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Notas sobre el debate en torno al desarrollo económico en el tercer cuarto del

siglo XX
Jorge Gonzalorena Döll*

Resumen

El artículo hace un breve recuento de los principales ejes del debate sobre el desarrollo económico que
tuvo lugar en el tercer cuarto del siglo pasado, intentando esbozar además algunas observaciones
críticas sobre aspectos relevantes del mismo. Se considera primero la forma en que la teoría económica
desarrollada en los países del centro abordó este problema y luego algunos de los rasgos distintivos de
cada uno de las tres grandes corrientes que es posible distinguir en este debate: el paradigma de la
modernización, el estructuralismo de la CEPAL y la escuela marxista de la dependencia.

Palabras clave: desarrollo económico, subdesarrollo, modernización, dependencia, términos del


intercambio, intercambio desigual

Abstract

The article makes a brief recount of the main axes of the debate on economic development that took
place in the third quarter of last century, also trying to outline some critical observations on relevant
aspects of it. The way the economic theory developed in the centrum-countries considers this problem is
described first and then some of the distinctive features of each of the three great streams that one can
distinguish in this debate: the paradigm of the modernization, the structuralism of the ECLAC and the
marxist school of dependence.

Keywords: economic development, underdevelopment, modernization, dependence, terms of


trade, unequal exchange

Introducción

En los programas de estudio de las escuelas de economía de América Latina no se suele contemplar
hoy la presencia de cátedras destinadas a abordar la problemática del desarrollo económico o, cuando
ello ocurre, no se considera que este sea un eje articulador de los estudios de economía en la región. En
tal sentido resulta llamativo que se preste mayor atención a esta problemática en los centros
universitarios del mundo desarrollado que en los del mundo “en desarrollo”. Se trata, sin duda, de algo

*
Chileno, Sociólogo e Historiador Económico, Magíster en Ciencias Sociales, Académico de la UCSH,
jgonzalo@ucsh.cl, Teléfono 56 - 2 - 4601116

1
paradojal puesto que la gran vulnerabilidad que a lo largo de toda su historia han exhibido las economías
de la región se halla aún lejos de haber sido superada. De allí que la actualidad e importancia de un
abordaje científico de esta problemática para el presente y futuro de las sociedades latinoamericanas
debiese ser algo indiscutible, que nos enfrenta de un modo directo a importantes desafíos en los más
diversos planos: existencial, político, ético, social, económico.

El que esta problemática haya tendido a desaparecer de nuestras aulas universitarias se explica
entonces no porque la realidad de las economías de la región haya vuelto obsoletas las preguntas que la
motivaron en el pasado sino más bien porque, en el escenario político e ideológico de marcado tinte
conservador que se impone en el mundo capitalista a partir de la segunda mitad de los años setenta, el
“colegio invisible” de la profesión, en clara y estrecha sintonía con ese giro conservador, ha tenido por lo
general el poder suficiente para silenciar y apartar a las voces disidentes. Se dio así por clausurado el
rico debate sobre las causas del subdesarrollo y las posibles estrategias para superarlo que se desplegó
en forma intensa durante el tercer cuarto del siglo XX, particularmente en nuestro continente. Pero las
realidades sociales, más aún cuando llevan a configurar problemáticas tan trascendentes como las del
desarrollo y subdesarrollo económico, no pueden ser indefinidamente escamoteadas.

De allí que no resulte sorprendente que en el discurso inaugural de su mandato el Presidente Lagos,
buscando hacerse eco de una aspiración profundamente arraigada en el “espíritu del pueblo”, señalara
que el gran objetivo de su gobierno sería impulsar el fortalecimiento de la economía chilena de modo
que el país pudiese alcanzar la anhelada meta del desarrollo para el bicentenario de su independencia.
Pero es claro que estamos aún muy lejos de ese objetivo y es también del todo evidente que, a pesar del
optimismo presidencial, lo seguiremos estando para el bicentenario. Por ello resulta no solo pertinente
sino además imperativo y urgente reabrir aquél debate sobre las causas del subdesarrollo de nuestras
economías y el modo en que, con alguna probabilidad de éxito, podemos intentar superarlo. La realidad
de la creciente mundialización de la economía lleva hoy incluso a preguntarse si es que en realidad
existe una “estrategia de desarrollo” efectivamente viable para países como el nuestro.

Sin embargo, no es sólo la vieja y legítima aspiración al desarrollo lo que torna necesaria la reapertura
de ese debate. Mucho más grave aún son las amenazas globales que penden sobre nosotros y que
continúan emergiendo con creciente fuerza desde el propio seno de la economía capitalista mundial.
Vivimos en un mundo signado por dinámicas económicas y sociales contradictorias que, al tiempo que
muestran las inmensas posibilidades de autorrealización que el creciente dominio de las técnicas abre
hoy al ser humano, conllevan nuevas formas de segregación social y comportan en relación con la
naturaleza claras y poderosas tendencias autodestructivas. Todo ello conduce inexorablemente a una
cada vez más profunda crisis civilizatoria. Basta recordar la sombría descripción de la realidad planetaria
hecha por el actual Secretario General de la ONU en su informe ante la “cumbre del milenio”.

En este contexto sobresale la importancia del debate desarrollado en el seno de las ciencias sociales
durante el tercer cuarto del siglo XX. Asumiendo directamente como objeto preferente de estudio la
realidad del “subdesarrollo” y el conjunto de interrogantes que plantea ante nosotros, se delinean allí
claras líneas de demarcación en el plano del pensamiento y de la acción, es decir en el plano teórico y
político, perfilándose con claridad distintas visiones sobre el problema y sus implicancias. Resulta
evidente que, más allá de los cambios ocurridos en el mundo desde el último cuarto del siglo XX hacia
delante, tales alineamientos teóricos y políticos siguen conservando una vigencia esencial y sirven de
referente para una reflexión profunda sobre tales problemas en el momento histórico actual.

2
De allí que nos parezca oportuno pasar revista, aunque sólo sea en forma muy somera, a ese debate,
como punto de partida para una reflexión actualizada sobre la problemática del desarrollo económico. En
consecuencia, el objetivo de este artículo, como paso inicial de una investigación más ambiciosa, es
hacer un breve recuento de los principales ejes del debate sobre el desarrollo económico que tuvo lugar
en el tercer cuarto del siglo pasado, intentando esbozar además algunas observaciones críticas sobre
ciertos aspectos relevantes del mismo. Lo haremos considerando, en primer lugar, sus antecedentes en
la teoría económica nacida en los países del centro (no en forma exhaustiva ya que no se aludirá a
corrientes que desempeñaron un importante papel en la configuración del mundo contemporáneo, como
es el caso de la Escuela Histórica Alemana) y, en segundo lugar, algunos de los rasgos distintivos de
cada uno de los grandes campos en disputa que es posible visualizar en este debate: el paradigma de la
modernización, el estructuralismo de la CEPAL y la escuela marxista de la dependencia.

Las primeras aproximaciones a la problemática del desarrollo


Los problemas del crecimiento económico constituyeron el eje en torno al cual nació y se desarrolló la teoría
económica clásica. Esta última surge en la época en que se hallan en vías de constitución los modernos
Estados-nación, en el contexto de un escenario geopolítico fuertemente marcado por agudos y permanentes
conflictos. Por consiguiente, cada Estado se esfuerza por incrementar su poderío para poder hacer frente de
mejor manera a las amenazas procedentes de ese entorno. El problema económico que se plantea es,
entonces, cómo actuar para incrementar el poderío o “riqueza de la nación”. Y si la realidad económica de
esta última es el objeto central de esa reflexión, es natural entonces que lo que resulta de ella comience a
ser conocido con la denominación de “economía política”.

Como sabemos, a diferencia de lo postulado por las corrientes de pensamiento económico precedentes,
para Smith no será ya el comercio ni la agricultura la fuente principal de esa riqueza, sino el incremento de la
productividad, la que su vez aparece como un resultado del grado de desarrollo alcanzado por la división del
trabajo y el tamaño de los mercados a disposición de los productores. El incremento de la productividad
lleva a su vez a la generación de un mayor excedente económico, el que a su turno permite aumentar la
inversión y expandir el producto, lo que, en el marco de la emergente economía capitalista de la época,
cierra el “círculo virtuoso” de la acumulación de capital. Así, en claro contraste con la estática visión suma-
cero sobre la distribución del poder prevaleciente entre los mercantilistas, Smith advierte e incorpora al
cuadro el creciente dinamismo de la economía moderna.

