esté desde la niñez endurecido
por los trabajos del campo y que la propia experiencia le ha enseñado. Pero si no lo hubiera, se
escogerá de entre los que hayan sufrido esclavitud laboriosa; que hayan pasado la primera ju-
ventud y no hayan llegado aún a la vejez. Columela, Sobre agricultura, 1, 7-8

Están exentos (de pagar) los libertos y esclavos del César que trabajan al servicio o reciben algu-
na remuneración del procurador... Bronce de Vipasca, 1, 3

Se exceptúa a los esclavos que arreglan a sus amos o consiervos, Bronce de Vipasca, 1, 5

Si el ladrón del metal era un esclavo, el procurador le mandaría azotar y vender, con esta condi-
ción, de que tuviese vínculos perpetuamente y no pudiese vivir en ninguna mina ni en territorios
mineros; el precio del esclavo sea entregado al señor. DESSAU, 8421

El comercio: Turdetania y Baetica.

[6] De Turdetania se exporta trigo y vino en cantidad, y aceite no sólo en cantidad, sino también
de la mejor calidad. Se exporta asimismo cera, miel y pez, mucha cochinilla y un bermellón no in-
ferior a la tierra sinópica. Los astilleros funcionan allí con madera del país, en su territorio hay mi-
nas de sal y no pocas corrientes de ríos salobres, y tampoco escasea la industria de salazón de
pescado, procedente tanto de la zona como del resto del litoral de más allá de las Columnas, que
no va a la zaga de la salazón del Ponto. Antes figuraba en primera línea su igualmente abundante
paño, pero ahora lo hace la lana, de la que hay más producción que de lanas coraxinas. Y en be-
lleza es insuperable: los carneros para cría se compran al menos en un talento. Insuperables son
también los tejidos ligeros, como los que fabrican los salacietas.

Es inagotable asimismo la riqueza en ganado de toda especie y en caza, siendo en cambio raras
las alimañas (...) De la abundancia de exportaciones de Turdetania hablan a las claras el tamaño
y el número de sus barcos, pues sus enormes naves mercantes navegan rumbo a Dicearquia y
Ostia, el puerto de Roma, rivalizando casi en número con las libias. (Estrabón, III, 2, 6)

[3] El Betis, a lo largo de sus orillas, está densamente poblado y es navegable corriente arriba
casi mil doscientos estadios desde el mar hasta Córduba y lugares situados un poco más al inte-
rior. Y la verdad es que están cultivados con esmero tanto la zona ribereña como los islotes del
río. (…) Así pues, hasta Híspalis la navegación se efectúa en embarcaciones de tamaño conside-
rable, a lo largo de un trecho no muy inferior a quinientos estadios; hasta las ciudades de más
arriba hasta Ilipa en barcos más pequeños, y hasta Córduba en lanchas fluviales hechas hoy en
día con maderos ensamblados, pero que antiguamente se confeccionaban a partir de un solo
tronco. El tramo superior hasta Castalon ya no es navegable (…).

También el Anas es remontable, pero no con barcos de tanta envergadura ni durante tan largo
trecho. En su orilla norte hay también montañas con minas, que llegan hasta el Tago. Natural-
mente, las regiones que tienen minas son por fuerza escabrosas y poco fértiles, como es el caso
de las que bordean Carpetania y, en mayor medida aún, Celtiberia. De la misma naturaleza es
Hatin Boumehache Erjali

también la Beturia, que posee áridas llanuras que bordean el Anas.

[4] Pero la propia Turdetania goza de unas asombrosas condiciones. Además de ser ella misma
productora de todo y en abundancia, duplica sus beneficios con la exportación, pues el excedente
de sus productos es fácilmente vendido por sus numerosos barcos mercantes. Hacen posible esto
los ríos y los esteros que, como dije, son comparables a los ríos e igualmente remontables desde
el mar hacia las ciudades del interior, no sólo por naves pequeñas, sino también por las grandes
(...). (Estrabón, III, 2, 3-4).

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