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BIBLlOGRAFIA
Reseñas (ver pág . segunda de cubierta) .. ... .... ... ....... .................. ..... .......... 325 -336
CRONICA
J AVIER M ONSERRAT
C. S ANT OS - E sC UDERO Eusebio Colomer.ln memoriam .. .. .... 337 -352
Espal1a: 4.800 ptas. (núm. suelto: 1.900 ptas.); Europa: 61,8 dóls., IV A incluido
(núm. suelto: 22 dóls.); USA y Canadá: 70 dóls. USA (núm. suelto: 25 dóls. USA);
Amé¡-jca Latina, Africa y Oriente Medio: 65 dóls. (número suelto: 22 dóls.); Asia y
Oceanía: 75 dóls. (núm. suelto 27 dóls.). N. 8.: Las tarifas para el extranjero son aé-
reas e incluyen el envío por medio de una empresa especializada en el transpOl-te por
vía aérea.
RESEÑAS
BAH~I, ARCillE J., Epistemolog\'. Theory oF Kl1Owledge, 325.-JERVOLINO, DOMENICO, Logica del
concreto ed emlel/el/tica della vita morale. Newmal1, Blolldel, PÚll'ani, 326.-VÁZQllEZ GARCiA,
FRANCISCO, FOl/cal/lt: la historia como crítica de la razól1, 327.-DI NIPOLl, NIeo, Mito Politico
e Teoria Ra:iol1ale, 328.-PÉREZ-DELGADO, ESTEBAN, Psicolog(a, ética, religiól/. ¿Etica versus re-
ligiól1?, 328.-R1IBIO CARRACEDO, JosÉ, Educación moral posl1zodemidad y democracia. Más
allá delliheralismo v del comlllJitarismo, 329.-VERGÉS RA\IIREZ, SALVADOR, La ill/e1:suhjetil'i-
dad el1 HlIsserl, 330.-BllRGOS, JUAN MANUEL, La il1teligencia ética. La propllesta de Jacql/es
Maritain, 331.-MILLA¡,,;-PllELI.ES, ANTONIO, El valor de la lihertad, 332.-VARIOS (Ed. J. Gafo).
Etica .1' ancianidad, 333.-Bilal1 et perspectives des études médiél'ales en EllInpe (Ed. J. Ha-
mcssel. 334.-TmlÁS DE AQUINO, La verdad, 334.-BLA¡";CIl, ANTONIO, El hombre imaginario.
Una antropolog(a literaria, 335.-0RTlZ-OSÉs, ANDRÉS, La diosa Madre. Il1te/pretación desde
la mitologia l'asca, 335.
ISSN 0031-4749
Depósito legal: M. 919-1958
ORTEGA Ediciones Gráficas· A,'da. Valdelaparra, 35 • Telf. '11 MI n 5X • 2810X Alcobcndas (Madrid)
MAIMONIDES
y SU GUIA DE PERPLEJOS
MAI:\16NIDES EL SEFARDf
Sobre la clase de personas para las que escribe y el fin que pretende
con esta obra se ha explicado ampliamente el mismo Maimónides. De
modo especial lo ha hecho al final de su obra con las siguientes palabras:
«He aquí todas las cuestiones que me creí en el deber de abordar en el
presente Tratado y cuyo desan'ollo pareciome de gran utilidad para
hombres como tú. Espero que, mediante profunda meditación, com-
prenderás perfectamente todas las materias que en él he expuesto con la
ayuda de Dios.»" Se trataba, pues, de un escrito concebido como una
unidad completa y compuesto pensando en un destinatario concreto, pe-
ro sabiendo que podrá ser útil también para otros que se encuentren en
las mismas circunstancias y queriéndolo expresamente.
El destinatario concreto era un joven Rabí de Ceuta llamado Joseph
ben Jehouda 10. A él está dirigida la carta dedicatoria de Maimónides y
por ella sabemos que había venido al Cairo procedente de los extremos
occidentales del mundo árabe de entonces y que, después de haber estu-
Cfr. M.-R. HAYOU¡';, Maill/Ollide (Press Universitaires de France, Paris 1(87) 14.
Sobre otms esu-itos de carácter filos6fico, cfr. SII~T, OjJ. cil., 158.
Resrecto de la Gllía de jJerplejos hemos tenido en cuenta (además de la tra-
ducci6n inglesa de Pines y de la española de Maeso, ya indicadas anteriormente) la
ob¡-a fundamental de MI;NK: Le gllide des egarées. Traité de Ilu;ulugie el plzilusojJlzie, par
Moise ben Monmoun dit Maimonide, nouvelle édition, Maisonnevue & Larose, Paris
1981, 3 vols. En las citas hemos omitido el nomb¡'e de la ob¡'a y el de su autor y he-
mos indicado con números romanos la parte y con arábigos los ~apítulos. En GIS'O ne-
cesario helllos indicado entre paréntesis la página de la traducci(m inglesa. Sobre las
antiguas discusiones sobre Maimcinides ofrece amplia informaci{¡n SIRAT, PJ!. cil. (dr.
General Index: Maimonidean contrnversy).
!I, 35 (368)
'" Cfr. MI'K, 1, p. 3, n.5.
\\
Carta dedicatorill, 3,4.
¡bid., 4.
12
" ¡bid.
\, Cfr. SIRAT, op. cit., 141-142.
\; "Carta dedicatoria», 3-4.
\0 El kalam es la teología especulativa del Islam comenzada en el siglo IX. Para
mayor información, dr. MUNK, 1, 3, n.5.
17 1, Introducción (10).
1< 1, Introducción (5-6).
" 1, Introducción (16).
,,, 1, Introducción (15).
Después de ver lo que Maimónides nos dice sobre el fin que pretende
y las personas para quienes escribe convendrá pasar ya al examen de lo
que para ellas escribe y cómo lo hace.
Para recalcar la importancia que ha tenido en el pensamiento judío
posterio¡' se la compara, a veces, con la Suma teológica de santo Tomás
de Aquino. Ciertamente, podemos encontrar en ambas obras puntos co-
munes muy importantes. Ambas coinciden de modo muy general en con-
siderar de modo positivo las relaciones entre ciencia y fe, en estar fuerte-
mente influidas por el pensamiento aristotélico y en separarse
decididamente de él en lo que creen inconciliable con la propia fe y no
suficientemente probado por Aristóteles. Pero a pesar de ello sería un
error leer la Guía de Maimónides como si fuera una obra semejante a la
Suma de santo Tomás. Quienes lo hacen se sorprenden al ver el modo de
proceder de Maimónides y fácilmente terminan diciendo que su obra ca-
rece de plan. La realidad es que se trata de dos obras radicalmente dis-
tintas, que ni se dirigen al mismo público ni tienen la misma finalidad.
Tomás se dirige a quienes comienzan el estudio de la ciencia sagrada y
tI'ata de ofrecerles una exposición sistemática y bien fundada de sus
pdncipales doctdnas 21. Maimónides se didge a quienes tienen ya amplio
conocimiento de la Tora, han estudiado filosofía y ciencias profanas y se
encuentran perplejos. Su finalidad es ayudarles a salir de esa perplejidad
resolviendo sus problemas.
De modo general lo ha explicado él mismo al comienzo de su obra.
«El objeto primordial de este tratado», nos dice, «es la explicación de
ciertos nombres o términos que aparecen en los Libros proféticos» 22 y su
segundo objetivo es «explicar las alegorías ocultas que encierran» l.l. No
ha pretendido agotar las materias de que trata ni disipar toda clase de
dudas, pero sí la mayoría de ellas y, sobre todo, las más graves 24. y lo que
más le interesa es lo que se refiere al «relato de la Creación» o al «relato
del Carro celeste», que se identifican, según él, con la Física el primero
" 1, Intmducci(¡n (6); n, 29 (346); lU, lntmducci(¡n (415). ,d3y the St","\' 01' the
Chariot ... Maimollides alludes to the prophetic vision 01' Isaiah (chaptcl' 6),' Ezekiel
(chapter 1), and Zechariath (chapter 3), describing the divine chariot, the divinc
throne and the angelic world. Elsewhere he also alludes to the StOl)' 01' Creation ... by
which he means the beginning 01' the Book of Genesis. From the tall11udic period on-
wards these biblical passages were considered to conceal grcat Illysteries>' (SIRAT, Uf!.
cil., 174).
"~o 1. Introducción (6-7l.
" 1, Introducción (16).
" 1, Illtroducci(¡n (16); "" Introducciún (415-416).
11.2(253-254).
Por ejemplo, 1,55 (129).
Para entender mejor esa actitud nos pueden ayudar ciertos datos his-
tóricos, que él mismo nos trasmite, sobre las relaciones entre el pensa-
miento judío y la filosofía griega. Ante la imposibilidad de negar, sin
más, el valor de las ciencias desarrolladas por los griegos, siente Mai-
mónides la necesidad de explicar, de algún modo, su ausencia en la tra-
dición judía. Según él, se trata de algo que originariamente se dio en la
tradición judía y por diversas razones terminó perdiéndose; pero queda-
ron algunos elementos ocultos aquí y allí. Por eso procura él, por una
parte, explicar las razones de su pérdida y, por otra, poner de manifies-
to esos elementos que han quedado ocultos, interpretando los relatos de
la Creación y del Carro celeste, de forma que coincidan con los datos
fundamentales de la Física y de la Metafísica. «Has de saben>, dice, «que
las numerosas ciencias que eran patrimonio de nuestra nación para el
conocimiento exacto de estas materias se fueron perdiendo debido a la
lejanía del tiempo y al dominio ejercido sobre nosotros por los pueblos
bárbaros, y también a consecuencia de la prohibición de divulgar estas
teorías a todo el mundo» 31. Maimónides cree que esa prohibición «ence-
rraba profunda sabiduría», pero añade que «tal fue la causa que motivó
la desaparición de estos principios fundamentales de nuestro pueblo, de
los que apenas encontrarás, sino fugaces indicaciones y referencias, con-
signadas en el Talmud y las Midrasot, simples granos recubiertos de
abundante cáscara, de tal manera que los hombres se han ocupado de
esas envolturas, sin percatarse de que hubiera dentro, absolutamente,
nada más» 32. Esa situación había ido cambiando entre los judíos, que vi-
vían en un mundo dominado por los musulmanes, y Maimónides lo di-
ce, expresamente, del mundo en que él había nacido y se había formado.
«Respecto de los españoles andaluces de nuestra comunidad», escribe,
«todos siguen las doctrinas de los filósofos y se adhieren a sus opiniones
en cuanto no contradicen los fundamentos de nuestra religión» 33.
" I. 71 (175).
" 1,71(176).
n 1,71(178).
q 1,71(178)
\5 I. 71 (177).
", 1, 34 (75).
17 1, Introducción (17-20).
" Cfr. MU1':K, I. 28, n. 1.
" I. 70 (171-175).
.' ¡bid.
•• 1, Introducción (18) .
•, Ya en la Edad Media hubo quienes interpretaron a Maimónides de esta forma
y los sigue habiendo en la actualidad (cfr. SIRAT, op. cit., 162).
... Cfr. MUNK, I. 29, n. 1.
" 1, 50-60.
I. 68.
-,,, Cfr. SIRAT, al'. cit., 162. Sirat trata de ver a Mailn()nidcs dentro de una co-
ITiente de educación esotérica que comenzaría ya con S{)crates. So]m: la necesidad
de esa clase de educación dice lo siguiente: «There al'e t\\'o principal reasons rol' this
necl'ssity 01' concealing philosophical truths fl'om lhe coml1lon mn 01' men: The ril'st
reason is political: on many points philosophy is in cont1ict ",ilh rl'ligion (' .. J. The se-
cond reason is rounded on the philosophers'conviction lhat truth is not good rol' eWI)'
mano This is part 01' a whole pedagogical and political cOl1cept.» Ambas I'azones son
algo que dice el intérprete por su cuenta y no se encuentra en Maim(mides. Admitir-
lo o no puede inlluir, naturalmente. en la interpretaci6n de otl'as muchas cosas.
para quien habla de otro modo. No cree él que todo el mundo esté igual-
mente capacitado para entender del debido modo lo que dice. Por eso
cree necesario, a veces, hablar de modo alegórico o disimular o guardar
silencio '0; pero entre eso y servirse de contradicciones conocidas y que-
ridas hay una gran diferencia. Suponiendo, pues, que habla con sinceri-
dad, pasemos ya al examen de lo que nos dice en esta obra.
En general, está dividida en tres partes, pero sin título para cada una
de ellas y sin un contenido propio que se pueda expresar en pocas pala-
bras. Ciertamente, la división en tres partes no se debe a diferencia de
contenido. En particular, todo el final de la primera parte y el comienzo
de la segunda forman claramente una unidad concebida como tal desde
el principio. Por eso, creemos más conveniente examinar lo que va di-
ciendo sin dar demasiada importancia a la división en partes.
Al principio trata Maimónides de resolver las perplejidades de su lec-
tor de modo concreto examinando una por una diversas expresiones de
la Escritura que podrían ofrecer dificultad. Así hace sentir con claridad
la necesidad de atender al contexto y al modo en que se usan las pala-
bras en cada caso y de no olvidar que la Escritura habla al hombre de
modo humano '1. Por eso es natural que se detenga Maimónides a veces
y examine problemas generales del lenguaje humano y de la experiencia
que le sirve de base. Todo eso es importante por sí mismo, pero lo es más
aún como preparación para la discusión sobre las cuatro verdades fun-
damentales de la existencia, unicidad e incorporeidad de Dios y de la cre-
ación temporal a partir de la nada. Precisamente de esas verdades es de
lo que discute ampliamente al final de la primera parte y comienzo de la
segunda y lo hace de un modo sistemático claramente pensado desde el
principio.
Ante todo expone lo que sobre esas verdades fundamentales piensan
los mutacálimes y por qué no está de acuerdo con elios a pesar de coin-
cidir en las conclusiones. Al exponer por qué no considera satisfactorias
sus pruebas indica ya de alguna forma lo que él mismo piensa y lo que
cree necesario para que una prueba sea verdaderamente válida '2. En se-
gundo lugar expone lo que dicen los peripatéticos y declara válidos sus
argumentos respecto de la existencia, unicidad e incorporeidad de Dios.
