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ANTONIO MALO PÉ
ANTROPOLOGÍA
DE LA AFECTIVIDAD
ISBN: 84-313-2155-5
Depósito legal: NA 490-2004
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y trans-
formación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los dere-
chos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1. LAS RAÍCES DE LA VIDA AUTÉNTICA ................................................................. 11
2. LA OPOSICIÓN ENTRE RAZÓN Y AFECTIVIDAD COMO PROBLEMA ACTUAL ........... 14
3. FINALIDAD Y LÍMITES DE ESTE ENSAYO ............................................................. 16
CAPÍTULO PRIMERO
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD:
EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO
1. LA TEORIA CARTESIANA DE LAS PASIONES ........................................................ 23
1.1. La antropología de Les passions ......................................................... 24
1.2. La reducción de la pasión a conciencia ............................................ 26
1.3. El origen corporal de la pasión ......................................................... 29
1.4. Problemas de la teoría cartesiana de la pasión ................................ 33
2. LA TEORIA CONDUCTISTA DE LA EMOCIÓN ...................................................... 37
2.1. Génesis histórica del conductismo .................................................... 38
2.2. El comportamiento operante de Skinner ........................................ 40
2.3. Emoción y refuerzo ............................................................................ 43
2.4. El autocontrol ..................................................................................... 45
2.5. Problemas de la teoría conductista ................................................... 46
3. LA CONFRONTACIÓN DE DOS ANTROPOLOGÍAS: DUALISMO CARTESIANO Y MO-
NISMO FISICALISTA .......................................................................................... 52
3.1. Dualismo cartesiano ........................................................................... 52
3.2. Monismo fisicalista ............................................................................. 53
8 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
CAPÍTULO SEGUNDO
EL PROBLEMA DEL MÉTODO
EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD
1. ¿POSIBILIDAD O IMPOSIBILIDAD DE LA EXPERIENCIA INTERNA COMO MÉTODO? . 62
1.1. Principales críticas contra la posibilidad de la experiencia inter-
na como método ................................................................................ 62
1.2. Respuestas a las críticas ...................................................................... 67
1.3. La reflexión sobre la experiencia interna como método ................ 72
2. ¿POSIBILIDAD O IMPOSIBILIDAD DE LA EXPERIENCIA EXTERNA COMO MÉTODO? 76
2.1. Principales críticas ............................................................................. 76
2.2. Respuestas a las críticas ...................................................................... 81
3. LA RELACIÓN ENTRE EXPERIENCIA INTERNA Y EXTERNA EN LA CONSTITUCIÓN
DE LA AFECTIVIDAD ........................................................................................ 85
4. LA REFLEXIÓN SOBRE LA EXPERIENCIA INTERNA: LA TENDENCIALIDAD ............. 86
CAPÍTULO TERCERO
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO
1. EL CONCEPTO PLATÓNICO DE DESEO .............................................................. 91
1.1. La trascendencia del eros ................................................................... 92
1.2. El origen de la oposición de los deseos: las partes del alma ........... 95
1.3. El placer y la felicidad ........................................................................ 96
1.4. Conclusión .......................................................................................... 99
2. EL CONCEPTO ARISTOTÉLICO DE OREXIS .......................................................... 101
2.1. ¿Unidad o pluralidad de la orexis? ..................................................... 101
2.2. Las disposiciones para la acción: pasiones y virtudes ...................... 104
2.3. Placer y felicidad ................................................................................ 109
2.4. Conclusión .......................................................................................... 113
3. LA TEORÍA TOMISTA DE LOS APETITOS ............................................................ 116
3.1. Nivel ontológico del apetito: el amor natural .................................. 117
3.2. El nivel psicológico: el apetito elícito ............................................... 122
3.3. Nivel espiritual del apetito: la afectividad espiritual ........................ 135
3.4. Elementos centrales de la teoría tomista del apetito ....................... 138
CAPÍTULO CUARTO
LA TENDENCIA HUMANA
1. LOS INSTINTOS .............................................................................................. 145
2. LAS TENDENCIAS ............................................................................................ 148
2.1. La relación de las tendencias con la realidad .................................. 149
2.2. La relación de las tendencias con el acto humano .......................... 152
ÍNDICE • 9
CAPÍTULO QUINTO
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD
1. LAS FUNCIONES DEL JUICIO RACIONAL: INTERPRETACIÓN, VALORACIÓN Y REC-
TIFICACIÓN .................................................................................................... 176
1.1. La interpretación de la afectividad ................................................... 177
1.2. La valoración de la afectividad .......................................................... 178
1.3. La rectificación ................................................................................... 181
2. LA VOLUNTAD: TENDENCIALIDAD Y LIBERTAD .................................................. 183
2.1. La inclinación natural de la voluntad: la voluntas ut natura ............ 183
2.2. La volición libre: el papel de la voluntas ut ratio ............................... 185
3. LA INTENCIONALIDAD DEL ACTO HUMANO ...................................................... 187
3.1. La intención del fin: el consejo, el consentimiento y la elección ... 187
3.2. La posesión del fin: el mandato, el uso y la fruición ....................... 198
4. CONCLUSIÓN ................................................................................................. 203
CAPÍTULO SEXTO
INTEGRACIÓN DE LA AFECTIVIDAD Y DONACIÓN PERSONAL
1. LA REFLEXIÓN DEL ACTO EN LA TENDENCIALIDAD HUMANA ............................. 208
2. LA REFLEXIÓN DEL ACTO EN LA PERSONA: LA FELICIDAD ................................. 209
2.1. El amor como fundamento de la felicidad ....................................... 210
2.2. La diferencia entre los sentimientos y la felicidad ........................... 213
3. EL HÁBITO COMO REFLEJO DEL ACTO: VIRTUD VERSUS TÉCNICA ........................ 214
4. LA DONACIÓN COMO FUNDAMENTO DE LA VERDAD DE LA PERSONA ................. 218
4.1. La donación como finalidad de la autoposesión ............................. 219
4.2. Diversos tipos de donación ................................................................ 220
5. CONCLUSIÓN ................................................................................................. 227
1. Entre las más importantes se encuentran: S. CATALDI, Emotion, Depth, and Flesh. A
Study of Sensitive Space. Reflections on Merleau-Ponty’s Philosophy of Embodiment, SUNY Press,
Albany 1993; A. DAMASIO, Descartes’Error. Emotion, Reason, and the Human Brain, Grosset-
Putnam, New York 1994; H. PALMER, The Enneagram, HarperSan Francisco, San Francisco
1995; A. TALLON, Head and Heart, Affection, Cognition, Volition as Triune Consciousness, Ford-
ham University Press, New York 1996; M. MEYER, La philosophie et les pasions. Esquisse d’une
histoire de la nature humain, Le livre de Poche, Biblio-Essais, Paris 1991; X. ZUBIRI, Sobre el
sentimiento y la volición, Alianza, Madrid 1992; J.A. MARINA, El laberinto sentimental, Anagra-
ma, Barcelona 1996.
12 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
3. Esta visión de la religión, sin embargo, ha sido modificada por Tamaro en Anima
mundi (Seix Barral, Barcelona 1997), en donde aparece la apertura a una realidad tras-
cendente, identificable con Dios. Y también en Rispondimi, Rizzoli, Milano 2000.
4. S. TAMARO, Donde el corazón te lleve, cit., p. 187.
14 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
6. F. NIETZSCHE, Más allá del bien y del mal, ed. de Colli y Montanari, Walter de Gruy-
ter, Berlín 1967-77, apostilla 20.
7. M. FOUCAULT, Les mots et les choses, Gallimard, París 1966, pp. 367-368.
8. Cfr. M. FOUCAULT, Saber y verdad, La piqueta, Madrid 1985, p. 33.
9. Este segundo movimiento es más práctico que teórico, y admite formas variadas.
Tal vez la más conocida sea el «New Age».
16 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
2. Además del tratado del Homme, hay numerosas cartas dirigidas a Isabel, princesa
del Palatinado, como la del 21 de mayo de 1643, en la que Descartes explica a su discípula
la posibilidad de armonizar la distinción de sustancias con la unión sustancial humana
(vid. AT III, p. 665). Las obras de Descartes se citan de acuerdo con la edición de Charles
ADAM y Paul TANNERY, Oeuvres de Descartes, Vrin, Paris 1974-1983; el volumen se indica con
números romanos. La traducción del original francés es nuestra.
24 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
sido explicar las pasiones como orador, ni siquiera como filósofo moral,
sino solo como físico» 3. En el intento cartesiano de evitar el plantea-
miento retórico y moral, propio de la filosofía anterior, se manifiesta,
por una parte, el deseo de no verse involucrado en polémicas con los te-
ólogos escolásticos; por otra, la aspiración a encontrar un nuevo enfoque
más en consonancia con el desarrollo de las ciencias experimentales,
que fuera, a la vez, capaz de refutar las tesis materialistas de los escépti-
cos y libertinos eruditos, negadores de cualquier tipo de realidad espiri-
tual 4. La tentativa cartesiana es, pues, importante: combatir el escepticis-
mo con las mismas armas –los conocimientos científicos– usadas por sus
defensores. Por eso, aunque el enfoque fisiológico no era una novedad
(como lo demuestran las numerosas obras de médicos y humanistas re-
nacentistas 5), Descartes se servirá de él con un fin distinto: proponer
una concepción del hombre en la el mecanicismo fisiológico, lejos de
eliminar o disminuir la libertad, se coloque hasta cierto punto bajo su
dominio.
10. La dificultad para considerar la res cogitans como puro pensamiento se observa
sobre todo en las dos definiciones de sustancia pensante. Cuando se pregunta qué es
aquel yo descubierto, responde: «res cogitans, es decir, mente, o ánimo, o intelecto, o ra-
zón». Pero en las mismas Meditationes, Descartes ofrece otra definición de res cogitans a
partir de las pecepciones presentes en la conciencia del sujeto: «que duda, entiende, afir-
ma, niega, quiere, imagina y también siente» (M. HENRY, Généalogie de la psychanalyse, PUF,
Paris 1985).
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 27
que Descartes hable siempre de ideas; sino una vivencia, es decir, un con-
tenido subjetivo. Por eso todas esas experiencias, si bien parecen idénti-
cas desde el punto de vista del pensamiento (pues son ideas oscuras y
confusas), se diferencian desde el punto de vista de la subjetividad. La
subjetividad, reducida primeramente al puro acto de pensar, se llena así
de contenido vivencial. Es verdad que, para la concepción inicial de la
subjetividad como actividad, las nuevas vivencias representan la negación
de una actividad absoluta y, por consiguiente, manifiestan la contingencia
y finitud del sujeto. Pero si se las ve como momentos en que la subjetivi-
dad se experimenta a sí misma, las experiencias revelan lo que significa
sentirse vivo y, por tanto, descubren algo positivo. De ahí que Descartes
valore positivamente las pasiones, pues evitan el aburrimiento y la mono-
tonía de una subjetividad limitada a la experiencia del puro pensar.
Vivir equivale a introducir en la subjetividad el cambio y la tempora-
lidad, ya que en las vivencias la subjetividad se experimenta de modo di-
verso. En opinión de Descartes, sólo la unidad del acto de pensar y su
identidad con el yo permiten que, no obstante las modificaciones, la sub-
jetividad sea siempre la misma. En el cambio se encuentra, por una parte,
el valor positivo del vivir; por otra, la tentación constante de olvidarse de
que el pensamiento es el fundamento de la unidad esencial del hombre,
bien porque se rechaza la existencia de unidad en el hombre, bien por-
que se la confunde con la unidad corporal, como defendían los escépti-
cos y libertinos eruditos.
Frente a la tentación antropológica –siempre al acecho– del materia-
lismo monista, Descartes propone su teoría de las pasiones. Con arreglo a
los cambios introducidos en la subjetividad, el pensador francés establece
una diferencia entre las pasiones. Las sensaciones o percepciones, los sen-
timientos y las emociones muestran tres niveles de la subjetividad modifi-
cada: el cuerpo, el compuesto y el alma. En la sensación de calor en la
mano, por ejemplo, lo reflejado es la modificación corporal, es decir, la
exterioridad de la subjetividad; en el sentimiento de dolor, causado por la
quemadura, la modificación comprende la totalidad de la subjetividad: el
dolor no aparece como una modificación de la mano, sino de mí; en la
emoción de tristeza, en fin, el cambio es aún más profundo, porque se ex-
perimenta como modificación de la propia alma. Debido a la mayor pro-
fundidad de la emoción, Descartes reserva a las emociones el nombre de
pasiones, pues son las que más conmueven al alma 11.
examinar aquí bajo el nombre de pasiones del alma» (Les passions, AT XI, p. 348). Nos-
otros usaremos el término de pasión para referirnos a los diversos tipos (sensaciones y
sentimientos), mientras que reservaremos el de emoción para indicar las pasiones que
más conmueven al alma, como la alegría, el miedo, la ira, etc.
12. «Así cuando vemos la luz de una antorcha o sentimos el sonido de una campa-
na, este sonido y esta luz son dos acciones diversas que, por el hecho de excitar dos movi-
mientos diferentes en alguno de nuestros nervios y por medio de éstos en el cerebro, dan
al alma dos sentimientos diversos, que nosotros colocamos en una relación tan estrecha
con los objetos que suponemos ser la causa, que creemos ver la antorcha y oír la campa-
na directamente, allí en donde sentimos únicamente los movimientos de los que proce-
den» (Les passions, AT XI, p. 346).
13. Cfr. ibid., p. 346.
14. Cfr. ibid., XI, p. 348.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 29
Las razones que sugieren un origen corporal de las pasiones son dos:
por una parte, su oscuridad y confusión; por otra, su independencia de la
volición, pues las pasiones aparecen y desaparecen sin que su presencia o
ausencia sea querida por el sujeto. Si las pasiones tienen su origen en el
cuerpo, el modo de explicarlas será el que corresponde a las acciones de la
sustancia extensa, es decir, al calor y al movimiento.
El modelo explicativo que Descartes utiliza es el de la causalidad físi-
ca natural. De ahí que, como sucede en la causa física, la relación entre la
pasión y su causa sea originalmente falta de libertad; pero, a diferencia de
lo que ocurre en la naturaleza, la causalidad entre el cuerpo y el alma no
es eficiente. No hay eficiencia porque cada una de las sustancias puede
sólo producir el efecto que le es propio: o movimiento, en el caso del
cuerpo, o pensamiento en el caso del alma; por ejemplo, el movimiento
físico por el que la aguja se clava en la carne no tiene como efecto nece-
sario el dolor del pinchazo, como tampoco la volición de mover la mano
produce de forma necesaria el movimiento de ese miembro. Así, entre
los diversos movimientos corporales, las pasiones y las acciones de un mis-
mo hombre se establece una simple relación de contigüidad de origen na-
tural.
30 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
15. Los espíritus animales son las partes más sutiles y veloces de la sangre: el mayor
espesor y la agitación de los espíritus hacen que éstos prosigan –en línea recta– hacia el
interior de las cavidades y de los poros del cerebro, y desde allí se dirijan a los músculos
(cfr. Les passions, AT XI, p. 329).
16. Este esquema se encuentra, por ejemplo, en ibid., pp. 334 y ss.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 31
19. Cfr. Les passions, AT XI, p. 429; Lettre à Arnauld, 4-VI-1648, AT V, p. 192.
34 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
gito, no es acto de pensamiento, sino sólo una idea distinta de todas las
demás y diferenciada en sí misma. Llegamos así al punto más débil de la
tesis cartesiana: el sujeto es capaz de tener una evidencia no sólo de la
existencia de la pasión, sino también de su multiplicidad y diferencias (lo
que le permite reconocerlas y reidentificarlas), pero no logra decir nada
de su contenido objetivo.
Además, si experimentar una pasión equivale a conocerla, ¿cómo se
explica que la persona apasionada desconozca con frecuencia lo que le
pasa? En definitiva, la pasión es asimilada a un estado puramente subjeti-
vo, cuyo acceso se halla limitado al sujeto que la experimenta. El plantea-
miento cartesiano de las pasiones conduce así a una cierta contradicción.
Volviendo al ejemplo del apasionado, estaría, por una parte, bajo el influ-
jo de la pasión; por otra, en la medida en que no es capaz de reconocer-
la, no lo estaría.
26. «La exposición más cuidada del método introspectivo, el “esquema de la intros-
pección”, se encuentra ya en los artículos escritos en 1912 por Titchner (...). El esquema
de la introspeccción se extendía, por una parte, al estudio cualitativo de los fenómenos
psíquicos, excluidos por el método de la percepción interna de Wundt, e introducía, por
otra parte, nuevas características en la investigación» (L. MECACCI, Storia della psicologia del
Novecento, Laterza, Bari 1992, p. 8).
27. Para una visión de conjunto de la llamada psicología sin alma véase G. MURPHY,
Historical Introduction to Modern Psychology, 5.ª ed., Routledge & Kegan Paul, London 1960,
en particular la tercera parte: Sistemas psicológicos contemporáneos.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 39
Con la llegada del nuevo siglo, la psicología creyó encontrar ese prin-
cipio en el método del reflejo condicionado. Aunque la existencia de ese
tipo de reflejo era conocida desde hacía siglos, fue Paulov, famoso fisiólo-
go ruso, quien lo empleó por primera vez con el fin de resolver algunas
cuestiones en el terreno de la fisiología. A diferencia del reflejo espontá-
neo que se produce sólo ante el estímulo, el condicionado presenta como
peculiaridad aparecer también cuando el estímulo está ausente. Paulov,
como es sabido, realizó el siguiente experimento: hizo sonar un diapasón,
mientras colocaba cierta cantidad de carne en la boca de un perro; des-
pués repitió el experimento con pequeñas pausas hasta que la vibración
del diapasón, sin la presencia de la carne, provocó el flujo continuo de la
saliva. El fisiólogo ruso dedujo de esa experiencia el siguiente principio:
todas las regularidades biológicas a las que el organismo debe adaptarse
consisten en asociaciones, como las del sonido del diapasón y la vista de
la carne.