No obstante, las perspectivas a largo plazo se visualizaban bastante sombrías: a medida que la
acumulación creciera y el capital se fuese irradiando al conjunto de la economía irían disminuyendo
inexorablemente también los campos de inversión más rentables y se intensificaría la competencia entre los
capitalistas, lo cual haría descender la tasa de ganancia hasta llevar finalmente a la economía en su
conjunto a un “estado estacionario”. En el marco de esa misma convicción sobre la inevitabilidad de un
“estado estacionario”, Malthus incorpora posteriormente al cuadro, pero apoyado exclusivamente en un
razonamiento lógico, la variable demográfica, destacando el movimiento cíclico que cabía esperar de la
relación entre el nivel de los salarios, el crecimiento de la población y la producción de alimentos.

Ricardo por su parte, apoyándose en un método similar al de Malthus y que tenderá a imponerse desde
entonces con fuerza creciente en el seno de esta disciplina, pone mayor interés en el examen de la
distribución del producto entre las diversas clases sociales y su repercusión sobre el crecimiento económico.

3
Considerando que la acumulación de capital constituye el eje y motor del crecimiento económico, resultaba
importante garantizar que la mayor parte posible del excedente producido se tradujese efectivamente en
ganancias para los capitalistas y a través de ellos en inversión y mayor crecimiento. Si, en cambio, una
porción significativa del excedente quedaba en manos de los trabajadores o de los terratenientes, vía
mayores salarios y/o mayores rentas, la amenaza de que la economía llegase rápidamente a encontrarse en
un “estado estacionario” se convertiría en una trágica realidad.

De allí que Ricardo abogase tan intensamente por la abolición del proteccionismo agrícola -que al mantener
elevados los precios de los productos agrícolas, asegurando altas rentas a los terratenientes, elevaba los
costos salariales y reducía los beneficios potenciales de los capitalistas- y se mostrara tan fervientemente
partidario de la libre importación de alimentos. Su alegato a favor de la libertad de comercio encuentra apoyo
en su teoría de las “ventajas comparativas” que predice grandes beneficios para todas las economías que,
en lugar de pretender producir todo lo que necesitan por sí mismas, opten por especializarse en producir y
exportar aquello en que son más eficientes e importar a cambio aquellos bienes que les resulta más oneroso
producir.

Como se sabe, Ricardo apoya su razonamiento en un simple modelo que considera solo dos países y
dos productos cuyas magnitudes aparecen computadas en horas/hombre de trabajo. Después de las
respectivas especializaciones, el resultado señalado por Ricardo es que ambos países (Portugal e
Inglaterra en el ejemplo que utiliza) producen las dos mercancías en sólo 360 horas/hombre en lugar de
las 390 que se requerían antes de la especialización.

Antes de la especialización Después de la especialización


Vino Paño Total Vino Paño Total
Portugal 80 90 170 160 - 160
Inglaterra 120 100 220 - 200 200
Total 390 360

Ricardo no indica en qué proporción ambos países se reparten esa ganancia de 30 horas obtenida de la
especialización y el intercambio, pero si suponemos que una unidad de vino habrá de intercambiarse por
una unidad de paño ello equivaldría a decir que Portugal gana 10 horas e Inglaterra 20. En todo caso no
es indispensable que los términos del intercambio sean exactamente esos. Lo que sí resultaría
necesario es que, por mediación de los precios relativos de ambos productos, el intercambio se realizase
dentro de ciertos límites:

1 vino = 8/9 paño = 0,88


1 vino = 12/10 paño = 1,20

En ese rango de variación ninguno de los dos países podría perder con el libre comercio. Pero en el
caso de que la unidad de vino se cambiase por 0,88 de la unidad de paño, Inglaterra recogería todo el
beneficio. En el límite opuesto del rango antes señalado, es decir si la unidad de vino se cambiase por
1,20 de la unidad de paño, sería Portugal el que acapararía todo el beneficio. En todas las tasas
intermedias el beneficio se distribuiría en alguna proporción entre los dos países, es decir ambos
saldrían ganando con la especialización y el libre comercio.

4
En los términos de este ejemplo podría parecer que el óptimo absoluto sería que los ingleses se
trasladasen con sus capitales a Portugal para producir allí tanto el vino como el paño, con lo que sólo
bastarían 340 horas/hombre para alcanzar la producción total. Pero ese óptimo absoluto no es posible
en el modelo de Ricardo ya que éste parte del supuesto de la inmovilidad de los factores impuesta por
las fronteras de los Estados nacionales.

Esto pone de relieve otro aspecto del razonamiento de Ricardo que ha sido por lo general mal
comprendido. En su ejemplo Portugal exhibe claras ventajas absolutas sobre Inglaterra en la producción
de ambos bienes. Por tanto, el alegato a favor de la especialización no “compara” la productividad
sectorial de una y otra economía sino de uno y otro sector al interior de una misma economía. En su
propio espacio económico, Portugal es más eficiente en producir vino que paño en tanto que,
inversamente, Inglaterra lo es en producir paño que vino.

Además, Ricardo reconoce de modo explícito que, a diferencia de lo que acontece al interior de una
economía, en el marco del comercio internacional es perfectamente posible que las transacciones, que
en el plano de los precios de mercado necesariamente suponen un intercambio de magnitudes
equivalentes entre los suministros y los pagos que se efectúan, en términos de valor impliquen, sin
embargo, magnitudes desiguales de trabajo entre las partes.1

Desde una óptica epistemológica y sociológica radicalmente distinta, y como parte de su interés por el
estudio de las relaciones sociales colectivas, Marx centra también su mirada en el proceso de acumulación
de capital, fuertemente impulsado por la incesante competencia entre las distintas empresas capitalistas y el
consecuente incremento de la productividad del trabajo a través del cual todas ellas buscan mejorar su
posición competitiva frente a las demás y contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancia asociada a
una cada vez mayor composición orgánica del capital.

Marx observa que este proceso comporta al menos dos aspectos: exhibe por una parte un carácter cíclico,
alternando periodos de auge con periodos de crisis económica, debido fundamentalmente al carácter
anárquico de la dinámica mercantil expresada en el desacople operado entre las decisiones de inversión y
las condiciones del mercado, las cuales sólo serán conocidas ex-post por los empresarios capitalistas que
intentan realizar en él sus expectativas de ganancia; conduce por otra, precisamente a través de sus crisis
recurrentes que operan como mecanismo de ajuste, a crecientes grados de concentración y centralización
del capital, imponiendo la creciente hegemonía de los grandes capitales sobre los pequeños.

De este modo, la cada vez mayor polarización económica y social tiene su origen en las tendencias de
desarrollo que van cobrando forma en el propio proceso productivo, tanto en la explotación del trabajo
asalariado por el capital, trabajo que para Marx constituye la única y verdadera fuente de la riqueza social
producida, como en el desplazamiento, subordinación, y en muchos casos eliminación, de los productores
más débiles, sea que operen dentro o fuera del modo de producción capitalista. Son las consecuencias de
tales procesos las que se expresan posteriormente en el plano de los intercambios mercantiles, permitiendo
por una parte la valorización del capital a expensas del trabajo asalariado y por la otra la mayor rentabilidad
y creciente predominio de los sectores más productivos respecto de los menos productivos.

1
Ver Principios de Economía Política y Tributación, FCE, México, 1959, pág. 103

5
Evidentemente, este fenómeno no opera solamente al interior de las “economías nacionales” sino que, a
través del mercado mundial, va poco a poco extendiendo sus efectos sobre la totalidad del planeta. Sin
embargo, si bien Marx incorpora también al cuadro el fenómeno del colonialismo, es decir de las relaciones
de dominio y subordinación que se van articulando, en el marco de un mismo sistema económico mundial,
entre los diversos países y territorios que comienzan a formar parte de él, y es plenamente conciente de las
relaciones de explotación que se dan también en este plano, parece concebirlo como un mal necesario para
la superación de los ya anacrónicos modos de producción precapitalistas.2

En consecuencia, hasta aquí no se advierte aún entre los diversos autores señalados una clara toma de
conciencia con respecto al fenómeno del subdesarrollo propiamente tal o, en el caso de Marx, de la real
magnitud de las consecuencias que conlleva el desarrollo desigual del capitalismo a escala mundial. A lo
más se aprecia en general un cierto interés teórico por aquellos procesos y realidades que intentan ser
captados a partir de la dicotomía conceptual que se establece entre “sociedad tradicional” y “sociedad
moderna”, las que aparecen como mera expresión del “rezago” de las unas respecto de las otras.

No obstante, a la luz de las desigualdades cada vez mayores que van siendo engendradas por la
concentración y centralización internacional del capital, y sin que necesariamente existan vínculos de
dominio propiamente colonial, otros autores, especialmente en el marco de la tradición de pensamiento
económico fundada por Marx -que se desarrolla en forma vigorosa pero excluida de los medios académicos
establecidos- advertirán y examinarán posteriormente, por vez primera, el fenómeno mayor del
imperialismo3 y el carácter contradictorio de sus efectos.

