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a dinámica del pecado y la conversión

en la moralidad Cristiana
Imagínense lo que es tener un ser querido en el vicio de las drogas o el
alcohol. La verdad que es literalmente un infierno. La mayoría del
tiempo pensamos en la drogadicción y el alcoholismo con
enfermedades (y lo son) pero muy pocas veces pensamos sobre ellas
con puente para el pecado. Como todo en la vida el pecado trae
consigo unas consecuencias. En casos como los que menciono antes las
implicaciones pueden ser infinitas para mencionar algunas de ellas
están;

% Robar dinero a ser querido (padre, madre, etc.) cuando no se tiene


para el vicio.
% Matar en un arranque de coraje.
% Ofender de palabra y obras (malas acciones).
% Y… muchas más.
¿Qué es lo que te viene a la mente cuando se menciona la palabra
pecado? [Te sugiero que tomes unos minutos para contestarte (a ti
mismo) esta pregunta.] Puedes que hayas pensado en robar, mentir,
asesinatos, adulterio y otras similares. Estas son buenas
contestaciones ya que tienen que ver mucho con específicas acciones
que realizamos que afectan nuestra moralidad cristiana. El pecado es
acerca lo que hacemos, pecar es un acto. Si decimos que es pecado es
un acto (hecho) no podemos negar que el pecado es una realidad. No
es simplemente lo que hacemos, el pecado es mucho más “grande”
que eso. Es acerca la herida que al ser humano, la sociedad y al
mundo. Es acerca las repercusiones que tiene de por si el pecado.
Muchas veces hasta las pequeñas imperfecciones nos pueden llevar a
la frustración, al odio, a tener rencor etc. Si esto sucede en lo
personal nos podemos imaginar cuando sucede a nivel colectivo
(sociedad, nacional, etc.) sin duda nos puede llevar hasta al
desengaño.El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el
pecado es descrito como abuso de la libertad que el mismo Dios nos
da. Este punto nos los explica muy bien el CIC # 387; “La realidad del
pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se
esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que
ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se
siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de
crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia
necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el
conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que
el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas
creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.” Recordemos
que la libertad siempre debe obrar para el bien.El pecado original o la
“caída” de Adán y Eva que se describe en el capítulo 3 del Génesis
explica este importante evento que tuvo lugar en el comienzo de la
historia de la humanidad con la desobediencia de nuestros primeros
padres que ha influenciado a la humanidad desde ese entonces. Este
hecho rompió con la armonía preexistente entre Dios y el ser humano.
Es característico que la noción del pecado original que el revelarse
contra Dios es algo que ha seguido toda una trayectoria ininterrumpida
hasta nuestros días. Somos creados a imagen y semejanza de Dios y
somos fundamentalmente buenos pero por causa del pecado original
llevamos esa marca del pecado en nosotros. ¡Suena injusto! Que
heredemos esa caída de algún pecado que haya sucedió mucho antes
que nosotros. No te preocupes hermano(a) porque hay otro lado de la
moneda. El CIC nos invita a no olvidar la Buena Noticia del regalo de
la salvación que se nos ofrece por medio de Cristo Jesús.Hay algunos
que pensaran que la historia del pecado termina con el pecado
original. Eventualmente el hombre aprendió como hacer del pecado
algo suyo. Ahora más que nunca el pecado nos sigue marcando. Nos
marca con el egoísmo, la deshonestidad, la injusticia entre otros.
Como dicen algunos teólogos, hacemos nuestras propias
contribuciones al pecado del mundo. Hoy más que nunca podemos
decir, el pecado es un hecho el pecado es una realidad. Aunque hayan
muchos que quieran disimularlo con imperfecciones, trastornos
emocionales y muchos otros sobrenombres que le quieran poner al
pecado. Este pecado actual lo podemos diferenciar entre pecado
mortal y venial. Cuya deferencia estriba en la severidad y el efecto
(mayor o menor) que nos causa. Mortal porque es una violación seria
(grande) a la Ley de Dios y destruye la vida de la gracia en nosotros.
En otras palabras, nos aparta de Dios (leer CIC # 1855). En orden para
cometer pecado mortal la falta tiene que ser de por si grave y debe
haber sido cometida con pleno conocimiento, consentimiento y plena
voluntad. Ahí algo muy importante que aclarar, y es que el pecado
mortal no es algo casual como muchos suelen decir. Podemos teorizar
pero la realidad es que el pecado mortal mata la vida de Dios dentro
de nosotros. No porque Dios deje de amarnos sino porque le damos la
espalda a Dios con nuestras malas acciones.El pecado venial hiere
nuestra relación con Dios aunque no la mata del todo. Los pecados
veniales van debilitando la gracia de Dios en nuestra alma. Se podría
decir la división entre mortal y venial es un hilo muy fino. Por eso hay
que tener cuidado de que esos pecados veniales no se conviertan en
mortales. Al igual que las relaciones humanas (matrimonio, amistad
etc.) distintas clases de acciones que nos llevan al egoísmo,
insensibilidad, y otras aptitudes parecidas que no rompen la relación
pero al acumularse pueden crear daños graves; así mismo podemos
decir del pecado venial. Tanto para el pecado venial como el mortal
hay solución. Por eso es que Jesús y la Iglesia nos invita a la
conversión. O sea cambiar o transformar nuestra vida. De una vida de
malas actitudes a una vida llena de amor en Cristo Jesús. Los
pesimistas dirán que el pecado, la maldad, la injusticia (y cualquier
otro hecho negativo) no tiene solución. Bueno, lamento defraudarlos
pero tango que decirles que hay solución para estas cosas que afectan
al hombre, la familia y a la sociedad. La respuesta se llama Cristo
Jesús con su amor infinitos para todos nosotros. Cuando a Jesús le
preguntaron porque se juntaba con prostitutas, publicanos y
pecadores su respuesta fue tajante; el médico no vino para los que
están sanos sino para los que están enfermos. Cristo nos sigue
llamando (a ti y a mi) a la conversión a transformar nuestras vidas del
hombre viejo al hombre nuevo. El CIC en el numero 1428 nos deja ver
la importancia de la conversión; “Ahora bien, la llamada de Cristo a
la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta
segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia
que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al
mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin
cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de
conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón
contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44;
12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado
primero” (cf. 1 Jn 4,10).La conversión la hemos de ver como mandato
y posibilidad. Pero antes ¿Qué es conversión? Cuando conocemos o
hablamos con alguien que haya completado algún programa intensivo
de rehabilitación ya sea por drogas o alcoholismo es bien probable que
podamos apreciar el cambio que haya sucedido en esta persona. Este
tipo de cambio no solo de “palabra” sino en aptitudes (capacidad,
talento, habilidad, disposición, etc.) y actitudes (cualidad, conducta,
gesto, postura, intención, etc.). En otras palabras que no es un
superficial sino un cambio desde el interior de la persona. Este es
quizás el mejor ejemplo que se pueda dar para la conversión, un
cambio desde lo interior en todo el sentido de la palabra. El Papa Juan
Pablo II en su encíclica Dominum et Vivificatem # 31 nos da pistas de
cómo la conversión se da en el alma; “la conversión exige la
convicción del pecado, contiene en sí el juicio interior de la
conciencia, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de
la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el
nuevo comienzo de la dádiva (regalo, gracia o auxilio) de la gracia y
del amor: a Recibid el Espíritu Santo.” El capítulo 8 del Evangelio de
San Juan (8, 1 – 11) donde se nos narra sobre la mujer adultera nos da
gran ejemplo de la conversión no solo como mandato sino también
como posibilidad. Hay que tener en cuenta que el Reino de Dios no es
simplemente acerca de la transformación de las personas. Más bien se
trata de la transformación del mundo al Reino de Dios de justicia,
amor y paz. La conversión social y la de índole personal están muy
estrechamente ligada una a la otra no solo como mandato sino como
posibilidad.