A pesar de que Paulov no se ocupó nunca de psicología, el método del
reflejo condicionado influyó mucho en esta ciencia. Otro fisiólogo ruso,
Bechterev, construyó a partir de las teorías de Paulov un sistema psicológi-
co, en donde todos los procesos superiores (imaginación, pensamiento y
volición) se explicaban mediante la reducción a respuestas simbólicas basa-
das en el condicionamiento. La lectura de la obra de Bechterev Psicología
objetiva proporcionó al psicólogo estadounidense Watson el método que
buscaba para construir una psicología conductista, capaz de dar cuenta
de los comportamientos psicopáticos. Watson descubrió así que lo que
hasta entonces se había considerado una mente enferma no era más que
el resultado de un comportamiento modificado por reflejos condiciona-
dos. El misterio del perro que prefiere comer carne podrida se desvela
cuando nos enteramos de que en el pasado fue castigado por comer carne
fresca.
Los éxitos en la aplicación de este método a la curación del comporta-
miento psicopático condujeron a Watson a la realización de un proyecto
ambicioso: tratar de explicar cualquier tipo de comportamiento mediante
el reflejo condicionado. En 1919, con la publicación de su principal obra,
Psicología desde el punto de vista de un conductista, su deseo se convirtió en
realidad. En ese libro, Watson planteaba por primera vez la elaboración
de una ciencia de la personalidad, fundada en los condicionamientos
producidos en la infancia. Tras algunos experimentos con niños menores
de un año llegó a la conclusión de que no sólo los hábitos motores sim-
ples, sino también los rasgos más duraderos de la personalidad, como las
emociones, podían forjarse a través del condicionamento. Las emociones,
pues, lejos de ser un fenómeno psíquico al cual sólo se accede mediante
introspección, aparecen como un pattern-reaction (modelo de reacción)
heredado que contiene profundos cambios fisiológicos. Y, puesto que el
40 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
31. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior: A Program for Self-Instruction
McGraw-Hill, New York 1961, p. 210, n.º 30-2.
32. Popper expone de forma simplificada, pero clara, la teoría del reflejo: «El
comportamiento del animal consiste en respuestas musculares ante estímulos. En el caso
más simple del estímulo es una irritación o excitación de un órgano sensible, o sea de
un nervio centrípeto. Desde el nervio centrípeto la señal es conducida al sistema nervio-
so central (la médula espinal y el cerebro) y aquí es reflejado; es decir, excita (tal vez des-
pués de ser elaborado en el sistema nervioso central) un nervio centrífugo, que a su vez
es responsable de la estimulación y de la contracción de un músculo. Lo que causa un
movimiento físico de una parte del cuerpo: una respuesta comportamental» (K.R. POPPER y
J.C. ECCLES, The Self and its Brain. An argument for Interactionism, Springer Verlag, Heidel-
berg-Berlin-London-New York, I, n.º 40).
42 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
33. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior, cit., p. 46. El desarrollo de
la psicología conductista a partir de Watson ha sido estudiado, entre otros, por D.E. BRO-
ADBENT, Behaviour, Methuen, London 1961.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 43
34. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior, cit., p. 215, n.º 31-12.
35. Cfr. ibid., p. 217, n.º 31-29.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 45
2.4. El autocontrol
tarios de otras personas, nos podemos servir de ellos para crear refuerzos
negativos o positivos; el comentario negativo funciona como estímulo ad-
verso condicionado, mientras que el positivo genera un refuerzo positivo.
Así, cuando los amigos de una persona obesa la felicitan por haber adel-
gazado, la interesada recibe un refuerzo adicional para seguir con el régi-
men o disminuir aún más la cantidad de alimento.
Mediante el autocontrol se alcanzaría, en opinión de Skinner, la cima
de la psicología objetiva. La propia subjetividad sería tan dominable como
lo es la subjetividad de los otros, pues una y otra se reducen a un puro ob-
jeto científico, o sea al conocimiento de las variables del comportamiento
y a las técnicas que nos permiten manipularlas. En esta perspectiva, la
emoción adquiere un relieve particular en el autocontrol. Veámoslo.
La emoción, a pesar de estar constituida –según Skinner– por los
cambios fisiológicos (el síndrome de activación) y los operantes, es en rea-
lidad idéntica al comportamiento operante, pues los cambios fisiológicos
son comunes a todas las emociones. La identificación de operantes y
emoción comporta el triunfo del objetivismo. En efecto, puesto que los
operantes son perfectamente observables y no pueden ser reducidos a
otro tipo de operante, carece de sentido hablar de emociones básicas, como
si estas fueran los elementos inobjetivables presentes en cada emoción
compleja. Placer y dolor, que en Watson aparecían todavía como elementos
afectivos originarios, dejarán de ser considerados por Skinner como emo-
ciones, pues se trata sólo de conceptos no científicos.
La eliminación del placer y del dolor conduce a la destrucción del últi-
mo escollo en el navegar de la psicología científica. En ella todo queda re-
ducido a una serie limitada de comportamientos diferentes y, a la vez, irre-
ductibles, que, precisamente por eso, son completamente cognoscibles.
Dentro del comportamiento hay dos conceptos científicos elementales que
desempeñan un papel decisivo: el refuerzo positivo y el negativo; son defi-
nidos de acuerdo con su capacidad para hacer aumentar la frecuencia de
un determinado operante. La diferencia entre estos dos tipos de refuerzo
deriva de lo siguiente: el positivo se repite mientras está presente el estí-
mulo; el negativo, en cambio, sólo hasta que desaparece. A través de esos
dos conceptos, la psicología conductista piensa haber alcanzado el grado
más alto de simplicidad científica, que permite la explicación de cualquier
tipo de comportamiento.
36. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior, cit., p. 216, n.º 31-28.
37. Una crítica en este sentido es la que hace W. LYONS, Emotion, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge 1980, p. 22.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 49
38. Spaemann indica con claridad la trayectoria recorrida por la modernidad: des-
de el dominio de la naturaleza, fundamentado en la distinción entre res extensa y res cogi-
tans, a la reducción del hombre a un ser natural, propia de la objetivación científica: «La
Antropología biológica, la Psicología, la Sociología pueden interpretar el arte, la ética, la re-
ligión, así como la misma ciencia, sólo desde el punto de vista de las estrategias para la su-
pervivencia» (R. SPAEMANN, Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsätze zur Anthropologie, Pi-
per, München 1987, p. 102).
39. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior, cit., p. 225, n.° 33-11.
50 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
42. J.G. HOLLAND y B.F. SKINNER, The analysis of behavior, cit., p. 226, n.º 33-17.
52 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
44. K.R. POPPER y J.C. ECCLES, The Self and its Brain, cit., n.º 18.
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 55
45. Ibid.
46. Ibid.
56 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
47. Para explicar las conexiones entre las diversas funciones, los cognitivistas, ade-
más de servirse de los descubrimientos de los expertos en inteligencia artificial, utilizan los
datos de las ciencias neurológicas, neurofisiológicas y neuropsicológicas, las cuales distin-
guen en el cerebro humano tres niveles funcionales: el inferior, que comprende gran par-
te del sistema nervioso periférico, de la médula espinal, del tronco-encéfalo y del diencé-
falo (filogenéticamente es la estructura más antigua, con las funciones correspondientes a
la vida vegetativa: digestión, circulación de la sangre, respiración, etc.); el intermedio, cuyo
núcleo esencial es el sistema límbico (que corresponde a la vida emotiva: miedo, agresivi-
dad, amor, odio, etc.); y el superior, que se identifica sobre todo con la neocorteza cerebral
y está unido a las funciones del razonamiento, de la decisión, etc. (cfr. J. CERVOS-NAVARRO y
S. SAMPAOLO, Libertà umana e neurofisiologia, en AA.VV., Le dimensioni della libertà nel dibattito
scientifico e filosofico, eds. F. RUSSO y J. VILLANUEVA, Armando, Roma 1995, p. 28).
48. Para algunos cognitivistas, en el niño existe ya un núcleo central o una mente,
que desarrolla sus diversas funciones a partir de la distinción entre el sí mismo y el mun-
do; para otros no hay ningún tipo de núcleo originario: inicialmente el cerebro del niño
es un caos de elementos inconexos, entre los que poco a poco se establecen relaciones
hasta constituir un todo coherente. Para la evolución histórica de los modelos cognitivos
véase M.P. VIGGIANO, Introduzione alla psicologia cognitiva. Modelli e metodi, Laterza, Bari
1995, p. 12).
49. «El problema no es si las máquinas inteligentes pueden tener emociones, sino
si las máquinas pueden ser inteligentes sin tener emociones; mi impresión es que si les
damos la capacidad de alterar sus propias capacidades, tendremos que dotarlas de nume-
rosos complejos dispositivos de ajuste» (M. MINSKY, La società della mente, Adelphi Edizio-
ni, Milano 1989, p. 315).
DOS TEORÍAS OPUESTAS DE LA AFECTIVIDAD: EL DEBATE ENTRE EL CARTESIANISMO Y EL CONDUCTISMO • 57
ma, es decir, la vivencia originaria. Si bien las dos críticas –como vere-
mos– tienen una raíz común, en el modo de plantear la objeción existe
una importante diferencia: la primera crítica se dirige contra el carácter
no científico de la experiencia interna, mientras que la segunda rechaza
la posibilidad misma de conocerla.
2. Por ese motivo considera que las ciencias, como la física, no emplean el conteni-
do de la experiencia interna ni, por consiguiente, los nombres que se refieren a ella (cfr.
L. WITTGENSTEIN, Philosophische Untersuchungen, cit., n. 410).
3. «Pero ¿qué puede querer decir: “dirigir mi atención a mi conciencia”? ¡Nada hay
más extraño que el que pueda darse algo de ese tipo!» (Ibid., n. 412). Fue Locke el primero
que –intentando explicar porqué nuestros sentimientos se perciben infaliblemente– plan-
teó la existencia de un sentido interno.
4. Cfr. J.V. ARREGUI, Descartes y Wittgenstein sobre las emociones, «Anuario Filosófico»
24/2 (1991), p. 299.
64 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
7. Ibid., n. 411.
8. Ibid.
9. «En el concepto de experiencia vivida, como en el de evento, proceso, estado,
algo, hecho, descripción y narración; allí creemos encontrarnos con un fundamento sóli-
do y más profundo que todos los métodos y juegos especiales del lenguaje. Pero estas pa-
labras extremadamente generosas tienen también un significado extremadamente débil.
En efecto, se refieren a una enorme cantidad de casos especiales, que no las hacen más
sólidas sino más fluidas» (L. WITTGENSTEIN, Remarks on the Philosophy of Psychology, I, eds.
G.E.M. Anscombe y G.H. von Wright, Blackwell, Oxford 1980, § 648).
10. Comentando estas ideas, Petit escribe: «nos referimos a las cosas mediante la to-
talidad de nuestro lenguaje y mediante todo el sistema de nuestros conceptos. Holismo:
66 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
una palabra es solidaria con la estructura gramatical de una frase, y esta frase tiene con la
lengua la misma relación que una pieza de una máquina con la máquina entera. El siste-
ma total de la lengua no corresponde, pues, a ninguna de nuestras experiencias vividas»
(J.-L. PETIT, La Philosophie de la Psychologie de Wittgenstein, «Archives de Philosophie», 54
(1991), p. 595).
11. L. WITTGENSTEIN, Philosophische Untersuchungen, cit., n. 304.
12. «Imagina que hemos encontrado un hombre que, hablando de su sentimiento
de las palabras, nos dice probar el mismo sentimiento ante las palabras “si” y “pero”. –¿Po-
dríamos no creerle? Tal vez una cosa de ese género nos sorprendería. “Este no juega cier-
tamente a nuestro juego”, diremos. O también: “Este es otro tipo de hombre”. Si nuestro
amigo emplease las palabras “si” y “pero” como nosotros las empleamos, no creeríamos que
las comprende como nosotros las compredemos» (Ibid., 2.ª parte, § 6).
13. A. MESSER, Psychologie, 1934, p. 101; cit. por Ph. LERSCH, La estructura de la perso-
nalidad, Editorial Scientia, Barcelona 1966, p. 60.
EL PROBLEMA DEL MÉTODO EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD • 67
14. «¿Qué diferencia podría ser mayor? –En el caso de los dolores creo poder exhi-
bir ante mí mismo, en privado, esta diferencia. Pero la diferencia entre un diente roto y
uno sano la puedo exhibir ante cualquiera. –Pero para exhibirla privadamente ante ti no
necesitas provocarte un dolor; basta que te la representes –por ejemplo torciendo un poco
la cara. ¿Y cómo sabes que lo que exhibes ante ti es un dolor y no, pongamos por caso,
una expresión del rostro? Y, además, ¿cómo sabes qué debes exhibir ante ti, antes de ex-
hibirlo? Esta exhibición privada es una ilusión» (L. WITTGENSTEIN, Philosophische Untersu-
chungen, cit., n. 311).
15. Ibid., n. 288.
16. «Nos preguntamos: “¿Qué significa, propiamente, tengo miedo y cuál es mi obje-
tivo al pronunciar estas palabras?”. Y, naturalmente, no se nos ocurre ninguna respuesta.
O no se nos ocurre la que nos satisface. La cuestión es: “¿En qué tipo de contexto se en-
cuentra?”» (Ibid., 2.ª parte, § 9).
68 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
tinción entre una diferencia real o absoluta y una diferencia modal o re-
lativa. El filósofo francés aplica dicha distinción al pensamiento: entre el
pensamiento espontáneo y el reflejo no habría una diferencia real, sino
modal, pues se piensa lo mismo pero de otro modo 18. La distinción real
entre los actos de pensamiento no deriva –en su opinión– de la tempora-
lidad, sino sólo de la realidad objetiva de la idea, es decir, de su objeto.
Por consiguiente, el pensamiento espontáneo posee el mismo objeto que
el pensamiento reflejo.
Pero si es así, ¿porqué algunos pensamientos que tienen como obje-
to el yo son claros y distintos –como la res cogitans–, mientras otros –como
las emociones– no lo son? Para resolver el problema, Descartes recurre a
la diferencia objetiva, es decir, a la distinción entre una objetividad que se
identifica con el pensamiento (ideas claras y distintas) y otra que no se
identifica (ideas oscuras y confusas, como en las emociones). En definiti-
va, Descartes descubre lo que tienen en común todos los fenómenos de
conciencia: el hecho de ser conscientes de ellos.
Hemos visto, sin embargo, cómo la emoción del miedo, por ejemplo,
no puede ser identificada con una idea, pues carece de un objeto preciso.
Por tanto, la distinción entre la vivencia originaria y la reflexión no se en-
cuentra sólo en la posterioridad del acto reflejo, sino también en la falta
de un objeto. Esto no significa, sin embargo, que entre ellas no haya una
identidad de contenidos. En efecto, mientras que el sentimiento es una
síntesis inseparable del yo y de algo que no es el yo, la reflexión introdu-
ce una separación entre esos elementos, pero sin añadir ninguno nuevo.
Es verdad que, en el algunos sentimientos (ira, envidia, etc.), la refle-
xión puede estar acompañada de una valoración moral negativa, pero la
valoración, en cuanto tal, no forma parte de la reflexión, como lo demues-
tra el hecho de poder reflexionar sobre el miedo o la alegría sin emitir
ningún tipo de juicio. Claro está que la reflexión simultánea a la vivencia
es imposible, porque la reflexión bloquea la misma experiencia originaria.
Pero no lo es, en cambio, la reflexión posterior a la vivencia. Nietzsche tie-
ne razón cuando afirma que el orgullo impide reconocer lo que nos aver-
güenza. Pero también es verdad que puede descubrirse el autoengaño del
orgullo y, en consecuencia, que la reflexión sobre nuestras vivencias es po-
sible; de otra forma, ni la envidia ni la vanidad serían cognoscibles.
Si nuestro análisis es correcto, es posible distinguir entre la concien-
cia originaria, la conciencia refleja y la valoración moral. Por conciencia
originaria entendemos aquello que aparece de forma inmediata, es decir,
18. Cfr. J.-M. BESSAYDE, Descartes. L’Entretien avec Burman, PUF, Paris 1981, p. 22; AT
V, p. 149.
EL PROBLEMA DEL MÉTODO EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD • 71
19. El sum inferido desde el cogito es el pensamiento en tanto que acto real, pero, al
centrar la pregunta en el sujeto, Descartes toma la propia subjetividad como tema y, por
consiguiente, la objetiva en cierto sentido como «res cogitans, id est, mens sive animus,
sive intellectus, sive ratio» (Meditationes, AT VII, p. 27).
72 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
23. F. BRENTANO, Psychologie vom empirischen Standpunkt, I, Felix Meiner Verlag, Ham-
burg 1973, pp. 124-125.
24. Sobre este punto pueden verse G.E.M. ANSCOMBE y P.T. GEACH, Three philoso-
phers, Blackwell, Oxford 1963; A. KENNY, Action, emotion and will, Routledge, London 1963;
G.E.M. ANSCOMBE, The intentionality of sensation, en IDEM, The collected philosophical papers, II,
Metaphysics and the philosophy of Mind, Blackwell, Oxford 1981.
