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MUSA LOCURA
0. FRAGMENTOS DE LA LOCURA.
Este texto quiere comenzar por disponer unos pasajes, una serie de fragmentos
poéticos de textos de diferentes autores, todos ellos de la década de los setenta, amputados
con cierta honestidad de poemas más largos, cuya autoría diversa se ocultará por el
momento. El objeto de tal distribución es el de ofrecer un acceso directo a una modulación
determinada, en mi opinión incesante y significativa, del discurso poético de los años
setenta, discurso que desde el comienzo va a ser leído vinculado con toda la complejidad
que plantea un tiempo histórico muy concreto, el de la transición española. Esta
vinculación entre poética e historia, hará alusión a tensiones, conflictos y deseos que
pueden ser rastreados más allá de la textualidad aquí reunida: en su multiplicación, la
interpretación de estos discursos reclamará un lugar sociológico y colectivo. Modulación
precisa que hemos querido pensar en esta intervención situada bajo el signo de la “locura”,
entendida ésta, y sólo de momento, en una forma convencional (lo no lógico, lo irracional,
lo perturbado o perturbado), tal y como la encontramos nombrada en dichos textos:
Un ruido líquido y atroz bajó del cielo / Tan terriblemente blanco como mudo / Y fui mi huésped
inmóvil en las ruinas. / En la ciudad de la sal y el ojo azul / En las lluvias y los ocasos últimos.1
Todo aquel que atraviesa el corredor del Miedo / llega fatalmente al Último Espejo / donde una
mujer abrazada a tu esqueleto nos muestra / cara a cara el infierno de los ojos sellados (..) / así miré
yo a los ojos que borraron mi alma.2
Rompí mis libros mis palabras / (así el poeta ciego e invisible) / y una batalla oscura seminal /
desarrollándose hasta la confusión / me desliza hasta bordes que no existen / el terror de escribir
en la inflexión del día / esta fisura en que agonizo un cielo efervescente (...) la muerte no
desenmascara / sino su propia máscara una ausencia / gravita alrededor de la locura / así este río
de mil brazos / gesticulando como espejos humo que acaricia / el orificio de la aurora el ano de la
noche / saber mis ojos llenos de detritus / y ni dolor ni espanto: mi deseo.3
1
Marcos Barnatán, «The question answered» seleccionado en Joven poesía española. Concepción G. Moral y
Rosa María Pereda (eds.). Madrid: Cátedra, 1993, p. 217.
2
Leopoldo María Panero, «El último espejo» en Last river together (1980) seleccionado en Poetas de los 70.
Antología de poesía española contemporánea. María Pepa Palomero (ed). Madrid: Hiperión, 1987, p. 383.
3
Jenaro Talens, «Vita Nuova» en El cuerpo fragmentario (1977) seleccionado en Joven poesía española, op. cit., pp.
283-4.
2
Lo infestaban soñoliento hasta las /aceras y las cejas alrededor se /dilapidaba el asunto se escribe /
se pinta se abusa de la anécdota / se la convierte en dibujo interro-/ gante. / sistematiza mi locura
dijo cansa-/ do mi cerebro.4
Dentro de los oídos, / ametralladamente, / escucho los tendidos galopes de caballos, / de almifores
perdidos / en la noche. / Levantan polvo y viento, / al golpear el suelo / sus patas encendidas, / al
herir el aire / sus crines despeinadas.5
Yo desaparecía ante mis propios ojos / y mis manos troceaban por entero / mi cuerpo y lo
esparcían: / mis fragmentos eran las cimas / que mi cuerpo exaltaba en su muerte.6
En un país extraño la locura. / Un corazón desmemoriado, ebrio de sueños, /quema las horas en
los prados rojos. (...) Una paloma aletea entre las violetas. / Un ciervo se desangra entre las violetas.
/ El espeso sofoco del viento en las violetas. / Y en toda la locura, / el resonante frío de las grutas
(...) Por una violeta la locura, / el silencio y la emoción de lo puro, / el corazón desmemoriado.7
Las sensaciones que presentan estos fragmentos nos abren hacia un mundo
desestructurado, abierto, terrible, en el que los mecanismos racionales son inseguros y casi
inservibles a la hora de expresar unas vivencias que escapan a la comprensión de los
sujetos. No encontramos paisajes cotidianos, económicos, humanos, sino una ficción
onírica del paisaje. Hay visiones, hay quiebras, hay rupturas, hay la presencia de algunos
elementos naturales cuya aparición aquí se media a través de lo desconocido, como signos
de un caos. No hay temporalidad, causalidad, ni espacialidad lógicas, el universo de estos
poemas no es cartesiano. Los cuerpos se fragmentan, se disuelven las dimensiones de los
volúmenes, se confunden las sensaciones de distintos sentidos. Un mundo desorganizado
se impone a estos sujetos que sólo pueden expresar su extrañeza, su temor o su
desesperación ante esa realidad que viene de fuera y que quiebra los órdenes y los sentidos
convencionales de las cosas.
