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José Ortega y Gasset

La deshumanización del arte


Recensión de Juan Carlos Pulido Guerrero.
Metodología, lenguaje y técnicas en la creación de la obra pictórica y su conservación.

Nada hay más importante que ver los caminos de la inventiva,


opinión, más importantes que las invenciones mismas.
Gottfried Wilhelm Leibniz

Es común que la literatura del filósofo sea arriesgada. También es usual que esa
producción sea de digestión pesada. Pues bien, para el caso del señor Ortega y Gasset
solo se cumple la primera parte. “La deshumanización del arte” que nos ocupa es una
verdadera joyita del ensayo patrio. Y más concretamente, brilla con luz propia dentro
de ese abundante vergel donde generación tras generación, literatos, pensadores y
demás intelectuales aportan su granito en y para la teorización del arte.
Pero mas alla de los aciertos de Ortega y Gasset en su acercamiento a lo que el da en
denominar: arte nuevo. Lo mas interesante es el propio vehículo de su pensamiento. Y
es que la prosa del ilustre madrileño es rauda, directa y concienzuda, tocada de la
claridad que pueden aportar aquellos que no solo saben elucubrar, sino también
vender lo que paren.
Por ello la lectura de La deshumanización del arte puede resultar (por supuesto a un
interesado) tremendamente entretenida a la par que reveladora. Particularmente, un
servidor ha desfrutado mas con la obra que nos ocupa, que con buena parte de la
narrativa de bolsillo que he tenido la ocasión de leer en el ultimo año.

Hablando de lo arriesgado… Es posible que cuando La deshumanización del arte


fue publicada alla 1987, el lector atento encontrara las mismas inseguridades que el
propio autor acerca de las verdades y descalabros que el documento pudiera contener.
Pero lo cierto es que veinte años después el arte nuevo al que hace referencia Ortega y
Gasset es el mismo; y sus palabras lejos de estar plagadas de los errores que pudiera
haber surtido la cercanía, tienen el frescor de aquello por lo que no ha pasado el
tiempo.
Que la situación del arte actual no haya amainado en su vorágine con respecto a las
ultimas tres décadas, sin duda ayuda a mantener vivas las palabras del filosofo. Pero
también es cierto que en el riesgo de Ortega y Gasset esta la valentía y templanza de
un meteorólogo novato que vaticina un gran chubasco y lo pone sin medias tintas en
el mapa. Por supuesto acertó, y nos mojamos.
Ortega y Gasset asegura que el arte nuevo es impopular. Y ciertamente si
contraponemos (como hace Ortega) el Romanticismo que gozo del favor y mimos del
público, al arte nuevo, es evidente que la suerte del primero es el perfecto antónimo al
antipopular arte joven. Porque el arte nuevo no solo no cuenta con el favor del
publico, además lo tendrá en contra.
La razón es simple. El arte de ahora es excluyente, va dirigido a una minoría dotada
para entenderlo, mientras que la mayoría no dispone de la capacidad necesaria, por lo
tanto queda alejada de su comprensión. Y ya se sabe, a nadie le gusta sentirse
derrotado por una pintura o un amasijo de hierros, vale que seamos tontos, pero que
nadie nos lo escupa a la cara.

Giuseppe Pellizza da Volpedo. El cuarto poder. 1901. Oleo sobre tela, 293x545 cm.
Galleria d'Arte Moderna. Milan. Italia.

