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CARTA DE UN FISCAL A LOS ENFERMOS MENTALES.

Cristóbal Fco. Fábrega Ruiz.

Sé muy bien lo que dice de mí la gente, pues no se me oculta la mala fama que tengo,
aun entre los más necios. Pero yo soy la única, sí, la única que, cuando quiero, hago reír a los
dioses y a los hombres. Y prueba evidente de ello es que, tan pronto como he comenzado a
hablar ante esta numerosa audiencia, vuestros rostros se han iluminado con nueva y no
acostumbrada alegría. Habéis desarrugado el ceño, acompañado vuestros aplausos con una
risa franca y amable (...) apenas me habéis visto aparecer, se os ha dibujado un nuevo
semblante. Algo así como cuando un nuevo sol muestra su rostro resplandeciente a la tierra; o
como cuando la primavera, empujada por un blando céfiro, renueva la faz de las cosas, les da
un color distinto y les devuelve su juventud.

Con estas palabras el humanista ERASMO DE ROTTERDAM en su Elogio de la locura


hacía que la misma se presentara.

En el siglo XIX el poeta alemán Heinrich Heine decía que:


“La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada
de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse
loca.”

Y Pinel, considerado el gran libertador de la locura durante la Revolución Francesa


añadía: “Ciudadano, estoy convencido de que estos locos son tan intratables sólo debido a que
han sido privados del aire y de la libertad”.

Sin duda, visiones placenteras del enfermo mental que vosotros sabéis que no se
corresponden con la realidad. Mucho más dura, mucho menos agradable.

Comentaba Enrique González Duro al comenzar su libro “Memoria de un Manicomio” en


la que cuenta su paso por el Sanatorio Psiquiátrico de Jaén y los problemas que tuvo en
nuestra provincia la implantación de lo que, entonces, se llamó “reforma psiquiátrica” que si
preguntásemos a la gente de la calle sobre los enfermos mentales, sobre lo que realmente
piensa de los locos, la respuesta sería más o menos ésta: << Los locos me dan miedo, pena o
asco. La verdad es que no me preocupan, que me traen sin cuidado. Pero mejor no verlos ni
olerlos. Me pasa como con los moros o los gitanos, mientras más lejos, mejor>>. Que no
vengan a incordiar, que no molesten, que los quiten de en medio, que los encierren, como
siempre se ha hecho, en lugar aparte, en un sitio cerrado, donde no sean vistos ni oídos ni
olidos, donde puedan ser olvidados: Los locos son de otra parte y han de estar en otro mundo”.
Recuerdo que, cuando era un joven estudiante de los primeros cursos de derecho, tuve
la oportunidad de asistir a unas Jornadas que sobre la locura (así se titulaban) se celebraba en
la sede de la CNT de Granada.
En aquellos años, principios de los 80, estaba empezando en nuestra ciudad la llamada
reforma psiquiátrica y había un cierto desasosiego social sobre lo que suponía “dejar salir a los
locos a la calle”. Quizás por ello me dio, sin tener relación alguna entonces con el mundo de la
salud mental, por asistir a aquellas jornadas. En ellas González Duro impartió una conferencia
sobre la experiencia de Jaén. Tras ella se abrió un turno de preguntas y a mí se me ocurrió
preguntarle si existía la locura.

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Su respuesta fue que, médicamente, la locura no existe, lo que existe es la enfermedad
mental y, lógicamente, los enfermos mentales. Recuerdo, muchas veces, aquella respuesta. La
enfermedad mental es algo accesorio, como cualquier otra enfermedad. La condición de
persona, digna y libre, portador de unos valores innatos que la trascienden, es lo principal, lo
sustantivo. El enfermo aquejado por una patología mental es, ante todo, una persona, un ser
humano.

Mi compañero Fernando Santos cuenta una interesante anécdota que refleja lo que
queremos decir. Un viejo Fiscal presenta una demanda de incapacitación y el demandado
acude a su despacho para que se le explique el porque. El viejo Fiscal tras recibir a la persona
que le parece completamente lucida y capaz, estudia la documentación y le comunica:

- ¡Ah claro! Es usted esquizofrénico paranoide.

