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DEL CORAZÓN
BLANDITO
«Es un libro que me ha dejado sin aliento, me ha hecho reír, llorar, desesperarme y
emocionarme. Habla sobre amistad, amor, traición, desamor y bullying. Desde luego es un libro
que me ha dejado con los sentimientos a flor de piel»
@lauysusaventuras
«Estas páginas están llenas de sentimientos. Es la historia de Adrián, pero podría ser la de
cualquiera de nosotros. Es una historia de decisiones y consecuencias, de amor, de mensajes
importantes, pero sobre todo una historia de la que todos tendríamos que aprender»
@cutelion_95
«Una historia conmovedora, tierna, dura, que te llega al corazón, que te toca el alma. Un libro
emotivo, lleno de valores y de aprendizajes. Un camino junto a Adrián y su historia de vida, que
no te va a dejar indiferente. Simplemente precioso»
@lalocadeloslibros_books
«Un pueblo, un grupo de amigos y una sucesión de secretos y malas decisiones. En esta
ocasión, Julio Marín García, nos muestra la cara más cruel y dura del bullying. Me ha enamorado
el personaje de Adrián, un joven que quiso brillar a pesar de que todos trataron de apagar su luz.
Una historia apabullante, emocionante y que toca el alma hasta dejarte el corazón blandito»
@las_novelas_de_naiara
Una historia donde vemos que las acciones de las personas pueden ser como una bomba.
Donde vemos que lo que nos han dicho que es lo correcto no es siempre el único camino, y que
estamos a tiempo de desaprender para encontrar la felicidad.
@elbauldemislibros
AGRADECIMIENTOS
Mi madre decía que “un corazón blandito” era una persona que podía
adaptarse al mundo con facilidad. Que la felicidad de los demás le causaba
alegría, y que siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo pidiera. Pero se
le olvidó comentarme una última cosa: a veces duele mucho tener el
corazón blandito, porque un corazón blandito, también sufre muchas
decepciones.
ÍNDICE
PRÓLOGO
MOMENTO 44
MOMENTO 1
LA CHICA DE LOS AROS
MOMENTO 2
LA CHICA DE LAS MALAS DECISIONES
MOMENTO 3
EL HOMBRE DE LA CARETA
MOMENTO 4
EL CHICO DE LAS ARRUGAS
MOMENTO 5
LA VIDA SE PARALIZA
MOMENTO 6
EL CHICO DEL ANILLO DE ORO
EL HOMBRE QUE NO TIENE NADA
MOMENTO 7
EL CHICO DE LAS ARRUGAS SE MARCHA
MOMENTO 8
EL HOMBRE DE LA CARETA Y SU DEBILIDAD
MOMENTO 9
LA CHICA DE LOS AROS RECUERDA
LA COLCHONETA
MOMENTO 10
LA CHICA DE LAS MALAS DECISIONES TIENE EL CORAZÓN ROTO
MOMENTO 11
LA CHICA DE LOS AROS Y EL HOMBRE DE LA CARETA
MOMENTO 12
LA CHICA DE LAS MALAS DECISIONES CONFIESA
MOMENTO 13
EL CHICO DEL ANILLO DE ORO INTENTA EMPEZAR
MOMENTO 14
EL CHICO DE LAS ARRUGAS SE BAJA DEL COCHE
MOMENTO 15
LA MANO QUE NO SE MUEVE
MOMENTO 16
EL CHICO DEL ANILLO DE ORO RECUERDA
LA MAGIA
MOMENTO 17
EL CHICO DE LAS ARRUGAS NO PUEDE REVERTIR EL TIEMPO
MOMENTO 18
LA CHICA DE LAS MALAS DECISIONES TOMA UNA BUENA DECISIÓN
MOMENTO 19
EL CHICO DEL ANILLO DE ORO Y SU PRIMER GOLPE
MOMENTOS 20, 21, 22 Y 23
LA CHICA DE LOS AROS SE ENFRENTA A SU PEOR ENEMIGO
MOMENTO 24
EL PARQUE DEL CIRCUITO
MOMENTO 25
LA DECISIÓN
MOMENTO 26
EL COMIENZO DE UN VIAJE
MOMENTO 27
EL VIAJE CONTINÚA
MOMENTO 28
ALBACETE
MOMENTO 29
BALLENA AZUL
MOMENTO 30
MADRID
MOMENTO 31
TODOS A UNA
MOMENTO 32
LA CAÍDA
MOMENTO 33
EL SALTO MÁS LARGO DE LA HISTORIA
MOMENTO 34
UN HÉROE SIN UNIFORME
MOMENTO 35
UN NUEVO EMPEZAR
MOMENTO 36
TORMENTA DE REPROCHES
MOMENTO 37
MAL DE AMORES
MOMENTO 38
EL ORO SE ENFRENTA A LAS ARRUGAS
MOMENTO 39
HASTA PRONTO, MADRID
MOMENTO 40
EL ÚLTIMO SECRETO
MOMENTO 41
ADRIÁN Y LAURA
MOMENTO 42
BRUNO Y ADRIÁN
MOMENTO 43
PABLO Y ADRIÁN
EPÍLOGO
BIOGRAFÍA
PRÓLOGO
ESTABA PERDIDO ENTRE LO QUE ERA y lo que creía que tenía que
ser, perdido entre la luz y la oscuridad de mis propios miedos. Estaba
perdido en el abismo más oscuro, pero cuando él aparecía, la luz que
desprendían sus ojos era tan colosal que iluminaba mi mundo. Quería
evitarlo a toda costa, incluso, rezaba a Dios para que me cambiara, pero no
podía remediarlo. Le miraba discretamente más de lo que se mira a un
amigo. Le miraba tanto que podía ver lo que nadie veía. Pero tenía que
aceptarlo, él jamás podría darme lo que quería. Ni siquiera sería capaz de
hacérselo ver, porque la simple idea me producía un bloqueo tan grande
que sentía como si me desvaneciera en un instante. Era solo mi mejor
amigo. Además, después de no haberle correspondido en su casa, seguro
que ya no volvería a intentarlo, pero… ¿por qué seguía dándole vueltas?
