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Universidad Simón Bolívar Lenguaje I

EL RESUMEN

Si el esquema ha logrado el nivel adecuado de jerarquización de las ideas y es un reflejo


fiel y preciso del planteamiento fundamental del texto, redactar la síntesis será un trabajo
sencillo, si se toman en cuenta los siguientes parámetros:

1. Utilizar un estilo impersonal, puesto que el que sintetiza se coloca en el plano del
observador de lo expuesto en el texto. Por otro lado, el alumno que hace la síntesis de
un texto dado comete un plagio si utiliza la 1ª persona del singular o del plural del
verbo o del pronombre (encuentro, nos encontramos, nosotros, etc.)

2. La síntesis supone una re-redacción del texto analizado, de una manera breve y sucinta,
por lo que el autor de la síntesis deberá, con sus propias palabras, dar una visión
completa del contenido sin copiar líneas u oraciones extraídas del texto.

Tomando en cuenta la sintaxis correcta de la lengua castellana, las reglas de ortografía y de


acentuación, la síntesis será una obra escrita de creación personal que servirá de apoyo para
la investigación, para la elaboración de informes y de ensayos.

Por otra parte, resumir un texto implica seleccionar de él lo más importante y expresar con
pocas palabras lo que el texto dice. Resumir es lo mismo que sintetizar, es decir, expresar el
contenido esencial de un texto, desechando lo accesorio, las anécdotas y ejemplos.

Características del resumen

Un buen resumen debe tener las características siguientes:

 Brevedad: Utilizar el menor número posible de palabras.

 Precisión: Emplear las palabras adecuadas al contenido.

 Claridad: Ha de comprenderse sin dificultad.

 Debe abarcar todo lo esencial del contenido del texto.

 Debe prescindir de todo lo accesorio y anecdótico.

 No se deben entresacar palabras del texto y forzarlas a relacionarse para redactar el


resumen.

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 No se deben hacer juicios de valor o cualquier grado de subjetivismo acerca del


contenido del texto.

Cómo resumir

Para realizar un buen resumen se deben seguir los siguientes pasos:

1. Lea atentamente el texto cuantas veces sean necesarias para la comprensión cabal del
mismo. Use el diccionario en caso de desconocimiento del significado de algunas
palabras.
2. Tome nota de los contenidos parciales del texto, párrafo por párrafo. Para ello, hágase
las siguientes preguntas:
• ¿Puedo quitar algo del texto porque se dice lo mismo de varias maneras?
• ¿Hay algo en el texto que se pueda considerar como un ejemplo de algo
previamente expuesto?
• ¿Puedo sustituir todo esto por una palabra “mía” que diga lo mismo?
3. Partiendo de las notas tomadas, redacte el resumen, que contendrá únicamente lo más
esencial y significativo de las mismas.

En el siguiente cuadro se presentan algunos consejos relacionados con la redacción de


resúmenes.

Cuatro reglas específicas para escribir un resumen.


Hare y Borchardt, tomado de: Sánchez, E. (1997)

1. E l i mi n a l i s t a s . S i v e s u n a l i s t a d e c o s a s , i n t e n t a p e n s a r e n u n a p a l a b r a o f r a s e n o m i n a l p a r a t o d a l a
lista. Por ejemp lo, si has visto una lista como ojos, oídos, nariz, b razos y piernas, puedes d ecir
“miembros o partes d el cuerpo”. O si has visto una lista como patinaje sobre hielo, sk y o trineo,
puedes d ecir “d eportes de in vierno”.
2. Usa oraciones temáticas. A menudo los aut ores escrib en una oración qu e resume un párrafo comp leto.
Si el autor ofrece alguna, pued es usarla en tu resumen. Por d esgracia, no tod os los párrafos contienen
una oración temática. Esto significa que debes construirla por ti mismo. Si no observas una oración
temática, constru ye una por ti mismo.
3. E l i mi n a d e t a l l e s i n n e c e s a r i o s . E n u n p a s a j e p u e d e r e p e t i r s e a l g u n a i n f o r m a c i ó n d e l t e x t o . E n o t r a s
palabras, la misma cosa pued e decirse d e diferentes maneras. Otra parte d e la información textual
puede carecer d e imp ortancia o ser trivial. Ya qu e un resumen d ebe ser breve, elimina la información
trivial o redundante.
4. E l i mi n a p á r r a f o s . L o s p á r r a f o s s e r e l a c i o n a n f r e c u e n t e m e n t e e n t r e s í . C i e r t o s p á r r a f o s a c l a r a n u n o o
más párrafos. Otros amplían la información presentada en párrafos p revios. Algunos son más
necesarios que el resto. Decide qué párrafos deb en ser conservados o eliminados y cuáles pueden ser
considerados a la vez.