En efecto, el dinámico proceso de acumulación de capital desatado a partir de la revolución industrial rebasa
rápidamente los estrechos límites de los Estados nacionales que lo cobijan. El capital industrial y financiero
de la metrópoli se ve entonces compelido a extender su radio de acción más allá de sus fronteras,
orientándose sobre todo a lograr un efectivo control sobre las principales fuentes de abastecimiento de
materias primas y de alimentos, y contando para ello con el activo respaldo político y militar de sus propios
Estados.

De ese modo, al tiempo que la presencia directa del capital imperialista contribuye a difundir los modos de
vida modernos de la sociedad industrial en los países coloniales y semicoloniales, al hacerlo no solo
comienza a destruir las formas de producción tradicionales sino que fija también un conjunto de
condicionamientos, sobre todo económicos, que finalmente impedirán que éstos puedan lograr un desarrollo
autónomo y pleno de las fuerzas productivas.

Paralelamente, el predominio alcanzado a partir de los años 70 del siglo XIX en los medios académicos por
las corrientes de pensamiento económico neoclásico, hasta por lo menos la década de los años 30 del siglo
XX, desplaza completamente los focos de interés de la teoría económica convencional dominante en los
medios académicos hacia problemas de naturaleza exclusivamente microeconómica. La confianza ciega en

2
En un célebre pasaje del prólogo a la primera edición de El Capital, en 1867, Marx sostiene que “Los
países industrialmente más desarrollados no hacen más que poder delante de los países menos
progresivos el espejo de su propio porvenir”
3
Como se sabe, el primero en examinar este fenómeno fue el teórico liberal británico John A. Hobson
en su libro Imperialism publicado en 1902. Posteriormente, en su libro El capital financiero aparecido
en 1910, Rudolf Hilferding desarrollará el primer análisis marxista del mismo.

6
un desarrollo espontáneo de las fuerzas productivas en el marco de una economía impulsada y regulada
exclusivamente por el interés privado, hizo que se dejara de prestar atención al examen de fenómenos que
trascendiesen el estrecho ámbito de las supuestas preferencias de mercado de los agentes individuales
(empresas y consumidores).

A partir de entonces se excluyen completamente del cuadro no solo el estudio de las relaciones sociales
colectivas, tanto a nivel de clase como de nación, y de su incidencia sobre el curso de los acontecimientos
económicos, aspectos que como hemos visto se hallan claramente presentes y revisten una importancia
decisiva en los autores clásicos, sino que desaparece también la problemática misma del desarrollo
económico en su real especificidad, inaugurando así un largo paréntesis en relación a este tema en los
medios académicos.

Solo con la profunda y prolongada crisis del capitalismo de los años de entreguerras los temas
macroeconómicos recuperan, aunque esta vez en el más estrecho marco analítico de la llamada “revolución
keynesiana”, parte de la importancia que la teoría económica les había reconocido en sus inicios. La
creciente inestabilidad social y política que se vive en Europa durante estos años, extendida luego al resto
del mundo, y, tras la segunda guerra, el virulento recrudecimiento de la confrontación este-oeste, genera
una honda preocupación en los círculos gubernamentales de occidente por las eventuales repercusiones
políticas que esta situación podría acarrear y los lleva a interesarse por el diseño e implementación de una
política estatal más activa en materia económica y social.

Una preocupación similar se produce en estos mismos círculos ante la creciente efervescencia social y
política que se registra en sus antiguos dominios coloniales y cuya fuerza explosiva se va a manifestar de un
modo particularmente claro con la independencia de la India y el triunfo de una revolución anticapitalista en
China. Tales acontecimientos obligan a los gobiernos y a los círculos académicos y empresariales de
occidente a interesarse por los problemas del desarrollo económico en las vastas regiones del planeta que,
en el lenguaje de los estrategas de la confrontación este-oeste, van a comenzar a ser reconocidas con el
apelativo de "tercer mundo".

A partir de entonces, la problemática del desarrollo y subdesarrollo pasó a ocupar un lugar destacado en el
trabajo de investigación socioeconómica y en el debate académico en todo el mundo, situación que se
prolongó hasta mediados de la década de los años setenta. Si bien en el abordaje de esta problemática se
va perfilando poco a poco una muy amplia variedad de enfoques, por lo general todos ellos se desarrollan
en el marco teórico y conceptual -o son al menos fuertemente tributarios-, de las principales tradiciones del
pensamiento económico precedente. No obstante, es posible advertir también una paulatina evolución en la
comprensión del fenómeno de modo que se articulan visiones crecientemente comprensivas del mismo.

De allí que para fines de sencillez y concisión expositiva resulte legítimo hacer un primer esfuerzo de
clasificación apelando a las tres visiones o “paradigmas” principales que resultan claramente identificables al
examinar el debate de posguerra sobre el desarrollo y subdesarrollo económico: el paradigma de la
modernización, que se sostiene principalmente en la “síntesis neoclásico-keynesiana” dominante, el enfoque
estructuralista, plasmado en torno a las posiciones originales de la CEPAL y las versiones más radicales de
la teoría de la dependencia, las cuales entroncan básicamente con la tradición teórica del marxismo.

El paradigma de la modernización: el subdesarrollo como atraso

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Reeditando las concepciones originales del pensamiento económico y social moderno, las primeras visiones
que se configuran en los círculos académicos acerca de la problemática específica del desarrollo económico
del “tercer mundo” identifican sin más trámite al subdesarrollo con el atraso, el tradicionalismo y la pobreza.
La idea es simple: mientras algunos países se modernizan, industrializándose y progresando a un ritmo
cada vez más acelerado, los países subdesarrollados simplemente se han quedado anclados en las formas
de existencia tradicionales, características de un pasado precapitalista.

Además, cuando estos últimos llegan a cobrar conciencia de la desventajosa situación en que se
encuentran e intentan poner a sus economías en movimiento, sus esfuerzos se ven en gran medida
frustrados debido a que su bajo nivel de ingresos les impide alcanzar una tasa de ahorro suficientemente
alta como para financiar las inversiones requeridas, lo que estanca la productividad del trabajo, y con ello los
ingresos. Se cierra así un funesto "círculo vicioso de la pobreza" que mantiene a estos países en una
situación de atraso y estancamiento permanentes.

El desarrollo económico es equiparado así a un proceso de gradual y creciente modernización productiva,


basado y centrado en la industrialización, pero que se irradia y arrastra también a los demás sectores de la
economía. La modernización del aparato productivo se traduce en un crecimiento sostenido del producto
que por sí mismo termina a su vez elevando inevitablemente las condiciones de vida de la población, tal
como se puede observar en aquellos países que ya han experimentado este proceso.

En el marco de esta perspectiva, y en consonancia con la primacía alcanzada en el periodo de posguerra


por el razonamiento matemático en el seno de la “mainstream” del pensamiento económico, se suele prestar
una privilegiada atención a la elaboración de “modelos de crecimiento económico”, entre los que cabe
destacar como más ampliamente conocidos los de Harrod-Domar y el de Solow. Más allá de las diferencias
que separan a unos de otros, un rasgo común a quienes se dan a la tarea de elaborarlos es su confianza en
la posibilidad y conveniencia de determinar por vía matemática las condiciones ideales requeridas para que
un gradual incremento de los factores pueda conducir a un crecimiento predecible, equilibrado y sostenido
del producto.

Sin embargo, dado el carácter exclusivamente formal de este tipo de razonamientos y la imposibilidad de
que en ellos se pueda tomar debidamente en cuenta, y menos aún predecir en forma satisfactoria, el
comportamiento e impacto de un sinnúmero de variables claves que operan en la realidad, como lo son, por
ejemplo, las relaciones de poder imperantes en la sociedad, normalmente expresadas en su entramado
jurídico-político y en los condicionamientos que ellas imponen en el plano de la acción social, tales modelos
se evidencian con bastante rapidez como un ejercicio bastante estéril.

Lo que la naturaleza del problema reclama para sustentar una acción política encaminada a superarlo es
una mirada mucho más profunda y comprensiva, necesariamente histórica y global, que sea capaz de
captar en sus reales dimensiones la complejidad del fenómeno que se examina. En consecuencia, no es de
extrañar que la pertinencia y utilidad de tales “modelos de crecimiento” haya comenzado a ser
tempranamente cuestionada, incluso en el seno del propio pensamiento económico convencional, mediante
el desarrollo de análisis y la formulación de propuestas de acción más globales.

