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TÍTULO ORIGINAL: Das Unbehagen in der Kultur I Zur Gewinnung des

Feuers I Zeitgemasses über Krieg und Tod I Einige Be-


merkungen über den Begriff des Unbewussten in der
Psychoanalyse / Triebe und Triebschicksale I Dier
Verdrängung I Das Unberwusste I Metapsychologysche El malestar en la cultura*
Ergänzung zur Traumlehre I Trauer und Melancholie
TRADUCTORES: Ramón Rey Ardid («Sobre el malestar en la cultura» y
«Sobre la conquista del fuego») y Luis López-Balleste-
ros y de Torres («Consideraciones de actualidad sobre
la guerra y la muerte» y los seis trabajos que forman la
«Metapsicología»)

Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1970


Vigésima primera reimpresión: 1998
Primera edición en «Biblioteca de autor»: 1999
Primera reimpresión: 2000

No podemos eludir la impresión de que el hombre suele \


aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras
anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la
-i
Diseño de cubierta: Alianza Editorial '••< i riqueza, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que I
Ilustración: Eugenio Granell, Figura selvática (fragmento). © VF.GAP, 1999
la vida le ofrece. No obstante, al formular un juicio general l
Proyecto de colección: Odile Atthalin y Rafael Celda;
de esta especie, siempre se corre peligro de olvidar la abiga-
Reservados t o d o s los derechos. El contenido de esta obr'a está protegido por la Ley, rrada variedad del m u n d o humano y de su vida anímica, ya
que establece penas de prisión y / o multas, además de las correspondientes indemni-
• ¿aciones por d a ñ o s y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o que existen, en efecto, algunos seres a quienes no se les niega
comunicaren públicamente, en t o d o o e n p a r t e , una obra literaria, artística o cientí- la veneración de sus coetáneos, pese a que su grandeza repo-
fica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo
de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
sa en cualidades y obras muy ajenas a los objetivos y los idea-
les de las masas. Se pretenderá aducir que sólo es una mino-
-© Sigmund Freud Copyrights, Ltd., Londres, 1966 ría selecta la que reconoce en su justo valor a estos grandes
© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1970, 1973, 1975, 1978,
1979,-19807l'98T,'1982,T984,1986,1987; 1988,1990,1991,1992,1993,
hombres, mientras que la gran mayoría nada quiere saber-de' i
1994,1995, 1996,1998,1999, 2000 ellos; pero las discrepancias entre las ideas y las acciones de /
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 91 393 88 88 los hombres son tan amplias y sus deseos tan dispares, que h
ISBN: 84-206-3847-1
dichas reacciones seguramente no son tan simples. ¡ { n
Depósito legal: M. 6.377-2000
Impreso en Fernández Ciudad, S. L.
Printed in Spain
Publicado en 1930.
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Sigmund Freud El malestar en la cultura 9
o
Uno de estos hombres excepcionales se declara en sus car- indisoluble comunión, de inseparable pertenencia a la tota-
tas amigo mío. Habiéndole enviado yo mi pequeño trabajo lidad del m u n d o exterior. Debo confesar que para mí esto
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que trata de la religión como una ilusión , respondióme que tiene más bien el carácter de una penetración intelectual,
compartía sin^e^eTválmjuTció^FrFla religión, pero la- . acompañada, naturalmente, de sóbretenos afectivos, que
mentaba que yo no hubiera concedido su justo valor a la por lo demás tampoco faltan en otros actos cognoscitivos de
fuente última de la religiosidad. Ésta residiría, según su cri- análoga envergadura. En mi propia persona no llegaría a
terio, en un sentimiento~párficuIar que jamás habría dejado convencerme de la índole primaria de semejante sentimien-
de percibir, que muchas personas le habrían confirmado y to; pero no por ello tengo derecho a negar su ocurrenciajréal
cuya existencia podría suponer en millones de seres huma- en los demás. La cuestión se reduce, pues, a establecer si es
nos; un sentimiento que le agradaría designar «sensación de interpretado correctamente y si debe ser aceptado como fons
eternidad»; uñ sentimiento como de algo sin límites ni ba- et origo de toda urgencia religiosa.
rreras, en cierto modo «oceánico». Trataríase de una expe- Nada puedo aportar que sea susceptible de decidir la so-
riencia esencialmente subjetiva, no de un artículo del credo; lución de este problema. La idea_de_que.elhombre podría in-
tampoco implicaría seguridad alguna de inmortalidad per- tuir su relación con el m u n d o exteriojr a través de un senti-
sonal; pero, no obstante, ésta sería la fuente de la energía miento directo, orientado desde un principio a este fin,
religiosa, que, captada por las diversas iglesias y sistemas parece tan extraña y es tan mcóngruejite con la estructura de
religiosos, es encauzada hacia determinados canales y, se- nuestra psicología, que será lícito intentar una explicación
guramente, también consumida en ellos. Sólo gracias a este psicoanalítica-vale decir genética- del mencionado sentí-"
sentimiento oceánico podría u n o considerarse religioso, mienta.__
aunque se rechazara toda fe y toda ilusión. Al emprender esta tarea se nos ofrece al instante el si-
Esta declaración de un amigo que venero -quien, por otra guiente razonamiento. En condiciones normales nada nos
parte, también prestó cierta vez expresión poética al encan- parece tan seguro y establecidojjJomo la sensación de nues-
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to de la ilusión - me colocó en no pequeño aprieto, pues yo tra mismidad, de nuestro p r o p i o j o . Estejyo.se nos presenta.
mismo no logro descubrir en mí este sentimiento «oceáni- cómo algo independiente, unitario, bien desmarca
co». En manera alguna es tarea grata someter los sentimien- a todo lo demás. Sólpja investigación pri^oanalítica - q u e ,
tos al análisis científico: es cierto que se p u e d e intentar-la por otra parte, aún tienjjnucho quejtecirnos_sobrej[a rela_-_
descripción de "sus'lriañifestariones fisiológicas; pero cuan- clólíélíti'e eljyo y eLei/a-nos ha enseñado que_esa,apariencia,
do esto no es posible -y me temo que también el sentimiento 'éTéngañosa; que, por el contrario, el yo se continúa hacia
oceánico se sustraerá a semejante caracterización-.jiojrue-^ denfro, sin límites precisos, con una entidad psíquica in-
da sino atenerse al contenido ideacionaLque.más fácilmente consciente que denominamos ello y a la cual viene a servir
se asocreTóírdicho sentimiento. Mi amigo, si lo he corripren- como de fachada. Pero, por lo menos hacia el exterior, el yo
"didóTorrecTamenterse refiere a lo mismo que cierto poeta parece mantener sus límites claros y precisos. Sólo los pierde
original y harto inconvencional hace decir a su protagonis- en un estado que, si bien extraordinario, no puede ser tacha-
ta, a manera de consuelo ante el suicidio: «De este mundo no do de patológico: en la culminación del enamoramiento
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podemos caernos» . Trataríase, pues, de un sentimiento de amenaza esfumarse el límite entre el yo y el objeto. Contra
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todos los testimonios de sus sentidos, el enamorado afirma sensaciones de dolor y displacer que el aún omnipotente
q u e j o y tú son uno, y está dispuesto a comportarse como si principio del placer induce a abolir y a evitar. Surge así la
realmente fuese así. Desde luego, lo que puede ser anulado tendencia a disociar del jo cuanto pueda convertirse en I
transitoriamerrtepor una función fisiológica, también po- fuente de displacer, a expulsarlo de sí, a formar u n j o pura- \
dfa ser trastprnado_ppr procesos patológicos. La patología mente hedónico, un jo placiente enfrentado con un no-yo,
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nos presenta gran número de estados en los que se torna in- con un <<afuera>raléno y amenazante. Los límites de estejnj-
cierta la demarcación del jo frente al mundo exterior, o don- mífivójó placiente no pueden escapar a reajustes ulteriores
de los límites llegan a ser confundidos: casos en que partes ^mpuestos^^ ;
del propio cuerpo, hastacprnrjqnentes del propio psiquis- siera abandonar por su carácter placentero nfj.p_ertejiece*sirL
mo, percepciones, pensamientos, sentimientos, aparecen embargó, al j o , sirio a los objetos; recíprocamente, muchos
como si fueran extraños y no pertenecieran al j o ; otros, en sufrimientos de los que uno pretende desembarazarse resul-
los cuales se atribuye al m u n d o exterior lo que a todas luces táiTséf Iriseparableidel j o , de procedencia interna. C o n ]
procede del jo y debería ser; reconocido por éste. De m o d o , todo, el hombre aprende a dominar un procedimiento que, •
que también el sentimiento yoico está sujeto ajrastornos, y mediante la orientación intencionada de los sentidos y la a c - : i
los límites del jo con el mundo exterior no son hjmujtables. tividad muscular adecuada, le permite discernir lo interior \
- ProsiguiejTdpjgujstra reflexión, hemos de decirnos que (perteneciente al yo) de lo exterior (originado en el mundo), j
•este sentido yoico del adulto_no puede haber sido el mismo dando así el primer paso hacia la entronización delpririci- \ C¡,
í desde el principio, sino que debe haber sufrido una evoju- pió de realidad, principio que habrá de dominar toda la e v o - ¡ •
{ciórrjj rrnposible de demostrar, naturalmente, pero suscepti- lución ulterior. Naturalmente, esa capacidad adquirida de
ble de ser reconstruida con cierto grado de probabilidad.JjL discernimiento sirve al propósito práctico de eludir las sen- ,
lactante aún no distingue su yo de un m u n d o exterior, como saciones displacenteras percibidas o amenazantes. La cir- ¡
[''• fuente de las sensaciones que le llegan. Gradualmente_lo_ cunstancia de que el j o , al defenderse contra ciertos estímu- ,
aprende por influencia de diversos estímulos. Sin duda, ha los displacientes emanados de su interior, aplique los }
de causarle la más profunda impresión el hecho de que algu- mismos métodos que le sirven contra el displacer de origen
nas de las fuentes de excitación - q u e más tarde reconocerá externo, habrá de convertirse en origen de importantes tras-
como los órganos de su c u e r p o - sean susceptibles de provo- tornos patológicos. ^ _ Ó
í carie sensaciones en cualquier momento, mientras que otras
p r~~/De esta manera, pues, el jo se desliga del mundo exterior, j
se le sustraen temporalmente -entre éstas, la que más anhe-
| afinque más correcto sería decir: originalmente el jo lo in- j
¡ la: el seno materno-, logrando sólo atraérselas al expresar su
cluye todo; luego, desprende de sí un mundo exterior. Núes- j ¡
urgencia en el llanto. Con ello comienza por oponérsele al jo
un «objeto», en forma de algo que se encuentra «afuera» y M¿p actual §ejr^id^y3conp_es, por consiguiente/más que el •
para cuya aparición es menester una acción particular. Un_ residuo atrofiado de un sentimiento más amplio, aun dé en- s¡
segundo estímulo_para que el yo se desprenda de la masa vergadura universal, que correspondía a una comunicación
s r a s o n a j ^ e s t p ^ j j w a la aceptación de u.nj<afiaera», de un más íntima entre el jo y el m u n d o circundante. Si cabe acep- J
mundo exterior, lo dan las frecuentes, múltiples e inevitables tar que este sentido yoico primario subsiste -en mayor orne- ^
ñor g r a d o - en la vida anímica de muchos seres humanos,
12 Sigmund Freud El malestar en la cultura 13

debe considerársele como una especie de equivalente del fica la destrucción o aniquilación del resto mnemónico, nos
sentimiento yoico del adulto, cuyos límites son más precisos inclinamos a la concepción contraria de que en la vida psí-
y restringidos. De esta suerte, los contenidos ideativos que le quica nada de lo una vez formado puede desaparecer jamás;
corresponden serían precisamente los de infinitud y de co- todo se conserva de alguna manera y puede volver a surgir
munión con el Todo, los mismos que mi amigo emplea para en circunstancias favorables, como, por ejemplo, mediante
ejemplificar el sentimiento «oceánico». Pero ¿acasjaJerremqs una regresión de suficiente profundidad.
el derecho de admitir esta supervivencia de lo primitivo jun- Tratemos de representarnos lo que esta hipótesis significa
to a lo ulterior, que de él "se ha desarrollado? _ mediante una comparación que nos llevará a otro terreno.
Sin duda alguna, pues los fenómenos de esta índole nada Tomemos como ejemplo la evolución de la Ciudad Eterna . 5