Luego, si el nuevo arte no es comprensible para el grueso de la sociedad, el


objeto del arte no es completamente humano, ocultando una naturaleza que al gran
publico, al pueblo llano le resulta incomprensible. Pero por supuesto no toda la culpa
recae sobre la nueva naturaleza de la obra de arte, la otra parte corresponde a la
maleducada (o directamente sin educar) mirada del espectador, o mejor, a la falta de
miradas.
Ortega y Gasset recurre a una parábola que esclarezca el asunto y nos pide que
imaginemos observar un jardín a través de una ventana. Nuestra vista (capacitada para
ello) se ajustara y enfocara el jardín, de modo que el rayo visual atravesara el cristal y
veremos perfectamente el jardín sin percibir el vidrio que se encuentra delante de
nuestros ojos. En cambio si nos esforzamos por enfocar el vidrio seremos capaces de
desentendernos del jardín, que quedara reducido a manchas policromas, y la ventana
aparecerá clara a nuestra vista.
Asi, el espectador (no entrenado) que se enfrenta a una obra de arte lo hace del
mismo modo en que ve la televisión en su casa, busca un referente humano que
entienda y pueda juzgar si es de su gusto o no. Sin embargo esta mirada que el
espectador adopta le impide ver la obra de arte, que precisamente es artística en la
medida en que no es real (Ceci n´est pas une pipe).
Por ello enfrentarse a un bodegón o aun retrato exige que no busquemos allí un
bodegón y un retrato, reclama que no basemos nuestra experiencia en contrastar
aquello que se nos muestra como bodegón con el concepto y referente que nosotros
tenemos de bodegón, ya que de ese modo no vemos el cristal de la obra de arte que es
lo real, el bodegón no existe.
De este modo podemos identificar el arte nuevo como un arte artístico o de los
artistas, razón de la especialización del nuevo arte que excluye a los no doctos.
Imágenes, página anterior. Fotogramas del film de Agustín Díaz Yanes, Alatriste (El
capitán Alatriste). 2006. España.
En la escena el capitán Alatriste (Viggo Mortensen) se acerca al lienzo de
Velazquez, El aguador de Sevilla, y toca una gota de agua creyendo que es real.
Un guiño al mito de Zeusis y Parrasio ideado por el escritor Arturo Pérez Reverte.

En este punto comienza la deshumanización del arte.


Encerrada en el ámbito del artista la obra de arte se ira despojando progresivamente
de lo humano hasta que finalmente el referente a la realidad externa solo exista a los
ojos del artista.
¿Pero en que consiste la deshumanización del arte?
El nuevo arte se enmaraña y dispersa en múltiples, dispares y contradictorias
direcciones, a la vez que desde cada perspectiva se va produciendo a su vez esa
perdida del contenido humano, de la referencia mimética con la realidad. Dentro de
este caos es necesaria una nueva sensibilidad estética para un nuevo arte, que
funcione de excusa y nexo común a los desordenes.
Y ese desorden es el objetivo del nuevo artista, que ha escogido el camino contrario al
seguido por el ars romano; en lugar de ir hacia la realidad se ha lanzado en su contra,
deformándola y reinventándola (= deshumanizándola).
De esta forma el joven artista no solo obliga al espectador a buscar nuevas formas de
enfrentarse a la realidad asumida, también reprocha al artista romántico la situación
actual, por permitir que el goce estético recayera en la contemplación sublimada de
efectismos sacados de la naturaleza y destinados a crear empatía.
De este modo el arte artístico, además de requerir una sensibilidad estética, también
demanda un placer estetico intelectual alcanzable mediante la contemplación de la
obra de arte en si misma.
Para hacernos comprender la diferencia entre placer ciego y placer inteligente, Ortega
y Gasset vuelve a recurrir a la parábola. La alegría de un borracho tiene una causa: el
alcohol; sin embargo no tiene motivo, causa, o fundamento, siendo por lo tanto un
goce ciego. En cambio un agraciado por un premio de lotería se alegra por que existe
una causa y un motivo que justifica su alegría, y a su vez es comprendida.
En este contexto la pintura romántica equivale al alcohol: no permite al publico gozar
de la obra de arte en si misma, del cuadro, sino que remite al propio espectador.

Finalmente el filosofo madrileño cuestiona el tabú de lo humano para el nuevo


artista y el nuevo arte, estimando lo ambiguo de ese desapego que ni es nostalgia ni
repugnancia por la realidad vivida.

“Ante las figuras de cera todos hemos sentido una peculiar desazón. Proviene esta del equivoco
urgente que en ellas habita y nos impide adoptar en su presencia una actitud clara y estable.
Cuando la sentimos como seres vivos nos burlan descubriendo su cadavérico secreto de
muñeco, y si la vemos como ficciones parecen palpitar irritadas. No hay manera de reducirlas a
meros objetos. Al mirarlas, nos azora sospechar que son ellas quienes nos están mirando a
nosotros y concluimos por sentir asco hacia aquella especie de cadáveres alquilados”.
Ron Mueck. Una niña. 2006. Scottish National Gallery of Modern Art, Edinburgo.
Escocia.

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