En cambio, respecto de la pretendida eternidad del mundo piensa que
los argumentos que aducen no la prueban ,) y que el mismo Aristóteles
no la consideraba cosa probada '~. Finalmente expone su propio pensa-
miento y sobre la eternidad de mundo CI'ee que ni la eternidad ni la no-
vedad del mundo se prueba con argumentos demostrativos, y que no
probándose la imposibilidad de la creación temporal es posible admitir
lo que sobre ella enseña la revelación. Añade, además, que las dificulta-
des que se siguen de la tesis que afirma la eternidad del mundo son ma-
yores que las que se pueden seguir de la que afirma su novedad. A con-
tinuación trata ampliamente de la profecía y problemas relacionados
con ella ". Con esa discusión termina el libro segundo y al comienzo del
tercero discute detenidamente el sentido de la visión de Ezequiel 'h. El
resto del libro tercero lo dedica a otros problemas filosófica y teológica-
mente importantes, como el del malo el de la providencia, y a una am-
plia exposición sobre las diversas clases de mandamientos contenidos en
la Ley de Dios ". Todo termina con una conclusión general importante y
mu~' discutida ". Estas son las líneas generales cuyo contenido conven-
drá ver con mayor atención.
Antes de comenzar el capítulo primero de la primera parte declara
que va a tratar ante todo de términos cuyo sentido hay que entender de
acuerdo con el contexto de cada pasaje y eso es lo que va haciendo en los
treinta primeros capítulos "J. Los cinco siguientes 611 los dedica a conside-
raciones generales sobre la facultad humana de percibir cosas inteligi-
bles, sobre los límites que tiene esa facultad y sobre la dificultad de los
estudios metafísicos y la necesidad de hacer aceptar desde el principio
que Dios es incorpóreo y está exento de pasiones. Con esta preparación
comienza a examinar modos de hablar de la Escritura que podrían dar
la impresión de atribuir a Dios pasiones humanas "'. En los once capítu-
los siguientes trata de los atributos divinos, negando la posibilidad de
atributos positivos en Dios y admitiendo sólo los negativos'!. Como con-
71 n, Introducción (235).
" JI, Introducción (239).
" JI, 4 (259)
" I1, 12.
" Il, 11 (276).
". 11, 13-30.
ii n, 31.
" n,32-38.
,. Il, 39-40.
'0 JI,41-48.
Así son, más o menos, las líneas generales de esta Guía de per¡Jlejos,
Ciertamente no se puede decir que se trate de una exposición sistemáti-
ca con un plan exactamente pensado hasta sus últimos detalles, pero
tampoco que sea una exposición caprichosamente desordenada () que
para encontrar en ella una línea coherente de pensamiento haya que re-
currir a una doctrina secreta cuidadosamente disimulada 'JI. Lo que va
exponiendo Maimónides y el fin con que lo hace nos permiten entender
suficientemente el orden de la exposición y no hay razones definit ivas en
contra ni en general ni en particular. Las partes que pueden parecer más
desordenadas, a saber, el comienzo de la primera parte y la mayor parte
de la tercera, se explican suficientemente con sólo tener en cuenta que
Maimónides trataba de responder a dificultades que tenía el primer des-
tinatario y podían tener igualmente otros lectores. En la primera parte
se trata de dificultades que se refieren directamente al modo de hablar
de la Escritura. En la tercera de dificultades sobre el mismo modo de
pensar. En ambos casos piensa Maimónides en lectores que conocen la
Escritura y la tradición judía y están, además, versados en las ciencias
profanas y, de modo especial, en la filosofía grecoarábiga. Por eso no es
tan extraño que trate, a veces, de problemas teóricos en medio de una
discusión lingüística, cuando puede ayudar a entender mejor el proble-
ma, sin sentirse, por otra parte, obligado a exponerlos amplia y sistemá-
ticamente.
La amplia exposición de la doctrina de los mutacálimes al final de la
primera palte y toda la discusión que sigue en la parte segunda están per-
fectamente justificadas. Ya desde el principio había indicado que su discí-
pulo tenía interés especial por saber lo que debía pensar sobre esas doc-
trinas de los mutacálimes y su valor probativo "2. Sin duda, el mismo
Maimónides también lo tenía en discutir a fondo este problema y exponer
con claridad su propio pensamiento indicando en qué coincidía y en qué
no con los mutacálimes o con los peripatéticos. Punto central de la discu-
sión es la novedad del mundo, en cuya afirmación coincide Maimónides
con los mutacálimes contra los peripatéticos, pero considera inválidas las
pruebas que aducen los primeros y cree más conveniente conceder provi-
sionalmente a los segundos, la eternidad del mundo como punto de parti-
da de su argumentación. Ese modo de proceder se ha interpretado de di-
versos modos y algunos han visto en esa concesión una expresión
disimulada del verdadero pensamiento de Maimónides. Según ellos, por
razones políticas afirmaría él la novedad del mundo creado por Dios en el
tiempo y al mismo tiempo indicaría de forma disimulada que estaba de
acuerdo con los peripatéticos y pensaba que el mundo era etern0 93 •
Un argumento muy serio en favor de esa interpretación es el hecho de
basarse Maimónides en esa supuesta eternidad del mundo para probar
la existencia, unicidad e incorporeidad de Dios y no ofrecer ninguna otra
prueba de esas verdades tan fundamentales para é1 94 • Pero esa interpre-
tación olvida el contexto concreto de Maim6nides. El no critica a los mu-
tacálimes porque piensan que admitida la novedad del mundo queda
probada la existencia de Dios. Eso lo piensa también Maimónides. Su
problema está en que, en su opinión, los mutacálimes admiten demasia-
do fácilmente la novedad del mundo y creen poder refutar la misma po-
sibilidad de que sea eterno con argumentos que le parecen insuficientes.
Por eso prefiere tomar el camino más difícil y trata de hacer ver que la
existencia, unicidad e incorporeidad de Dios se pueden probar eficaz-
mente basándose en la eternidad del mundo provisionalmente concedi-
da a los peripatéticos. Así lo hacen los mismos peripatéticos y en ese
punto Maimónides cree que su modo de argumentar es válido en teoría,
ya que para él no es posible demostrar con argumentos eficaces la no
eternidad del mundo. Por otra parte, la posibilidad de encontrar argu-
mentos eficaces para ello no supone peligro alguno para Maimónides, ya
que en ese caso se probaría con mayor facilidad aún lo que a él más le
interesa, que es la existencia de Dios.
La actitud tomada por Maimónides en este caso tiene profundas raí-
ces en su modo de pensar, en las circunstancias históricas en que vive y
últimamene en la misma teoría aristotélica de la argumentación. Mai-
mónides está convencido del valor general de la filosofía peripatética que
él conoce y ve ampliamente reconocida en su mundo intelectual. En e~e
ambiente le paree equivocada la actitud de los mutacálimes que recha-
zan de plano lo que enseña la filosofía y no toman en serio la existencia
del mundo natural y sus leyes. El cree que en nuestros razonamientos
hay que partir de lo que la experiencia del mundo natural nos hace co-
v., Cfr. SIRAT, op. cit., 162. Véase también la nota 49.
... SIRAT (189) y MUNK (1, 350, n. 1) citan las palabras de Shcm lov ben Joseph Fa-
laquera (c. 1225-c. 1295), que ya indicó este problema, y lo consideran como válido.
nocer sobre el ser, y sobre eso considera, en general, acertado lo que en-
seña la filosofía, pero cree que esas doctrinas yesos argumentos solo tie-
nen valor cuando se trata del mundo natural ya constituido "'o En cam-
bio, los problemas que se refieren a la misma constitución de ese
mundo, como el de su novedad o eternidad, son insolubles de esa for-
ma %. Incluso respecto del mundo natural se ve obligado a distinguir en-
tre el mundo sublunar y las esferas celestes. Sólo respecto del primero
acepta como cierto lo que dicen los peripatéticos. En lo que dicen sobre
el segundo ve ya muchas oscuridades e inseguI·idades"'. A /ortiori cuan-
do se trata de problemas tan radicales como el de la novedad o eternidad
del mundo en su totalidad.
Podríamos decir que el modo de proceder de Maimónides en este ca-
so es afirmar, por una parte, el valor de los métodos peripatéticos y lla-
mar la atención, por otra, sobre sus límites. Así deja abierta la puerta pa-
ra admitir la novedad del mundo por otras razones, si de hecho se dan.
Una primera razón es para él la enseñanza religiosa basada en la I·evela-
ción por medio de los profetas. Otra es la comparación entre las dificul-
tades que se siguen en un caso y las que en el otro. Esa comparación ha-
ce ver que son mucho mayores las que se siguen de la eternidad del
mundo y, por tanto, mueve a aceptar la doctrina que afirma la novedad
del mundo creado en el tiempo~8. El no considerar esto último como ar-
gumento demostrativo se debe a la severidad con que limita la demos-
tración siguiendo a Aristóteles ~9.
En cuanto a la primera razón el pensamiento de Maimónides es ma-
tizado y se ha visto criticado por algunos. En una ocasión ha dicho ex-
presamente que sería posible interpretar alegóricamente los pasajes de
IIN' n, 25 (327-328).
11, 25 (328). OtI-a poderosa razón para Maimónides es que en un mundo en el
lO'
que todo ocurre por necesidad no quedada lugar para el tI-ato religioso con Dios.
1112 Es el mismo problema que se plantea actualmente sobre el modo de pasar del
indeterminismo quántico al determinismo de las leyes de la mecánica.
"" 11, Introducción (239).
explicar cómo lo ha sido 10<. Nos hubiera interesado mucho conocerlo pa-
ra poder juzgar así del valor de esa refutación.
Como es bien sabido, Aristóteles en Al1alytica !losteriora ha propues-
to un concepto de «ciencia» tan severamente limitado que sólo las ma-
temáticas parecerían responder a sus exigencias. Por otra parte, es cier-
to que él mismo se ha servido ampliamente de procedimientos
dialécticos en sus obras y se discute sobre el valor de ese modo de pro-
ceder. Para unos se trata de algo que se ve posteriormente superado. Pa-
ra otros es un elemento importante del pensamiento aristotélico. Tam-
bién respecto de Maimónides se discute sobre su modo de ver las
pruebas dialécticas 10'. Es frecuente pensar que tenía una opinión mu.v
baja de la dialéctica y de los que la practican, pero según Kraemer eso es
un error que olvida la distinción entre la dialéctica perniciosa .v la dia-
léctica constl1lctiva. Ya en Aristóteles la dialéctica es importante para es-
tablecer principios de la conducta humana, para establecer los princi-
pios básicos de la demostración, para refutar los falsos conocimientos y
para formarse una opinión correcta en cosas que no se prueban demos-
trativamente. La dialéctica, según él, parte de opiniones que se conside-
ran como respetables (clUloxa), tiene que tener razones para lo que pro-
pone o rechaza, puede ayudar a resolver contradicciones o dificultades y
puede hacer ver que una opinión es más razonable y debe ser admitida
o que es posible combinal'la parte de verdad ele cada opinión y recllazar
lo que cada una tiene de equivocado. Hay quienes sólo conceden valor
utilitario y no cognoscitivo a los argumentos dialécticos de Maimónides
en la Guía, pero parece más razonable ver en ellos ambas cosas: utilidad
y verdad. En concreto, respecto del problema del origen temporal del
mundo se ha servido de ellos para refutar los argumentos de los peripa-
téticos en favor de la eternidad del mundo y para hacer ver que es más
razonable la teoría de la creación temporal y debe, por tanto, ser admi-
tida l\1ó. Desde un doble punto de vista le resulta a él bien difícil de admi-
tir la teoría de la eternidad del mundo, con el consiguiente carácter ne-
cesario de cuanto sucede. En primer lugar, le parece inconciliable con
fenómenos astronómicos conocidos, y, en segundo lugar, le parece,
igualmente, inconciliable con lo que la conciencia religiosa presupone
en su trato con Dios 1(,;. Ambos puntos merecen un examen Illéís deteni-
do, pero aquí tenemos que contentarnos con esta breve indicación. Lo
mismo hay que decir de otros dos problemas relacionados con ello, a sa-
ber, el que se refiere al modo de concebir la profecía y el que se refiere a
la providencia de Dios. En particular, sobre el segundo hay quienes ven
en Maimónides dos modos de pensar contradictorios 108, mientras que
otros no piensan así y llegan, incluso, a decir expresamente que es uno
de los casos en que la dialéctica lleva a confirmar la parte de verdad que
contiene cada una de las opiniones y a rechazar lo que cada una tiene de
equivocado 109.
Nos hemos visto obligados a prescindir de otros muchos puntos cuya
exposición y discusión nos habría ayudado a verlo con mayor claridad
aún, pero lo que hemos visto es suficiente para comprender de algún
modo quién era Maimónides, con qué problemas tuvo que enfrentarse y
qué actitud tomó frente ellos. Las huellas de su tiempo aparecen de mil
modos en su pensamiento, pero como verdadero pensador tiene muchos
aspectos que superan esos límites y siguen interesando a quien los exa-
mina con sinceridad.
RESUMEN: Este trabajo intenta delimitar las líneas maestras del debate actual
acerca de la legitimidad y los límites del conocimiento histórico. En esta
discusión, que implica tanto a historiadores como a filósofos, el problema es
si es posible a la vez admitir la condición narrativa del discurso histórico y su
valor como conocimiento científico, preservando así su diferencia respecto al
relato de ficción.
1. INTRODUCCIÓN
Se poddan multiplicar las referencias. Un buen resumen del re(01"l10 entl'e los
historiadores puede encontl'arse en BlIRKE, P.: «Historia de los acontecimientos y re-
nacimiento de la naITaci{¡n», en BURKE, P. (ed.): Forll/as de H(/cer Histori(/, Madrid,
Alianza Universidad, 1993, pp. 287-306; ,-especto a los filósofos, ch'. ANKERSMIT, F. R.:
«The Dilemma of ContempOl'ary Anglo-Saxon Philosophy nf History: History ami
Theory», Bei!ze/i 25 (J 986), pp. 1-27. En general, cfr. WlIln:, H.: « La Cuesti{lI1 de la Na-
rrativa en la Teoría Historiográfica Aclua!», en WIIlTE, H.: El COl/tel/ido de la FrJr/l/a,
Ba,'celona, Paid{¡s, 1992, pp. 41-74.