25. Levinas ve en la consideración de las sensaciones y los sentimientos como ideas
oscuras y confusas una de las más profundas intuiciones cartesianas: «Es ésta su superiori-
dad sobre la fenomenología husserliana que no pone límite alguno a la noematización»
EL PROBLEMA DEL MÉTODO EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD • 75
(H. LEVINAS, Totalité et Infini. Essai sur l’extériorité, Nijhoff, La Haye 1971, p. 103. Trad. esp.:
Totalidad e infinito, ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1997).
26. «No hay actos intencionales de la conciencia que objetiven el “yo” respecto a la
existencia o a la acción. Esta función es desempeñada por los actos del autoconocimien-
to. A ellos les debe cada hombre el contacto objetivante consigo mismo y con los propios
actos» (K. WOJTYLA, Osoba i czyn-Persona e atto, eds. G. REALE y T. STYCZEN, Bompiani Testi a
fronte, Milano 2001, p. 111).
27. Cfr. P. RICOEUR, Philosophie de la volonté, II: Finitude et culpabilité, Aubier, Paris
1960, capítulo IV.
28. Acerca de los diversos sentidos del término intencionalidad puede verse AA.VV.,
Finalité et intentionnalité: doctrine thomiste et perspectives modernes, «Actes du Colloque de Lou-
vain-la-Neuve et Louvain 21-23 mai 1990», eds. J. FOLLON y J. MCEVOY, Vrin, Paris 1992.
76 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
los pensamientos y las voliciones; hay que notar, sin embargo, que tanto
el sujeto como el acto no son objetivables).
Si desde el punto de vista de la intencionalidad un sentimiento como
el miedo aparece con una intencionalidad no objetiva, desde el punto de
vista de la subjetividad aparece, en cambio, como constricción, o sea como
algo que la subjetividad padece. En efecto, en la reflexión sobre el dolor,
por ejemplo, éste aparece como algo que no se quiere y se padece, es de-
cir, como algo que no depende de la propia actividad. Querer evitar el
dolor mediante un calmante aparece, en cambio, como una acción nues-
tra.
Además de distinguir diversos tipos de intencionalidad, la reflexión
sobre la experiencia interna permite descubrir que en la subjetividad hay
diferentes niveles: 1) nivel del actuar, es decir, la acción humana y todos
los fenómenos de conciencia que dependen de ella; 2) nivel del suceder
que, sin embargo, puede también depender de una acción humana: me-
moria, imaginación, pensamiento; 3) nivel del suceder que no depende
de ninguna acción humana: afectividad (reflexividad originaria) y sensi-
bilidad (conciencia originaria simple).
Es preciso, por tanto, concluir que la reflexión sobre la experiencia
interna es una posible vía de acceso al estudio de la subjetividad y, en con-
secuencia, de la afectividad.
29. El origen del enlace entre emoción, cambios fisiológicos y comportamiento hay
que buscarlo en la infancia, pues en esa edad se producen conexiones entre el alma y el
cuerpo al margen de la razón (cfr. Les passions, AT XI, p. 429). Algunos ven en esta afir-
mación de Descartes un precedente de la tesis freudiana del origen inconsciente de las
emociones. Azuvi sostiene, por ejemplo, que el inconsciente cartesiano no es psicológico,
sino que se coloca en el límite entre el cuerpo y el alma, en el punto en que el movimien-
to se trasforma en cualidad; lo que tiene cierta semejanza con el concepto freudiano de
pulsión, situada entre lo somático y lo psíquico (cfr. F. AZOUVI, Le rôle du corps chez Descar-
tes, «Revue de Métaphysique et de Morale», 83 [1978], p. 11).
30. Para una introducción a la historia del psicoanálisis véase J.A.C. BROWN, Freud
and the Postfreudians, Penguin, London 1964.
EL PROBLEMA DEL MÉTODO EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD • 79
este instinto, que podemos llamar positivo, está el thanatos o instinto de muerte y de auto-
destrucción, que por tener un carácter negativo no desempeña ningún papel en la cons-
trucción de la psique.
34. En la imposibilidad de liberar esta energía instintiva de forma natural se en-
cuentra el origen de la frustración, de los complejos y de los conflictos humanos (vid. S.
FREUD, The Psychopathology of Everyday Life, Holt, New York 1915).
EL PROBLEMA DEL MÉTODO EN EL ESTUDIO DE LA AFECTIVIDAD • 81
sión de sus resistencias no se consigue más que cuando les hemos pro-
porcionado representaciones de espera que en ellos coinciden con la rea-
lidad» 35. La elección de lo que debe hacerse corre –según Freud– a cargo
del paciente.
35. S. FREUD, Introducción al psicoanálisis, 9.ª ed., Alianza Editorial, Madrid 1979, p.
471. Una lectura atenta de la obra de este autor revela la contradicción entre la negación
teórica de la libertad y su aceptación en el ámbito de la praxis analítica. De esta opinión
es, por ejemplo, A. LAMBERTINO, Aspetti della teoria freudiana dell’uomo, en I. YARZA, Immagi-
ni dell’uomo. Percorsi antropologici nella filosofia moderna, Armando, Roma 1996, p. 67.
36. «La “aflicción” describe un pattern que se repite en la trama de nuestras vidas.
Entonces un proceso es parte de este pattern. Si las expresiones corporales de displacer y de
alegría del hombre se alternasen, digamos, como el tic tac de un metrónomo, entonces
no existiría el pattern del displacer o de la alegría. (Lo que no significa que la alegría o el
displacer sean dos tipos de conducta)» (L. WITTGENSTEIN, Last writtings on the Philosophy of
Psychology, Blackwell, Oxford 1982, § 406).
82 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
39. El mismo Wittgenstein reconoce implícitamente que las vivencias son algo más
que las puras sensaciones cinestésicas cuando se amonesta a olvidarlas: «Olvida, olvida
que tú mismo has tenido esas vivencias» (Zettel, 179). McGuinness piensa que la conside-
ración wittgensteiniana de las vivencias como faltas de significado proviene del modo de
concebir la afectividad como pura pasividad, impotencia y sufrimiento (cfr. B. MCGUIN-
NES, Wittgenstein: a Life. Young Ludwig, 1889-1921, Duckworth, London 1988, p. 193).
84 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
explicar los deseos vitales (nutrición, reprodución, etc.), los únicos de los
que hablan los sofistas; mientras que la posesión total no logra explicar ni
los deseos vitales ni el deseo amoroso. El diálogo se concluye manifestan-
do la imposibilidad de definir de forma positiva en qué consiste dicha afi-
nidad.
Sócrates, según el relato platónico, descubre la esencia del deseo
amoroso en el transcurso de un diálogo con Diotima, la sacerdotisa de
Mantinea. Este personaje le hace entender que, en primer lugar, es un
error pensar en eros como en un dios bueno y hermoso, porque es atraído
por la bondad y la hermosura. Sócrates se aleja así de la visión homérica
del amor y también de la propia de Empédocles. Pero es igualmente equi-
vocado pensar que eros no posea ni bondad ni belleza. Eros –concluye Dio-
tima– es un ser intermedio entre lo divino (la posesión del bien y de la
belleza) y lo humano (la falta de los mismos); por ser hijo de Poros, la ri-
queza, y de Penia, la escasez, eros se distingue completamente de la pura
necesidad biológica.
La posesión que caracteriza al deseo amoroso no es de algo material,
sino de lo divino, de la Belleza y del Bien; se trata, sin embargo, de una
posesión limitada, por lo que eros, al no conformarse con lo que tiene,
tiende a la Belleza en sí misma 5. Para poder alcanzar la Belleza, eros debe
ascender desde los grados inferiores a los superiores: en primer lugar, la
belleza del cuerpo; después, la belleza sensible; más tarde, la belleza de
las almas, por la que se penetra en el mundo de los eidos desencarnados
(la idea de virtud, de número, de figura geométrica, la intuición de los gé-
neros supremos); y, por último, lo Bello o el Uno 6. La atracción erótica
nace, pues, de la huella que lo superior deja en lo inferior 7.
De ahí el aspecto paradójico de eros: no se contenta nunca con la
perfección adquirida, pues no debe llenar un vacío, sino crecer continua-
mente en aquello que ya posee. El eros no es, pues, un deseo más del
hombre, sino el deseo por antonomasia, o sea el deseo en el que se descu-
bre la esencia de todo deseo, que consiste en la tendencia hacia una per-
fección absoluta. El ciclo ininterrumpido de la necesidad y de su satisfac-
ción no es más que la mímesis o imitación de lo perfecto e inmortal. De
¿De dónde procede la oposición entre deseo vital y eros? ¿Es una opo-
sión originaria? ¿Se puede superar? Estas son algunas de las preguntas
que dirigen la investigación platónica acerca del deseo.
11. «Debemos separarnos del cuerpo y mirar con la sola alma las cosas en sí mis-
mas. Y únicamente entonces, como parece, nos será dado alcanzar lo que ardientemente
deseamos y de lo que nos decimos amantes; a saber: la sabiduría» (PLATÓN, Fedón, 66e).
12. Cfr. ibid., 245c.
96 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
De ahí que el thymos aparezca como el lugar en donde el ser humano se re-
vela en toda su conflictividad 13.
Platón no piensa, sin embargo, que éste sea el estado original del alma,
sino más bien el resultado de una caída, previa a la encarnación del alma.
Los deseos irracionales, aunque son indestructibles, pueden ser purifica-
dos mediante el crecimiento del eros. La fuerza de eros frena, entonces, in-
directamente (a través del thymos) los bajos deseos, favoreciendo así el na-
cimiento de tres virtudes: la templanza, la fortaleza y la justicia.
De este modo el thymos, además de lugar antropológico del conflicto,
es ámbito de eticidad. Esta última propiedad del thymos se observa en lo
que podríamos llamar sentimientos éticos: el pudor, en que se experimen-
ta la perfección a la que conduce el eros; la ira, en que se siente la fuerza
del eros para dominar los deseos desenfrenados; la vergüenza, en que, tras
haber realizado acciones bajas movido por la epithymia, se experimenta
por influjo del eros el valor del Bien y las virtudes, en especial la templan-
za. En el sentimiento de vergüenza, se manifiesta con claridad el conoci-
miento simultáneo del bien y del mal humanos, pues el hombre no sólo
es nous o epithymia, sino también thymos.
La explicación mitológica de la existencia de tres partes en el alma se
ve confirmada por el análisis racional que Platón efectúa en la República.
El método empleado ahora es diverso: en lugar de estudiar directamente
el alma humana, la examina a través de una lente de aumento, la vida de
la ciudad, que por estar constituida por la unión de muchos hombres equi-
vale a un alma engrandecida. Platón llega a la misma conclusión del Fedro:
a las dos partes –racional (formada por los gobernantes filósofos) e irra-
cional o concupiscible (constituida por los artesanos, campesiones y mer-
caderes)– hay que añadir la parte irascible (representada por los guerre-
ros), la cual se coloca entre la racional y la irracional 14. Y, aunque no es
racional, la parte irascible se halla por naturaleza dispuesta a colaborar
con la razón, a no ser que una educación malsana la haya corrompido. La
educación moral de los ciudadanos, como también la de los deseos del
alma, consiste en la subordinación de las partes inferiores a la superior, lo
que garantiza la armonía y perfección del conjunto.
15. «Por tanto, por lo que se refiere a la experiencia los juicios mejores serán los
del filósofo (...) Y será también el único que sabrá unir el raciocinio a la experiencia» (Ibid.,
581d).
16. Cfr. ibid., 580d-581d.
17. Ciertamente lo placentero no debe ser considerado como contrario a la verda-
dera naturaleza del hombre, porque no es más que el «saciarse con lo que es conforme a
la naturaleza» (H.G. GADAMER, Platos dialektische Ethik, Felix Meiner Verlag, Leipzig 1982,
III, sección 3, § 7). Sin embargo, no hay que olvidar que lo que es conforme a la natura-
leza humana es el Bien, pues todo lo que es conforme participa del Bien.
98 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
1.4. Conclusión
22. ARISTÓTELES, De Anima, 432b, 5-8. Skemp sostiene que, en Aristóteles, el término
orexis tiene un significado muy amplio, pues sintetiza elementos éticos, psicológicos y bio-
lógicos; de ahí que pueda ser interpretado ya como facultad, ya como deseo: la primera in-
terpretación acentúa el aspecto biológico, mientras que la segunda subraya los aspectos
éticos y psicológicos (vid J.B. SKEMP, orexis in de Anima III 10, en Aristotle on mind and the sen-
ses. Proceedings of seventh symposium aristotelicum, eds. G.E.R. LLOYD y G.E.L. OWEN, Cambrid-
ge University Press, Cambridge 1978, pp. 181-184).
102 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
24. «Sócrates redujo las virtudes a ciencia y a conocimiento y negó que el hombre
pudiese querer y hacer voluntariamente el mal. Platón compartió en larga medida esta con-
cepción y, a pesar de descubrir en el ánimo humano fuerzas irracionales, o sea el alma
concupiscible y el alma irascible, capaces de oponerse al alma racional, creyó que la vir-
tud humana consistía en el dominio de la razón por la fuerza misma de la razón, así que
también para él la virtud restaba, en último análisis, razón. Aristóteles intenta superar esa
interpretación intelectualista del hecho moral. Como buen realista que era, se dio cuenta
de que una cosa es conocer el bien y otra actuarlo, realizarlo y, por así decir, hacerlo subs-
tancia de las propias acciones, e intentó determinar cuáles son los complejos mecanismos
psíquicos que presupone el hecho moral» (G. REALE, Introduzione a Aristotele, Laterza, Bari
1974, p. 115. Trad. esp.: Introducción a Aristóteles, Herder, Barcelona 1992).
25. Aristóteles emplea el término voluntario en un sentido amplio, para referirse a
todas las acciones que nacen de los deseos, cuyo principio –a diferencia de los actos forza-
dos– no se halla fuera del agente (Etica Nicomachea, 1110a 1-13). La acción originada por el
deseo irracional es también voluntaria en sentido analógico; en palabras de Aristóteles es
ekon. Sin embargo, ni en los niños de pocos meses ni en los animales debe hablarse de in-
continencia, pues, a diferencia del incontinente, unos y otros siguen espontáneamente el
deseo natural sin conocer otro modo de actuar. La educación del niño desde los primeros
meses es, por eso, importantísima: aunque el niño no es responsable moralmente de sus
acciónes, estas constituyen un hábito o hexis que tendrá un influjo decisivo cuando llegue
al uso de razón (Ibid., 1104b 11 y ss.). Al niño le basta vivir de acuerdo con el ethos que le
han enseñado, sin que le sea necesario reflexionar o juzgar. Aristóteles llama a esta virtud
que carece de prudencia: virtud natural. En relación a las tipologías del carácter y a su in-
104 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
flujo en la vida moral véase S. VERGNIERES, Ethique et politique chez Aristotele, PUF, Paris 1995,
pp. 87-92. En este punto se pueden descubrir semejanzas entre la tesis aristotélica y la de
Minsky del aprendizaje de los valores por apegamiento afectivo.
26. Cfr. ARISTÓTELES, Etica Nicomachea, 1151a 10-15.
27. Ibid., 1113a 2-7.
28. Aubenque analiza este significado de la proairesis, que no se refiere a la elección
del fin, sino a la de los medios para poder alcanzar el fin. Se trata del momento de la habili-
dad moral, en cuanto que el que busca actuar lo hace no sólo por hábito, sino sobre todo
por cálculo (cfr. P. AUBENQUE, La prudence chez Aristote, PUF, Paris 1986, 3.ª ed., pp. 119-126).
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 105
seos varía, sin embargo, con arreglo a las diversas obras. Lo que se man-
tiene, en cambio, es el término con que Aristóteles designa la afectividad:
pathe o pasión.
La teoría aristotélica de la pasión es muy compleja, pues intenta ana-
lizar esta realidad en una doble perspectiva: esencial, es decir, la pasión
en sí misma, y genética, es decir, la pasión en su origen. El primer enfo-
que se observa, sobre todo, en el tratado de la Retórica; el segundo, en el
De Anima.
En la Retórica la pasión aparece como un elemento del discurso retó-
rico, cuyo objetivo es conmover a los oyentes 29. A través del lenguaje oral
o gestual que despierta experiencias pasadas o hace imaginar otras nue-
vas, el orador suscita en los oyentes estados de ánimo que le sirven para
convencerlos de la verosimilitud de algunas afirmaciones (se trata del as-
pecto propiamente retórico de las pasiones, relacionado con la lógica) o
para moverlos a actuar (se trata del aspecto pragmático de las pasiones,
relacionado con la ética y la política) 30.
Para estudiar la pasión, Aristóteles emplea los dos métodos anterior-
mente analizados: el introspectivo y el de la experiencia externa. Descubre
así que la pasión cuenta con tres elementos: el estado de ánimo o disposi-
ción; el objeto o realidad –verdadera o imaginaria– ante la que se experi-
menta, y el motivo, que es causa no sólo de la pasión, sino también de un
modo determinado de actuar. Para individualizar una pasión no basta,
pues, con conocer el estado de ánimo de la persona que padece, sino que
también ha de indicarse el objeto y, sobre todo, el motivo. Si el orador no
logra determinar uno de esos elementos, no conseguirá despertar en el
público la pasión requerida.