Algunos autores, como Rosenstein-Rodan, enfrentados al propósito de idear una estrategia de desarrollo
económico que fuese funcional a los intereses del mundo capitalista en los inicios de la guerra fría,
enfatizan el rol clave de la industrialización, pero advirtiendo la necesidad de que el Estado se involucre

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activamente en el impulso inicial (teoría del “Big Push”) y el encauzamiento de este proceso. Ello
principalmente debido a que la estrechez de los mercados en las regiones subdesarrolladas no permitía
hacer atractiva la inversión para los agentes privados. Además era preciso asegurar la
complementariedad de los esfuerzos que se colocan en los diversos sectores de la producción y apreciar
los resultados desde una perspectiva social para asegurar un “crecimiento balanceado”.

Luego otros autores, como Nurske, intentarán ampliar esa pespectiva argumentando que el tipo de
coordinación necesaria para alcanzar un “crecimiento balanceado” puede lograrse también entre los
agentes privados, enfatizando que los desarrollos del sector industrial y del sector agrícola necesitan ser
balanceados para evitar que se generen “cuellos de botella”. La misma idea se hace presente en
enfoques de carácter más estructural, como por ejemplo el de W.A. Lewis. Este advierte que el
subdesarrollo, tal como es dable observarlo en muchos países, no es simplemente la expresión de un atraso
generalizado, postulando en cambio la existencia de un “dualismo económico estructural”. Según este
enfoque, en muchos de ellos se constata la coexistencia de un sector moderno y dinámico pero con escasos
eslabonamientos hacia el resto de la economía, orientado exclusivamente a la exportación, y un sector
tradicional mayoritario, configurado básicamente como una economía de subsistencia.

A. Hirshman en cambio postula como mucho más realista una estrategia de “crecimiento desequilibrado”
ya que el efecto del impulso que se de a la actividad de alguno de los sectores productivos sobre el
conjunto de la economía dependerá de la cantidad e importancia de los eslabonamientos hacia atrás y
hacia delante que él posea. No todos los esfuerzos que se lleven a cabo serán entonces igualmente
provechosos. En este sentido, un sector clave de la economía por sus efectos de arrastre es, por
ejemplo, el de la construcción. En consecuencia, tan importante como las conexiones intersectoriales
globales es en definitiva el feedback sobre el mismo sector, es decir, la capacidad del mismo de
retroalimentar sus efectos positivos (o negativos) y de derramarlos luego sobre el resto de la economía.

Esos primeros abordajes orientados a identificar y remover los obstáculos que en términos prácticos plantea
el fenómeno del subdesarrollo comienzan a poner ya de relieve las complejidades del problema, insinuando
lo que posteriormente será reconocido en el lenguaje teórico de esta subdisciplina como la “heterogeneidad
estructural”4 de los países subdesarrollados. Pero sobre todo, se advierte también la necesidad de tomar en
cuenta, además de la dimensión propiamente económica, otros aspectos de la vida social, preparándose
con ello el terreno para avanzar hacia un abordaje multidisciplinario de esta problemática. Entre tales
“factores” cabe mencionar:

a) los de carácter demográfico: el rápido descenso que conocen las tasas de mortalidad a la vez que
se mantienen altas las de natalidad originan la llamada "explosión demográfica", acrecentando las
dificultades que enfrentan los países subdesarrollados

b) la importancia de la inversión en salud, educación, alimentación (en “capital humano”), la relevancia


crucial y los problemas de medición de los cambios tecnológicos (el llamado "residual"), etc., todo lo
cual plantea la necesidad de emplear indicadores cualitativos

4
Este es el concepto con el que la CEPAL alude a la coexistencia de actividades modernas de alta
productividad y actividades tradicionales de baja productividad en el seno de un mismo espacio
económico, un fenómeno ya observado por Trotsky a fines de los años veinte del siglo pasado al
caracterizar el desarrollo de las regiones coloniales y semicoloniales como “desigual y combinado”

9
c) el rol, como factor de aceleración o freno, que desempeñan las instituciones, las actitudes, las
valoraciones y las motivaciones, reconociendo un obstáculo en aquellas que, por estar apoyadas en
la tradición, suelen ofrecer una tenaz resistencia a los cambios

d) el rol decisivo que para el logro del desarrollo están llamadas a cumplir las iniciativas y acciones
políticas, particularmente de aquellas desplegadas desde el Estado, articuladas en torno a objetivos
y estrategias claramente definidas

No obstante, persiste la visión del "subdesarrollo" como un estado o situación de carácter esencialmente
carencial, vale decir como una mera insuficiencia, fácilmente advertible al contrastarla con los niveles de
producción y consumo que se considera propios de una sociedad "desarrollada". En consecuencia,
"desarrollarse" equivaldría esencialmente a “modernizarse”, apareciendo como el principal índice de esa
modernización la capacidad de acrecentar en forma sostenida la producción de bienes y servicios. En este
sentido, desarrollarse equivale a “crecer”, hasta "alcanzar" e igualar los estándares de producción y
consumo de los países que “marchan a la cabeza”.

Sin embargo, pese a los esfuerzos por superar la enorme brecha que se constata entre las primeras teorías
del desarrollo y la realidad de los países subdesarrollados, es claro que esta visión no logra desentenderse
del fuerte etnocentrismo que la impregna. Aunque el subdesarrollo sólo resulte visible desde la perspectiva
del desarrollo, en el marco de este enfoque histórico-lineal queda finalmente reducido a la condición de
antesala o estadio previo de éste. En esta visión del problema se advierte, por tanto, una mera reedición de
la problemática originaria de las ciencias sociales: el desarrollo es concebido simplemente como el tránsito
desde la sociedad tradicional, pobre, estancada y atrasada, a la sociedad moderna, próspera, dinámica y
avanzada.5

Una de las variantes más conocidas de este enfoque nos la ofrece la teoría de las "etapas del crecimiento"
elaborada por Walt W. Rostow a fines de los años cincuenta. Según dicha teoría cabría discernir un trayecto
histórico de cinco estadios que todas las sociedades humanas estarían llamadas a recorrer para alcanzar la
anhelada meta del desarrollo económico. Esas etapas son:

1) La sociedad tradicional
2) El estadio previo al despegue
3) El despegue
4) La maduración
5) La sociedad de consumo

En el primero de ellos la sociedad dispone de una capacidad de producción muy limitada, basada en una
ciencia y tecnología rudimentarias. En el segundo se desarrollarían las pre-condiciones necesarias para el
despegue. En las actuales circunstancias históricas, este proceso de creación de las condiciones iniciales se

5
Tal dicotomía impregna los análisis de autores como Emile Durkheim (de la “solidaridad mecánica” a la
“solidaridad orgánica”) y de Ferdinand Tönnies (de la “comunidad” a la “sociedad”)

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vería facilitado por la posibilidad de imitar el ejemplo que ofrecen las sociedades más avanzadas. El tercer
estadio sería, sin embargo, el decisivo: cuando los viejos obstáculos y resistencias al crecimiento han sido,
finalmente, removidos, se desencadena una dinámica de crecimiento económico acelerado y sostenido.
Esta se va irradiando luego hacia la totalidad de los sectores productivos hasta culminar con una sociedad
plenamente desarrollada.

Otro modo de abordar el problema desde este “enfoque de brecha” que es propio del paradigma de la
modernización es el empleado por Gino Germani (1964) en su análisis de la transición desde la sociedad
tradicional a la moderna, el que, entre otros aspectos, hace pie en las llamadas “variables-patrones” que
permitirían caracterizar el contraste entre una y otra. Se trata de una perspectiva analítica que procede de la
concepción general de Max Weber pero especificada en torno a algunos “tipos ideales” particulares suyos
que fueron reelaborados por Talcott Parsons.

Las variables-patrones representan ciertos tipos de opción o disyuntivas polares a las que, en el despliegue
de su acción social, se ven enfrentados los sujetos, encauzando y orientando sus pasos en una u otra
dirección. Si bien Parsons señala cinco que en conjunto permitirían una adecuada descripción de la tensión
existente entre una sociedad tradicional y una moderna, Germani sólo considera necesario especificar
cuatro:

afectividad - neutralidad afectiva


particularismo - universalismo
difusión - especificidad
adscripción - desempeño

Tales variables-patrones pueden utilizarse para identificar tanto similitudes como diferencias entre culturas,
aspectos de la sociedad, subsistemas de tipo institucional, sistemas políticos, etc. Cabría agregar que con
relación a la problemática del desarrollo económico este criterio fue postulado por primera vez por Bert
Hoselitz en 1953 ("Social Structure and Economic Growth") sosteniendo que los países desarrollados
presentan variables-patrones de universalismo, orientación hacia el logro y especificidad funcional, mientras
que los países subdesarrollados se caracterizan por lo opuesto: particularismo, adscripción y difusividad
funcional.

