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UNNE – Facultad de Humanidades

Licenciatura en Comunicación Social

Teorías de la Comunicación Social III 2020 – Guía N°2

Reyes Beyer, Iriel Amancay

Stuart Hall (2010) parte de la adhesión a la lectura materialista de las estructuras


sociales que propone Marx para contextualizar cómo las fuerzas y las relaciones de
producción generan escenarios históricos y modos específicos de organización civil y
política. Así como también condicionan la dirección de los desarrollos técnicos, las
instituciones y el mundo simbólico.

Hall explica que la codificación de este mundo simbólico está mediada por el lenguaje,
como el elemento que permite mediar en el pensamiento, la conceptualización y la
simbolización. El lenguaje es aquí “esa serie de signos y discursos objetivos que
encierran materialmente los procesos del pensamiento y sirven de mediación de la
comunicación” (Hall, 2012. Pp. 233).

El lenguaje, con vinculación directa con la práctica material y social, se encuentra


condicionado por la organización social y las condiciones de interacción. Hall recurre a
Volóshinov para explicar que también existe una imbricación del campo ideológico de
los discursos que tiene la función específica de acompañar la inteligibilidad, la
interpretación de esa realidad material.

Desde la perspectiva marxista, la cultura supone una fuerza productora: “La cultura
humana es el resultado y el registro del dominio desarrollado del hombre sobre la
naturaleza”. (Hall, 2012. Pp. 224). Se sitúa a la cultura como parte del conocimiento
humano y perfeccionado mediante el trabajo social, es decir materializado, que excede
al plano de las ideas.

En la literatura expuesta por Hall la cultura, al igual que la economía, está ligada a
intereses de clase, donde la dominante intenta subordinar a la considerada inferior,
intenta ejercer una autoridad tanto en las condiciones materiales como en el plano de
las ideas. La cultura pasa a ser otro ámbito de poder coercitivo de la fuerza y disputa
ideológica.
Es por ello que a ésta lectura que busca ampliar la visión de que la dominación se
ejerce sólo desde las estructuras productivas, se suman tres modos de dominación
conceptualizados como ideología, superestructura y hegemonía.

La cultura aquí se presenta vinculada a la ideología, que Hall (2012) toma de Althusser
para señalar que las ideologías son “sistemas de representaciones, imágenes y
conceptos”, pero no como algo abstracto y del plano de las ideas, sino como
estrechamente vinculado a las esferas de lo experimentado, de lo vivido.

La cultura, mediada por la superestructura y por la ideología, dispone que hay ciertos
valores y significados que son enfatizados mientras otros son depreciados. Por lo que
entra en juego la hegemonía en tanto quienes se apoderan y lideran el mundo material
también lo hacen con el mundo de las ideas.

El sistema central de prácticas, significados y valores se encuentra en constante


disputa con aquellos que representan una oposición o contradicción. Las nociones de
culturas residuales (del pasado) o emergentes (novedosas) es un aporte que Hall
(2012) toma de Williams para explicar que la lucha de poder se expresa. Las formas
emergentes y residuales de cultura, entendidas como un “proceso de incorporación”,
que hace referencia a la disputa por la hegemonía en el sentido gramsciano.

“La hegemonía no puede obtenerse sólo en la esfera productiva y económica: debe


organizarse al nivel del estado, la política y las superestructuras, constituyendo estas
últimas el terreno sobre el que se realiza la hegemonía“(Hall, 2012. Pp. 238). Entrando
en juego las agencias de la superestrucura que están representadas en la familia, el
sistema educativo, la iglesia, los medios de comunicación y las instituciones culturales.

Hall destaca que el concepto de hegemonía de Gramsci amplió la comprensión de las


formas de dominación, que ayuda a tomar “una distancia crítica de todos los tipos de
reduccionismo económico o mecánico, del “economicismo” o de la teoría de la
conspiración”, para explicar que funciona de forma estructural.

Es decir, estrechamente vinculado con sistema productivo pero desde una visión
ampliada de la reproducción social, donde la cultura y sus instituciones guardan un rol
fundamental.

Por su parte, Barbero (1991) también parte desde una intención tomar distancia de la
propuesta de pensar a “la cultura” desde el antagonismo de las clases para
complejizar la mirada pluralidad de matices, Invita a pensar los procesos culturales
históricos no desde la lógica de la acumulación, sino desde la lógica de la diferencia y
diversidad de los sujetos sociales

Es justamente la noción de sujetos que cambia en la propuesta de Barbero (1991).


Plantea, a diferencia de los autores desde los que parte Hall, desde una mirada que
sitúa a los individuos desde cierta agencia y no sólo víctimas de una dominación
pasiva.

Barbero tiñe al sujeto, situado en la realidad latinoamericana como producto del


mestizaje y con una praxis y sensibilidad política particular con multiplicidad de
vínculos sociales, institucionales y en diversos escenarios. Este autor busca ampliar el
sentido de la dialéctica, ya no desde un enfrentamiento dual y estático sino vinculado a
continuidades, discontinuidades, conciliaciones y resistencias.

Ante esta amplitud de panorama, Barbero (2012) critica la razón dualista. Ésta está
compuesta por un "nacionalismo populista obsesionado con el rescate de las raíces" y
la pérdida de la identidad", vinculado a la ruralidad, las viejas tradiciones y lo indígena
(cultura residual según Hall), desvinculada del mundo urbano y la contaminación
cultural.

