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La realidad y el deseo

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Las guerras del fútbol 20


Jun
2010

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España jugó como un reloj contra Suiza. Movió el balón igual que un equipo europeo de
máxima calidad. La maquinaria, entendida como una inteligencia conjunta, hizo que el
balón sólo circulase en un sentido. Después vino la derrota. Los suizos, movidos por la
furia, provocaron una jugada poco metódica. Un jugador llamado Gelson Fernandes, de
hiriente estirpe ibérica y ojos tomados por la sorpresa, nos dio la puntilla. Siempre
llegamos tarde. Hemos aprendido a hacer un fútbol calculador cuando la furia está de
moda en el norte.

Sí, siempre llegamos tarde. Es el sentimiento que se apoderó de Francisco Ayala en


Recuerdos y olvidos (1906-2006), al evocar su viaje a Alemania en 1929. Alemania era
una asignatura que debía cursar cualquier intelectual progresista español nacido después
del krausismo. Como discípulo de Ortega y Gasset, Ayala fue a Berlín en busca de la
modernidad universitaria de los estados liberales. Se sorprendió al descubrir que al final
de los años veinte ya no había muchas diferencias con una España que por fin rozaba el
espíritu moderno de la política y la cultura. Si nos olvidamos de unos enormes travestis
que salieron a su paso en la Friedrichstrasse, figuras más propias del esplendor
decadente de Berlín que del tradicional espíritu alemán, poco podía sorprender a un
joven acostumbrado a vivir en Madrid. Bueno, algo sí: el ascenso del nazismo y la
consolidación de las lecturas totalitarias de la Modernidad. España llegaba a la
democracia cuando los estados liberales se descomponían en un nuevo orden mundial.
Nuestra falta de puntualidad fue una desgracia. Alcanzado por fin en 1931 un Gobierno
democrático, Hitler y Mussolini se aliaron con Franco para explicarnos en un sermón
agresivo otro tipo de modas. La diplomacia británica se puso también a trabajar para
explicarle al mundo que la democracia sí era cosa suya, pero convenía que el fascismo
triunfara en España para evitar los peligros de sus inclinaciones izquierdistas. El
excelente libro de Ángel Viñas, El honor de la República. Entre el acoso fascista, la
hostilidad británica y la política de Stalin (Crítica, 2008), pone el alma en los pies y la
conciencia en los ojos. Más allá de la catadura moral de Stalin, que comprendió la
necesidad estratégica de defender el orden democrático en España mientras convertía
su país en un campo de concentración, el verdadero espectáculo de cinismo lo dio
Churchill con una política calculada para favorecer la victoria de Franco y el apoyo a las
crueldades de su dictadura.

Los ingleses, inventores del fútbol, favorecieron así que los niños españoles de la
posguerra aprendiesen a jugar en unas calles prehistóricas. La famosa furia española,
ese bajar la cabeza y salir disparados a la portería contraria, se debe a que las calles,
poco acostumbradas a los coches, estaban llenas de piedras. Al fútbol se jugaba sin
poder levantar la cabeza, mirando al suelo, para evitar un tropezón. El primer coche
aparcado en mi barrio tardó poco en llamarse La marrana. El dueño, cada vez que los
niños le dábamos un balonazo, salía al balcón para gritarnos que no le “jodiésemos la
marrana”.

Llegó la democracia, y con ella la entrada en Europa, y las ayudas económicas, y los
polideportivos, y las nuevas infraestructuras, y los monitores, y las porterías con red.
Las cajas de cartón, los abrigos en el suelo y los charcos desaparecieron en el olvido.
Unos niños bien alimentados aprendieron a jugar al fútbol sin temer a las piedras o a los
ingleses. El masculino dio paso al femenino, el rojo a la roja, y los sueños políticos más
ambiciosos se disolvieron en el orgullo suave de una selección capaz de instalarse en la

1 de 7 21/06/2010 0:17
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1 comentario Luis García


