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«Por eso ruego a la Santísima Virgen Maria,


a los Ángeles,
a los Santos,
y a ustedes hermanos,
que intercedan por mí ante Dios nuestro Señor.

³Entre hierros, con oprobio


gocen otros de la paz;
yo no, que busco en la guerra
la muerte o la libertad´

Fernando Calderón, r    




¡El valiente!, versa en las tradicionales ferias patronales de los pueblos de nuestro país,
aludiendo a la figura de arrojo que representa un hombre con capota en mano. De éste
sólo sabemos que vive hasta que el cobarde quiere. No obstante desconocemos en la
medida de qué es valeroso; más aún, no tenemos claro si se trata de valor o de
imprudencia, o si cabe en él heroicidad alguna para reconocerle.

¿Pero qué es la heroicidad? Es una pregunta que debiera asaltarnos antes que nada.
Para un gringo los héroes son Superman o Spiderman, aunque no faltara caribeño que
vea en los mismos gringos unos héroes. Sin embargo, a mí no me toca discutir de los
vecinos del norte, yo quiero hablar ± o mejor dicho escribir ± sobre los héroes del s. XIX
mexicano antes de la llegada del Enmascarado de Plata, quien al parecer fue el último
gran ídolo entre el pueblo mexicano.[1]

Las palabras como los conceptos cambian irrevocablemente en el lenguaje, en el


entendido contemporáneo los héroes no son lo que antes. En el s. XIX los hombres tenían
su visión de lo que significaba la heroicidad y prendaban a ésta valores que nosotros no
insertaríamos necesariamente, dicho sea de paso: la religión.
La espiritualidad y la vinculación con Dios ± o ser supremo del dogma preferido ± está
presente en la heroicidad mexicana. La religión era una constante entre los ideales los
mexicanos, y quizá la única que podría mantener la frágil unión de una nación dividida; la
evocación de la única identidad fue quizá el mejor acierto en el imaginario de la
heroicidad, pues no habría alguien que no se identificara al respecto.

Quizás por esta misma presencia tan fuerte de la religiosidad entre los herederos de la
tradición hispana, la heroicidad se vea empapada del sentir del mártir. De otra manera no
podríamos explicarnos porque Carlos María de Bustamante puso a su libro r  
   
          
 [2] En dicha obra Bustamante destaca la exaltación de los
valores martirizantes. En otras palabras a este autor decimonónico le apuesta a los
hombres que ³a expensas de grandes sacrificios de toda especie´[3] prepararon la
Independencia.

Más aún, podría pensarse en la Roma de Diocleciano, perseguidor asiduo de cristianos,


pues para el autor de       la persecución por parte de la terrible
Corona española forma parte integral del mártir; a grado tal que el odioso Félix María
Calleja entra en este concepto.

Así, siguiendo la senda de San Policarpo[4] los discursos que conmemoraron la


Independencia de México manifestaron en sus palabras un afecto al mártir nuevamente.
Ejemplo de ello lo tenemos en la   

 pronunciada por Juan Wenceslao
Barquera. Él considera que ³la sangre de los mártires de la libertad inundó entonces los
campos mexicanos: pero que al instante renacían los herederos de su constancia
heroica.´[5]

Atendiendo a las últimas líneas del párrafo anterior, hay que comentar que la herencia nos
habla en un segundo plano de la posteridad. La creencia del advenimiento de
generaciones futuras tiene por objeto la permanencia y la consolidación de la identidad
como nación. Se busca ante todo crear admiración a los héroes, que se despojaron de
todo, para perpetuar un sentir común.

Si bien, no comparto esa idea del mártir debo decir que Bustamante y otros tantos como
Francisco Manuel Sánchez de Tagle lograron motivar de alguna manera el sentimiento
nacional a través de ese terrible personaje. Debo admitir que despertaron, en cierta
medida, el civismo de un pueblo que vivía ± y vive ± en crisis constante.

No con orgullo, acepto que sino sembraron en la mente de los mexicanos un ideal de
triunfo, al menos, desarrollaron un sentir de pertenencia basados en la religiosidad, eje
único de un país que vivía en constante guerra. Quizá por esto y en honor a aquellos que
³bajaron al sepulcro con el tormento de su deseo´[6] me atrevo a decir:

Yo confieso ante Dios Padre todo Poderoso,

y ante ustedes hermanos,

que he pecado mucho,

de pensamiento,palabra,obra y omisión,

por mi culpa,

por mi culpa,

por mi gran culpa«

[1] Quizás suene esta afirmación como broma pero habría que estudiar qué pasó con los
héroes de los mexicanos ante la desolada historia que poco les ha ofrecido
recientemente. ¿A quién admiramos ahora los mexicanos?
[2] Carlos María de Bustamante, r  
           
 , México,
impreso por J. M Lara, Calle de Palma núm. 4, 1841
[3] 
 p. 3
[4] Obispo de la Ciudad de Esmirna, mártir (155 d. C) y santo de la Iglesia Católica
[5] Ernesto de la Torre y Villar (Comp),     
   !  
   "#$%&'#$(#, México, UNAM, 1988, p. 24
[6] 
p. 75

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