Un tercer enfoque, postulado también en el marco de este paradigma pero de carácter mucho más
marcadamente etnocéntrico que los anteriores, es aquél que considera que las posibilidades de desarrollo
de los países y regiones “atrasadas” del planeta se hallan hoy directamente asociadas a la eventualidad de
que ellas experimenten un proceso de aculturación. Esto quiere decir que sólo sería posible como resultado
de la difusión de las pautas culturales que han llegado a ser propias y características de los países
desarrollados y su ulterior asimilación por parte de las regiones subdesarrolladas.6

6
Este es uno de los tres modos de abordaje del problema señalados por por Manning Nash en su
“Introduction, Approaches to the Study of Economic Growth” publicado en Journal of Social Issues,
Vol.29, Nº1, enero de 1963, citado por Frank (1967:2)

11
La persistencia del subdesarrollo equivaldría entonces a la de los valores, normas y costumbres que son
propios de las sociedades tradicionales y a la resistencia que éstos oponen al proceso de modernización. En
términos más precisos, se destaca en este enfoque la trascendente misión civilizadora que les cabría a las
metrópolis desarrolladas, llamadas a suministrar los conocimientos, pericia, organización, valores,
tecnología y capitales necesarios para sacar a las naciones pobres del subdesarrollo. Por su parte, los
pueblos de los países y regiones subdesarrolladas deben limitarse a asumir como modelo e imitar lo más
fielmente posible el ejemplo que les proporciona la experiencia pasada y presente de las naciones
civilizadas, abriendo decididamente sus puertas al capital extranjero y reconociendo en él al puntal de sus
posibilidades de desarrollo.

Pero, más allá de las particularidades y diferencias de énfasis que aparecen en cada uno de estos
enfoques, hay un común denominador que caracteriza a este paradigma en cualquiera de sus versiones. Se
trata, básicamente, de una concepción del desarrollo como proceso de gradual y paulatina transformación
social, centrada en el terreno económico pero extensiva a todos sus aspectos, en el que una serie de
propiedades que se consideran originarias, y que son asociadas por ello al concepto de "sociedad
tradicional", van siendo progresivamente superadas y reemplazadas por otras propiedades cualitativamente
diferentes que son asociadas al concepto de "sociedad moderna".

Como se comprende, de todo ello deriva la recomendación de ciertas líneas de acción conducentes a sacar
a la “sociedad tradicional” de su estado de inercia original para encaminarla a dar el gran salto hacia delante
que supone el desencadenamiento de un proceso de desarrollo económico. Inherente a esta visión del
problema es que tanto el “atraso” como la “modernización” aparecen en ella como resultado de un proceso
de carácter esencialmente endógeno por el que han atravesado o han de atravesar todas las sociedades
en su desarrollo. Aparece entonces como un supuesto subyacente al paradigma el que dicho proceso no se
verá obstaculizado por los vínculos que se establezcan entre países con distintos grados de desarrollo
económico.

Por el contrario, se asume que la intensificación de los contactos e intercambios inter-nacionales obrará
como un factor de estímulo y aceleración del desarrollo de las naciones más débiles. La expansión de los
vínculos comerciales con el exterior aparece así como un efectivo y potente "motor del crecimiento", de
modo que nada resulta más efectivo y conveniente en este plano que la adopción e implementación de
claras y decididas políticas de “apertura”. Los beneficios de dicha orientación serían tanto de carácter directo
(una utilización más efectiva de los recursos ya existentes) como indirectos (el estímulo a nuevas iniciativas
inducidas por la dinámica de los intercambios comerciales).

El núcleo central de tal razonamiento lo constituye la ya examinada teoría ricardiana de las “ventajas
comparativas”, según la cual todos los países pueden ver elevados sus niveles de consumo si, en lugar de
confinarse en una situación de autarquía, se especializan en producir y exportar aquellos bienes que son
capaces de obtener a costos internos comparativamente más bajos. Según el supuesto sobre el cual
descansa el "modelo Heckscher-Ohlin"7, lo que determinaría las pautas de la especialización productiva que
manifiesta en el plano del comercio internacional es la desigual distribución de los factores de producción en
el escenario económico global. Si por ejemplo un país cuenta con una abundante disponibilidad de fuerza de

7
Supuesto que, dicho sea de paso, los datos empíricos reunidos por Leontiev sobre los patrones del
comercio exterior de EEUU evidenciaron completamente falso.

12
trabajo pero escasez de capital tendrá ventajas comparativas en la producción de aquellos bienes cuya
elaboración implique mayor densidad de fuerza de trabajo que de capital y viceversa.

Sobre la base de las ventajas comparativas se van configurando entonces las pautas del comercio
internacional. Al fin de cuentas, la libertad de comercio no sólo permitiría elevar el bienestar general, sino
que conduciría también a una progresiva nivelación de los precios de los factores (por ejemplo, tendería a
reducir las diferencias salariales entre países, permitiendo alcanzar una más pareja distribución del ingreso
a escala internacional).

La polarización centro-periferia: el subdesarrollo como relación estructural


No obstante, la experiencia histórica de la división internacional del trabajo (especialización productiva a
escala internacional) permite apreciar un resultado muy distinto al previsto por la teoría convencional del
comercio exterior: lo que se observa es que, a pesar del constante aumento experimentado por el comercio
internacional, las desigualdades entre países no sólo no han disminuido sino que, por el contrario, se
acrecientan cada día más.

Ello no niega que pueda haber oscilaciones de variado tipo en el comercio internacional y en consecuencia
que pueda haber también coyunturas favorables para los países subdesarrollados. Pero las tendencias
dominantes en el largo plazo han operado claramente en perjuicio de éstos y conducido en forma inexorable
a resultados que son exactamente contrarios a los pronosticados por los apologistas de la "libertad de
comercio".

De la constatación anterior emerge y se consolida un tipo de representación y enfoque teórico que concibe
al subdesarrollo ya no como un problema exclusiva o prioritariamente carencial, fruto exclusivamente de un
proceso y condiciones de carácter endógenos, sino como resultado de un determinado tipo de relación
estructural que trasciende el ámbito de la economía nacional.

Simplificando y sintetizando al máximo, se visualiza el origen del problema en el hecho de que, en el marco
de la economía mundial, la especialización productiva y los intercambios comerciales que se establecen
entre el centro industrializado del sistema y una periferia que se ve compelida a producir y exportar
exclusivamente materias primas y alimentos no generan una tendencia al desarrollo equilibrado de ambos
sectores sino marcados y cada vez mayores desequilibrios estructurales, por lo que el desarrollo de una
parte tiende a implicar inevitablemente el subdesarrollo de la otra.

Apreciado desde esta perspectiva, el marcado contraste o "dualismo" que se observa al comparar la
situación y las dinámicas que operan en diversas regiones, ya sea al interior de un mismo país o en el
contexto más amplio de la economía mundial, no deriva del presunto aislamiento y retraso de unas respecto
de otras -vale decir de su lentitud para superar un estado de arcaísmo original y modernizarse- sino que
aparece como un fenómeno generado y progresivamente reforzado por las propias tendencias
contradictorias de la relación estructural.

En consecuencia se trata de un fenómeno cuya comprensión exige tomar distancia de la teoría de los
equilibrios, abandonando la ciega fe neoclásica en la capacidad de los mercados para generar en forma
automática una tendencia a la nivelación de los precios y las ganancias. A la luz de la evidencia empírica
existente, se trata más bien de reconocer que una alteración de los mismos no está necesariamente llamada

13
a desatar una fuerza capaz de contrarrestarla sino que puede muy bien generar, por el contrario, lo que
Gunnar Myrdal (1957) definió como una “causación circular acumulativa” que lleve al sistema a alejarse
cada vez más de su situación original de equilibrio.

Es exactamente eso lo que ocurre con las relaciones económicas que se establecen entre diversas
regiones, tanto a escala nacional como internacional. Las nuevas inversiones fluyen de un modo natural
hacia aquellas que han experimentado ya un cierto desarrollo, generando con ello un progresivo
empobrecimiento relativo de las demás. Por otro lado se empieza a producir también un éxodo de la fuerza
de trabajo desde las regiones menos favorecidas hacia las más favorecidas, privando a las primeras de a lo
menos una parte significativa de sus mejores recursos humanos.

Como consecuencia lógica de lo anterior, los servicios, la administración y los órganos de decisión política
se concentran poco a poco en las mismas regiones que junto a su preeminencia económica van adquiriendo
una importancia política cada vez mayor. Por esta vía se llega inexorablemente a un punto a partir del cual
la vida de las regiones menos desarrolladas queda enteramente subordinada y pasa a depender de las
decisiones políticas y económicas que se adoptan en las de mayor desarrollo.

El enfoque de Prebisch y la CEPAL

Teniendo como trasfondo la constatación de ese fenómeno, una radical impugnación de la convencional
teoría del libre comercio como factor de impulso al desarrollo fue dada a conocer a fines de los años 40 por
el economista argentino Raúl Prebisch, director de la recién constituida “Comisión Económica para América
Latina” (CEPAL).

