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Bajo la «gestión» del Presidente Evo Morales la pobreza está aumentando rápidamente en
Bolivia. Quizás por la ineptitud de su administración las cosas no puedan ser de otra
manera.
En rigor, lo único que parece haber aumentado es el nivel de resentimientos y rencores
entre los diversos estamentos que componen la sociedad del país del norte. Nadie puede
sorprenderse por esto desde que lamentablemente este ha sido el objetivo central de la
actual administración que, en su visión marxista de las cosas, cree que la destrucción
sistemática del plexo social, a través de la «lucha de clases», es el primer paso a dar,
indispensable para poder edificar el socialismo que pretenden Morales y sus dos mentores,
el interno, Álvaro García Linera y el externo, Hugo Chávez. Sin él, suponen, sus intentos
fracasarán.
Lastimada como en pocas oportunidades, la sociedad boliviana contempla cómo la
ineficacia y la improvisación se han apoderado, paso a paso, de la administración nacional.
Hasta de los rincones más importantes para su crecimiento, como la empresa petrolera
estatal, «Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos» (YPFB), que tiene a su cargo el
manejo de «la joya de la corona boliviana»: esto es del sector de los hidrocarburos, que es
el que puede, bien manejado, claro está, generar riqueza y trabajo para todos.
A estar a la información que publican los medios bolivianos, a un mes del cierre del ejercicio
2008, YPFB (que fuera nacionalizada en mayo de 2006) apenas ha ejecutado el 40% de su
presupuesto anual operativo.
Con sus recursos, la empresa debía haber garantizado el abastecimiento doméstico y el
cumplimiento de los contratos de exportación de gas natural. Nada de esto ha acontecido.
La demanda local está insatisfecha, caracterizada por el desabastecimiento, y los
compromisos de exportación se han incumplido, particularmente los asumidos respecto de
Argentina que, por solidaridad ideológica con Morales no ha reclamado por el daño
generado por esos incumplimientos.
La idoneidad está ausente del manejo de YPFB. La improvisación y el fraude la han
reemplazado, desde que Evo Morales asumiera la «conducción» de su país. Prueba de esto
ha sido la necesidad de purgar constantemente los más altos niveles de conducción de la
empresa estatal. Cinco presidentes se han sucedido desde el comienzo de la «gestión» de
Morales, cada uno de los cuales abandonó la presidencia de la entidad rodeado de
frustraciones, incluyendo acusaciones de corrupción y peculado. Y ya es tarde para seguirle
echando culpas a un pasado lejano.
Por esta situación y por la falta de confianza que Morales proyecta hacia el exterior, la
empresa no es sujeto de crédito internacional y para poder seguir operando el año próximo
deberá recibir asistencia crediticia del Banco Central de su país, lo que es vergonzoso.
La presidencia de YPFB ha caído en manos de Santos Ramírez. Un ex profesor rural,
abogado de profesión. Dotado de la clásica apariencia de quienes pretenden saber y poder,
lo cierto es que del tema sabe poco según queda visto por los «resultados» de su «gestión».
Para peor, sus funcionarios de más alto nivel parecen ser «del mismo pelo». La esencial
Gerencia de Finanzas está, por ejemplo, en manos de un personaje de profesión «auditor»,
cuya experiencia personal se construye sobre su actuación como secretario general del
Sindicato de Choferes de Villa Victoria. Notable foja de servicios, suficiente para, con una
cuota de audacia, llegar a las más altas alturas empresarias bajo la administración de
Morales. La comercialización de diesel en el departamento de Santa Cruz (esencial para
que el sector agrícola de ese departamento pueda funcionar) está en manos de un capitán
de policía, Amílcar Soto Peña, que hace lo que puede, que es poco. En el directorio de
YPFB se ha designado recientemente a un «dirigente campesino» sin experiencia alguna.
Me refiero a Benigno Vargas, una de las principales figuras del MAS en Santa Cruz. Otro
horror y así les va.
La experiencia y la capacidad no están disponibles en YPFB. El profesionalismo significa
poco. Solo vale la lealtad con la «causa socialista» de Chávez y Morales, en ese orden
naturalmente. Por esto, todo está politizado.
Lo más grave es que YPFB no solamente fracasa en su gestión empresaria. Maneja ahora a
otras importantes empresas del sector que han sido también «nacionalizadas»; como
Transredes, la transportadora de gas natural al Brasil y la Argentina; Andina; la logística; las
refinerías; y el comercio de los hidrocarburos en general. Todo está en riesgo, en
consecuencia. La improvisación no tiene límites y los «resultados» están a la vista. El
corazón no puede reemplazar a la inteligencia y el conocimiento. Tampoco en Bolivia.