Montero

Luis García Montero (Granada, 4 de


diciembre de 1958) es una de las principales
Era un poeta 19 figuras de la actual poesía española. Autor
de más de 25 poemarios, recibió el Premio
Jun Adonais en 1982 por El jardín extranjero, el
2010 Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional
de Literatura en 1994 por Habitaciones
Compartir: separadas. En 2003, con La intimidad de la
serpiente, obtuvo el Premio Nacional de la
Crítica. A lo largo de su vida, García Montero
también ha publicado ensayos, es autor de
ediciones críticas de poetas como Federico
García Lorca o Rafael Alberti y tiene en su
“Déjate llevar por el niño que fuiste”. Es una cita del Libro de los consejos, que José haber obras de prosa como la novela
Impares, fila 13, escrita junto a Felipe Benítez
Saramago colocó al inicio de Las pequeñas memorias. Quizá sea la obra que mejor nos Reyes, además de haber colaborado en
lleve al corazón del escritor portugués. El mundo rural que conoció con el abuelo prensa de forma asidua.
Jerónimo y la abuela Josefa sedimenta su conciencia. Sin saber leer y escribir, un
campesino puede llegar a ser el hombre más culto del mundo, si entendemos por cultura
la capacidad de relacionarse dignamente con la vida, el amor, el dolor y la justicia.
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Las prisas de la historia aceleran los pasos de la actualidad para fragmentar las P-Lib, nuevo partido
experiencias. José Saramago era un hombre con pasado, algo muy distinto a un escritor Liberal y Libertario. Tanto en economía
de palabra vieja. Había conocido la pobreza, los rincones marginales de la historia, el como en derechos civiles.
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sentido de la lucha. En una sociedad dispuesta a sentirse prepotente en sus nuevas
riquezas, quiso guardar memoria del pasado. Jazztel y Digital+
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Aunque la Comunidad Económica Europea arrancase los olivos de su infancia, llenos de
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misterios y lagartos, para sembrar campos uniformes de girasoles, José Saramago se tarot,videncia 806517877 tarot,videncia les
empeñó en mantener su sabiduría campesina, las raíces profundas del conocimiento fades
humano. En una época dispuesta a banalizarlo todo, siguió hablando con la seriedad del www.labotigadelesfades.com
que necesita distinguir el mal y el bien, como se distingue un cielo de lluvia y un día
nublado como anticipo del sol.
Su conciencia estuvo alerta hasta el final, una conciencia política de comunista implicado LO + LEIDO
en los movimientos cívicos, en las causas de los pueblos oprimidos y en los códigos de la Muere Manute Bol, el
explotación económica. Fernando de los Ríos, en una situación de mucho crispamiento jugador más grande de la
NBA
político, llegó a afirmar que la educación era un valor revolucionario en España. Ante un
mundo en descomposición, José Saramago pensaba que no había nada más 2 comentarios

revolucionario que la defensa de los derechos humanos. Y a eso se dedicó, con tozudez
Santos celebra una
de hombre de otro tiempo en medio de la frivolidad, entre admiraciones y críticas. Hay victoria aplastante en
mucha gente interesada en desacreditar a los escritores que mantienen su mirada Colombia
política, como si la conciencia hubiese que dejarla enterrada en un tiempo remoto y lo 11 comentarios
moderno fuese vivir en la prisa líquida de la nada. Contra esa gente se levantaba cada
mañana el autor de La balsa de piedra.

Un pasado ibérico de miseria Alemania, en el centro de


los ataques a España
La naturalidad con la que Saramago vivió en nuestro país se debe a su amor por Pilar
del Río, pero también a las historias paralelas de España y Portugal. Eran países que 127 comentarios
intentaban olvidar un pasado de miseria que les mordía los talones. Saramago se sentía
asombrado ante los absurdos de las costumbres llamadas modernas. Por eso utilizaba el
absurdo en la literatura, para romper las inercias e invitarnos a mirar la realidad. Un Internet, el taller de sexo
imprevisto literario, un despropósito religioso, una pasmosa locura histórica, de los adolescentes
desembocaban en novelas como El año de la muerte de Ricardo Reis, Memorial del
convento, El evangelio según Jesucristo o Ensayo sobre la ceguera. 4 comentarios
La narración se convertía en un meditado acercamiento a la vida, un viaje de ida y
vuelta para desenmascarar los mecanismos del poder. Nuestra renuncia ética suele Más blogs
hacerse cómplice de las calculadas y efectivas ambiciones de los demonios. Las rutinas
injustas y los valores establecidos tienen un origen concreto, pero cuentan con nuestra Balagán
EUGENIO GARCÍA
difusa y cotidiana aceptación. GASCÓN