En un extenso informe titulado El desarrollo económico de América Latina y sus principales problemas
(1949), Prebisch centra su atención en el análisis de los efectos que, de acuerdo con la teoría convencional
del libre comercio, tendría que llevar aparejado el más acelerado progreso tecnológico que tiene lugar en la
producción industrial del centro en comparación con la menos dinámica producción de materias primas y
alimentos de la periferia.

La teoría da por sentado que debería registrarse una disminución de los precios proporcional a las
ganancias en productividad, por lo que los precios de los productos industriales deberían descender
entonces más rápidamente que los precios de las materias primas y de los alimentos. La periferia estaría así
en condiciones de adquirir una creciente cantidad de productos industriales como contraparte de sus
productos de exportación y los frutos del desarrollo tecnológico se verían esparcidos por todo el planeta sin
que aquella tuviese necesidad de industrializarse.

Sin embargo, en los hechos las cosas no han ocurrido del modo que la teoría predice. Prebisch destaca el
que las relaciones de intercambio de Gran Bretaña con el exterior experimentaron a partir de la década de
1870 una constante mejoría y puesto que sus exportaciones estaban constituidas de bienes industriales y
sus importaciones de materias primas y alimentos resulta inevitable concluir que dicha mejora se produjo a
expensas de los países productores de este último tipo de bienes.

Sobre esa base elabora una tesis destinada a explicar las causas de lo que para la periferia representa un
claro "deterioro de los términos del intercambio". Lo que ocurre básicamente es que la mayor parte de las
ganancias obtenidas mediante incrementos en la productividad no es distribuida sino retenida por los países

14
industriales. Las causas de este fenómeno operan tanto por el lado de la oferta como por el lado de la
demanda:

a) Desde el punto de vista de la oferta, lo que la teoría convencional no considera es ante todo el
verdadero aspecto que presenta actualmente la estructura de los mercados.

En principio, el desarrollo técnico puede favorecer tanto al productor, en forma de costos más bajos
(que permiten elevar las utilidades y/o los salarios), como a los consumidores, en forma de precios
más reducidos (o, naturalmente, a ambos).

Lo que usualmente ha ocurrido en el centro es, sin embargo, lo primero. El progreso técnico rara
vez ha conducido a una reducción equivalente de los precios debido al alto grado de
monopolización que allí existe tanto en los mercados de bienes como de factores.

En efecto, en la medida en que la competencia es imperfecta, las empresas se hallan en


condiciones de evitar la caída de sus precios y los sindicatos pueden a su vez conquistar con su
fuerza una parte de sus beneficios bajo la forma de salarios más elevados.

En la periferia ocurre exactamente lo contrario. En este caso será el consumidor quien se


beneficiará de los aumentos de productividad en forma de precios más bajos, puesto que el grado
de monopolización sobre sus líneas de producción es ostensiblemente menor.

Sin embargo, en la medida en que el progreso técnico ocurre en su mayor parte en los sectores
orientados a la exportación, serán en definitiva los consumidores del centro quienes se verán
favorecidos. De este modo el centro saca ventajas de su propio desarrollo tecnológico y del de la
periferia.

b) Por el lado de la demanda hay que tener en cuenta que los productos producidos por el centro y la
periferia exhiben diversos grados de elasticidad-renta.

La elasticidad-renta de la demanda de los bienes importados por el centro es bastante menor que la
de aquellos que importa la periferia puesto que, según lo consigna la llamada ley de Engel, la
fracción porcentual que una familia suele gastar en alimentos constituye en promedio una función
decreciente del ingreso.

En consecuencia, un aumento del ingreso en el centro debiera implicar un menor incremento


porcentual de la demanda de bienes agropecuarios importados que el que acarrearía respecto de
los bienes industriales importados un incremento porcentual equivalente del ingreso en la periferia.

Por lo tanto, aun desde el lado de la demanda se originan situaciones que tienden a deteriorar los
términos del intercambio para los países productores de materias primas y alimentos.

La conclusión que se extrae de este análisis es que la mantención del esquema de especialización y
comercio internacional prevaleciente conduce inexorablemente a un deterioro cada vez mayor de los
términos del intercambio, reforzando la polarización que es dable apreciar en el seno del sistema entre un
“centro” que muestra una gran diversificación en el desarrollo de sus capacidades de producción, con altos y

15
bastante homogéneos niveles de productividad, y una “periferia” sumamente especializada en la producción
y exportación de productos primarios pero que exhibe al mismo tiempo un muy alto grado de
heterogeneidad estructural en cuanto a niveles de productividad.

Esto último se expresa en el hecho de que los sectores exportadores de la periferia utilizan por lo general
métodos de producción modernos, capaces de generar altos rendimientos, mientras el resto de las
actividades productivas, de las que depende la mayoría de la población, se mantiene usualmente
sustentada en técnicas de producción arcaicas de baja productividad. Ello da origen al subempleo
estructural de la fuerza de trabajo que, cuando se desplaza hacia los centros urbanos, se manifiesta en los
fenómenos de la marginalidad y la informalidad, que a su vez refuerzan la heterogeneidad estructural de
tales economías.

La solución para los países que se ven persistentemente perjudicados con la mantención de este
esquema de división internacional del trabajo estaría entonces, de acuerdo a este análisis, en poner en
movimiento un proceso de industrialización. En una fase inicial, las empresas que emprendiesen este
camino tendrían que ser protegidas de la concurrencia externa con la ayuda de barreras aduaneras y
otras medidas de apoyo de modo que, a medida que su competitividad fuese mejorando pudieran ir
sosteniéndose paulatinamente sobre sus propios pies.

En términos gruesos, el camino propuesto por Prebisch y la CEPAL, conocido como estrategia de
industrialización por sustitución de importaciones (o, simplemente, estrategia ISI), puede ser resumida en los
siguientes cinco puntos:

1. La industrialización se podría llevar a cabo en forma acelerada si la mayor parte o al menos una
gran parte de las importaciones de bienes manufacturados de uso habitual fuesen sustituidas por
producción interna.

2. La producción de alimentos y materias primas continuaría desempeñando un rol activo en las


economías latinoamericanas ya que con los ingresos generados por su exportación se podrían
importar los bienes de capital y los insumos requeridos por la industrialización.

3. La afluencia de capitales y empresas extranjeras podría ser de gran ayuda tanto para acelerar el
ritmo de la acumulación inicial como para acceder a los conocimientos técnicos que ellas están en
condiciones de aportar al esfuerzo de industrialización.

4. El Estado estaría llamado a desempeñar un rol clave como centro coordinador y sostenedor de este
gran esfuerzo de industrialización, al igual como lo ha hecho en prácticamente todos los ejemplos
históricos anteriores.

5. Sería necesario esforzarse por ampliar los mercados para que la industrialización pudiese
beneficiarse también de las economías de escala. En tal sentido, la CEPAL abogó en forma
persistente por la formación de un mercado común de los países latinoamericanos.

La hostilidad que inicialmente encontraron tales propuestas en la mayor parte de los gobiernos de la región,
fuertemente vinculados a los sectores terratenientes, no le hacía posible a la CEPAL sugerir medidas más

16
radicales. De allí que temas como el de la reforma agraria u otros cambios estructurales modernizadores
jamás estuviesen en el primer plano de sus recomendaciones.

Sin embargo, a mediados de la década de los años sesenta comenzó a disminuir el ritmo de crecimiento de
los países más industrializados de América Latina. En lugar del despegue hacia un crecimiento sostenido de
la economía se produjo una estagnación generalizada que no hizo más que acentuar la explosividad de los
conflictos sociales y políticos.

Se hicieron patentes entonces los límites de la política de industrialización sustitutiva propiciada por los
economistas de la CEPAL. La capacidad de consumo seguía siendo un privilegio de ciertos sectores
sociales y el mercado interno no mostraba una tendencia a expandirse con el dinamismo necesario. Lejos
de haber sido superada, la dependencia de las importaciones sólo se había desplazado desde el rubro de
bienes de consumo al de bienes de capital.

Por otra parte, la producción de los bienes de exportación tradicionales tendió a ser descuidada en medio
del entusiasta impulso industrializador, presentándose aquí un “cuello de botella” más o menos crónico al
comenzar a escasear las divisas requeridas para financiar la implementación de la estrategia ISI, al menos
en sus primeras etapas. Como inevitable resultado de ello, comenzaron a presentarse entonces agudos
déficit de balanza de pagos y fuertes tendencias inflacionarias. Ante tales dificultades, aparentemente
insuperables, el optimismo desarrollista asociado al empeño industrializador comenzó a trocarse en una
profunda decepción.