Por mucho que rezaba e intenta cambiar los acontecimientos, una parte de
mí, de la que no tenía control alguno, deseaba que siguiera pasando. Pero,
tal y como predije, las cosas entre Pablo y yo habían cambiado. Ya no me
trataba igual, ni me elegía el segundo en los partidos. Había creado una
barrera entre nosotros, supongo que, producto del rechazo. Eso me dolía,
porque había pasado de sentirme su prioridad, a sentirme uno más o,
incluso, ni eso. Nuestras conversaciones se habían reducido y casi todo el
tiempo estábamos cortados. Sabía que solo había una forma de revertirlo.
Si le rozaba con mi mano, si tomaba la iniciativa, aunque solo fuera una
vez, seguro que podría darle a entender que sentía lo mismo que él, pero
me invadía el miedo a cagarla.
«Brilla», oí decir, de nuevo, a mi madre. Yo a su lado brillaba, pero no
podía esperar que el mundo girara en torno a mí. Tenía que tomar
decisiones y luchar por aquello que deseaba, aunque fuera peligroso,
aunque fuera prohibido. Así que, ese sábado, durante el partido de fútbol,
iba a hacer lo mismo que hizo él conmigo, acariciarle discretamente. Me
colocaría detrás de él cuando el partido hubiera acabado y tocaría su
espalda. Después aguantaría la mirada y, con suerte, todo volvería a la
normalidad. Quería volver a ser su prioridad, quería volver a sentir sus
manos arrugadas posarse sobre las mías, quería sentir, también, otras
muchas cosas que llevaba imaginando desde entonces. Pero para
conseguirlo solo necesitaba, por una vez en mi vida, tener valor y coraje.
Y cuando terminó el partido, hice exactamente lo que me había
propuesto, por una vez lo hice y, aunque estaba cagado de miedo, fui capaz
de transmitir ese mensaje. Acaricié su espalda. Pablo me miró, durante
unos cortos segundos. Al principio su mirada era desconcertante, pero
aguanté la vista y, al final, hizo un gesto con la cara. Los dos supimos lo
que eso significaba. Entonces, la hoguera volvió a encenderse dentro de
mí.
Y volví a brillar…
EL HOMBRE DE LA CARETA Y SU
DEBILIDAD
LA SIENTO AHÍ, DÍA TRAS DÍA. Puedo oír como sus pensamientos
desean que despierte. No se ha separado de mí, desde lo ocurrido. A veces,
basta que una bomba explote para que despiertes y te des cuenta de lo que
hay a tu alrededor. Parecía ser demasiado tarde. La culpabilidad es peor
que una bala, la culpabilidad puede quedarse para siempre. Había estado
demasiado metido en sus problemas, en su depresión y no se había dado
cuenta de que mi mundo se estaba oscureciendo. Luché mucho por
ayudarlo, pero cada desprecio, cada vez que hacía oídos sordos y me
ignoraba, cada vez que me oía llorar y no venía a mi habitación, hacía que
mi mundo se tornara de negro. La hoguera nunca se apagó del todo, pero el
fuego no era igual. El humo lo distorsionaba todo y un hedor a plástico
quemado marcaba, de forma cada vez más notoria, toda mi vida. Pero, a
pesar de haber creído que lo odiaba con todas mis fuerzas, no le guardo
ningún rencor, incluso sigo queriéndole. Sé que se quedó ahí, en la marcha
de mamá y no supo seguir circulando. Yo también me quedé en Pablo, y
solo nos conocíamos de unos años. Mi padre y mi madre llevaban toda la
vida juntos. No quiero imaginarme cómo de duro pudo ser ese golpe. No
voy a justificar lo que hizo, porque por mucho que le doliera, tenía una
razón para seguir adelante: yo. Debió sacar fuerzas para hacer que su hijo
no se hundiera en la miseria. Hubiera bastado con una mirada de vez en
cuando. Yo no quería que se convirtiera en mi madre, solo un poco de
atención, un poco de apoyo, un consejo de padre a hijo.
Cubre mi mano con las suyas y agacha su cabeza hasta entrar en
contacto conmigo. Siento como sus lágrimas se escabullen entre los
huecos de sus manos hasta desvanecerse en mi piel. Ha hecho una
promesa: si salgo de esta se convertirá en un padre ejemplar. Parece que
todo el mundo quiere cambiarlo todo, de repente, pero tuvieron tantas
oportunidades para hacerlo que no termino de entender por qué ahora.
Siento que hay una cola de personas esperando para pedirme perdón. No
quiero perdonarlas, tampoco que piensen que estoy enfadado con ellas.
Solo quiero que sigan su camino y superen sus problemas. No podría, por
mucho que quisiera, volver a confiar en quién me ha traicionado. La
traición es una mancha oscura difícil de ignorar, siempre estará ahí, ante
cualquier sospecha. Pero, a pesar de todo, deseo con todo mi corazón que
puedan ser felices, superar sus obstáculos.