Porque las ilusiones colectivas son una tarea solitaria. De pronto podemos quedarnos Yihad

ciegos, perder la perspectiva de la realidad. Y esa ceguera se vive de diferentes modos.


Tal vez el miedo sea una invitación a la insolidaridad, a la competencia carnívora por la La pizarra de Yuri
YURI GAGARIN
supervivencia individual, o tal vez se convierta en un esfuerzo por recuperar la dignidad
Transcripción íntegra de
perdida. De pronto podemos recobrar la lucidez, y cansarnos de nuestra complicidad, y
la 'caja negra' del avión
decidir que nadie debe obrar y pensar por nosotros. Entonces el compromiso ético es presidencial polaco.
una presencia real, porque ya no supone un diálogo con el futuro, sino una apuesta
situada en la palabra hoy. El pingue
ROBERTO GONZÁLEZ
Un escritor como Saramago necesitaba abrir la ventana de su casa para saber todos los
Sanchonar. Capones y
días las intenciones del tiempo, el color de las nubes y el olor de la tierra. Tan enjundia.
importante es abrir las ventanas como cerrar la puerta para quedarnos a solas con
nuestra conciencia. En uno de sus poemas escribió: “Cerremos la puerta. / Lentas, Civismos incívicos
despacio, que nuestras ropas caigan / Como de sí mismos se desnudarían los dioses. / Y GEMMA GALDON
nosotros lo somos, aunque humanos”. No hay que sentirse sobrenaturales para ser Pioneros
dueños de nuestros desnudos y nuestros actos. Los cambios históricos empiezan por un

2 de 7 21/06/2010 0:17
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limitaba con naturalidad a cumplir con su deber y distinguir el sol y la lluvia, el olivo y el
girasol, la decencia o la degradación, la compasión o la crueldad. Era un poeta.

10 comentarios

Vivir de pie 13
Jun
2010

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No estamos ante ninguna situación extrema. No conviene exagerar. En noviembre de