La relación entre la valoración del objeto por parte del sujeto y la pa-
sión, se observa muy bien en la definición aristotélica de la ira: «deseo im-
pulsivo y doloroso de venganza ante un aparente insulto que se refiere a
nosotros o a lo que es nuestro, cuando el insulto es inmerecido» 31. Dos son
los elementos centrales de esa definición. En primer lugar, se trata de un
insulto aparente e inmerecido; si faltase la valoración de algo como insulto in-
merecido no se daría –según Aristóteles– la pasión de la ira. En segundo lu-
gar está el deseo de venganza, que es la actitud propia de la persona airada.
Lo que no queda claro, en cambio, es el tipo de relación que se da
entre la valoración y la pasión. Aparentemente es una relación de causali-
29. Los elementos del discurso retórico son tres: el que habla u orador, aquello de
lo que se habla o argumento, el oyente, que determina la finalidad y el objeto del discur-
so (cfr. ARISTÓTELES, Retórica, 1358a 35-1358b 2).
30. Cfr. ibid., 1377b 20-24.
31. Ibid., 1378a 30-32.
106 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
32. Ibid.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 107
so, sino también del mismo acto. En efecto, a pesar de que aquí el placer
sigue siendo considerado como una perfección, no es ya una perfección
del acto, sino añadida a él y, por tanto, distinta, aunque inseparable: «sin
actividad, en efecto, no se produce placer, y el placer perfecciona toda ac-
tividad» 41.
A pesar de que no queda completamente claro cómo Aristóteles une
la actividad con el placer, es evidente que rechaza la división de los place-
res entre los que en sí mismos son buenos, menos buenos o malos, pues
no se los debe separar del acto y, en definitiva, de la vida, que siempre es
un bien. De ahí que el Estagirita prefiera hablar de placeres más o menos
adecuados a la naturaleza del animal y del hombre, en cuanto que «para
cada ser vivo hay una forma propia de placer, así como hay una operación
propia» 42.
En los animales, por ejemplo, el placer propio corresponde a las ope-
raciones sensibles, porque son las más propias del animal; en el hombre,
en cambio, el placer propio corresponde a otras operaciones. La demos-
tración aristotélica se basa en la relación entre el placer y la acción, y en-
tre esta última y el fin. En algunas operaciones, como la nutrición o la re-
producción, el placer, no obstante su perfección, es relativo, pues el acto
tiene como fin la satisfacción temporal de una necesidad. En otras opera-
ciones, como en el acto del intelecto práctico, el placer, a pesar de ser
más completo y durarero, sigue siendo relativo. En efecto, el acto del in-
telecto práctico, aunque cuenta con la mayor perfección posible en el
ámbito de la praxis (es fin en sí mismo) en cuanto que es capaz de usar
todos los demás actos como medios respecto al fin, no es todavía absolu-
tamente perfecto, pues se refiere a la acción, la cual depende a su vez de
la existencia de deseos. Hay una única operación que no depende de una
necesidad vital: el acto del intelecto teórico o contemplación de Dios.
Este acto, que es un fin en sí mismo absolutamente independiente, es ab-
solutamente perfecto. Por consiguiente, el placer que le corresponde es
el mayor al que el hombre pueda aspirar. De ahí que Aristóteles lo llame
felicidad.
La contemplación nace de la elección de lo que es más perfecto, en
tanto que se la elige por sí misma y nunca en vistas a otro. Por eso la feli-
cidad aristotélica no se halla ligada simplemente al acto contemplativo,
sino sobre todo a un tipo de vida, la del filósofo. «Si es así, si considera-
mos como función propia del hombre cierto tipo de vida (precisamente
esta actividad del alma y las accciones acompañadas por la razón) es fun-
ción propia del hombre de mérito actuarlas bien y perfectamente (cada
nas muy distintas, que el Estagirita reduce a tres tipos: la utilitaria, la pla-
centera y la honesta. En esta clasificación se recogen los conceptos de
amistad de los filósofos precedentes, en particular de los sofistas y de Pla-
tón.
Aristóteles no rechaza, como Platón, que la amistad humana tenga
una base por decirlo así psicosomática, enraizada en los bienes materia-
les. En efecto, el hombre necesita de los demás para poder satisfacer los
propios apetitos, como el de la nutrición y reproducción. Este tipo de
amistad –la única que aceptan los sofistas– es la más lábil, pues desapare-
ce una vez alcanzado el bien de los apetitos. Por eso, sin negar a la amis-
tad una componente psicosomática, Aristóteles destaca el papel de otros
elementos, como la atracción de la belleza y de los bienes exteriores del
amigo. Esta amistad, basada en bienes más altos, es más segura que la an-
terior, pero sigue siendo poco duradera y, sobre todo, poco profunda. Por
último, la amistad honesta, aunque contiene los elementos positivos de
los otros dos tipos, no se funda ya en la utilidad o en los bienes exteriores,
sino en algo de mayor solidez, la virtud:«la amistad perfecta, en cambio,
es la amistad de los hombres buenos y semejantes por virtud: estos, en
efecto, aman uno el bien del otro, de forma similar, en tanto que son bue-
nos, y son buenos por sí mismos. Los que quieren el bien de los amigos
por ellos mismos son los amigos más grandes; en efecto, prueban este
sentimiento por aquello que los amigos son por sí mismos, y no acciden-
talmente. Pues bien, la amistad de estos dura hasta que ellos son buenos
y, por otra parte, la virtud es algo permanente» 46.
Se puede hablar de la amistad honesta como de un preferir para nos-
otros lo que en sí es perfecto, pues «el amigo es por naturaleza lo que hay
de más afín al otro amigo; por esto conocer a un amigo es en cierto modo
conocerse a sí mismo» 47. Se quiere el bien de los amigos como un camino
auténtico para hacer el propio bien. En esto estriba – según Aristóteles–
la diferencia entre el egoísmo bueno y el malo, en que en el último se
prefiere lo útil o placentero a lo que, en cambio, es en sí perfecto.
Puede afirmarse, pues, que tanto el conocimiento teórico como la
amistad conducen la naturaleza humana a la perfección: el primero por
el hecho de ser la actividad más perfecta; la segunda porque, además de
suponer la virtud, implica también su conocimiento, reflejado en la vir-
tud del amigo. Aristóteles termina afirmando que la vida del contemplati-
vo incluye la amistad verdadera: en efecto, el contemplativo «posee las co-
sas que son buenas por naturaleza, y está claro que es mejor pasar las
jornadas junto con amigos y personas virtuosas, que con extraños y con
los primeros que toca en suerte. El hombre feliz tiene, por tanto, necesi-
dad de amigos» 48.
El modo de plantear la amistad, por parte de Aristóteles, nos permi-
te entender que no existe ninguna diferencia entre la tendencia a la amis-
tad y la que conduce al conocimiento, pues «deseamos vivir porque desea-
mos conocer; y, en cuanto al conocer, deseamos ser nosotros mismos el
objeto conocido» 49. A la felicidad que surge de la contemplación de la
verdad se añade, mediante la amistad, la que nace del cumplimiento par-
cial del deseo de ser nosotros mismos el objeto conocido. Ciertamente la
amistad no equivale nunca a la identidad, pues el amigo, por más afín
que pueda ser, es siempre otro. Pero si es verdad que la felicidad aumen-
ta en la medida en que la afinidad es mayor, habrá que decir que la con-
templación, en cuanto que en ella se establece una afinidad total entre la
idea y el intelecto, supone el mayor grado de felicidad en esta tierra. La
felicidad de la contemplación crece con arreglo a la perfección del cono-
cimiento hasta llegar a ser perfecta, lo que sucede sólo en el Dios aristoté-
lico o pensamiento que se piensa a sí mismo. La amistad aparece, de esta
forma, como un modo de perfección de la naturaleza humana porque no
es autosuficiente y, por tanto, no pertenece a la perfección divina.
En Aristóteles queda sin embargo, como cuestión abierta, la actitud
que ha de tener el hombre ante Dios, porque si por una parte parece que
no existe amistad entre ellos en cuanto que ésta se da sólo entre seres con
igual grado de perfección, por otra cabe pensar que la amistad del hom-
bre con Dios es posible, pues el hombre es capaz de contemplarlo 50.
Tal vez la solución al problema se halle en el estudio del papel que la
contemplación desempeña en el concepto aristotélico de amistad huma-
na. Si el conocimiento de la virtud del otro se identifica en Aristóteles
con la amistad, la contemplación de la perfección máxima tendrá que ser
considerada un tipo de amistad, más aún la máxima amistad que puede
alcanzar el hombre.
2.4. Conclusión
va, sino siempre como algo bueno, por corresponder a la naturaleza hu-
mana. La valoración positiva del deseo, lejos de ser algo casual, corres-
ponde plenamente a a la concepción aristotélica del hombre. A pesar de
que el Estagirita no hace depender la perfección humana de la satisfac-
ción del deseo de placer o epithymia (siguiendo en esto la tesis de Platón,
contra los sofistas), la incluye en la felicidad, pues nada de lo que forme
parte de la naturaleza humana puede ser, según él, considerado malo.
La esencia humana no es ni un logos ajeno a cualquier tipo de deseo ni
un puro cuerpo animal, sino un animal que tiene logos. En virtud de la
unidad sustancial entre el logos y el cuerpo, los deseos del cuerpo no tie-
nen un origen contrario al de las funciones superiores del logos. De ahí
que en el De Anima, Aristóteles hable de la orexis como de una única fa-
cultad.
El problema se plantea cuando se analiza la contraposición entre los
deseos. Aristóteles no ofrece una solución clara, pues aunque hace de-
pender la oposición de la existencia de un deseo irracional, éste no tiene
un origen contrario al logos, lo que sería un contrasentido, pues el alma es
una. Por tanto, aunque Aristóteles hable de deseo contrario a la razón, la
oposición no debe entenderse ontológica o antropológicamente (esta es,
a nuestro parecer, la principal diferencia con Platón), sino éticamente.
La respuesta de Aristóteles a la contraposición de los deseos hay que
buscarla, por eso, en la Ética a Nicómaco. En esta obra la orexis se analiza so-
bre todo desde el punto de vista ético. Si los deseos no racionales (epithy-
mia y thymos) aparecen en sí mismos como algo neutro, el racional, en tan-
to que depende de una elección, es en cambio ético: a favor o en contra
de la perfección del hombre.
Esta distinción de puntos de vista –antropológico y ético– es impor-
tante para afrontar el problema de las pasiones. Las pasiones, en la medi-
da en que dependen del apetito no racional, escapan en su origen del
control de la razón, por lo que no son dignas de alabanza o de reproba-
ción; pero, en cuanto que pertenecen al hombre, se hallan parcialmente
bajo el poder de la razón, de tal forma que ésta puede evitar en ellas todo
lo que sea excesivo o defectuoso. Del planteamiento aristotélico se dedu-
ce una consecuencia importante: el dominio que el hombre tiene sobre
las propias pasiones no es despótico, como el del señor sobre el esclavo o
el del alma sobre el cuerpo, sino político, como el del gobernante sobre
los ciudadanos libres por nacimiento. Como los ciudadanos de la polis, las
pasiones pueden seguir las directrices de la razón o bien oponerse a su go-
51. «El alma, en efecto, domina al cuerpo con la autoridad del patrón, mientras
que la inteligencia domina al deseo con la autoridad del hombre político o del rey; en es-
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 115
bierno 51.
El elemento dominante en el hombre, la razón, no es sin embargo
una parte, sino casi el todo; no ya en el sentido de que la razón disuelva la
corporeidad en sí, sino en cuanto que esta es capaz de salvaguardar y cui-
dar lo propio de la naturaleza humana. Por eso, «quien gobierna debe po-
seer la virtud moral en su totalidad [...] mientras que los demás cada uno
según lo que le corresponde» 52. La incontinencia en el deseo de placer es
un mal porque supone el engaño de considerar como adecuado a la natu-
raleza humana lo que sólo es relativo y temporal. En definitiva, la valora-
ción de algo como moralmente bueno o malo no depende de la sensibili-
dad, que se refiere al bien de una parte de la naturaleza, sino que deriva
del juicio de la razón, la única que puede captar el bien del hombre.
Siendo en cierto sentido la materia de las virtudes morales, la pasión
juega un papel central en la vida del hombre, cuyo fin es la felicidad. De
este modo, para Aristóteles, pasión y felicidad no se excluyen ni se identi-
fican, sino que se integran en la vida virtuosa. Así, el acto virtuoso, como
los demás actos naturales, no sólo produce placer, sino que sobre todo
contribuye a la felicidad. Es precisamente el placer que corresponde a la
acción virtuosa el más importante, porque la acción humana no sólo es
un medio para tender a determinados bienes, sino sobre todo para per-
feccionar la propia naturaleza. De ahí la importancia del control de la pa-
sión, que se halla en la base de la acción virtuosa.
La virtud, además de contribuir a la felicidad propia, hace posible la
amistad perfecta, ya que según Aristóteles únicamente la virtud engendra
este tipo de amistad. La amistad virtuosa no es, sin embargo, algo que se
añada a la felicidad, sino que forma parte de ésta como elemento inte-
grante, pues sin la amistad la perfección humana queda incompleta. Por
eso, a pesar de que la contemplación y la amistad virtuosa son dos realida-
des distintas, poseen algo en común, en cuanto que su elección supone la
perfección de nuestra naturaleza, es decir, la felicidad.
En el intrincado concepto aristotélico de felicidad humana puede
descubrirse una realidad misteriosa, pues para ser feliz no sólo se requie-
re perfeccionarse mediante las virtudes y la contemplación, sino también
amar. El Estagirita afirma la relación entre estos tres elementos –contem-
plación, virtudes y amistad–, pero no la razona, por lo menos de forma
explícita. En esta conclusión hemos intentado ofrecer una explicación
del modo en que se relacionan, lo que –como es lógico– no es más que
tos casos, está claro que es natural y ventajoso para el cuerpo estar sometido al alma, y
para la parte afectiva, a la inteligencia y a la parte dotada de razón» (ARISTÓTELES, Política,
1254b 2-8).
52. Ibid., 1260a 15-20.
116 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
losófico griego y del cristiano (teológico y místico), en tanto que hace ver
cómo es posible conciliar lo que podría llamarse la concepción natural
del amor, propia de los griegos, con la extática característica de san Agus-
tín, del pseudo-Dionisio y, en general, de la mística cristiana.
El punto de arranque es considerar el deseo que el hombre y los
otros seres tienen del bien como la manifestación del finalismo del cos-
mos, pues el Bien es el fin que todos ellos buscan 54. Esta tesis de santo To-
más, aunque enlaza con el finalismo aristotélico (toda substancia tiende a
la perfección porque es atraída por el acto puro), se basa sobre todo en la
metafísica de la creación, pues el acto puro hacia el cual todos los seres
tienden es un Dios creador; en otras palabras: la causa motriz del univer-
so es tal porque es causa creadora. De ahí que el finalismo de las criaturas
se origine en el mismo acto creador: las criaturas tienden a Dios porque
han sido creadas por Él.
Para entender con profundidad el finalismo de las criaturas, o sea su
inclinación al bien, es preciso referirse al acto creador. Santo Tomás, si-
guiendo cuanto afirma san Agustín y toda la tradición cristiana, sostiene
que el acto creador no es necesario, pues Dios, que es la «Bondad de toda
bondad» 55, carece de necesidad alguna. ¿Cuál es, pues, su origen? El Aqui-
nate encuentra la respuesta en la doctrina del pseudo-Dionisio sobre el
Bien: éste es no sólo objeto de amor, o fin de las criaturas, sino sobre todo
sujeto de amor. Al decir que Dios es sujeto de amor, se convierte en explí-
cita la verdad contenida en el texto sanjuanista Deus caristas est (I Jn. 4,
16), ya que sólo quien es Amor puede actuar (crear) exclusivamente por
amor 56. El acto creador no tiene, por tanto, otro manantial que el amor
de Dios a sí mismo, por lo que no se realiza con vistas a algo distinto, sino
por puro amor.
El hecho de que el manantial de donde surge la creación sea el amor
divino no significa, sin embargo, que Dios ame el mundo como se ama a
sí mismo. La explicación de santo Tomás se entiende a partir de su con-
cepto de amor, que, en conformidad con Aristóteles, es definido como
habitudo ad perfectum. Pero mientras que en el Estagirita –como en Platón–
Dios no parecía capaz de amar, pues para ambos el amor suponía siempre
una falta de perfección, en el Aquinate, en cambio, el Amor en sí mismo,
lejos de implicar imperfección, manifiesta la perfección que se posee.
Cuanto mayor sea la perfección poseída, mayor será el amor de esta per-
54. Entre los numerosos textos en donde se encuentra esta tesis, puede verse TO-
MÁS DE AQUINO, De Veritate, q. 21, a. 1.
55. S. AGUSTÍN, De Trinitate, VIII, c. 3.
56. El pseudo-Dionisio entiende la creación como una eficiencia descendente o di-
fusión (diateinei) del Bene (cfr. De divinis nominibus, IV, 1).
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 119
57. Cfr. TOMAS DE AQUINO, Summa Theologiae, II-II, q. 26, a. 3. Las obras del Aquina-
te se citan según la edición Leoniana.
58. Hay que señalar, sin embargo, que el amor de Dios a sí mismo no es objetivo en
el sentido corriente del término, sino que es personal: Padre e Hijo se conocen y aman
mutuamente por toda la eternidad. Y este amor consustancial es la tercera Persona, el Es-
píritu Santo. La perfección del ser no supone, por tanto, como sostiene Nietszche en uno
de sus famosos aforismos («un sol no puede calentar otro sol»), clausura e incomunicabi-
lidad, sino todo lo contrario: donación total amorosa.