La mano no se mueve, sigue ahí, día tras día, deseando que abra los
ojos, pero nadie sabe si los volveré a abrir y, en caso de que los abra, de
qué manera.
—No tenemos buenas noticias —dice el médico. Y entonces, mi padre
suelta mi mano. ¡Menuda noticia! Era terrible.
MOMENTO 16
ABRE LOS OJOS. Acaba de despertarse tras una pesadilla. Suele soñar
conmigo muy a menudo. En esos sueños recrea situaciones que hemos
vivido. Su subconsciente lo tortura de esa manera. Supongo que todos
tenemos que aprender a enfrentarnos al dolor, solo así lo superaremos,
pero no es tan fácil como parece, no hay un tutorial en YouTube que te
enseñe a hacerlo.
Estábamos en clase y había vuelto a meterse conmigo. Pero había ido
un paso más allá: “Adrián es marica”. Esta vez ni Pablo ni Irene se
levantaron para borrarlo. Nos habíamos distanciado un poco desde lo que
pasó. Mi única amiga era Laura y no compartíamos clase. Así que, estaba
rodeado de tiburones. Le miré, sabiendo, sin duda alguna que él había
escrito ese mensaje. Me dirigí a la pizarra y lo borré sin decir nada.
—¿No vas a defenderte? —preguntó el chico del anillo de oro.
—¡Puedes dejarlo en paz! —recriminó Irene. A veces seguía
defendiéndome, pero cada vez menos. Le miré agradecido.
—No importa, puedes ponerlo todos los días, me da igual. —Estaba
tan cansado que no tenía ganas de enfrentarle. Eso le jodió. Estaba
acostumbrado a otro tipo de actuaciones y comportamientos, pero cuanto
más le ignoraba más se enfadaba. Se enfadó mucho, supongo que, en
realidad, ya estaba enfadado, simplemente necesitaba pagar su frustración
con alguien. Y yo era la víctima perfecta.
Fue al salir de clase. Me interceptó en la puerta de la calle. Iba solo,
como la mayoría de los días desde que me distancié de Pablo. Sabía que
me estaba siguiendo, así que, aceleré el ritmo pensando en llegar lo más
pronto posible a casa. La primera piedra dio en la mochila. Di un bote
asustado tras recibir el primer impacto, fue inesperado. No me giré, seguí
hacia adelante. La segunda piedra me dio en la mano. Sentí como si el
hueso se hubiera partido en dos. La sangre apareció sin discreción, pero no
le di importancia, seguí caminando sin mirar atrás. La tercera piedra me
dio en la cabeza. Grité. Sentí como si un cuchillo me hubiera atravesado.
Y lo escuché reírse.
—Gritas como una nena —dijo jactándose de mi dolor.
Tuve que apoyar mi mano en la pared porque sentí que me desvanecía.
Me había dado con el pico y la sangre caía a raudales. ¿Por qué no me
dejaba en paz? ¿Qué le había hecho yo? Y aunque todo lo que quería era
retener las lágrimas, no pude hacerlo. Me arrodillé en el suelo, mientras
me manchaba de mi propia sangre y comenzaba a llorar. No solo por el
dolor físico, sino también por las heridas que nadie podía ver. Me sentía
solo y abandonado, ¿qué camino me esperaba ahora?
—Esto no ha hecho más que empezar —me dijo agachándose frente a
mí y cogiendo mi mandíbula con sus manos, acercando sus ojos a los
míos. Solo sentí odio. No podía dejar de llorar. Y mientras sollozaba, bajó
sus pantalones y comenzó a orinar sobre mí. Me sentí como una
cucaracha, un maldito cobarde que no era capaz de hacer frente a un idiota.
Nunca había tenido tantas ganas de desaparecer, de hacerme invisible. Me
daba auténtico asco, vergüenza y humillación. No quería estar vivo, no
quería. Llegué a casa temblando y llorando, me quité la ropa y me quedé
frente al espejo durante unos segundos. Pensando en que era una mierda,
en que nadie podría quererme jamás porque no valía nada, porque no tenía
valor, porque era un pardillo.
Ahora es él, el chico del anillo de oro, el que se mira en el espejo de la
habitación del hotel y observa las tantas cicatrices que tiene en su cuerpo.
Los golpes con el cinturón y las quemaduras con cigarrillos que le había
ocasionado su padre. Recuerda el dolor y la humillación porque antes de
propagarla la había vivido en sus propias carnes. Se arrepiente de haberlo
hecho, se arrepiente de haberse convertido, durante un tiempo, en su padre,
se arrepiente de haber contribuido a que, finalmente, decidiera saltar al
vacío, en lugar de escalar el muro. Quiso solventar sus errores, lo intentó
con mucho empeño y, a pesar de todo lo que me hizo, fue el único que me
pidió perdón. Aunque, y es algo de lo que yo también me arrepiento, creo
que nunca fui capaz de perdonarlo de verdad.
LA MAGIA
ME HABÍA HECHO MÁS FUERTE con el paso del tiempo, pero eso no
podía evitar que mi corazón siguiera bombeando fuego cada vez que
pensaba en su nombre. Los recuerdos en la habitación eran tan reales que,
prácticamente, podía reproducirlos con la mirada. Veía la silla en la que
nos sentábamos, junto al escritorio, y podía transportarnos ahí, a ese
momento, a esa hoguera.