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Ejemplo: Lee el artículo “Los olvidados del Nobel” escrito por Javier Sampedro y
publicado en el diario español El País el 11 de octubre de 2009. Luego ve el resumen del
mismo.

Nota: Agradezco a la profesora Isabel Martins (USB - Dpto. de Lengua y Literatura) el


haber compartido conmigo el texto mencionado y su respectivo resumen.

Los olvidados del Nobel

Javier Sampedro
El País, 11/10/2009.

Fuente:http://www.elpais.com/articulo/sociedad/olvidados/Nobel/elpepisoc/20091011elpep
isoc_1/Tes

¿Qué premio Nobel explicó la física cuántica de la radiactividad, postuló la versión


moderna del Big Bang, propuso que las estrellas brillan por reacciones termonucleares y
descubrió el concepto de código genético? Ninguno. La persona existió -se llamaba George
Gamow-, pero no recibió el premio. Ni el de física ni el de medicina.

Tampoco lo recibió Dmitri Mendeleyev, cuya tabla periódica decora las escuelas de todo el
mundo; ni Oswald Avery, que demostró que el ADN es la molécula portadora de la
información genética; ni Lise Meitner, descubridora de la fisión nuclear; ni Julius
Lilienfeld, creador del transistor; ni George Zweig, codescubridor de los quarks. Es sólo el
arranque de una larga lista de ilustres no premiados nunca con un Nobel de ciencias.

Y fuera de las ciencias es peor aún. El pacifista más célebre del siglo XX, Mahatma
Gandhi, no recibió el Nobel de la paz, a diferencia de Henry Kissinger o Yasser Arafat. Y
el de literatura ha tenido que afinar realmente su puntería para no recaer en León Tolstói,
Anton Chejov, Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Henry James, Vladimir Nabokov,
Graham Greene o Jorge Luis Borges, por citar sólo a los muertos.

El Nobel, con todo, sigue siendo el premio más prestigioso que puede recibir un intelectual
en este planeta. Y su prestigio no se debe a la tradición -¿por qué tendría el mundo que
respetar una tradición sueca?-, sino a su exhaustivo mecanismo de selección. Los premios
que hemos conocido esta semana son el resultado de un año de investigación sobre los
candidatos.

La Real Academia Sueca de Ciencias (que concede los premios de física, química y
economía), el Instituto Karolinska (medicina), la Academia Sueca (literatura) y el Comité
Nobel Noruego (paz) invitaron en octubre del año pasado -como hacen cada otoño- a 6.000
expertos de todo el mundo a presentar las nominaciones (nunca de sí mismos).

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Eso son unos 1.000 expertos por premio, entre ellos, los anteriores premios Nobel de cada
área, y el resultado suelen ser 100 o 200 nominaciones en total. Los seis comités Nobel,
uno por premio, empezaron en febrero a seleccionar esas nominaciones, y sólo han acabado
hace un par de semanas. Durante este proceso consultan a muchos expertos externos, y de
ahí suelen venir los rumores sobre la identidad de los premiados, por lo general escasos y
poco fiables.
Una selección de este tipo garantiza que todos los premiados merecen serlo -en ciencia ha
habido pocas concesiones controvertidas-, pero no que todos los merecedores sean
premiados. Es lógico por lo tanto que la mayoría de las decisiones polémicas de la
Academia lo hayan sido sobre todo por ausencia. O por tardanza, que sólo difiere de la
ausencia en la longevidad del candidato. Pero lo cierto es que cada caso es un mundo.

Una clase minoritaria de no-premiados son los que el físico británico John Gribbin llama
los visionarios. Son "más importantes que los premios Nobel", según Gribbin. El
paradigma es el mismo Gamow citado en el primer párrafo. Su influencia en la ciencia es
incalculable, aunque también en el sentido literal: que no puede calcularse. Son ideas,
avistamientos, pautas. Su alcance se debe a cómo han influido en otros científicos, y el
Nobel suele ser para éstos.

Gamow nació en Odesa cuando era parte del Imperio Ruso, y estudió física en San
Petersburgo cuando se llamaba Leningrado, pero trabajó toda su vida en Gotinga,
Copenhague, Cambridge y Boulder (Colorado, EE UU). En 1948 propuso con Ralph
Alpher la teoría del Big Bang. Otros físicos habían especulado antes con la idea, pero fue el
artículo de Alpher y Gamow el que permitió demostrar el Big Bang 15 años después.
Como Alpher y Gamow parece alfa y gama, Gamow no pudo resistirse a buscar una beta
para redondear el artículo. La encontró pronto en uno de los grandes físicos teóricos del
siglo XX, Hans Bethe, a quien persuadió de firmar el trabajo pese a su nula contribución. El
histórico artículo The origin of chemical elements salió así firmado por Alpher, Bethe y
Gamow, a satisfacción de este último. Bethe, al menos, sí recibió el Nobel, aunque por otra
cosa.

