Fricciones entre el derecho y el poder político en la intimidad
actual del constitucionalismo colombiano. – El Estado de
Opinión.
Por Milton Arrieta López.
Es curioso que para algunos lectores contemporáneos sea motivo de
asombro la incongruencia que presenta la vida y obra de ciertos autores, entendiendo por estas incongruencias, las injusticias vividas por el autor durante su existencia y su legado que es apreciado después de su muerte; tenemos grandes ejemplos de estos casos lamentables en todo arte u oficio; hoy en día, y para seguirnos lamentando, en los círculos intelectuales se suele citar el trabajo de Nicolás Maquiavelo con cierta morbosidad; Maquiavelo compuso un manual de recomendaciones a su regente; que traídas a hoy, en este contexto histórico sonarían muy recalcitrantes. La tragedia de todo esto es bastante simple: Maquiavelo murió solo, pobre y en el olvido, fue perseguido varias veces por conspirador, fue torturado y su obra, se hizo famosa solo después de su martirio. Todo esto para el pesar de la historia: El Príncipe, sigue inclusive hoy siendo la materialización más perfecta del mandato de los gobernantes en casi todo el mundo; eso de que el fin justifica los medios, no se le escapa a la ejecución de los gobiernos, que para el caso colombiano, vemos como surgieron recientemente situaciones de crisis entre las ramas del poder público, una que nos sirve como ejemplo fue el choque entre el Presidente de la República con la Corte Suprema de Justicia, con cierta interferencia inescrupulosa del Departamento Administrativo de Seguridad.
Nicolás Maquiavelo, en su “Príncipe” manifiesta con total contundencia
que en el mundo no hay sino vulgo; por vulgo entendemos que las masas, no son entes conscientes, pueden obrar con irracionalidad en el enardecimiento de sus propias motivaciones que puedan ser justas o no.
Un filósofo latinoamericano, José Ingenieros escribió en las Fuerzas
Morales: “El progreso no resulta del querer de las masas, casi siempre conformistas, sino del esfuerzo de grupos ilustrados que las orientan. Los ideales comunes, representados por la conciencia social, no son igualmente sentidos por todos los miembros de una sociedad; solamente son claros y firmes en los núcleos admiradores, que prevén el ritmo del inmediato devenir. La capacidad de iniciar las variaciones necesarias, presionando la voluntad social, suele ser privilegio de hombres selectos que se anticipan a su tiempo. Todo progreso histórico ha sido y será obra de minorías revolucionarias que reemplazan a otras minorías, ante la inercia pasiva de los más, obedientes por igual a cualquiera de los vencedores. “
La preocupación de pensadores tan disímiles como Maquiavelo y José
Ingenieros, en su contexto y tiempo, es absolutamente legítima; pues ante la imposibilidad que tiene el vulgo de Maquiavelo, o las masas de José Ingenieros, para pensar, para progresar, para impedir la gestación de comportamientos arbitrarios; se requiere de un estamento propicio para la regulación de la vida humana en la sociedad, a esto último le llamamos derecho, y ha sido largo el camino que ha tomado este sistema de regulación hasta nuestros días, pues nos hemos organizado como un Estado Social de Derecho, después de que a finales del siglo XVIII, la historia constitucional se debatiera entre los extremos de la tensión de la relación entre institucionalización y democratización, entendiendo esta tensión como una de las resistencias que se identifican históricamente entre el mundo de lo normativo y el mundo del poder político. La Revolución Francesa ambicionó que la Constitución dependiera de la voluntad política de quienes eran los representantes del pueblo, pero según hemos estudiado, el experimento salió muy mal, puesto que aconteció un debilitamiento de las instituciones que propiciaron luego situaciones jurídicas amargas como el estado de excepción y el terror. Luego todo lo ocurrido incidió para que a finales del siglo XIX, surgiera un modelo de estado constitucional conservador, en el que se defendieran las instituciones y el derecho por encima de los actores y voluntades políticas. Un poco más tarde llegamos hasta donde estamos hoy, el modelo constitucional del Estado Social de Derecho, luego del intento de conciliar tanto un mayor grado de participación democrática y de presencia e incidencia política de los actores sociales, con un nivel mayúsculo de estabilidad institucional y de solidez de las normas jurídicas.
Mi interés es plantear en el presente documento de manera objetiva
como aún prevalecen estas tensiones históricas y en el caso particular: entre la institucionalización y la democratización devenidas de la relación entre el poder político y el derecho constitucional; en el acontecer histórico esta tensión es conocida como la segunda, recordamos que la primera tensión se refiere al origen del poder político respecto del derecho, cuya solución se enmarcó de acuerdo de cualquiera de las dos posiciones dominantes: de un lado se resuelve el problema que genera la tensión, de acuerdo a la tesis de los defensores del gobierno de los hombres y, del otro lado, se expone la tesis de los defensores del gobierno de las leyes. La tercera tensión se refiere a la relación entre constitución y progreso social y la cuarta tensión se describe a partir de la relación entre la historia de las ideas políticas y la experiencia institucional. Es menester centrar el objeto del análisis en ciertos casos concretos, de manera que analizaremos en el caso colombiano la reciente tensión entre el poder político y el derecho, de la que devino un concepto que intentó incorporar el poder ejecutivo como el máximo desarrollo del Estado Social de Derecho: el Estado de Opinión.