, SPIEC;El., G. M.: «HistOl)', Histo¡-jcism ami The Social Logic of the Text in the
Middle Ages», Specu/¡II/I. A ]ourI1al ofMedieva! Studies, 65 (1990), pp. 59-108, Y HEX
TER, J. H.: «La implosión de la deconstrucción: un ,-équiem», en ANIJREs-GAI.I.E(;O, J.:
Ne\\' History, NOlll'elle Histoire, Hacia /lila N/leva Historia, Madrid, Ed. Actas, 1993,
pp. 103-118.
'" Sohre este t¡';Ínsito, cfr. VAZQIJEZ GARUA, F.: "La Transl"ol'nlaci(¡n ConlL'mpOl'ú-
!lea de la Hermenéutica y el Estatuto Epistemológico de la Histo¡'ü¡», Fmgllu!1//os di'
Filoso/III. 2 (1992 l, pp. 165-184.
1" Sobre mkrohistoria, cfr. REVEL, J.: «L'histoire au ras du sol», en LEV/, G.: Le
POllvoir (111 Village. Histoire d'lI11 Exorciste dans le Piél/umt (/ll XV/le Siécle, Paris, Ga-
IJimard, 1989, pp. U-XII, Y LEVI, G.: «Sobre Mkrohistoria», en BIIRKE, P. (ed.): Fonnas
de Hacer Historia, Madrid, Alianza Univet'sidad, 1993, pp. 119-143.
l' BERMEJO BARRERA, J.: «La Ilusión Realista», en BERMEJO BARRERA, J.: EI/tre His-
toria y Filosofía, ·op. cit., pp. 198-203
lo BARZlIN, J.: C[¡o al1d the Doctor.\·; Psyclzo-Histury, QlIa/lto-History (lml /lis/o!)',
Chicago, Chicago U.P. 1974; HIMMELFARII, G.: The NelV Histury alld the Old. Cri/ical Es-
sa)'s (ll1d Reappraisals, Cambridge, Mass., Harvard Univcrsity Press, 1987, y HIMMEL-
FARB, G.: «TeJling it as youlike it», Til/les Litera!)' SlIpplel/lel/t, 16 (1992), p. 12.
Cfr. 13M IIELARIl, G.: «La Noción de Perfil Epistelllok,!!-ico», ('11 I,i/ FiI()so/li/ del
No, Buellos Airl's, Amorrotu, 1978, pp. 36-44.
" STO:-.lI':, L: «The Revival of Narrative: Rel1ections on a Nl'W Qld HistOI)'}), Pi/SI
(l/Ili Preselll, 85 (1079), pp. 3-24.
'" STONE, L.: «HistOl'Y and Post-Modemism», Past (/11d Prese11t, 131 (1991),
pp. 217-218. En las poste;'iOl-es intervenciones del debate abiel10 por este artÍCulo,
Stone se mostraría menos categórico y dialogante con sus críticos; dI'. STONE, L.:
«History and Post-Modemism nI», Past al/d Presel1t, 135 (1992), pp. 189-194. Últi-
mamente ha vuelto a cargar las tintas contra los historiadores «postmodemos», a los
que denomina «relativistas factuales»; ch,. STONE, L.: «The Future (JI' History», en BA·
RROS, C. (ed.): Historia a Debate. TOlllo l. Pasado y FlItllro, Santiago de Compostela,
Ed. Historia a Debate, 1995, pp. 177-190.
Estas tendencias, a las que habría que añadir las repercusiones del
neopragmatismo de Richard Rorty, han favorecido, especialmente en
Francia y Estados Unidos, la difusión entre filósofos e histOI'iadores de
un narrativismo de signo escéptico, situado en el extremo opuesto del
narrativismo realista ejemplificado por Himmelfarb o Stone.
Desde estas posiciones escépticas se cuestiona el dualismo ontológi-
co que separa nítidamente a la realidad del discurso. Esta puesta en du-
da puede tener la forma de una deconstrucción, trastocando la jerarquh
fundada en la división dicotómica de la realidad y el discurso, mostran-
do las aporías generadas por esta oposición binaria. Es la opción de De-
rrida y de los críticos literarios e historiadores norteame¡'icanos situados
en su estela. Puede articularse también como una crítica a la noción de
representación, al conocimiento como representación del mundo y a la
filosofía como teoría del conocimiento. Es la opción de Rorty que enfa-
tiza, en filiación con Heidegger, Wittgenstein y el pragmatismo ameri-
cano, la condición del lenguaje como práctica social multiforme, orga-
nizado en múltiples juegos lingüísticos irreductibles a un referenk
común y emplazados en contextos históricos mudables y contingentes 21.
La crítica al dualismo realidad/discurso puede apoyarse también en la
constatación pansemiótica, afín a la antropología cultural de Cliflord
Geertz, de que toda realidad, incluida la conducta, está organizada co-
mo un sistema de signos 21.
La puesta en solfa del mencionado dualismo lleva como corolario la
afirmación de que no hay realidad externa que trascienda al discurso. La
afirmación de un mundo de referentes denotados por el discurso forma-
ría parte, en clave derridiana, de la tradición logocéntrica de la metafísi-
ca de la presencia, y arrastra las mismas indeterminaciones que ésta ".
La invocación de un pasado objetivamente real, operación común efec·
tuada por los historiadores cuando, por ejemplo, distinguen a la realidad
social del discurso sobre ella, es una c1aúsuIa retórica que permite re·
forzar la capacidad persuasiva del propio discurso. Éste aparece en ton··
ces negado como discurso, como escritura y parece fundirse con la car··
ne del pasado que relata.
" Cfr. HOBSON, M.: «Histor-y Traces», en Post-Strtlctl/mlislll ami the QIIt!stion o{
lJistory, Cambddge, Cambridge University Press, 1989, pp. 101-115.
" GREIMAS, A. J., Y COllRTÉS, J.: Il1trodl/ctioll (/ l'wwlyse dI/ Discol/rs ell Sciellces
Sociales, Paris, Hachette, 1979; GREIMAS, A. J.: Dll Sells 11. Essais séllliotiqlltis, Pads,
Sellil, 1983; WHITE, H.: Metahistory: The lJis!oricallll/(/gil1aticm il1 Nineteenth Celltl/I)'
Ellrope, BaltimOl'e, The John Hopkins University Press, 1973 (trad. cast., México,
FCE, 1992); WIllTE, H.: The COl1tent orthe Fonll: Narrative Discollrse clIld lJistorica[ Re-
presentatioll, Baltimore, The John Hopkins University Press, 1986 (trad. cast., Barce-
lona, Paidós, 1993); ROSEN, J.: «Historical Narration: fOllndation, typcs, reason», lJis-
to')' a/1(/ Theo')', Beihefi, 26 (1987), pp. 87-97; RilsEN, J.: «Rethoric and Aesthetics 01'
Histor-y», lJistory clIld Theol)', 29 (1990) (2), pp. 190-205, Y RANclERE, J.: Les NOIIIS de
I'lJistoire. Esslli de PoétiC¡lle dll Savoir, Pal"Ís, SClIil, 1992.
2; Bal1hes, antes incluso que Grcinlas, inicia el anúlisis sen,iútico del discurso
histórico, pcro su opción «escéptica» no cs simplcmcnte mctodolú¡:ica sino chll'a-
l1lcnte sustantiva: el hccho histódco no es mús quc un efecto del I'elato (Ch'. BART
IIES, R.: "Thc DiscoUl'se 01' HistoI}'», COlllparative CriticislIl, 3 (1 ':I~ 1), pp. 3-20, p. 1~.
Hcmos utilizado esta versión en inglés del odginal h-ancés, publicado por primcra vez
en 1967). Por otra parte, no han faltado intérpretes que se han apoyado cn los traba-
jos de Hayden White para derivar de ellos un escepticismo sustantivo que parece ex-
cedel' a las prl'1ensiones de este autor. Un ejemplo: A1'<KERSMIT, F. R.: «Historio¡:raphy
ami Postmodernism», History (lIId Theory, 28 (1989) (2), pp, 137-153.
,,, PATTERSON, L.: «On the Margin: Postmodernism, Ironic HistOl)' ami Medil'val
Studies», SpeclIllI//I, 65 (1990) (1), pp. 87-109; LACAPR\, D.: «Intelectual History and
Its Ways», Alllericall Historica[ RevielV, 97 (1992), 2, pp. 425-43':1; JOYCF, p,: « HistOl)'
and Post-Modernism (1)>>, Past (l11d Present, 133 (1991), p, ':l.
27 El texto de SCIIAMA, s,: Dead Certaillties (UllImlnlllted SI'<,cllltltio/ls) , New
York, A. Knopf. 1991 (trad. cast., Barcelona, Anagl'ama, 1994), ha sido prl'sentado a
veces -v. gl'., por Lawrence Stone- como el múximo ejemplo de la disolución pllst-
model'na de la diferencia entre relato histórico y ¡-elato de ficcit'lI1. No obstante, esta
interpretación habría que matizarla si se atiende a las cautelas de Schama J1<\I'a enfa-
tizar el car{¡dl'r de investigación que atribuye a su libro. Al I'CSpcCto, ch'. STROl:T, c.:
«Bordcr Crossings: HistOl)', fiction and Dcad Cel-tainties», Histor\' a/ltl Tlreoll', 31
(19':12),2, pp. 153-162.
" CHARTlER, R.: El MUl1do COIlIO Represe111aciól1. Historia Cultllral: entre PrlÍctica
y Representacióll, Barcelona, Gedisa, 1992, pp. 42-43 Y 79. Ch'., también, CIIARTIER, R.:
"NalTadón y Verdad», El País, Temas de Nuestm Epoca, núm. 289, (1993), pp. 3-4 Y
CIIARTlER, R.: uL'Histoire Aujourd'hui: doules, défis, propositions», en BARROS, C. (ed.):
Historia a Debate. TO/llo l. Pasado y Fllfllro, Santiago de Compostela, Ed. Historia a
Debate, 1995, pp. 119-130.
,. LE PETIT, B.: op. cit., pp. 11-13.
'" RICOElJR, P.: op. cit., pp. 295-298.
" TOI'OLSKY, J.: «El Relato Histól'Íco y las Condiciones de su ValidL'z», en AL-Az·
MEII, A., Y ARKOlJN, M. et a/.: Historia y Diversidad de las Cultu/"(/s, Barcelona, Ed. dl'i
Serba!' UNESCO, 1984, pp. 157-161, Y TOPOI.SKY, J.: «Towards an intq.!.rated model 01"
historical L'xplanation», History (l11d TheoY)', 30 (1991),3, pp. 324-338. En una línea
pr(¡xima SL' sitúa la distinción de Todorov entre «verdad de adL'cuaci{lIl» y «verd~ld dL'
revelacic'lll» (dI". TOllOROV, T.: «Ficción y Realidad», en TOlllllWV, T.: L(/s Momlcs de la
Historia, Barcelona, Paidós, 1993, pp. 119-144).
" Sobre la construcción de la realidad a partir de principios n~IITalivos, dI'.
BRlJ~FR, J.: «The NalTatiVL' Constmction 01' Reality», Criticalfl/(/uir\', 18 (1991) (1),
pp. 1-21.
CIIARTIF.R, R.: El MIIIU/O ... , op. cit., p. 73.
q Sobre las diferencias entI"C he¡'menéutica y deconstrucci<'ln, cfr. PI'.~AI.VI'.I(, M.:
«Gad,lI1wr v Derrida: de la recolección a la diseminaci<'ln de la \'L'rlLtd», F:.r. RI'I'istll de
Filoso/III, 3 (\ 985), pp. 7-20.
" CIIARTIFR, R.: «foucault el les Historiens», poncnci<l preselllada l'n el C"l!"(il/(,
«Ecrir<" Di/li/sa, Tmdl/fre. FOl/cal/lt Di:.: Al/S Apres», 16-17 OCT. 19lJ4, UninTsik De-
nis-Diderot, Paris VII.
ducirse a pura textualidad? ¿No será más bien, como señala Gabrielle
Spiegel 36 , que un mismo documento puede ser leído de modo constata-
tivo -como si nos informara sobre hechos no discursivos- y de modo
performativo -analizándolo como una práctica discursiva que se atiene
a ciertas reglas?
A la equiparación de relato histórico y fábula, a la negación escéptica
de toda realidad extra textual del pasado se opone la propia resistencia de
éste. Esta alteridad, esta resistencia de lo acontecido respecto a las cons-
tmcciones narrativas del historiador se revela, no en una supuesta ri-
queza inagotable de la realidad, como pensaba el realismo, sino en los lí-
mites a los que ha de someterse la espontaneidad creadora, la
imaginación del historiador.
Estos límites tienen que ver con el carácter recibido y no inventado
de los documentos 37. El historiador no puede producir a voluntad los do-
cumentos que necesita; de lo contrario nos encontramos con la falsifica-
ción, cuyas estrategias han sido últimamente objeto de atento interés,
justamente porque, a contrario, revelan la condición epistemológica de
los relatos históricos 38.
En segundo lugar, la fabricación del objeto implicada en la elabora-
ción de naITativas históricas no es arbitraria ni depende de la libre ima-
ginación del investigador. Este debe acreditar lo que dice ateniéndose a
las normas del oficio, reglas que afectan a todo un conjunto de opera-
ciones cognoscitivas: construcción y tratamiento de los datos, produc-
ción de hipótesis, crítica y validación de los resultados, adecuación de la
interpretación propuesta y el objeto construido. Estas restricciones con-
forman un régimen de verdad, y no se encuentran en el campo de la fic-
ción literaria 3".
