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Historia de España. 2º BTO.

CJR
IES Pablo Neruda

TEMA 6. CRISIS DEL 98: LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL

Hasta la regencia de María Cristina de Habsburgo, tiempo en que se consumó la independencia de


las islas del Caribe, Cuba había sido una colonia muy especial para la metrópoli debido, entre otras
cosas, a la implantación de un nuevo sistema de monocultivo basado en el azúcar, tabaco y café. El
problema de la secesión cubana no podía ser considerado de la misma manera que el de América
Continental ya que existían unos vínculos no sólo culturales sino familiares, económicos y sociales
entre España y las islas de las Antillas. Desde el punto de vista de España, las islas de Puerto Rico y
Cuba eran sentidas en la península como lo eran las Baleares y las Canarias. Desde el punto de vista
de los rebeldes, la lucha de los guerrilleros contra España se hacía para mejorar la situación política,
económica y social y hundía sus bases en la Guerra de la Independencia de las 13 Colonias contra
los ingleses en el siglo XVIII. Es por ello que el General Martínez Campos se dio cuenta
rápidamente de que la revuelta cubana no era sólo popular, sino también revolucionaria y con
escasas posibilidades de ser sofocada. Por otra parte, la intervención de EEUU en el conflicto
cubano no era sino un claro proceso imperialista marcado por intereses económicos. Desde la
presidencia de McKinley (1897), la economía cubana había entrado progresivamente en la órbita
cubana desplazando a nuestro de país de los intereses de los burgueses criollos en materia comercial
y económica. El dilema respecto al conflicto cubano era terrible e indisoluble para nuestro país: o
bien se iba a una guerra casi segura contra los norteamericanos para defender lo que era
indefendible o se corría el riesgo de un enfrentamiento con el propio ejército en el caso de vender,
abandonar o entregar la isla, arriesgando lo intocable la monarquía y el equilibrio constitucional tan
laboriosamente conseguido. El caso filipino era bien diferente. Aquí la población española era
escasa y muy pocos capitales invertidos. El dominio español se sustentaba en una pequeña
presencia militar y, sobre todo, en el poder de las órdenes religiosas.

En 1868 comenzaron en Cuba los movimientos autonomistas, cuando se produjo una sublevación
popular dirigida por Manuel de Céspedes (Grito de Yara) que reivindicaba la lucha por la abolición
de la esclavitud y una cierta autonomía política. La insurrección tomó el ejemplo de de
Norteamérica, que tras la guerra de la Secesión vio abolida la esclavitud. A partir de la Paz de
Zanjón (1878) por la que el general Martínez Campos se comprometió a conceder a Cuba formas de
autogobierno y la abolición formal de la esclavitud en 1873. Al hecho de que el comercio cubano se
orientaba cada vez más hacia los EEUU se le sumó que España anduviera remisa a cumplir los
pactos acordados en Zanjón, lo que provocó el recelo y la hostilidad de los cubanos contra la
metrópoli. Durante la Restauración se fundaron en Cuba dos partidos políticos: el Liberal
Autonomista, que recogía las aspiraciones de autogobierno, y la Unión Constitucional, el partido de
los grandes hacendados quienes se fueron distanciando de España a medida que ésta desoía sus
peticiones.

En el año 1895 se reinició la sublevación con el Grito de Baire, siendo de nuevo enviado el general
Martínez Campos para sofocar el levantamiento. A través del Manifiesto de Montecristi, Martí y
Maceo, líderes de la revolución, mandaron un ultimátum a la metrópoli. Martínez Campos
comprendió rápidamente que la sublevación cubana tenía características revolucionarias además de
contar con el apoyo de la población campesina y que la sola represión militar no la solucionaría. Es
por ello que presentó su renuncia aconsejando el nombramiento de un general duro, Valeriano

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Weyler, quien dio la vuelta completamente a la situación militar. Weyler puso en práctica una
inteligente estrategia de lucha basada en la compartimentación del territorio de la isla por medio de
trochas que impedían el paso de los insurrectos. Con la muerte de Maceo, la guerra estaba
prácticamente ganada hasta que se produjo la intervención americana.
En la insurrección de Filipinas fue José Rizal, que fundó la Liga Filipina, quien dirigió la
sublevación con un objetivo simple: la expulsión de los españoles y de las órdenes religiosas, ambas
con un excesivo poder en Filipinas. El general Polavieja capturó y ejecutó a Rizal, pero un nuevo
líder, Aguinaldo, mantuvo la insurrección filipina.

La intervención de los EEUU se había producido realmente antes, en forma de presiones para que
España les vendiera la isla, sin embargo España se negó a la venta por múltiples razones. En 1898
estalló en el Puerto de la Habana el acorazado Maine de la Marina de EEUU muriendo 260
miembros de su tripulación. Las campañas de Hearst y Pulitzer movilizaron la opinión pública en
contra del colonialismo español y el Gobierno de EEUU lo utilizó como pretexto para declarar la
guerra a España.