59. Cfr. TOMAS DE AQUINO, De potentia Dei, q. 10, a. 2. La idea de considerar la nece-
sidad compatible con la libertad de coacción se encuentra ya en Aristóteles, pero es san
Agustín quien la desarrolla en ámbito cristiano (cfr. S. AGUSTÍN, De civitate Dei, V, 10, 1).
60. «Por lo que Avicena dice que sólo la acción de Dios es puramente liberal» (TO-
MAS DE AQUINO, De Veritate, q. 23, a. 4).
61. J.R. MÉNDEZ, El amor fundamento de la participación metafísica. Hermenéutica de la
Summa contra Gentiles, Universidad Católica de Salta, Salta 1990, p. 235.
120 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
62. El concepto de analogía, que a través del pseudo-Dionisio pasa a santo Tomás,
resulta especialmente importante para examinar la relación entre las criaturas –en parti-
cular el hombre– y Dios (vid. TOMAS DE AQUINO, In de divinis nominibus, I, 1).
63. La consideración de la belleza como esplendor de la verdad y de la bondad di-
vina es una idea que el Aquinate toma prestada del pseudo-Dionisio (cfr. ibid., lect. 9).
64. Cfr. IDEM, Contra Gentes, III, 69.
65. «En el amor aparece cierta circulación, en cuanto que es del bien al bien»
(Ibid., lect. 11).
66. Las relaciones que el amor natural establece entre los entes pueden recondu-
cirse al nivel jerárquico del bien deseado según la dialéctica de la dependencia de la par-
te respecto al todo o de lo que es imperfecto respecto a lo que es perfecto: «Si el afecto
del amante recae en algo más alto, de lo cual depende, el amante ordena su bien al ama-
do: si la mano pudiera amar al hombre, por ejemplo, todo lo que ella es lo ordenaría a su
todo y, así, se proyectaría totalmente fuera de sí misma, puesto que no dejaría nada de
cuanto ella es de ordenarlo al amado. Pero esto no sucede si alguno ama lo que es igual
o inferior a sí: si una mano pudiese amar a otra, no se ordenaría toda a ella, y ni siquiera
el hombre que ama su mano ordena todo su bien al bien de la mano. Por consiguiente,
es necesario que cada ente ame a Dios, sin dejar de ordenar nada suyo a este amor» (Ibid.,
lect. 10).
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 121
incluso con amor de amistad natural, el hombre ama a Dios más que a sí
mismo» 70. De ahí que la analogía del orden explique no sólo porque to-
dos los seres tienden hacia la perfección que está más allá de su propia
naturaleza, sino también porque no hay ninguna contraposición entre el
amor natural a sí mismos, a los semejantes y a los superiores (especial-
mente a Dios), porque se trata de un amor natural, que es por sí mismo
ordenado. La oposición que el hombre experimenta no es natural, sino
fruto de la perversión originada por el pecado, que ha roto el orden del
amor natural. Por eso, como veremos, la caridad rectifica el amor natural
del hombre, conduciéndolo al mismo tiempo hacia una perfección más
allá de la naturaleza.
Pero, ¿en qué consiste el amor natural? Según el Aquinate, el amor
natural o apetito natural no es un deseo «elícito» o dependiente del co-
nocimiento, ya que es previo a toda facultad y a toda actividad 71; es el im-
pulso originario de los seres finitos hacia el fin de su naturaleza, que es
amado de modo necesario, pues la naturaleza tiende siempre ad unum.
La tendencia ad unum no significa, sin embargo, que en el amor natural
no haya una articulación entre los diversos bienes de los seres, precisa-
mente porque todos ellos son participación del Bien, que se identifica
con el Ser absoluto, el único Ser perfecto 72. Por eso, mientras que en los
seres irracionales el amor natural no puede perderse y se articula siempre
del mismo modo, en los seres dotados de razón puede trastocarse y co-
rromperse, porque ese orden no es necesario, sino libre. La jerarquía del
amor se quebranta cuando se ama de forma desordenada: se aman las co-
sas como si fueran personas y las personas, como cosas. Debido a ese des-
orden, la persona va perdiendo capacidad para amar a Dios como Bien
absoluto.
76. La principal diferencia se observa en el hecho de que las pasiones humanas son
susceptibles de habitus ético (cfr. IDEM, S.Th., I-II, q.56, a. 4).
77. Una buena síntesis del aspecto corporal de las pasiones se encuentra en A. LO-
BATO, El cuerpo humano, en AA.VV., El pensamiento de santo Tomás de Aquino para el hombre de
hoy, Edicep, Valencia 1995, pp. 208-217.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 125
80. Ibid., ad 1.
81. «Los objetos de nuestras operaciones no son agradables, sino en cuanto que se
unen a nosotros: o mediante el conocimiento, como cuando gozamos al considerar o ver
las cosas; o de otro modo, pero también con conocimiento, como cuando uno se compla-
ce considerando que posee un bien, por ejemplo, riquezas, honores o algo por el estilo.
Pero todas estas cosas no producirían placer, si no fueran percibidas como poseídas»
(IDEM, S.Th., I-II, q. 32, a. 1).
82. Esta interpretación se ve confirmada, por ejemplo, por el siguiente texto del
Aquinate: «Si bien lo que está en movimiento no posee perfectamente el objeto hacia el
que se mueve, de todas formas comienza ya a tener algo de él y, por eso, el movimiento
mismo contiene ya algo de placer» (Ibid., a. 2).
83. Ibid., q. 25, a. 2.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 127
93. Con penetración psicológica, santo Tomás sostiene que las lágrimas y los gemi-
dos alivian el dolor: «En primer lugar, porque cada elemento nocivo incubado interior-
mente produce mayor aflicción, pues la atención del alma se concentra más en él; en
cambio, cuando se expande hacia fuera, la atención del alma en cierto sentido se disper-
sa, y así el dolor interno disminuye (...). En segundo lugar, porque la operación que con-
viene a un hombre, según la disposición en que se encuentra, le es siempre agradable.
Ahora bien, llorar y gemir son operaciones convenientes para quien está triste o con do-
lor» (TOMÁS DE AQUINO, S.Th., q. 38, a. 2).
94. Ibid., q. 23, a.1.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 131
96. Meyer examina la relación entre audacia y miedo: ante el mal que aparece
como insuperable, el sujeto, incapaz del menor movimiento de audacia, experimenta te-
rror (cfr. M. MEYER, Le probleme des Passions chez Saint Thomas d’Aquin, «Revue Internationa-
le de Philosophie» 3 (1994), p. 374).
97. TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I-II, q. 23, a. 2.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 133
99. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, S.Th., q. 48, a. 1. Santo Tomás distingue tres especies de
ira: fel, cuando hay facilidad y prontitud en el movimiento de la ira; maniam, cuando la tris-
teza imprime permanentemente la ira en la memoria; furorem, cuando la ira no se aplaca,
si no es con el castigo (cfr. ibid., q. 46, a. 8).
100. Cfr. ibid., q. 47, a. 7.
101. Ibid., q. 40, a. 2.
102. Ibid., a. 7.
LA NOCIÓN TOMISTA DE APETITO • 135
LA TENDENCIA HUMANA
E n el pensamiento contemporáneo la corriente fenomenológica, mo-
vida por el interés en «volver a las cosas mismas», ha intentado des-
cribir la esencia de lo que hemos denominado inclinación o apetito, su-
brayando también la distinción entre las inclinaciones de los animales y
las del hombre. Así algunos fenomenólogos, como Lersch, han estableci-
do una separación entre el instinto, que se encuentra en la raíz del com-
portamiento animal, y la tendencia humana 1.
Come hemos analizado en el capítulo anterior, santo Tomás muestra
la existencia de una clara distinción entre los apetitos propios de los ani-
males y el apetito humano. Este punto de contacto entre el planteamien-
to tomista y la fenomenología nos permite completar el concepto de ap-
petitus con el de tendencia.
Desde una perspectiva fenomenológica, a la esencia de la tendencia
le corresponden tres notas: a) el reflejo de la ley vital de comunicación
entre la persona y el mundo; b) la anticipación del futuro, aunque de for-
ma oscura y confusa; c) la dirección hacia el fin que debe realizarse.
El término tendencia es así semejante al clásico de appetitus, ya que
en ambos se da la referencia a la inclinación hacia un objeto, que por eso
se convierte en fin; pero desde otro punto de vista es distinto, pues la ten-
dencia, a diferencia del apetito, se refiere sólo al hombre, porque sólo él
tiene relación con el mundo (los animales –como veremos más adelante–
se relacionan con el ambiente, no con el mundo).
Además, la fenomenología aplica el vocablo tendencia sólo a las in-
clinaciones humanas, porque en ellas el sujeto es empujado de forma pa-
1. Cfr. Ph. LERSCH, La estructura de la personalidad, cit., sobre todo el capítulo IV.
144 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
1. LOS INSTINTOS
2. Según santo Tomás, todas estas sensaciones orgánicas dependen de una altera-
ción del organismo (S.Th., I, q. 78, a. 3, ad 3). La psicología actual, gracias al desarrollo
de la fisiología, habla de sensaciones cinestésicas para referirse a la percepción del propio
cuerpo.
3. La trasformación del apetito natural en apetito sensible es una manifestación
más de la unidad de la inclinación. La distinción tomista de los apetitos –natural, sensible
y racional– no debe hacernos perder de vista la unidad del apetito, en virtud de la cual las
especificaciones del apetito sensible y racional pueden ser reconducidas a la inclinación
natural.
146 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
ahí que el animal, cuando realiza los actos instintivos, experimente el pla-
cer de haber alcanzado el propio fin.
En conclusión, los instintos tienen dos características: la relación con
un objeto, cuyo conocimiento los actualiza, y la relación con un acto deter-
minado, que parcialmente los satisface. Los actos instintivos, en el animal,
son necesarios. La necesidad con que el animal realiza los actos instintivos
está en relación directa con la necesidad que de ellos tiene y con la falta
de conocimiento del fin en cuanto tal. En efecto, sin el instinto, el animal
no podría alcanzar los bienes imprescindibles para vivir, pues no es capaz
de conocer lo que lo perfecciona, es decir, lo que para él es fin. El instinto
guía, por eso, de forma necesaria a la consecución de la meta. De ahí que
el comportamiento animal sea rígido y certero, sin obstáculos internos ni
modificaciones internas que lo hagan fracasar. La actualización de los ins-
tintos conduce a determinadas experiencias psicosomáticas (el deseo de
alimento, la agresividad, etc.) que se hallan enlazadas necesariamente con
un determinado acto, cuya bondad se siente como placer 8.
2. LAS TENDENCIAS
11. El término homeostasis fue acuñado por el fisiólogo Canon para referirse al
mantenimiento del medio interior de un sistema que depende del intercambio continuo
con el medio exterior en que se encuentra; en otras palabras: la autorregulación de un
sistema en relación a las variables exteriores (vid. W.B. CANON, The Wisdom of the body, Nor-
ton, New York 1932).
12. Aunque Strasser sostiene la misma tesis, niega que estos sentimientos conten-
gan en sí la referencia a un objeto; por eso, los llama Zumutesein («sentirse de un modo
determinado») (cfr. S. STRASSER, Phenomenology of feeling, Duquesne University Press, Pitts-
burg 1977, pp. 181 y ss.). Nos parece, sin embargo, que el objeto, aunque sea inconscien-
te, no debe negarse, si no se quiere destruir al mismo tiempo lo que caracteriza estos sen-
timientos.
150 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
tes y primigenias del lenguaje corporal con que se puede manifestar la di-
namización de las tendencias.
Como todo signo, el lenguaje corporal debe ser interpretado. Las res-
puestas de otra persona al lenguaje del propio cuerpo aparece así como
algo imprescindible no sólo para satisfacer las necesidades básicas, como
en los animales, sino también para comenzar a estructurar la psique hu-
mana, que por eso es radicalmente dialógica. En efecto, a través del refle-
jo de los propios sentimientos en el lenguaje corporal del otro –como ocu-
rre en los cuidados de los padres a los hijos pequeños– y de sus respuestas
verbales se descubren no sólo los objetos que satisfacen las tendencias y la
relación entre determinadas sensaciones y una acción concreta, sino tam-
bién al otro, en el que el propio yo se refleja. A través de este diálogo conti-
nuo se construye poco a poco la conciencia del propio yo.
Probablemente, la vez primera que un recién nacido siente hambre o
sed se trata de una sensación de necesidad no bien definida que, mediante
la experiencia de su satisfacción y la repetición de la sensación, se hace
siempre más determinada, hasta llegar a ser identificada como hambre o
sed. Siempre queda en ellas, de todas formas, cierto grado de vaguedad
que hace posible interpretarlas de modo erróneo; el hambre, por ejemplo,
puede confundirse con un dolor gástrico o con una cefalea. Lo cual supo-
ne, por una parte, la posibilidad de conocer nuestras inclinaciones a los
bienes del cuerpo y, por otra, la oscuridad de las sensaciones tendenciales.
Pero en la acción de nutrirse muchas veces no se encuentra simple-
mente la satisfacción de una necesidad, sino sobre todo la relación de
amor con el otro, en particular con la madre. Son conocidos los estudios
comparados del psicólogo Spitz entre los niños nacidos en prisión, nutri-
dos y educados por sus propias madres que debían cumplir la pena por
los delitos cometidos, y otros niños, alejados de sus madres, pero que ha-
bían crecido en condiciones inmejorables desde el punto de vista de la hi-
giene, educación, etc., pues habían sido criados por expertas en educa-
ción infantil. El resultado de la investigación causó sensación: por lo que
se refería al índice de mortandad y a la propensión para contraer diversas
enfermedades físicas y psíquicas, los niños nacidos en prisión resultaban
mejor protegidos que los otros. De este modo, Spitz mostró cómo el influ-
jo materno iba más allá de la simple función nutritiva, llegando hasta la
misma formación de la psique del niño y de sus hábitos 13.
El yo que se va construyendo por medio de las primeras experiencias
tendenciales no es simplemente el alternarse de la conciencia de necesi-
13. Vid. R. SPITZ, Hospitalism, en The Psychoanalitic study of the child, I, International
University Press, London 1945.
LA TENDENCIA HUMANA • 151
bre puede sentir ante un animal, una ideología, una persona, etc., ni son
idénticas la esperanza del explorador perdido en el desierto de encontrar
agua que la del científico de hacer un importante descubrimiento o la
del creyente de ir al cielo. Lo que las acomuna es la relación análoga que
se establece entre sujeto y objeto tendencial, o sea la consideración de
algo como adverso, temible, posible de alcanzar, etc. Este aspecto es de tal
importancia que la sola consideración de una situación como algo adver-
so, aunque en sí no contenga ningún tipo de dinamización, puede dar lu-
gar a una dinamización orgánica; así, a pesar de que la inclinación a la
amistad y a la ciencia no sean orgánicas, la traición del amigo o la imposi-
bilidad de hacer el descubrimiento ansiado pueden producir profundos
cambios físicos 20.
En el caso de las pasiones del placer/dolor, el mismo término emplea-
do puede hacernos confundir este tipo de pasiones con las sensaciones
del bienestar o malestar, o con el placer/dolor corporales. A pesar del ca-
rácter analógico de estos fenómenos, el placer/dolor pasiones se distin-
guen del resto por hallarse ligadas a la posesión del bien/mal tendencia-
les. De ahí que pueda hablarse del placer de comer, de trabajar, de amar,
pues en los tres casos nos referimos a la posesión de un bien tendencial.
Además, al cumplimiento de las tendencias por medio del acto humano,
le corresponde lo que Tomás llamaba alegría, un afecto que puede ser acom-
pañado de placer sensible, pero cuya esencia no es la sensación placente-
ra, sino la perfección del acto de la voluntad (se está alegre porque la vo-
luntad realiza su querer). El coleccionista de arte, por ejemplo, puede
experimentar ante una obra maestra el deseo de poseerla. Ni este deseo
ni la alegría cuando logra cumplirlo implican ningún tipo de cambio fi-
siológico que, en cambio, están presentes cuando se trata de un deseo y
placer biológicos 21.
20. Una parte del sistema límbico, el hipocampo, asume «un papel importante en
el aprendizaje, en cuanto que selecciona las experiencias según su colorido afectivo. En
este sistema existen núcleos específicos cuya estimulación evoca modelos de comporta-
miento respectivamente de calma o docilidad, o de rabia y rebelión» (J. CERVOS-NAVARRO
y S. SAMPAOLO, Libertà umana e neurofisiologia, cit., p. 29).
21. Cada sentido tiende naturalmente hacia el objeto apropiado, pero el deseo del
animal (apetito sensible) tiende hacia lo que es benéfico para el animal (cfr. TOMÁS DE
AQUINO, S.Th., I, q. 80, a. 1, ad 3). Kenny considera que el deseo del coleccionista de arte
muestra cómo el criterio de la percepción sensible como origen de los deseos no sirve
para explicar los propiamente humanos (cfr. A. KENNY, Aquinas on Mynd, Routledge, Lon-
don-New York 1979, p. 62. Trad. esp.: Tomás de Aquino y la mente, Herder, Barcelona 2000).
Aunque es verdad que santo Tomás no ha teorizado sobre la existencia del apetito humano,
habla implícitamente de él cuando se refiere a un gozo que, sin identificarse con el placer
ni con la felicidad, puede acompañar tanto al uno como a la otra.
160 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
24. En Kant se puede encontrar la referencia a este tipo de afecto que se refiere a
la realidad en sí misma cuando afirma: «Lo que se refiere a las inclinaciones y necesida-
des del hombre tiene un precio comercial; lo que, sin suponer una necesidad, se conforma
a cierto gusto; es decir, a una satisfacción producida por el simple juego, sin fin alguno,
de nuestras facultades, tiene un precio de afecto; pero aquello que constituye la condición
para que algo sea fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un
valor interno, esto es, dignidad» (cfr. I. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costum-
bres, cit., p. 127). Ciertamente, aunque estas inclinaciones no suponen una necesidad bio-
lógica, siguen siendo tendencias humanas.