Es cierto que se trata solamente de cinco fragmentos. Más allá del carácter
necesariamente parcial de esta elección, ante la imposibilidad de multiplicar aquí
fragmentos y referencias, diremos solamente que se trata de un tipo de enunciación poética
representativa de lo que fue la poesía compuesta en esa década, o, al menos, de lo que fue
la poesía compuesta por jóvenes poetas en aquella época. A partir de este mínimo recorrido
estaríamos en condiciones de construir un cuadro descriptivo que vendría a confirmar, al
menos en un nivel superficial, las afirmaciones de la crítica que, a propósito de esta poesía,
ha atribuido como rasgos definitorios el irracionalismo, la libertad creadora junto con el
culturalismo de sus discursos. Sobre esto último volveremos, pero diremos aquí
4
Fernando Merlo, «Inicio de destrucción» en Escatófago, Córdoba, Amigos de Fernando Merlo, 1983, p. 58.
5
Jaime Siles, «Tragedia de los caballos locos» en Joven poesía española, op. cit., p. 370.
6
Eduardo Hervás, «Via maris» en en Poetas de los 70, op. cit., p. 405.
7
Antonio Colinas, «En un país extraño» en Truenos y flautas en un templo (1968-1970) en Poetas de los 70, op. cit.,
p. 335.
3
simplemente que a pesar de que estos fragmentos no son los más tópicos a la hora de
entender qué quiere decir la hiperculturización de las escrituras poéticas (o de algunas al
menos) en este tiempo, hay que entender que están trabados en sistemas de citaciones, que
los poemas que contienen estos fragmentos están compuestos implícita o explícitamente
bajo el signo o, diríamos, la advocación de algún gran poeta del panteón de la literatura
europea.
Sobre el irracionalismo y la libertad creadora, diremos que entendemos ambas
cuestiones de un modo muy vinculado. Desde la existencia de una amplia bibliografía que
ha señalado el carácter ilógico, visionario e irracional de estas manifestaciones8, a partir de
fragmentos como los expuestos podríamos con facilidad trabajar en la elaboración de un
mapa libidinal de la poesía de la época, un inventario descriptivo ordenado de los deseos que
la atraviesan.
Este mapa, a partir de lo visto, estaría dominado por una desorganización de la
enunciación, de la percepción y del relato de la experiencia, que en el plano de la escritura
tendría como contrapunto una cierta neurosis de la forma literaria. En la producción de la
época, ese principio exigiría en muchos casos una sofisticación de los manejos poéticos (las
“técnicas”) que sirviese para compensar unos contenidos profundamente desestructurados,
mientras que en otros casos, en los creadores más atrevidos, la ilogicidad de dichos
contenidos encontraría o trataría de encontrar un correlato con una forma que repentizase,
que asumiese ilocutivamente su semántica. Algo extraño, inquietante ha irrumpido de una
manera imperiosa en el poema y absorbe toda la atención, todos los esfuerzos del sujeto
por expresarse. La continuada presencia de un miedo a lo desconocido, en términos
freudianos a lo umheimlich, puede pensarse como característica notable de este tiempo
poético. Ese inquietante daría paso a distintos trabajos simbolizadores de tipo regresivo,
mundos infantiles, cuentos populares, paisajes exóticos (las famosas Venecias
generacionales), por mencionar otras de las características más socorridas de estas poéticas.
Sin embargo, en nuestros poemas lo que hay es justamente la representación del
conflicto entre el sujeto y lo inquietante (conflicto al que se le podrían encontrar con
facilidad todo tipo de motivaciones traumáticas9). Y ello tiene que ver claramente con una
enunciación de tipo psicótico, en la que la lógica de la enunciación se interrumpe, se
8
A título de mera referencia nombraremos los estudios con que los antólogos de los volúmenes citados
analizan el panorama. También puede nombrarse el conocido ensayo de Ángel Luis Prieto de Paula, Musa del
68. Claves de una generación poética, Madrid, Hiperión, 1996.
9
Tal y cómo ha propuesto Vilarós en su análisis de la cultura transicional, en El mono del desencanto. Una crítica
cultural de la Transición Española (1973–1993), Madrid, Siglo XXI, 1998. En tal sentido refiere Vilarós la
importancia decisiva de las figuras paternas, en una lectura lacaniana de la producción epocal desde un
imaginario edípico.
4
10
Tal y como es el caso de Lepoldo María Panero.
5
1. LA TENEBROSA GENERACIÓN.
Sin embargo, hemos confundido voluntariamente los nombres de los poetas para
proponer una coherencia a nivel de la escritura que luego las trayectorias, las vidas, las
psicologías que se encuentran detrás desmienten. Es importante precisar que además
concedemos a estas poéticas transicionales un carácter específico dentro de lo que pueden
ser las evoluciones posteriores de sus autores. Sin embargo, a la pretensión de unificar
históricamente esas producciones pueden contraponérsele las diferencias de posición
social, construcción de mundo, y las propias subjetividades de unos y otros de sus
creadores.
Con el objeto de plantear la viabilidad de una posible unidad temática-formal,
detrás de las citas con que comenzamos estas páginas se encuentran algunos de los poemas
más conocidos de la poesía de la época, que pueden ser localizados en cualquier antología
del periodo, por ejemplo en el excelente trabajo de Mari Pepa Palomero 11, pero también se
encuentran textos menores, y aquí lo único que quiero decir con la palabra, es que no se
registran en las antologías. Y las mismas razones hacen que se hayan seleccionado como
autores sujetos bien distintos: unos profesores de universidad, escritores archigalardonados
y otros creadores olvidados, unos vivos y otros muertos, poetas en cuyas muertes esa
«locura» que aludimos parece haber jugado un protagonismo importante.
