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EL HOMBRE: SER EN RELACIÓN

Cari R. Rogers (*)


Compartiré con ustedes una miscelánea de cosas que aprendí y estoy
aprendiendo sobre la misteriosa empresa de la relación con otros seres humanos, de
comunicarse con los demás. Compartiré las satisfacciones e insatisfacciones que tuve en
este aspecto. La llamo misteriosa porque nunca logramos comunicarnos plenamente. Es
probable que pocas veces hayan sentido que el otro los comprendió plenamente. Sin
embargo pienso que es muy gratificante cuando en un caso dado, logro comunicarme
verdaderamente con otra persona. Es hermoso cuando en un determinado momento me
siento cerca y en contacto con otro ser humano.
Escuchar y ser escuchado
El primer y simple sentimiento que deseo compartir con ustedes es mi placer
cuando puedo oír realmente a alguien. Creo que ésta ha sido una de mis características
permanentes. Así lo recuerdo desde mis primeros años en la escuela de humanidades.
Cuando un compañero preguntaba algo a la maestra, ésta daba una respuesta
perfectamente adecuada para una pregunta diferente. En ese momento me sentía
desesperado y herido. Mi reacción era: "¿Pero, no lo ha oído?" Sentía una
desesperación infantil frente a la carencia de comunicación que era (y es) tan común.
Creo saber por qué me produce satisfacción escuchar a alguien. Cuando escucho
realmente a otra persona entro en contacto con ella, enriquezco mi vida. Escuchando a
la gente aprendí todo lo que sé sobre las personas, la personalidad, la psicoterapia y
las relaciones interpersonales. Existe también otra satisfacción peculiar. Escuchar a
alguien es como escuchar la música de los astros, porque más allá del mensaje inmediato
de la persona, cualquiera que ésta sea, está el universo, el cosmos. Escondidas tras la
comunicación personal parecen estar las metódicas leyes psicológicas, que son un
aspecto del orden fascinante de todo el universo. De este modo se produce la satisfacción
de oír a esta persona en particular y la de sentirse en contacto con lo que es universalmente
verdadero.
Cuando digo que disfruto escuchando a alguien me refiero, por supuesto, a
escuchar profundamente. Escucho las palabras, los pensamientos, los matices de
sentimientos, el significado personal y aún el significado inconsciente del que me habla.
A veces, también en un mensaje no importante puedo escuchar un grito humano profundo,
un "grito silencioso" que está oculto, desconocido por debajo de la superficie de la persona.
He aprendido a preguntarme: ¿Puedo oír los sonidos y percibir la forma del
mundo interior de esta persona? ¿Puedo vibrar empáticamente con lo que está diciendo?
¿Puedo permitir que esto haga eco en mí? ¿Puedo sentir los significados que él teme y sin
embargo quiere comunicar, así como sentir los significados para él conocidos?
Pienso, por ejemplo, en una entrevista que tuve con un adolescente, cuya
grabación escuché hace poco. Como muchos adolescentes de hoy comenzó diciendo
que no tenía objetivos. Cuando traté de profundizar este pensamiento, lo acentuó aún
más y dijo que no tenía ninguna clase de objetivos, ni siquiera uno. Yo le dije: "¿No
existe nada que quieras hacer?" "Nada... bueno, sí, quisiera seguir viviendo". Conservo un
vivido recuerdo de lo que sentí en ese momento. Esta frase resonó con vigor dentro de mí.
Quizá que estaba diciendo simplemente, como cualquier otro, que quería vivir. Por otra
parte, quizá me quería decir, y me parece lo más probable, que el hecho de vivir o no
vivir era una duda que lo preocupaba. Así traté de comprenderlo en todos los niveles. No
supe con certeza cuál fue su mensaje. Simplemente quise estar abierto a todos los
significados que pudiera tener, incluso que había pensado en suicidarse. No respondí en
forma verbal a este nivel, pues lograría asustarlo. Pienso que mi deseo y mi capacidad de
escuchar en todos ios niveles es uno de los elementos que hizo posible que me dijera,
antes de finalizar la entrevista, que no hacía mucho tiempo había estado a punto de
"volarse los sesos". Este breve episodio constituye un ejemplo de lo que significa querer
escuchar realmente a alguien en todos los niveles en que trata de comunicarlo.
Las entrevistas terapéuticas y las experiencias intensivas de grupo, que han
llegado a ser muy importantes para mí en los últimos años, me han demostrado que
escuchar da resultados. Suceden muchas cosas cuando escucho realmente lo que una
persona me dice, y los significados que en ese momento son importantes para él,
oyendo no simplemente palabras, sino a él mismo, y cuando le hago saber que he
escuchado sus significados personales más profundos, me dirige una mirada
agradecida. Se siente aliviado. Quiere contarme más acerca de su mundo. Siente una
nueva sensación de libertad. Y pienso que se vuelve más abierto al proceso de cambio.
He notado a menudo que, tanto en la terapia como en los grupos, cuando más
profundamente escucho los significados de esta persona, suceden más cosas. He llegado
a pensar que es universal que cuando una persona se da cuenta de que ha sido
escuchada, sus ojos se humedecen. Pienso que realmente está llorando de alegría. Es
como si dijera: "Gracias a Dios, alguien me escuchó. Alguien sabe cómo es ser yo". En
tales momentos he tenido la fantasía de un prisionero, golpeando día tras día en el
código Morse: "¿Me oye alguien?" "¿Hay alguien ahí?" "¿Puede oírme?" Y finalmente,
un día oye unos débiles golpecitos que dicen claramente; "Sí". Esta simple respuesta lo
libera de la soledad y vuelve a ser un ser humano. Hay muchas, muchas personas hoy,
que viven en unn prisión privadn. personas que no lo manifiestan en lo exterior y
debemos aguzar mucho el oído para escuchar los débiles mensajes de la prisión.