Pensé que el fuego se había apagado y nunca más emitiría resplandor
alguno, pero después de contestarme a ese mensaje, las cosas, en cierto
modo, volvieron a la normalidad, solo que mucho más clandestino que
antes. Nos enviábamos mensajes todos los días, por la noche, en un
momento en el que sabía que nadie iba a interceptar su teléfono, a
escondidas de Irene. En algunas ocasiones, incluso, nos enviamos fotos
comprometidas. Pero seguía siendo insuficiente, quería quedar y volver a
sentir su piel. Era uno de mis deseos principales. Si pudiera volver a ese
momento, me diría «estúpido sueña más grande, hay cosas más
importantes que perder la cabeza por las arrugas de un tío», pero, negar la
realidad, sería hipócrita. Mis sueños se basaban en recuperarlo, en volver
con él, en brillar a su lado, en sentirme una prioridad, de nuevo, por mucho
que hubiera aprendido a controlarlo.
Me agarré a esos mensajes como si fueran mi última oportunidad para
continuar con nuestra historia, olvidándome de todo el daño que me había
hecho, de todas las lágrimas que había llorado por él, olvidándome de que
quiso pegarme un puñetazo. «Lo quieres y te quiere, eso es suficiente», me
decía para conformarme.
Quedamos un viernes por la noche. Vino a casa. Sus padres pensaban
que había quedado con su novia. Al verme se abalanzó sobre mí como el
que se lanza a la comida cuando lleva semanas hambriento. El verdor de
sus ojos palpitó con brillo, agradecido de tenerme cerca. Su envergadura
se extendió como las plumas de un pavo real; era él, era el chico de las
arrugas, no había cambiado nada, todo seguía en el mismo sitio. Pareciese
que hubiéramos nacido para encontrarnos, porque juntos, los dos, éramos
más que separados. Eso nadie podría discutirlo. Seguía abrazado a mí,
clavando las yemas de sus dedos en mis omoplatos.
—Te he echado mucho de menos —dijo acongojado. Quise preguntarle
por qué no me había dicho nada, pero no quería hacerle pensar demasiado.
Solo pretendía alargar ese momento todo lo que pudiera. En sus brazos se
me olvidaba todo lo malo, en sus brazos todavía podía proyectar sueños,
ver un futuro esperanzador.
Se separó de mí y caminamos hacia la habitación. Nos tumbamos
directamente sobre la cama y, como aquel día, levantamos nuestras
camisetas para sentir el calor de nuestros cuerpos al rozarse. Pude sentir
que todo aquello no solo me llenaba de amor, sino también de placer. Era
inevitable no sentirme atraído por él y mirarlo no solamente como se
aprecia a algo bello, sino mirarlo también con deseo. Porque,
honestamente, deseaba cada recoveco de su piel.
Ahí, entre sus brazos, descubrí que no solo no había conseguido
olvidarlo, sino que estaba todavía más enamorado de él de lo que pensaba.
Pero deshice mis pensamientos y aproveché todo el tiempo restante para
disfrutar de sus besos. Porque en ese momento, sus besos eran de verdad.
—¿No te quedarías aquí para siempre? —le pregunté.
—Me quedaría para siempre, ¿cómo no iba a hacerlo? Pienso todos los
días en lo que pasó. Pero hay que volver a la rutina. Si somos discretos
podemos ser felices, nadie tiene que saberlo. —Todo seguía igual en su
cabeza, pero prefería tenerle una vez al mes, que no volverlo a sentir en
una vida. Así que, accedí, aunque no lo merecía.
EL PARQUE DEL CIRCUITO
A veces, las locuras son todo cuanto tenemos para poder encontrarle un
sentido a todo lo que vivimos. Y ese momento, eso era lo que buscaban
todos.
MOMENTO 26
OTRO CUMPLEAÑOS MÁS SIN ÉL. El paso del tiempo hacía que el
dolor se convirtiera en otra cosa. Ya no dolía de esa forma punzante y
ocasional. Ahora era peor, porque sentía que vivía entre sombras. Mi vida
se había cubierto de una niebla aciaga que lo cubría casi todo. Pero, en mi
cabeza, seguía creyendo en un futuro. Quería estudiar y salir del pueblo.
Irme lejos, sin dar explicaciones más que a mi amiga Laura; aunque en
aquellos momentos, nuestra relación había empezado a cambiar. Y todo
por ser sincero.
—No sé qué hacer —me dijo empañada de lágrimas.
—Tienes que dejarlo, no te hace feliz y lo sabes —le contesté. Siempre
habíamos sido sinceros el uno con el otro, era la parte esencial de nuestro
vínculo. Lo hacíamos para protegernos.
—Él me quiere… Solo necesito aprender a ser mejor, a tratarlo como
él quiere, a cuidarlo… Necesito que las cosas sean como antes.
—¿Cómo antes? ¿No has aprendido nada de mí? Sabes que las cosas
nunca pueden ser como antes, porque el antes es el pasado. Además…
¿para qué cambiar? Eres genial. Una gran amiga… tal vez… él debería
cambiar si te quiere.
—Él me quiere…
—Una persona que te quiere no te llama gorda. No te humilla con
cosas que sabe que te duelen. No se mete con tu familia, ni con tus amigos.
Sé que no soy el más indicado para dar consejos de amor, porque sobre
amor, no tengo ni puta idea. Pero igual que los idiotas que nos insultaban
en el insti no tenían derecho, él tampoco lo tiene. Y sabes que tienes que
dejarlo, no es un buen tipo.
