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Hall explica que la codificación de este mundo simbólico está mediada por el lenguaje,
como el elemento que permite mediar en el pensamiento, la conceptualización y la
simbolización. El lenguaje es aquí “esa serie de signos y discursos objetivos que
encierran materialmente los procesos del pensamiento y sirven de mediación de la
comunicación” (Hall, 2012. Pp. 233).
Desde la perspectiva marxista, la cultura supone una fuerza productora: “La cultura
humana es el resultado y el registro del dominio desarrollado del hombre sobre la
naturaleza”. (Hall, 2012. Pp. 224). Se sitúa a la cultura como parte del conocimiento
humano y perfeccionado mediante el trabajo social, es decir materializado, que excede
al plano de las ideas.
En la literatura expuesta por Hall la cultura, al igual que la economía, está ligada a
intereses de clase, donde la dominante intenta subordinar a la considerada inferior,
intenta ejercer una autoridad tanto en las condiciones materiales como en el plano de
las ideas. La cultura pasa a ser otro ámbito de poder coercitivo de la fuerza y disputa
ideológica.
Es por ello que a ésta lectura que busca ampliar la visión de que la dominación se
ejerce sólo desde las estructuras productivas, se suman tres modos de dominación
conceptualizados como ideología, superestructura y hegemonía.
La cultura aquí se presenta vinculada a la ideología, que Hall (2012) toma de Althusser
para señalar que las ideologías son “sistemas de representaciones, imágenes y
conceptos”, pero no como algo abstracto y del plano de las ideas, sino como
estrechamente vinculado a las esferas de lo experimentado, de lo vivido.
La cultura, mediada por la superestructura y por la ideología, dispone que hay ciertos
valores y significados que son enfatizados mientras otros son depreciados. Por lo que
entra en juego la hegemonía en tanto quienes se apoderan y lideran el mundo material
también lo hacen con el mundo de las ideas.
Es decir, estrechamente vinculado con sistema productivo pero desde una visión
ampliada de la reproducción social, donde la cultura y sus instituciones guardan un rol
fundamental.
Por su parte, Barbero (1991) también parte desde una intención tomar distancia de la
propuesta de pensar a “la cultura” desde el antagonismo de las clases para
complejizar la mirada pluralidad de matices, Invita a pensar los procesos culturales
históricos no desde la lógica de la acumulación, sino desde la lógica de la diferencia y
diversidad de los sujetos sociales
Ante esta amplitud de panorama, Barbero (2012) critica la razón dualista. Ésta está
compuesta por un "nacionalismo populista obsesionado con el rescate de las raíces" y
la pérdida de la identidad", vinculado a la ruralidad, las viejas tradiciones y lo indígena
(cultura residual según Hall), desvinculada del mundo urbano y la contaminación
cultural.
Por un lado, está la romanización, y por otro una apreciación de la cultura local
latinoamericano como algo primitivo. El resultado de este dualismo, en cualquiera de
las caras de la moneda, reduce a lo indígena como "hecho natural del continente", es
decir ahistórico. Negando su presencia y permanencia, negando el mestizaje
latinoamericano y aislando el rasgo cultural que nos conforma de la producción
capitalista.
Aquí está el punto de encuentro con lo expuesto por Hall (2012). Ambos autores
buscan correr los límites de la cultura y la interpretación que la aísla de las demás
esferas de la sociedad. Las propuestas de ambos se encuentran para posicionar a la
cultura desde el conflicto y fragmentación.
Barbero indica que "los procesos de comunicación ocupan cada día un lugar más
estratégico en nuestra sociedad, puesto que, con la información-materia prima, se
ubican ya en el espacio de la producción y no sólo en el de la circulación" (Barbero,
1991, Pp. 222).
Nuevamente la mirada de los sujetos como agentes activos toma relevancia, donde se
atiende a la articulación de los procesos colectivos que generan contenido, no sólo
como receptores del mundo simbólico construido según el interés de las clases
dominantes.
Para Barbero, pensar los procesos de comunicación desde ahí, desde la cultura,
implica dejar de reducir la problemática de comunicación a la de las tecnologías para
pasar a ser una geografía donde se disputan los sentidos, el reconocimiento y la
organización social.
Bibliografía