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La necesidad de una sociedad más eficiente, más productiva y ordenada era la que
demandaba un sistema educativo. Efectivamente, el dogma positivista es el de
derrotar la ignorancia y el oscurantismo a través de la educación.
Situación educativa:
Una vez agotado el romanticismo, en la segunda mitad del siglo XIX, una nueva
corriente lo sucede: el positivismo. Esta línea de pensamiento tiene como premisas
basarse en hechos observables que pudieran ser estudiados a través del método
científico.
La ley 1420 (1884), resumiendo los postulados del Congreso pedagógico de 1882,
establece que la educación ha de ser universal, común, mixta, gratuita, obligatoria
y neutra.
Los positivistas elaboraron una conversión de los rituales acuñados por el orden
eclesial, familiares y de los portadores de pautas culturales foráneas o indígenas,
por rituales propios de la modernidad.
Por un lado la escuela debía clasificar a los sujetos por sus supuestas dotes
(heredadas o adquiridas); y cada grupo humano requería una educación especial,
separada del resto (sean indígenas, presos, “infradotados”, etc). Esta operación
permitió distinguir a cada quien en lugares distintos de la escuela (el 1° A, el B,
etc) con destinos distintos en la sociedad (dirigentes, ejecutores, etc).
Uno de los discursos que se pusieron al servicio de esta operación fue el discurso
médico. Se creó el Cuerpo Médico Escolar, a su cabeza el Dr. J. M. Ramos Mejía,
determinaron buena parte de los contenidos curriculares: la higiene articulaba una
serie de intereses que no eran ajenos a las preocupaciones sociales. En efecto, esta
concepción era proclive a relacionar enfermedades de todo tipo con estereotipos
sociales o éticos. Era una forma de relacionar el contenido moral con los fenómenos
físicos y corporales. El alcoholismo se la relacionaba casi absolutamente a la
pobreza, del mismo modo que con la delincuencia. La falta de trabajo con la
vagancia, las enfermedades mentales, etc. (Ver “Antología de Libros de texto”)
De este modo, tal como afirma Tedesco, podemos observar que la didáctica
positivista estuvo basada en un doble reduccionismo (Ver “ANTOLOGÍA DE LIBROS
DE LECTURA”):
Por otra parte, la preocupación por el método, fue muy importante y estuvo
asociada a la formación docente. Se instrumentó así una fuerte articulación entre la
formación de maestros y la supervisión escolar que permitía asegurar coherencia
entre teoría, capacitación y práctica pedagógica. En definitiva, el centro del proceso
está en el maestro ya que los alumnos se suponía que tendían a la pasividad, lo
cual incluso, podía justificar el autoritarismo.
En definitiva, esta concepción pedagógica, que fue hegemónica a finales del siglo
XIX, se basaba en la presunción que el desarrollo de las habilidades humanas
dependía de la libertad otorgada por el ambiente para lo cual, la educación debía
facilitar una mejor "adaptación" a fin de que nuevas generaciones tuvieran una vida
mejor. El sello de Darwin se trasluce, evidentemente.
Bibliografía.