LA TENDENCIA HUMANA • 163
25. Según Wojtyla, la distinción entre lo que él llama pasiones (corresponden más
o menos a las pasiones clásicas) y emociones, como los sentimientos de lo bello, del bien
y de la verdad, es la falta casi total de reactividad somática por parte de las últimas (cfr. K.
WOJTYLA, Osoba i czyn, cit., p. 529).
26. Cfr TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I, q. 16, a. 4, ad 2.
164 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
ble a todo lo que está a favor o en contra de la vida orgánica. En las sen-
saciones del propio cuerpo, en la dinamización de los órganos y de las
tendencias básicas, así como en la capacidad de reaccionar ante los estí-
mulos, el propio cuerpo deviene en cierto sentido contenido de expe-
riencia penetrando de este modo en el campo de la conciencia. Las sen-
saciones del propio cuerpo, además, facilitan al hombre la vivencia de su
yo somático, «no distinguible del yo personal, sino intrínsecamente unido
a él» 28. Cuando me siento bien, cansado, enfermo, sediento, etc., soy cons-
ciente, por medio de la corporalidad, de la totalidad de mí mismo. El ca-
rácter global y unitario del cuerpo hace que se trate de sensaciones vagas
y difusas.
Aunque los afectos humanos de los que hemos hablado (miedo, ira,
amor, odio, etc.) son más claros, en cuanto que suponen la presencia
consciente de algo, siguen siendo todavía conciencia del propio cuerpo,
por ejemplo, en el caso de la dinamización orgánica de las tendencias o
cuando la tendencia encuentra un obstáculo a su cumplimiento. El des-
cubrimiento del objeto de la tendencia a los bienes corporales, a través
del conocimiento, produce la actualización de las tendencias, que apa-
rece en la conciencia con el rasgo de la excitabilidad. La actualización
imprevista de la tendencia se caracteriza por una gran intensidad que
conmueve toda la estructura de la persona. Estos afectos reciben el nom-
bre de emociones, las cuales a menudo dependen del conocimiento de
los objetos tendenciales, como en el susto, la agitación, la ira ante el peli-
gro...
Las emociones corresponderían en parte a las pasiones clásicas, pero
con algunos matices; por ejemplo, las emociones deben tener un carácter
de inmediatez y poseer gran intensidad en un breve lapso de tiempo. La
excitación es mayor aún en las llamadas emociones primitivas, como el
susto, la agitación o la ira. El susto se caracteriza porque, en el horizonte
emocional que envuelve a la subjetividad, el objeto aparece de repente
como una amenaza. Dicha vivencia se manifiesta en la parálisis de movi-
mientos: la respiración cesa, el ritmo cardiaco casi se interrumpe; la agi-
tación se produce, en cambio, cuando la percepción de la amenaza hace
perder el control de la propia motilidad, pues el peligro no puede abra-
zarse totalmente. La agitación se manifiesta en la tempestad de movi-
mientos involuntarios, ligados a la excitación del sistema nervioso. Si el
susto y la agitación presentan un carácter defensivo, la ira aparece en
cambio como reacción agresiva. La ira no sólo supone la percepción de
un peligro, sino también la percepción de algo que es un límite u ofrece
resistencia a los propios deseos (ira ante la injusticia, o ante el deseo de
ser estimado, de dominar, etc. que encuentra obstáculos); por eso puede
hablarse de la ira como de un furor que destruye los obstáculos 29.
La conmoción somática es menor en las emociones más evoluciona-
das de la vida afectiva, como el entusiasmo, la compasión o la admiración,
pues nacen del conocimiento del valor poseído por el yo y el otro. A pe-
sar de todo, la conmoción se manifiesta o puede manifestarse en los ges-
tos, en el tono de la voz, en la pronunciación, etc. Por ejemplo, el entusia-
mo frente a un éxito personal o de un amigo puede reflejarse en el brillo
de los ojos, en hablar en voz alta; la compasión en las lágrimas, o en las
premuras y cuidados con el que sufre.
En los sentimientos referidos a la realidad en cuanto tal (sentimien-
to de lo bello, del bien y de la verdad), la conmoción somática es todavía
menor. La estabilidad y serenidad que –desde el punto de vista corporal–
caracteriza a estos sentimientos es la causa de que, para referirse a ellos,
se use habitualmente el nombre genérico de sentimiento. No obstante, en
estos sentimientos puede hablarse de entusiasmo o de conmoción, por
ejemplo frente a la belleza de un paisaje, una obra de arte... Debido al in-
flujo que los diversos afectos tienen entre sí, este tipo de sentimientos
puede dar lugar a verdaderas emociones 30. Así la contemplación de una
obra de arte puede suscitar admiración, envidia, irritación, etc. Los re-
mordimientos pueden también ser fuente de irritabilidad, tristeza; el des-
cubrimiento de una verdad puede experimentarse como entusiamo que
impulsa a querer compartirla con otras personas, etc.
La relación entre los diversos afectos se ve aún mejor en el caso de
las emociones. Así, éstas no sólo influyen en la afectividad dando lugar a
movimientos físicos producidos por una excitación inmediata (y que se
manifiestan muchas veces externamente por hallarse ligados naturalmen-
te a determinadas acciones: la fuga, la agresión, etc.), sino que también
influyen creando o reforzando las disposiciones para experimentar deter-
minadas emociones. Por eso, es posible distinguir entre las emociones ac-
tuales y los estados de ánimo disposicional 31. Mientras que en la emoción
se da una unión con los cambios físicos que nacen cuando se percibe la
realidad de un modo determinado, en los estados de ánimo disposicionales
no hay manifestaciones físicas, sino únicamente la experiencia que el su-
32. Esta es, por ejemplo, la tesis sostenida por Solomon, para quien la diferencia en-
tre una emoción y un estado de ánimo depende de los respectivos objetos: «las emociones
se refieren a particulares (objetos) o a particulares generalizados; los estados de ánimo o
168 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
5. CONCLUSIÓN
34. Estos fines se encuentran jerarquizados según el orden de las inclinaciones na-
turales: la supervivencia, la conservación de la especie, la sociabilidad y la amistad, en es-
pecial con Dios. Lo que no significa que la supervivencia sea el valor superior, ya que
«desde el grado ínfimo de la vida, como la vegetativa, hasta el supremo de las puras fun-
ciones espirituales, señorea soberana el alma inmortal. La jerarquía consiste en el hecho
de que una función sirve a otra en la medida en que el espíritu las regula» (D. COMPOSTA,
Rapporti tra diritto naturale e biologia, en Atti del IX Congresso Tomistico Internazionale, I, Edi-
trice Vaticana, Città del Vaticano 1991, p. 258).
170 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
RAZÓN Y VOLUNTAD
EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD
L a relación entre subjetividad y realidad –presente en los fenómenos
afectivos– puede explicarse a partir de la tesis tomista del conoci-
miento por connaturalidad. Aunque no define en qué consiste este tipo
de conocimiento, Tomás de Aquino emplea una abundamente gama de
expresiones para aludir a él. Las más frecuentes son: per connaturalitatem;
per modum inclinationis; cognitio affettiva; per modum naturae; notitia experi-
mentalis; per affinitatem; per viam voluntatis; per contactum; per unionem; per
amorem; ex intimo sui; per deiforme contemplationem; ad modum primorum prin-
cipiorum; sine discurso; ex instinctu divino 1. La diversidad de expresiones
empleadas para referirse a una misma realidad indica la riqueza y variedad
de ese tipo de conocimiento. Más allá de los matices, lo que constituye su
esencia es el hecho de ser una relación natural entre nuestra sujetividad y
la realidad, más aún: una relación natural que corresponde a las inclina-
ciones del sujeto 2.
El conocimiento de la realidad que es objeto de nuestras tendencias
no nos resulta jamás indiferente desde el punto de vista existencial, pues
supone, como ya hemos visto, el amor o unión entre nosotros y la rea-
lidad. Dicha unión se halla en la base de lo que el Aquinate llama notitia
experimentalis o juicio natural. El término juicio debe ser entendido en
sentido analógico, o sea no como un juicio en sentido estricto o juicio ra-
1. Cfr. F. MARIN-SOLA, La evolución homogénea del dogma católico, BAC, Madrid 1952, p.
403.
2. En el conocimiento por connaturalidad se ve muy bien el papel de las inclinacio-
nes: «de esto resulta claramente que las pasiones del alma son lo mismo que las afeccio-
nes. Pero las afecciones claramente pertenecen más a la parte apetitiva que a la aprehen-
siva» (TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 22, a. 2).
174 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
senta como un motivo para actuar de un modo adecuado: para huir del
peligro, para soportar las dificultades, etc.
A pesar de que la certeza y el motivo contenidos en el juicio emotivo
pueden dar razón de las acciones («huyó porque tenía miedo»), no quiere
esto decir que la certeza y el motivo sean racionales. Para que lo fueran,
tendrían que tener en cuenta el bien, es decir, la situación real personal,
lo cual es imposible, pues las emociones no son capaces de trascenderse.
A la razón incumbe, por tanto, examinar lo que haya de adecuado en la
certeza y los motivos –contenidos en la emoción–, y en la acción a que la
emoción impulsa.
Para que la razón pueda realizar la valoración de la emoción es nece-
sario, en primer lugar, que ésta se interiorice. De otro modo, la emoción
sería un puro acaecer momentáneo sin significado en la vida humana;
algo semejante a la sucesión continua de vivencias desconectadas y exis-
tencialmente indiferentes, como las imágenes de un calidoscopio. La in-
teriorización no es algo pasivo, es decir, la huella o impresión que las
emociones dejan en el fondo afectivo, sino que es algo fundamentalmen-
te activo, que depende del conocimiento que el yo tiene de sí y, se podría
añadir, del deseo de seguir conociéndose con mayor profundidad. Dicha
actividad consiste, sobre todo, en poner en relación el acaecer emotivo
con el yo: ¿qué me sucede? ¿por qué me sucede? constituyen algunas de
las preguntas que permiten interiorizar la emoción, es decir, vivirla de
modo personal.
Después, la persona deberá juzgar si la situación en que emocional-
mente se encuentra corresponde o no a la situación verdadera. Si la situa-
ción en que se encuentra un individuo es objetivamente tal que se la deba
considerar, por ejemplo, como dolorosa, la tristeza no sólo no será algo
contrario a la persona, sino que corresponderá a aquello que ésta debe
sentir, a lo que ella es verdaderamente en este momento concreto. Así,
ante la muerte de una persona querida no sentirse tristes no es un signo
de virtud, sino tal vez de falta de amor o, por lo menos, una manifesta-
ción del defecto que los clásicos llaman insensibilidad. El juicio de la ra-
zón no sólo debe valorar si se trata de una emoción adecuada o no, sino
también el mismo modo de sentirla, para evitar los extremos a los que es-
pontáneamente tiende la emoción; por ejemplo, la tristeza inclina a la
desesperación; la ira, a la venganza. A través del juicio de la razón y, como
veremos, de las virtudes que de éste derivan, la persona logra educar la
propia afectividad. El prototipo de una afectividad perfectamente inte-
grada se descubre leyendo las páginas del Evangelio: la ira de Cristo ante
la hipocresía de los fariseos no le conduce al odio, sino a la corrección de
los errores con paciencia y misericordia; la tristeza ante la maldad del pe-
cado, sufrida en su propia carne en la Pasión y muerte en la Cruz, no le
lleva a la desesperación, sino a entregarse por amor de su Padre Dios y de
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 181
sus hermanos, los hombres. Además, puesto que las emociones impulsan
a la acción, la valoración de la razón debe tener en cuenta las posibilida-
des de acción que se hallan contenidas en ellas. Hay acciones, como la
venganza, que siempre son contrarias a la verdad de la persona; otras,
como la fuga, dependen de la circunstancia, de la capacidad del sujeto de
hacer frente al peligro, de la necesidad de hacerle frente, etc.
Así, lo que en el juicio natural había sido aceptado o rechazado de
forma espontánea se somete a una serie de preguntas que hacen dismi-
nuir la fuerza con que el impulso tendencial se dirige al propio fin; son
preguntas acerca de la certeza, los motivos, la posibilidad de acción y, so-
bre todo, el papel que esa emoción puede desempeñar en la propia vida.
La distinción entre el significado del afecto en sí mismo y su significa-
ción para la persona es importante para plantear bien la educación de la
afectividad. Puesto que en todo afecto hay siempre un juicio natural de
la realidad, es necesario descubrir la tendencia que nos conduce a juzgar la
realidad como positiva o negativa, capaz de ser poseída, inadecuada, etc.,
para examinar después si dicha valoración puede o no aceptarse racio-
nalmente.
1.3. La rectificación
dos bajo el pánico o la ira que oscurecen, e incluso ciegan las luces de la
razón 6. En otras ocasiones, la acción depende de un juicio racional equi-
vocado, porque el placer u otro tipo de afecto pueden presentarse con tal
fuerza de atracción o persuasión que se quiere juzgar como conveniente
lo que en realidad es perjudicial. A través de la reflexión sobre el juicio
formulado bajo el influjo del afecto, la razón puede darse cuenta del pro-
pio error y corregirlo. Un caso histórico de rectificación de una acción
cumplida bajo el influjo de la emoción es el del rey David: la pasión lo cie-
ga hasta el punto de juzgar conveniente apoderarse de Betsabé y asesinar
después a su marido, Urías. El profeta Natán, para conducir a David a un
juicio que lo haga comprender la maldad de los pecados cometidos, le
cuenta como si fuera verdadera la historia de un rico mercader que come-
te una injusticia intolerable contra un pobre. La narración es el primer
paso para favorecer la reflexión de David, consintiéndole así separarse de
la pasión que lo obnubila. Natán alcanza, parcialmente, su objetivo, cuando
David se enfada terriblemente por el malvado comportamiento de aquel
rico. A pesar de la gravedad de los pecados cometidos, la conciencia mo-
ral de David no se ha oscurecido; sigue siendo recta, por lo que está en con-
diciones de rectificar el juicio inicial. Por ese motivo, cuando el profeta
hace notar a David que él se ha comportado todavía peor que el mercader
de la narración, el rey-profeta se arrepiente sinceramente.
En conclusión: la interpretación, la valoración y la rectificación de los
afectos no dependen del juicio tendencial, sino del juicio racional. La
tendencia empuja a una determinada acción, como fin posible. Pero para
que esa posibilidad se trasforme en acción real es necesaria la interpreta-
ción y la valoración racional del juicio natural. La valoración de la razón
no destruye la afectividad, sino que la sitúa en un contexto de mayor am-
plitud, el relativo a la persona. A través de la valoración racional del afec-
to, la persona no sólo se experimenta en una determinada circunstancia,
sino que considera tal circunstancia desde el punto de vista del bien, es
decir, en relación a su fin.
Aunque el juicio de la razón se encuentra en las raíces del acto hu-
mano, no es su causa. Para poder actuar no basta el conocimiento de lo
que es el fin de la persona y de la relación entre éste y los fines tendencia-
les, sino que también se precisa la inclinación hacia el fin. Tal inclinación
no se halla en la razón, pues ésta no es tendencial, sino en la voluntad, es
decir, en la tendencia racional que realiza las posibilidades de la acción,
convirtiéndolas en acto humano. La voluntad es, pues, una tendencia di-
versa de todas las demás: ya sea porque tiene una relación especial con la
racionalidad, ya sea porque su inclinación hacia el fin no se experimenta
como un acaecer, sino como la causa del actuar humano.
El estudio de esta relación y del carácter activo de la voluntad, ade-
más de poseer un claro interés antropológico, resulta imprescindible para
determinar las funciones de esta facultad respecto a la afectividad, en par-
ticular el modo en que logra que la afectividad se integre en el acto hu-
mano.
de las mismas, que, además, permite el acto humano. De ahí que tanto la
falta de rigidez de las tendencias, propia –en cambio– de los instintos,
como su apertura al acto humano y, en él, al fin personal, sean manifesta-
ciones de la participación de las tendencias en la libertad. Por eso, las dos
perspectivas –la unidad de las tendencias en el sujeto y la unidad del fin–
pueden sintetizarse en una nueva: la de la libertad. En efecto, así como la
libertad, que depende del acto de ser personal, sólo llega a ser operativa a
través de la intelección del bien; las tendencias, a pesar de participar des-
de el comienzo de la libertad del ser personal, sólo llegan a ser humanas
por medio de la razón, que presupone siempre la comprensión del bien.
La inclusión de los objetos de todas las tendencias en el objeto de la
voluntad es necesaria para que el hombre pueda lograr su fin, pues por
una parte el fin no consiste en la suma de bienes parciales, sino en Dios,
Bien infinito; por otra, para alcanzarlo, no basta un conjunto de inclina-
ciones limitadas, sino que se requiere una inclinación unitaria abierta al
Bien infinito, es decir, la voluntad. La raíz de la integración de las tenden-
cias en la persona se encuentra, por tanto, en esta inclinación unitaria ha-
cia todo aquello que es percibido como bien.
Pero aunque la inclinación de la voluntas ut natura es la condición
que hace posible la integración de las tendencias, no es una condición su-
ficiente, pues dicha integración, además de no ser espontánea, debe rea-
lizarse mediante la volición de algo concreto. La inclinación de la voluntas
ut natura, sin embargo, no comporta ni la intencionalidad personal ni la
posesión de un fin concreto, sino únicamente una apertura universal.