Si admitimos mi hipótesis principal, que es que desde una perspectiva de la
enunciación, desprovistos estos textos de cualquier inscripción que los resemantice, que les
añada un suplemento de información y de prejuicios (y qué duda cabe que a la hora de
emitir juicios literarios hay poco que pese más que el nombre del autor), estos textos están
sustancialmente diciendo lo mismo, y que ese mismo que están diciendo es algo que tiene
que ver con, digamos, “la locura”, con la expresión de una vivencia destructiva de la
realidad, como una dimensión en deriva y de imposible gestión. Bien, si admitimos
entonces eso tendremos que explicar por qué detrás de esas enunciaciones que, insisto, sólo
son ejemplo de una coincidencia bastante masiva de esta época, se encuentran individuos
tan diferentes, vidas tan radicalmente opuestas, mundos tan separados.
Si he escogido autores alejados del canon de la época es en la voluntad de explicar
que, con independencia de los éxitos y desgracias que la institución reserva para unos
autores u otros, existe algo que, a pesar de expresarse a través del lenguaje poético, no hace
de la literatura como institución su lugar de referencia, sino que más bien alude a otra
11
Op. cit.
6
12
Germán Labrador Méndez, «Jóvenes, lectores y poetas en la España de 1975: la biblioteca de Aníbal
Núñez» en Lectores, editores y audiencia. La recepción en la literatura hispánica. IV Congreso Internacional de Aleph,
Barcelona, Aleph (en prensa).
13
Como simple indicio de lo dicho, remitimos a la poética de José Luis Jover en Joven poesía española, op. cit., en
la que da una lista de cerca de doscientos poetas contemporáneos, para concluir «Una sola cosa es cierta. Que
somos demasiados», 290-1. Para entender las dimensiones de este incremento histórico exponencial basta con
atender a los insatisfechos esfuerzos de inventario de Palomo, op. cit, 459-496, o de José Luis García Martín.
«Los poetas» en Darío Villanueva y otros, Los nuevos nombres 1975-1990 en Francisco Rico, Historia y crítica de la
Literatura Española, Barcelona, Crítica, 1992, pp. 124-151.
7
tradición literaria, donde los lenguajes no sólo adquieren modos constructivos heredados
(técnicas), sino posibilidades de enunciación, de sentido, y una cierta carga de
morfosemántica, es decir, de significados implícitos asociados de forma inextrincable al uso
de determinadas formas literarias, en un lugar donde los usos literarios institucionalizados
limitan y a un tiempo permiten el espacio de lo que puede ser dicho e, incluso, de lo que
puede ser pensado en los contornos de ese lenguaje.
2. MUSA ROMÁNTICA.
15
V. Germán Labrador. «Por culpa de la literatura. Biopolítica de la lectura y quijotismo en la Transición
Española». En Actas del congreso En Teoría, hablamos de Literatura. III Congreso Internacional de Aleph, Morón y Ruiz
Martínez (eds.), pp. 89-97.
9
en la forma de obras hermosas, rayanas lo sublime, pero exigiría sus costes, en un largo
pasar de «años oscuros», enfermedades mentales, adicciones, suicidios, exilios, retiros,
encierros en bibliotecas, desapariciones y en el silencio, en la no producción voluntaria,
como acto máximo de la expresión poética. Así, al menos, se encargaron aquellos poetas de
escribirlo, cuando se autorrepresentaban, y así fueron escritos y recordados. Ahora diremos
que además así fueron recibidos en el contexto español de la transición, con pasión y
alegría, mitificados, cosificados y puestos al servicio de nuevos proyectos de representación
donde la Musa Locura actuaría como método de creación poética (en los textos que hemos
visto) y como Musa de sí misma, en la asunción de las figuras que recién presentamos
como interesantes identificadores, experimentadores, formas de conciencia y de
enunciación. No sólo es el proyecto de trabajar poéticamente algo que ellos nombran como
«locura», como ya hemos visto, sino el de trabajar poéticamente desde aquellos que ya
plantearon dicho proyecto con anterioridad, como veremos a continuación.
4. VITAE, PERSONAE.
No tengo tiempo de detenerme con exceso sobre esto, pero diré que el momento
poético de esos años se caracteriza esencialmente por la recepción del romanticismo
europeo. Los precedentes más cercanos, las traducciones de Hölderlin, por ejemplo, de
Cernuda, o los trabajos que hizo Unamuno quedaban demasiado lejos, inalcanzables,
prácticamente innaccesibles para un joven lector del momento, por lo que, con
independencia de que lo dicho no sea exactamente así, estos poetas vivieron la recepción
de toda esa literatura como si eso fuese exactamente así, como si fuesen los primeros en
descubrir todo un fondo bibliográfico, un depósito de la literatura virgen hasta el
momento.
Ello tiene consecuencias muy rápidas, el entusiasmo por la cita, por ejemplo, que
nos habla más que nada de un entusiasmo de la lectura que de un deseo de hermetizar los
textos, que también. Y, de otro lado, la consideración de la literatura como literatura
universal, más allá de la ecuación nacional en el estudio de los fenómenos literarios que
gravitaba (y aún gravita) de forma bien fuerte sobre la ideología literaria del momento. Y
ello también produce un vértigo de lecturas, e ediciones extranjeras, y de traducciones: la
mayor parte de las traducciones poéticas de estos años del romanticismo, del simbolismo y
de otras tradiciones literarias son obra justamente de estos poetas. Por seguir con nuestro
hilo argumental, plantearemos dos recorridos posibles, uno largo y otro corto, que nos
pueden permitir entender los relieves de este fenómeno, al tiempo que sigan inflexionando
10
a. POUND DIXIT.