tienen de extraño, ni en la esfera psíquica ni en otra cual- Los historiadores nos enseñan que el más antiguo recinto
quiera. Así, en lo qué se refiere a la serie zoológica, sustenta- urbano fue la Roma quadrata, una población empalizada en
mos la hipótesis de que las especies más evolucionadas han el monte Palatino. A esta primera fase siguió el Septimon-
surgido de las inferiores; pero aún hoy hallamos, entre las vi- tium, fusión de las poblaciones situadas en las distintas coli-
vientes, todas las formas simples de la vida. Los grandes sau- nas; más tarde apareció la ciudad cercada por el muro de
rios se han extinguido, cediendo el lugar a los mamíferos; Servio Tulio, y aún más recientemente, luego de todas las
pero aún vive con nosotros un representante genuino de ese transformaciones de la República y del Primer Imperio, el
orden: el cocodrilo. Esta analogía puede parecer demasiado recinto que el emperador Aureliano rodeó con sus murallas.
remota, y, por otra parte, adolece de que las especies inferio- No hemos de perseguir más lejos las modificaciones que su-
res sobrevivientes no suelen ser las verdaderas antecesoras frió la ciudad, preguntándonos, en cambio, qué restos de
de las actuales, más evolucionadas. Por regla general, han esas fases pasadas hallará aún en la Roma actual un turista al
desaparecido los eslabones intermedios, que sólo conoce- cual suponemos dotado de los más completos conocimien-
mos a través de su reconstrucckm.-En cambio, en el terreno tos históricos y topográficos. Verá el muro aureliano casi in-
psíquico la cóñs'eivácrónlielo primitivo junto a lo evolucio- tacto, salvo algunas brechas. En ciertos lugares podrá hallar
nado a que dio origen es tan frecuente, que sería ocioso de- trozos del muro serviano, puestos al descubierto por las ex-
mostrarla mediante ejemplos. Este fenómeno obedece casi cavaciones. Provisto de conocimientos suficientes -superio-
siempre a una bifurcación del curso evolutivo: una parte res a los de la arqueología m o d e r n a - , quizá podría trazar en
cuantitativa de determinada actitud o de una tendencia ins- el cuadro urbano actual todo el curso de este muro y el con-
tintiva se ha sustraído a toda modificación, mientras que el torno de la Roma quadrata; pero de las construcciones que
resto siguió la vía del desarrollo progresivo. otrora colmaron ese antiguo recinto no encontrará nada o
Tocamos aquí el problema general de la conservación en tan sólo escasos restos, pues aquéllas han desaparecido. Aun
lo psíquico, problema apenas elaborado hasta ahora, pero dotado del mejor conocimiento de la Roma republicana,
tan seductor e importante que podemos concederle nuestra sólo podría señalar la ubicación de los templos y edificios
atención por un momento, pese a que la oportunidad no pa- públicos de esa época. Hoy, estos lugares están ocupados por
rezca muy justificada. Habiendo superado la concepción ruinas, pero ni siquiera por las ruinas auténticas de aquellos
errónea de que el olvido, tan corriente para nosotros, signi- monumentos, sino por las de reconstrucciones posteriores,
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ejecutadas después de incendios y demoliciones. Casi no es sión histórica, sólo podremos hacerlo mediante la yuxtapo-
necesario agregar que todos estos restos de la Roma antigua sición en el espacio, pues éste no acepta dos contenidos dis-
aparecen esparcidos en el laberinto de una metrópoli edifi- tintos. Nuestro intento parece ser un juego vano; su única
cada en los últimos siglos del Renacimiento. Su suelo y sus justificación es la de mostrarnos cuan lejos nos encontra-
construcciones modernas seguramente ocultan aún nume- mos de poder captar las características de la vida psíquica
rosas reliquias. Tal es la forma de conservación de lo pasado mediante la representación descriptiva.
que ofrecen los lugares históricos como Roma. Aún tendríamos que enfrentarnos con otra objeción. Se
Supongamos ahora, a m a n e r a de fantasía, que Roma no nos preguntará por qué recurrimos precisamente al pasado
fuese un lugar de habitación humana, sino un ente psíquico de una ciudad para compararlo con el pasado anímico. La
con un pasado no menos rico y prolongado, en el cual no hu- hipótesis de la conservación total de lo pretérito está supedi-
biere desaparecido nada de lo que alguna vez existió y donde tada, también en la vida psíquica, a la condición de que el ór-
junto a la última fase evolutiva subsistieran todas las ante- gano del psiquismo haya quedado intacto, de que sus tejidos
riores. Aplicado a Roma, esto significaría que en el Palatino no hayan sufrido por traumatismo o inflamación. Pero las
habrían de levantarse aún, en todo su porte primitivo, los influencias destructivas comparables a estos factores pato-
palacios imperiales y el Septizonium de Septimio Severo; lógicos no faltan en la historia de ninguna ciudad, aunque su
que las almenas del Castel Sant'Angelo todavía estarían co- pasado sea menos agitado que el de Roma, aunque, como
ronadas por las bellas estatuas que las adornaron antes del Londres, jamás haya sido asolada por un enemigo. Aun la
sitio por los godos, etcétera. Pero aún más: en el lugar que más apacible evolución de una ciudad incluye demoliciones
ocupa el Palazzo Caffarelli veríamos de nuevo, sin tener que y reconstrucciones que, en principio, la tornan inadecuada
demoler este edificio, el templo de Júpiter Capitalino, y no para semejante comparación ¿oh un organismo psíquico.'
sólo en su forma más reciente, como lo contemplaron los ro- " Nos rendimos ante este argumento y, renunciando a u n
manos de la época cesárea, sino también en la primitiva, ilustrativo efecto de contraste, recurrimos a un símil que, en
etrusca, ornada con antefijos de terracota. En el emplaza- todo caso, es más afín a lo psíquico: el organismo animal o el
miento actual del Coliseo podríamos admirar, además, la humano. Pero también aquí tropezamos con idéntica difi-
desaparecida Domus Áurea de Nerón; en la Piazza della Ro- cultad. Las fases precedentes de la evolución no subsisten en
tonda'no encontraríamos tan sólo el actual Panteón como forma alguna, sino que se agotan en las ulteriores, cuyo ma-
Adriano nos lo ha legado, sino también, en el mismo solar, la terial han suministrado. Es imposible demostrar la existen-
construcción original de M. Agripa, y además, en este terre- cia del embrión en el adulto; el timo del niño, sustituido por
no, la iglesia Maria sopra Minerva, sin contar el antiguo tejido conectivo durante la adolescencia, ha dejado de exis-
templo sobre el cual fue edificada. Y bastaría que el observa- tir; es verdad que en los huesos largos del adulto podemos
dor cambiara la dirección de su mirada o su punto de obser- trazar el contorno del infantil; pero éste ha desaparecido al
vación para hacer surgir una u otra de estas visiones. alargarse y engrosarse para alcanzar su forma definitiva. Por
consiguiente, debemos someternos a la comprobación de
Evidentemente, no tiene objeto alguno seguir el hilo de que sólo en el terreno psíquico es posible esta persistencia
esta fantasía, pues nos lleva a lo inconcebible y aun a lo ab- de todos los estadios previos junto a la forma definitiva, y de
surdo. Si pretendemos representar espacialmente la suce-
16 ;". • Sigmund Freud El malestar en la cultura 17

que no p o d r e m o s representarnos gráficamente tal fenó- infantil. Es posible que aquélla oculte aún otros elementos;
meno. pero por ahora se pierden en las tinieblas.
—--Pero quizá vayamos demasiado lejos con esta conclusión. Puedo imaginarme que el «sentimiento oceánico» haya
Quizá habríamos de conformarnos con afirmar que lo pre- venido a relacionarse ulteriormente con la religión, pues este
térito puede subsistir en la vida psíquica, que no está nece- ser-uno-con-el-todo, implícito en su contenido ideativo, nos
sariamente condenado a l a destrucción. Aun en el terreno seduce como una primera tentativa de consolación religio-
psíquico no deja de ser posible - c o m o n o r m a o excepcio- sa, como otro camino para refutar el peligro que el yo reco-
nalmente- que muchos elementos arcaicos sean borrados o noce amenazante en el m u n d o exterior. Confieso una vez
consumidos en tal medida, que ya ningún proceso logre res- más que me resulta muy difícil operar con estas magnitudes
tablecerlos o reanimarlos; además, su conservación podría tan intangibles.
estar supeditada en principio a ciertas condiciones favora- Otro de mis amigos, llevado por su insaciable curiosidad
bles. Todo esto es posible, pero nada sabemos al respecto. científica a las experiencias más extraordinarias y converti-
No podemos sino atenernos a la conclusión de que en la vida do por fin en omnisapiente, me aseguró que mediante las
psíquica la conservación de lo pretérito es la regla, más bien prácticas del yoga, es decir, apartándose del mundo exterior,
que una curiosa excepción. fijando la atención en las funciones corporales, respirando
Así, pues, estamos plenamente dispuestos a aceptar que de manera particular, se llega efectivamente a despertar en
en muchos seres existe un «sentimiento oceánico», que nos sí mismo nuevas sensaciones y sentimientos difusos, que
inclinamos a reducir a una fase temprana del sentido yoico; pretendía concebir como regresiones a estados primordia-
pero entonces se nos plantea una nueva cuestión: ¿qué pre- les de la vida psíquica, profundamente soterrados. Consi-
tensiones puede alegar ese sentimiento para ser aceptado deraba dichos fenómenos como pruebas, en cierta manera
como fuente de las necesidades religiosas? fisiológicas, de gran parte de la sabiduría de la mística. Se
- Por mi parte, esta pretensión no me parece muy fundada, nos ofrecerían aquí relaciones con muchos estados enig-
pues un sentimiento sólo puede ser fuente de energía si a su máticos de la vida anímica, como los del trance y del éxta-
vez es expresión de una necesidad imperiosa. En cuanto a las sis. Mas yo siento el impulso de repetir las palabras del
necesidades religiosas, considero irrefutable su derivación buzo de Schiller:
del desamparo infantil y de la nostalgia por el padre que
aquél suscita, tanto más cuanto que este sentimiento no se ¡Alégrese q u i e n r e s p i r a a la r o s a d a luz del día!
mantiene simplemente desde la infancia, sino que es reani-
mado sin cesar por la angustia ante la omnipotencia del des-
tino. Me sería imposible indicar ninguna necesidad infantil 2
tan poderosa como la del amparo paterno. Con esto pasa a
segundo plano el papel del «sentimiento oceánico», que po- Mi estudio sobre El porvenir de una ilusión, lejos de estar de-
dría tender, por ejemplo, al restablecimiento del narcisismo dicado principalmente a las fuentes más profundas del sen-
, ilimitado. La génesis de la actitud religiosa puede ser trazada tido religioso, se refería más bien a lo que el hombre común
i con toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo concibe como su religión, al sistema de doctrinas y promi-
18 Sigmund Freud El malestar en la cultura 19

siones que, por un lado, le explican con envidiable integri- Este aforismo enfrenta, por una parte, la religión con las
dad los enigmas de este mundo, y por otro, le aseguran que dos máximas creaciones del hombre, y por otra, afirma que
una solícita Providencia guardará su vida y recompensará pueden representarse o sustituirse mutuamente en cuanto a
en una existencia ultraterrena las eventuales privaciones que su valor para la vida. De m o d o que si también pretendiéra-
sufra en ésta. El hombre común no puede representarse esta mos privar de religión al común de los mortales, no nos res-
Providencia sino bajo la forma de un padre grandiosamente paldaría evidentemente la autoridad del poeta. Ensayemos,
exaltado, pues sólo un padre semejante sería capaz de com- pues, otro camino para acercarnos a la comprensión de su
prender las necesidades de la criatura humana, conmoverse pensamiento. Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos re^
ante sus ruegos, ser aplacado por las manifestaciones de su sulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos,
arrepentimiento. Todo esto es a tal punto infantil, tan incon- decepciones, empresas imposibles. Para soportarla, no p o -
gruente con la realidad, que el más mínimo sentido humani- demos pasarnos sin lenitivos («No se puede prescindir de las
tario nos tornará dolorosa la idea de que la gran mayoría de muletas», nos ha dicho Theodor Fontane). Los hay quizá de
losmortales jamás podría elevarse por sobre semejante con- tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer
cepción de la vida. Más humillante aún es reconocer cuan pequeña nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas que la
numerosos son nuestros contemporáneos que, obligados a reducen; narcóticos que nos tornan insensibles a ella. Algu-
reconocer la posición insostenible de esta religión, intentan, 7
no cualquiera de estos remedios nos es indispensable . Vol-
no obstante, defenderla palmo a palmo en lastimosas accio- taire alude a las distracciones cuando en Candide formula a
nes de retirada. Uno se siente tentado a formar en las filas de manera de envío el consejo de cultivar nuestro jardín; tam-
los creyentes, para exhortar a no invocar en vano el nombre bién la actividad científica es una diversión semejante. Las
del Señor, a aquellos filósofos que creen poder salvar al Dios satisfacciones sustitutivas como nos las ofrece el arte son,
de la religión reemplazándolo por un principio impersonal, frente a la realidad, ilusiones, pero no por ello menos efica-
nebulosamente abstracto. Si algunas de las más excelsas ces psíquicamente, gracias al papel que la imaginación man-
mentes de tiempos pasados hicieron otro tanto, ello no cons- tiene en la vida anímica. En cuanto a los narcóticos, influyen
tituye justificación suficiente, pues sabemos por qué se vie- sobre nuestros órganos y modifican su quimismo. No es fá-
ron obligadas a hacerlo. cil indicar el lugar que en esta serie corresponde a la reli-
Volvamos al hombre común y a su religión, la única que gión. Tendremos que buscar, pues, un acceso más amplio
habría de llevar este nombre. Al punto acuden a nuestra al asunto.
mente las conocidas palabras de uno de nuestros grandes En incontables ocasiones se ha planteado la cuestión del
poetas y sabios, que nos hablan de las relaciones que la reli- objeto que tendría la vida humana, sin que jamás se le haya
gión guarda con el arte y la ciencia. Helas aquí: dado respuesta satisfactoria, y quizá ni admita tal respuesta.
Muchos de estos inquisidores se apresuraron a agregar que,
Q u i e n posee Ciencia y Arte si resultase que la vida humana no tiene objeto alguno, per-
t a m b i é n t i e n e Religión; dería todo valor ante sus ojos. Pero estas amenazas de nada
quien no posee una ni otra sirven: parecería más bien que se tiene el derecho de recha-
6
¡tenga R e l i g i ó n ! . zar la pregunta en sí, pues su razón de ser probablernente
20 Sigmund Freud El malestar en la cultura ¡ ' 21