—¡Pues no! Tus consejos son una mierda. Has estado arrastrándote por
un tío que ha pasado de ti siempre, que te ha humillado y se besaba delante
de ti con su novia. Le has escrito hasta después de que te dijera que no
quería verte nunca más. Y ahora, porque mi novio me haya dicho gorda
alguna vez, o me haya levantado la voz, o encerrado, ¿tengo que dejarlo?
Creo que te sientes solo y quieres tenerme contigo. Estás celoso de él.
Tienes envidia de que mi relación sea de verdad —Me quedé alucinado
escuchando tales palabras. ¿Cómo podía pensar eso de mí? Claro que la
quería conmigo, como siempre, pero por encima de todo, la quería feliz.
Solo traté de darle un consejo sincero de amigo. Es verdad que la cagué
mucho con Pablo, que me arrastré como una culebra millones de veces,
pero mis errores no eximían los suyos. Solo quería que se quisiera mucho
más de lo que yo me quise. Pero, rápidamente, me convirtió en el
enemigo, porque no quería darse cuenta de la verdad. Y yo, que con ella
era sincero, comencé a ver como mi sinceridad construía un muro entre
nosotros. Un muro que ni el fuego era capaz de derretir.
Cumplí los diecisiete años solo. No había tarta, no había canciones, no
había nadie, solo un mensaje de Laura: «No puedo ir, lo siento, feliz
cumpleaños, te quiero mucho.» Me senté en el sofá del salón, con el móvil
entre mis manos, mirando la pantalla apagada de la televisión mientras las
lágrimas caían sin parar. Cerré los ojos y, a pesar de sentir que me estaba
hundiendo en arenas movedizas, me dije a mí mismo: «pasará, pasará,
mamá siempre lo decía. Lo malo caduca siempre.» Se le olvidó decirme
que lo bueno también.
ALBACETE
—Le gustaba jugar con muñecas, pero sus muñecas eran diferentes. Les
ponía trajes gruesos y los llenaba de algodón para que estuvieran gordas,
como ella. Le hacía sentir mejor ver que la belleza iba más allá de la
perfección. Eso era lo que su madre le decía. Su madre y su padre siempre
le enseñaron cosas buenas, valores. Los valores —hace una mueca y se
queda durante unos segundos reflexiva— los valores son el legado más
importante que pueden dejarnos, porque no se olvidan fácilmente. Siempre
están ahí, recordándonos los límites del bien y del mal. Su madre le decía
que su peso, su altura, o sus gafas, no eran más que características de su
persona exterior, pero que lo importante, lo que tendría valor en la vida,
era lo que había dentro de su corazón, por eso, era importante que fuera
honesta y justa con todo el mundo.
»Un día se quedó durante mucho tiempo en la puerta del colegio.
Nadie venía a recogerla. Era extraño. La profesora María se quedó con ella
e intentó localizar a sus padres, sin éxito. Dos horas después llamó su
padre y, cuando la niña de siete años vio los ojos de la profesora
convertirse en un río de lágrimas, supo que había pasado algo muy malo.
Su madre había tenido un accidente de coche y había fallecido. Ese día la
belleza cambio de significado, ese día… ese maldito día hizo que la noche
durara 24 horas.
»Lo que vino después no fue mucho mejor. Un padre depresivo pero
que se mataba a trabajar por sacar adelante una familia de tres hijos; una
hermana mayor que tuvo que dejar la universidad para cuidar de sus
hermanos y trabajar a jornada parcial; un hermano muy chiquitín que
acababa de empezar la guardería, y una ballena azul que empezaba a ser el
objeto de burlas de todos sus compañeros. En fin, una jauría.
»Había meses buenos y meses de puta pena. Meses de comer
bocadillos, patatas y huevos a diario, y meses de poder comprar carne y
pescado. Había meses con sonrisas y meses donde todos lloraban en sus
habitaciones. Había meses… y meses.
»Pero lo peor fue el instituto. Allí conoció la verdadera maldad
humana. Parecía que aquella chica llevaba un cartel en la frente que decía
«Se ofrece gorda con el pelo azul para ser ridiculizada a diario.» Día tras
día: le quitaban la comida, le tiraban del pelo, le empujaban por los
pasillos, le insultaban, le escribían notitas en clase y, poco a poco, su
autoestima se iba a la mierda. Era como si, de repente, la bondad hubiera
desaparecido y el mundo hubiera estado gobernado por tiranos. Todas
aquellas películas de Disney con final feliz dejaron de tener sentido, la
felicidad también…
»Hasta que un día conoció a alguien… Alguien que parecía diferente…
Se enamoró y, sin darse cuenta, se metió dentro de una jaula. Ella
necesitaba cariño y protección y él la llevaba a otro mundo. Uno donde los
cuentos acaban bien y donde las princesas son rescatadas. Ella no se daba
cuenta de que la única forma de rescatarse era queriéndose un poco más.
Así que se metió dentro de la jaula con una sonrisa en la cara. Solo una
estúpida caería de esa manera en una trampa.
»El acoso diario siguió, pero dolía menos con su presencia. Era mayor
que ella, acababa de terminar la carrera de filosofía y tenía, incluso, casa
propia. Poco a poco se enamoró de él, de su protección. «Menos mal que
me has encontrado», «¿Qué hubieras hecho sin mí?» «No me dejes escapar
jamás, soy tu salvador». Él decía muchas frases y le sonaban bonitas, pero
no se daba cuenta de lo horribles que eran realmente, no se daba cuenta de
que, con ellas, la autoestima se metía bajo tierra.