En el portal web lasillavacia.com, se publicó un artículo en el que se
expone como el ex presidente de la República Álvaro Uribe Vélez en más de un centenar de discursos ha auspiciado el concepto del Estado de Opinión, que supone una especie de evolución o sustitución del Estado Social de Derecho, para mayor ilustración tomaremos unos ejemplos del contendido de estos discursos.
Discurso de mayo 27 de 2009, pronunciado por Álvaro Uribe. “Es un país
de instituciones. Y de qué solidez y de qué independencia. Diría que Colombia está en la fase superior del Estado de Derecho, que es el Estado de Opinión. Aquí las leyes no las determina el presidente de turno. Difícilmente las mayorías del Congreso. Todas son sometidas a un riguroso escrutinio popular, y finalmente a un riguroso escrutinio constitucional. El equilibrio entre la democracia participativa y la democracia representativa ha logrado que la opinión pública, en creciente actividad, sea el factor determinante del producto legislativo. Es una democracia de opinión en la determinación del contenido de las leyes.” De acuerdo al concepto ofrecido por Álvaro Uribe, observamos una característica intrínseca del Estado de Opinión y un elemento esencial de su definición, primeramente vemos que es una fase superior al Estado de Derecho, es decir, prima este concepto o modelo de Estado de Opinión ante el Estado de Derecho, y luego añade un elemento esencial del concepto: las leyes son sometidas a un escrutinio popular. Vemos entonces como sale a relucir nuevamente la tensión entre institucionalización y democratización, lamentablemente es palpable un detrimento en la institucionalización, en esta puja entre el derecho y el poder político, ya que las leyes de un país deben ser objeto de la rama legislativa del poder público, para eso está, y en los regímenes democráticos, quienes ejercen el papel de legisladores, lo ejercen porque el pueblo se manifestó democráticamente para ello, ergo, si las leyes son sometidas a un escrutinio popular, tiene que ser porque existe un problema en la institución de la democracia misma y se exhibe cierta debilidad en la rama legislativa del poder público, en conclusión existe un detrimento en la democracia, ya que el equilibro de poderes se rompe, al menguar el poder legislativo.
Discurso de febrero 23 de 2010, pronunciado por Álvaro Uribe. “Nosotros
creemos que en un Estado de opinión, donde no prevalece el capricho del gobernante, sino el imperio de la ley, y más allá que de la misma interpretación de los jueces, lo superiormente importante es la opinión pública, es fundamental para darle sostenibilidad en el largo plazo a una política de seguridad, que permita que las nuevas generaciones de colombianos vivan libres de guerrilla, de paramilitares, de otras expresiones del narcotráfico. Lo importante es que la política tenga credibilidad, y esa política, para tener credibilidad, necesita eficacia y transparencia. A nosotros nos parece que todos los controles son importantes, los que se han incorporado en el proceso evolutivo de formación del Estado de Derecho. Pero el más importante de todos es el control de opinión, por eso este ejercicio.” Observamos que según la dogmática del Estado de Opinión, prevalece este concepto, más allá de la misma interpretación de los jueces, más adelante se habla de un “control de opinión”. Para mí en lo particular esto supone muchas dificultades, la primera sería por supuesto la inseguridad jurídica, además que no es claro cómo podría ejercerse ese control de opinión en decisiones de los jueces, sobre todo en las providencias con efectos erga onmes. Luego vemos como en este caso la tensión termina por vulnerar el fuero más íntimo de la rama judicial, es manifiesto el desequilibro de poderes bajo el precepto del Estado de Opinión, pero la mayor pérdida tal vez es el detrimento del concepto de democracia en todos sus niveles. Nos parece que este trazado conceptual, según el cual Colombia es un Estado de Opinión, y que esto supone un curso superior al Estado de Derecho, pone de manifiesto que la voluntad de las mayorías, a través de “el control de opinión” es superlativa, o jerárquicamente superior a la Constitución Política misma, luego, se tendría que auspiciar un concepto nuevo, así como alguna vez, para cierta parte del mundo se puso de moda la noción de la dictadura del proletariado, por supuesto, obsoleto y anacrónico; vendría una “dictadura de las mayorías”; haciendo ahora una conexidad con parte introductoria del presente escrito, sería licito decir también que vendría una “dictadura del vulgo” sirviéndome de Maquiavelo o una “dictadura de las masas” interpretando a José Ingenieros. En todo caso se trata de un concepto muy peligroso, porque destruye el valor más preciado de la democracia participativa que es la escucha de la voz de las minorías, además, históricamente cuando en andanada se privilegió un modelo símil al de una “dictadura de las mayorías” nacieron ideologías que fomentaron regímenes nefastos como el nacionalsocialista.
Todo esto parece ser nuevo, moderno, de avanzada, lamentablemente
para el incauto podrá sonar así, pero lo cierto es que estos conceptos suponen poner en vigencia ciertos modelos filosóficos mandados a recoger, como el utilitarismo, luego, es un retroceso. En este caso en particular la relación entre el poder político y el derecho, daña la institucionalización con efectos degradantes y mengua el concepto de democracia, acogido por la carta de 1991. Referencias:
Teoría Constitucional. Surgimiento de Un Estado Moderno. Universidad
Nacional de Colombia. 2007
Neoconstitucionalismo y Ponderación Judicial, Luis Prieto Sanchís.
Editorial Trotta.
Las Transformaciones del Estado Contemporáneo, Manuel García Pelayo,
Perspectivas Geopolíticas de La Construcción de La Paz A Través de La Supranacionalidad en Latinoamérica A Partir de La Crisis Del Estado-Nación y de La Implicación de La Masonería Liberal
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