De entre todos esos autores, Ezra Pound tiene una especial relevancia. El
descubrimiento de su poesía, de sus trabajos de reinvención, hiperculturización de la
tradición literaria, sus rupturas formales y lógicas del orden lingüístico, su carácter de lugar
límite de la tradición poética («la poesía se ha acabado con Pound» dirán sus lectores
transicionales16) fascina y es causa de su recepción polifónica en el sistema de las letras
español, en traducciones, en escrituras canónicas y periféricas, en homenajes, en estudios
filológicos y números especiales de revistas. Pero junto con la fascinación formal, solapada
con ella, recubriéndola, dándole sentido, llega una fascinación de otro tipo, una seducción
de Pound en tanto que biografía, en tanto que forma bioliteraria. La idea de un poeta
mayor, supervivente de una guerra, semieloquecido, que después de haberlo escrito todo se
recluye en una città invisibile, en la Venecia de Mann y Casanova, para acabar se morirse en
secreto silencio en un callejón miserable fascina a sus jóvenes lectores. Y, sobre todo, el
mito que se forma alrededor de su silencio poético: «tiempo de hablar, tiempo de callar»,
esa enigmática sentencia con la que se supone que selló sus labios 17 resulta perturbadora
para aquellos jóvenes poetas.
Tenemos aquí todos los elementos necesarios para reactivar la concepción
romántica de la creación: la locura, el silencio, el autor que todo lo escribe y que hace de su
callar un acto supremo de poesía (y por aquí entraríamos en toda una serie de cuestiones
filosóficas, existenciales que no podemos recorrer que recubren –Blanchot, Derrida,
Bataille- las prácticas poéticas transicionales en torno a la idea de la logofagia, la destrucción
del sentido, la escritura del vacío, del silencio18).
Veamos solamente unos pocos pasajes de esta recepción, y citemos un poema de
16
V. Antonio Zaya. «El loco toma la palabra. Antología de la poesía subterránea española». Subterráneo
suplemento de La verdad, nº 5, mayo 1974, en el que el trío formado por Leopoldo María Panero, Saavedra
Poppy y el propio Zaya se presentan en sociedad como la generación poética underground. V. también un texto
transicional de Leopoldo María Panero: «o eso creíamos DIYENES, como diría Pound, el profeta, el Santo
de la locura. Se acabó “La muerte de la literatura” y empieza “la escritura” (aún no he encontrado otro
término mejor), y el Último Libro (mucho más allá de este librito de poemas, claro, aún estoy ciego, y mudo):
el Apocalipsis ha comenzado ya, y nadie lo sabe» en Benito Fernández, El contorno del abismo, Barcelona,
Tusquets, 1999, pp. 211-212.
17
V. Germán Labrador, David Vegue y Alejandro Chico, «He tenido que taparme los oídos para escuchar mi
voz interior. Entrevista a Antonio Colinas», Kafka, Universidad de Salamanca, 1 (2002), pp. 183-208.
18
V. Túa Blesa. Logofagias. Los trazos del silencio, Zaragoza: Colección Trópica, 1998, libro en el que construye
una posible retórica del silencio, utilizando la textualidad poética de los años setenta como herramientas para
ello.
11
José Luis Jover «Pale carnage beneath bright mist» (1975) sobre la disolución mental de
Pound en sus últimos años o veamos algunos versos del poema de Juan Luis Panero «Un
viejo en Venecia»19 donde se proyecta en Pound, toda una reflexión sobre la inutilidad de la
escritura y la posibilidad de seguir escribiendo, después de que «En Venecia, viejo y
envejecido, casi mudo, / rodeado de libros, de soledad, de gatos» Pound dijese «sin
autocompasión y sin desprecio, secamente, con voz entrecortada: Al final pienso que no sé
nada. No tengo nada que decir, nada», tras lo cual el autor pide perdón por su necesidad de
seguir escribiendo. Más allá, el poema sobre Pound de Antonio Colinas («Encuentro con
Ezra Pound») en el cual se plantea la situación de «ir a ver al poeta», de ir a buscarle, la
ensoñación de esas calles y el detenimiento del poema justo en el momento en que el
encuentro se produce («en esa callejuela con macetas, sin más salida que la de la muerte,
vive Ezra Pound»20): tiempo de callar.