Si esto les parece demasiado sentimental o exagerado, deseo relatarles una
experiencia que tuve recientemente en un grupo de encuentro con 15 personas que
ocupaban altos puestos ejecutivos. Al principio de las sesiones intensivas se les solicitó
que escribieran de manera anónima algún sentimiento o sentimientos que no
deseaban expresar ante el grupo. Un hombre escribió: "Me cuesta relacionarme
con la gente. Tengo una máscara casi impenetrable. Nada de lo que recibo me hiere
pero tampoco nada sale de mí. He reprimido tantas emociones que estoy al borde de la
esterilidad emocional. Esta situación no me hace feliz pero no sé qué hacer para
superarla". Este mensaje proviene claramente de la prisión. Más tarde, un hombre de mi
grupo se identificó como el que había escrito ese mensaje y habló con más detalles sobre
sus sentimientos de aislamiento, de frialdad completa. Sentía que la vida había sido tan
brutal con él que se estaba forzando a vivir sin sentimientos no sólo en el trabajo sino
también en los grupos sociales y, lo que es más triste, con su familia. Su creciente
expresividad, la disminución de su miedo a ser herido y su deseo de compartirse con
los demás, fue una experiencia muy gratificante para todos los miembros del grupo.
Me divirtió y me gustó mucho cuando, unas semanas más tarde, escribió:
"Cuando volví (del grupo) me sentí algo así como una muchacha que fue seducida pero
que tiene la sensación de que era exactamente lo que ella quería y necesitaba. Aún no
estoy seguro de quién fue el responsable de la seducción, usted, el grupo o ambos a la
vez. Supongo que ambos. De todos modos quiero agradecerle por esta experiencia tan
significativa". Supongo que no exagero cuando digo que gracias a que el grupo fue capaz
de escucharlo realmente se liberó de la prisión y volvió, por lo menos en gran parte, al
mundo soleado de relaciones interpersonales cálidas.
Me gusta ser escuchado
Ahora nos ocuparemos del segundo aprendizaje que deseo compartir con ustedes.
Me gusta ser escuchado. Varias veces en mi vida me sentí casi explotar por problemas
insoluoles, dar vueltas y vueltas alrededor de un círculo vicioso o, durante un período,
sobrecogido por sentimientos de desvalorización y desesperanza, con la seguridad de
haber caído en la psicosis. Creo que he sido muy afortunado porque en estas
oportunidades siempre hallé a alguien que me escuchara y así me rescatara del caos de
mis sentimientos. He tenido suerte por haber encontrado personas que podían asir esos
significados con más profundidad que yo. Estas personas escucharon sin juzgarme,
diagnosticarme, ni evaluarme. Simplemente me escucharon, esclarecieron y respondieron
en todos los niveles en los cuales me estaba comunicando. Puedo asegurar que cuando
uno está psicológicamente destruido, y alguien nos escucha sin juzgarnos, sin tratar de
tomar una responsabilidad por nosotros, sin tratar de moldearnos, uno se siente
maravillosamente bien. En esas ocasiones se reduce la tensión. Se puede traer a la
superficie los sentimientos atemorizantes, las culpas, la desesperación, las confusiones
que acompañaron la experiencia. Cuando me han escuchado y oído, puedo percibir mi
mundo de otra manera y seguir adelante. Es increíble que sentimientos que han sido
horribles se vuelvan soportables cuando alguien nos escucha. Es sorprendente que
elementos insolubles se vuelvan solubles cuando alguien no oye; cómo las confusiones
que parecen irremediables se convierten en claros arroyos cuando uno es comprendido. He
sentido un profundo agradecimientos cuando una persona me ha escuchado en forma
sensitiva, empática y concentrada.
Creo que soy afortunado porque para el momento en que necesité
desesperadamente esta clase de ayuda, había capacitado y desarrollado terapeutas que,
por derecho propio, independientes y sin que me temieran, pudieron acompañarme
durante este oscuro y confuso período en el que crecí mucho internamente. Aquí
advertí que al desarrollar mi estilo de terapia para los demás, sin duda en nivel
inconsciente, estaba desarrollando el tipo de ayuda que quería y podría aprovechar para
mí mismo.
Cuando no puedo escuchar
Quisiera contarles algunas de las insatisfacciones que tuve que en este campo.
Me siento muy mal conmigo mismo cuando no puedo escuchar a alguien, cuando no lo
puedo comprender. Si simplemente es un fracaso de comprensión o un fracaso en
concentrar mi atención en lo que está diciendo, o una dificultad en entender sus palabras,
entonces sólo me siento un poco descontento conmigo mismo.
Pero cuando realmente me odio es cuando no puedo escuchar a otra persona
porque de antemano sé lo que va a decir. Sólo después me doy cuenta de que escuché lo
que ya había decidido que estaba diciendo. No escuché realmente. Aún es peor cuando no
escucho porque lo que dice es demasiado amenazador o que puedo cambiar mis
concepciones y conductas. Es peor cuando me sorprendo tratando de distorsionar su
mensaje para hacerle decir lo que quiero oír. Esta es una maniobra muy sutil y es
sorprendente la habilidad que revelo en ello. Sólo distorsionando algo sus palabras,
deformando un poco el significado, puedo hacer aparecer que está diciendo lo que
quiero, que es la persona que quiero que sea. Me siento muy disgustado cuando a causa
de su protesta o de mi reconocimiento gradual, me doy cuenta de que sutilmente estaba
manejándolo. También he estado en el lugar del otro y sé cuan frustrante es que lo
reciban a uno de forma diferente de cómo uno es, que escuchen algo que uno no dijo o
que no quería decir. Esto genera ira, desconcierto y desilusión.
Cuando los demás no comprenden
El otro sentimiento que quiero compartir es la terrible frustración y aislamiento
que siento cuando trato de expresar algo muy profundo, que es parte de mi mundo
interior y privado, y la otra persona no entiende. Cuando acepto el desafío, el riesgo de
compartir algo muy personal y la persona no lo recibe ni lo entiende es una experiencia de
soledad muy decepcionante. He llegado a creer que es esta experiencia la que lleva la
psicosis. El psicótico debe haberse resignado a que nadie lo comprenda, y frente a esta
desilusión se retira a su mundo interior, que se vuelve cada vez más raro, pues es el único
lugar donde puede vivir. Ya no puede vivir ninguna experiencia humana que implique
compartir. Puedo simpatizar con ellos porque sé que cuando trato de compartir un
aspecto personal, precioso y tentativo, y cuando su comunicación tropieza con una
evaluación, con un asentimiento, una negación o una distorsión de su significado,
reacciono violentamente y digo: "Oh, no tiene objeto". En ese momento uno sabe que
está solo.