• emane de esa vanidad antropocéntrica cuyas múltiples ma- hombre sea «feliz». Lo que en el sentido más estricto se lla-
. •• nifestaciones ya conocemos. Jamás se pregunta acerca del ma felicidad surge de la satisfacción, casi siempre instantá-
objeto de la vida de los animales, salvo que se le identifique nea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada
con el destino de servir al hombre. Pero tampoco esto es sus- tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como
tentable, pues son muchos los animales con los que el hom- fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación an-
. bre no sabe qué emprender -fuera de describirlos, clasificar- helada por el principio del placer sólo proporciona una sen-
los y estudiarlos- e incontables especies aun han declinado sación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos
• servir a este fin, al existir y desaparecer mucho antes de que permite gozar intensamente sino el contraste, pero sqlo en
el hombre pudiera obser^yaxias^Decididamente, sólo la reli- 8
muy escasa medida lo estable . Así, nuestras facultades de
,. giÓh puedlTres^ónder al interrogante sobre la finalidad de la felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia
1 vida. No estaremos errados al concluir que la idea de adjudi- constitución. En cambio, nos es mucho menos difícil expe-
J car un objeto a la vida humana no puede existir sino en fun- rimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza por tres
•' ción de un sistema religioso. : ,, lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decaden-
• /Abandonemos por ello la cuestión precedente, y encare- cia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los
mos esta otra, más modesta: ¿qué fines y propósitos de vida signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del
expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de m u n d o exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con
la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de
la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, las relaciones con otros seres humanos. El.sufrimiento que
" no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos fases: un emana de esta última fuente quizá nos sea más doloroso que
•' fin positivo y otro negativo: por un lado, evitar el dolor y el cualquier otro; tendemos a considerarlo como una adición
displacer; por el otro, experimentar intensas sensaciones más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino
placenteras. En sentido estricto, el término «felicidad» sólo tan ineludible como el sufrimiento de distinto origen.
se aplica al segundo fin. De acuerdo con esta dualidad del , No nos extrañe, pues, que bajo la presión de tales posibili-
objetivo perseguido, la actividad humana se despliega en dades de sufrimiento, el hombre suela rebajar sus pretensio-
. ' dos sentidos, según trate de alcanzar -prevaleciente o exclu- nes de felicidad (como, por otra parte, también el principio
sivamente- uno u otro de aquellos fines. del placer se transforma, por influencia del mundo exterior,
Como se advierte, quien fija el objetivo vital es simple- en el más modesto principio de la realidad); no nos asombre
mente el programa del principio del placer; principio que que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de ha-
rige las operaciones del aparato psíquico desde su mismo ber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufri-
origen; principio de cuya adecuación y eficiencia no cabe miento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento
dudar, por más que su programa esté en pugna con el mun- relegue a segundo plano la de lograr el placer. La reflexión
do entero, tanto con el macrocosmos como con el microcos- demuestra que las tentativas destinadas a alcanzarlo pueden
mos. Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el or- llevarnos por caminos muy distintos, recomendados todos
den del universo se le opone, y aun estaríamos por afirmar por las múltiples escuelas de la sabiduría humana y empren-
que el plan de la «Creación» no incluye el propósito de que el didos alguna vez por el ser humano. En primer lugar, la sa-


22 Sigmund Freud El malestar en la cultura 23

tisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos impone nuestro propio quimismo deben existir asimismo sustancias
como norma de conducta más tentadora, pero significa pre- que cumplen un fin análogo, pues conocemos por lo menos
ferir el placer a la prudencia, y a poco de practicarla se hacen un estado patológico -la m a n í a - en el que se produce seme-
sentir sus consecuencias. Los otros métodos, que persiguen jante conducta, similar a la embriaguez, sin incorporación
ante todo la evitación del sufrimiento, se diferencian según de droga alguna. También en nuestra vida psíquica normal,
la fuente de displacer a que conceden máxima atención. la descarga del placer oscila entre la facilitación y la coarta-
Existen entre ellos procedimientos extremos y moderados; ción, y paralelamente disminuye o aumenta la receptividad
algunos unilaterales, y otros que atacan simultáneamente para el displacer. Es muy lamentable que este cariz tóxico de
varios puntos El aislamiento voluntario, el alejamiento de los procesos mentales se haya sustraído hasta ahora a la in-
los demás, es el método de protección más inmediato contra vestigación científica. Se atribuye tal carácter benéfico a la
el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones hu- acción de los estupefacientes en la lucha por la felicidad y en
manas. Es claro que la felicidad alcanzable por tal camino no la prevención de la miseria, que tanto los individuos como
puede ser sino la de la quietud. Contra el temible m u n d o ex- los pueblos les han reservado un lugar permanente en su
terior sólo puede uno defenderse mediante una forma cual- economía libidinal.No sólo se les debe el placer inmediato,
quiera del alejamiento si se pretende solucionar este proble- sino también una muy anhelada medida de independencia
(

ma únicamente para sí. Existe desde luego otro camino frente al m u n d o exterior. Los hombres saben que con ese
mejor: pasar al ataque contra la Naturaleza y someterla a la «quitapenas» siempre podrán escapar al peso de la realidad,
voluntad del hombre, como miembro de la comunidad hu- refugiándose en un m u n d o propio que ofrezca mejores con-
mana, empleando la técnica dirigida por la ciencia; así, se diciones para su sensibilidad. También se sabe que es preci-
trabaja con todos por el bienestar de todos. Pero los más in- samente esta cualidad de los estupefacientes la que entraña
teresantes preventivos del sufrimiento son los que tratan de su peligro y su nocividad. En ciertas circunstancias aun
influir sobre nuestro propio organismo, pues en última ins- tienen la culpa de que se disipen estérilmente cuantiosas
tancia todo sufrimiento no es más que una sensación, sólo magnitudes de energía que podrían ser aplicadas para mejo-
existe en tanto lo sentimos, y únicamente lo sentimos en vir- rar la suerte humana. ( i

tud de ciertas disposiciones de nuestro organismo. Sin embargo, la complicada arquitectura de nuestro apa-
El más crudo, pero también el más efectivo de los méto- rato psíquico también es accesible a toda una serie de otras
dos destinados a producir tal modificación, es el químico: la influencias. La satisfacción de los instintos, precisamente
intoxicación. No creo que nadie haya comprendido su meca- porque implica tal felicidad, se convierte en causa de intenso
nismo, pero es evidente que existen ciertas sustancias extra- sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, ne-
ñas al organismo cuya presencia en la sangre o en los tejidos gándonos la satisfacción de nuestras necesidades. Por consi-
nos proporciona directamente sensaciones placenteras, mo- guiente, cabe esperar que al influir sobre estos impulsos ins-
dificando además las condiciones de nuestra sensibilidad, tintivos evitaremos buena parte del sufrimiento.. Pero esta
de manera tal que nos impiden percibir estímulos desagra- forma de evitar el dolor ya no actúa sobre el aparato sensiti-
dables. Ambos efectos no sólo son simultáneos, sino que vo, sino que trata de dominar las mismas fuentes internas de
también parecen estar íntimamente vinculados. Pero en nuestras necesidades, consiguiéndolo en grado extremosa!
24 S i g m u n d Freud El malestar en la cultura > 25

aniquilar los instintos, como lo enseña la sabiduría oriental y «elevadas», pero su intensidad, comparada con la satisfac-
lo realiza la práctica del yoga. Desde luego, lograrlo significa ción de los impulsos instintivos groseros y primarios, es
al mismo tiempo abandonar toda otra actividad (sacrificar muy atenuada y de ningún modo llega a conmovernos físi-
la vida), para volver a ganar, aunque por distinto camino, camente. Pero el punto débil de este método reside en que su
únicamente la felicidad del reposo absoluto. Idéntico cami- aplicabilidad no es general, en que sólo es accesible a pocos
no, con un objetivo menos extremo, se emprende al perse- seres, pues presupone disposiciones y aptitudes peculiares
guir tan sólo la moderación de la vida instintiva bajo el go- que no son precisamente habituales, por lo menos en medi-
bierno de las instancias psíquicas superiores, sometidas al da suficiente. Y aun a estos escasos individuos no puede
principio de la realidad. Esto no significa en modo alguno la ofrecerles una protección completa contra el sufrimiento; no
renuncia al propósito de la satisfacción, pero se logra cierta los reviste con una coraza impenetrable a las flechas del des-
protección contra el sufrimiento, debido a que la insatisfac- tino, y suele fracasar cuando el propio cuerpo se convierte
ción de los instintos domeñados procura menos dolor que la en fuente de dolor .9

de los no inhibidos. En cambio, prodúcese una innegable li- La tendencia a independizarse del mundo exterior, bus-
mitación de las posibilidades de placer, pues el sentimiento cando las satisfacciones en los procesos internos, psíquicos,
de felicidad experimentado al satisfacer una pulsión instin- manifestada ya en el procedimiento descrito, se denota con
tiva indómita, no sujeta por las riendas del j o , es incompa- intensidad aún mayor en el que sigue. Aquí, el vínculo con la
rablemente más intenso que el que se siente al saciar un ins- realidad se relaja todavía más; la satisfacción se obtiene en
tinto dominado. Tal es la razón económica del carácter ilusiones que son reconocidas como tales, sin que su discre-
irresistible que alcanzan los impulsos perversos, y quizá de pancia con el mundo real impida gozarlas. El terreno del que
la seducción que ejerce lo prohibido en general. proceden estas ilusiones es el de la imaginación, terreno que
> Otra técnica para evitar el sufrimiento recurre a los des- otrora, al desarrollarse el sentido de la realidad, fue sustraí-
plazamientos de la libido previstos en nuestro aparato psí- do expresamente a las exigencias del juicio de realidad, re-
quico y que confieren gran flexibilidad a su funcionamiento. servándolo para la satisfacción de deseos difícilmente efec-
El problema consiste en reorientar los fines instintivos, de tuables. A la cabeza de estas satisfacciones imaginativas se
manera tal que eludan la frustración del mundo exterior. La encuentra el goce de la obra de arte, accesible aun al carente
10
sublimación de los instintos contribuye a ello, y su resultado de dotes creadoras, gracias a la mediación del artista .
será óptimo si se sabe acrecentar el placer del trabajo psíqui- Quien sea sensible a la influencia del arte no podrá estimarla
co e intelectual. En tal caso el destino poco puede afectar- en demasía como fuente de placer y como consuelo para las
nos. Las satisfacciones de esta clase, como la que el artista congojas de la vida. Mas la ligera narcosis en que nos sumer-
experimenta en la creación, en la encarnación de sus fanta- ge el arte sólo proporciona un refugio fugaz ante los azares
sías; la del investigador en la solución de sus problemas y en de la existencia y carece de poderío suficiente como para ha-
el descubrimiento de la verdad, son de una calidad especial cernos olvidar la miseria real.
que seguramente podremos caracterizar algún día en térmi- Más enérgica y radical es la acción de otro procedimien-
nos metapsicológicos. Por ahora hemos de limitarnos a de- to: el que ve en la realidad al único enemigo, fuente de todo
cir, metafóricamente, que nos parecen más «nobles» y más sufrimiento, que nos torna intolerable la existencia y con
26 Sigmund Freud El malestar en la cultura 27

