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Feudalismo tardío en España y sus Colonias en siglos XVIII y

XIX

Francisco Leiza 3ºA Historia

Instituto de Profesores Artigas.

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En el presente trabajo se intenta dar respuesta a las pautas orientadoras en base a la

lectura de los textos de “Modernidad e independencias” de Francois Xavier Guerra y el

artículo “Reciprocidad Mediterránea” de Giovanni Levi, abordando las características del

Antiguo Régimen, el significado de “sociedad estamental y corporativa”, así como las

críticas liberales al modelo feudal, relacionando con lo estudiado en el Río de la Plata y la

Banda Oriental entre los siglos XVIII y XIX, así como extrayendo fragmentos de Levi que

permitan definir la justicia distributiva como fundamento político-legal del feudalismo tardío.

Acerca del antiguo régimen: sus características políticas

Antes de desarrollar las características políticas del Antiguo Régimen, es preciso hacer

una serie de consideraciones. En primer lugar, destacar que “La victoria del absolutismo y sus

consecuencias es, sin duda, el fenómeno clave del XVIII francés e ibérico.” (Guerra,

1992,p.22). Esta idea refiere a la imposición que terminó logrando el absolutismo sobre los

conflictos con las instituciones de carácter representativo provenientes desde la Edad Media

en estos territorios, tales como las Cortes en España, los Estados Generales en Francia,

pudiéndose agregar el Parlamento en Inglaterra; solamente que en este último no se logró una

imposición total por parte de la Monarquía y terminó prevaleciendo este organismo

institucional.

En el caso de la victoria monárquica sobre estas instituciones, como es en caso ibérico y

francés, se les intenta quitar las viejas atribuciones y poderes que les eran conferidos como

organismos reguladores y limitantes de la monarquía; instaurándose una nueva lógica de

carácter dual en cuanto a la relación abstracta de los sujetos con el Estado (monarca

soberano-súbditos); lo que inaugura una tendencia clara hacia la homogeneización de la

sociedad en ataque directo a los privilegios de los cuerpos representativos (incluso

eliminándose la Corte de Aragón). Este último aspecto es uno de los resortes cruciales para la

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instalación del Estado Absolutista, en el cual existía una concentración del poder en el

monarca y una subordinación de las élites por la decadencia de los organismos

representativos (las Cortes y Estados Generales).

Para comenzar a describir las características políticas del Antiguo Régimen, es menester

referirnos a la naturaleza del poder real; el cual es absoluto “omnímodo” (Guerra,1992,p.72)

y universal, es decir, se aplica en todos los campos, rompiendo con la práctica del pactismo.

En cuanto a su universalidad, la soberanía del rey se extiende por encima de las leyes, y

“pretende extenderse no sólo a la Iglesia y a los cuerpos privilegiados, sino a la familia, a la

propiedad privada e incluso a la misma pertenencia a la sociedad civil.” (Guerra,1992, 73).

De lo antedicho, se desprende una característica importante que refiere al hecho del intento

de someter la Iglesia al control de la Corona, y el ataque a los privilegios, ya que son vistos

como arrancados del poder real, que los busca recuperar.

Hay un intento de ruptura con las doctrinas tradicionales conocidas a través de un

despliegue de teorías que darán fundamento a la Monarquía. Una de ellas es la de Hobbes que

plantea conferirle al monarca de una autoridad absoluta cuya finalidad es el mantenimiento

del orden y cohesión social. La otra teoría es la de Bossuet, que le da un fundamento

profundamente teológico, apreciándose al rey como el vicario de Cristo, dotándole de una

dignidad bíblica. Guerra es contundente al referirse a lo anterior, explicando que “La

exaltación del poder omnímodo del soberano va a la par con una exaltación de la Monarquía

como régimen ideal y de la dignidad inconmensurable de la persona del rey.”

(Guerra,1992.p.76).

Un detalle importante aclarado por el autor es el hecho de que no existió una

insondable separación de las élites modernas y del Antiguo Régimen. De hecho, hubo una

alianza tácita entre ambos, al perseguir objetivos comunes, y tener enemigos comunes (el

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tradicionalismo y la inercia de la sociedad basada en un imaginario de tipo pactista).

Luego se abrirá la brecha cuando se incremente desmesuradamente el poder real y las

ideas modernas penetren en todos los grupos sociales. Esto lo resalta bien Chiaramonte

(2007) cuando afirma que:

“En lugar de la pintura tradicional de un nítido combate entre razón y fe, entre Ilustración

y escolástica, entre medioevo y modernidad, entre lo español y lo francés, el siglo XVIII

muestra esas oposiciones junto a sorprendentes entrelazamientos de tendencias

aparentemente incompatibles entre sí.”(p.100).