Como pueden ver, es muy importante en toda relación escuchar de manera
creativa, activa, sensitiva, exacta, empática y sin evaluar. Para mí ha sido muy valioso
especialmente en ciertos períodos de mi vida. Y también es muy valioso proporcionar
esta clase de ayuda. Cada vez que lo hice sentí que crecía internamente. Y estoy
seguro de que cuando me escucharon de este modo me ayudaron a crecer, me sentí
aliviado y enriquecido.
El valor: "Autenticidad"
Dentro de otro de los aspectos del aprendizaje me siento complacido cuando
soy auténtico. Es una experiencia muy gratificante sentir cerca de lo que sucede dentro
de uno. Me gusta escucharme a mí mismo. Saber realmente qué estoy experimentando en
el momento no es fácil, pero me alienta el hecho de que con los años he ido progresando
en este sentido. Sin embargo, estoy convencido de que es una tarea para toda la vida y
que ninguno de nosotros es realmente capaz de sentirse cerca de todo lo que experimenta.
A veces he usado la palabra coherencia en vez de autenticidad'. Con la primera
quiero significar que cuando soy consciente de lo que experimento, y cuando lo que está
presente en mi conciencia está también en mi comunicación, entonces cada uno de estos
tres niveles concuerda con los otros son coherentes. En este momento estoy integrado o
entero, soy completamente de una sola pieza. Por supuesto que, como la mayoría de la
gente, no soy totalmente coherente todo el tiempo. Sin embargo, he aprendido que la
autenticidad o la coherencia -o cualquiera sea el nombre que le dé- es la base fundamental
de la comunicación y de una mejor relación con los demás.
¿Qué quiero decir con autenticidad? Podría dar muchos ejemplos de diversos
campos. Pero un significado, un aprendizaje, es que no hay nada que temer cuando uno se
presenta tal cual es, cuando no estamos a la defensiva, sin coraza, sólo yo soy auténtico
cuando puedo aceptar que tengo muchas deficiencias, muchas faltas, que me equivoco a
menudo, que no sé cosas que debería saber, que tengo prejuicios cuando debería ser más
amplio, que a menudo tengo sentimientos que no están justificados por las
circunstancias. Y cuando puedo presentarme sin armadura, sin esforzarme en ser
diferente de cómo soy, puedo aprender mucho más -aún de las críticas y la hostilidad-,
estoy más tranquilo y puedo acercarme a la gente. Por otra parte, mi deseo de ser
vulnerable hace que la gente relacionada conmigo exprese más abiertamente sus
sentimientos y esto es muy gratificante. Puedo' disfrutar más de la vida si no estoy a la
defensiva, si no me oculto tras una máscara, sí sólo trato de ser y expresar mi auténtico
yo.
Comunicar mis sentimientos auténticos
Cuando puedo comunicar lo que es auténtico en mí me embarga un sentimiento de
satisfacción. Esto no es fácil, en parte porque lo que estoy experimentando cambia a cada
momento, y en parte porque los sentimientos son muy complejos. Generalmente existe
un retraso entre lo que experimento y su comunicación, que pueden durar un momento,
días semanas o meses. En tales casos, vivencio algo, siento algo, pero sólo más tarde
me doy cuenta de ello y me atrevo a comunicarlo, cuando se ha enfriado lo suficiente
como para poder compartirlo sin peligro con otra persona. Pero es mucho más gratificante
comunicar mis sentimientos auténticos en el mismo momento en que surgen. Entonces
soy coherente, espontáneo y vivo.
A veces estos sentimientos reales no son positivos. Una vez, en un grupo de
encuentro en el que participaba, un hombre hablaba de sí mismo de un modo que me
parecía totalmente falso, hablaba de lo orgulloso que estaba de mantener su fachada, su
apariencia, su máscara, de lo hábil que era en engañar a los demás. Me fui sintiendo
cada vez más disgustado hasta que finalmente le dije: "¡Usted está loco!" Esto de alguna
manera rompió la burbuja. Desde ese momento fue más auténtico, menos fanfarrón y
nuestra comunicación mejoró mucho. Creo que hice bien en expresarle mi enojo tal como
lo sentía.
Me resulta algo doloroso admitir que, especialmente con los sentimientos de ira, no
los logro percibir en el momento y sólo tomo total conciencia de ellos después de un
tiempo. Sólo después sé cuál era mi sentimiento. Sólo cuando me despierto en medio de la
noche peleando furiosamente contra alguien, me doy cuenta de cómo me enojó tal situación
del día anterior. Entonces sé, algo tarde, cómo era mi auténtico mi mismo en aquel
momento, pero por lo menos aprendí a ir al otro día frente a él y expresarle mi furia. De
este modo, gradualmente voy aprendiendo a darme cuenta de lo que me pasa en el
momento en que sucede. En el último grupo de encuentro en el que participé, me enojé
dos veces con dos individuos. Con el primero no me di cuenta hasta medianoche, de modo
que tuve que esperar hasta el otro día para decirselo. Con el otro, puede darme cuenta y
expresarlo en la misma sesión en que ocurrió. En ambos casos mi manifestación
contribuyó a que nos comunicáramos mejor, a que fortaleciéramos la relación y
gradualmente hacia un sentimiento de auténtico afecto por cada uno de los otros. Pero
aprendo muy despacio en este campo.