Hay una cierta epistemología convencionalista en las propuestas del
narrativismo crítico; la verdad histórica no es la correspondencia del re-
lato con la realidad; es una constmcción sometida a convenciones que se
1i. SPIEGEL, G. M.: «History and Post-Modernism IV», Past and Present, 135
(1993), p. 201. Sobre la relación entre relato histórico y relato de ficción, es esclare-
cedor el trabajo de la misma SPIEGEL, G. M.: «History and Fiction: A Note» (ejemplar
mecanografiado, inédito de una Conferencia pronunciada en la Universidad de La La-
guna, en 1995, 13 pp. COI"tesía del profesor Miguel Angel Cabrera).
" C1IARTlER, R.: Narración y Verdad, op'-cit., p. 4 Y BERMEJO, J.: Entre Historia .. , op.
cit., pp. 208-209.
IX Cfr. GRAFTON, A.: Forgers alld Critics. Creativity al1d Duplicity il1 Westem Scho-
larslzip, Princeton, Princeton University Press, 1990, y CARO BAROJA, J.: Las FalsifIca-
ciones de la Historia (en relaciól1 COI1 E.~·i}(//ia), Barcelona, Scix Bari""I, 1992.
W Cfr. C1IARTlER, R.: El MUlldo .. , op. cit., p. 78 YNarración y Verdad, op. cit., pp. 3-
4, Y TOPOLSKY, J.: «El Relato Histórico ... », op. cit., pp. 148 Y 154.
" DlIUY, G.: Diálogos sobre la Historia. COllversacio/les CUIl Gu)' Lllrdreau, Madrid,
Alianza Universidad, \988, pp. 52 Y 163; SPIEGEL, G. M.: History ellld Po.\llI/odemi.ml,
op. cil., p. \96; FOllCAlIl.T, M.: «A propos des faiseurs d'histoires. Propos recueillis pal'
Didier El"ibon», Libératiull, 2\ Janviel' (1983), p. 22, Y DE CERTEAlI, M.: L'Ecritl/re de
L'Histoire, Pal"is, Gallimard, 1975, pp. 100-101.
" FOllCAULT, M.: «El Concepto de Paresia», en FOllCAlIl.T, M.: Herll/enéutica del Su-
jeto, Madl"id, Ed. La Piqueta, \994, pp. 97-103.
" Cfr. Fran<;ois HARTO(;: «L'Art du Récit Historique», OJ!. cit., pp. 188-\89.
V. CONCLUSIÓN
Cfr. CASSIRER, T.: Al/S l/Ieil1elll Leben mit E. Cassirer, New York, 1950; GRAW·
RONSKY, D.: «E. Cassirer: his Jife and worb, en SCIIILPP, P. A. (ed.): T/¡e P/¡ilosop/¡y uf
Emst Cassirer, The Library oE Living Philosophers, Evanstone, 1959, pp. 1-37; VERE·
NE, D. P.: «Introduction», en CASSIRER, E.: Myth, Symbol a/1(1 Culture, Yale University
Press, New Haven, 1979, pp. 1-45.
3. El exilio (1933-1945)
J C¡\SSIRER, E.: «The subject matter (JI' the Humanitics», l'n Tllt: L(I,~ic o!HllIl/lllli-
ties, Yak Univcrsity Press, New Haven, 1974, pp. 41-85.
; «Languagc and A¡·t JI», en SY/1/bo[, Mytlz lIl1d Culture, pp. 194-195.
Cfr VERENE, D. P.: "Vico's intluence on Cassirer», Ne\v Vico Stlldies, vo!. 3
(1985), pp. 105-111, Y "Cassirer's concept of symbolic fOl"m and human creativity»,
ldea!istic Stlldies, vo!. 8 (1978), pp. 14-32.
7 Con la diferencia clara de que para Jung los arquetipos son funciones del in-
consciente, mientras que para Cassirer los símbolos son funciones de la conciencia.
, Como es sabido, la Antropología Filosófica es la versión sintética y divulgativa
de su Filosofía de las Fomws Simbólicas. Cuando Cassirer ya se había establecido en
los Estados Unidos en los años cuarenta, sus colegas americanos le pidieron que re-
alizara una traducción al inglés de la Filosofía de las For1llas Si1llbólicas. Cassirer ma-
nifestó que le parecía impmcedente traducir una obra escdta veinticinco años antes,
pues en ese tiempo había podido !'epensar muchas veces los problemas que allí se
cas», del «sistema funcional de las creaciones del espíritu», etc. Por tan-
to, la cultura no es considerada una realidad súbstancial, ni un sistema
mecánico compuesto por piezas que gozan de una cierta autonomía, si-
no que se asemeja más a la noción de campo magnético, que se consti-
tuye en cuanto tal por un conjunto de relaciones 2/>.
El mundo de la cultura es pues el sistema de las fOlmas de expresión
del espíritu, de las formas de comprensión del mundo, o de las formas
simbólicas, que son para Cassirer expresiones sinónimas. «Cultura sig-
nifica un todo de actividades verbales y morales, de actividades que no
están concebidas de manera abstracta, sino que tienen una tendencia
constante y la energía para su realización. Es esta realización, esta cons-
tmcción y reconstrucción del mundo empírico lo que está incluido en el
concepto mismo de cultura, lo que constituye uno de sus rasgos esen-
ciales y más característicos» 27.
La cultura es la progresiva objetivación de nuestra experiencia hu-
mana: la objetivación de nuestros sentimientos, emociones, intuiciones,
impresiones, pensamientos e ideas 2". La finalidad principal de la crea-
ción de formas culturales es la construcción de un mundo de pensa-
miento y sentimientos, un mundo de humanidad que pretende ser un
mundo común, en lugar del sueño individual de cada uno.
En la construcción de este mundo, el despliegue de las diversas for-
mas culturales no sigue un esquema preconcebido, sino el lento de-
sarrollo que nos muestra la historia. Por eso, una filosofía de la cultura
sólo puede hacerse a posteriori, intentando comprender la acción del
hombre, y no buscando predecirla 2".
Cassirer sostiene que el hombre vive en un universo cultural, y no me-
ramente físico, porque este mundo cultural que el hombre crea para sí
es el único ámbito en el que puede desarrollar su existencia. El mundo
en el que el hombre habita es un universo simbólico, entretejido por el
lenguaje, el mito, el arte, la ciencia y la religión, que son los hilos de la
trama cultural que se va reforzando continuamente a medida que se pro-
duce cualquier progreso en el conocimiento.
El tipo de relaciones que se establecen entre el mundo físico y el mun-
do simbólico es, en definitiva, la cuestión- no I"esuelta de las relaciones en-
tre «naturaleza» y «cultura», entendiendo aquí por naturaleza aquello que
el hombl"e no ha hecho y le es dado, y por cultura el fruto de su actividad.
,,,
Cfr. Tlze Logic o{Hwl/{lI1ities, p. 7.
27«Critical idealism as Philosophy 01' Culture», en SYlllbol, Mytlz ami CI/ltl/re, p. 65.
" Cfr. «Language and Art, JI» en SYlllbol, Mytlz al1d CI/ltl/re, pp. 166-195.
,. Cfr. «Critical idealisl11 as Philosophy 01' Culture», en SYlllb()l, Mytlz (///(I CI/ltl/-
re, pp. 64-91.
" Nos referimos a los objetos, y no a la ciencia, porque la ciencia física es tam-
bién una ¡'calidad cultural, no un objeto físico,
" Cfr. Antropología Filosófica, p. 272.
V. CASSIRER y LA EDUCACIÓN
" «The educational value 01' Art», en S)'Il1bo/, Myth alld Culture, pp. 1Y6,215.
1" Syl/¡/}()/, Mytlz (/lUZ Culture, p. 215. El subrayado es l1ucstm.
'" Al/tropO/O,~í(/ Filosófica, p. 334.
AlltropO/O,~íll Filosófica, p. 330.
Cfr. C110ZA, J.: Mal1ual de Al/tropología Filosófica, Rialp, Madrid, 1989, pp. 422-
426.
" Ch'. GADAMER, H. G.: Verdad y Método, Sígueme, Salamanca, 1984, pp. 38-61.
"" Estas categorías y definiciones se fijamn a partir de las ohras de SOROKIN, P. A.:
Sociedad, cultura y persol1alidad, de 1947, y de HERSKOVITS, M.: El hOll/bre y sus obras,
de 1948. Los términos «primera» y «segunda individualidad» provienen de la obn\ de
SCLOTTMANN, Y.: Prill/üre l/Iul Se/wlldiire II/dividlllllitiit, de 1968
,., Cfr. PEÑA VIAL, J.: IlIwgillacióll, sílllbolo)' realidad, Publicaciones de la Unive¡'-
sidad Católica de Chile. 1987.
" Cfr. KUHN, H.: «Cassirer's philosophy of cultUt'e», T/¡e Plzilosof!lzy oj'Emsl Cassirer,
SClIlI.PP, P. (ed.): The Library 01' living philosophers, Evanston, Illinois, 1949, pp. 547-574.
" Cfr. BII>NEY, D.: «On the Philosophical Anthropology 01' Ernst Cassi¡'er», Tlze
P/¡ilosuf!/¡r uj' Emsl C{/SSircr, pp. 467-544.
PRELIMINARES
Desde las valoraciones hegelianas expresadas en las Vorlesl/ngel1 liber die Ge-
se/lie/lte der Plzilosophie hasta nuestros días, dicho problema ha sido retomado una y
otra vez. Sobre todo suelen tomarse en cuenta cuatro elementos: la ya mencionada
falta del término filosofía o uno totalmente equivalente en los.textos (¿es que las co-
sas existen al ser nombradas?, podríamos preguntarnos); la indisoluble relación con
la religión; el lenguaje muchas veces traslaticio, en textos frecuentemente poéticos; el
sentido del filosofar y el carácter de las escuelas. Sobre esto: W. HALBFASS, Il1dia clIld
El/rope, New York, 1988. SARVEPALLl RADHAKRISHNAN, Eastern Religivl1s clIld Western
TI/Ol/glzt, London, 1958. P. DElJSSEN, Allgellleil1e Geschiclzte der Philosophie lIlit beso 1/-
derer Berlicksic!ltigllllg der Religiol1en, Leipzig, 1906, vol. 1.
, Cfr. SURENDRANATH DASGlJPTA, A History of Il1dicl/1 Philusophy, 5 vols., London,
1922-55. S. RAnHAKRISHNAN, Il1dial1 Plzilosophy, 2 vols., London, 1923. H. VON GLASENAPP,
La tllosotla de los hindúes, Barcelona, 1977. A. SCHWEITZER, Die Weltcl/1sc!wlIlll1g der 111-
disclzen Del1ker: Mystik 1ll1d Ethik, Mi.inchen, 1987. B. BODHABIKSlIlJ (Chaterjii), La tUo-
sotla esotérica de la Il1dia, Barcelona, 1899. SATCHIYANANDA MURTY, Revelatiol1 al1d Reasol1
il1 Advaita-Vedanta, London, 1975. JITENDRA NATII MOIlANTY, Reasol1 cl11d Traditiol1 ;11 111-
diCllI TIIOl/ght: al1 Essay 011 the Natl/re ofIl1dial1 Plzilosoplzical TIzil1kh1g, Oxford, 1992.
Cfr. A. K. RAY CUAl1DlIl1Rl, The Doctrine of Maya, Calcutta, 1950. T. GOlJDRIMN,
Maya Divine al1d HllllWI1, Delhi, 1978. P. H. DEVANADAN, The COl1cept of Maya: Cl/1 Essay
il1 Historical Sl/nJey uf' the Hil1dl/ Theory of the World, \Vith special Referel1ce to the Ve-
dal1ta, Calcutta, 1950. C. SARTWELL, «Art and War: Paradox 01' the Bhagavad-Gita»,
Asicl11 Philosoplzy, vol. 3, núm. 2,1993. L. RENSOLl, «La identidad macrocosmos-micro-
cosmos en el mito de Rama», prefacio a: Valmiki: RClllwyclIla, vol. 1, La Habana, 1990.
• Cfr. Mal1ava, Dlumlla, Shastra (Código de Malllí), Santiago de Chile, 1938, par-
tcs 11 y XII.
, BG, I. 10-11. En lo adelantc las rcfc¡'cncias a la obra se harán dentro del tcxto
en la forma indicada: canto y vcrsículos, salvo que rcsulte imprescindiblc una nota.
IU Cfr. Ma I1l1 va, Dhamlll, SlllIstra, 111, IV.
II Cfr. ¡bid., JI, XII.
12 Accrca del modo como intluye el slllllllkya en la BG, S. Radhakrishnan opina
que se produce en los planos cosmológico y psicológico, no en el metafísico. Cfr. 111-
dÍlI/1 Philosophy, ed. cit., vol. 1, p. 507, 528. K. MYLIUS, Geschiclzte der Literatllr ÍlII a/-
tel1 1I1diel1, Lcipzig, 1983, p. 99-129.
" Empleamos aquí el término reHaci11liel1to y no los mús conocidos -en Occi-
dente- de transmigración, reencarnación o metempsicosis de acuerdo con el crite-
rio de Sri Aurobindo (Rellllci11liel1to )' kar11l11, Barcelona, 1989).
" Cfr. BG, 11, 15. Hay una significativa diferencia de matices entl-e las dos tI-a-
ducciones emplc"das, por lo cual las citamos aquí: BG; « Porque el hombre sabio, a
quien no turban tales impresiones, oh, príncipe de los hombl-cs, y permanece inmu-
table lo mismo en el~olor que en el placer, estú condicionado para la inmortalidad.»
BC-/; «f)er Mensch, del' sich nicht mehr bekümmel1 nach Schmerzen, O Liiwenherz
unter den M~innern. del' Starke und Weise, der ausgeglichen Sinne ist in Freude und
Leid. el' bereitet sich für die Unsterblichkeit.» En la segunda \'ersiún se subraya no só-
lo el saber del liblTado sino su fuerza, con lo cllal no sólo est:l preparado para suce-
sivos renacimientos en formas superiores sino también pal-,l enfl'cntal'!a vida mucho
mcjor que el resto de los hombres.