quien, por consiguiente, es preciso romper toda relación si aferrándose por el contrario a sus objetos y hallando la feli-
se pretende ser feliz en algún sentido. El ermitaño vuelve la | cidad en la vinculación afectiva con éstos. Por otra parte, al
espalda a este m u n d o y nada quiere tener que ver con él. \ hacerlo no se conforma con la resignante y fatigada finalidad
Pero también se puede ir más lejos, empeñándose en trans-'" de eludir el sufrimiento, sino que la deja a un lado sin pres-
formarlo, construyendo en su lugar un nuevo m u n d o en el tarle atención, para concentrarse en el anhelo primordial y
cual queden eliminados los rasgos más intolerables, sustitui- apasionado del cumplimiento positivo de la felicidad. Quizá
dos por otros adecuados a los propios deseos. Quien en de- se acerque mucho más a esta meta que cualquiera de los mé-
sesperada rebeldía adopte este camino hacia la felicidad, ge- todos anteriores. Naturalmente, me refiero a aquella oríerf-
neralmente no llegará muy lejos, pues la realidad es la más tación de la vida que hace del amor el centro de todas las co-
fuerte. Se convertirá en un loco a quien pocos ayudarán en sas, que deriva toda satisfacción del amar y ser amado.
la realización de sus delirios. Sin embargo, se pretende que Semejante actitud psíquica nos es familiar a todos; una de
todos nos conducimos, en uno u otro punto, igual que el pa- las formas en que el amor se manifiesta -el amor sexual- nos
ranoico, e n m e n d a n d o algún cariz intolerable del m u n d o proporciona la experiencia placentera más poderosa y sub-
mediante una creación desiderativa e incluyendo esta qui- yugante, estableciendo así el prototipo de nuestras aspira-
mera en la realidad. Particular importancia adquiere el caso ciones de felicidad. Nada más natural que sigamos buscán-
en que numerosos individuos emprenden juntos la tentativa dola por el mismo camino que nos permitió encontrarla por
de procurarse un seguro de felicidad y una protección con- vez primera. El punto débil de esta técnica de vida es dema-
tra el dolor por medio de una transformación delirante de la siado evidente, y si no fuera así, a nadie se le habría ocurrido
realidad. También las religiones de la humanidad deben ser abandonar por otro tal camino hacia la felicidad. En efecto:
consideradas como semejantes delirios colectivos. Desde jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como
'luego, ninguno de los que comparten el delirio puede reco- cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infe-
nocerlo jamás como tal. , lices como cuando hemos perdido el objeto amado o su
amor. Pero no queda agotada con esto la técnica de vida que
No creo que sea completa esa enumeración de los méto-
se funda sobre la aptitud del amor para procurar felicidad;
dos con que el hombre se esfuerza por conquistar la felicidad
aún queda mucho por decir a l respecto. j.
y alejar el sufrimiento; también sé que el mismo material se
presfa a otras clasificaciones. Existe un método que todavía Cabe agregar aquí el caso interesante de que la felicidad de
no he mencionado, no porque lo haya olvidado, sino porque la vida se busque ante todo en el goce de la belleza, donde-
aún ha de ocuparnos en otro respecto. ¡Cómo podríase olvi- quiera sea accesible a nuestros sentidos y a nuestro juicio: ya
dar precisamente esta técnica del arte de vivir! Se distingue se trate de la belleza en las formas y los gestos humanos, en
por la más curiosa combinación de rasgos característicos. los objetos de la Naturaleza, los paisajes, ó en las creaciones
Naturalmente, también ella persigue la independencia del artísticas y á u n científicas. Esta orientación estética de la fi-
destino -tal es la expresión que cabe a q u í - y con esta inten- nalidad vital nos protege escasamente contra los sufrimien-
ción trasládala satisfacción a los procesos psíquicos inter- tos inminentes, pero puede indemnizarnos por muchos pe-
nos, utilizando al efecto la ya mencionada desplazabilidad sares sufridos. El goce de la belleza posee un particular
de la libido; pero sin apartarse por ello del mundo exterior, carácter emocional, ligeramente embriagador. La belleza no
28 Sigmund Freud EI malestar en la cultura 29

tiene utilidad evidente ni es manifiesta su necesidad cultu- sempeña un papel determinante la constitución psíquica del
ral, y, sin embargo, la cultura no podría prescindir de ella. La individuo, aparte de las circunstancias exteriores. El ser hu-
ciencia de la estética investiga las condiciones en las cuales mano predominantemente erótico antepondrá los vínculos
las cosas se perciben como bellas, pero no ha logrado expli- afectivos que lo ligan a otras personas; el narcisista, inclina-
car la esencia y el origen de la belleza, y como de costumbre, do a bastarse a sí mismo, buscará las satisfacciones esencia-
su infructuosidad se oculta con un despliegue de palabras les en sus procesos psíquicos íntimos; el hombre de acción
muy sonorasi pero pobres de sentido. Desgraciadamente, nunca abandonará un mundo exterior en el que pueda me-
tampoco el psicoanálisis tiene mucho que decirnos sobre la dir sus fuerzas. En el segundo de estos tipos, la orientación
belleza. Lo único seguro parece ser su derivación del terreno de los intereses será determinada por la índole de su voca-
de las sensaciones sexuales, representando un modelo ejem- ción y por la medida de las sublimaciones instintuales que
• piar de una tendencia coartada en su fin. Primitivamente, la estén a su alcance. Cualquier decisión extrema en la elección
«belleza» y el «encanto» son atributos del objeto sexual. Es no- se hará sentir exponiendo al individuo a los peligros que in-
table que los órganos genitales mismos casi nunca sean consi- volucra la posible insuficiencia de toda técnica vital elegida,
derados como bellos, pese al invariable efecto excitante de su con exclusión de las restantes. Así como el comerciante pru-
contemplación; en cambio, dicha propiedad parece ser inhe- dente evita invertir todo su capital en una sola operación, así
rente a ciertos caracteres sexuales secundarios. también la sabiduría quizá nos aconseje no hacer depender
A pesar de su condición fragmentaria, me atrevo a cerrar toda satisfacción de una única tendencia, pues su éxito ja-
nuestro estudio con algunas conclusiones. El designio de ser más es seguro: depende del concurso de numerosos facto-
felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; res, y quizá de ninguno tanto como de la facultad del aparato
mas no por ello se debe - n i se p u e d e - abandonar los esfuer- psíquico para adaptar sus funciones al mundo y para sacar
zos por acercarse de cualquier m o d o a su realización. Al provecho de éste en la realización del placer. Quien llegue al
.'efecto podemos adoptar muy distintos caminos, antepo- mundo con una constitución instintual particularmente des-
niendo ya el aspecto positivo de dicho fin -la obtención del favorable, difícilmente hallará la felicidad en su situación am-
placer-, ya su aspecto negativo -la evitación del dolor-. Pero biental, ante todo cuando se encuentre frente a tareas difíciles,
"ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto a menos que haya efectuado la profunda transformación y
anhelamos. La felicidad, considerada en el sentido limitado, reestructuración de sus componentes libidinosos, imprescin-
cuya realización parece posible, es meramente un problema dible para todo rendimiento futuro. La última técnica de vida
de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al que le queda y que le ofrece por lo menos satisfacciones susti-
respectó vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo tutivas es la fuga a la neurosis, recurso al cual generalmente
la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a se- apela ya en años juveniles. Quien vea fracasar en edad madura
guir será influida por los más diversos factores. Todo depen- sus esfuerzos por alcanzar la felicidad, aún hallará consuelo
de de la suma de satisfacción real que pueda esperar del en el placer de la intoxicación crónica, o bien emprenderá esa
1
m u n d o exterior y de la medida en que se incline a indepen- desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis' .
dizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya La religión viene a perturbar este libre juego de elección y
a sí mismo para modificarlo según sus deseos. Ya aquí de- adaptación, al imponer a todos por igual su camino único
30 Sigmund Freud El malestar en la cultura

para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica turaleza; nuestro organismo, que forma parte de ella, siem-
consiste en reducir el valor de la vida y en deformar deliran - pre será perecedero y limitado en su capacidad de adapta-
temente la imagen del m u n d o real, medidas que tienen por ción y rendimiento. Pero esta comprobación no es, en modo
condición previa la intimidación de la inteligencia. A este alguno, descorazonante; por el contrario, señálala dirección
precio, imponiendo por la fuerza al hombre la fijación a un a nuestra actividad. Podemos al menos superar algunos pe-
infantilismo psíquico y haciéndolo participar en un delirio sares, aunque no todos; otros logramos mitigarlos: varios
colectivo, la religión logra evitar a muchos seres la caída en milenios de experiencia nos han convencido de ello. Muy
la neurosis individual. Pero no alcanza nada más. Como ya distinta es nuestra actitud frente al tercer motivo de sufri-
sabemos, hay muchos caminos que pueden llevar a la felici- miento, el de origen social. Nos negamos en absoluto a acep-
dad, en la medida en que es accesible al hombre, mas nin- tarlo; no atinamos a comprender por qué las instituciones
g u n o que p e r m i t a alcanzarla con seguridad. Tampoco la que nosotros mismos hemos creado no habrían de represen-
religión puede cumplir sus promesas, pues el creyente, tar, más bien, protección y bienestar para todos. Sin embar-
obligado a invocar en última instancia los «inescrutables go, si consideramos cuan pésimo resultado hemos obtenido
designios» de Dios, confiesa con ello que en el sufrimiento precisamente en este sector de la prevención contra el sufri-
sólo le queda la sumisión incondicional como último con- miento, comenzamos a sospechar que también aquí podría
suelo y fuente de goce. Y si desde el principio ya estaba dis- ocultarse una porción de la indomable Naturaleza, tratán-
puesto a aceptarla, bien podría haberse ahorrado todo ese dose esta vez de nuestra propia constitución psíquica.
largo rodeo.
A punto de ocuparnos en esta eventualidad, nos topamos
con una afirmación tan sorprendente, que retiene nuestra
atención. Según ella, nuestra llamada cultura llevaría grafTl
3 ';' parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos I
ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a |
Nuestro estudio de la felicidad no nos ha enseñado hasta condiciones de vida más primitivas. Califico de sorprenden- \
ahora mucho que exceda de lo conocido por todo el mundo. te esta aseveración, porque -cualquiera que sea el sentido \
Las perspectivas de descubrir algo nuevo tampoco parecen que se dé al concepto de cultura- es innegable que todos los j:
ser ñiás promisorias, aunque continuemos la indagación, recursos con los cuales intentamos defendernos contra los !

preguntándonos por qué al hombre le resulta tan difícil ser sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa /
feliz. Ya hemos respondido al señalar las tres fuentes del hu- cultura.
mano sufrimiento: la supremacía de la Naturaleza, la cadu- ¿Por qué caminos habrán llegado tantos hombres a esta ^
cidad de nuestro propio cuerpo y la insuficiencia de nues- extraña actitud de hostilidad contra la cultura? Creo que un
tros métodos para regular las relaciones humanas en la profundo y antiguo disconformismo con el respectivo esta-
jamilia, el Estado y la sociedad. En lo que a las dos primeras do cultural constituyó el terreno en que determinadas cir-
se refiere, nuestro juicio no puede vacilar mucho, pues nos cunstancias históricas hicieron germinar la condenación de
vemos obligados a reconocerlas y a inclinarnos ante lo ine- aquélla. Me parece que alcanzo a identificar el último y el pe-
vitable. Jamás llegaremos a dominar completamente la Na- núltimo de estos motivos, pero mi erudición no basta para
32 S i g m u n d Freud El malestar en la cultura 33

perseguir más lejos la cadena de los mismos en la historia de espacio y del tiempo, esta sujeción de las fuerzas naturales,
la especie humana. En el triunfo del cristianismo sobre las cumplimiento de un anhelo multimilenario, no ha elevado
religiones paganas ya debe haber intervenido tal factor anti- la satisfacción placentera que exige de la vida, no le lia he-
cultural, teniendo en cuenta su íntima afinidad con la depre- cho, en su sentir, más feliz. Deberíamos limitarnos a deducir
ciación de la vida terrenal implícita en la doctrina cristiana. de esta comprobación que el dominio sobre la Naturaleza no
El penúltimo motivo surgió cuando, al extenderse los viajes es el único requisito de la felicidad humana -como, por otra
de exploración, se entabló contacto con razas y pueblos pri- parte, tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones cul-
mitivos. Los europeos, observando superficialmente e inter- turales-, sin inferir de ella que los progresos técnicos, son
pretando de manera equívoca sus usos y costumbres, imagi- inútiles para la economía de nuestra felicidad. En efecto,
naron que esos pueblos llevaban una vida simple, modestay ¿acaso no es una positiva experiencia placentera, un innega-
feliz; que debía parecer inalcanzable a los exploradores de ble aumento de mi felicidad, si puedo escuchar a voluntad la
nivel cultural más elevado. La experiencia ulterior ha recti- voz de mi hijo que se encuentra a centenares de kilómetros
ficado muchos de estos juicios, pues en múltiples casos se de distancia; si, apenas desembarcado mi amigo, puedo en-
había atribuido tal facilitación de la vida a la falta de compli- terarme de que ha sobrellevado bien su largo y penoso viaje?
cadas exigencias culturales, cuando en realidad obedecía a la ¿Por ventura no significa nada el que la medicina haya logra-
generosidad de la Naturaleza y a la cómoda satisfacción de do reducir tan extraordinariamente la mortalidad infantil, el
las necesidades elementales. En cuanto a la última de aque- peligro de las infecciones puerperales, y aun prolongar en
llas motivaciones históricas, la conocemos bien de cerca: se considerable número los años de vida del hombre civiliza-
produjo cuando el hombre aprendió a comprender el meca- ^ do? A estos beneficios, que debemos a la tan vituperada era
nismo de las neurosis, que amenazan socavar el exiguo resto de los progresos científicos y técnicos, aún podría agregarse
de felicidad accesible a la humanidad civilizada. Comprobó- una larga serie; pero aquí se hace oír la voz de la crítica pesi-
\ se así que el ser humano cae en la neurosis porque no logra mista, advirtiéndonos que la mayor parte de estas satisfac-
I soportar el grado de frustración que le impone la sociedad ciones serían como esa «diversión gratuita» encomiada en
| en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que cierta anécdota: no hay más que sacar una pierna desnuda
;! sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eli- de bajo la manta, en fría noche de invierno, para poder pro-
I minando o atenuando en grado sumo estas exigencias cul- curarse el «placer» de volverla a cubrir. Sin el ferrocarril que
\ turales. '••-•',"'« supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado
' Agrégase a esto el influjo de cierta decepción. En el curso la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder
de las últimas generaciones la humanidad ha realizado ex- oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no ha-
traordinarios progresos en las ciencias naturales y en su \ bría emprendido el largo viaje, y ya no me haría falta el telé-
aplicación técnica, afianzando en medida otrora inconcebi- grafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve
ble su dominio sobre la Naturaleza. No enunciaremos, por reducir la mortalidad infantil, si precisamente esto nos obli-
conocidos de todos, los pormenores de estos adelantos. El ga a adoptar máxima prudencia en la procreación, de modo
hombre se enorgullece con razón de tales conquistas, pero que, a fin de cuentas, tampoco hoy criamos más niños que
comienza a sospechar-que este recién adquirido dominio del en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio
36 Sigmund rreuu