1936, cuando los militares golpistas se disponían a tomar Madrid con la ayuda de Hitler
y Mussolini, Dolores Ibárruri popularizó una frase de Emiliano Zapata: “Mas vale morir
de pie, que vivir de rodillas”. El sentido cívico ha buscado en la democracia una manera
de no llegar a situaciones tan trágicas y a voluntades tan épicas. No se trata de morir de
pie o de vivir de rodillas, sino del empeño modesto y digno de vivir de pie. Tener un
trabajo estable, disfrutar de una buena atención sanitaria y de una educación pública,
votar a políticos con capacidad de gobierno, firmar el contrato de un Estado que
establezca reglas en la economía y evite la ley de la selva (que es la ley de las fieras)
son esperanzas posibles y sensatas, deseos de una democracia social que nos permita
vivir de pie.
Cuando estalló la crisis de 1929, Federico García Lorca estaba en los paisajes reales y
simbólicos de Wall Street, respirando el mismo aire turbio que John Dos Passos descifró
en su novela Manhattan Transfer. Mientras se desplomaba la bolsa y la economía se
llenaba de colmillos, García Lorca escribió Poeta en Nueva York, un libro lleno de
muertos vivientes. No era el resultado onírico de un poeta raro capaz de intuir su propia
muerte. Imágenes de hombres deshabitados, paseantes sin cabeza, trajes sin desnudo y
muertos vivientes se apoderaron no sólo de García Lorca, sino de Eliot, Alberti, Neruda o
Cernuda. Y es que los ejercicios de conciencia no pueden limitarse a las coyunturas y al
espectáculo de las superficies. Más allá de la economía, se daba entonces una crisis
política, un deterioro de los valores de la Modernidad en favor de los mercados (“el
enjambre de monedas furiosas”, según Lorca) que habían envenenado la ética de un
presente sin futuro.
Estos días me asalta con insistencia la imagen de los muertos vivientes. El presidente
del Gobierno español y la ministra de Economía inauguraron la presidencia de turno de
la UE con el deseo de aplicar medidas sociales, algunas de las cuales llegaron a
anunciarse con orgullo y deseo de mando. La rectificación inmediata por la falta de
acuerdos sobre lo anunciado fue sólo el principio de un huracán de presiones políticas y
financieras sobre los gobiernos socialistas de Europa para someterlos a los códigos del
neoliberalismo radical. De los anuncios ufanos de enero, hemos pasado a la frase
patética y repetida de “necesitamos hacer los deberes”. El 17 de junio, el presidente y la
ministra se presentarán al examen de la Comisión Europea, con un temario marcado por
los recortes en la inversión pública, la reforma laboral y el descrédito de los sindicatos.
Para aprobar, han debido convertirse en muertos vivientes.
Las rectificaciones, los cambios, el digo y el diego de la política gubernamental provocan
una insostenible sensación de paseantes sin cabeza y cuerpos deshabitados. Algo habrá
que hacer y no basta con escandalizarse ante el cinismo de la derecha española por
criticar medidas que ella defiende desde el fondo de su corazón. Asistimos al
desmantelamiento histórico del Estado del bienestar y, repito, algo habrá que hacer. No
basta con aprobar el examen de los mercados financieros.

Europa es una palabra con prestigio porque nos recuerda a la Ilustración, y a las suecas
libres que iluminaban las playas del franquismo, y a los valores democráticos en nuestra
edad de las tinieblas. Pero hoy la palabra Europa significa otra cosa. Hemos creado una
realidad neoconservadora, y las pocas huellas que quedaban del sueño democrático y
social están a punto de ser exterminadas en el altar de los mercados. A golpe de
renuncias políticas, de imperios mediáticos, de reformas laborales, de precariedad en los
puestos de trabajo, de flexibilidades mercantiles y de leyes en favor de la economía
especulativa, hemos creado una Europa en la que sólo nos queda sonreír como muertos
vivientes. Lo que está en huelga general es el civismo. Pero esta realidad no es una
fatalidad. Alguien debe volver a la política y decir que el rey está desnudo. Es el
momento de atreverse a recuperar el discurso, el momento de volver a definir palabras
como Europa, socialismo y explotación. No basta con abrigarse en el pesimismo. Vamos
a vivir de pie, en vez morir de rodillas.

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La corrupción y la política 06
3 de 7 21/06/2010 0:17
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Los lectores y sus libros 30


May
2010

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Las ferias del libro mezclan la literatura pública con las historias privadas. Por eso
pertenecen sobre todo a los lectores que piden una firma y hablan de sus recuerdos.
Conviene no desatender el valor simbólico de estos testimonios, que convierten en
páginas de vida propia las palabras de unos autores afortunados.
Mi padre tenía la costumbre de leer en alto sus poemas preferidos. Con voz teatral,
dramatizaba los tonos y las sílabas para crear efectos sentimentales en sus hijos. Le
oigo todavía recitar la Canción del pirata, de Espronceda, y juro que le obedecían las
nieblas, las banderas negras y los vientos. Daban ganas de ser pirata. Una tarde de
verano, mientras rompía un castigo y saltaba por la ventana de mi cuarto para irme con
la pandilla a jugar en las alamedas del río Genil, comprendí con exactitud lo que
significaba romper el yugo del esclavo. Mi padre había creado efectos con su voz para
que yo me pusiera en el lugar de Espronceda. Era un camino de vuelta, porque
navegaba de regreso por las mismas aguas imaginarias que Espronceda había utilizado
para ponerse en el lugar de su pirata. El caso es que gracias al nervio sonoro y libre de
los versos aprendí el significado de la rebeldía y otras muchas cosas sobre el poder
noble del amor y las cadenas humillantes del miedo.
También aprendí a quedarme suspendido en un argumento. Cuando veo a mis hijas
zapear con el mando de la televisión, huir de un canal a otro, suelo ponerme nervioso,
porque desde niño me acostumbré a quedarme atrapado en los argumentos. Sé que las
cosas tienen un planteamiento, un nudo y un desenlace. Entrar en un argumento es
hacerse responsable de su final, admitir la parte de la historia que nos toca más allá de
cada instante. Me resulta imposible dejar a nadie con la palabra en la boca.