Con todo esto, aún no se ha hecho sino vislumbrar la senda que con-
duce al moksha, cada uno de cuyos peldaños constituye un nivel del
moksha. Para proseguir se necesita abarcar toda la cadena causal que in-
terviene en el devenir de lo existente, por la cual vida y muerte se alter-
nan. Este canto, sobre el Sal1khya-yoga, no alude al sistema filosófico de
Kapila, como ya se observó arriba. Según Aurobindo Ghose, no alude a
ninguna de las tres formas básicas del darsana conocido como Sal1khya,
sino a la liberación por medio del conocimiento, por cuanto conduce a
una acción no sujeta a maya, en la cual se funden saber racional e intui-
tivo, de modo tal que posee un tinte «fuertemente vedántico» y su con-
cepción del único purusha no puede parangonarse con la ateísta o no-te-
ísta del Sankhya de Kapila, Sankara y sus seguidores, con su esquema de
«muchos purushas y una sola prakrti» I~.
En todo caso, la polémica sobre el monismo desatada por Sankara, al
menos como resonancia, no parece ajena a este texto, donde la realidad,
aun relativa, de los individuos se pone en tela de juicio 16 para vincularse
finalmente también a maya. Pero lléguese a cualquier conclusión, no de-
be olvidarse que no se trata de una filosofía ensayística, sino que tras sus
enseñanzas yace insustituíble la labor de escuela, de maestro a discípu-
lo como muestra la forma dialogal. Es un conjunto de verdades destina-
das a transformar la vida de forma iluminadora.
El conocimiento contenido en el canto 11 constituye ya un paso deci-
sivo hacia el moksha, porque mediante la distinción entre purusha y
prakrti se aclara la índole de los cuerpos y fenómenos, de una parte im-
portante del mundo de maya y pueden adoptarse una perspectiva vital y
un proceder tales que conduzcan a la ruptura de las cadenas kármikas.
Las definiciones en el BG se presentan por lo general en forma de largas
enumeraciones que muestran más que definir en el sentido conven-
cional.
Si el temor a la muerte es una forma de ceguera espiritual, también
lo es temer al renacimiento en una forma inferior o desconocerlo. Pero
llegar a comprenderlo exige reexaminar bajo una nueva luz todo el pro-
ceso de la vida humana. De ahí que Krishna comience sus enseñanzas
por los deberes de casta. Vuelve así contra Arjuna sus propios argumen-
" Cfr. AlJROBlNIlO GIIOSE, Essays iiberdie Cita, Gladenbach (Haasen), 1997, p. 13.
" Cfr. S. RAIlIIAKRISIINAN, h¡dial1 Philusophy, ed. cit., vol. 1, p. 582 Y ss, 549.
M. ELlAIlE, Historia de las creel/(:ias e ideas religiosas, Madrid, 1978, t. I. p. 203-230.
17 Cfr. H. VON GLASENAPP, La/llosa/la de los !zindlÍes, eu. cit., p. 410-420. J. H. HUT-
TON, Caste in India, Lonuon, 1963. M. KLASS, Caste: Ihe E1llergelll (JI' Ihe SOl/lh Asiall
Social Sysle1ll, Philauelphia, 1980.
lK Cfr. H. VON GLASENAPP, Unsterblichkeit IInd Erlósl/Ilg ill den IlIdischell Religio-
Ilel1, Halle, 1938. S. RAllllAKRISllNAN, The Brahma-Sutra: Ihe Phi/osophy 01' Spirill/al Li-
(e, New York, 1960.
,., Cfr. A. GllOSE, Essays liber die Cita, ed. cil., p. 13.
21' Cfr. A. Ghose, Ibíd., «Mensch und Lebenskampb>.
XI, 37-38). Pero Izvara emana de sí a todos los seres y a la vez permane-
ce en la pura trascendencia (BG, VI, 12-13; IX; X, 20, 41-42; XIII, 12-14)
de modo tal que el yoga implica despertar primero, hacer primar des-
pués, y por último, dejar exclusivamente como impulsor del alma al ele-
mento divino que en ella se oculta.
Como el cosmos, el hombre está formado por la unidad de purusha y
prakrti, pero en ésto no se diferencia de los restantes seres. La doctrina
del renacimiento explica las transiciones entre uno y otros. Pero lo es-
pecífico en el ser humano es que la presencia del eterno punlsha alcan-
za un grado tal que le permite identificarlo en sí mismo mediante la bús-
queda consciente.
La divinidad está en todos los seres aunque la capacidad de percibir-
lo no esté desarrollada sino en algunos (en el canto XI Krishna destaca
la oportunidad excepcional de contemplarlo concedida a A~iuna, envi-
diada por los mismos dioses). Entonces, la identidad entre macrocosmos
y microcosmos posee dos niveles. Uno existe al nivel de maya, según se
ha examinado. Otro se refiere a la presencia de la divinidad en el hom-
bre. Podría pensarse que ésta, esencia de todos los seres, se manifiesta
en el hombre con mayor esplendor y fuerza. ¿Cómo explicar entonces los
avatares o encarnaciones, especialmente de Vishnú, a menudo zoomór-
ficos? Y por otra parte, dada la existencia del sistema de castas, estable-
cido por el propio Brahma, ¿implica esto que hay diferencias en la pre-
sencia de lo divino en las tres castas regeneradas, sobre todo la
brahmánica, y la inferior?
Aclarar esto exige reconsiderar la doctrina del karma. Los sucesivos
renacimientos por los que pasa un ser pueden tanto apartarlo de la con-
dición humana como elevarlo hasta ella. Y dentro de la misma, hacerlo
recorrer las diversas castas. ¿Qué es entonces aquello que renace? No hay
otra respuesta que la idea de un punto sustancial, lo que en los términos
de la filosofía griega llamaríamos mónada. Un sustrato dotado de me-
moria, despierta o no, que adopta formas diferentes a lo largo del tiem-
po, que sigue un devenir cíclico, entre una existencia y otra, de manera
análoga al cosmos entre kalpa y kalpa. Y aun dicho punto es una forma
exterior del paramatmal1, sin que se nieguen por ello su relativa autono-
mía y sus posibilidades de elección en el futuro devenir. La mística hin-
dUÍsta deslinda al menos doctrinalmente, si no siempre en la práctica, el
plano normativo para la vida y el cumplimiento más externo del dhamIa,
del plano esencial, donde todas las diferencias se borran 24. Es por todo
esto por lo que ArjCma podrá exclamar: «En tu cuerpo, ¡oh, Dios!, con-
templo los dioses y las innumerables variedades de seres.» Krisbna en-
gendra toda cosa por emanación y permanece a la vez ajeno a ellas en su
condición de infinito 2,.
Estas cuestiones, que no apuntan solamente a la filosofía ligada a la
tradición védica, sino a los fundamentos del hinduÍsmo como religión,
deben aclarar mejor por qué la existencia se ubica siempre en el nivel de
!/laya, en la cual se manifiesta siempre de formas diversas ¡slzvara en su
condición de supremo Purusha. Cualquiera de las modalidades en las
que éste se revele al hombre o en el universo corresponde también a nza-
va. Saber esto, vivirlo en el propio ser, dirigir la vida entera hacia esa ver-
dad constituye el camino hacia el nzoksha. Por esta razón será dado a
Arjúna contemplar a Krishna, pues la posibilidad de acceder a la divini-
dad, dada en principio a todo hombre, se convielte en su caso en una
realidad condicionada por la paradoja del dharnza. De este modo tras-
cenderá su yo en la contemplación de Krishna como divinidad puesto
que aún no ha llegado el momento de disolverse en ella.
Un ejemplo ilustrativo de lo expuesto podría ser, al final del Rall/aya-
11a, el retorno de Rama a Vishnú, a la Trinzurti, después de anunciársele
por segunda vez que es el supremo purusha, Brahnza, la sílaba Aunz, co-
mo revela Krishna de sí mism0 2".
Tal integración de infinitas modalidades explica que alcanzar el
nzoksha exige devoción (bhakti-yoga), y dominio o renuncia a la acción
(kanna-.willI1yasa-yoga) entre otras actitudes y prácticas, entre las cuales
se cuentan indicaciones psicofísicas. Todo ello, practicado en la modali-
dad correspondiente a cada hombre según su karnza personal, constitu-
" BG, XI. 15. En la literatul'a referente a Kl'ishna, como la Gitagovinda de Jaya-
deva o el Krishnayana de Surdas se hace continua mención de su ubicuidad y multi-
formidad. Véanse sus amores con Radha y las gopi. Estas últimas se sienten todas
amadas por Krishna como si cada una fuese la única, mientras que sólo Radha, la que
ha dejado familia, hogar y honor por Krishna, siente su ausencia y lo que cree su trai·
ci6n y su olvido hasta que él mismo le revela -y sólo a ella, de modo que las restan-
tes gU]Ji quedan sumergidas en lIIa)'lI- su condición y las infinitas modalidades y po-
sibilidades encerradas en él.
!" En el RWllayallll (Yllddakal1da, Sarga CXVIl, en pal,ticular las z.!okas 13-31)
Brahllw revela por segunda vez a Rama la condición divina de! segundo, una de cu-
yas facetas es la identidad de ambos. En la zlukll, número 15 se declara que Rama es
Krishna, aún no nacido humanamente, y el supremo ¡J//ruslw, al igual que en Uttara-
k{//u/a -para muchos especialistas una adición postcrior al tcxto- sc dicc (Sar!!,l
XLI, z/oka 7) que Rama es e! para111alllwI1, Compárcnsc cstos tcxtos con la BG, X. Ll
mcncionada cnumeración dc las facetas de la esencia l'cal dc Rama licnc fucrtcs pUll'
tos dc contacto con el segundo texto, lo que ha hecho pcnsar cn la posiblc influcncia
dc RllI/W\'{//llI solxc BG, cn cuyo canto XI se retoma la cnllmcl'acic'm.
DIOSES y MOKSHA
17 En Ralllayal1a se revela que las castas acceden a la posibilidad del tapas según
el decursar de las eras, que marcan la degradación del dllllnlla. En el DlVaparaylÍgll
constituye un acto de justicia ¡'eparadora la ejecución del slIdra que intenta alcanzar
una condición superior. pues h,¡sta la llegada del Kali.l'(¡ga -marcada por la muerte
de Krishna-Ios slIdras no tendrún derecho al tapas. No supone transgresión en cam-
bio que el ksl/{/trya Vishvamitra emprenda un rigurosísimo tapas para alcanzar la
condición de brallllllíl1. pues en dicha era su casta tiene ya la posibilidad de hacerlo.
Buda -encarnación de Vishl1lí para el hinduísmo-. nacido en el kaliy(¡ga. predicó la
igualdad de los hombres y la consiguiente abolición de las castas. Para lo mús avan-
zado del hinduísmo contemporúneo esto es totalmente aceptable como característica
de la presente era. El Jainismo y el Cl'Ístianismo estún en el mismo caso desde este
punto de vista.
" Cfr. G. DU~IEzIL, Milra-Varlllw: a/1 Essay 011 tlVlJ !I/(/oeurol}(:alls represelltaliolls
orS(J\'crcignity, Ncw York, 1988. G. DUMÉZIL, L'idé%gic tripartic des IlIdo-EumlNiens,
Brussels, 1958. SUKlIMARI BllATTACIlARJl, The l/1dian Theo,!',ullV, Cambl'idge, 1970.
!" Cfr. M(/}/(/va, DIUlnlla, SIUlslra, XII.
éste, del mismo modo como Vishnú se encarna en Rama para castigar a
Ravana por sus desmanes contra los ascetas, toda vez que sólo un hom-
bre podría matarlo, y para pagar con la separación de Sita la muerte de
la esposa del asceta Brighu, causada inadvertidamente, pero transgre-
sión al fin, aunque imposible de ser castigada en el propio Vishnú. La
grandeza de los dioses y seres espirituales reside en parte en su auto-
conciencia, en saberse formas de maya.
Los seres espirituales poseen un karma que el hombre no conoce en
esencia, sino sólo en relación consigo mismo. En BG, XVII se clasifican
según el tipo humano -caracterizado mediante las gunas- que los ado-
ra: «Aquellos que son de índole sáttwica adoran a los dioses. Aquellos
que tienen carácter rajásico adoran a los yakshas y a los rakshasas, y
aquellos cuya naturaleza es tamásica dan culto a las sombras y a las le-
giones de espíritus elementales» 30.
¿Qué significa para cada uno de estos seres la adoración de un tipo
humano sino una forma de existir en relación con el cosmos, con un ca-
mino y un género de acciones y propiedades, es decir, con un karma, ya
todo kamw corresponde también un dhamza cuya transgresión se paga.
La intromisión en una esfera que no le corresponde constituye uno de
estos casos. En Ramayana, la virtud del rakshasa Vivishana contrasta
con la continua violación del dharma que hace su hermano Ravana, tan-
to más grave cuanto que emplea para entregarse al desorden y estorbar
a los ascetas el don otorgado por Brahma gracias a su tapas. La imper-
fección del don recibido se debe a la suya propia, pues su naturaleza es
dada a la soberbia: el no mencionar al hombre entre los seres que po-
drían matarlo revela que su sacrificio es de naturaleza rajásica y no sátt-
\Vica 31.
Debe notarse que en BG, Krishna se identifica con el ser superior co-
rrespondiente a cada categoría de seres. Por estar en ellos y constituir su
causa, condiciona también los fundamentos de sus respectivos kamzas.
En los dioses de superior categoría (los miembros de la Trimurti o In-
dra), la reverencia a lo absoluto indica su condición de «liberados», pues
se saben emanaciones de Brahm. Pero una emanación no es absoluta si-
no que permite dos niveles de comprensión: uno, el de la religiosidad po-
pular, más esquemático, según el cual cada divinidad rige sobre un ám-
bito determinado de la realidad (Agni sobre el fuego, Ganesha sobre los
niños y los caminos, Saraswati sobre la palabra). En el otro, el dios sabe
qué es, pero no siempre es consecuente en sus actos con su condición.
COSMOS y MOKSHA
" SRI AUROBINDO, Essays iiber die Cita, ed. cit., p. 555-556.
" Ch-. H. VaN GLASENAPP, La ¡iloso/la de los hil1dúes, ed. cit., p. 394-401. S. RAI>-
HAKRISHNAN, 1l1dial1 Philosophy, vol. 1, p. 63-116. M. ELIADE, Historia de las creel1cias e
ideas religiosas, ed. cit., t. 1, p. 231-261.