En cuanto a la explicación de la sociedad estamental y corporativa, debemos referirnos a

las formas de sociabilidad que la caracterizan. En primer lugar, debe destacarse que en el

seno de las mismas la pertenencia a los diferentes grupos no se da por un carácter de tipo

asociativo dependiente de la voluntad del individuo. Por el contrario, existen razones que lo

sujetan a determinado grupo o estamento, como lo es el nacimiento en el interior de los

mismos, lazos de parentesco, lugar físico, un señorío o un grupo étnico. Guerra (1992)

agrega que un individuo se puede agregar voluntariamente a un grupo; pero automáticamente

queda ligado a las reglas de pertenencia del mismo. “Todos estos grupos están regidos por la

costumbre, por la ley o por los reglamentos del cuerpo.” (p.88). Asimismo, el vínculo es

irrevocable, personal, de tipo pactista, determinados por una profunda desigualdad y

jerarquización. Son tradicionalistas, exaltan la fidelidad, la lealtad al grupo y el honor. La

rigidez y cohesión de esta estructura es tan tenaz que permite al grupo mantener sus

características a lo largo del tiempo, independientemente de los sujetos que hayan pasado por

él. Está impedido el movimiento de un estamento a otro, a menos que sea por orden real; por

eso no aplica el concepto contemporáneo de “clase social”. Asimismo, el individuo no tiene

la libertad de romper su vínculo con el grupo; y si lo hace queda en condición de

marginalidad. Además, esta organización social está atravesada por un principio fundamental

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que es el de justicia distributiva, puesto que le corresponde a las autoridades estatales la

distribución y asignación de bienes y privilegios de acuerdo a la distancia y jerarquización

social. No pretendemos extendernos en este concepto, que será abordado en profundidad más

adelante. La noción de individuo y riqueza personal no adquiere importancia todavía. Este

tipo de sociedad es más evidente en el mundo hispano, (sobre todo en América) que en el

francés, poseyendo además menor cantidad de élites de tipo moderno. Esto resulta interesante

analizar, debido a que es uno de los factores que lleva a que los revolucionarios hispánicos

actúen con mayor cautela y resentimiento ante el radicalismo visto en la revolución francesa.

Para cerrar esta idea, recurrimos a Guerra (1992) cuando afirma que “un conjunto de grupos

yuxtapuestos, superpuestos e imbricados, cada uno con sus derechos y deberes específicos,

con sus “privilegios”-sus leyes propias-, que definen su situación en relación con los otros

grupos y con el Estado.” (p.89).

La crítica liberal a este ordenamiento social estriba sobre varios pilares. En primer lugar,

en el tipo de sociedades modernas, los vínculos que se dan son de carácter asociativo y

voluntario. Este tipo de asociación no depende del peso de la tradición ni de la ley, sino del

hecho mismo de la asociación voluntaria, siendo el hecho medular de la misma. Se cimenta, a

diferencia del orden tradicional, en el protagonismo del imaginario del individuo, y por la

emergencia de nuevos tipos de sociabilidad que se materializan en las tertulias (en el mundo

hispánico), los salones en Francia, las academias, sociedades de pensamiento, logias

masónicas y sociedades literarias. Se agrupan hombres de diferentes estatus sociales, y la

autoridad depende de la voluntad grupal.

En este nuevo orden, los vínculos son revocables y voluntarios. Ahora, el carácter esencial

no descansa sobre el grupo al cual alguien se incorpora, sino porque es el individuo ahora el

que se asocia. Resulta de especial interés, así como de cabal importancia la afirmación de

Guerra (1992) de que “estamos en los orígenes de la sociabilidad democrática. Cuando este

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modelo sea adoptado por la sociedad en su conjunto, nacerá entonces la nueva legitimidad, la

soberanía del pueblo.” (p.90).

Surge una nueva política caracterizada fundamentalmente por la participación constante

de actores heterogéneos que se unen en busca de canalizar estas características de

heterogeneidad, y encauzarlas hacia una unidad que se corresponda con el interés y la

voluntad general.

Como dijimos, esta manera de concebir la organización social, así como el carácter

protagónico que adquiere el individuo, nos lleva analizar con mayor detenimiento las nuevas

formas de sociabilidad surgidas.

El desarrollo de estos cambios afecta primero, en el seno del mundo hispánico, a las élites

intelectuales, aunque las mismas eran grupos de carácter minoritario, y, en segundo lugar,

afecta a las formas de sociabilidad resultantes en esta nueva dinámica moderna.