La base de la esperanza cristiana y el fundamento de toda la fe


cristiana--no es que solo vamos a ser transformado del pecado a la
gracia y de la muerte a la vida--no es otra cosa que la resurrección de
Jesucristo. San Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda
que; “y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana
también la fe de ustedes” (1Cor 15, 14). Este es el misterio central de
nuestra fe cristiana. Recordemos la historia del evangelio que nos
narra que la mañana del domingo las mujeres iban a embalsamar el
cuerpo de Jesús y encontraron la tumba vacía y el ángel les pregunto;
“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” La resurrección
es la confirmación de los trabajos y predicaciones de Cristo y
definitivamente la confirmación de su propia divinidad (leer CIC 651 –
653). El domingo de Pascua no se trata solamente de la tumba vacía
de Jesús, se trata de nuestras tumbas vacías. “En efecto, así como
todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo” nos
dice San Pablo como hemos de participar de la resurrección de Cristo.
La resurrección no es solamente sobre lo que le paso a Cristo hace
mucho tiempo atrás. Tampoco es sobre lo que nos sucederá a nosotros
(si creemos firmemente) al final de los tiempos en nuestras vidas. Más
bien se trata de lo que estemos disponibles a que nos pase hoy. Se
trata de la prontitud que tengamos en creer que nuestra tumba
(tumba de pecado, de miedos, resentimientos, hostilidad, injusticia)
esté vacía hoy. Es la facultad o habilidad de creer que por medio del
Espíritu Santo, el poder que resucito a Cristo trabaja en nosotros
ahora. Por este poder los cristianos podemos levantarnos de esas
tumbas llenas del pecado tanto en lo personal como en lo comunitario
(Iglesia) (leer CIC # 655). Esta no es una tarea fácil pero el mismo
Espíritu Santo está ahí para ser nuestro guía y defensor, solo tenemos
que orar y pedirle que nos ilumine guie en todo momento

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