James Watson y Francis Crick descubrieron la doble hélice del ADN en 1953. Poco
después de haber publicado el hallazgo en Nature recibieron una carta de Gamow, a quien
no conocían de nada. El físico proponía allí el primer modelo de un código genético: un
lenguaje que traducía el orden lineal de las letras del ADN -recién descubierto por los
receptores de la carta- en otro tipo de secuencia: la hilera de aminoácidos que constituye las
proteínas. Su modelo concreto era incorrecto, pero el concepto de código genético resultó
capital.

Thomas Edison patentó 1.093 inventos, entre ellos el fonógrafo, el altavoz y el micrófono
del teléfono, las piezas clave del cinematógrafo, el primer generador eficaz y un modelo de
ferrocarril eléctrico. Y la bombilla, por supuesto. Entretanto, su colega Nikola Tesla ideaba
las dinamos de corriente alterna, la transmisión de la energía eléctrica y la bobina de
inducción, que le permitió adelantarse a Marconi en la patente de la radio. Edison y Tesla

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fueron nominados al Nobel en 1915, pero la Academia los descartó por una razón de peso:
no se podían ni ver el uno al otro. Marconi había recibido el galardón seis años antes.

Durante la primera mitad del siglo, los experimentos en aceleradores descubrieron tantas
partículas subatómicas que los físicos las llamaban "el zoo": protones, neutrones, rho, delta,
sigma, xi, kaones, antikaones, piones, cientos de partículas elementales. En 1964, Murray
Gell-Mann y George Zwieg se dieron cuenta de que podían explicarlas como distintas
combinaciones de sólo tres partículas aún más elementales: los quarks. Gell-Mann, que fue
quien les puso ese nombre, fue el único de los dos que recibió el premio Nobel. Zwieg los
había llamado "ases".

El mayor descubrimiento de la biología del siglo XX, la doble hélice del ADN -la clave de
la herencia-, no hubiera sido posible sin un dato previo esencial: que el ADN es el material
hereditario. Fue Oswald Avery quien lo demostró en 1944, y contra todo pronóstico,
porque casi todos los científicos pensaban lo contrario hasta entonces (y la mayoría siguió
pensándolo aún después).

La razón de que Avery no recibiera el galardón ha sido un misterio durante 50 años, el


tiempo que tarda la comisión Nobel en hacer públicas sus deliberaciones. Hoy se sabe que
el químico sueco Einar Hammarsten bloqueó su candidatura, y que siguió haciéndolo
incluso después de que Watson y Crick descubrieran la doble hélice en 1953. Hammarsten
creía que la información genética estaba en las proteínas, y su convicción era impermeable
a los datos.

Barbara McClintock descubrió los transposones -genes que saltan de un lugar a otro del
genoma- en 1948 con una serie impecable de experimentos en el maíz. No sólo demostró su
existencia, sino también que suelen alterar la actividad de los genes que tienen al lado, y
percibió que debían ser muy importantes en el desarrollo y la evolución. McClintok ya
estaba reconocida para entonces como una de las genetistas más brillantes del mundo, pero
sus resultados fueron recibidos con escepticismo por muchos científicos, e ignorados por
muchos otros.

El resultado fue que McClintock recibió el Nobel, pero 35 años después, cuando ella había
cumplido 81. Al menos pudo vengarse en la cena protocolaria de Estocolmo con estas
palabras: "Debo admitir que al principio me sentí sorprendida, y después confundida. Nadie
me invitaba a dar clases o seminarios, ni a intervenir en comités o tribunales académicos.
Pero ese largo intervalo resultó ser una delicia. Me dio una completa libertad para seguir
investigando por puro placer y sin interrupciones".

Einstein ganó el premio Nobel en 1921 por su explicación del efecto fotoeléctrico, uno de
los artículos clave que publicó en su annus mirabilis de 1905. Esto implica que su teoría de
la relatividad, uno de los dos pilares de la física actual junto a la mecánica cuántica, es otro
de los grandes olvidados de la Academia, aunque su autor no lo sea. Y la razón tiene esta
vez algo de paradójico.