»Un día le ocurrió algo bonito, similar a un milagro. Lloraba en los
baños y un chico de ojos oscuros y mirada penetrante se acercó a ella y se
interesó. Un chico maravilloso —comienza a llorar— al que no pude
salvar. Al que decepcioné, al que fallé. Adrián vino a mí, sin conocerme, y
me entregó su mano, y yo, en sus peores momentos, no fui capaz de hacer
nada. Yo le hice saltar, yo tengo la culpa de todo lo que ocurrió. No puedo
más. No puedo más…
La ballena azul comienza a soltar agua… lágrimas de culpabilidad,
pero no sabe lo agradecido que siempre he estado por los momentos
juntos. Me gustaría decirle que todo está bien, que lo que hice fue por
decisión propia, y que nadie tiene que sentirse mal ni culpabilizarse por
ello.
—¡Eh muchacha! Llora lo que necesites, pero nadie tiene la culpa —
dice el director.
—Todos la cagamos —añade Bruno.
—Sí, todos somos igual de responsables, pero no lo hicimos de verdad,
solo fue un error —contesta Irene.
Y en un momento, todos aquellos que formaron parte de mi vida, se
consuelan los unos a los otros, como sí, de repente, las piezas del puzzle
hubieran encajado mejor que nunca.
Laura consigue controlar su respiración y retoma la historia.
—Nos convertimos en grandes amigos. Me habló de todos vosotros.
De Pablo… Siempre me hablaba de Pablo. Se enamoró de él
perdidamente. Pero Pablo nunca se atrevió a reconocer sus sentimientos,
solo pequeñas idas y venidas que lo desajustaban todo. Cuando conseguía
ayudarle y que empezara a sonreír, entonces, un mensaje inesperado
llegaba y lo arruinaba todo, porque Pablo prometía quedarse, pero nunca lo
cumplía.
»El paso del tiempo comenzó a pasarme factura. Estaba cansada de que
nunca me escuchara y, un día, discutí muy fuerte con mi pareja. Me llamó
gorda y me dijo que no servía para nada. Que él era el único hombre que
me había dado una oportunidad y que si me marchaba me quedaría sola.
Sus palabras me dolieron mucho porque había confiado en él. Me había
metido en esa jaula yo solita y había pensado que era libre. Adrián me dijo
que no merecía estar con un hombre así… Que yo era muy especial para
dejar que me rompieran de esa manera. Pero lo entendí todo al revés, y me
enfadé con él, le dije que tenía envidia de mi relación porque la suya con
Pablo era un fracaso. Y después de ese día… ese maldito día, nada volvió
a ser como antes entre nosotros.
»Pero fui más lejos. Mi novio encontró unos mensajes en los que
Adrián le criticaba y después de leerlos me prohibió seguir siendo su
amiga. Y lo acepté. Dejé de hablarle, de la noche a la mañana. Le
abandoné sabiendo que estaba solo, perdido entre las olas de un mar vacío.
Un año antes de que saltara me escribió para arreglar lo que había pasado,
pero mi novio borró el mensaje y zanjó el tema con un «pesado, algún día
se dará cuenta de que no le necesitas. Ya me tienes a mí.» Y me callé, pero
la realidad es que lo necesitaba más que nunca, igual que él a mí.
»Aquí estamos ahora, en un coche que está llegando a Madrid, para
buscar a un chico con el corazón roto y para intentar salvar a otro que ha
tirado por la borda su felicidad, que paradójico todo.
Y mientras un coche cargado de remordimientos llega a Madrid, el
chico de las arrugas piensa, por primera vez, en quitarse la vida.
MOMENTO 30
SOLÍA SALIR A CORRER por el paseo del río. Era una distracción de la
que nadie podía privarme. Me hacía sentir bien. Suena a cliché, pero: el
viento chocar contra tu cara, el sudor cayendo como si estuvieras en un
baño turco, las pulsaciones subiendo demostrándote a ti mismo que sigues
vivo, eran sensaciones que nadie podía arrebatarme, porque solo
dependían de mí. Había empezado a entender que cuanto más me quisiera
a mí mismo y cuantos más planes hiciera conmigo, menos decepcionado
me sentiría. Aunque, cada vez que cogía mi móvil entre lágrimas y le
escribía un mensaje a Pablo, también me decepcionaba a mí mismo. ¿Qué
me había hecho ese chico que no podía dejar de pensar en él por muchos
años que pasaran? Mi madre me había advertido acerca de las heridas del
amor, pero… ¿tanto dolía? ¿Acabaría algún día? No estaba seguro…
Esa tarde de abril, mientras la mayoría de la gente se preparaba para
disfrutar de la Semana Santa, salí a correr. Y pasó algo inesperado. Lo vi.
Vi a Bruno junto a la presa. Pero eso no fue lo que me sorprendió. Lo que
estaba haciendo… me parecía imposible en él. Ahí supe que no sabemos
nada de la vida de los demás, que miramos a las personas y, rápidamente,
emitimos un juicio de valor basado en la pura superficialidad, pero,
obviamente, detrás de los prejuicios de una primera mirada, hay una vida
que desconocemos. Estaba llorando. Mi mente no podía procesarlo: «¿Por
qué llorará ese idiota?» «Se lo merece» «Ojalá le haya ocurrido algo
terrible», llegué a desear. Pero mientras todos esos pensamientos, que no
hacían más que alimentar la oscuridad que crecía en mí, se manifestaban,
mis piernas caminaban hacia él, como si hubiera quedado hipnotizado por
aquella imagen, como si la belleza y el horror hubieran alternado su
significado. Por primera vez en mi vida no me sentí inferior a él. Por
primera vez en mi vida supe que nadie es más que nadie, por mucho que la
sociedad intente hacernos creer que sí.