La soledad habitada de los lectores esconde una paradoja. La lectura es el ejercicio que
nos ayuda a conocernos a nosotros mismos cuando nos ponemos en el lugar de los
otros. El arte de la poesía, como escribió Borges, nos ofrece el espejo en el que
descubrimos nuestro propio rostro. El autor aprende mucho de sí mismo al ordenar sus
pasiones e imaginar la butaca ocupada por su lector ideal. Y el lector de carne y hueso
convierte en vida la lectura cuando se apropia de la exaltación, las melancolías, las
heridas o las indignaciones que cuentan las historias.

Hay que ser muy reaccionario para negar la importancia de las nuevas tecnologías. Pero
hay que ser muy imprudente para no advertir los peligros de la tecnología como
definición única del progreso. Deberíamos tomarnos más en serio el sentido profundo de
la lectura, porque en él se encierra la razón última del contrato social moderno.
Aprendemos a borrar parte de nuestra identidad para vivir en el espacio público de los
libros, que nos ayudan a conocernos a nosotros mismos cuando vivimos las historias de
los otros. Somos ciudadanos gracias a un mecanismo muy parecido al que nos hace
enamorarnos de Fortunata o despreciar a Juanito Santa Cruz en la novela de Galdós.
Borramos un poco nuestra identidad sin renunciar a ser nosotros mismos. Aceptamos un
espacio común que no nos exige renunciar a nuestra conciencia.

El prestigio social del mundo científico es tan fuerte que las teorías literarias
pretendieron durante años imitar sus metodologías, olvidándose del significado
humanista de la lectura. El acto de sentir, de interpretar, de responsabilizarse de los
finales, de ponerse en el lugar del otro para decidir sobre uno mismo, es cuando menos
tan necesario como los descubrimientos de las leyes científicas. Ahí descansa la
dimensión ética que necesitamos para que la ciencia y el progreso no se conviertan en
nuevas formas de superstición y esclavitud mercantil.

A mi hija Elisa le gusta Miguel Hernández. Yo leo ahora en voz alta las Nanas de la
cebolla. Y las leo con voz dramática, buscando efectos. No pretendo que sea poeta o
profesora de literatura, pero me gustaría que aprendiese algunas cosas. Por ejemplo,
que las historias tienen planteamiento, nudo y desenlace, y que si queremos conocernos
a nosotros mismos debemos compartir las palabras de los otros. Por muy rápido que
vaya la historia, debemos evitar que se fragmenten nuestras experiencias, las rebeldías
de un autor, un pirata y un lector, o los recuerdos de un abuelo, un padre y una hija.

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Geografía e Historia 23
May
2010

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4 de 7 21/06/2010 0:17
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Pensar en la izquierda 16
May
2010

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En la política española, el concepto de inutilidad suele aplicarse al voto testimonial. Son