Sobre los usos del autor de Personae en la obra de otro Panero, Leopoldo María,
podrían escribirse varias páginas, mencionemos solamente un momento de su poema
vanguardista «El canto del llanero solitario»21, enunciación que reclama la búsqueda del
límite de la palabra, la deconstrucción violenta del lenguaje y del sujeto, su sustitución por
una polifonía, una apertura hacia las voces del ello, una liberación del yo y del superyo,
según dice su autor, que al tiempo que impide el entendimiento de los sonidos («snark y no
bujum», «verf barrabum qué espuma») acaba por nombrar la posibilidad del silencio a
través del mito de Pound («Pound dixit»): «Tacere é bello», callar es bonito. O unos años
después, le dedica la sexta y última parte de su libro El que no ve (1983) bajo el título «De
cómo Ezra Pound pasó a formar parte de los muertos, partiendo de mi vida», subtitulado
como «Páginas de poesía política», en una ecuación que subraya a las claras los vínculos
entre lectura, mito, identificación, construcción de la identidad, para la que además se
reclama una posibilidad colectiva. No tengo tiempo de repasar el poema, perturbadora
descripción de manicomios decimonónicos en los cuales los visitantes pagaban por visitar a
los locos, cual zoológico, insultándolos, maltratándolos y emborrachándolos, pero veamos
sólo su comienzo:
visiones tormentosas de una naturaleza sublime sólo al poeta permitidas23. O José María
Álvarez quien en el poema Desolada grandeza introduce un mundo destructivo y bello, una
poética del umheilich, bajo la siguiente cita del alemán: «En lo mejor confía, por senderos
bendición camina»24; o en un poema que no por nada lleva por título «Sitio de loco» y que
se abre con la siguiente pregunta: «¿Quién ha podido jamás sondear las profundidades del
abismo?». Citamos unos versos:
El largo viaje por pensiones / clínicas extrañas tierras / de Hölderlin hasta desembocar / en aquella
habitación en Tübingen / donde vivió 40 años sin / recordar su nombre tocando el piano / a solas
cantando solo recibiendo / visitas a quienes llama Su / Santidad floreciendo / como una luz sin
plantas ni animales / en una desamparada hermosura25.
23
En Joven poesía española, op. cit., p. 263.
24
En Poetas de los 70, op. cit., p. 180.
25
En Poetas de los 70, op. cit., pp. 181-2.
26
De Cielos e inviernos (1979) en Poetas de los 70, op. cit., p. 191.
27
Figura en un paisaje (1974) en Obra poética I, Fernando R. de la Flor y Esteban Pujals (eds.), Hiperión, 1995, p.
211.
14
destruye al sujeto que decide construirse bajo su lenguaje. Y de nuevo aparece Antonio
Colinas, esta vez con una «Invocación a Hölderlin»28, que reúne todos estos rasgos
diseminados en lo que puede ser su más completa cristalización, de la presento unos
fragmentos:
Una última recurrencia, esta vez en un poema de Gimferrer, que queremos leer de
forma prospectiva, como lúcido cálculo anticipatorio de ciertos destinos generacionales,
que se verificarán una década después y a los que dedicaré la segunda parte de este trabajo.
Se trata de «Celadas», un largo poema cuyo título hace alusión a las trampas que este
lenguaje que historizamos contiene para aquellos individuos que no sepan restringirlo
como actividad literaria y lo interpreten como modelo identitario. Empieza evocando la
figura de Apollinaire reuniendo fragmentos de conversaciones en Montmartre para
componer sus poemas, en la representación una realidad deformada, hecha de perspectivas
insólitas, distorsionadas, como las que veía el alemán en su infancia. A partir de ahí,
presenta el encuentro Hölderlin y Goethe, a través de la amistad compartida con Schiller,
encuentro en el que el maestro se mostró despreciativo con el joven, defendiendo
arrogante frente a una poética juvenil la clásica factura de sus versos «porque el arte clásico
se mantendrá siempre». Sin embargo, lejos de esa apuesta por un arte manual, equilibrado,
estable, destinado a durar y a garantizar identidades aseguradas, constantes, el trayecto del
poeta alemán y de todos sus seguidores será muy diferente:
28
En Joven poesía española, op. cit., p. 223.
15
5. BIOTEXTOS.
29
En Els Miralls (1970) en Joven poesía española, op. cit., pp. 175-6.
30
Erving Goffman, Estigma, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1998.
31
René Girard, El chivo expiatorio, Barcelona, Anagrama, 2002.
32
«Celadas», op. cit.
16
Creo haber conseguido demostrar a la luz de estos pocos fragmentos cómo las
cuestiones con las que abríamos el texto se construyen de forma masiva, diríamos obsesiva,
agobiante incluso, en las poéticas de la época, hasta constituir un lugar central de
interpretación, un lugar clave para estas poéticas. Y vemos cómo más allá de la expansión
horizontal de esta mitología creadora en el campo literario se produce también una
densificación de la misma en la tradición. La Musa Locura adopta los perfiles concretos,
afilados, pero al tiempo tranquilizadores de lo literariamente instituido, Musa Locura en
estos nuevos advenimientos, en sus encarnaciones poéticas transicionales escoge los rostros
de célebres y antiguos poetas para manifestarse, acude «con ropajes de vejez venerable»
«para representar una nueva escena de la historia universal»33. Ello, además o al margen de
demostrar la posibilidad de un procesamiento poético, sofisticado, de experiencias que en sí
mismas carecen de importancia literaria (sí cultural, si sociológica...), es decir, de la
posibilidad de construir un discurso poético con capacidad de decir cosas sobre la locura,
cosas interesantes o al menos bellas, abre un lugar de interpretación donde la locura se
produce como resultado de un proceso codificado.