En el plano teórico, aunque es indudable que esta corriente introdujo un nuevo y más fructífero método para
el estudio del problema, hay que advertir que jamás logró desentenderse plenamente del paradigma de la
modernización. En efecto, continuó concibiendo el desarrollo como mero tránsito a la modernidad. Incluso la
relación estructural centro-periferia quedó ante sus ojos circunscrita a la esfera de los intercambios
comerciales y a las tendencias desfavorables que para los productos de la periferia se observan allí en la
evolución de sus precios de exportación.

La idea central que animó sus propuestas fue la necesidad de adoptar medidas que permitieran diversificar
la economía y mejorar sustancialmente los términos reales de intercambio con los países desarrollados a
objeto de alcanzar un mayor nivel de capitalización interna. Sobre esa base, y con la valiosa ayuda que
podía suministrar el “ahorro externo”, las economías subdesarrolladas debían apostar por la industrialización
y esforzarse por lograr rápidamente un mayor ritmo de crecimiento, intentando reeditar así el camino
seguido en el pasado por los países más “avanzados”.

El denominador común de sus recomendaciones en el plano político fue siempre la exigencia de una mayor
y más activa intervención del Estado en la economía con la misión de corregir las anomalías estructurales
que se levantan como un obstáculo al desarrollo. No obstante, la CEPAL siempre fue cuidadosa en señalar
que lo que se postulaba no era una economía planificada. La "economía de mercado" debía ser preservada,
pero "vigilada" y encauzada por el Estado.

La acumulación del capital a escala mundial: el desarrollo del subdesarrollo


En las condiciones creadas por la crisis del modelo ISI, las tesis “desarrollistas” de la CEPAL comenzaron a
ser objeto de un fuerte cuestionamiento, tanto desde posiciones más radicalizadas como desde posiciones

17
claramente conservadoras. Lo más novedoso vino sin embargo de las primeras que apuntaron sus críticas y
su atención sobre al menos tres planos:

1. al importante y positivo rol que en el marco del enfoque cepaliano se atribuye al capital extranjero

2. al modo en que la relación de dependencia es internalizada y plasmada en sus propias estructuras


internas por las economías periféricas

3. al modo que adopta en el seno del capitalismo dependiente la relación social básica entre trabajo
asalariado y capital

Como ya se señaló, para el “desarrollismo” el subdesarrollo de América Latina se relaciona con el carácter
de las relaciones de intercambio configuradas en el marco de la división internacional del trabajo que se
impone a partir de la revolución industrial. Su origen se halla básicamente localizado, por tanto, en la esfera
del movimiento internacional de mercancías, expresándose ello claramente en el deterioro de los términos
reales de intercambio. La inversión extranjera, en cambio, estaba llamada a desempeñar un rol positivo,
contribuyendo a financiar el desarrollo económico de los países latinoamericanos al permitirles:

1. contar con recursos adicionales de divisas para paliar los desequilibrios comerciales

2. complementar el ahorro interno para la importación de los equipos y materias primas necesarios
para la industria

3. beneficiarse con la transferencia del progreso técnico y organizativo que dicho capital lleva
aparejado

No obstante, como lo destacaron en un documentado estudio Caputo y Pizarro (1970), lo que la realidad
empírica de las economías latinoamericanas permite constatar es que, a pesar del creciente deterioro de los
términos reales del intercambio, su balanza comercial evidencia en general un saldo neto positivo a lo largo
de los años y que el déficit en Cuenta Corriente es persistentemente provocado por la partida de servicios, y
muy especialmente por la de los servicios financieros.

En consecuencia, se torna suficientemente claro que, a diferencia de lo postulado por los “desarrollistas”, el
capital extranjero no está operando en la realidad como un mecanismo de "financiamiento externo" de las
economías de la región, sino exactamente al revés, puesto que el déficit que se registra en la cuenta
corriente de la balanza de pagos es, precisamente, un resultado directo de su acción.

Se debe considerar, además, que gran parte de la "entrada" de capital extranjero a América Latina por
concepto de inversión directa tampoco aporta recursos frescos sino que constituye solamente una
reinversión de utilidades (e.d. se trata de recursos generados en los propios países de la región) y que otra
parte importante de las operaciones del capital extranjero en los países del continente ha tenido y tiene lugar
mediante la canalización de fondos obtenidos en los mercados financieros locales.

Queda claro entonces que el problema es bastante más profundo que el de un mero intercambio desigual
entre espacios económicos independientes: se hace necesario identificar y poner al descubierto las
relaciones estructurales que condicionan la evolución y características que en definitiva adquieren esos

18
espacios en el marco del sistema capitalista mundial. Se requiere partir entonces de premisas radicalmente
distintas a las empleadas por los enfoques más convencionales para captar la real naturaleza del
subdesarrollo.

En consecuencia, este nuevo y más radicalizado enfoque se articula en base a la crítica de la tradicional
teoría de la modernización y del crecimiento económico en la medida que ésta, como vimos, considera al
subdesarrollo un sinónimo de retraso, con todas las carencias económicas y sociales que esa condición
supone, y se plantea como meta de una política de desarrollo el “alcanzar” e igualar a las economías
capitalistas maduras.

Para los dependentistas más radicales, tal visión del problema -que a la luz de los desarrollos objetivos de la
economía latinoamericana se evidenciaba bastante desprovista de base y solo explicable como expresión
de una concepción marcadamente idealista del desarrollo histórico- requería ser decididamente
reemplazada por otra que, con la perspectiva histórica y globalidad necesaria, permitiera comprender más
adecuadamente la naturaleza específica de la estructura del subdesarrollo y sus posibilidades de
transformación.

Lo que se hace necesario es, pues, una nueva visión del subdesarrollo: ya no como un estado original y/o
anómalo de ciertas economías nacionales vistas desde la perspectiva de un "modelo" ideal, sino como un
resultado, que aparece además como inevitable y por lo tanto “normal”, de la dinámica de desarrollo
desigual que es propia del capitalismo y cuyos contradictorios efectos se expresan en la posición estructural
que ella va asignando a los diversos espacios económicos nacionales en el marco del sistema capitalista
mundial.

Un esquema analítico adecuado para el estudio del subdesarrollo y la formulación de estrategias de


desarrollo debía por tanto descansar en el conocimiento simultáneo de los procesos, relaciones y
características estructurales del sistema capitalista en su conjunto y los condicionamientos que éste impone
a cada una de sus partes constitutivas, superando la ilusión de que el desarrollo económico pudiese en el
presente llegar a ser el resultado de un mero proceso endógeno de modernización y crecimiento.

Desde esta perspectiva, asumida especialmente por cientistas sociales de inspiración marxista, como
contracara y complemento de la teoría del imperialismo, el subdesarrollo no puede ser entendido como una
simple “etapa” en la evolución histórica que de acuerdo a un molde o patrón único y universal le
correspondería atravesar a una sociedad económica, política y culturalmente aislada y autónoma. Y no
puede serlo, entre otras razones, porque una sociedad con tales características no existe ya en ninguna
parte del mundo.

Por el contrario, para quienes llevan hasta sus últimas conclusiones lógicas la perspectiva de la
dependencia, invocando la experiencia histórica real para validarla, el subdesarrollo sólo puede ser
cabalmente entendido como parte del proceso de desarrollo global que ha sido característico del mundo
moderno. De este modo, el desarrollo y el subdesarrollo se evidencian en definitiva como las dos caras,
mutuamente condicionadas y opuestas, de un mismo proceso histórico universal.

Uno de los más destacados sostenedores de este enfoque es André Gunder Frank, quien considera que
una perspectiva analítica estructural resulta por sí sola insuficiente para alcanzar una explicación coherente
del proceso de desarrollo si ella no asume e incorpora también, como uno de sus aspectos claves, el

19
carácter profundamente contradictorio y dinámico de las relaciones que articulan hoy la vida social en todos
sus ámbitos.

En uno de sus más conocidos ensayos, buscando contrastar su tesis con una experiencia histórica
específica, Frank sostiene que

"el subdesarrollo, en Chile, es el resultado necesario de cuatro siglos de desarrollo capitalista, y


de las contradicciones internas del propio capitalismo. Esas contradicciones no son otras que la
expropiación del superávit económico producido por los más, y su apropiación por parte de los
menos; la polarización del sistema capitalista en un centro metropolitano y sus satélites
periféricos, y, en tercer término, la continuidad de la estructura fundamental del sistema
capitalista en toda la historia de su expansión y transformación, debida a la permanente
reproducción de tales contradicciones en todo lugar y en todas las épocas" (1968:7)

Antes de expresar en tales términos sus principales conclusiones, Frank había sometido ya a una crítica
implacable las principales tesis, variantes metodológicas e implicaciones políticas del paradigma de la
modernización (1967). El enfoque de Frank centra su atención en la estructura monopólica del sistema
capitalista mundial y destaca los efectos de este fenómeno decisivo sobre la captación y aprovechamiento
del superávit, tanto real como potencial, de los países subdesarrollados: al tiempo que hace posible la
expropiación de una parte muy significativa del superávit real de esos países les impide realizar lo que
cabría considerar como su superávit potencial.