Encontrar la autenticidad en los demás
Es maravilloso cuando encuentro autenticidad en otra persona. Algunas veces, en
los grupos de encuentro que han sido una de mis experiencias más importantes en los
últimos años, alguien dice algo que sale de él completamente transparente y entero. Es
evidente cuando una persona no se oculta tras un máscara, sino que habla desde muy
adentro. Cuando esto sucede, de inmediato salgo a su encuentro. Quiero encontrarla
auténtica. A veces los sentimientos así expresados son positivos, otros, totalmente
negativos. Recuerdo a un hombre de alta posición, un director científico de un gran
departamento de investigación en una empresa electrónica muy importante, muy
"exitosa". Un día, en ese grupo de encuentro encontró coraje para hablar de su
aislamiento, para contarnos que no tenía ni había tenido nunca un solo amigo. Conocía a
miles de personas pero a ninguna podía considerar su amigo. "De hecho", agregó, "hay
sólo dos personas con las cuales he tenido una relación razonablemente
comunicativa: mis dos hijos". Cuando estaba terminando de hablar se le saltaron
algunas lágrimas de lástima por sí mismo y estoy seguro de que las había aguantado
dentro de si durante muchos años. Su honestidad y su autenticidad hicieron que todos los
miembros del grupo -llegaran a él en algún sentido psicológico. Fue muy significativa
la manera en que su coraje nos posibilitó comunicaciones más auténticas al
desembarazarnos de las armaduras que usábamos comúnmente.
Mis fracasos de ser auténtico
Me siento muy desilusionado cuando advierto -después de un tiempo, por
supuesto-que he temido acercarme a lo que estoy experimentando y por lo tanto no he
sido auténtico o coherente. Enseguida recuerdo un episodio que me resulta muy
doloroso revelar. Hace algunos años fui invitado a pasar un tiempo como becario en
el Centro de estudios avanzados en ciencias de la conducta ubicado en Stanford,
California. Los becarios son personas elegidas por su supuesta inteligencia y grado de
información. Sin duda es inevitable que aparezca cierto grado de sobrevaloración, de
demostración de los propios conocimientos y éxitos. Cada becario trata de impresionar a
los demás, para sentirse más seguro, que sabe más de lo que realmente sabe. Muchas
veces, me sorprendía a mí mismo haciéndolo -jugando a que tenía más certidumbre y
competencia de la que realmente sentía. No les puedo relatar el disgusto hacia mí
mismo cuando me di cuenta de lo que hacía. No era yo, estaba desempeñando un
papel.
Siempre me arrepiento cuando después de reprimir mis sentimientos durante
largo tiempo explotan y deforman, atacan o hieren. Tengo un amigo al que quiero mucho
pero que tiene ciertas conductas que me disgustan especialmente. Cuando por fin
explotaron las ataduras, expresé no sólo sentimiento de disgusto sino de agresión hacia
él. Esto fue muy hiriente y llevó cierto tiempo reparar la relación.
Estoy internamente complacido cuando permito que otra persona sea como es
y diferente de mí. A menudo pienso que es amenazador. En cierto sentido lo considero
como una prueba de liderazgo y de paternidad. ¿Puedo permitir libremente que este
empleado o mi cliente, mi hijo, mi hija, sean personas independientes de mí, con ideas,
propósitos y valores que pueden no ser iguales a los míos? Esto me recuerda el poema de
Kahlil Gibran sobre el matrimonio:
"Permitid los espacios en vuestra unión, y que los vientos celestiales bailen entre
vosotros. Amaos el uno al otro, pero que el amor no sea una atadura:
Dejad más bien que sea un mar fluyente entre las playas de vuestras almas...
Ofreced vuestros corazones, pero no para que el otro lo conserve.
Pues sólo la mano de la Vida puede contenerlo.
Permaneced juntos, pero no demasiado cerca: pues los pilares del templo deben estar
separados, y el roble y el ciprés no crecen uno a la sombra del otro."

De acuerdo con lo expresado es evidente que me siento satisfecho cuando me


permito ser auténtico, o siento o permito la autenticidad en los demás. Es desesperante y
doloroso cuando no puedo asumir la autenticidad en mí mismo ni otra diferente de la mía
en los otros. Pienso que cuando puedo ser coherente y auténtico a menudo ayudo a la
otra persona, y cuando ésta es autentica y coherente con frecuencia logra ayudarme. En
esos raros momentos, cuando nuestra profunda autenticidad se encuentra con la profunda
del otro, ocurre una memorable "relación tú-yo", como la llamaría Martín Buber, el
filósofo existencial judio. Encuentros tan profundos no suceden a menudo, pero estoy
seguro de que si a veces no ocurrieran no seríamos humanos.
El valor: "Libertad en los demás"
He aquí otro aprendizaje. Me siento bien cuando permito que los demás sean
libres y creo que he aprendido y desarrollado una gran habilidad al respecto. Con
frecuencia, aunque no siempre, tengo oportunidad de hacerme cargo de un grupo, de un
curso o de una clase de estudiantes, y darles mayor libertad psicológica. Suelen crear un
clima donde puedan dirigirse ellos mismos. Al principio sospechan; no están seguros de
que la libertad que les ofrezco no es un truco y tiene el tema de las calificaciones. No
pueden ser libres porque al fin los evaluaré y los juzgaré. Sólo cuando todos juntos
hayamos elaborado una solución, frente a la absurda exigencia institucional de que el
aprendizaje se mida por medio de calificaciones, comenzarán a sentirse verdaderamente
libres. Despierta su curiosidad. Los individuos y los grupos comienzan a trabajar hacia
sus propios objetivos y metas. Se convierten en exploradores. Pueden tratar de encontrar
significado a sus vidas a través de su trabajo. Trabajan el doble en un curso donde no
existe requerimiento. No siempre consigo crear esta atmósfera, y cuando no la logro,
pienso que algo dentro de mí lo impide, que no deseo brindar una libertad completa.
En un ambiente de libertad, la educación es como debe ser, una empresa
emocionante, una búsqueda y no una acumulación de datos que pronto perderán
vigencia además de olvidarse. Estos estudiantes se convierten en personas que
evolucionan, capaces de vivir un constante cambio. De todos los aprendizajes, creo que
este clima de libertad que puedo llevar de alguna manera conmigo y a mi alrededor, es
una de las partes más valiosas de mí mismo.
El valor: "Amor"
El aprendizaje de otro aspecto de las relaciones interpersonales fue difícil y
doloroso para mí. Es muy reconfortante cuando de hecho puedo permitir y permitirme
sentir que alguien me estima, me admira, me acepta o me valora. Supongo que debido
a algunos elementos de mi vida pasada hicieron este aprendizaje particularmente difícil.