inútiles los votos que no apuestan por uno de los dos partidos mayoritarios consagrados
paulatinamente por un sistema electoral injusto. El voto inútil define así una idea
controlada de utilidad: si hay problemas reales acuciantes, se castiga al partido en el
poder y se fuerza un cambio de turno votando a su adversario.
Con este modo de pensar y actuar, el bipartidismo convierte la realidad en una farsa. Un
buen ejemplo nos lo van a dar las estrategias electorales planteadas a raíz de la crisis y
de las duras medidas aprobadas por el Gobierno socialista. Parece claro, aunque a estas
alturas empiece a olvidarse, que el origen de la crisis está en la prepotencia de las
especulaciones financieras y en la consiguiente debilidad del Estado, factores que
definen los programas políticos y económicos del Partido Popular. Parece muy claro que
las medidas adoptadas por el presidente Rodríguez Zapatero, impías con los necesitados
y generosas con las grandes fortunas, se acercan mucho a los ideales del Partido
Popular. La única diferencia es que la derecha las hubiese aplicado antes, sin mala
conciencia y de forma tajante. Sin embargo, la lógica electoral española hace que los
funcionarios y pensionistas castiguen a Zapatero votando a Rajoy. No es poca broma. Si
no quieres caldo, te doy dos tazas.

Sería un error explicarnos el cambio de rumbo en la política económica del Gobierno con
la idea simple de que Rodríguez Zapatero ha traicionado sus promesas y sus principios.
La situación es más grave: no ha podido cumplir sus promesas, no ha podido mantener
sus principios, no ha podido oponerse al peso real de los mercados financieros, no ha
podido defender los deseos de los ciudadanos que todavía albergan la ilusión de que los
parlamentos y sus representantes políticos trabajen para ellos, para solucionar sus
problemas. La realidad está gobernada por los especuladores y las democracias actuales
parecen muy heridas.

Zapatero no ha resultado un traidor, sino un inútil en el sentido menos personal de la


palabra. Por eso conviene repensar el concepto democrático de utilidad y dejar de
aplicar el adjetivo inútil a las papeletas de los votos testimoniales. También son ahora
testimoniales para la izquierda sus partidos mayoritarios, que aceptan las reglas
económicas de un juego en el que, quieran o no quieran, resultan incapaces de
defendernos del capitalismo más agresivo, el verdadero enemigo actual del sueño
democrático. Si hay que tranquilizar a los mercados, es porque los mercados son la
fiera.

La izquierda debe replantearse el sentido de su utilidad y dejar de actuar dentro del


discurso marcado por la derecha neoliberal, porque los ciudadanos necesitan unas señas
de identidad propias para poder reaccionar ante los ataques del mercado. Los
ciudadanos no son tontos, ni cínicos y están dispuestos a votar de acuerdo con principios
ideológicos solidarios. Pero necesitan un referente, un rumbo claro dispuesto a defender
sus ideales y a dejar de bailar al ritmo de la orquesta avariciosa de los especuladores.

Estamos obligados a abrir una meditación seria sobre la política para iniciar el proceso
de protagonismo social de la izquierda, y me parece imprescindible tener en cuenta
algunas cosas. Primero: huyamos del todos son iguales. Los partidos socialdemócratas,
sus dirigentes y sus bases necesitan ocupar un lugar decisivo en este proceso, y deben
asumirlo ellos mismos si quieren sobrevivir como instancias de poder en el huracán
neoliberal. Segundo: no se trata de una aventura española, sino europea, en la que los
sindicatos deben tomar cartas inmediatas en el asunto. Como no consolidemos en
Europa un espacio público capaz de defender los derechos cívicos y laborales ante la
globalización económica, cualquier batalla estará perdida. Y tercero: las alternativas a la
izquierda de los partidos socialdemócratas no pueden convertirse en la estación residual
de votos desencantados o de viejas nostalgias. Por el contrario, necesitan hacerse
votables por sí mismas, como fuerzas activas y convincentes de renovación y
transformación del pensamiento de la izquierda.

Sólo así conseguiremos que dejen de ser inútiles las buenas intenciones de un
presidente y todos nuestros votos.

32 comentarios

¡Atención!, Blas de Otero 09


May
2010

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5 de 7 21/06/2010 0:17
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Los sindicatos hacen Estado 02


May
2010

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La realidad es un ámbito flexible, pero terco. Los que necesitan mentir para imponer sus
leyes pueden permitirse el lujo de negar la realidad. Pero los que pretenden ofrecer
respuestas a las exigencias de la vida, por muy soñadores que sean, conviene que
piensen con los pies en la tierra. El movimiento sindical español, en una situación social,
política y económica muy difícil, está dando un ejemplo de realidad. Es el único ámbito
institucional significativo que se empeña todavía en hacer Estado, soportando con
prudencia y firmeza un momento muy difícil.