—Si dices a alguien algo de lo que has visto te partiré la cara, maricón
—me dijo. Como siempre destacaba por su simpatía. Seguí acercándome
sin decir nada.
»Supongo que te hará sentir bien ver al hijo de puta que te jodía las
clases llorar —volvió a decir.
—Ojalá —me atreví a pronunciar— ojalá pudiera sentarme aquí y
reírme. Ojalá pudiera sacar el móvil y hacer un vídeo para pasarlo por el
grupo de clase. Ojalá todo el daño que me habéis hecho me hubiera
convertido en un monstruo, pero, aunque no lo creas, y aunque una parte
de mí te desee el mal, siento pena de que estés llorando.
—Sácalo y grábame. Hoy no te haré nada, pero mañana te partiré la
cara. Y pasado mañana. Y al otro. Y al otro… Y al otro… Hasta que te
duela tanto que no salgas de tu casa.
—Me duele más de lo que puedas imaginar. Y veo que a ti también.
Esa mirada me suena. Vas de malo por la vida porque no quieres que sepan
la verdad. Y mientras pegas palizas a los más vulnerables, vienes al río a
llorar, solo, porque no tienes amigos ni familia. Las personas como tú no
tienen nada de eso, porque han construido sus vínculos con miedo. Y el
miedo es como el dinero, una forma alternativa de comprar a la gente,
pero no es real. Acaba disipándose como la niebla.
—¿Siempre hablas tan raro? No sé, insúltame, cágate en mis muertos o
algo, habla como el resto de personas.
—No soy como el resto de personas, si fuera como el resto,
seguramente, estaría grabándote con un móvil y riéndome de ti. Agradece,
por un momento, esa diferencia.
—Te he jodido muchos días, pero sabes que tenía razón. Soy un bruto y
no me entero de nada, pero eso si lo supe. ¿Sabes por qué? Porque le
mirabas igual que yo a mi hermano… Solo se puede mirar así a alguien a
quien quieres mucho… muchísimo.
—¿Qué quieres decir?
—Eres marica y estás enamorado de Pablo. Llevas enamorado de él
toda tu vida. Y él… y él de ti.
—¡No, eso no! He venido a preguntarte si estabas bien, pero no quiero
hablar de eso. No soy marica, no estoy enamorado de Pablo y Pablo nunca
ha estado enamorado de mí. Fuimos amigos y tus estúpidos comentarios
en clase lo arruinaron todo. Conseguiste que me quedara solo. Tal vez si
debería odiarte… insultarte… grabarte con el móvil. —La ira brotó en un
momento, como cuando mezclas dos compuestos que no encajan y pueden
producir un estallido. Estallé.
—Y sigues amándolo… Lo amarás siempre. No tengo ni puta idea de
amor, ni de palabras cultas, ni de libros, como tú. Pero sé lo que es querer
a alguien para siempre, que al cerrar los ojos veas su imagen y al despertar
siga exactamente en el mismo lugar. Sé lo que es vivir del recuerdo… Sé
lo que es el dolor.
—No sabes nada. Tú eres el causante de mi dolor. Eres el causante del
dolor de muchas personas. No tienes derecho a hablar de él, si supieras lo
que duele, no serías tan cruel de propagarlo.
—A veces, cuando lo propagas, sientes que no eres el único que sufre.
Desde ese día… ese maldito día me llené de rabia y comencé a
transformarme en lo que has visto de mí, pero aquí estoy, llorando
escondido de la gente.
—¿Qué pasó ese día? —pregunté lleno de curiosidad.
—Si alguna vez se lo cuentas a alguien no tendrás pueblo para correr.
Te mataré. —Pero no me asustaron sus palabras, era como si, de repente,
fuera uno de esos perritos pequeños que no dejan de ladrar, pero, en el
fondo, están más asustados que un niño pequeño cuando pierde a su
mamá… Como yo, cuando la perdí.
—Te doy mi palabra de que será un secreto entre nosotros, un secreto
entre villano y héroe.
—Ese día mi hermano murió y mis padres decidieron culparme de su
muerte. ¿Crees que el instituto es el infierno? No has conocido mi casa,
eso es el reino de los infiernos. Mira, parece que me ha quedado bonita la
frase, como las que tú dices.
—Sí, una frase de puta madre. Al final el villano tendrá que aprender
un poco del héroe para no llorar tanto en el río, porque el héroe, de
lágrimas, sabe. Y el héroe tendrá que aprender un poco del villano para no
dejarse vencer tan fácilmente, porque el villano, de resistencia, también
sabe mucho.
—Eres un friki —dijo con una ligera sonrisa.
—Siento lo de tu hermano… Se nota que lo querías mucho, como yo a
mi madre, como yo a… a…
—A Pablo —dijo él finalmente.
Y misteriosamente, un villano que parecía la peor persona del
universo, comenzó a mostrar su corazón; y un héroe que creía ser una
buena persona, comenzó a preparar su venganza.
MADRID
ABRE LOS OJOS. Está rodeado de rostros conocidos que, con una
sonrisa, le miran. Todos excepto uno.