Durante mucho tiempo tendí automáticamente a ignorar todo sentimiento positivo que me
llegaba desde otra persona. Mi reacción era: "¿Quién, yo? ¿A quien le puedo importar?
Quizás admiren lo que hice o logré pero no a mí mismo." En este aspecto mi terapia
ayudó mucho. Aún ahora no siempre me permito recibir sentimientos cálidos y afectuosos
de otras personas, pero siento un gran alivio cuando puedo hacerlo. Sé que algunas
personas me adulan para tratar de conseguir algo de mí. Algunas me halagan porque
temen ser hostiles. En los últimos años, algunas personas me admiran porque soy
famoso, porque me he convertido en una "autoridad". Pero debo reconocer que algunas
personas me aprecian verdaderamente, les gusto, me estiman y quiero sentir estos hechos
y recibirlos dentro de mí mismo. Creo que me he vuelto menos distante cuando logré
recibir y absorber estos sentimientos de afecto.
Creo que es enriquecedor cuando puedo apreciar o amar realmente a otra persona
y cuando me permito expresar estos sentimientos. Como muchos otros, también temí
que esto me atrapase. "Si me permito quererlo podrá controlarme, usarme o exigirme
cosas". Creo que ahora estoy muy lejos de sentir ese miedo. Como mis clientes,
también he aprendido lentamente que los sentimientos de ternura y afecto no son
peligrosos para recibirlos ni para darlos.
A este respecto podría dar ejemplos de mis propias experiencias, pero
pensándolo bien me parece que serían demasiado personales y que forzosamente
revelarían la identidad de los otros. De este modo he decidido dar como ejemplo
una situación en la que ayudé a dos personas a dar amor, aun más allá de mis
propios límites. Se trata de dos sacerdotes amigos a los que llamaré Juan y Andrés.
Juan había participado en un grupo de encuentro que dirigí y quedó muy
impresionado con la experiencia. Más tarde, Andrés integró también un grupo de
encuentro con el cual yo estaba relacionado. Algunos meses más tarde recibí esta
carta de Andrés:
Querido Cari: he tratado de escribirle desde el taller. Sigo pensando que
tendré algún momento libre para sentarme y ordenar mis impresiones de
esos tres días. Pero por lo que veo ese rato es sólo un sueño, de modo
que por lo menos le escribo.
Quizás el mejor modo de informarle el significado del grupo para mí es
relatarle un episodio que sucedió poco después.
Juan (el otro sacerdote) estuvo trabajando con una mujer gravemente
neurótica con tendencias esquizofrénicas y propensión al suicidio
acompañadas de mucha culpa. Había gastado una fortuna consultando
psiquiatras y psicólogos. Una tarde me pidió que fuera con él a visitarle
para cantar, tocar la guitarra y hablar. Como Juan supuso, la reunión se
convirtió en un encuentro básico. En determinante momento ella dijo
que sus manos la poseían. Cuando estaba furiosa, sus manos estaban
furiosas, cuando estaba alegre, sus manos estaban alegres; cuando
estaba sucia, sus manos estaban sucias. Mientras hablaba y
gesticulaba -estaba sentada a mi lado en el sillón- sentí un deseo
repentino de tomarle las manos. No podría aceptar la idea de que fuera
sucia. De modo que lo hice. Su primera reacción fue decirme
"Gracias". Luego le dio una especie de ataque, sacudiéndose y gritando.
Algún tiempo después supimos que en ese momento había revivido
una experiencia traumática y terrible de su pasado. Juan la sostenía
por los hombros. Y yo le así la mano fuertemente. Por fin se tranquilizó.
Tomó mi mano y la miró. "¿No está quebrada ni sangrante?" Negué con
la cabeza. "Pero debería estarlo, soy tan sucia". Diez minutos más tarde
se acercó y volvió a asir mi mano. Un rato después su pequeña hija, una
niña que concurre al tercer grado, comenzó a gritar. La niña es muy
emocional y tiene muchos problemas. Me excusé y fui a ver que le
pasaba. Me senté en la cama, hablé con ella y canté. Pronto la tuve en
mis brazos, abrazándola, besándola y meciéndola. Cuando se tranquilizó,
la dejé en la cama y llamé a su madre.
Esta me dijo que cuando le dio el beso de las buenas noches,
súbitamente se le ocurrió darle otro, en nombre del padre Andrés. María
la miró, sonrío y le dijo: "Sabes, mamá, creo que tiene especial cariño
por mí, ¿no es cierto?" Luego se dio vuelta y quedó dormida.
Quise contarle este episodio, Cari, porque en el grupo usted me
ayudó a responder en todos los casos libremente y confiando en mis
propias reacciones instintivas. En el plano de las palabras siempre estuve
de acuerdo. En teoría, siempre sostuve que un hombre, un cristiano, un
sacerdote debe actuar con honestidad. Pero fue toda una lucha al pensar
que yo podía ser libre, sin vacilaciones o inquietudes. Dejé el grupo
sabiendo realmente que puedo decir a la gente que la quiero, o que la
puedo querer, en especial cuando lo necesitan. Desde entonces, en
muchas oportunidades así lo he demostrado, en vez de decirlo. Y he
podido llevar alegría y paz a mucha gente, como a esta mujer y su hija, y
a mí mismo.
Muchas veces pienso agradecido en el grupo. Como usted se imagina puedo
recordar vividamente el amor y la calidez de los miembros del grupo cuando
luchaba por ser honesto conmigo y con usted. No sé cómo agradecer este
tipo de experiencia. Quizás un modo sea llevar una vida más libre,
honesta, afectiva. Aún me saltan algunas lágrimas cuando recuerdo las
últimas horas, todos compartiéndonos profunda y cálidamente sin ningún
tipo de compulsión. No recuerdo haber estado antes tan emocionado por
nada ni haber sentido verdadero amor por un grupo de gente. Podría seguir
pero creo que usted comprende lo agradecido que estoy por el grupo de
encuentro, por los participantes y por usted. Sólo rogaré porque me sea
posible dar a los demás lo que usted y el grupo me han dado. Gracias.