,. Cfr. R. PANIKKAR, La Tril1idad y la experiel1cia religiosa. Barcelona, 1989, Prefa-
cio, p. 7 Y ss.
'7 Véase en BC, VII, 4-9 la identificación de Krishna con los cinco elementos cos-
mológicos.
metido restaurar el dharma (BG, X, 6-8), lo cual indica que las criaturas
no humanas participan en dicha empresa.
Todo el cosmos tiende a un equilibrio mantenido por el dharma y más
inseguro a medida que avanzan las eras. Pero el protagonista de ese
equilibrio -y también la más poderosa de las fuerzas que lo alteran o
restauran- es el hombre. Por todo ello es prueba de gran ceguera me-
nospreciar al hombre como sucede con Ravana, el raksha cuyas trans-
gresiones -en primera instancia- dan lugar a la encarnación de Vish-
nú en Rama y a la restauración cantada en Ramayalla.
Desligarse de los actos representa en el hombre una aproximación al
avatar JS (BG, IV, 14; IX, 9-10), que elige una forma adecuada al yaga y,
siempre en conformidad con ésto, arriba a una total indiferencia con res-
pecto a los medios y fines. Conocimiento y amor se complementan, pues
si el advaita persigue la contemplación como conocimiento, el bhakta la
obtiene mediante el amor, forma más exaltada en la BG, pues preside el
universo entero, que funciona y se mantiene por amor. En el jivall-muk-
ta supone la unión con lo absoluto, pero aun en los animales se da en for-
ma de atracción sexual o de apego instintivoJ~.
El ciclo universal de transmigraciones y transmutaciones es una bue-
na muestra del dharma cósmico y su tendencia a la liberación a través
del hombre. La obtención de un rango superior en la escala natural has-
ta renacer como ser humano es el primer paso. Elevarse progresivamen-
te en el sistema de castas, ya sea mediante el cumplimiento del dhamw
o mediante el tapas constituye el segundo y último paso. El jivall-mukta
escapa a samsara, se incorpora al supremo purusha, tal y como sucede
con el mundo al final del kalpa. El hombre abrevia en sí mismo por su
propio esfuerzo la obra del tiempo en el universo 40.
Pero también puede retrasar su evolución, como pueden hacerlo
otros seres, al servicio de impulsos bajos. Hay una transmutación recí-
proca entre los niveles del cosmos como la hay entre las castas. Escapar
o no de este ciclo depende de la energía proveniente de la ascesis acu-
mulada o tapas. Cada nivel del cosmos representa para el precedente un
paso en la liberación o consecución del moksha. De modo análogo al pla-
tonismo y el neoplatonismo-piénsese también en Nicolás de Cusa,
Meister Eckhart o ciertos aspectos del tomismo-, el recorrido por esta
" Entre la bibliografía existente al respecto pueden citarse: A. DE MELI.O, Una /la-
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" Véanse al respecto las conclusiones sobre el condicionamiento egipcio de la
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satioll, Rutgers University Press, New Yersey, 1987, 2 \'ols.
EL PENSAMIENTO DE LA DECONSTRUCC/ON
EN EL AMBITO DE LO HUMANO
que inquiera por e! ser como tal. porque el ser no es ente ni ningún elemento
constitutivo del ente '.
De este modo fue como algunos pensadores -entre ellos Gadamer- reto-
maron esta crítica al predominio de la pura presencia y decidieron redimensio-
nar una tradición marcadamente esencialista tomando como eje la equiparación
del ser al lenguaje, creyendo de esta manera continuar y profundizar la t.\rea ya
emprendida por Heidegger. Si bien creemos que, a pesar de ciertas ambigüeda-
des que en alguna ocasión parecen sugerir esa interpretación, nada prueba que
e! filósofo de Friburgo haya asimilado e! ser al lenguaje, de todas maneras, e! he-
cho es que autores como Gadamer en Alemania o como Gianni Vattimo y Mario
Perniola en Italia han considerado que esa era la posibilidad más fructífera que
se desprendía de Heidegger, de tal manera que, con razón o sin ella, la crítica
heideggeriana a la historia de la metafísic.\ occidental quedó vinculada en nues-
tros días con líneas de pensamiento que se ocupan de examinar la sociedad y la
cultura contemporáneas a partir de nociones como las de texto, intertextualidad,
redes de significantes, horizontes de sentido, es decir, a partir del mundo huma-
no entendido como entrecruzamiento de mensajes e interpretaciones, como sig-
nos de signos que se reenvían indefinidamente unos a otros.
Por lo demás, la referencia a Heidegger también aparece cada vez que, co-
mo en e! caso de Jacques Derrida, se piensa que la crítica a la metafísica esen-
ci.\lista de raigambre platónica debe ejercerse igualmente contra la ciencia,
pues ésta habría estado comprometida, en mayor o menor medida, con la me-
tafísica tradicional y se habría hecho solidaria, por ejemplo, de la subordina-
ción de lo sensible a lo inteligible, de lo diverso y múltiple a lo idéntico y único,
de lo material a lo ideal. etc., subordinación que se hace patente -piensa De-
rrida- particularmente en el ámbito de la lingüística y su noción central de sig-
no, entendida a través de la dualidad de significado y significante. Así es como
en este autor el cuestionamiento a la presencia se traslada al ámbito semiótico
y lingüístico.
Según Derrida, tales ciencias han surgido y se han desarrollado signadas por
el predominio del lenguaje h.\blado sobre el escrito. La escritura siempre ha te-
nido, desde Platón .\ Hegel y de éste a Saussure, un papel secundario, derivado,
frente al habla. La escritura, considerada copia de-la palabra hablada, que a su
vez sería copia del pensamiento, no es entonces más que una copia de copia, la
réplica del modelo hablado, un significante de significante. La escritura se com-
prende así como una suerte de suplemento derivado de! que incluso podría lle-
gar a prescindirse: de hecho, su estudio quedó excluido de la ciencia lingüística,
tal como se pone de manifiesto en el Curso de Saussure.
Por ello, toda la semiología posplatónica -sostiene Derrida- se ha caracte-
rizado por su fonocentrismo, por el predominio de b voz (foné) sobre la escri-
tura. Esta hegemoníu de la palabra hablada se debe a que el sonido emitido es lo
, J. DERRIDA:De l{/ gml/wtologí{/, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1971, pp. 7 -/l.
, J. DERRIDA:Posiciol/es, Pre-textos, Valencia, 1977, p. 16.
" 0", cit., p. 25.
junto finito». Esta ausencia de todo origen o centro que funde o dirija el juego,
impide, a la vez, la totalización: no puede haber inicio ni fin, sino sólo infinitud
de suplencias que ocupan sucesivamente una el lugar de la otra en una cadena
interminable, remitiendo cada término siempre a otro término ". Todo signo re-
envía a otro indefinidamente. Tal encadenamiento hace que cada elemento se
constituya mediante la traza o huella dejada por los otros en sus sucesivas y múl-
tiples sustituciones. Este tejido de diferencias se produce en el texto que surge de
tr,msformaciones de otros textos, de trazas de trazas, del espaciamiento o pro-
ducción de intervalos sin los cuales los términos no significarían. Queda libera-
da la «sustancia gráfica» y el grama pasa a ser el concepto más general de la se-
miología, que se convierte así en gramatología ".
De este modo, la escritura, o mejor, archi-escritura, junto a los términos co-
mo dijj"érance, traza, huella, que intentan designar su dinamismo propio, son el
objeto de la gramatología. Esta, que comprendería como una parte dependiente
y circunscripta a la lingüística fonológica, no sería exactamente una ciencia, por-
que conceptos tales como cientificidad, objetividad, verdad, están ligados a aquel
pensamiento logocéntrico que ella misma trata de deconstruir; en tal sentido,
puede decirse que «illscribe y de-limita la ciencia» a la vez, y dado que en toda
búsqueda semiótica, como hemos visto en Saussure, «presuposiciones metafísi-
cas cohabitan con motivos críticos», todo trabajo científico puede ser de utilidad
a la gramatología. En realidad, la gramatología no es tanto una nueva ciencia co-
mo ,da práctica vigilante de este reparto textual» 1.'.
lo que hay una dimensión de la realidad que escapa al orden de las esencias; se
trala del ser del ente entendido como verbo, como estar siendo, dimensilín que
escapa a toda conceptualización puesto que no se U-ata de un la! () clla! apre-
hensible y clasihcable, no se trata de una presencia más o menos plena y captu-
rabie, sino de un eslar presente, de un advenir a la presencia (y su con-elativo
ausentarse, retirarse de ella) que constituye la fuente y el dinamismo de todo lo
real.
Por ello, el cuestionamiento de un pensamiento que ha tenido en cuenta só-
lo la esencia, lo p¡-esente en su identidad y mismidad y no en su estar presente,
no necesariamente debe concluir en la an-arquía derridana, en la disolución de
toda presencia y todo principio, de todo orden y jerarquía. La crítica a la pre-
sencia plena, a la mismidad platónica, ha derivado por el contrario en De¡Tida,
en un modelo de ausencia, de dilución, cuando no de pdvación de sentido.
Pero para que este modelo sea posible, Derrida ha debido p¡-eviamente partir
de una concepción del ser que no aluda ya en modo alguno a las cosas: ni a su
ser talo cual (su esencia) ni tampoco a su existir, a su estar siendo. En efecto, ha
debido desrealizar y desexistencializar lo real, privar a las cosas de su posibili-
dad de mostrarse en sí mismas, para dar espacio a un diferir que se expande por
doquier sin principio ni fin: cadenas de significantes que remiten el uno al otro
perpetua e indefinidamente. Este es el riesgo que corre toda concepción que tien-
da a asimilar el ser al lenguaje, puesto que si cllenguaje es tal, es precisamente
porque dice algo acerca de algo que lo excede, aun si esto se expresa siempre me-
diante signos, en el lenguaje y con él. Así, cuando el lenguaje sustituye al ser
-tentación frecuente en la era de la informática y los IIWSS 111edia-, cuando
ocupa su luga¡- y es todo lo que hay, ya no hay nada, tampoco lenguaje ni signos.
Claro que no puede dejar de reconocerse que la disolvente crítica derridana
cumple al menos una función de advertencia que no debería ser completamente
desoída ni por la filosofía, ni por la ciencia.
Sobre todo en el caso de esta última, no parece que Derdda esté totalmente
desacertado cuanto señala que la problemática propia de la historia de la meta-
física ha dejado vestigios, con frecuencia inadvertidos en el ámbito de la ciencia.
Así, en lo que respecta a las ciencias humanas y sociales la propuesta estra-
tégica de descentramiento y permanente estado de alerta puede conducirnos a
una reformulación más apropiada de las nociones de hombre, sociedad, signo,
comunicación, conciencia, etc. Mas no en el sentido de¡Tidano de conservar es-
tas nociones sólo provisoria y estratégicamente como si finalmente no fuesen
más que un obstúculo a superar o a tolerar ". ReFormular, mejorar, permanecer
atentos a no privilegiar algún aspecto hasta desmerecer o suprimir otro, recono-
cer y criticar los supuestos de estas nociones, si es que se ¡'evelaran insuficientes
o inadecuados, no significa disolver. Esto último obedece, mús que a una actitud
teórica fundada, a una reacción voluntarista frente a lo que se pretende corregir,
que cae en un extremo igualmente criticable. Una ciencia que se ocupase tan só-
lo de cadenas de significantes diluyendo el significado -tal como se ha preten-
dido respecto de la semiótica o incluso la psicología- estaría finalmentc renun-
ciando a sí misma, puesto que la ciencia siempre ha aspirado -y con buena
razón- a ser un discurso con sentido acerca de algo, por mús que en ocasiones
haya fallado en su fin.
Por otra parte, sería preciso reconocer que la paradójica situación en que se
hallan las ciencias humanas y sociales por la cual motivos críticos conviven con
la imposibilidad de renunciar allogos, a la verdad, al centro, al orden y la jerar-
quía, al principio y al fin, no constituye una contradicción que permanece como
lastre de la historia de la metafísica -como sostiene Derrida-, sino que esa im-
posibilidad es el obstáculo y la contención presentada por la propia realidad hu-
mana y social que se resiste a la disolución, que no admite ser nulificada. Pode-
mos y debemos repensar constantemente nociones tales como hombre, signo,
sociedad -los nuevos tiempos nos obligan a ello-, pero pese a nuestros extra-
víos no podremos disolver al hombre y ..l la realidad que desde siempre aquél ha
tratado de interpretar y comprender en lo que ella verdaderamente es.
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1995,13,5 x 20 cm" 261 pp,
JERVOLINO. DOMENICO: Logica elel concreto ed ennel1CliIica della vita /llora le. Newman. Blon-
del. Pioval1i. Napoli. Morano Ed .. 1995. 16 x 24 cm .. 193 pp.
VAZOllEZ GARCÍA, FRANCISCO: FOllcault: la hisloria C011/0 crllica de /a H/ZIJII. Barcelona, Ed. Mon-
tesinos, 1995, 12 x 19 cm., 159 pp.
DI NAPOLl, Nlco: Mito Politico e Teoria Razionale. Loffredo EditOl"e, Napoli, 1995, 21 x 15
cm., 120 pp.