—Estáis locos —dice mientras trata de inclinarse.
—No hagas esfuerzos, muchacho —añade el director.
—Perdóname, por favor —suplica la chica de las malas decisiones.
—Supongo que no valgo ni para saltar de un puente —se ríe intentando
sonar gracioso.
—¡Eres un idiota, tío! Yo no voy a regalarte buenas palabras ni a sentir
pena por ti. ¡Eres un puto cobarde! —Bruno está muy enfadado con él.
—¿De qué vas? ¿Crees qué es el momento de hacer esto? —le
recrimina Irene.
—¡Tiene razón, muchacho! No es el lugar indicado para tener una
rabieta.
—Dejadlo, tiene todo el derecho, y está en el lugar correcto para
hacerlo. ¿Sabéis qué? Cuando caía me dio tiempo a pensar en muchas
cosas. Fue como en las pelis, vi mi vida pasar en un segundo. Y todos
estabais en ella. Me di cuenta de que el miedo… el puto miedo nos lo
inyectan en la sangre desde que nacemos para poder manejarnos. Nuestros
familiares son los primeros que lo hacen: “si haces eso vendrá el hombre
del saco”, “si no obedeces vendrá el hombre el saco”, pero también nos
meten otro tipo de miedo, miedo a la pérdida, a la ausencia, a la soledad…
“¿Quién te va a querer más que tu familia?” “Tu familia es todo cuanto
tienes.” “¿No querrás decepcionar a tu padre?” —se ríe—. Esa es mítica.
Y van creando ese miedo que, cada vez, es más grande, como si fuera una
bola atascada en nuestra garganta que nos bloquea las palabras.
»Entonces vas haciéndote mayor y te das cuenta de que no quieres
decepcionarles, pero te exigen demasiado, te exigen que vayas en contra
de ti. «Ellos son adultos, deben saber lo que dicen, deben tener razón.» Así
que obedeces sabiendo que, aunque duela, es lo correcto, es lo correcto…
—comienza a llorar.
»Lo amo, nadie puede imaginar cuánto lo amo. Nadie puede
imaginarse como ha sido mi vida. Mis padres interceptaron un mensaje
que me envió y, en ese momento, comenzó todo. «Te está lavando el
cerebro», «lo haces por pena, porque su madre no está con él», «eres un
niño muy bueno, mereces una vida mejor», «¿quieres decepcionar a tu
familia?» Y yo respondía a todo “no, claro que no”. Y me alejé de él, me
alejé porque lo que los adultos decían no podía estar mal…
»Y una mierda. Mirad todo lo que ha pasado… Todo esto. Tuve una
relación con una chica a la que quiero un montón, pero de la que no estoy
enamorado, por satisfacer a mi familia. La destrocé. Ignoré al chico del
que me enamoré y, cuando no podía aguantar más, quedaba con él y nos
besábamos como si el mundo se hubiera paralizado, pero al día siguiente,
todo era igual. Lo abandoné, lo dejé sin amigos, lo humillé e, incluso, dejé
que gente como tú —mira a Bruno— le destrozara.
»Todo por contentar a unos padres que no tienen ni puta idea de lo que
es el amor. Que piensan que los adolescentes somos solo hormonas y que
tenemos el corazón aislado de todo problema sentimental. Se tiró por mi
culpa. No fue por la vuestra. Se tiró porque él y yo creamos algo de la
nada, algo muy grande y, al no recargarlo, acabó consumiéndolo, como a
mí.
»Solo quiero volver a la habitación prohibida donde fuimos felices,
donde nos besamos sin miedo, donde fuimos nosotros dos, al natural, sin
nadie que nos jodiera. ¿Sabéis lo que es sentir que habéis matado a la
persona que queréis? Que la habéis dejado saltar desde una puta azotea
sabiendo que acabaría con su vida. No puedo perdonarme, no puedo
perdonar algo así.
—¡Puta mierda! ¡Me cago en Dios! ¡Me cago en Dios! —chilla mucho
más alto. —Merecíais haber terminado juntos —Bruno no puede contener
su ira. Siente rabia y frustración.
—Siempre estuve a tu lado… y nunca vi nada de lo que dices…
siempre estuve a tu lado, pero estaba ciega. Solo quería que te quedaras,
pero se me olvidó asegurarme de que fueras libre de hacerlo —confiesa
Irene.
—¿Qué puedo hacer ahora? Me da vergüenza ir a verlo, me da
vergüenza mirar a su padre a los ojos… Pero os juro que si se despierta
voy a solucionarlo todo, voy a hacerle feliz, voy a llevarlo al fin del
mundo, y todo me va a dar igual. La gente, mis padres, todos me la van a
sudar. Solo quiero un final feliz.
—Despertará muchacho, despertará, y este bache será solo una lección
de vida. Todos aprenderemos cosas de ella. Ahora trata de descansar,
tienes que recuperarte del golpe, tu pierna esta jodida… ¿lo sabes?
—Algo he notado al ver la escayola.
Y entonces, sus ojos se inyectan de odio al ver a sus padres entrar por
la puerta. Y unos padres que querían lo mejor para su hijo, sienten como
una lluvia de cuchillos va directa hacia ellos.
MOMENTO 36
—¡Quiero el divorcio!
Y mientras un hombre con un corazón rodeado de orgullo siente como
un puñal le atraviesa en varias direcciones; una mujer abre la puerta de
una jaula en la que no vive sola. Madre e hijo se asoman por la puerta y
miran el mundo que les espera.
MOMENTO 37