Esta estructura monopólica del sistema se hace presente en todos los niveles de la actividad económica
(internacional, nacional y local), dando origen a una relación de explotación eslabonada que, al modo de un
sinnúmero de riachuelos que van convergiendo hacia un mismo punto de encuentro hasta configurar un
torrente caudaloso, posibilita el desplazamiento de una parte del superávit producido desde las áreas rurales
más remotas de la periferia hasta los principales centros financieros de la metrópoli imperialista, pasando
por todos los estadios intermedios existentes a nivel local, regional y nacional.

Sin embargo, más importante aún en la explicación del subdesarrollo son los fuertes condicionamientos que
conlleva la contradicción metrópoli / satélite, puesto que es ello lo que permite comprender que en definitiva
haya sido este mismo proceso histórico universal el que generase a lo largo de los últimos siglos, y continúe
generando incluso en el presente, tanto el desarrollo económico de la metrópoli como el subdesarrollo
estructural de las regiones periféricas satelizadas.

En una línea de razonamiento similar autores como Theotonio Dos Santos y Ruy Mauro Marini enfatizan, sin
embargo, el hecho de que la dependencia no debe ser asumida simplemente como el resultado de un factor
“externo”, que subyuga y “sateliza” a la periferia, sino de la conformación de un cierto tipo de estructuras
internas que, si bien se hallan fuertemente condicionadas por las relaciones establecidas con el centro, no
carecen de una dinámica propia, “interna”, sino que nacen del fuerte entrelazamiento de las fuerzas que
desde fuera y desde dentro dan vida al desarrollo del capitalismo en la periferia.

Además, ambos autores llaman la atención sobre la paulatina configuración de lo que Dos Santos denomina
(1970:57) la “nueva dependencia”, sustentada en el creciente cambio que se comienza a advertir a partir de
los años de la posguerra en el esquema de división internacional del trabajo prevaleciente hasta entonces.
Poco a poco se va tornando más clara la acción que a escala global comienzan a desplegar gigantescas

20
empresas transnacionales (ETN), interesadas ya no sólo en controlar las principales fuentes de materias
primas existentes en la periferia sino también en trasladar a partes de ella algunos de los procesos
productivos de carácter industrial desarrollados antes exclusivamente en el centro. Todo ello, motivado en
parte también por las estrategias industrializadoras impulsadas especialmente en América Latina, va
redefiniendo poco a poco las características específicas de la dependencia en la región.

En este contexto Ruy Mauro Marini centra su análisis en las características específicas que adquiere en
América Latina la acumulación del capital. Marini (1973) enfatiza el hecho de que el incremento de la
productividad del trabajo no atenúa sino que, por el contrario, acentúa la explotación del trabajador, lo que
se agudiza aún más en las regiones periféricas puesto que éstas buscan compensar de ese modo las
pérdidas que les ocasiona el desigual reparto de la plusvalía en el seno del sistema capitalista mundial. Su
tesis central es que el fundamento de la dependencia, en las condiciones de expansión del ejército industrial
de reserva que experimenta la periferia, es precisamente la superexplotación del trabajo, lo que, lejos de
obedecer a la supervivencia de modos primitivos de producción, es algo inherente al propio proceso de
acumulación del capital.

Con posterioridad, la mayor visibilidad que desde la segunda mitad de la década de los setenta comienza a
ganar la nueva fase de globalización que experimenta el sistema capitalista mundial comienza a desplazar
también los ejes del debate. Osvaldo Sunkel describe entonces las tendencias contradictorias observables
en el seno del sistema capitalista mundial, comprendiendo simultáneamente a los países desarrollados y
subdesarrollados, como un proceso de integración transnacional y desintegración nacional. Desde esta
perspectiva, no son en rigor las economías nacionales como tales las que constituyen hoy las principales
unidades de análisis, sino las tendencias globales que operan en el seno de este sistema económico que es
también global.

Para Sunkel, este sistema global comporta dos estructuras distintas pero integradas:

1) el capitalismo transnacional, conformado por la mayor parte de las economías de los países
industrializados y los sectores más dinámicos y "modernos" de los países subdesarrollados, que
produce bienes transables en el mercado mundial

2) las actividades subordinadas de los sectores periféricos de los primeros y la mayor parte de las
economías de los países subdesarrollados, relegadas a una existencia cada vez más precaria y
vulnerable

Según Sunkel la existencia de esas dos estructuras diferenciadas, cuyas líneas de demarcación cruzan las
fronteras de los diversos países, dan cuenta de una creciente polarización económica y social tanto en el
plano nacional como internacional.

A manera de síntesis de las posiciones desarrolladas en el marco de este tercer enfoque global, y más allá
de diferencias de énfasis y de las, a veces ásperas, controversias que se observan entre los diversos
autores que la asumen, cabría señalar que, como fenómeno propio de la época contemporánea, el
"desarrollo del subdesarrollo" no ha estado básicamente determinado por el carácter de las estructuras
internas de los países dependientes -sean éstas capitalistas, precapitalistas o una combinación de ambas-
sino por la lógica de la acumulación capitalista a escala mundial a la que ellas se encuentran subordinadas.

21
El primer factor es sin duda importante y debe ser incorporado a todo esfuerzo de comprensión de la
naturaleza de un fenómeno complejo como éste, pero sólo contribuye a explicar la suerte individual de cada
país en la historia del desarrollo capitalista, el lugar específico que ocupa en la reproducción ampliada del
sistema capitalista mundial y sus mayores o menores posibilidades de movilidad al interior de su estructura
piramidal, pero no el fenómeno mismo del subdesarrollo, la exclusión y la desigualdad social como rasgos
característicos y relevantes del mundo contemporáneo.

Las recomendaciones prácticas que se derivan de los enfoques dependentistas reseñados apuntan a
destacar la necesidad de operar una transformación global y profunda de la sociedad, tanto a escala
nacional como internacional. Lo que en definitiva se plantea como salida es un proceso de democratización
radical de la sociedad en todos los planos, haciendo posible una reorganización de la actividad económica
que permita reencauzar el desarrollo de las fuerzas productivas sobre la base de un criterio de racionalidad
económica solidario, orientado a la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales a escala
planetaria.

Conclusiones
La brevísima reseña que hemos hecho acerca del modo en que la teoría económica y social se ha ocupado
de la problemática del desarrollo económico, y especialmente de la controversia en torno a las causas del
subdesarrollo y los modos de superarlo que se despliega durante el tercer cuarto del siglo XX, se orienta
principalmente a destacar la riqueza de ese debate y la consecuente necesidad de rescatarlo del olvido en
que lo ha sumido la reacción ideológica de los últimos treinta años. Considerando que los problemas que
dieron origen a esos desarrollos teóricos continúan siendo actuales, podemos extraer de ellos numerosas
lecciones valiosas que nos ayuden a construir nuevamente una visión comprensiva del problema.

La riqueza analítica que se halla presente en los escritos de entonces contrasta fuertemente con la pobreza
con esta problemática, absolutamente clave para el futuro de nuestros pueblos, suele ser abordada en el
marco del pensamiento económico ortodoxo surgido de los centros académicos de la metrópoli y que
actualmente prevalece, usualmente acompañado de agresivas pretensiones de exclusividad científica, en
los medios académicos de nuestro continente. En lugar de hacerse cargo de los múltiples cuestionamientos
a que inevitablemente dan pie los derroteros seguidos por la mayoría de los países latinoamericanos en
materia económica y social, se opta por declarar definitivamente clausurado el debate sobre el desarrollo y
subdesarrollo de la región, al considerar irremisiblemente fracasadas las estrategias industrializadoras que
se intentaron en el pasado y al vincular a esa experiencia la totalidad de las propuestas de desarrollo.

Pero esa es solo la actitud fácil, apologética, evidentemente reñida con el espíritu de la ciencia, que se
adopta y se propaga desde las altas esferas del poder exclusivamente en función de un interés y un
esfuerzo por perpetuar el orden económico y social imperante. Los científicos sociales que buscan fundar su
acción en la defensa del bien común, lo que en un mundo crecientemente globalizado significa el
reconocimiento y respeto de los derechos, intereses y aspiraciones de la inmensa mayoría de los seres
humanos, encontrarán en cambio en la problemática del desarrollo económico y los desarrollos teóricos a
que ella ha dado lugar, especialmente en el reciente período que reseñamos, una rica fuente de inspiración
y sabiduría para asumir y enfrentar de mejor manera los inmensos y graves desafíos a que nos confronta el
mundo de hoy.

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