ra de su retina. Con la cámara fotográfica ha creado un ins- tendrá precisamente en el año de gracia de 1930*. Tiempos
trumento que fija las impresiones ópticas fugaces, servicio futuros traerán nuevos y quizá inconcebibles progresos en
que el fonógrafo le rinde con las no menos fugaces impresio- este terreno de la cultura, exaltando aún más la deificación
nes auditivas, constituyendo ambos instrumentos materia- del hombre. Pero no olvidemos, en interés de nuestro estu-
lizaciones de su innata facultad de recordar; es decir, de su dio, que tampoco el hombre de hoy se siente feliz en su seme-
memoria. Con ayuda del teléfono oye a distancias que aun el janza con Dios.
cuento de hadas respetaría como inalcanzables. La escritura Así, reconocemos el elevado nivel cultural de un país
es, originalmente, el lenguaje del ausente; .la vivienda, un su- cuando comprobamos que en él se realiza con perfección y
cedáneo del vientre materno, primera morada cuya nostal- eficacia cuanto atañe a la explotación de la tierra por el hom-
gia quizá aún persista en nosotros, donde estábamos tan se- bre y a la protección de éste contra las fuerzas elementales; es
guros y nos sentíamos tan a gusto. decir, en dos palabras: cuando todo está dispuesto para su
..--Diríase qué es un cuento de hadas esta realización de to- mayor utilidad. En semejante país los ríos que amenacen
dos o casi todos sus deseos fabulosos, lograda por el hombre con inundaciones habrán de tener regulado su cauce y sus
con su ciencia y su.técnica, en esta tierra que lo vio aparecer aguas conducidas por canales a las regiones que carezcan de
por vez primera como débil animal y a la que cada nuevo in- ellas; las tierras serán cultivadas diligentemente y sembradas
dividuo de su especie vuelve a ingresar -oh inch ofnature!*- con las plantas más adecuadas a su fertilidad; las riquezas
como lactante inerme. Todos estos bienes el hombre puede minerales del subsuelo serán explotadas activamente y con-
considerarlos como conquistas de la cultura. Desde hace vertidas en herramientas y accesorios indispensables; los
; mucho tiempo se había forjado un ideal de omnipotencia y medios de transporte serán frecuentes, rápidos y seguros;
, omnisapiencia que encarnó en sus dioses, atribuyéndoles los animales salvajes y dañinos habrán sido exterminados y
cuanto parecía inaccesible a sus deseos o le estaba vedado, de florecerá la cría de los domésticos. Pero aún tenemos otras
m o d o ' q u e bien podemos considerar a estos dioses como pretensiones frente a la cultura y -lo que no deja de ser sig-
ideales de la cultura. Ahora que se encuentra muy cerca de nificativo- esperamos verlas realizadas precisamente en los
alcanzar este ideal, casi ha llegado a convertirse, él mismo, mismos países. Cual si con ello quisiéramos desmentir las
en un dios, aunque por cierto sólo en la medida en que el co- demandas materiales que acabamos de formular, también
m ú n juicio h u m a n o estima factible un ideal: nunca por celebramos como manifestación de cultura el hecho de que
completo; en unas cosas, para nada; en otras, sólo a medias, la diligencia humana se vuelque igualmente sobre cosas que
f Él hombre ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con pró- parecen carecer de la menor utilidad, como, por ejemplo, la
I tesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefac- ornamentación floral de los espacios libres urbanos, junto a
< tos, pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces aun le procu- su fin útil de servir como plazas de juegos y sitios de airea-
\ ran muchos sinsabores. Por otra parte, tiene derecho a ción, o bien el empleo de las flores con el mismo objeto en la
"consolarse con la reflexión de que este desarrollo no se de- habitación humana. Al punto advertimos que eso, lo inútil,

* «¡Oh lenta naturaleza!» En inglés en el original. (N. del T.) * Recuérdese que esto fue escrito precisamente en tal fecha. (N. del T.)
38 Sigmund Freud El malestar en la cultura 39

cuyo valor esperamos ver apreciado por la cultura, no es pero por extraño que parezca no sucedió así, sino que el
sino la belleza. Exigimos al hombre civilizado que la respete hombre manifiesta más bien en su labor una tendencia na-
dondequiera que se le presente en la Naturaleza y que, en la tural al descuido, a la irregularidad y a la informalidad, sien-
medida de su habilidad manual, dote de ella a los objetos. do necesarios arduos esfuerzos para conseguir encaminarlo
Pero con esto no quedan agotadas, ni mucho menos, nues- a la imitación de aquellos modelos celestes.
tras exigencias a la cultura, pues aún esperamos ver en ella Evidentemente, la belleza, el orden y la limpieza ocupan
las manifestaciones del orden y la limpieza. No apreciamos una posición particular entre las exigencias culturales. Na-
en mucho la cultura de una villa rural inglesa de la época de die afirmará que son tan esenciales como el dominio de las
Shakespeare, al enterarnos de que ante la puerta de su casa fuerzas de la Naturaleza y otros factores que aún conocere-
natal, en Stratford, se elevaba un gran estercolero; nos indig- mos, pero nadie estará dispuesto a relegarlas como cosas ac 7

namos y hablamos de «barbarie» -antítesis de cultura- al cesorias. La belleza, que no quisiéramos echar de menos en
encontrar los senderos del bosque de Viena llenos de pape- la cultura, ya es un ejemplo de que ésta no persigue tan sólo
luchos. Cualquier forma de desaseo nos parece incompati- el provecho. La utilidad del orden es evidente; en lo que a la
ble con la cultura; extendemos también a nuestro propio limpieza se refiere, tendremos en cuenta que también es
.cuerpo este precepto de limpieza, enterándonos con asom- prescrita por la higiene, vinculación que probablemente no
. bro del mal olor que solía despedir la persona del Rey Sol; fue ignorada por el hombre aun antes de que se llegara a la
meneamos la cabeza al mostrársenos en Isola Bella la mi- prevención científica de las enfermedades. Pero este factor
núscula jofaina que usaba Napoleón para su ablución matu- utilitario no basta por sí solo para explicar del todo dicha
tina. Ni siquiera nos asombramos cuando alguien llega a es- tendencia higiénica; por fuerza debe intervenir en ella algo
tablecer el consumo del jabón como índice de cultura. más.
Análoga actitud adoptamos frente al orden, que, como la Pero no creemos poder caracterizar a la cultura mejor que
limpieza, referimos únicamente a la obra humana; pero a través de su valoración y culto de las actividades psíquicas
mientras no hemos de esperar que la limpieza reine en la Na- superiores, de las producciones intelectuales, científicas y
1 turaleza, el orden, en cambio, se lo hemos copiado a ésta; la artísticas, o por la función directriz de la vida humana que
; observación de las grandes cronologías siderales no sólo dio concede a las ideas. Entre éstas el lugar preeminente lo ocu-
al hombre la pauta, sino también las primeras referencias pan los sistemas religiosos, cuya complicada estructura traté
para introducir el orden en su vida. El orden es una especie de iluminar en otra oportunidad; junto a ellos se encuentran,
de impulso de repetición que establece de una vez para todas las especulaciones filosóficas, y finalmente, lo que podría-.
cuándo, dónde y cómo debe efectuarse determinado acto, mos calificar de «construcciones ideales» del hombre, es de-
de m o d o que en toda situación correspondiente nos ahorra- cir, su idea de una posible perfección del individuo, de la na-
. remos las dudas e indecisiones. El orden, cuyo beneficio es ción o de la humanidad entera, así como las pretensiones.
innegable, permite al hombre el máximo aprovechamiento que establece basándose en tales ideas. La circunstancia de
de espacio y tiempo, economizando simultáneamente sus que estas creaciones no sean independientes entre sí, sino, al
energías psíquicas. Cabría esperar que se impusiera desde contrario, íntimamente entrelazadas, dificulta tanto su for-
un principio y espontáneamente en la actividad humana, mulación como su derivación psicológica. Si aceptamos
S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura 41
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'como hipótesis general que el resorte de toda actividad hu- munidad se enfrenta entonces, como «Derecho», con el po-
mana es el afán de lograr ambos fines convergentes -el pro- derío del individuo, que se tacha de «fuerza bruta». Esta sus-
vecho y el placer-, entonces también habremos de aceptar su titución del poderío individual por el de la comunidad re-
vigencia para estas otras manifestaciones culturales, a pesar presenta el paso decisivo hacia la cultura. Su carácter
de que su acción sólo se evidencia claramente en las activi- esencial reside en que los miembros de la comunidad res-
dades científicas o artísticas. Pero no se puede dudar de que tringen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el in-
también las demás satisfacen poderosas necesidades del ser dividuo aislado no reconocía semejantes restricciones. Así,
humano, quizá aquellas que sólo están desarrolladas en una pues, el primer requisito cultural es el de la justicia, o sea la
minoría de los hombres. Tampoco hemos de dejarnos indu- seguridad de que el orden jurídico, una vez establecido, ya
cir a engaño por nuestros juicios de valor sobre algunos de no será violado a favor de un individuo, sin que esto impli-
estos ideales y sistemas religiosos o filosóficos, pues ya se vea que un pronunciamiento sobre el valor ético de semejante
en ellos la creación máxima del espíritu humano, ya se los derecho. El curso ulterior de la evolución cultural parece
menosprecie como aberraciones, es preciso reconocer que tender a que este derecho deje de expresar la voluntad de un
su existencia, y particularmente su hegemonía, indican un pequeño grupo -casta, tribu, clase social-, que a su vez se
elevado nivel de cultura. enfrenta, como individualidad violentamente agresiva, con
Como último, pero no menos importante rasgo caracte- otras masas, quizá más numerosas. El resultado final ha de
rístico de una cultura, debemos considerar la forma en que ser el establecimiento de un derecho al que todos -o por lo
son reguladas las relaciones de los hombres entre sí, es decir, menos todos los individuos aptos para la vida en comuni-
las relaciones sociales que conciernen al individuo en tanto d a d - hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y
que vecino, colaborador u objeto sexual de otro, en tanto que no deje a ninguno - u n a vez más: con la mencionada li-
que miembro de una familia o de un Estado. He aquí un te- mitación- a merced de la fuerza bruta.
rreno en el cual nos resultará particularmente difícil mante- La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era
nernos al margen de ciertas concepciones ideales y llegar a máxima antes de toda cultura, aunque entonces carecía de
establecer lo que estrictamente ha de calificarse como cultu- valor porque el individuo apenas era capaz de defenderla. El
ra. Comencemos por aceptar que el elemento cultural estu- desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige
vo implícito ya en la primera tentativa de regular esas rela- que nadie escape a ellas. Cuando en una comunidad huma-
ciones sociales, pues si tal intento hubiera sido omitido, na se agita el ímpetu libertario, puede tratarse de una rebe-
dichas relaciones habrían quedado al arbitrio del individuo; lión contra alguna injusticia establecida, favoreciendo así un
es decir, el más fuerte las habría fijado a conveniencia de sus nuevo progreso de la cultura y no dejando, por tanto, de ser
intereses y de sus tendencias instintivas. Nada cambiaría en compatible con ésta; pero también puede surgir del resto de
la situación si este personaje más fuerte se encontrara, a su la personalidad primitiva que aún no ha sido dominado por
vez, con otro más fuerte que él. La vida h u m a n a en común la cultura, constituyendo entonces el fundamento de una
sólo se torna posible cuando llega a reunirse una mayoría hostilidad contra la misma. Por consiguiente, el anhelo de li-
más poderosa que cada uno de los individuos y que se man- bertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de
tenga unida frente a cualquiera de éstos. El poderío de tal co- la cultura, o bien contra ésta en general. Al parecer, no existe
42 S i g m u n d Ereud El m a l e s t a r en la cultura 43