Aguda y precisa exégesis del mito, término tan mal usado como incomprendido. Se ex-
pone la contraposición del mito político y la teoría racional, la estructura alógica y la in-
vestigación racional; afirmaciones sin posibilidad de confilmación y conclusiones apoya-
das en la fue)'za del raciocinio. De aquí las dos partes del libro: primera parte, el mito
político; segunda parte, teOlias racionales. Se estudia el binomio lIIito-concepto, elementos
míticos y racionales en una clara estnltegia analítica. Es necesmia la aclaración del mito
dada su difusión y para rehuir el encierro de una fe nlcionalística y la presencia de la con-
cepción mítica en la memoria de los pueblos. El mito y la retlexión lógica van siempre uni-
dos dentro de su radical contraste metodológico. En la ptimera parte se estudia el mito en
los parámetros de las sociedades arcaicas y su proliferación inmensa, tanto en la dimen-
sión cosmológica como en las circunstancias locales y las actitudes religiosas. Al no cono-
cer por medio de conceptos, el mito el"a el instrumento gnoseológico necesatio; la fantasía
ayudaba a la operatividad de la incipiente )'azón: lo numinoso, lo ancestral, lo divino eran
la justificación del mito. La época clásica cambia la investigación; al irse perfeccionando
el conocimiento se ablÍa paso la investigación histórica y el mito aparece ya como una Cos-
mología. Las figuras de Platón y Aristóteles son significativas y sus explicaciones sobre una
gnoseología del mito son complejas; el mito va dejando la intuición fantástica y se trans-
fOlma en discurso, adoptando ya una interpretación antropológica. En la interpretación
modema el mito toma una dimensión cultural y maneras nuevas con el avance de las cien-
cias y la filosofía, y se confina en el terreno de la imaginación, aunque no siempre por el
hecho de la «mitificación» de la ciencia y la misma filosofía. El mito, al fin, adquiere una
dimensión política, pOI' la intelectualización excesiva que inhibe la acción sin verificación
nlcional alguna: la lucha política como producto de la voluntad colectiva, imaginación y
sentimientos de las masas. El mito es una «hipótesis de acción» y un programa de utilidad
práctica sin más justificación, y acusa la presencia pelmanente de lo simbólico y lo ilTa-
cional en la cil'cunstancia política (A. Rosenberg). La segunda parte de esta obra está de-
dicada al estudio de los caracteres del mito político: su intuicionismo antidiscursivo; su ilu-
sionismo intuitivo; el camino supralógico en lo social; la tradición identificada con la
intuición; las representaciones supuestamente históticas ... ; con oposición a cualquier ten-
tativa de demostración, sólo se apoya en imágenes ejemplares y fuertemente sugestivas y
confusas. El mito político se apoya siempre en la emitidad sin un control racional, más
bien es instintivo, tiene un Oligen social, exige difusión agobiante, tiene un lenguaje pro-
pio: las masas no discurren y hay que sostenerlas con mitos, lo mismo que las guerras, las
clisis, las revoluciones. El mito político es esencialmente antidiscursivo. El autor se detie-
ne (cap. I) en el proceso teólico, en una analítica del concepto: desctipción, clasificación,
organización, previsión, proyectos (como usos concretos del saber o proyectos de acción),
persuasión, etc.; y añade un capítulo 5." sobre los criterios fOllnativos. Para el autor las
doctrinas míticas y las racionales tienen un substrato común; el mito político y la teoda )"a-
cional sustituyen la lógica de la verdad por la lógica de la eficacia. La coi11cidencia entre el
mito y la racionalidad científica son dos modelos de contnlposición y hay una continuidad
entre ambos; en realidad ambos coexisten. Un libro importante el del profesor italiano y
muy necesmio panl aclarar conceptos y situaciones particulamlente políticas.-JosÉ M." \lE
ALEJAN\lRO.
PÉREZ-DELGAIlO, ESTEBAN: Psicología, ética, religión. ¿Etica versus religió11! Ed. Siglo XXI, Ma-
dlid, 1995, 386 pp.
RUBIO CARRACEDO, Jos(;: Educación 11/oral, pos/1/odemidad y dell/ocracia. Más allá del Iihe-
ralis/1/o v del COl1lllllitaris11/o. Mad';d, Trotta, 1996, 15 x 23 cm., 254 pp.
Ocho capítulos que fueron esc';tos y publicados por separado, que pucden leerse in-
dependientemcnte. Se agrupan en tres temas generales: «1. Educaci<Ín mora)" (caps. 1-2);
<dI. Posmodernidad y comunita.-ismo» (caps. 3-4); «111. Democracia de los ciudadanos»
(caps. 5-9). Libro documentadísimo con cierta espeSlml bibliogrúfica. El p¡-imer tema es-
tudia la psicología moral a través de dos figuras: Piaget y Kohlberg; es el resumen de otro
trabajo del autor: El hombre y la ética. Estudia el planteamiento, logros e insuficiencias del
enfoque cognitivista de la psicología moral. El segundo tema se centra en el sentido y al-
cance de la posmodemidad y el comunitarismo h'ente al liberalismo en todas sus modali-
dades. El etl/()s pos modernista es una protesta mOl-al contra los excesos patolúgicos de la
modemidad (FoucauIt, ROl"!y), una denuncia contra la violencia de la modernidad (Derri-
BURGOS, JUAN MANUEL: La il1teligel1cia ética. La propuesta de .Iacqlles Maritail1. Bern, Pe ter
Lang, 1995, 15,5 x 22,S cm., 231 pp.
La u-isis de la ética es una cIisis de nuestro tiempo; muchos son los problemas, mu-
chas las posiciones filosóficas y muchas las respuestas. El autor de este importante libro
expone la visión de MaIitain y la profundidad de la inteligencia ética. Hoy se debate sobre
la racionalidad de la ética, sobre su misma concepción; se trata de! problema epistemoló-
gico de la ética. Es aquí donde surge la visión particular de MaIitain con la particularidad
de que el filósofo francés se centra en la actividad intelectual del homb.-e cOlTiente. Mari-
tain no se sale de los pa.-ámetros tomistas, pero intenta renovarlos; ni se pierde en espe-
culaciones teóricas, se atiene a la inteligencia práctica y su valoL Descub.-e la originalidad
de la inteligencia práctica, del agere como obrar moral, frente a cualquier inteligencia es-
peculativa; su desarrollo y maduración según las etapas del desarrollo de homb.-e; estudia
sus caracteres (unidad, distinción, analogía ... ); su originalidad, la operatividad y la ten-
dencia hacia la acción como finalidad, y el papel de la voluntad como factor especifican te
del tipo de sabeL De ahí: la modelación de la actividad humana, su creatividad y la inteli-
gencia en la voluntad, y la verdad práctica en su originalidad yen su formulación doble co-
mo conocimiento o intelecto especulativo, la dirección como inteligencia práctica. Las
consecuencias son claras: la originalidad de la inteligencia ética, como expeIiencia moral,
caracte.-ísticas epistemológicas, contenidos de la experiencia moral (obligación, valor y
fin). El conocimiento del valor y la dirección hacia el fin son el doble movimiento de la in-
teligencia ética, que se concreta en el conocimiento por la inclinación del valor y que no
puede explicarse por un medio racional-científico-discursivo. El proceso psicológico in-
cluye un preconsciente espiIitual y las inclinaciones del preconsciente tanto del automáti-
co freudiano como del espiIitual y las inclinaciones antropológicas. Maritain insiste en la
valOl-ación del conocimiento por inclinación del valor; e! autOl- expone con la claridad po-
sible este aspecto gnoseológico. El conocimiento del bien se conoce por su relación con la
subjetividad y las energías de la persona, no por conceptos aislados, sin que se dé rastl'O de
irracionalidad alguna. Las inclinaciones son un medio intencional de conocimiento. Sur-
ge el problema de la posibilidad de un conocimiento inteligente sin conceptos. El autor no
disimula que se dan oscuridades inevitables. Está presente e! pl'Oblema de la Ley natlmd o
.Ley no escrita», con sus tres elementos: ontológico, gnoseológico y teológico, teniendo
muy presente el carácter evolutivo de la Ley natural, por sí misma limitada y depósito na-
tural de exigencias naturales como el derecho de gentes. La exposición del autor es muy
precisa y magistral, lo mismo en el problema de la existencia de la Ley etema como razón
de la Ley natural y de la autonomía cognoscitiva del hombre como en el problema del co-
nocimiento práctico de Dios y el de la interiOlización de la Ley natural, su subjetividad y
la dependencia del juicio práctico de la voluntad. Original la visión maritainiana: innova-
ción de la tradición tomista, valor del conocimiento moral espontáneo, valor relativo de la
filosofía moral, valor de la subjetividad y su introducción en el sistema tomista, con la
asunción de las exigencias del yo y la insuficiencia del intelectualismo aristotélico. Acoge-
mos la obra que presentamos como un emiquecimiento dado por Maritain de la fOlmación
de los juicios éticos y de la formación de la conciencia moral en el hombl"e corriente. El
autor ha acertado en esta obra importante.-JosÉ M.a DE ALEJANDRO.
.
MILLÁN-PUELLES, ANTONIO: El valor de la libertad. R'ialp, Madrid, 1995, 16 x 24 cm., 305 pp.
.
Magnífico y profundo análisis fundado en el discemimiento de las diversas acepciones
de la palabra .libertad., tanto en el lenguaje filosófico como fuera de él; estudio, asimis-
mo, necesario el del ilustre profesor MilIán-Puelles, dada la caótica y anárquica concepción
que hoy se tiene de la libertad: hacer lo que uno quiere y cuando quiera sin el menor sen-
tido de responsabilidad y en todos los órdenes. Se trata de un libro denso, de apretado aná-
lisis y complejo proceso raciocinativo, pero expuesto lúcidamente con toda la claridad po-
sible por el ilustre autor. Tampoco es fácil condensar en pocas líneas la multiplicidad
problemática que el libro encierra. En una primera parte se centra el autor en la semánti-
ca de la palabra «libertad. y sus diversas acepciones. Fijación depurada del concepto; con-
ceptos y clasificaciones insuficientes, incompletas o desordenadas; libertades formales y
reales, verdaderas y falsas; lo libre como opuesto a lo necesario; la libertad existencial, in-
nata y adquilida.,. Se detiene el autor en la libertad trascendental o libertad de la razón y
en la libeltad de la voluntad o de elección o arbitrio; clasificación de las libertades adqui-
ridas, activa y pasivamente, políticas y civiles. lil autor complUeba sus posiciones con au-
tores como Hegel, Spinoza, Rousseau, StUal"t Mili y con escolásticos como Gredt, etc. La
segunda parte de la obra es dil"ectamente axiológica: el valor de la libertad innata y la dig-
nidad propia del hombre. Exposición clara y profunda del complejo problema, en que se
evita todo asomo de planteamiento sofístico, Estudia la libeltad innata y la dignidad esen-
cial del ser humano. Al autOl- no le parece acertada la definición del hombre como «animal
libre», porque la libertad trascendental de la potencia humana de entender es más funda-
mental que la libertad volitiva. Surge el problema de la libertad necesaria y la libertad del
entendimiento, que el autor abOl'da con precisión depurada; el entendimiento se abre a sí
mismo por la reflexión yeso lo hace libre, se trata de una apertura necesaria, es la condi-
ción indispensable para la realidad del lagos, El autor se detiene (cap. V) en la libertad de
la voluntad, consecuencia de la libertad del entendimiento. Es la libertad de arbitrio, de op-
ción o elección. Es una l"ealidad en el hombre, no una ilusión. Pero se dan falsas interpre-
taciones y fOlmas cultas del libre albedlio (Spinoza, Leibniz, Hume, Kant, Stuart Mili,
Schelling ... ). Se detiene en la doctrina de Santo Tomás, para llegar a la negación de Nietzs-
che, registrando a Kierkegaard que se opone a la negación de Nietzsche; trata de la situa-
ción de la voluntad libre de POppel" y la exposición no clara de Jaspers. Como punto im-
portante se detiene el autor en el valor positivo de la libertad de albedlio, frente a la
posición negativa de A. Gehelel". Depura la tesis de Zubili que hace surgir la libertad de al-
bedrío de una relativa indetelminación, y se apoya en Duns Scoto, Suárez, Gilson ... Re-
chaza la exageración del valor positivo de Sartre, y afina la posición de Oltega en su exa-
geración del valor de la libertad. Esta parte axiológica es la central de la obra y es
importantísima. En la tercera palte se estudia la libertad adquirida (libertad moral) y la li-
Tema ent¡'añable y tan simpÜlico como necesaIio, este escogido por el X Seminario de
la Cátedra de Bioética de la UPC con la colaboración de la fundación «Humanismo y De-
mocracia» y la Junta de Castilla-León. En la introduccicín J. Gafo hace una fina y oportu-
na alusi6n a la delicadísima novela de Delibes «La hoja roja», En los antiguos librillos de
papel de fuma¡' aparecía una hoja roja en la l[ue se avisaba l[ue «quedan cinco hojas». Ese
es el espacio vital que ya le queda al anciano: cinco hojas de vida, de una vida ya gastada
en beneficio de los demás. Creemos que el anciano sólo necesita dinero, lo medimos equi-
vocadamente con medidas económicas, concretadas en la equívoca frase: «que no le falta
nada» y lo encerramos en un asilo, ¡'esidencia, hospital... El anciano necesita amor, cari-
ño, compañía, afecto, comprensión, familia, para huir de una tliste soledad y a veces aban-
dono. Las «cinco hojas» últimas ya son un estado de p¡'emuerte (Umbral). Todas las po-
nencias de este seminario apuntan a este problema: Diego Gracia esboza una sucinta
historia de la vejez; José Manue! Rivera estudia al anciano desde el punto de vista biológi-
co, Desde e! punto de vista de la actual sociedad española lo estudia Miguel Juá¡'ez. Inte-
resante es e! estudio de los aspectos éticos de la ancianidad de Agustín Domingo MOl'ata-
lla. Andrés Pérez Melero estudia la edad como criterio. El editor J. Gafo presenta la actitud
de la Iglesia hacia los ancianos y, por fin, monseñor Femando Sebastián, a¡'Zobispo de
Pamplona, se fija en los ancianos enfe¡mos ilTeparables. Ponencias muy sólidas y compe-
tentes, que nos hacen ver un mundo en gran parte desconocido. Los autOl'es no confunden
al anciano con el pob¡'e, confusión no infrecuente, tampoco se pierden en reflexiones abs-
tractas y hdcas sob¡'e la ancianidad, se fijan obsesivamente en la realidad conCl-eta del an-
ciano, e! l[ue casi siempre sufI-e la soledad aun de los suyos. Se tocan los problemas de la
ancianidad como criteI10 de la persona, e! problema del envejecimiento de la sociedad; la
visión del anciano como una carga económica, política y sanitaria; e! confusionismo del ju-
bilado y el anciano; la ¡'ealidad de la proximidad de la muerte; los problemas de la geria-
tría ... En fin, un libro extraordinaIiamente interesante y, sobre todo, necesado, porque co-
nocemos poco a los ancianos y nuestro hedonismo más bien nos empuja a desconocedos,
olvidados y encerrados. Los cambios que expeIimentamos: económicos, sociales, cultura-
les, religiosos, demográficos y, sobre todo, familiares no nos permiten mi¡-ar de frente la
realidad de! anciano, estación final, al cabo de las «cinco hojas», a la l[ue hemos de llegar
normalmente todos inevitablemente. POI' eso este libro de ponencias sobre el anciano y su
problemática ética y humana lo juzgamos muy necesa¡'io y extnlOl'dinariamente opOl'tuno;
está, además, garantizado por la competencia de los profesores que lo compusieron.-Jo-
SÉ M." DE ALEJANDRO.