Y ahí cabe preguntarse, con toda la razón del mundo, por la carga de autenticidad,
realidad o verosimilitud, de una locura tan cuerda, de un tan sofisticado, tan preciso, tan
intelectualizado, tan racional manejo de mitos, metáforas y narrativas. Si creemos en esto,
limitaríamos entonces los alcances, la posibilidad de una expresión poética de la locura en
este contexto que fuese más allá de una moda pasajera, una estetización, que a los ojos del
crítico o del lector interesado no se resolviese más que en tics textuales juveniles, en el
mejor de los casos, prontamente superados por los creadores de más valía, y, en el peor,
una expresión de pedantería, presunción y un impostado rictus decadente, propio de unas
individualidades narcisistas e incapaces de conectarse con lo social y con lo político. Dicho
en palabras de uno de ellos: «unos cuantos malos poetas de universidad que cogieron de
Pere [Gimferrer] lo más innecesario, y recopilaron una cultura enciclopédica a lo Pound
pero sin Pound, y aprovechándose también –como tantos- del vacío cultural y mental
andan por ahí dándoselas de grandes hombrecitos»34.
Diremos para empezar que estos textos que hemos estado registrando, que estas
formas biotextuales que combinan mito, homenaje, biografías y obras de escritores
románticos, pueden ser leídas en términos pragmáticos (en los que el texto remite de alguna
forma a su sujeto autor) como máscaras, como personae, por utilizar un concepto de Pound,
33
Carl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte en Carl Marx y Frederick Engels en Obras escogidas en tres
tomos, Moscú, Editorial Progreso, I, 1981, p. 449.
34
Leopoldo María Panero, «Última Poesía no Española», Poesía, 5 (1979), pp. 110-5.
17
que reescribe la personalidad como suma de enunciaciones. Estas vitae lo que ofrecen a los
jóvenes poetas del momento es un lugar de enunciación, un espacio de agencia, o, mejor,
en términos foucaultianos, una «función autor», es decir un lugar textual reconocible en el
interior de un código lingüístico que comporta ya una semántica identitaria, una
personalidad poética, una carga discursiva, un lugar preinterpretable que luego puede ser
rellenado de sentido en la escritura y de experiencia, de vivencia, de identificación en la
vida, tanto a nivel de su autor como de su lector. Y en este sentido, cabe mencionar a otro
autor mitificado, que no está del todo alejado de este terreno de recepción, que es Borges,
con sus teorías poéticas sobre la ficción, la enunciación, la suplantación y la experiencia,
autor que se incorpora también a estas poéticas en términos de forma biotextual.
Hacia este sentido de juego, de ludus, donde la Musa de la insania no sería más que
un conjunto de técnicas de creación de sentidos, exclusivamente textuales, apuntan algunas
de las poéticas de esos autores. Veamos una de ellas:
Testimonio de la decadencia de un alma, este libro, pese a lo macabro de sus temas, no romperá
por ello con el rigor poético que me he propuesto a lo largo de toda mi obra literaria. La imaginería
exótica, retorcida, sigue una técnica: la de contrastar la belleza y el horror, lo familiar y lo unheimlich
(lo no familiar, o inquietante, en la jerga freudiana). Blake, Nerval o Poe serán mis fuentes, como
emblemas que son al máximo de la inquietante extrañeza, de la locura llevada al verso: porque el arte
en definitiva, como diría Deleuze, no consiste sino en dar a la locura un tercer sentido: en rozar la
locura, ubicarse en sus bordes, jugar con ella como se juega y hace arte del toro, la literatura
considerada como una tauromaquia: un oficio peligroso, deliciosamente peligroso.35
También he de decir, en esta suerte de POÉTICA, que, al igual que Mallarmé, no creo en la
inspiración. Es más, considero que la buena literatura debe rehuir a ésta como si de una
bestia se tratara. La poesía no tiene más fuente que la lectura, y la imaginación del lector. La
literatura, como decía Pound, es un trabajo, un job, y todo lo que en ella nos cabe es hacer
un buen trabajo, y ser comprendidos, cal trovar non porta altre chaptal (porque cantar no recibe
otro capital), como afirmara la Comtessa de Dia. Algo que no sabe decididamente el poeta
inspirado es que trovar es difícil, que la buena poesía no cae del cielo, ni espera nada de la
juventud o el deseo36.
37
Leopoldo María Panero, «Última Poesía no Española», op. cit.
38
Francisco Cumpián, «Acerca de mi amigo Fernando Merlo y de lo que le sucedió», La Luna, 18 (abril de
1985), p. 38.
19
Es que no son máscaras! Yo no lo admito... Algunos teóricos, incluso algún poeta novísimo, han
hablado de estas máscaras que se pone el autor. Yo no veo estos poemas como máscaras. El poema
sobre Casanova en realidad no es un poema sólo sobre Casanova, es un poema sobre cualquier ser
que vive los últimos años de su vida, sobre la caducidad. El poema de Ezra Pound no hay máscara
ninguna, es un retrato del encuentro que tuve yo con él, que fue en Venecia, en junio del año mil
novecientos setenta y uno... El poema de Hörderlin es un retrato pero tampoco yo utilizo a este
autor como una máscara. Es un retrato de un autor con el que sintonizo40.
39
Panero, íbid.
40
Germán Labrador, David Vegue y Alejandro Chico, op. cit.
41
Ricardo Franco, Después de tantos años, España, 1994.
42
Hago alusión al trabajo de Fernando R. de la Flor La vida dañada de Aníbal Núñez, todavía work-in-progress,
que relata y problematiza la trayectoria del poeta salmantino, desde una perspectiva que no dudaría en
considerar bioliteraria. De ahí tomo el dato de su silencio poético.