¿Cómo se realiza, pues, la integración?
estos autores, del hecho siguiente: como ningún bien concreto agota la in-
clinación de la voluntas ut natura (las cosas finitas poseen aspectos que las
hacen apetecibles y otros que inducen a evitarlas), la voluntad –para poder
querer de forma plena– tiene necesidad no sólo de la intelección del bien,
sino también de la razón; ésta presenta el bien a la voluntad no como bien
en sí mismo, sino como un bien en relación a otros bienes, estableciendo
así un orden jerárquico entre ellos. A esta operación de la razón sigue la in-
clinación de la voluntad o voluntas ut ratio, que ya no es una inclinación ge-
nérica hacia el bien, sino una inclinación hacia el bien ex ordine ad aliud (en
orden a otro bien). Por eso, para estos críticos, al conocimiento racional
del bien sigue la voluntad, no ya como inclinación natural, sino como elec-
ción. De este modo hay, según ellos, dos tipos de libertad: la de especifica-
ción, o sea la capacidad de la voluntad de querer este bien o aquél otro; y la
de ejercicio, o sea la capacidad de querer o no querer.
Este modo de entender la libertad conduce a dos afirmaciones de
notables repercusiones antropológicas. En primer lugar, el fin personal
no puede ser elegido, pues es un objeto necesario de la inclinación natu-
ral de la voluntad que sigue a la intelección del bien. En segundo lugar, la
libertad de la voluntad, que se halla reducida a la elección de los medios,
depende no tanto de la perfección de la persona, cuanto de la imperfec-
ción de la voluntas ut natura. En efecto –según estos autores– la libertad
existe sólo porque la inclinación natural de la voluntad no se satisface en
esta vida; si se satisficiera, la libertad no sería precisa, pues no habría ne-
cesidad de la razón y, por consiguiente, se carecería tanto de la libertad de
especificación como de la de ejercicio. De ahí la conclusión de estos in-
térpretes: tras la muerte la libertad deja de ser necesaria: los bienaventu-
rados se adhieren forzosamente a la contemplación de Dios 10.
Creemos que, a pesar de la existencia de numerosos textos tomistas
–por lo demás, muy aristotélicos– que pueden interpretarse a favor de la
tesis recién mencionada, la posibilidad de elegir fines y no sólo medios
aparece, por lo menos en germen, en la doctrina del Aquinate, especial-
mente en la que trata de la intencionalidad del acto humano 11. Por eso,
tadas con ella» (J. GREDT, Elementa Philosophiae aristotelico-thomisticae, vol. I, Friburgi Brisgo-
viae, 1937, 7.ª ed., p. 478).
10. Tal interpretación podemos encontrarla en el libro de Laporta, quien afirma:
«a menudo la voluntad sufre una amarga desilusión, pues aquí abajo no se siente nunca
satisfecha. Por esta razón permanece libre; la libertad deriva, pues, de su imperfección.
Una vez conquistada la beatitud, la voluntad se adherirá a ella necesariamente» (J. LAPOR-
TA, La destinée de la nature humaine selon Thomas d’Aquin, Vrin, Paris 1965, p. 32).
11. La posibilidad de elegir los fines existenciales se basa en la afirmación tomista
de que libertad y necesidad son compatibles, por lo que, por ejemplo, la obediencia a los
votos es, al mismo tiempo, necesaria y libre (cfr. TOMÁS DE AQUINO, Contra Gentes, III, 138).
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 187
12. Esta idea se encuentra en el siguiente texto: «sin embargo, pertenece a la digni-
dad divina que mueva, incline y dirija, mientras que ella no es movida, ni inclinada, ni di-
rigida. De aquí que, cuanto más cercana a Dios se halla una naturaleza, menos se halla in-
clinada y más nace para inclinar» (TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q. 24, a. 1 ad 17).
13. Por supuesto el análisis de santo Tomás no sale de la nada, sino que arranca del
realizado por san Juan Damasceno, aunque simplificado y reducido a los elementos más
importantes (vid. S. JUAN DAMASCENO, De Fide Ortodoxa, c. 22).
188 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
Según los críticos tomistas ya citados, la intención del fin hay que en-
tenderla como simple elección de los medios adecuados a un fin, puesto
que el fin último es querido necesariamente; por ejemplo, la intención
de la voluntad hacia la salud consiste en querer las medicinas en caso de
enfermedad o querer evitar todo lo que pueda dañarnos 14. La razón de
tal interpretación es clara: en el acto de la voluntas ut ratio el consenti-
miento es siempre posterior al consejo, que se refiere a los medios; y, como
no hay volición sin consejo, debe concluirse que, en esta tierra, la voli-
ción se refiere sólo a los medios.
Sin entrar en polémica con estos autores, nos parece que en el análi-
sis tomista aparecen ya algunas alusiones que muestran que la intención de
la voluntad no se refiere ni primera ni directamente a los medios, sino al
fin, o sea a lo que hemos denominado intencionalidad personal.
La volición referida sólo a los medios corresponde, en nuestra opi-
nión, a un ámbito restringido del actuar humano: el constituido por la
contraposición entre motivos para actuar de un modo u otro (inclinacio-
nes tendenciales, afectos, hábitos, cultura, educación, etc.), que la razón
valora y, posteriormente, la voluntad acepta o rechaza. Así, ante un trozo
de papel tirado en el suelo, por ejemplo, podemos detenernos para co-
gerlo y echarlo en la papelera, o seguir caminando. Los motivos para ac-
tuar de una u otra forma pueden ser muy variados: la cultura cívica, el de-
sagrado ante el desorden y la suciedad... o la prisa para no llegar tarde a
una cita, la pereza, el lumbago, etc. Ninguno de estos motivos, a pesar del
influjo que puedan tener en mi decisión, es causa necesaria del acto de
detenerse o de seguir caminando, porque la causa es únicamente el que-
rer de la persona.
El influjo concomitante de los diferentes motivos en la acción es pre-
cisamente lo que estudia santo Tomás cuando habla de consejo, consen-
timiento y elección. En efecto, para poder actuar ante una pluralidad de
motivos es preciso tanto la deliberación de la razón o consejo (una vez
valorados los diversos motivos, la razón puede aconsejar conveniente de-
tenerse para coger el papel y arrojarlo en la papelera más cercana o guar-
dárselo en el bolsillo para echarlo en el cesto de los papeles del despa-
cho), como el consentimiento de la persona a la deliberación de la razón,
y la elección de un medio para la ejecución de la acción (deshacerse del
trozo de papel).
Pensamos que el ámbito de la intención de la voluntad es más am-
plio que el de la elección de los medios, pues puede referirse al mismo
fin. La persona del ejemplo anterior puede pasar de largo ante el papel,
no sólo porque tiene miedo de llegar con retraso a la cita, sino también
porque quiere la puntualidad por sí misma, es decir, porque para ella la
puntualidad es un fin. Esto se ve con mayor claridad si la persona, por te-
mor a ser impuntual, no se detuviese ni siquiera para ayudar a los heridos
en un accidente de carretera. En este segundo caso, debería afirmarse
que aquella persona ha preferido ser puntual a salvar vidas humanas y,
por consiguiente, que para ella la puntualidad es un fin superior al de la
vida ajena. Si el ejemplo es válido, habría que hablar de una elección de
la puntualidad como fin concreto.
Y es precisamente la elección de fines concretos lo que constituye la
intención más propia de la voluntad. Con el fin de probar esta tesis, estu-
diaremos el papel que la intención de los fines concretos desempeña en
el consejo, el consentimiento y la elección.
a) El consejo
19. A partir de una extensa selección de textos del Aquinate, Fabro propone la po-
sibilidad no sólo de elegir los fines, sino también el mismo fin existencial de la persona
(cfr. C. FABRO, Riflessioni sulla libertà, cit., especialmente pp. 35-55).
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 191
amar a Dios sobre todas las cosas, dirigiendo todos los demás amores ha-
cia Él 20.
La orientación hacia el fin existencial último no es algo abstracto,
como si la libertad trascendental, por el hecho de serlo, no tuviese nada
que ver con las acciones ordinarias. La elección del fin último se realiza
cada vez que actuamos de acuerdo con lo que debemos hacer, es decir,
cuando experimentando la propia libertad en la acción nos hacemos res-
ponsables ante un Ser trascendente. Es verdad que muchas elecciones no
se refieren directamente a un fin existencial. Así, la decisión de viajar a
París puede originarse por el deseo de conocer la ciudad, el cumplimien-
to de un deber profesional o la búsqueda de un merecido descanso, que
probablemente ni implícita ni explícitamente constituyen fin existencial
alguno. No obstante, también este tipo de elecciones son reconducibles
al fin existencial. Aunque el juicio racional acerca de la conveniencia del
viaje a París no se encuentra directamente en relación con un fin existen-
cial, no puede negarse que la voluntad sigue influyendo en el juicio y,
por tanto, que esa deliberación se apoya en la elección de un fin existen-
cial.
Por otro lado, en el querer o no querer formular el juicio racional se
manifiesta que la persona se autoposee y se autodetermina, lo cual sólo es
posible porque la persona quiere algo como fin existencial en modo más o
menos consciente; de otro modo, se daría un proceso al infinito en la serie
del querer. El origen de la autoposesión hay que buscarlo en el conocimien-
to: no sólo en el juicio de la razón sobre el objeto tendencial (mediante la
interpretación, la valoración y la rectificación, que ya hemos estudiado),
sino, sobre todo, en el conocimiento del propio yo. Sin dicho conocimien-
to no se darían ni la aplicación de la voluntad al juicio, ni el conocimiento
de los medios en cuanto tales, ni la elección de uno ellos.
El conocimiento del yo se alcanza por medio de la reflexión de la
propia potencia cognoscitiva. En el conocimiento racional dirigido a una
posible acción se da también la reflexión, en cuanto que el yo conoce y
sabe que conoce. Y es precisamente esta reflexión la que actualiza la liber-
tad para juzgar. En efecto, a través de la reflexión la persona, tomando
posesión de sí misma, puede deliberar acerca de los medios para hacer
algo. La intencionalidad en el sentido más profundo hay que entenderla,
20. Por este motivo, el amor de los bienaventurados, lejos de suponer la desapari-
ción de la libertad, comporta una autodeterminación perfecta: «en la visión beatífica del
Cielo, el amor al bien poseído será irrevocable, pero no por eso cesará de ser autodeter-
minación hacia el bien, amor de amistad con Dios, unión con Él que nace de lo íntimo
del hombre, donación del propio actuar inmanente» (L. CLAVELL, Metafisica e libertà, A.
Armando, Roma 1996, p. 170).
192 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
21. «Se puede decir, sin embargo, que el intelecto asiente, en cuanto que es movi-
do por la voluntad» (TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 15, a. 1, ad 3)
22. San Josemaría acostumbraba a afirmar que el diálogo con la tentación supone
ya cierta voluntariedad, por lo que aconsejaba: «No quieras dialogar con la concupiscen-
cia: despréciala» (JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, Rialp, Madrid 1986, 44.ª ed., n. 127).
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 193
pasado el influjo de los afectos, no haya que reflexionar sobre esos jui-
cios, pues éste es el único modo de poder descubrir la raíz de la que pro-
ceden valoraciones y actitudes equivocadas respecto a la realidad; no ha-
cerlo así equivale a dejar a oscuras un ámbito de la propia interioridad
que, como el psicoanálisis ha revelado, influye, a menudo inconscienten-
temente, en nuestros deseos y acciones.
b) El consentimiento
Si asentir (ad aliud sentire) implica cierta distancia por parte de la vo-
luntad, el consentir (simul sentire) supone, en cambio, la unión con lo que
se asiente. Dicha unión se produce –en opinión de santo Tomás– median-
te la aplicación del apetito racional a lo que se ha determinado en el con-
sejo 23. El consentimiento es, según esta definición, la aceptación de la deli-
beración racional.
Nos parece que este modo de plantear las relaciones entre razón y
voluntad es de carácter puramente formal, y no permite explicar porqué
el consentimiento tiene un papel existencial y moral tan importante. En
efecto, si el consentimiento dependiese sólo del orden que establece la
razón entre los medios y el fin, la voluntad se encontraría en una situa-
ción de subordinación absoluta; el único acto en que la persona podría
manifestar la capacidad de querer-querer sería el rechazo de dicho or-
den. Al consentir en lo que la recta razón presenta como bueno la perso-
na no se equivocaría, pero el papel de la voluntad sería de simple acepta-
ción.
Tal concepción de la libertad de la voluntad es insuficiente. Si la vo-
luntad consiente o rechaza algo, es porque lo que le presenta la razón se
encuentra de acuerdo o es contrario a lo que la persona quiere. Este que-
rer, aunque a veces se puede dar razón de él (existen motivos del mismo),
no es causado por la razón, sino que procede de sí mismo; en el ejemplo
anterior de la venganza, la persona no sólo asiente al juicio que presenta
la venganza como algo bueno, sino que quiere vengarse, por lo que con-
siente en los medios, objeto de la deliberación.
Este modo de entender el consentimiento nos aleja tanto de una
concepción racionalista de la libertad, como de una irracionalista, del
tipo de la que aparece, por ejemplo, en el existencialismo de Sartre. Para
este autor ser libre equivale a darse completamente la propia esencia,
porque la libertad es pura actividad creadora; la libertad aparece así como
23. «El consentimiento designa la aplicación del movimiento del apetito a algo que
preexiste en el poder del que lo aplica» (TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 15, a. 3).
194 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
una actividad sin origen y sin fin. Pero una libertad sin destino es lo mis-
mo que una libertad para la nada 24. Como hemos visto, este planteamien-
to es tan irreal como el racionalista: la libertad humana tiene origen y
destino, por lo que no es posible negar ni los motivos de nuestras accio-
nes ni la inclinación hacia el Bien infinito.
No faltan, sin embargo, los textos donde el Aquinate afirma que «el
agente establece por sí mismo, a través de la voluntad, el fin por el que ac-
túa» 25. Santo Tomás acepta aquí la posibilidad de que la voluntad elija su
propio fin, sin limitarla a desempeñar un papel pasivo, por lo que la in-
tención del fin no depende ya principalmente de la razón, sino de la vo-
luntad. De ahí que, a partir de nuestro análisis de la libertad del juicio,
pueda afirmarse que el consentimiento contiene no sólo la actualización
de la libertad de juzgar, sino también una determinada intencionalidad
de la persona. Y es precisamente dicha intencionalidad la que se halla en
el impulso de la voluntad hacia lo que es querido.
Por eso, aunque el Aquinate defina el consentimiento como la apli-
cación del movimiento apetitivo a lo deliberado en el consejo, el consen-
timiento de la voluntad no debe ser confundido con el deseo 26. Frente al
deseo que nace de las tendencias y es por tanto una pasión, el consenti-
miento de la voluntad es esencialmente activo: nace de la autoposesión y
se refiere, a través de los medios elegidos, a lo que la persona quiere. Por
fundarse en la libertad, o sea en la espiritualidad, el consentimiento –a di-
ferencia del deseo– alcanza su perfección sin necesidad del acto externo.
Así pueden comprenderse las palabras de Jesús: «Pero yo os digo que
todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su cora-
zón» 27. Los deseos del adúltero no son una inclinación espontánea, sino
la manifestación de un querer intenso.
Encontramos cierta analogía entre el amor tendencial y el consenti-
miento, pues en ambos se da –mediante la complacencia en el bien al que
se adhiere– la experiencia del fin. Si el amor pasión nace de la semejanza
entre el sujeto tendente y la realidad a la que tiende, el consentimiento
nace de la intencionalidad de la persona en la que están presentes tanto
el dominio que la persona tiene de sí (la autoposesión), como la intencio-
nalidad hacia un determinado fin y, por consiguiente, la semejanza entre
24. Cfr. J.-P. SARTRE, L’être et le néant, Gallimard, Paris 1943, p. 722. (Trad. esp.: El ser
y la nada, Alianza, Madrid 1989).
25. TOMÁS DE AQUINO, Compendium Theologiae, c. 174. Esta misma idea puede encon-
trarse en santo Tomás cuando, refiriéndose a los condenados, afirma que el fin de su vo-
luntad es distinto del Sumo Bien: «por que la voluntad ha quedado fija en el propio bien
sin que pueda tender al sumo bien, que es el fin último» (Ibid., c. 113).
26. Cfr. IDEM, S.Th., I-II, q. 16, a. 2.
27. Mt. 5, 28.
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 195
c) La elección
31. G.H. VON WRIGHT, Freedom and Determination, The Philosophical Society of Fin-
land, Helsinki 1980, p. 103.
32. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 6, a. 3.
33. Ibid., q. 12, a. 4.
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 197
34. «La intención es un acto de la voluntad relativo al fin. Pero la voluntad dice rela-
ción al fin de tres maneras. Primero, de forma absoluta; y entonces se llama querer, en cuan-
198 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
a) El mandato
to que queremos la curación u otras cosas por el estilo. Segundo, se considera el fin como
objeto en que la voluntad descansa; y en este caso la relación con el fin es fruición. Tercero,
se considera el fin como término de cosas a él ordenadas; y entonces la relación con el fin
se denomina intención. En efecto, decimos tender a la curación no sólo porque la quere-
mos, sino porque queremos alcanzarla con cualquier medio» (TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-
II, q. 12, a. 1).