Este volumen contiene las Actas del plimer Congreso Europeo de Estudios Medievales
(Spoleto, 27-29 de mayo de 1993), en el que participaron los más destacados representan-
tes de esa especialidad, procedentes de diversas universidades. La simple lectura de los tí-
tulos de las intervenciones habidas da una idea de la liqueza de contenido ideológico del
Congreso, que va desde la consignación dedatos aparentemente ÍlTelevantes de cronología
hasta la mención de los métodos de la más moderna técnica de la comunicación del pen-
samiento. He aquí algunos de los temas seilalables. Desan'ollo de la cultura en los diversos
pueblos y edades. Economía y sociología en la Edad Media. Filosofía y Teología: relacio-
nes mutuas. Textos y manusclitos. Ediciones en lenguas vernáculas. Bibliografías. Paleo-
grafía. Diccionalios de latín medieval. Tendencias y perspectivas. Controversia en torno a
la denominación de «filosofía medieval» introducida por Gilson. Teología medieval: esta-
do actual de la investigación sobre santo Tomás de Aquino. La codicología en los estudios
medievales. Problemas de arte y de arqueología. Indice de autores antiguos y medievales y
de obras anónimas.
Como puede verse, se ofrece aquí un pábulo abundante de infOlmación para las nue-
vas vocaciones medievalistas, y de reflexión y aun de revisión de ideas y posiciones ya pa-
cíficamente poseídas.-C. FERNÁNDEZ.
Esta obra nos ofrece el pensamiento de Santo Tomás de Aquino sobre un tema de tan
vital importancia como el de la verdad. Consta de dos grandes secciones: una introducción,
que es un estudio minucioso y acabado de la doctlina del doctor Angélico sobre la verdad,
y la reproducción de los textos. Ambas secciones van separadamente, lo que tal vez no ayu-
da a la mejor comprensión de lo expuesto en la introducción; de hecho, el autor mismo se
aparta del método en algún momento, cuando, en su esfuerzo por hacer comprensible su
explicación, tiene que recunir al texto mismo, incorporándolo a su exposición (p. 32). La
selección se ciile a dos obras del santo doctor: las Cuestiones disputadas De Veritate y la
Suma teológica, yen ellas, a la q. 1, De veritate, a. 9, ya la q. 16 de la plimera parte de la
Suma; se ailaden álgunos textos aislados de otras obras, por contener, a juicio del autor,
«explicitaciones valiosas». En esos textos aducidos .se contiene -dice el autor- lo fun-
damental de la doctlina tomista sobre la verdad, y aun pudiera decirse que no sólo lo fun-
damental. sino hasta sus detalles y pefiles ú!timos». No ha dejado de percibir el autor la
importancia del texto del De Veritate, q. 1, a. 9, que dedara .denso y difícil», y al que, por
lo mismo, dedica un estudio detenido y minucioso. Este texto, en el que Santo Tomás ha-
bla de cierta reflexión, al pasar de la simple aprehensión al juicio, sobre su propio acto y
su propia naturaleza, ha despeltado un vivo interés y el trabajo de numerosos epistemólo-
gos tomistas y aun se puede decir que se ha hecho clásico en los libros de texto de .Críti-
ca» en la plimera mitad del presente siglo. Por citar los nombres más representativos, se
pueden aducir los de Ronald-Gosselin, Hoenen, Boyer y van Riet, que en su obra L'Epité-
mologie thomiste hace una histolia de la controversia. El autor parece adhelirse a la solu-
ción de Boyer, que sostiene que se trata de una reflexión no explícita, sino implícita.
Obras como ésta que nos ocupa son muy de estimar por la colaboración que prestan a
la tarea de infundir luz en los casos difíciles y oscuros en la teoría de conocimiento del doc-
tor Angélico.-C. FERNÁNDEZ.
BI.ANCH, ANTONIO: El hombre imaginario. Una antropología literaria. Editorial ppc. Madrid,
1995,447 pp., 21 x 13 cm.
ORTIZ-OSr,s, ANDRI~S: La diosa Madre. Interpretació11 desde la lIIitología vasca. Ed. Tmtta, Ma-
drid, 1996, 140 pp.
miento público. y descubrir rasgos peculiares, acentos y matices que se asientan sobre ba-
samentos míticos universales. Efectivamente, si C. Lévi-Strauss ha podido mostrar las
coincidencias estructurales entre diversos ámbitos mitológicos y G. Dumézil ha evidencia-
do equivalencias funcionales, A. Ortiz-Osés presenta las corelaciones simbólicas que iden-
tifican a la mitología vasca sobre el fondo de las religiones matriarcales. El autor resume
aquí una prolongada trayectOlia de pertinaz dedicación teólica y práctica a la mitología
comparada y a la helmenéutica simbólica. Desde los plimeros trabajos -a finales de la dé-
cada de los setenta- que dieron como fruto más conocido el volumen titulado E/llla/riar-
calislllo vasco_han pasado casi veinte años. Y no en vano. En este tiempo Ortiz-Osés no só-
lo ha refinado el instnlmental teórico, sino que ha desarrollado una metodología y una
telminología propias: vinculado a la hermenéutica simbólica ejercitada por el CírcII/o Era-
nos, Ortiz-Osés se pronuncia, sin embargo, con verbo propio, portavoz elocuente de una fi-
losofía elaborada a lo largo de años y estudios; una filosofía que disiente de la monótona
-y equivocada- unilateralidad de los racionalismos tanto como de la obcecada ceguera
de los Í1Tacionalismos; una filosofía inquieta que busca y propone vías de mediación entre
lo racional y lo inllcional, entt'e lo sagrado y lo profano, entre la luminosa consciencia y la
perseverante presencia OSCUlll de lo inconsciente. Conceptos como mediación, implica-
ción, dualéctica o frattiarcalismo son, no sólo expresiones típicas del discurso osesiano, si-
no indicadores de una cosmovisión.
El libro que nos ocupa atrae esta voluntad mediadora al ten'eno del mito: no sólo ex-
pone e interpreta las categorías de la mitología vasca, no sólo explora el terreno común de
la religiosidad mattiarcal frente a su opuesta y complementaria religiosidad pattian:al:
presenta, además. las credenciales teólicas y las expectativas prácticas de una propuesta
de (re)mediación de los contrarios que recibe el nombre de fratliarcalismo. Es cierto que
se trata de un trabajo erudito. También de un ejercicio de intel·pl·etación. Pero, todo ello,
no obsta para que nos encontremos ante una obra decididamente OIiginal y creativa. La fi-
delidad al matetial -fundamentalmente recopilado por Batllndiarán- y el rigor herme-
néutico no anulan la oliginalidad de un ensayo filosófico y antmpológico que discUlTe se-
gún pautas y métodos pmpios
Es preciso señalar una última cuestión. El libro no sólo acomete un trabajo práctico de
interpretación, sino que incluye capítulos teólicos que completan una introducción a la
ciencia de la mitología y una exposición de filosofía simbólica. El paisaje cultural que nos
instruye ha sido avaro a la hora de proponer matlices teóricas y aplicaciones prácticas que
pelmitan explorar las mitologías y las religiones como hechos o fen{)menos culturales de
indudable importancia y máximo interés. Con más ira que estudio, el ámbito de lo religio-
so ha sido objeto de crítica y/o apología. Pem, salvo escasas excepciones, no ha sido trata-
do con el ligor que exige. La diosa II/adre es una indudable aportación a la ciencia de las
religiones y, a través de ella, a la filosofía y antropología cultural. Un trabajo, sin duda, fun-
damental en el ámbito de la mitología vasca; pero un trabajo, y esto es quizá lo más im-
portante, que desborda el espacio de una trama mítica concreta para interrogarse sobre la
mitología en general: el sueño en el que nos soñamos; o el sueño que nos sueña.-PATxI
LANCEROS.
te magisteIio está presente en todas las páginas de la obra científica de Colomer. Su obra
historiog¡-áfica no es sólo historia. Es también un diálogo sentido, respetuoso, incluso re-
ve¡-encial, con ese portentoso mundo de filósofos y pensadores a cuyo estudio entregó la
vida.
La revista Pensamiento debe muchas cosas a Eusebio Colomer. Sob¡-e todo no podrá
agmdecerle nunca suficientemente su entrega a la revista durante más de dos décadas. Ade-
más, nos unía con él una entrañable amistad. Hemos sentido mucho su fallecimiento. Pero
nos consuela la hermosum de los signos que han acompañado su vida hasta el final y la Ii-
queza de su magisteIio que nos seguirá haciendo presente su figum y su pensamiento.
JAVIER MONSERRAT
1953
1. KUMKE, Federico, S.I.; COLOMER, Eusebio, S.I.: Historia de la Filoso¡ta. Bm-cclona, La-
bOlo, 1953. 2" ed. revisada y ampliada. 966 pp. (id. 1961, 3" revisada y ampliada,
977 pp.).
1958
2. Martín Heidegger y las diversas interpretaciones de Sil /¡/oso/ra. Espírilll(Barcelonal. 7
(1958) 158-168.
1959
3. Cristianismo e historia. Razón y Fe, 160 (1959) 405-418.
4. La ejemplaridad de Santo Tomás de Aquino. Razón y Fe, 159 (1959) 241-252.
5. Doctrinas lulianas en Emmerich van den Velde. Estudios Lulianos, 3 (1959) 117-136.
6. Nicolau de Cusa e Raimundo Lulo. Revista Portuguesa de Filosofia, 15 (1959) 245-
251.
7. La nueva metafísica del conocimiento y de la acción. Pensamiento, 15 (1959) 439-452.
8. Nuevas precisiones en torno al problema de la /Iloso/ra cristiana. Espíl'Ítu, 8 (1959)
165-177.
9. Tiempo e historia eH San Agustín. Pensamiento, 15 (1959) 569-586.
10. BATLLORI, M., Vuit segles de cultura catalana a Eurupa. Assaigs dispersos. Pensamien-
to, 15 (1959) 628-630.
11. A. DE WAELHENS, Existence et signification. Pensamiento, ~5 (1959) 612-622.
1960
12. El historicismo de Guillermo Dilthey. EspfIitu, 9 (1960) 66-75.
13. Ramón Llull en el reciente Congreso Internacional Luliano de Fonnentor. Razón y Fe,
162 (1960) 116-120.
14. Ramon LluU i Nicolau de Cusa. A la llum deis manuscrils luz.tial1s de la Biblioteca Cl/-
sana.Estudios Lulianos, 4 (1960) 129-150.
15. J.P. BAGOT, Cm1l1aissance et O/llOur. Essai sur la philosophie de Gabriel Marcel. Pensa-
miento, 16 (1960) 111-115.
1961
16. Nikolaus von Kues lI/ul Raimll/u/ Uul/. Stmlie// aus Ham/schriten der Kueser Biblio-
thek. Berlín, WaIter de Gruyter, 1961. 200 pp. (Quellen und Studien zur Geschichte
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17. Pierre Teilhard de Chardin; 1m evolucionisme cristia? Barcelona, R. Dalmau, 65 pp.
(Panorama actual de les idees, 10).
18. Ramón Uul/ y Nicolás de Cusa. Ensayo de síntesis. Pensamiento, 17 (1961) 471-491.
19. F. GRÉGOIRE, Études hégéliennes. Pensamiento, 17 (1960) 100-102.
20. J. PIEPER, «Sclwlastih>. Gestalten Il11d Problel1le der mittelalterlichen Philosophie. Pen-
samiento, 17 (1961) 103-104.
1962
21. Hombre e historia. Barcelona, Herder, 1962. 160 pp.
22. El ascenso a Dios en el pensamiento de Ramón Uul/. Pensamiento, 18 (1962) 165-184.
23. Experiencia e historia. En tomo a una obra de Max Maller. Pensamiento, 18 (1962)
459-466.
24. Mll11do y Dios al encuentro. El universo cristocéntrico de Teilhard de Chardin. Orbis
Catholícus(B), 5 (1962) 193-215.
25. Nikolaus van Kues und Raimll11d Uull, eine vergleichende Ul1tersucllll11g. En: «Nicolo
da Cusa •. Firenze, FacoItfl di Magisterio dell'Universita di Padova, 1962, pp. 125-145.
26. BOGLIOLO, L., El problema de la filosofla cristial1a. Pensamiento, 18 (1962) 483-484.
27. HOMMEs, J., Krise der Freiheit. Hegel-Marx-Heidegger. Pensamiento, 18 (1962) 333-335.
28. PECCORINI LETONA, F., Gabriel Marcel. La «razón de ser» en la «participación». Pensa-
miento, 18 (1962) 335-337.
1963
29. Mundo y Dios al encuentro. El evolucionismo cristiano de Teilhard de Chardin. Bar-
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30. El ascenso a Dios en el pensamiento de Ral1lón Uull. En: «Die Metaphysik im Mitte-
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N.B.: Las publicaciones del Profesor Eusebi Cololller, S.J. hall sido agrupadas por af¡os.
Dentro de cada año, van colocados en primer lugar sus libros; a continuación, las c0l1tribu-
ciones científicas dentro de Coleccilmes, Homenajes y Conferencias; l/lego, se agrupan los ar-
tículos ell revistas filosóficas y, finalmente, las recensiones de voltí/llelles preselltados yana-
lizados por el Profesor ElIsebi Colo/ller.