Durante la guerra, el ejército español fue muy superior en número al norteamericano, pero mal
armado, mal abastecido y minado por las enfermedades tropicales. A pesar de estas
circunstancias, batió con éxito a los insurgentes cubanos y a las tropas norteamericanas en las lomas
de San Juan. La armada española, sin embargo, a pesar de ser similar a la americana en el número
de navios, era de blindaje mucho más débil y tenía un armamento inferior e inadecuado. La
destrucción de la flota hizo imposible la resistencia de las tropas de tierra. Cuba se perdió
definitivamente y también Puerto Rico, donde no existía ninguna rebelión contra España.

Las islas Filipinas se perdieron también tras el desastre de Cavile. Como hecho anecdótico cabe
destacar la resistencia de un puñado de españoles - los últimos de Filipinas- que resistían en
Manila, un año después de que terminase la Guerra. Tras el desastre de Cavite, estalló en Filipinas
una feroz guerra contra los norteamericanos con un gran número de filipinos muertos.

Por la Paz de París (1898), nuestro país tuvo que renunciar a Cuba y ceder Puerto, Guam y lasx
Filipinas a EEUU. Sin embargo, el imperio Colonial no estaba aún perdido, las Islas Marianas,
Carolinas, Palaos, Sibutú y Cagayán de Jólo aún pertenecían a España. No obstante, este patrimonio
apenas duró dos años. Por el Tratado Hispano-germano, España vendió las islas Marianas,
Carolinas y Palaos a una Alemania interesada en mantener la pugna con las otras potencias
coloniales. Un año más tarde, en 1900, un tratado Hispanoamericano confirmará la venta de las
islas de Sibutú y Cagayán de Jólo a EEUU.

La derrota del 98 sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y


frustración. Significó la destrucción del mito del imperio colonial español en un momento en que
las potencias europeas estaban construyendo vastos imperios coloniales en África y Asia, y la
relegación de España a un plano secundario en el contexto internacional. Por otra parte, la prensa
extranjera presentó a España como una nación moribunda, con un ejército totalmente ineficaz, un
sistema político corrupto e incompetente.

Respecto a las consecuencias económicas y políticas; éstas fueron menores de lo que se esperaba.
No se produjo una quiebra del Estado, y el Sistema de la Restauración mostró una gran capacidad

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de recuperación. Tampoco hubo ninguna crisis económica, a pesar de la pérdida de los mercados
coloniales, los productos antillanos fueron suplidos en gran medida por los canarios. El mercado
textil catalán fue el más afectado tras la crisis ya que vio importantemente reducida su demanda.
Por otra parte, los primeros años del siglo XX estuvieron caracterizados por una baja inflación, una
reducción de la Deuda Pública y una inversión proveniente de los capitales repatriados, además de
la creación del Banco Atlántico y el Hispanoamericano.
El desgaste de la Restauración, dio lugar a una nueva forma de pensamiento: el Regeneracionismo.
Movimientos regeneracionistas criticaron al sistema y propugnaron la necesidad de una
modernización de la política española. Estos movimientos que contaron con el respaldo de las
clases medias, quedaron ejemplificados por el pensamiento de Joaquín Costa, el cual reivindicaba la
modernización de la economía y la alfabetización de la sociedad, además del desmantelamiento del
fraude electoral y los métodos caciquiles. Además, el desastre dio cohesión a un grupo de
intelectuales como Unamuno, Baroja o Azorín conocido como "La Generación del 98". Todos ellos
compartían su profundo pesimismo y su crítica para con España. Por otra parte, la derrota militar
comportó el retorno de la injerencia del ejército, convencido de que la crisis había sido culpa de la
ineficacia y corrupción de los políticos.

A pesar de la voluntad de Silvela, nuevo líder del partido Conservador, que inició una política
reformista con la entrada de nuevas figuras políticas, proyectos descentralizadores y una nueva
política presupuestaria para hacer frente a las deudas de la crisis, el regeneracionismo político no
tuvo una gran incidencia en nuestro país. Las nuevas cargas fiscales impulsaron una huelga de
contribuyentes que dio lugar a la dimisión del gobierno de Silvela y como consecuencia, la
extinción del espíritu regeneracionista que en la política española se había emprendido.
Finalmente, la crisis del 98 más que política o económica, fue fundamentalmente una crisis moral e
ideológica que causó un fuerte impacto psicológico entre la población. A pesar de que la
Restauración había recibido un duro golpe con la pérdida del Imperio Colonial, había sobrevivido
casi intacta al golpe del desastre.

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