No estoy seguro de haber podido ir tan lejos como estas dos personas, pero si muy
complacido de haber ayudado a alguien a ir más allá de mis posibilidades. Este es uno de
los aspectos más emocionantes del trabajo con gente joven.
También es muy significativo que pueda certificar la veracidad de este relato,
puesto que en la época en que recibí esta carta llegue a conocer mucho mejor a Juan y
Andrés. También tuve el privilegio de conocer a la mujer a quien prácticamente
salvaron de la destrucción sicológica. Así veo confirmado mi punto de vista en cuanto a
que los sentimientos afectuosos no son peligrosos, darlos ni recibirlos, y que en cambio
estimulan la evolución.
Puedo apreciar mejor a los demás
Como tengo menos miedo de dar o recibir sentimientos afectuosos, puedo
apreciar mejor a las personas. He llegado a la conclusión de que no es muy común.
Tan a menudo, aún con nuestros hijos, los amamos para controlarlos y no porque los
apreciemos. Pienso que una de las experiencias más gratificantes -y también una de las más
estimulantes del desarrollo en la otra persona- es apreciar plenamente al individuo del
mismo modo en que apreciamos una puesta de sol. Las personas son tan maravillosas
como una puesta de sol si las dejo ser. Quizá podamos apreciar una puesta de sol
porque no la podamos controlar. Cuando contemplo una puesta de sol no digo:
"Suavice un poco el naranja en el lado derecho, y ponga un poco más de púrpura a lo
largo de la base, use más rosa en el color de la nube". No lo hago. No trato de controlar
una puesta de sol. La miro a medida que pasa. Estoy contento conmigo mismo cuando
puedo contemplar del mismo modo a mi colega, a mi hijo, a mi hija, a mis nietos,
apreciando el pasar de su vida. Creo que ésta es una actitud oriental, pero para mí es la
más gratificante.
Este tercer aspecto de las relaciones humanas, el de apreciación y amor, el de
ser apreciado y amado, a mi modo de ver estimula el desarrollo. Una persona amada
por lo que en ella se aprecia y no para poseerla, florece y desarrolla su sí mismo, a su vez,
la persona que ama de esta manera se ve enriquecida. Por lo menos ésta es mi
experiencia.
El valor: "Comunicación" y "Relaciones Tnterpersonales"
Quisiera cerrar este capítulo diciendo que, en mi experiencia, una auténtica
comunicación y una auténtica relación interpersonal estimulan mi evolución. Para mí no
hay tarea más agradable que la de facilitar el crecimiento y desarrollo de otras personas. Y
es una experiencia enriquecedora cuando las personas pueden crear un clima que
favorece el crecimiento y el cambio.
De modo que valoro mucho cuando puedo escuchar sensiblemente el dolor o la
alegría, el miedo, la furia, la confusión y la desesperación, la determinación y el coraje de
ser, en otra persona. No puedo expresar cuánto valoro cuando otra persona puede
escuchar realmente estos sentimientos en mí.
Me siento contento cuando puedo adelantar en el interminable intento de ser mi yo
real en este momento, sea furia, entusiasmo o confusión. Me complace enormemente
cuando mi autenticidad hace surgir la autenticidad en el otro y cuando nos acercamos en
una relación yo-tú.
Doy gracias por las posibilidades de aceptar la validez y el interés de los demás
porque aumenta mi capacidad de dar amor, sin miedo a sentirme atrapado y sin retroceder.
Según mi experiencia, éstos son los elementos que hacen enriquecedora y
gratificante la comunicación entre las personas y ser en relación con los demás. Estoy
lejos de alcanzar estas actitudes por completo, pero mi evolución hacia ellos hace mi
vida más cálida, emocionante, dolorosa, complicada, gratificante, enriquecedora y, por
sobre todas las cosas, una aventura digna de ser vivida.
Enfoque Psicopedagógico del Proceso de "Valoraciones"
Psicopedagogía y "valores"
El trabajo del maestro y del educador, así como el del terapeuta, está
inextricablemente ligado al problema de los valores. La escuela siempre ha sido el medio
que utiliza la cultura para transmitir sus valores de una generación a la siguiente. Pero
ahora este proceso está en crisis; muchos de nuestros jóvenes se declaran "retirados" de
este confuso e hipócrita sistema de valores que funciona en el mundo. ¿Cómo puede el
educador -el ciudadano- orientarse en relación con este complejo y difícil problema?
Durante mis vacaciones en Jamaica, hace algunos años, mientras miraba la abundante
vida marina a través de mi tubo de buceo y admiraba, igualmente fascinado, cómo se
movían tres de mis nietos, pensé en este problema desde la perspectiva de mi experiencia
en psicoterapia. Escribí sobre ello, pero cuando lo terminé no me sentí satisfecho; ahora
para mí ha pasado la prueba del tiempo y me siento orgulloso de su tono aventurado. A
su respecto, como con respecto a un a serie de mis pequeños trabajos, siento que escribí
mucho más de lo que "sabía" conscientemente, y que me llevó algún tiempo
desentrañar lo que había querido decir. También comprobé que mucha gente lo
consideraba importante. En aquel tiempo no podía prever la multitud de jóvenes que se
declararían abiertamente en contra de nuestro sistema de valores, pero sí vislumbraba que
la base de tal rebelión estaba en la cultura misma. Espero -y creo- que el modo de valorar
y de vivir que aquí propongo sea de interés tanto para los "hippies" como para la gente
"común"., en suma, para todo ciudadano de este caótico mundo moderno. No pienso que
todo ciudadano o todo educador esté de acuerdo con mis pensamientos, pero creo que
el tema central puede ser estímulo de razonamientos productivo.
Hoy existe una gran preocupación por el problema de los valores. La juventud de
casi todos los países tiene profundas dudas con respecto a su orientación: aquellos
relacionados con diversas religiones han perdido en gran parte su influencia, los
individuos de formación más refinada, en cualquier cultura, están con inseguridad y
problematizados por las metas que juzgan valiosas. No debemos ir demasiado lejos para
encontrar la causa de este fenómeno. La cultura del mundo, en todos sus aspectos, es cada
vez más científica y relativista, y parecen anacrónicos los rígidos y absolutos valores que
heredamos del pasado. Pero quizá lo más importante sea que el individuo moderno está
atrapado desde todos los ángulos por demandas de valores divergentes y contradictorios.