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Einstein formuló la relatividad, también en 1905, para responder a la pregunta: ¿qué


ocurriría si una persona corriera tan deprisa que lograra alcanzar a una onda de luz? La
persona vería una onda de luz que está quieta, como parece quieto un tren que se mueve en
paralelo al nuestro. Pero la velocidad de la luz es una ley fundamental de la naturaleza, y
por tanto no puede parecerle quieta a nadie.

La solución de Einstein fue aceptar los hechos y derivar sus consecuencias lógicas, por
extrañas que pareciesen. La velocidad no es más que el espacio partido por el tiempo. Si la
velocidad de la luz tiene que ser constante aunque corras tanto como ella, es que el tiempo
y el espacio no pueden serlo. Esta teoría de 1905 se llama relatividad especial, y una de sus
consecuencias directas es la célebre ecuación E=mc2, que reveló que la masa (m) y la
energía (E) son dos caras de la misma moneda, y que una ínfima cantidad de masa puede
convertirse en una gran cantidad de energía al multiplicarse por el cuadrado de la velocidad
de la luz (c), que es un número enorme. Es el fundamento de la energía nuclear y de la
bomba atómica. También del brillo de las estrellas.

Einstein fue nominado por esta teoría varias veces desde 1910, pero la Academia prefirió
esperar a que los experimentos despejaran las dudas. Eso ocurrió en 1915, pero para
entonces Einstein ya había desarrollado la relatividad general, la teoría de la gravitación
que corrigió a Newton. Y ésta era más chocante aún que la relatividad especial, por lo que
Estocolmo se volvió a echar atrás. De modo que el físico fue, en cierto modo, víctima de su
propio éxito. Sin embargo, éste es un asunto sobre el que los científicos sólo albergan una
duda: si Einstein mereció otros dos premios Nobel, o si más bien fueron tres.

Alfred Nobel, el inventor de los premios -y de la dinamita-, dejó escrito en su testamento


que el galardón de literatura se concediera a escritores de "tendencia idealista". El comité se
tomó la frase a la tremenda en los primeros tiempos, y la adujo para rechazar las
candidaturas de Tolstói, Twain, Ibsen y Zola. Cuando se relajó la norma ya estaban todos
muertos.

Karel Capek, el gran escritor checo de la primera mitad del siglo XX -e introductor de la
palabra robot-, suscitó las dudas del comité Nobel por sus obras antinazis de los años
treinta. A los académicos les parecían demasiado insultantes para el Gobierno alemán. De
todos modos quisieron dar una oportunidad a Capek, de cuyos méritos literarios no
dudaban, y le pidieron que presentara alguna obra menos controvertida. "Gracias por la
intención", respondió Capek, "pero ya escribí mi tesis doctoral". Se quedó sin premio,
como es natural.

El caso de 1974 en literatura es poco representativo, pero aún menos eludible. Vladímir
Nabokov, Graham Greene y Saul Bellow fueron rechazados ese año para otorgar el premio
a Eyvind Johnson (Retorno a Ítaca) y Harry Martinson (Ortigas en flor), dos escritores
bastante conocidos en Suecia, entre otras cosas por ser miembros de la Academia Sueca.
No está claro cuánto podrán resistir los Nobel con su esquema actual. Los matemáticos y
los paleontólogos siempre se han quejado de que no haya un Nobel para sus disciplinas,
pero la lista de agraviados puede crecer pronto hasta límites insoportables. Porque tampoco

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hay un Nobel de computación, ni de nuevos materiales, ni de nanotecnología ni de


climatología. Ni de cine, que se lo podrían haber dado a Ingmar Bergman sin hacer el
ridículo.

Resumen

En su artículo “Los olvidados del Nobel” Javier Sampedro analiza diversos casos de
autores que extrañamente, aún mereciéndolo, no fueron galardonados con el premio Nobel.
El autor señala que esta tendencia es más evidente para los premios por la paz (Gandhi) y
de literatura (Tolstoi, Chejov, Borges, etc.) que para los científicos. Asimismo, explica que
este premio es muy prestigioso y que esto se debe a la estricta metodología que emplean
para la selección de los ganadores. De hecho, señala que esto garantiza que quien recibe el
Nobel es porque realmente lo merece. Ahora bien, Sampedro añade que no todos quienes lo
merecen lo reciben. En este sentido, refiere algunos casos polémicos de ausencias (Gamow,
Edison, Nabokov, entre otros) y de entregas tardías (Einstein). Finalmente, comenta que no
sabe hasta cuándo los Nobel seguirán manteniendo su esquema actual de premiación y que
existen ámbitos científicos y artísticos (matemática, cine, etc.) para los que no existe este
galardón. (157 palabras)

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