medio de persuasión alguno que permita inducir al hombre No sabemos cómo sucede esto; pero no se puede poner en
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a que transforme su naturaleza en la de una hormiga; segu- duda la certeza de tal concepción . Ahora bien: hemos com-
ramente jamás dejará de defender su pretensión de libertad probado que el orden y la limpieza son preceptos esenciales
individual contra la voluntad de la masa. Buena parte de las de la cultura, por más que su necesidad vital no salte preci-
luchas en el seno de la humanidad giran alrededor del fin samente a los ojos, como tampoco es evidente su aptitud
único de hallar un equilibrio adecuado (es decir, que dé feli- para proporcionar placer. Aquí se nos presenta por vez pri-
cidad a todos) entre estas reivindicaciones individuales y las mera la analogía entre el proceso de la cultura y la evolución
colectivas, culturales; uno de los problemas del destino hu- libidinal del individuo. ; j
mano es el de si este equilibrio puede ser alcanzado en deter- Otros instintos son obligados a desplazar las condiciones ¡ $
minada cultura o si el conflicto en sí es inconciliable. de su satisfacción, a perseguirla por distintos caminos, pro- ¡
Al dejar que nuestro sentido común nos señalara qué as- ceso que en la mayoría de los casos coincide con el bien co- ¡
pectos de la vida h u m a n a merecen ser calificados de cultu- nocido mecanismo de la sublimación (de los fines instinti-
rales, hemos logrado una impresión clara del conjunto de la vos), mientras que en algunos aún puede ser distinguido de '
cultura, aunque por el momento nada hayamos averiguado ésta. La sublimación de los instintos constituye un elementó
que no fuese conocido por todo el mundo. Al mismo tiem- \ cultural sobresaliente, pues gracias a ella las actividades psí-
po, nos hemos cuidado de caer en el prejuicio general que quicas superiores, tanto científicas como artísticas e ideólo- \
equipara la cultura a la perfección, que la considera como el gicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la .
camino hacia lo perfecto, señalado a los seres humanos. Pero vida de los pueblos civilizados. Si cediéramos a la primera
aquí abordamos cierta concepción que quizá conduzca en impresión, estaríamos tentados a decir que la sublimación i
otro sentido. La evolución cultural se nos presenta como un j es, en principio, un destino instintual impuesto por la cultu-
proceso peculiar que se opera en la humanidad y muchas de I ra; pero convendría reflexionar algo más al respecto.
cuyas particularidades nos parecen familiares. Podemos ca- Por fin, hallamos junto a estos dos mecanismos un terce-
racterizarlo por los cambios que impone a las conocidas dis- ro, que nos parece el más importante, pues es forzoso reco-
posiciones instintuales del hombre, cuya satisfacción es, en í nocer la medida en que la cultura reposa sobre la renuncia a
fin de cuentas, la finalidad económica de nuestra vida. Algu- las satisfacciones instintuales: hasta qué punto su condición i
nos de estos instintos son consumidos de tal suerte, que en su previa radica precisamente en la insatisfacción (¿por supre-1
lugar aparece algo que en el individuo aislado calificamos de sión, represión o algún otro proceso?) de instintos podero-í ..
rasgo del carácter. El erotismo anal del niño nos ofrece el sos. Esta frustración cultural rige el vasto dominio de las re-;
más curioso ejemplo de tal proceso. En el curso del creci- laciones sociales entre los seres humanos, y ya sabemos que '•
miento, su primitivo interés por la función excretora, por en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura, j
sus órganos y sus productos, se transforma en el grupo de Este proceso también planteará arduos problemas a nuestra
rasgos que conocemos como ahorro, sentido del orden y i labor científica: son muchas las soluciones que habremos de
limpieza, rasgos valiosos y loables como tales, pero suscepti- ofrecer. No es fácil comprender cómo se puede sustraer un
bles de exacerbarse hasta un grado de notable predominio, \ instinto a su satisfacción; propósito que, por otra parte, no
constituyendo entonces lo que se denomina «carácter anal». está nada libre de peligros, pues si no se compensa económi-.
44 , , . Sigmund Freud El malestar en la cultura ' 45

/camente tal defraudación, habrá que atenerse a graves tras- 15


más fuerte . En esta familia primitiva aún falta un elemento
/tornos. ' ' esencial de la cultura, pues la voluntad del jefe y padre era ili-
Y Pero si pretendemos establecer el valor que merece nues- mitada. En Tótem y tabú traté de mostrar el camino que
\ tro concepto del desarrollo cultural como un proceso parti- condujo de esta familia primitiva a la fase siguiente de la
cular comparable a la maduración normal del individuo, vida en sociedad, es decir, a las alianzas fraternas. Los hijos,
tendremos que abordar sin duda otro problema, preguntán- al triunfar sobre el padre, habían descubierto que una aso-
donos a qué factores debe su origen la evolución de la cultu- ciación puede ser más poderosa que el individuo aislado. La
ra, cómo surgió y qué determinó su derrotero ulterior. fase totémica de la cultura se basa en las restricciones que los
hermanos hubieron de imponerse mutuamente para conso-
lidar este nuevo sistema. Los preceptos del tabú constituye-
4 •: ";. ron así el primer «Derecho», la primera ley. La vida de los
hombres en común adquirió, pues, doble fundamento: por
He aquí una tarea exorbitante, ante la que bien podemos un lado, la obligación del trabajo impuesto por las necesida-
confesar nuestro apocamiento. Veamos, pues, lo poco que des exteriores; por el otro, el poderío del amor, que impedía
de ella logré entrever. al hombre prescindir de su objeto sexual, la mujer, y a ésta,
El hombre primitivo, después de haber descubierto que de esa parte separada de su seno que es el hijo. De tal mane-
estaba literalmente en sus manos mejorar su destino en la ra, Eros y Ananké se convirtieron en los padres de la cultura
Tierra por medio del trabajo, ya no pudo considerar con in- humana, cuyo primer resultado fue el de facilitar la vida en
diferencia el hecho de que el prójimo trabajara con él o con- común a mayor número de seres. Dado que en ello colabo-
tra él. Sus semejantes adquirieron entonces, a sus ojos, la sig- raban estas dos poderosas instancias, cabría esperar que la
nificación de colaboradores con quienes resultaba útil vivir evolución ulterior se cumpliese sin tropiezos, llevando a una
en comunidad. Aun antes, en su prehistoria antropoidea, ha- dominación cada vez más perfecta del mundo exterior y al
bía adoptado el hábito de constituir familias, de m o d o que progresivo aumento del número de hombres comprendidos
los miembros de ésta probablemente fueran sus primeros en la comunidad. Así, no es fácil comprender cómo esta cul-
auxiliares. Es de suponer que la constitución de la familia es- tura podría dejar de hacer felices a sus miembros.
tuvo vinculada a cierta evolución sufrida por la necesidad de Antes de indagar el posible origen de sus eventuales per-
satisfacción genital; ésta, en lugar de presentarse como un turbaciones, dejemos que el reconocimiento del amor como
huésped ocasional que de pronto se instala en casa de uno uno de los fundamentos de la cultura nos aparte de nuestro
para no dar por mucho tiempo señales de vida después de su camino, a fin de llenar una laguna en nuestras consideracio-
partida, se convirtió, por el contrario, en un inquilino per- nes anteriores. Cuando señalamos la experiencia de que el
manente del individuo. Con ello, el macho tuvo motivos amor sexual (genital) ofrece al hombre las más intensas vi-
para conservar junto a sí a la hembra, o, en términos más ge- vencias placenteras, estableciendo, en suma, el prototipo de
néricos, a los objetos sexuales; las hembras, por su parte, no toda felicidad, dijimos que aquélla debía haberle inducido a
queriendo separarse de su prole inerme, también se vieron seguir buscando en el terreno de las relaciones sexuales to-
obligadas a permanecer, en interés de ésta, junto al macho das las satisfacciones que permite la vida, de manera que el
46 Sigmund Freud El malestar en la cultura 47

erotismo genital vendría a ocupar el centro de su existencia. mundo la actitud más excelsa a que puede elevarse el ser hu-
Agregamos que tal camino conduce a una peligrosa depen- mano. Con todo, nos apresuramos a adelantar nuestras dos
dencia frente a una parte del mundo exterior -frente al obje- principales objeciones al respecto: ante todo, un amor que
to amado que se elige-, exponiéndolo así a experimentar los no discrimina, pierde a nuestros ojos buena parte de su va-
mayores sufrimientos cuando este objeto lo desprecie o lor, pues comete una injusticia frente al objeto; luego, no to-
cuando se lo arrebate la infidelidad o la muerte. He aquí por dos los seres humanos merecen ser amados.
qué los sabios de todos los tiempos trataron de disuadir tan Aquel impulso amoroso que instituyó la familia sigue
insistentemente a los hombres de la elección de este camino, ejerciendo su influencia en la cultura, tanto en su forma pri-
que, sin embargo, conservó todo su atractivo para gran nú- mitiva, sin renuncia a la satisfacción sexual directa, como
mero de seres. bajo su transformación en un cariño coartado en su fin. En
Gracias a su constitución, una pequeña minoría de éstos ambas variantes perpetúa su función de unir entreoí a un
logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello número creciente de seres con intensidad mayor q u e í a lo-
debe someter la función erótica a vastas e imprescindibles grada por el interés de la comunidad de trabajo. La impreci-
modificaciones psíquicas. Estas personas se independizan sión con que el lenguaje emplea el término «amor» está,
del consentimiento del objeto, desplazando a la propia ac- pues, genéticamente justificada. Suélese llamar así a la rela-
ción de amar el acento que primitivamente reposaba en la ción entre el hombre y la mujer que han fundado una familia
experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen sobre la base de sus necesidades genitales; pero también se
contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual denomina «amor» a los sentimientos positivos entre padres
medida a todos los seres en vez de volcarlo sobre objetos de- e hijos, entre hermanos y hermanas, a pesar'de que estos
terminados; por fin, evitan las peripecias y defraudaciones vínculos deben ser considerados como amor de fin inhibido,
del amor genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, como cariño. Sucede simplemente que el amor coartado en
transformando el instinto en un impulso coartado en su fin. su fin fue en su origen un amor plenamente sexual, y sigue
El estado en que de tal manera logran colocarse, esa actitud siéndolo en el inconsciente h u m a n o . Ambas tendencias
de ternura etérea e imperturbable, ya no conserva gran se- amorosas, la sensual y la de fin inhibido, trascienden los lí-
mejanza exterior con la agitada y tempestuosa vida amorosa mites de la familia y establecen nuevos vínculos cqn seres
genital de la cual se ha derivado. San Francisco de Asís fue hasta ahora extraños. El amor genital lleva a la formación de
quizá quien llegó más lejos en esta utilización del amor para nuevas familias; el de fin inhibido, a las «amistades», que tie-
lograr una sensación de felicidad interior, técnica que, según nen valor en la cultura, pues escapan a muchas restricciones
dijimos, es una de las que facilitan la satisfacción del princi- del amor genital, como, por ejemplo, a su carácter exclusivo.
pio del placer, habiendo sido vinculada en múltiples ocasio- Sin embargo, la relación entre el amor y la cultura deja de ser
nes a la religión, con la que probablemente coincida en aque- unívoca en el curso de la evolución: por un lado, el primero
llas remotas regiones donde deja de diferenciarse Ayo de los se opone a los intereses de la segunda, que a su vez lo amena-
objetos y éstos entre sí. Cierta concepción ética, cuyos moti- za con sensibles restricciones.
vos profundos aún habremos de dilucidar, pretende ver en Tal divorcio entre amor y cultura parece, pues, inevitable;
esta disposición al amor universal por la humanidad y por el pero no es fácil distinguir al punto su motivo. Comienza por
48 S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura 49