RAZÓN Y VOLUNTAD EN SU RELACIÓN CON LA AFECTIVIDAD • 199
b) El uso
35. Ibid., a. 7.
200 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
c) La fruición
4. CONCLUSIÓN
INTEGRACIÓN DE LA AFECTIVIDAD
Y DONACIÓN PERSONAL
C on el fin de determinar lo que constituye la verdad de la persona,
utilizaremos como método la reflexión sobre el acto humano, pues
éste, además de realizar la intencionalidad personal, da lugar a importan-
tes trasformaciones en el mundo y la subjetividad, en las que se manifesta
la relación de retroalimentación entre el acto humano y la persona que
actúa.
Por lo que se refiere a los cambios introducidos por el acto en la sub-
jetividad, hay que decir en primer lugar que no todos poseen el mismo
significado para la persona. La importancia de éstos no depende de la in-
tensidad con que son experimentados, sino de la profundidad de la tras-
formación que obran. Así, un mismo acto puede reflejarse a la vez en va-
rios niveles; por ejemplo, en el nivel tendencial, como satisfacción o
insatisfacción de la subjetividad tendente y, en el nivel esencial, como
algo que aumenta o disminuye la perfección inicial de la persona.
La existencia de diferentes niveles en la reflexión del acto hace posi-
ble experimentar simultáneamente placer y tristeza, o dolor y alegría. No
debe confundirse esa mezcla de sentimientos con cierto gozo ante la tris-
teza que a veces siente el melancólico o con el aburrimiento ante el pla-
cer que experimenta el hedonista encallecido; en estos casos, los senti-
mientos no indican una mayor o menor perfección esencial, sino sólo la
capacidad humana de encontrar algo a la vez positivo y negativo en situa-
ciones que naturalmente poseen un significado unívoco. Por ejemplo, el
gozo del melancólico en la tristeza manifiesta, por una parte, la presencia
de un mal, por otra, la consideración de la misma tristeza como algo en
cierto sentido agradable; de ahí que el melancólico goce de una situación
de la que, en cambio, debería huir. En este ejemplo se observa, una vez
más, la capacidad del hombre para trascender las valoraciones espontáneas
de la propia naturaleza, e incluso las que derivan de un juicio racional.
208 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
3. Cfr. J. GARCÍA LÓPEZ, Tomás de Aquino, maestro del orden, Cincel, Madrid 1985, pp.
209-211.
4. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I-II, q. 26, a. 4.
5. Esta perfección propia del amor hacia el otro se manifiesta en primer lugar «en la
afirmación y aprobación de su existencia personal» (J. CRUZ CRUZ, Ontología del amor en Tomás
de Aquino, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1996, p. 16).
212 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
forma de paz interior, alegría y fruición del bien del amado, hay otras
muchas en que no va acompañada de sentimientos.
La felicidad se distingue de los demás reflejos afectivos por dos razo-
nes. La primera, porque su objeto es el Ser verdaderamente infinito o
Dios; la segunda, porque en esta tierra hace referencia sólo a una satisfac-
ción parcial; de ahí que sea posible experimentar dolor e, incluso, triste-
za por la presencia de un mal para la persona, sin que por eso uno deje
de ser feliz, pues ese dolor o esa tristeza no suponen ninguna carencia en
el nivel más profundo, el personal. Es verdad que la existencia de una
contraposición en el nivel afectivo revela el carácter complejo de la es-
tructura personal (las perfecciones de un nivel no comportan necesaria-
mente las perfecciones de los demás niveles ni tampoco de la persona, en
cuanto tal), así como la imperfección de la felicidad en esta tierra, que se
trata más de un deseo que de una realidad.
La distinción entre sentimientos y felicidad puede alcanzarse me-
diante un doble camino. En primer lugar, mediante la experiencia de un
vacío profundo que el cumplimiento de las tendencias no puede llenar:
las realidades finitas que han sido elegidas como fines muestran así su pro-
pia finitud. En segundo lugar, mediante la paz interior, la alegría y el
gozo que se experimentan aun cuando se sientan a la vez determinadas
carencias tendenciales o la presencia del mal en la propia vida; lo cual
nos descubre el carácter trascendente de la felicidad respecto a los senti-
mientos.
En la felicidad, el acto humano se refleja en el nivel dinámico de la
esencia personal, o sea el nivel de la autodeterminación a través del amor
al verdadero fin. De ahí que, mientras los sentimientos no muestran la
perfección de la persona pues sólo indican el perfeccionamiento parcial
conseguido mediante la posesión del bien en el acto, la felicidad, que
muchas veces no es sentida, señala la perfección de la persona. La oposi-
ción entre los sentimientos y la felicidad depende del hecho de que el
acto que causa placer o gozo puede oponerse a la verdad de la persona
que consiste –como hemos visto– en el amor al otro y especialmente a
Dios 10.
10. Algunos autores, como Ricoeur, consideran que la acción humana, aunque
pueda ser sumamente placentera, no agota el deseo de felicidad, porque la acción huma-
na es finita, mientras que el deseo de felicidad es infinito (cfr. P. RICOEUR, Philosophie de la
volonté, cit., p. 109).
INTEGRACIÓN DE LA AFECTIVIDAD Y DONACIÓN PERSONAL • 215
mentación: los actos dan lugar a los hábitos, los cuales son a su vez dispo-
siciones para nuevos actos. Éstos, en la medida en que nacen de prece-
dentes actitudes y valoraciones adecuadas o contrarias a la verdad de la
persona, suponen un crecimiento en la virtud o viceversa. La acción vir-
tuosa es a la vez natural y personal en grado máximo, pues corresponde a
la tendencialidad humana que, a través de la intencionalidad del querer,
participa de la autodeterminación de la persona.
La virtud no debe ser confundida, por eso, con una técnica de auto-
control en el actuar: no basta la simple repetición de acciones objetiva-
mente buenas para trasformarse en virtuoso, sino que es preciso que el
nivel tendencial-afectivo se integre en la persona, es decir, sea capaz de
obedecer al gobierno político del binomio razón-voluntad. El autocon-
trol es, en cambio, una técnica que no sirve para hacer nacer la virtud,
sino sólo para favorecerla. Otras técnicas son: la reflexión sobre verdades
generales, el control de los sentidos, en especial de los internos como la
imaginación y la memoria, distraerse, etc. Pero todas estas técnicas no tie-
nen nada que ver con la virtud cuando la inclinación hacia lo que no es
adecuado a la verdad de la persona no se modifica desde dentro. Una po-
sible manifestación de que el acto nace del autocontrol pero no de la vir-
tud es la aparición de sentimientos de frustración, repugnancia y tristeza,
en lugar de los de alegría y facilidad, que generalmente distinguen al acto
virtuoso, pues la virtud –como hemos indicado– es fuente de acciones
connaturales a la persona.
Por otra parte, la posibilidad de influir desde dentro en la tendencia-
lidad revela el carácter moldeable de la persona, haciendo descubrir un
ser capaz de trascender naturalmente lo que pertenece a su dotación ori-
ginaria, a la vez que impide considerar a la persona como absolutamente
virtuosa o viciosa. Ni la virtud ni el vicio son algo inmutable, si no un ca-
mino en el que se puede avanzar o retroceder hasta llegar a la pérdida o
adquisición del hábito contrario. Por eso puede afirmarse que mientras
las causas naturales están determinadas ad unum y, por consiguiente, son
fácilmente previsibles, lo que el hombre hará o dejará de hacer es impre-
visible, porque las causas voluntarias no se hallan determinadas ad unum.
En definitiva, el hábito no excluye la libertad, sino que la presupone y, en
el caso de la virtud, la aumenta haciéndola más operativa.
Aunque el vicio supone también la existencia de una libertad esen-
cial, disminuye la libertad operativa, pues, además de desintegrar a la per-
sona, introduce en ella una inclinación que es contraria a su verdad. El vi-
cioso es el que, incapaz de proyectarse con verdad en el futuro, prefiere
lo que ahora es y no será nunca más (la satisfacción de una tendencia
provisional) a lo que será pero todavía no es; en realidad, el vicioso pre-
fiere el pasado, porque sus costumbres vienen del pasado: el borracho,
aunque sabe que le sentará mal el alcohol, prefiere seguir bebiéndolo,
218 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
porque tiene esa costumbre; el vicioso se niega a ver el objeto deseado tal
como es, atribuyéndole un prestigio que, en cambio, no tiene: los objetos
se transforman en símbolo del pasado.
El rechazo del tiempo característico de la pasión viciosa nace del he-
cho de que el futuro requiere esfuerzo y tensión, pues, al no consistir en
la simple repetición de modelos ya experimentados en el pasado, en cier-
to sentido depende de nosotros (de nuestra elección); por otra parte, el
futuro provoca inquietud, porque no se posee la certeza del éxito de la
acción. En el vicio la persona intenta repetir el pasado, pues éste no ad-
mite ni la incertidumbre ni la angustia y puede por eso ser elegido sin co-
rrer aparentemente ningún riesgo. El movimiento por el que en vano se
busca volver al pasado es así la esencia de la pasión viciosa; mientras que
la virtud supone la elección del riesgo, con una actitud de verdadera es-
peranza.
La distinción entre virtud y pasión viciosa es importante para evitar
concebir la virtud como el hábito que fija nuestros gustos y actitudes, res-
tringiendo así el campo de nuestras posibilidades. La virtud nace de la
elección de lo que queremos, es decir, de la autodeterminación, gracias a
la cual se da una integración de la operatividad personal y, por consi-
guiente, aumenta la capacidad de autoposesión y autodeterminación.
En conclusión, el hábito incide en la esencia humana, configurándo-
la en su estructura y capacidad operativa. El hábito introduce en la ten-
dencialidad un elemento que antes pertenecía al acto humano: la inten-
cionalidad personal, que modela la tendencialidad de acuerdo con el
propio querer. Pero el hábito no sólo personaliza la esencia humana, sino
que la hace ser buena o mala, según corresponda o no a lo que la perso-
na es, es decir, a la verdad personal.
El hábito bueno o virtud desempeña, por eso, un papel decisivo en
el descubrimiento y perfeccionamiento de la verdad personal. Por una
parte, porque la persona, mediante la virtud, conoce el valor relativo de
los objetos tendenciales respecto al fin existencial; por otra, porque la
persona experimenta cada vez con más fuerza el agrado de actuar en con-
sonancia con su verdad.
Aunque la virtud nos permite crecer en el conocimiento de la ver-
dad personal y realizarla, no se identifica con ella, pues la autoposesión y
la autodeterminación que proceden de la virtud son siempre para algo, es
decir, no son fines en sí mismos, sino en orden a un fin último: la dona-
ción.
serva en las distintas relaciones personales, más áun, es lo que las hace au-
ténticamente personales: cuando no se considera al otro como otro yo, las
relaciones humanas se falsifican porque dejan de ser personales.
De todas formas, puede establecerse una diferencia entre las relacio-
nes interpersonales a partir de su origien tendencial. En efecto, existe un
tipo de donación que se basa en inclinaciones naturales muy fuertes, como
el amor paterno y, en menor medida, el fraterno. La inclinación paternal
puede ser anulada o, por lo menos, debilitada, porque no se impone con
necesidad absoluta. Los padres comienzan a amar a los hijos empujados
por una inclinación natural; la alegría que encuentran en la donación es
superior a los sinsabores que de mil modos los hijos puedan causarles.
Pero si las molestias se absolutizan los padres pueden perder paulatina-
mente dicha alegría hasta sentir la tarea de cuidar de los hijos como un
peso, lo que influye negativamente en sus relaciones con ellos. En defini-
tiva, incluso en la donación natural se requiere la decisión de entregarse,
más o menos consciente. Amar al hijo no significa amarlo como si fuera
una extensión del propio yo, sino como otro que debe ser amado por sí
mismo.
Con el paso del tiempo, la donación –tanto la de los padres, como la
de los hijos– se hace más consciente y libre; no basta el afecto natural
para que ésta se mantenga, pues si no se cultiva, puede terminar por des-
aparecer o transformarse en indiferencia. Por eso, en la medida en que
los hijos consolidan su madurez personal, la donación de los padres debe
ser menos espontánea y más sostenida por la elección del bien de los hi-
jos: deben guiarlos y acompañarlos en el camino hacia la realización de
su verdad personal.
Cuando la donación se mantiene, en cambio, como una inclinación
meramente espontánea, da lugar a diversas deformaciones, como el amor
posesivo. El padre y la madre posesivos pretenden apoderarse, de modo
más o menos deliberado, del yo del hijo para transformarlo en una pro-
longación del propio yo. En este caso no puede hablarse de donación,
sino más bien del deseo de posesión camuflado de amor. Dicho deseo
puede manifestarse en querer que el hijo sea a imagen y semejanza del
propio yo (no se acepta, por ejemplo, que los hijos proyecten libremente
sus propias vidas), o en un exceso de protección, porque no se desea que
los hijos lleguen a ser independientes. Cuando el hijo rechaza los proyec-
tos que los padres han imaginado para él, se le considera un ingrato. Una
forma sutil del amor posesivo consiste en darse a los hijos de tal forma
que estos no puedan aceptar el don. Así sucede, por ejemplo, con la seño-
ra Fidget, personaje de una narración de Lewis; esta mujer acostumbraba
a repetir que se mataba a trabajar por su familia sin que su marido y sus
hijos se diesen cuenta; en realidad, como comenta el autor con ironía:
«no había forma de impedírselo, ni era posible quedarse sentados a mi-
222 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
13. C.S. LEWIS, The Four Loves, Harcourt, Brace & World, New York 1960, p. 75.
(Trad. esp.: Los cuatro amores, Rialp, Madrid 2002).
14. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Contra Gentes, IV, 54; S.Th., I-II, q. 82, a. 3, ad 2.
INTEGRACIÓN DE LA AFECTIVIDAD Y DONACIÓN PERSONAL • 223
15. A pesar del error de Fromm de considerar el amor como una orientación produc-
tiva, cuyo aspecto más importante es la actividad del sujeto, es muy agudo su análisis del
amor narcisista –tanto el del individuo como el de la pareja–, al que tacha de clausura y
egoísmo (cfr. E. FROMM, The Sane Society, Rinehart & Company Inc., New York 1955, sobre
todo el punto titulado Alienación y salud mental).
16. R. BUTTIGLIONE, L’uomo e la famiglia, Editore Dino, Roma 1991, p. 127.
17. Lewis habla de la dedición propia del eros como paradigma del amor que debe-
ríamos practicar en las relaciones con Dios y con el hombre: «como la naturaleza, para el
amante de la naturaleza, da contenido a la palabra gloria, así éste [el eros] da contenido a
la palabra caridad. Es como si, a través del eros, Cristo nos dijese: “Así, precisamente de
esta forma, con esta prodigalidad, sin pensar en cuanto os puede costar, habéis de amar-
me a mí y al último de mis hermanos”» (C.S. LEWIS, The Four Loves, cit., pp. 153-154).
18. Esta tesis ha sido sostenida por D. VON HILDEBRAND, Das Wesen der Liebe, en Ge-
sammelte Werke, Band 3, Habbel-Kohlhammer, Regensburg-Stuttgart 1971, p. 342. Dicho
autor considera que la dicotomía entre el deseo del bien para el amado y del mal para
INTEGRACIÓN DE LA AFECTIVIDAD Y DONACIÓN PERSONAL • 227
tra ya en las donaciones naturales 17. El amor al prójimo por Dios conduce
a la amistad perfecta, pues se lo ama no sólo por ser otro yo, sino sobre
todo por ser imagen y semejanza de Dios 18. En definitiva, la Caridad no
sólo no destruye las demás donaciones, sino que las perfecciona purifi-
cándolas de todo lo que es incompatible con el verdadero amor.
5. CONCLUSIÓN
aquellos que contrarían ese amor, sólo se supera cuando el amor al prójimo nace del de-
seo de amar a Dios en todos y de obedecerlo en todo.
228 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
19. San Agustín se pregunta: ¿Es el amor el que hace observar los mandamientos o
es la observancia de los mandamientos la que hace nacer el amor?; y responde: «Pero
¿quién puede poner en duda que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no
ama está privado de motivos para observar los mandamientos» (S. AGUSTÍN, De spiritu et lit-
tera, 19, 34).
BALANCE CONCLUSIVO
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ris 1962.
— Fedón.
— Fedro.
— Lisis.
— República.
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POPPER, K.R. y ECCLES, J.C., The Self and its Brain. An argument for Interactio-
nism, Springer Verlag, Heidelberg-Berlin-London-New York 1977.
REALE, G., Introduzione a Aristotele, Laterza, Bari 1974. Ed. esp.: Introduc-
ción a Aristóteles, Herder, Barcelona 1992.
— Per una nuova interpretazione di Platone. Rilettura della metafisica dei gran-
di dialoghi alla luce delle «Dottrine non scritte», 10.ª ed., Vita e Pensiero,
Milano 1991.
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SPITZ, R., Hospitalism, en The Psychoanalitic study of the child, I, London
1945.
238 • ANTROPOLOGÍA DE LA AFECTIVIDAD
TEXTOS
El consentimiento matrimonial. Técnicas de calificación y exégesis de las causas ca-
nónicas de nulidad (cc. 1095 a 1107 CIC). Pedro-Juan Viladrich
Manual de Sociología de la Familia. Pierpaolo Donati
Antropología de la Afectividad. Antonio Malo Pé
OBRAS DE CONSULTA
Matrimonio. El matrimonio y su expresión canónica ante el III milenio. Edición dirigi-
da por Pedro-Juan Viladrich, Javier Escrivá-Ivars, Juan Ignacio Bañares y Jorge Mi-
ras.
Vivir y morir con dignidad. Temas fundamentales de Bioética en una sociedad plural.
Ana Marta González, Elena Postigo y Susana Aulestiarte (Eds.).