Las principales formas de sociabilidad fueron las tertulias y las Sociedades Económicas de

Amigos del País y las Sociedades patrióticas. Las tertulias, similares a los salones franceses,

son las formas incipientes de sociedades de pensamiento, que albergan en su seno discusiones

variadas donde participan individuos de diferentes estatus sociales. A lo anterior debe

agregarse que eran sujetos pertenecientes a la élite intelectual, pues habían clérigos, nobles,

funcionarios y burgueses.

Además de las tertulias, existían otras formas que se enmarcan en estos tipos de

sociabilidad, estas son las academias, sociedades literarias, científicas, patrióticas que ya

poseían estatuto propio. Las tertulias convivirán con estas otras hasta bien entrado hasta el

siglo XIX. Se realizaban en las casas de las familias principales y era normal que asistieran o

las organizaran mujeres.

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Un detalle importante que transforma la naturaleza misma de las tertulias, es que cuando

se desplazan a grupos y contextos más populares, como fondas, cafés y tabernas se anexan a

ellas grupos de carácter más diverso. Un detalle no menor a tener en cuenta es que las

tertulias no poseían un estatuto prefijado y definido, a diferencia de, como ya se dijo, las

sociedades de Amigos del País.

Si bien la organización en tertulias responde a un impulso más espontáneo, en las

Sociedades de amigos del País se observa una marcada política de las élites con la misión de

“iluminar” e “ilustrar” al resto de la sociedad, con apoyo marcado del Estado. Guerra (1992)

es claro al referirse a esto, cuando afirma que “la Modernidad se propaga casi siempre desde

arriba, como un esfuerzo pedagógico para difundir las “luces”. (p.96).

Es de destacar que en estas nuevas formas de sociabilidad existía una igualdad entre sus

miembros sin importar a qué grupo social pertenecían. Esto es de una importancia crucial,

puesto que contribuyen al avance de la Modernidad, pese a estar impulsadas por el Estado,

por el hecho de que los miembros que llegaban se iban instalando por el orden de llegada, sin

responder a un criterio organizacional concreto. Este es el papel fundamental de estas

sociedades, en cuya condición afirma, Guerra (1992) que es de “puros ciudadanos (…) estos

nuevos usos constituían una revolución silenciosa.” (p. 96-97).

Se abría paso a una sociedad nueva, cuyos individuos no se clasificaban según su origen,

donde las autoridades se elegían por el voto de los asociados, y en sus pláticas se colaban

fuertes contenidos de crítica al orden social, económico y político imperantes, y allanó

caminos para la búsqueda de nuevas soluciones y realidades. Además contribuyeron de

manera importante para formar identidades de tipo localista impregnadas de un notorio

sentido de patriotismo.

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Lo desarrollado anteriormente puede relacionarse con eventos desencadenados en la

región platense, en simultáneo a lo acontecido en el escenario peninsular europeo. Para

extendernos demasiado, ya que es un tema vastísimo que podría abarcar una extensión

notoria, nos interesa poner el foco en el aspecto de la soberanía en el territorio tras la crisis de

la Monarquía.

En primer lugar debemos considerar una característica de la Monarquía Hispana, la cual

era un conjunto de reinos unidos bajo la figura del Rey. En 1808 con la invasión

napoleónica a España y la subsecuente crisis monárquica debido a las capitulaciones de

Carlos IV y Fernando VII en Bayona, ocasionó una crisis de legitimidad acerca de la

monarquía bonapartista.

Esto lleva a los debates en torno a la soberanía. En sus dos vertientes, unitaria y de los

pueblos. La primera será el camino que seguirán algunas regiones, como Buenos Aires, en la

región Platense. Y la tesis de división de soberanía, surgida en el contexto revolucionario,

donde a falta del Monarca, la soberanía recae en los pueblos. “El pueblo” no sería el mero

“conjunto” de personas sino una “comunidad”, un “cuerpo social” o “cuerpo moral.” (Frega,

2007, p. 175). Esta noción permea incluso para el proceso revolucionario y eventos

posteriores. No en vano, veamos el artiguismo, y el sistema de Pueblos Libres, que impulsa

un sistema de confederación, articulando de este concepto, ya para el período comprendido

entre 1813-1816 del Sistema de Pueblos Libres; sin recaer en una autoridad central que

decida por las distintas provincias. Diferente es el camino tomado por Buenos Aires

(impulsado por Cádiz), que, como vieja capital virreinal y ciudad neurálgica en el continente,

despliega un intento centralizador que lo caracterizará a lo largo de todo este período.