Por esto la pretensión ahora de YPFB, de gestionar la industrialización de los hidrocarburos
es, cuanto menos, audaz. Quien no puede gestionar lo propio y está empantanada en un
cuadro de desastre, mal puede pretender aumentar las consecuencias de su manejo. Quiera
Dios que esto se advierta, antes de que sea demasiado tarde y los perjuicios ya acumulados
se extiendan aún más.
Contra lo que algunos pueden creer, América Latina sigue su romance con el borde mismo
del precipicio político-social. La democracia está en peligro, en muchos de sus rincones. En
rigor, en todos aquellos en los que –por un camino o por otro– se ha afincado el llamado
«eje bolivariano»; esto es el grupo de líderes progresistas que responden a Hugo Chávez y
Fidel Castro y comparten su propuesta del «socialismo del siglo XXI», cortina de humo que
esconde un proyecto continental totalitario, más avanzado ya de lo que parece. Instalado,
por cierto, en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Con el poder en sus manos en la
Argentina y el Paraguay, aunque todavía con anticuerpos locales que siguen
«entorpeciendo» el tránsito hacia el objetivo «bolivariano», porque hay quienes se resisten a
ser «arriados», por el camino del engaño, hacia lo que sospechan es la contracara de la
democracia.
Nicaragua es uno de los ejemplos más claros de cuán cerca se está del abismo al que me
refería. Daniel Ortega llegó al poder de la mano de Arnoldo Alemán, quien (traicionando al
Partido Liberal Constitucionalista y dividiéndolo) renunció a las convicciones y principios de
su partido para «negociar» con Ortega (a cambio de apoyarlo) el perdón de la prisión que
cumplía por corrupción.
Una vez en el poder, Ortega, como cabía esperar, «va por todo». No comparte nada, con
nadie. Menos aún con un traicionado Alemán, que recién ahora se anima a enfrentarlo,
cuando el fraude consumado está a la vista sobre la mesa.
En efecto, Ortega posibilitó el fraude en las recientes elecciones municipales, en las que se
negara a permitir la presencia de observadores externos. Para ello no solo manipuló los
resultados de las urnas. También cerró el camino de la revisión electoral utilizando al
Consejo Supremo Electoral, que impidió el recuento de los votos que reclamaba la mayoría
de la población. Y sacó a las turbas armadas con palos, armas y cadenas a las calles de
Managua y León para intimidar desde ellas (a la manera de los piqueteros argentinos) para
lo cual usó ampliamente los dineros del estado, pagando una flotilla de ómnibus para
transportarlos y utilizando una logística precisa, cuidadosamente organizada desde el poder.
Los malevos se enfrentaron, bien entrenados, con el pueblo atónito. Y cerraron sus
posibilidades de protestar.
De nada valieron los llamados de las organizaciones no-gubernamentales reclamando
transparencia. Menos aún, los de la Iglesia Católica, a través de la Conferencia Episcopal
local.
Si hubiera transparencia electoral, Ortega tendría que irse y eso es lo último que va a hacer.
Está utilizando (torcidamente) las instituciones de la democracia para preparar
cuidadosamente su entierro. Paso a paso.
Mientras tanto, la oposición, frustrada, empujó un proyecto de ley para tratar de invalidar los
comicios desde el Parlamento. Sin éxito, hasta ahora.
Cada uno de los pasos de Daniel Ortega es «respaldado» por una ruidosa manifestación, no
espontánea, organizada desde el poder, sobre la que flamean las banderas con los colores
rojo y negro del «sandinismo», previamente distribuidas entre los asistentes.
Todo en Nicaragua tiene huele mal. Según Ortega, el «sandinismo» se habría impuesto en
105 alcaidías y la oposición (el Partido Liberal) sólo en 37. Por su parte, la oposición (con las
copias de las actas de las mesas electorales) demuestra que se impuso en 90 municipios, lo
que supone que se está cometiendo un fraude monumental que Ortega acaba de consumar
con un cuestionado decreto 73-2008, con el que pretende «legitimar» lo «sucedido».
Lo cierto es que de los 153 municipios que estaban en juego, hay nada menos que 146 en
los que se presume la existencia de fraude. Por esto la oposición se prepara para una lucha
institucional, que será difícil y larga, sin resultados asegurados.