Cuando los poderes económicos han querido utilizar la crisis de manera irresponsable
para conseguir interesados desgastes políticos, los sindicatos han puesto los pies en la
tierra y han pedido diálogo y acuerdos sociales. Cuando la derecha ha pretendido utilizar
las aguas revueltas en beneficio de su propia pesca, agudizando sin lealtad ninguna las
dificultades del sistema productivo del país, los sindicatos se han negado a convocar una
huelga general y han pedido de manera responsable que no se quiera salir de la crisis
recortando los derechos de los trabajadores.

Los sindicatos soportan campañas de desprestigio muy fuertes. Pero conviene que las
utopías de la izquierda teórica y pura no caigan en la trampa de los neoliberales que
procuran negar la realidad en busca de sus propios intereses, porque los pies en la tierra
de los sindicatos, preocupados por cosas tan cotidianas como una salario, un despido,
una pensión o una edad de jubilación suponen un referente imprescindible a la hora de
repensar la política y las ilusiones cívicas en el momento actual.
¿Por qué son tan molestos los sindicatos? En primer lugar, porque el Estado del
bienestar confió la desmovilización política de los ciudadanos a las comodidades y las
ofertas de la sociedad de consumo.
Cuando los nuevos códigos de las especulaciones financieras han herido de muerte los
amparos del bienestar, la desmovilización sólo puede sostenerse en la división de los
trabajadores, su inseguridad económica y su miedo a perder un puesto de trabajo.
Resulta molesta una movilización sindical que agrupa a los damnificados y procura
mantener las seguridades sociales ante la ley salvaje del más fuerte.

Pero es que, además, los sindicatos llevan las discusiones teóricas sobre la libertad del
mercado al espacio concreto de las empresas, un lugar en el que ya no importa sólo la
fluidez del dinero, sino el rostro humano de la gente. Los trabajadores forman parte de
una empresa, y recordar eso significa que un sistema productivo no es aceptable si se
basa en la degradación permanente de las condiciones laborales de los ciudadanos.

El reino abstracto del dinero se materializa así en paisajes concretos: cuentas de


beneficios, sueldos elevados de los ejecutivos y la realidad de una población que pierde
poder adquisitivo, teme quedarse sin empleo y ve cómo se pone en peligro su sanidad y
su educación pública.

Los sindicatos son molestos porque el debate sobre la crisis, de forma interesada, ha
cambiado de perspectiva. Si en un primer momento se analizaron las causas (la
desregulación y el desplazamiento de la economía productiva por la economía
especulativa), ahora sólo interesa el camino que debe elegirse para salir del paso. Y hay
muchos intereses neoliberales que pretenden utilizar el desconcierto social para
perpetuar y acentuar los valores que están en el origen del naufragio.
Los que creemos que esta crisis no es sólo económica, sino sobre todo de valores
políticos y sociales, vemos en los sindicatos el único ámbito social que pretende todavía
consolidar un Estado. Hay que salir de la crisis haciendo Estado, no agravando las
consecuencias de su desmantelamiento.
Necesitamos incluso que esta labor de hacer Estado se internacionalice, empezando por
Europa, para que la realidad globalizada de la economía conviva con unos espacios
públicos sólidos que amparen a los ciudadanos y permitan la renovación y la vigencia del
verdadero deseo político en una democracia real.

El crédito o el descrédito de los sindicatos es hoy la línea roja que separa la sociedad
democrática de la farsa neoliberal. Cuidémoslos, sean cuales sean sus logros
inmediatos. Conviene mirar a los ojos y escuchar cuando hablan a Ignacio Fernández
Toxo y a Cándido Méndez.

20 comentarios

Nuestras últimas cartas 25


Abr
2010

6 de 7 21/06/2010 0:17
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7 de 7 21/06/2010 0:17

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