Por otra parte, el denominado "progresismo iluminista" que subestima al pueblo, y ve a


la cultura local como un obstáculo para el desarrollo. Una élite, tanto intelectual como
económica, cree ostentar una cultura que los distingue y que es opuesta a esas raíces.
Esta lógica de la diferencia, según Barbero es la lógica de la exclusión.

Por un lado, está la romanización, y por otro una apreciación de la cultura local
latinoamericano como algo primitivo. El resultado de este dualismo, en cualquiera de
las caras de la moneda, reduce a lo indígena como "hecho natural del continente", es
decir ahistórico. Negando su presencia y permanencia, negando el mestizaje
latinoamericano y aislando el rasgo cultural que nos conforma de la producción
capitalista.

De ahí el interés de Barbero (1991) de atender a los procesos de construcción de lo


masivo desde la transformación de las culturas subalternas (emergentes y residuales)
así como el advenimiento de nuevos sujetos y nuevas identidades.

Aquí está el punto de encuentro con lo expuesto por Hall (2012). Ambos autores
buscan correr los límites de la cultura y la interpretación que la aísla de las demás
esferas de la sociedad. Las propuestas de ambos se encuentran para posicionar a la
cultura desde el conflicto y fragmentación.

Si desde la literatura marxista de la que parte Hall (2012) el Estado es la institución


que regula los fenómenos de la superestructura, Barbero (1991) posiciona a la Nación
como la fuerza donde se disputa la hegemonía: la identidad y la memoria, buscando
asentar una visión homogénea y centralista que rechaza la pluralidad étnica y cultural.

A pesar de este panorama, Barbero propone a los mecanismos de la industria cultural,


vinculada lo que hoy denominamos globalización y procesos trasnacionales que
homogeneiza los consumos y los reduce a un mero espectáculo, como productos
comerciales y también los modos de apropiación y de conducta.

Por ello, la propuesta de comunicación de Barbero (1991) desde la cultura implica


correrse del entendimiento de la comunicación desde una mirada conductista e
ideologista, que atribuía a los medios una omnipotencia de efectos directos que
sometía a los consumidores. Por otra parte, también superar la etapa del modelo
informacional arraigado al búsqueda de métodos científicos que cuadren en el
diagrama positivista.

Barbero indica que "los procesos de comunicación ocupan cada día un lugar más
estratégico en nuestra sociedad, puesto que, con la información-materia prima, se
ubican ya en el espacio de la producción y no sólo en el de la circulación" (Barbero,
1991, Pp. 222).

Nuevamente la mirada de los sujetos como agentes activos toma relevancia, donde se
atiende a la articulación de los procesos colectivos que generan contenido, no sólo
como receptores del mundo simbólico construido según el interés de las clases
dominantes.

La propuesta de este autor es sumar capacidad de hacer política de los sectores de la


sociedad subalternizados que están en constante producción, intercambio,
contradicción y resistencia con "la red de mediaciones y de la lucha por la construcción
del sentido de la convivencia social" (Barbero, 1991, Pp. 224) cambiando el paradigma
de la cultura, que ahora pasa a ser construida por sujetos políticos. Ahora,

"Lo cultural señala la percepción de dimensiones inéditas del conflicto social, la


formación de nuevos sujetos - regionales, religiosos, sexuales, generacionales
- y formas nuevas de rebeldía y resistencia. Reconceptualización de la cultura
que nos enfrenta a la existencia de esa otra experiencia cultural que es la
popular, en su existencia múltiple y activa no sólo en su memoria del pasado,
sino en su conflictividad y creatividad actual" (Barbero, 1991, Pp. 226).

Para Barbero, pensar los procesos de comunicación desde ahí, desde la cultura,
implica dejar de reducir la problemática de comunicación a la de las tecnologías para
pasar a ser una geografía donde se disputan los sentidos, el reconocimiento y la
organización social.

Para trabajar desde este paradigma el autor propone mirar la dominación, la


producción y el trabajo pero desde un mapa nocturno que acompañe la indagación
sobre la dominación, la producción y el trabajo, “pero desde el otro lado: el de las
brechas, el consumo y el placer. Un mapa no para la fuga, sino para el reconocimiento
de la situación desde las mediaciones y los sujetos" (Barbero, 1991, Pp. 229).

La propuesta es descentrar la mirada del eje trabajador/productor y atender al vivir


cotidiano, a las formas de subsistencia y a la acción política del día a día, invisible
hasta ahora por la mirada fija en lo sistémico y estructural; que despolitizó y calificó de
irrelevante la vida de aquellas clases subalternizadas.

El cotidiano es, a partir de aquí, el eje de la praxis cultural, de los modos de


apropiación y de usos sociales de la comunicación. La cultura deja de ser mera
reproducción para pasar a ser el espacio por excelencia de las prácticas cotidianas
que disputan los límites, de expresión de los deseos, de subversión de códigos y
movimientos de la pulsión que reconoce las articulaciones entre prácticas de
comunicación y movimientos sociales, a las diferentes temporalidades y la pluralidad
de matrices culturales, siempre en conflicto.

Bibliografía

HALL, S. (2010). “La cultura, los medios de comunicación y el 'efecto ideológico'”, en


Sin Garantías: trayectorias y problemáticas en estudios culturales. Envión Editores,
Lima. pp. 221 – 255.
BARBERO, M. (1991) “Los métodos: de los medios a las mediaciones” en De los
medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Gustavo Gili, México,
pp. 203 247

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