20
Ibiza 77
A Santiago
definitivamente había perdido el guión
de su vida
vagabundeaba con los ojos opacos,
la cabeza llena de citas poéticas, algún
libro extraño en el bolsillo, cigarrillos
celtas
1969
detenido por posesión de marihuana
1970
hallado en una calle de madrid sin dinero,
inconsciente y abrazado a una botella de
coñac
1971
ley de peligrosidad social, intento de suicidio
en una celda
1973
largo período internado en un manicomio
1975
detenido por escupir a un confesor, fuerte
escándalo en una iglesia
vaya historial que tiene el nene
el comisario miraba con desprecio y el detenido
con ojos opacos, lejanos, muy lejanos de
toda justicia humana
Estamos en una simple confirmación de que las prácticas literarias descritas hasta
ahora poseen en el espacio de la transición una significación sociológica, generacional46.
45
Xaime Noguerol, Irrevocablemente inadaptados. Crónica de una generación crucificada, Madrid, La Banda de
Moebius, 1978, pp. 19-20.
46
Germán Labrador, «Os que máis amaron a liberdade. Entrevista a Xaime Noguerol» en Anxo Rabuñal Rey
(ed.) Catálogo de “O lado da sombra. Sedición gráfica e iniciativas raras ou desacreditadas entre 1971 e 1989”, A Coruña,
Fundación Luis Seoane, 2005, pp. 158-170.
22
Los elementos de este poema ya no nos sorprenden: «la cabeza llena de citas poéticas»,
«libros extraños en el bolsillo», «cigarrillos», «vagabundeo», «deriva», «temor», pero
adquieren una semántica muy densa después de nuestro trayecto. Como también lo hace la
idea de extranjería, «como si no perteneciese a la especie humana» se nos dice,
estigmatizado, por esos ojos policiales, en tanto que joven y expulsado de un espacio de
racionalidad, de logicidad. «¡Qué tristeza el cerebro!» es la simple confirmación de una
destrucción mental que se ya ha producido, pero que también ha sido impuesta
contextualmente, el en exacto punto donde la biografía se diluye en la historia.
Imágenes de cerebros destrozados, destruidos, mentes rotas ya las hemos
encontrado anteriormente, en Leopoldo María Panero y en Fernando Merlo. Noguerol
insiste sobre el tema: «una parte del cerebro estrangulada», un «cerebro lleno de
escombros», «neuronas con los muñones carbonizados a la deriva por tu cabeza»,
«definitivamente extranjeros / irrevocablemente inadaptados / se perdieron por los anillos
brumosos de sus mentes»47. Un escenario de cráneos destruidos, de cerebros rotos, de
ruinas mentales que corresponden perfectamente con el verso archiconocido que da
comienzo al Aullido de Alan Gimsberg, programa poético de la generación beat que gozó de
gran aceptación transicional: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por
la locura».
Una simple precisión sobre este tema. Ese texto, como tantos otros de la misma
corriente poética, son en general conocidos por los poetas mencionados previamente. Pero,
salvo en casos contados, las circunstancias concretas de su recepción española (algo más
tardía que la romántica) impidió que aquellos de mayor edad se formasen poéticamente en
esos lenguajes y a su conocimiento lector no siguió una práctica poética. Diremos que en el
caso de poetas más jóvenes ésta se produce en una medida mayor. Pero lo que nos interesa,
como demuestran las producciones de Noguerol, o de Haro Ibars, es que desde el punto de
vista de la bioliteratura, el programa biotextual que ofrecen ambas corrientes es
estructuralmente el mismo. Son dos matrices lingüísticas disponibles en 1975 para afrontar
un mismo tipo de proyecto. No es el momento de insistir en ello, simplemente quiero
cierrar este punto diciendo que todas las fuentes de verificación usadas confirman que en el
espacio transicional se dio una ecuación insólita entre vidas malditas, ingresos en
instituciones psiquiátricas, creación poética y juventud, ecuación que en su extensión y su
cantidad la vuelve históricamente significativa. Hacia ese espacio me dirigiré en la parte
final del texto.
47
Xaime Noguerol. Op. cit., p. 23.
23
en formas variadas, proliferaron en los trabajos de sociólogos amigos del best-seller que
vinieron a nombrar a una juventud alienada, nihilista, enloquecida por el placer y
desinteresada del mundo en que vivía. A modo de ejemplo, se puede nombrar el no menos
impagable libro de Amando de Miguel, Los Narcisos. El radicalismo cultural de los jóvenes54. Ello,
como estudió Sánchez León, vino a construir una imagen mediática profundamente
negativa de la juventud transicional, criminal y descontrolada, que los datos estadísticos
elaborados por las instituciones oficiales desmienten con claridad55.
En fin, a modo simplemente ilustrativo, podemos oponer a estas visiones otras, la
de aquellos sujetos pasivos de las prácticas psiquiátricas del estado en aquel momento,
cuyos discursos sobre las mismas se sitúan no en la irracionalidad, sino en el desconcierto.