La justicia distributiva como fundamento político-legal del Feudalismo tardío.

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Puede decirse que el Antiguo Régimen descansa sobre un concepto de justicia distributiva,

en el que las autoridades gubernativas vigilan y distribuyen riquezas y privilegios,

manteniendo la tenaz diferenciación y jerarquización social. Pero para ingresar de forma más

certera al concepto, debemos observar lo que Levi (2000) aporta a ello. “En una sociedad

gobernada por la justicia distributiva, esto es, por una justicia que aspira a garantizar a cada

uno lo que le corresponde según su estatus social." (p.105).

Agrega:

Todo intercambio mercantil teóricamente elaborado puede considerar la determinación

del precio según los niveles sociales y las relaciones de los contratantes. Todo intercambio

de bienes puede ser el resultado de una reciprocidad equilibrada, o generalizada según

quién realiza en intercambio y con quién. (Levi,2000,pp.105-106).

Todo esto contribuye a forjar una estructura social jerárquica muy rígida. Observando lo

que ocurre a nivel del Mediterráneo puede comprobarse que:

Los sistemas jurídicos de los países católicos y de los islámicos, en tanto tradición jurídica

del judaísmo, han dejado –con grandes variantes, repito- a las interpretaciones

jurisprudenciales, al uso de la analogía, al papel correctivo de los jueces en el sentido de la

equidad a la hora de aplicar a caso concretos la ley demasiado general. (Levi,2000,p.107).

Los jueces interpretan las leyes en base a tradiciones de origen teológico, así como la

existencia de normas contradictorias, múltiples derechos en el imaginario colectivo, no

logrando establecer una separación entre la institución estatal y la religiosa, excepto en

Francia, gracias al triunfo de la Monarquía Absoluta, que según Levi (2000) “ha definido

precozmente la supremacía de las instituciones del Estado también al nivel del sentido común

de justicia.” (p.107).

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Levi (2000) introduce luego una noción clave cuando afirma que “el mérito o el demérito

son el centro de esta justicia, sin los cuales, ésta no existe. (…) La ley existe, pero es distinta

para todos, según las condiciones y los méritos.” (pp.109-110).

Hay (…) una apariencia de libertad absoluta. Pero en ella se oculta un sentido determinado

de justicia que se mide en función de la adecuación en la creación de una sociedad

jerarquizada y corporativa en que no son justos los actos económicos que tienen como

finalidad el enriquecimiento, sino los que tienden a favorecer la circulación de bienes y el

bienestar colectivo y desigual. (…) en el que cada uno tenga lo que le corresponde según

equidad, es decir, conservando la proporción respecto de su estatus. (Levi,2000,

p.111).

Asimismo, analiza posturas en cuanto al concepto de equidad, siendo para él que la

equidad o equidades “son la raíz misma de un sistema jurídico que aspira a organizar una

sociedad estratificada, pero móvil, en la que conviven muchos sistemas normativos en el

esfuerzo de conocer lo que es justo para cada uno.” (Levi,2000,p.112).

La Iglesia Católica oficia como tutora o rectora en este accionar, agregando un encuadre

sobrenatural en el que insertan las acciones y el imaginario de los hombres.

Otra noción central del texto de Levi (2000) es el concepto de analogía, describiendo que:

con referencia a la consideración subjetiva del delito, a su diferenciación de acuerdo con los

momentos, los lugares y las personas, a la diferenciación social de conjunto del sistema

jurídico, la equidad impone el proceso analógico como instrumento central de derecho.

A modo de cierre, es importante concluir con lo que Levi (2000) agrega:

El tema de la equidad confirma su papel central en la experiencia de los países católicos,

como criterio dominante de la justicia distributiva en una sociedad corporativa y jerárquica.

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(…) es imposible imaginar una equidad, una solidaridad y una reciprocidad carentes de rigor:

pero se trata de un rigor que requiere una mirada autoritaria que imprima proporción

geométrica en los premios y los castigos, con simultánea atención a la especificidad de los

casos particulares y de las perspectivas globales de mejora moral del sistema político general.

(p.126).

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Referencias.

Chiaramonte, J.C.(2007). Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina

(1800-1846), Buenos Aires: Emecé.

Frega, A. (2007). Pueblos y soberanía en la revolución Artiguista, Montevideo:EBO.

Guerra, F.X. (1992). Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones

hispánicas. Madrid: MAPFRE.

Levi, G. (2000). Reciprocidad Mediterránea. Hispania, LX/1, núm 204. 103-126.

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