Ya no es posible, como lo era en un pasado no muy lejano, adoptar cómodamente el
sistema de valores de nuestros antepasados, de nuestra comunidad o de nuestra iglesia y
vivir toda la vida sin cuestionarlo o analizar la índole de sus supuestos.
En esta situación no es sorprendente que el sistema de valores del postulo parejea
desintegrarse o destruirse. Los hombres se preguntan dónde están, dónde pueden estar
los valores universales. A menudo sentimos que en nuestro mundo moderno no caben los
valores generales, básicos para cualquier cultura. Una consecuencia natural de esta
incertidumbre y confusión es el creciente interés en buscar un enfoque firme o
significativo de los valores que pueda funcionar en nuestro mundo actual.
Comparto la preocupación general. He experimentado los problemas de valores
específicos que surgen en mi campo de trabajo, la psicoterapia. El cliente cambia con
frecuencia sus sentimientos y convicciones sobre los valores durante la terapia. ¿Cómo
podemos él o yo saber si cambiaron para mejorar? ¿O simplemente, como muchos
sostienen, el cliente adopta el sistema de valores del terapeuta? ¿Es la psicoterapia sólo un
medio por el cual los valores inconscientes y no analizados del terapeuta se transfieren sin
saber al incauto cliente? ¿O debe el terapeuta decir abiertamente que éste es un propósito?
¿Debe convertirse en el sacerdote moderno que imparte un sistema de valores adecuado
para esta época? Y ¿Cuál sería ese sistema de valores? Estas preguntas han sido muy
discutidas, desde las profundas reflexiones de Glad (1959) basadas en lo empírico, a las
discusiones polémicas.
Como sucede casi siempre, el problema general que enfrenta la cultura se
manifiesta también de modo doloroso y específico en el microcosmos cultural que se
llama psicoterapia.
Me gustaría presentarles mis modestas reflexiones sobre la totalidad de este
problema. He observado cambios de valores a medida que el individuo avanza desde la
infancia hacia la edad adulta. He observado más cambios cuando, si afortunado, continúa su
evolución hacia la madurez psicológica. Muchas de estas observaciones provienen de mi
experiencia como terapeuta, pues tuve la oportunidad, que no es muy común, de ver
cómo evoluciona el individuo hacia una vida más rica. He extraído algunas
conclusiones que puedan ofrecer unnuevo concepto del proceso de valoración, más
adecuado para el mundo moderno. He presentado algunas de estas ideas en trabajos
anteriores (1951, 1959), pero aquí quisiera expresarlas más clara y profundamente.
Quiero señalar que no hablaré como estudioso ni como filósofo, hablaré desde
mi experiencia del funcionamiento del ser humano, tal cuál la he vivido en la
psicoterapia y en otras situaciones de crecimiento, cambio y desarrollo.
Algunas definiciones
Antes de exponer algunas de estas observaciones quisiera aclarar qué significa
para mi un valor. Se han utilizado diversas definiciones, pero considero de mayor
utilidad las enunciadas por Charles Morris (1956). Este autor señala, primeramente,
que la palabra valor se usa de diversos modos. Algunas veces se refiere a la tendencia
de los seres humanos a preferir, en sus acciones, determinado objeto y objetivo en vez
de otro. Morris llama a esta conducta preferencial "valores operativos". No necesita
estar acompañada por ninguna elaboración cognitiva conceptual. Es simplemente una
elección de valores que se manifiesta en la conducta cuando el organismo selecciona
un objeto y rechaza otro. Cuando se coloca un gusano en un laberinto, y elige el
camino más suave en vez del cubierto con papel de lija, está indicando un valor
operativo.
Un segundo uso del término podría llamarse "valores concebidos", que
indican la preferencia del sujeto por un objeto simbólico. Generalmente tal elección
implica una anticipación del resultado de la conducta dirigida hacia tal objeto
simbólico. Por ejemplo, la preferencia por "La honestidad es la mejor política".
El tercer uso del término podría denominarse "valores objetivos". Cuando se
utiliza en este sentido se habla de los que es objetivamente preferible, sea concebido
como deseable o no. Me referiré especialmente a los valores operativos y concebidos
sin tomar en cuenta los valores objetivos.
El modo de "valoración" del niño Valores en el
ser humano infantil
Hablaré en primera instancia del sujeto infantil. El ser humano tiene,
desde el principio, una clara concepción de los valores. Prefiere algunas cosas o
experiencias y rechaza otras. Analizando su conducta podemos inferir que prefiere las
experiencias que mantiene, enriquecen o realzan su organismo, y rechaza las que no
sirven a este fin. Observemos al niño un momento.
El hambre tiene un valor negativo. El niño lo expresa de viva voz y
claramente. El alimento tiene un valor positivo. Pero cuando está satisfecho, la
comida adquiere un valor negativo. La misma leche a la que respondió
ansiosamente ahora la escupe, o el pecho que parecía tan gratificante lo rechaza
cuando retira su cabeza del pezón con una divertida expresión de disgusto.
Valora la seguridad que se manifiesta en apariencia cuando la madre lo
sostiene abrazado y lo acaricia.
Muestra una clara reacción negativa frente al dolor, los gustos amargos y los
repentinos ruidos fuertes.
Estas observaciones son muy conocidas, pero miremos estos hechos en
función del enfoque de los valores de un niño. Primeramente es un proceso de
valoración flexible, cambiante y no un sistema fijo. Le gusta el alimento y luego
éste mismo le disgusta. Valora la seguridad y el descanso pero pronto los rechaza.
Podríamos expresar mejor lo que sucede pensando que un proceso de valoración
organísmica, en el cual se pondera cada momento, cada elemento y se los
selecciona o rechaza si en ese momento tiende a realizar las necesidades de su
organismo o no. Esta complicada evaluación de las experiencias es una función
claramente organísmica, no consciente ni simbólica. Estos valores serán entonces
operativos y no concebidos. No obstante, este proceso puede estar relacionado con
complejos problemas de valores. Me gustaría recordarles un experimento con bebés. Se
los puso frente a varios platos de comida natural (sin condimentar). Durante un
período valoraban los alimentos que eran importantes para su supervivencia, su
crecimiento y desarrollo. Si un niño durante un tiempo come mucha fécula, pronto lo
compensará ingiriendo muchas proteínas. Si durante un tiempo come una dieta
deficiente en determinada vitamina, más tarde buscará comidas ricas en esta vitamina.