manifestarse como un conflicto entre la familia y la comuni- viéndose así relegada a segundo término por las exigencias
dad social más amplia a la cual pertenece el individuo. Ya he- de la cultura, adopta frente a ésta una actitud hostil.
mos entrevisto que una de las principales finalidades de la En cuanto a la cultura, su tendencia a restringir la vida se-
cultura persigue la aglutinación de los hombres en grandes xual no es menos evidente que la otra, dirigida a ampliar el
unidades; pero la familia no está dispuesta a renunciar al in- círculo de su acción. Ya la primera fase cultural, la del tote-
dividuo. Cuanto más íntimos sean los vínculos entre los mismo, trae consigo la prohibición de elegir un objeto inces-
miembros de la familia, tanto mayor será muchas veces su tuoso, quizá la más cruenta mutilación que haya sufrido la
inclinación a aislarse de los demás, tanto más difícil les re- vida amorosa del hombre en el curso de los tiempos. El tabú,
sultará ingresar en las esferas sociales más vastas. El m o d o la ley y las costumbres han de establecer nuevas limitaciones
de vida en común filogenéticamente más antiguo, el único que afectarán tanto al hombre como a la mujer. Pero no to-
que existe en la infancia, se resiste a ser sustituido por el das las culturas avanzan a igual distancia por este camino, y,
cultural, de origen más reciente. El desprendimiento de la además, la estructura material de la sociedad también ejerce
familia llega a ser para todo adolescente una tarea cuya so- su influencia sobre la medida de la libertad sexual restante.
lución muchas veces le es facilitada por la sociedad me- Ya sabemos que la cultura obedece al imperio de la necesi-
diante los ritos de pubertad y de iniciación. Obtiénese así dad psíquica económica, pues se ve obligada a sustraer a la
la impresión de que aquí actúan obstáculos inherentes a sexualidad gran parte de la energía psíquica que necesita
todo desarrollo psíquico y en el fondo también a toda evo- para su propio consumo. Al hacerlo adopta frente a la sexua-
lución orgánica. lidad una conducta idéntica a la de un pueblo o una clase so-
La siguiente discordia es causada por las mujeres, que no cial que haya logrado someter a otro a su explotación. El te-
tardan en oponerse a la corriente cultural, ejerciendo su in- mor a la rebelión de los oprimidos induce a adoptar medidas
fluencia dilatoria y conservadora. Sin embargo, son estas de precaución más rigurosas. Nuestra cultura europea occi-
mismas mujeres las que originalmente establecieron el fun- dental corresponde a un p u n t o culminante de este desa-
damento de la cultura, con las exigencias de su amor. Las rrollo. Al comenzar por proscribir severamente las mani-
mujeres representan los intereses de la familia y de la vida se- festaciones de la vida sexual infantil, actúa con plena
xual; la obra cultural, en cambio, se convierte cada vez más justificación psicológica, pues la contención de los deseos
en tarea masculina, imponiendo a los hombres dificultades sexuales del adulto no ofrecería perspectiva alguna de éxito
crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos, sublima- si no fuera facilitada por una labor preparatoria en la infan-
ción para la que las mujeres están escasamente dotadas. cia. En cambio, carece de toda justificación el que la socie-
Dado que el hombre no dispone de energía psíquica en can- dad civilizada aun haya llegado al punto de negar la existen-
tidades ilimitadas, se ve obligado a cumplir sus tareas me- cia de estos fenómenos, fácilmente demostrables y hasta
diante una adecuada distribución de la libido. La parte que llamativos. La elección del objeto queda restringida en el in-
consume para fines culturales la sustrae, sobre todo, a la mu- dividuo sexualmente maduro al sexo contrario, y la mayor
jer y a la vida sexual; la constante convivencia con otros parte de las satisfacciones extragenitales son prohibidas
hombres y su dependencia de las relaciones con éstos, aun como perversiones. La imposición de una vida sexual idén-
llegan a sustraerlo a sus deberes de esposo y padre. La mujer, tica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por
50 S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura 51

alto las discrepancias que presenta la constitución sexual in- 16


realizar nuestra finalidad vital . A veces creemos advertir
nata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos que la presión de la cultura no es el único factor responsable,
de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una sino que habría algo inherente a la propia esencia de la fun-
grave injusticia. El efecto de estas medidas restrictivas po- ción sexual que nos priva de satisfacción completa, impul-
dría consistir en que los individuos normales, es decir, cons- sándonos a seguir otros caminos. Puede ser que estemos
titucionalmente aptos para ello, volcasen todo su interés se- 17
errados al creerlo; pero es difícil decidirlo .
xual, sin m e r m a alguna, en los canales que se le han dejado
abiertos. Pero aun el amor genital heterosexual, único que
ha escapado a la proscripción, todavía es menoscabado por 5
las restricciones de la legitimidad y de la monogamia. La
cultura actual nos da-claramente a entender que sólo está La experiencia psicoanalítica ha demostrado que las perso-
dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la nas llamadas neuróticas son precisamente las que menos so-
unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin portan estas frustraciones de la vida sexual. Mediante sus
admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptán- síntomas se procuran satisfacciones sustitutivas que, sin
dola tan sólo como un instrumento de reproducción huma- embargo, les deparan sufrimientos, ya sea por sí mismas o
na que hasta ahora no ha podido ser sustituido. por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior
' 'Desde luego, esta situación corresponde a un caso extre- y con la sociedad. Este último caso se comprende fácilmente;
mo, pues todos sabemos que en la práctica no puede ser rea- pero el primero nos plantea un nuevo problema. Con todo,
lizada ni siquiera durante breve tiempo. Sólo los seres débi- la cultura aún exige otros sacrificios, además de los que afec-
les sé sometieron a tan amplia restricción de su libertad tan a la satisfacción sexual. '•»'-'!
sexual, mientras que las naturalezas más fuertes únicamente Al reducir la dificultad de la evolución cultural a la inercia
la aceptaron con una condición compensadora, de la que se de la libido, a su resistencia a abandonar una posición anti-
tratará más adelante. La sociedad civilizada se ha visto en la gua por una nueva, hemos concebido aquélla como un tras-
obligación de cerrar los ojos ante muchas transgresiones torno evolutivo general. Sostenemos más o menos el mismo
que, de acuerdo con sus propios estatutos, debería haber concepto, al derivar la antítesis entre cultura y sexualidad
perseguido. Sin embargo, también es preciso evitar el error del hecho de que el amor sexual constituye una relación en-
opuesto, creyendo que semejante actitud cultural sería com- tre dos personas, en la que un tercero sólo puede desempe-
pletamente inofensiva, ya que no alcanza todos sus propósi- ñar un papel superfluo o perturbador, mientras que, por el
tos, pues no se puede dudar de que la vida sexual del hombre contrario, la cultura implica necesariamente relaciones en-
civilizado ha sufrido un grave perjuicio y en ocasiones llega tre mayor número de personas. En la culminación máxima
a parecemos una función que se halla en pleno proceso in- de una relación amorosa no subsiste interés alguno por el
volutivo, al igual que, como ejemplos orgánicos, nuestra m u n d o exterior; ambos amantes se bastan a sí mismos y
dentadura y nuestra cabellera. Quizá tengamos derecho a tampoco necesitan el hijo en común para ser felices. En nin-
aceptar que ha experimentado un sensible menoscabo en gún caso, como en éste, el Eros traduce con mayor claridad
tanto que fuente de felicidad, es decir, como recurso para el núcleo de su esencia, su propósito de fundir varios seres
52 ".i . S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura 53

en uno solo; pero se resiste a ir más lejos, una vez alcanzado plirlo? ¿De qué manera podríamos adoptar semejante acti-
este fin, de manera proverbial, en el enamoramiento de dos tud? Mi amor es, para mí, algo muy precioso, que no tengo
personas. derecho a derrochar insensatamente. Me impone obligacio-
Hasta aquí fácilmente podríamos imaginar una comuni- nes que debo estar dispuesto a cumplir con sacrificios. Si
dad cultural formada por semejantes individualidades do- amo a alguien, es preciso que éste lo merezca por cualquier
bles, que, libidinalmente satisfechas en sí mismas, se vincu- título. (Descarto aquí la utilidad que podría reportarme, así
laron mutuamente por los lazos de la comunidad de trabajo como su posible valor como objeto sexual, pues estas dos
b de intereses. Eñ tal caso la cultura no tendría ninguna ne- formas de vinculación nada tienen que ver con el precepto
cesidad dé sustraer energía a la sexualidad. Pero esta situa- del amor al prójimo.) Merecería mi amor si se me aseníejara
ción tan loable no existe ni ha existido jamás, pues la reali- en aspectos importantes, a punto tal que pudiera amar en él
dad nos muestra que la cultura no se conforma con los a mí mismo; lo merecería si fuera más perfecto de lo que yo
vínculos de unión que hasta ahora le hemos concedido, sino soy, en tal medida que pudiera amar en él al ideal de mi pro-
que también pretende ligar mutuamente a los miembros de pia persona; debería amarlo si fuera el hijo de mi amigo,
la comunidad con lazos libidinales, sirviéndose a tal fin de pues el dolor de éste, si algún mal le sucediera, también sería
cualquier recurso, favoreciendo cualquier camino que pue- mi dolor, yo tendría que compartirlo. En cambio, si me fuera
da llegar a establecer potentes identificaciones entre aqué- extraño y si no me atrajese ninguno de sus propios valores,
llos, poniendo en juego la máxima cantidad posible de libido ninguna importancia que hubiera adquirido para mi vida
con fin inhibido, para reforzar los vínculos de comunidad m e : afectiva, entonces me sería muy difícil amarlo. Hasta sería
diante los lazos amistosos. La realización de estos propósi-1 injusto si lo amara, pues los míos aprecian mi amor como
tos exige ineludiblemente una restricción de la vida sexual; una demostración de preferencia, y les haría injusticia si los
pero aún no comprendemos la necesidad que impulsó a la equiparase con un extraño. Pero si he de amarlo'con,ese
1
cultura a adoptar este camino y que fundamenta su oposi- amor general por todo el universo, simplemente porque
ción a la sexualidad. Ha de tratarse, sin duda, de un factor j también él es una criatura de este mundo, como elinsecto, el
perturbador que todavía no hemos descubierto. gusano y la culebra, entonces me temo que sólo le corres-
Quizá hallemos la pista en uno de los pretendidos ideales ponda una ínfima parte de amor, de ningún m o d o tanto
postulados por la sociedad civilizada. Es el precepto «Ama- como la razón me autoriza a guardar para mí mismo. ¿A qué
rás al prójimo como a ti mismo», que goza de universal viene entonces tan solemne presentación de un precepto
nombradía y seguramente es más antiguo que el cristianis- que, razonablemente, nadie puede aconsejarse cumplir?
mo, a pesar de que éste lo ostenta como su más encomiable Í< Examinándolo con mayor detenimiento, me encuentro
conquista; pero sin duda no es muy antiguo, pues el hombre con nuevas dificultades. Este ser ex^trjñono^sólqe^s en gene-
aún no lo conocía en épocas ya históricas. Adoptemos frente ral indigno de amor, sino que - p a r a confesarlosinceramen-
al mismo una actitud ingenua, como si lo oyésemos por vez té~- merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio. No pa-
primera: entonces no podremos contener un sentimiento de rece alimentar el mínimo amor por mi persona; no rae
asombro y extrañeza. ¿Por qué tendríamos que hacerlo? ¿De demuestra ía menor consideración. Siempre que le sea de al-
qué podría servirnos? Pero, ante todo, ¿cómo llegar a cum- guna utilidad, no vacilará en perjudicarme, y ni siquiera se
54 S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura 55

preguntará si la cuantía de su provecho corresponde a la. puede eludir aquí el recuerdo de un sucedido en el Parla-
mágnitucldel p^üiaoljHeTBe^ciisióná.Más aún:nisiquie- mento francés al debatirse la pena de muerte: un orador ha-
rá'és"necesario que"dé élló'def ive'úripfovecho; le bastará ex- bía abogado apasionadamente por su abolición y cosechó
périmentáFel menor placer para que no tenga escrúpulo al- frenéticos aplausos, hasta que una voz surgida del fondo de
gi^"*ar"dm^racme, en^fóid№álSГeOifalllaпneГ^en la sala pronunció las siguientes palabras: Que messieurs les
exhibir su. po3erío_.sobie^ más seguro se assassins commencent! '^/C
sienta, cuanto m á s j r x e ^ La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de l\
ramente puedo esperar de él esta actitud para conmjgó.Sise buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna ¡ )
condujera de otro m o d o ^ s i m e demostrase consideración y" y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se la ata- \¡
respeto,. apAsaj:,de_s.er^ cara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones k
mi parte a retribuírselo de análoga manera, aunque no me instintivas también debe incluirse una buena porción de J
obligara a ello precepto alguno. Aún masf siesegfaHáÜo- agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa / ¡
cuéntémandajrdentojre^ el únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino •
prójimo te ame a ti», nada tendría yo que objetar. Existe un también un motivo de tentación para satisfacer en él su agre- ]
segundo mandamiento que me parece aún inasiñconcebible sividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuir- !
y que despierta en mí una resistencia más violenta: «Amarás la, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, f
a tus enemigos». Sin embargo, pensándolo bien, veo que es- para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para pcasio- \
toy errado al rechazarlo como pretensión aún menos admi- narle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lu- /
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sible, pues, en el fondo, nos dice lo mismo que el p r i m e r o . pus: ¿quién se atrevería a refutar este refrári, despuésde to-
Llegado aquí, creo oír una voz que, llena de solemnidad, das las experiencias de la vida y de la Historia? Por regla
me advierte: «Precisamente porque tu prójimo no merece tu general, esta cruel agresión espera para desencadenarse a
amor y es mas bien tu enemigo, debes amarlo como a ti mis- que se la provoque, o bien se pone al servicio de otros propó-
mo». Comprendo entonces que éste es un caso semejante al sitos, cuyo fin también podría alcanzarse con medios menos
Credo quia absurdum. violentos. En condiciones que le sean favorables, cuando de-
Ahora bien: es muy probable que el prójimo, si se le invita saparecen las fuerzas psíquicas antagónicas que por lo gene-
a amarme como a sí mismo, respondería exactamente como ral la inhiben, también puede manifestarse espontáneamen-
yo lo hice, repudiándome con idénticas razones, aunque, se- te, desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que
gún espero, no con igual derecho objetivo; pero él, a su vez, no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie.
esperará lo mismo. Con todo, hay ciertas diferencias en la Quien recuerde los horrores de las grandes migraciones, de \
conducta de los hombres, calificadas por la ética como «bue- las irrupciones de los hunos, de los mogoles baj o Gengis Khan )
nas» y «malas», sin tener en cuenta para nada sus condicio- y lamerían, de la conquista de Jerusalén por los píos cruzados /
nes de origen. Mientras no hayan sido superadas estas dis- ^ a u n J a s . c r u e l d a d e s de laultima-guerra mundial,J:endrá que j
crepancias innegables, el cumplimiento de los supremos inclinarse humildemente ante la realidad de esta concepción,^/
preceptos éticos significará un perjuicio para los fines de la La existencia de tales tendencias agresivas, que podemos 1
cultura, al establecer un premio directo a la maldad. No se percibir en nosotros mismos y cuya existencia suponemos /
S i g m u n d Freud El m a l e s t a r en la cultura , , > 57