Por una parte, empuja en la Asamblea Nacional el mencionado proyecto de ley para anular,
por fraudulentos, los recientes comicios. Ortega respondió inicialmente cerrando
indefinidamente la Legislatura. Pero luego comenzó a «negociar» con legisladores de otros
partidos para que lo «ayuden» a bloquear el proyecto de ley de la oposición. Guillermo
Osorio (del «Camino Cristiano Nicaragüense») fue el último «co-optado» para evitar, dijo, un
«diciembre negro».
Con su apoyo, Ortega se asignó los 47 votos necesarios para bloquear cualquier iniciativa.
El diputado, no obstante, admitió la existencia de fraude y que al sandinimsmo «se le pasó
la mano», pero consideró es «momento de olvidar eso y enfocarse en una reforma electoral
para evitar nuevas irregularidades» en las elecciones del 2011. Todo un republicano el
hombre.
Por la otra, prepara acciones judiciales que comenzarían luego de que el proyecto en
cuestión eventualmente se transforme en ley. Pero la Corte Suprema de Justicia es
considerada como un tribunal adicto a Ortega, por lo que las esperanzas de éxito no son
muchas, ciertamente.
Mientras tanto, Ortega acaba de perder una batalla en la Organización de Estados
Americanos planteada contra su Secretario General, el chileno José Miguel Insulza, un
hombre tibio, pero querido. Un funcionario que viene del socialismo chileno y que lo cierto es
que en toda su gestión no se ha preocupado demasiado por la situación de la democracia
en la región, pero que (ante el escándalo nicaragüense) ha propuesto que se exploren todos
los caminos disponibles para revisar los resultados electorales municipales del 9 de
noviembre pasado y se garanticen comicios libres.
Esto es, según los esbirros de Ortega, «una actitud injerencista», una «intromisión
inaceptable en los asuntos internos de Nicaragua» y «una extralimitación» del Secretario
General. La verdad es que los moderados dichos de Insulza implican sólo cumplir,
tibiamente, con su cometido regional.
La acción de Ortega en la OEA terminó en un fracaso. Rechazada por casi todos los países
de la región, con la única (y no sorprendente) excepción de Venezuela, que naturalmente
apoyó a su aliado Daniel Ortega. Hasta Ecuador llamó al diálogo y a la concertación (lo que
Rafael Correa no hace en su propia casa). El propio Paraguay, presidido por un ex obispo
católico con simpatías hacia Hugo Chávez, apoyó también a Insulza. Para Ortega, un
desastre.
Sergio Urribarri, Gobernador de Entre Ríos acaba de admitir públicamente que, en dos años
largos de operación, la planta industrial de la empresa finlandesa Botnia, emplazada a orillas
del río Uruguay, no ha contaminado un ápice.
No obstante, la provincia de Entre Ríos sigue gastando fondos públicos tratando (sin éxito,
hasta ahora) de notificar una absurda denuncia penal (por «tentativa de contaminación»,
delito inexistente en el derecho argentino) iniciada en su momento por el ex Gobernador de
Entre Ríos, Busti (uno de los políticos argentinos más cercanos a los Kirchner) contra la
mencionada empresa, lo que es una vergüenza. Ahora Urriberri dice que va a desalentar
(solo políticamente) toda «acción colectiva destinada a frenar el turismo al Uruguay». Todo
un cambio.
Hasta ahora (como lo demuestra la acción penal en curso) las autoridades provinciales las
alentaban. Anunció que se propuso «el inicio de un diálogo abierto con Uruguay para salvar
el futuro de un corredor que es potencialmente importantísimo». Todo esto en medio de una
actitud kirchnerista de «no reprimir» jamás; curioso eufemismo utilizado para excusarse por
no aplicar la ley, ni respetar el estado de derecho, si esto puede traer aparejado para los
gobernantes alguna reacción política adversa. Esto es, hacerles perder votos.
Al propio tiempo los «ambientalistas» argentinos siguen cortando las rutas y puentes
internacionales que comunican a su país con el país vecino, sin que las decisiones judiciales
nacionales y arbitrales internacionales que se han acumulado y han declarado la ilegalidad
de esos «cortes» sean respetadas, lo que ciertamente es otra muestra de la lamentable
situación institucional en que se encuentra la Argentina de los Kirchner.
Como si eso fuera poco, el juicio ante la Corte Internacional de Justicia también sigue
adelante, como si nuestro país tuviera certeza de que la contaminación existe. Con riesgo
cierto de perderlo, lo que sería grave y abriría la responsabilidad de quienes nos
«embarcaron» en este camino.
Pero nadie se mueve y las cosas siguen en el marco de la ilegalidad. Los Kirchner,
responsables de haber alimentado esta aventura, nada dicen, por temor a ser
«políticamente salpicados» por las consecuencias de haber instalado una mentira en la
sociedad.