Y el buen hombre le contesta:

- Perdone usted señor Fiscal. Yo lo que soy es fontanero y, a veces, me pongo enfermo.

Anécdota clarificadora. Añadamos que el desarrollo personal del ser humano no conoce
límites. La persona que padece una enfermedad mental tampoco los conoce. Por solo poner
unos cuantos ejemplos de los que Vallejo-Najera llamó “locos egregios” que son puntales de
nuestra memoria cultural e histórica:

- En el arte el pintor Vincent van Gogh, psicótico que tuvo que ser internado en el
sanatorio de Saint-Remy.
- En la religión San Juan de Dios, el Juan Ciudad que, tras ser ingresado en un
manicomio de Granada, fundó la Orden Hospitalaria que lleva su nombre tras
comprobar las condiciones de los atendidos allí.
- El matemático Jhon Nash, Premio Nóbel de Economía en 1994 por su teoría del
equilibrio, que fue internado varias veces debido a su esquizofrenia y cuya vida
inspiró la película “ Una mente maravillosa” ganadora de varios Oscar, y que
refleja perfectamente como el apoyo familiar y social, y el deseo de vivir puede
permitir una vida completamente normalizada del enfermo.
- El músico Mozart, aquejado de depresión y muchos otros virtuosos de la música.

Artistas, santos, científicos. Enfermos mentales. Personas. Hombres y mujeres que


pueden llegar donde quieran con un poco de apoyo y de comprensión. Seres humanos con el
principal derecho que tenemos todos y que, sorprendentemente, no es recogido en nuestras
constituciones, aunque si lo sea en el preámbulo de la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos de 4 de julio de 1776: el de buscar la felicidad.

Es sintomático que el primer sanatorio psiquiátrico europeo sea el de Nuestra Sra. de los
Inocentes de Valencia, fundado en 1409 por Fray Juan Gilabert Joffre, comendador del
Convento de Nuestra Señora de la Merced, tras ver como unos jóvenes se burlaban de un
pobre enfermo de locura. Seres inocentes son sin duda, con la misma capacidad que los
demás para ser felices o desgraciados, y que precisan del apoyo contra las barreras que su
enfermedad les impone.

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Desde las Secciones de Protección a las Personas con Discapacidad andaluzas
llevamos mucho tiempo pidiendo a las asociaciones de afectados y a los familiares que le den
una oportunidad al derecho. Este no va a solucionarlo todo, no tiene todas las respuestas, ni
hará desaparecer el problema. Todos sabemos que los enfermos mentales necesitan
tratamiento médico, pero también una profunda intervención social y, por que no, una intensa
protección jurídica de sus derechos y de los riesgos que, en la vida legal y social, su situación
genera. Nosotros tenemos muy claro la máxima de Hipócrates dirigida a los médicos: “Si
puedes curar, cura; si no puedes curar, palia; si no puedes paliar, escucha”. Kant decía que la
locura (y perdón por usar, una vez más, una palabra cargada de connotaciones negativas)
consiste en la sustitución del sentido común por el sentido propio. Por eso nos es tan difícil
entenderla e incluso nos da tanto miedo. Pero para entender tenemos que escuchar a los que
viven y sufren el problema. Tenemos que acercarnos a ellos. Acercarnos a vuestra lucha y a
vuestros anhelos.

Termino ya. Quiero hacerlo con un poema de Bertolt Brecht que, sin duda todos
conocemos y que nos llama a intervenir, cuando todavía hay tiempo, por las personas que
están en riesgo como una forma de salvarnos nosotros mismos.

Primero cogieron a los comunistas,


y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí
no quedaba nadie para protestar.

Cristóbal Francisco Fábrega Ruiz, Fiscal de la Sección de


Protección de Personas con Discapacidad de la Fiscalía de Jaén.

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