,< / con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nues- prójimo, pero la institución de la propiedad privada habría,
% 5 tra relación con los semejantes, imponiendo a la cultura tal corrompido su naturaleza. La posesión privada de bienes
despliegue de preceptos. Debido a esta primordial hostili- concede a unos el poderío, y con ello la tentación de abusar j
dad entre los hombres, la sociedad civilizada se ve constan- de los otros; los excluidos de la propiedad deben sublevarse
temente al borde de la desintegración. El interés que ofrece hostilmente contra sus opresores. Si se aboliera la propiedad
la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su cohe- privada, si se hicieran comunes todos los bienes, dejando
, sión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que los que todos participaran de su provecho, desaparecería la
X" intereses racionales. La cultura se ve obligada a realizar malquerencia y la hostilidad entre los seres humanos. Dado
múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias que todas las necesidades quedarían satisfechas, nadie ten- !
*.;, ' agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones dría motivo de ver en el prójimo a un enemigo; todos se ple-
mediante formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, g'arían de buen grado a la necesidad del trabajo. No me con-
ese despliegue de métodos destinados a que los hombres se cierne la crítica económica del sistema comunista; no me es
. identifiquen y; eñHblgnJrfflxtígTamorosos coartados enjsu posible investigar si la abolición de la propiedad privada es
C N- fini.de ahí las restricciones de la vida sexual, y delmTtámbién 19
oportuna y convincente ; pero, en cambio, puedo recono- ;
•.-' r¡ el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, pre- cer como vana ilusión su hipótesis psicológica. Es verdad
f
" C . cepto que efecfivamente.sejiu^ que al abolir la propiedad privada se sustrae a la agresividad
v
,J como él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana uno de sus instrumentos, sin duda uno muy fuerte,
humana. Sin embargo, todqsjoiejluerzqsdeJAculjurajiejS;_ pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin embargo,
tinados a imponerlo aún no han logrado gran cosa. Aquélla nada se habrá modificado con ello en las diferencias de po-
• espera po der evitar los peorésdespliegües de la fuerza bruta derío y de influencia, que la agresividad aprovecha para sus
concediéndose a sí misma el derecho de ejercer a su vez la propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta. El
fuerza frente a los delincuentes; pero la ley no alcanza las mstmtojigissjyajio-es^ ;
É manifestaciones más directas y sutiles de la agresividad hu- sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, :
mana. En u n ' m o m e n t o determinado, todos llegamos a cuáñdólapropiedad aún era bien poca cosa; ya se manifies-
abandonar, como ilusiones, cuantas esperanzas juveniles ta en el niño, apenas la propieigadha.perdido su primitiva
habíamos puesto en el prójimo; todos sufrimos la experien- forma anal; constituye el sedimentq.de todos los ytoculcis_ca-
- , cia de comprobar cómo la maldad de éste nos amarga y difi- riñosos y amorosos entre los hombres, quizá conlaúnica ex-
' \ culta la vida. Sin embargo, sería injusto reprochar a la cultu- cépclón delamor que la madre siente por su hijo yaróm Si se
ra que pretenda excluir la lucha y la competencia de las ' eliminara el derecTitopCTSonárá^"^eer bienes materiales^
. actividades humanas. Estos factores seguramente son im- aurTsúbsistirían ios privilegios derivados de las relaciones
• prescindibles; pero la rivalidad no significa necesariamente sexuales, que necesariamente deben convertirse en fuente de
" hostilidad: sólo se abusa de ella para justificar ésta. la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre
- Los cojrnunistas creen haber descubierto el camino hacia los seres humanos, equiparados en todo lo restante. Si tam-
' la redención del mah Según ellos," el hombre seríalBueño de bién se aboliera este privilegio, decretando la completa li-
' *" todo corazón, abrigaría las mejores intenciones'páTáam el^ bertad de la vida sexual, suprimiendo, pues, la familia, célu-
58 Sigmund Freud' El m a l e s t a r en la cultura

la germinal de la cultura, entonces, es verdad, sería imposi- de que entre ellos la religión era cosa del Estado y el Estado
ble predecir qué nuevos caminos seguiría la evolución de estaba saturado de religión. Tampoco fue por incomprensi-
ésta; pero cualesquiera que ellos fueren, podemos aceptar ble azar que el sueño de la supremacía mundial germana re-
que las inagotables tendencias intrínsecas de la naturaleza curriera como complemento a la incitación al antisemitis-
humana tampoco dejarían de seguirlos. mo; por fin, nos parece harto comprensible que la tentativa
Evidentemente, al hombre no le resulta fácil renunciar a la de instaurar en Rusia una nueva cultura comunista recurra
satisfacción de estas tendencias agresivas suyas; no se siente a la persecución de los burgueses comq^poyojpsicológico.
nada a gusto sin esa satisfacción. Por otra parte, un núcleo Pero nos pregüntalmósTpfeocupados, qué harán los soviets
cultural más restringido ofrece la muy apreciable ventaja de una vez que hayan exterminado totalmente a sus burgueses.
permitir la satisfacción de este instinto mediante la hostili- s^|SíTa^uíturanmppne tan pesados sacrificios, no sólo a la
dad frente a los seres que han quedado excluidos de aquél. sexualidad', sino también a las tendencias agresivas, com-
Siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor prenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil
número de hombres, con la condición de que sobren otros alcanzar en ella su felicidad. En efecto, el hombre primitivo
en quienes descargar los golpes. En cierta ocasión me ocupé estaba menos agobiado en este sentido, pues no conocía res-\
en el fenómeno de que las comunidades vecinas, y aun em- tricción alguna de sus instintos. En cambio, eran muy esca-
parentadas, s o ñ j ^ r i s a m _ e n t e las que más se combaten y sas sus perspectivas de poder gozar largo tiempo de tal felici-
desdeñan entre sí, como, por ejemp]o,~esp"añoles y portu- dad. El hombre civilizado ha trocado una parte de posible
gueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, felicidad por una parte de seguridad; pero no olvidemos que
etc. Denominé a este fenómeno narsiúsmo^áelas^e^ueñas en la familia primitiva sólo el jefe gozaba de semejante liber-
diferencias, aunque^taltérmino escasamente contribuye a tad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimi-
explicarlo. Podemos considerarlo como unn^dwpar_a_sa- dos como esclavos. Por consiguiente, la contradicción entre
fisfacer, c ó m o d a y más o menos inofensivamente^ las ten- una minoría que gozaba de los privilegios de la cultura y una
dencias agresivas, facilitándoTe~a^láToEesión~^nlreTos mayoría excluida de éstos estaba exaltada al máximo en
rnléTBbrosTlrta^omumdad. MI piieblo^udíoT'áisémSñado aquella época primitiva de la cultura. Las minuciosas inves-
por todo el mundo, se ha hecho acreedor de tal manera a im- tigaciones realizadas con los pueblos primitivos actuales nos
portantes méritos en cuanto al desarrollo de la cultura de los han demostrado que en manera alguna es envidiable la li-
pueblos que lo hospedan; pero, por desgracia, ni siquiera las bertad de que gozan en su vida instintiva, pues ésta se en-
masacres de judíos en la Edad Media lograron que esa época cuentra supeditada a restricciones de otro orden, quizá aún
fuera más apacible y segura para sus contemporáneos cris- más severas que las que sufre el hombre civilizado moderno)
tianos. Una vez que el apóstol Pablo hubo hecho del amor Si con toda justificación reprochamos al actual estado de
universal por la humanidad el fundamento de la comunidad nuestra cultura cuan insuficientemente realiza nuestra pre-
cristiana, surgió como consecuencia ineludible la más extre- tensión de un sistema de vida que nos haga felices; si le echa-
ma intolerancia del cristianismo frente a los gentiles; en mos en cara la magnitud de los sufrimientos, quizá evita-
cambio, los romanos, cuya organización estatal no se basa- bles, a que nos expone; si tratamos de desenmascarar con
ba en el amor, desconocían la intolerancia religiosa, a pesar implacable crítica las raíces de su imperfección, seguramen-
60 j , Sigmund Freud El malestar en la cultura 61

te ejercemos nuestro legítimo derecho, y no por ello demos- mayor precisión un giro teórico ya realizado hace tiempo,
tramos ser enemigos de la cultura. Cabe esperar que poco a persiguiéndolo hasta sus consecuencias últimas Jjntre todas
poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones las nociones gradualmente desarrolladas por la teoría analí-
que satisfagan mejor nuestras necesidades y que escapen a tica, la doctrina de los instintos es la que dio lugar a los más
aquellas críticas. Pero quizá convenga que nos familiarice- arduos y laboriosos progresos. Sin embargo, representa una
mos también con la idea de que existen dificultades inheren- pieza tan esencial en el conjunto de la teoría psicoanalítica,
tes a la esencia misma de la cultura e inaccesibles a cualquier que fue preciso llenar su lugar con un elemento cualquiera.
intento de reforma. Además de la necesaria limitación ins- En la completa perplejidad de mis estudios iniciales, me
tintual que ya estamos dispuestos a aceptar, nos amenaza el ofreció un primer punto de apoyo el aforismo dé Scbüler, el
peligro de un estado que podríamos denominar «miseria poeta filósofo, según el cual «hambre y amor» hacen girar
psicológica de las masas». Este peligro es más inminente coherentemente el mundo*. Bien podía considerar el ham-
cuando las fuerzas sociales de cohesión consisten primor- bre como representante de aquellos instintos que tienden a
dialmente en identificaciones mutuas entre los individuos conservar al individuo; el amor, en cambio, tiende hacia los
de un grupo, mientras que los personajes dirigentes no asu- objetos: su función primordial, favorecida en toda forma
men el papel importante que deberían desempeñar en la for- por la Naturaleza, reside en la conservación de la especie.
20
mación de la m a s a . La presente situación cultural de los Así, desde un principio se me presentaron en mutua oposi-
Estados Unidos ofrecería una buena oportunidad para estu- ción los instintos del yo y los instintos objétales. Para desig-
diar este temible peligro que amenaza a la cultura; pero re- nar la energía de los últimos, y exclusivamente para ella, in-
huyo la tentación de abordar la crítica de la cultura nortea- troduje el término libido; con esto la polaridad quedó
mericana, pues no quiero despertar la impresión de que planteada entre los instintos del yo y los instintos libidinosos,
pretendo aplicar, a mi vez, métodos americanos. dirigidos a objetos, o pulsiones amorosas en el más amplio
sentido. Sin embargo, uno de estos instintos objétales, el sá-
dico, se distinguía de los demás porque su fin no era en
6 X '' "• modo alguno amoroso, y además establecía múltiples y evi-
dentes coaliciones con los instintos del yo, manifestando su
Ninguna de mis obras me ha producido, tan intensamente estrecho parentesco con pulsiones.de posesión o apropia-
como ésta, la impresión de estar describiendo cosas por to- ción, carentes de propósitos libidinales. Pero esta discrepan-
dos conocidas, de malgastar papel y tinta, de ocupar a tipó- cia pudo ser superada; a todas luces, el sadismo forma parte
grafos e impresores para exponer hechos que en realidad de la vida sexual, y bien puede suceder que el juego de la
son evidentes. Por eso abordo con entusiasmo la posibilidad crueldad sustituya al del amor. La neurosis venía a ser la so-
de que surja una modificación de la teoría psicoanalítica de
los instintos, al plantearse la existencia de un instinto agresi-
* Freud alude a la poesía de Schiller «Los omniscios», cuya última
vo, particulare independiente. estrofa dice, en paráfrasis, lo siguiente: «Hasta que la filosofía no
Sin embargo, las consideraciones que siguen demostra- consolide / el edificio de este m u n d o , / Natura regulará sus engranajes /
rán que mi esperanza es vana, que sólo trata de captar con con el h a m b r e y el amor». (N. del T.)

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