Esos individuos se expresan desde la indignación de que sus hábitos generalizados y
socializados, normalizados en todo caso, aquellos que justamente los diferenciaban y
distinguían como jóvenes, eran leídos en clave de anormalidad. Así se expresaba uno de
aquellos jóvenes al recordar su experiencia en manos de esa psiquiatría:
Esto nos abre a una nueva situación de lectura, donde los significados de esa locura,
más allá de su expresión en el seno de una institución como la literatura e, incluso, en la
medida en que lo hacen, se negocian en un juego de definiciones e identidades donde, de
un lado, tenemos a unos jóvenes hablando en tanto que sujetos individuales pero también
colectivos (la presencia continua de esa «tenebrosa generación») y, de otro, tenemos los
modelos identitarios que desde las instituciones se ofertan a esa comunidad, que la rodean y
la recubren. Más allá de eso, si profundizamos en las causas objetivas de vida, en las
condiciones de posibilidad de esa generación, debemos mencionar la existencia de un
altísimo paro juvenil, primero coyuntural y luego estructural, y de una fractura en
expectativas, lenguajes y conductas respecto de los modelos identitarios y de los valores en
54
Barcelona, Ed. Kairos, 1976. Usó Indaga la ineficacia de los tratamientos, entre una psiquiatría empeñada
en tratar al toxicómano como enfermo mental, y una visión moralizante del problema (op. cit. 331-332) pero
tal vez resulte más interesante acudir a las fuentes primarias, así algunos números de Ajoblanco, en particular
al extra de marzo de 1978 Anti-psiquiatria. Hacia la salud mental.
55
Sánchez León. Op. cit.
56
Tono Martínez, José y Toni Pérez Montero, «A pesar de los sueños: entrevista con Will More», La luna, 3
(enero 1984), p. 10.
26
7. POLÍTICAS DE LA LOCURA.
para el desencanto», variados, Donde habite el olvido de Cernuda, J’ai plus de souvenirs que si
j’avais mil ans de Baudelaire y textos sobre la locura de Cioran y de Hölderlin. De pronto, la
misma textualidad aparece al servicio de la expresión, del entendimiento de problemas
políticos, de deseos de la política. Las mismas vitaes que servían a la expresión de neurosis
personales, en el mismo espacio de discurso y de lectura, en la misma comunidad de
opinión son también materiales de una crítica política de la transición, en la comprensión
de que esas neurosis tenían motivaciones políticas que iban mucho más allá de la metafísica
literaria o del individual desasosiego.
Y desde ahí podemos comenzar a entender por qué esos poetas, tachados por la
crítica de feroces individualistas, narcisos, ególatras, o mejor, por qué aquellos poetas en los
que hemos registrado la verificación positiva de la ecuación identidad literaria y conducta
vital, se empeñan en declarar que sus textos, o algunos de sus textos al menos, tenían una
significación política. Así, debemos conceder a Colinas que, como ha dicho en muchas
ocasiones, Truenos y flautas en un templo es un libro sobre la revolución, escrito desde las
pulsiones del mayo francés que envía una herencia libertaria hacia el futuro 57. O debemos
entender las continuas declaraciones políticas de Leopoldo María Panero, su
reconstrucción poética de los escenarios de la Revolución Francesa, sus poemas dedicados
a la Comune parisina, o a los libertarios españoles (como en tantos otros poetas de la
época). Y ahí, en su escritura, cobra una especial relevancia la bioforma del Sade de
Charenton, poeta, loco, estigmatizado, que desde el manicomio en el que paga una
disidencia moral produce un laboratorio de reflexión política sobre los sucesos de su época,
que, en Panero, acaban por producir una poética jacobina. Y cómo no interpretar ahora de
una forma nueva un fragmento del poema citado sobre Ezra Pound, como alegoría política
de la transición y del destino de mortalidad excesiva con el que se diezma esta juventud:
57
Germán Labrador, David Vegue y Alejandro Chico, op. cit.
58
Op. cit., pp. 321-3.
29
8. VIRTUD.
Recopilemos, estamos entonces en una dimensión mucho más amplia, más extensa
de estas prácticas poéticas de escritura de la locura en el ambiente transicional, que inscribe
de una forma fuerte estos textos en existencias concretas y participa decisivamente a la hora
de formar identidades individuales y generacionales, que edifica narraciones, mitos,
59
Leopoldo María Panero, Poesía completa, op. cit., p. 142.
60
Eduardo Haro Ibars, «Scalextric» En rojo (1985), en Obra poética, Madrid, Huerga y Fierro, 2001, pp. 220-2.
30
Pero más allá, encontramos la voluntad de construirse así, y construirse libremente, en una
diferencia, en una radical libertad e independencia, no exenta de un proyecto político
colectivo que me parece que bien podemos defender como experimento de construcción
de lenguajes democráticos, de prácticas de libertad, que no por no pertenecer a una
tradición liberal dejan de tener un espacio posible en una elaboración de lenguas de la
ciudad democrática, o al menos en las genealogías de otras posibles ciudades democráticas
insatisfechas.
Estos lenguajes tal vez fueron muy poco útiles en términos de construcción
histórica de las actuales instituciones pero tal vez pueden ser muy efectivos en la crítica de
las razones de estado, en la pregunta por los límites políticos y morales de las políticas de la
transición, y en inventariar los costes, los pagos, las insatisfacciones que ese proceso
produjo, que no por silenciados dejaron de existir. Y, me parece que, desde la misma
legitimidad con la que cabe interrogar este espacio en términos de aportación a la ciudad
democrática, es obligatorio preguntarse con seriedad por el papel que a esa juventud se le
asignaba en esa futura ciudad, para evitar juzgar como simple disidencia juvenil lo que
también tuvo mucho de supervivencia personal en un contexto anómalo, refractario,
agresivo, violento.