Utiliza la sabiduría del cuerpo en esta elección de valores o, quizá más exactamente, la
sabiduría fisiológica de su cuerpo guía sus conductas y el resultado son elecciones de
valores objetivamente sólidas.
Otro aspecto del enfoque de los valores en el niño es que la fuente o el lugar
de la elección está dentro de él mismo. A diferencia de muchos adultos, sabe lo que
le gusta y lo que le disgusta, y el origen de estas elecciones de valores reside en él
mismo. El centro de valores reside en él mismo. Él es el centro de proceso de
valoración; sus propios sentidos orientan sus elecciones. En esta fase no está
influido por sus padres, por lo que dice la iglesia, por la opinión del último
"experto" en la materia o por los persuasivos talentos de una firma publicitaria. De
acuerdo con sus propias experiencias su organismo le dice en términos no verbales:
"Esto me viene bien", "esto me hace mal ", "me gusta esto", "eso me disgusta
enormemente". Se reiría frente a nuestra preocupación por los valores si la pudiera
entender. ¿Cómo se puede ignorar lo que a uno le gusta y lo que le disgusta, lo que
hace mal y lo que hace bien?
Cambios en el proceso de valoración
¿Qué sucede con este proceso de valoración tan eficiente y sólidamente
basado? ¿Qué secuencia de hechos nos hacen abandonarlo por otro enfoque de valores
más rígido, incierto y poco eficaz que caracteriza a la mayoría de los adultos?
Explicaré brevemente el modo en que pienso que esto ocurre.
El niño necesita de alguien mayor que lo quiera y tiende a comportarse de modo
de repetir esta experiencia deseada. Pero esto tiene sus complicaciones. Tira de los
cabellos a su hermanita y encuentra divertido oír sus alaridos y sus protestas. Luego le
dicen que es "un niño malo y travieso" y a veces lo castigan con una palmada en la mano.
Se corta su corriente afectuosa. Cuando esta experiencia se repite la causa "placer", a
menudo los demás lo consideran "malo". Entonces el próximo paso es tomar hacia si
las mismas actitudes que tienen los demás. Ahora cuando tira del pelo a su hermana, dice
solemnemente: "Nene malo, malo". Introyecta el juicio de valor de otro, tomándolo como
suyo; y pierde contacto con su propio proceso de valoración organísmica. Abandona la
sabiduría de su organismo y el primitivo lugar de la evaluación, y trata de comportarse
según los valores establecidos por otra persona para conservar su cariño.
Tomemos otro ejemplo de un niño mayor de edad. Un niño siente, quizás
inconscientemente, que sus padres lo aprecian más si decide ser doctor antes que artista.
De manera gradual introyecta los valores relacionados con ser doctor. Llega a desear por
sobre todas las cosas ser un doctor. Mientras cursa la universidad (college), lo contraría
mucho el hecho de que repetidas veces fracasa en los exámenes de química r materia
indudablemente necesaria para la carrera de medicina, aunque el asesor le asegura que
tiene la capacidad necesaria para aprobar la materia. Sólo mediante las entrevistas de
asesoramiento comienza a advertir que perdió contacto con sus reacciones
organísmicas; de cuan alejado está de su propio proceso de valoración.
Tomemos otro ejemplo de unas clases que tuve con un grupo de estudiantes de
magisterio. Al principio del curso les pedí: "Por favor, hagan una lista de los dos o
tres valores que quisieran transmitir a los niños con los cuales trabajarán". Escribieron
muchas metas valorativas, pero algunas me sorprendieron mucho. Unos enumeraron ítems
tales como "hablar correctamente", "utilizar un buen inglés", "no utilizar abreviaciones
incorrectas". Otros mencionaron la exactitud: hacer las cosas de acuerdo con las
instrucciones. Una alumna explicó su deseo de que: "cuando les digo que pongan su
nombre en el ángulo derecho superior, con la fecha debajo, quiero que lo haga de esa
manera y no de otra".
Confieso que me sentí apabullado de que alguna de estas jóvenes pensaran que
los valores más importantes para transmitir a sus alumnos fueran: cómo evitar la
gramática incorrecta, o la minuciosidad en seguir las instrucciones del maestro. Me sentí
desconcertado. Por cierto que en sus propias vidas no experimentaron estos valores
como los más gratificantes y significativos. El hecho de que los mencionaron sólo pueden
explicarse porque esas conductas recibieron aprobación y así se introyectaron como los
más importantes.
Quizás estos ejemplos demuestren que en el intento de ganar o mantener el amor,
la aprobación o la estima, el individuo renuncia a ser él su propio foco de evaluación,
como en la infancia, y lo transfiere a otros. Aprende a desconfiar de su propia
experiencia como orientadora de su conducta. Aprende de los -demás una larga lista de
valores concebidos y los adopta como propios aún cuando puedan discrepar con sus
vivencias. Como estos conceptos no están basados en su propia evaluación, tienden a
ser inamovibles y rígidos, en vez de fluidos y cambiantes.
Algunas pautas introyectadas
En mi opinión, es de este modo como la mayoría de nosotros acumulamos las
pautas de valores introyectados de acuerdo con los cuales regimos nuestra vida. En esta
cultura terriblemente compleja de hoy, los modelos que introyectamos como
deseables o no, provienen de una diversidad de fuentes y a menudo son muy
contradictorios en sus significados. A continuación presentaré una lista de las
introyecciones más comunes:
Los deseos y conductas sexuales son generalmente malos. Las fuentes de
esta interpretación son muchas: los padres, la iglesia, los maestros.
La desobediencia es mala. Aquí los padres y maestros establecen alianza
con los militares para destacar este concepto.
Obedecer es bueno. Obedecer sin cuestionar es aún mejor.
Hacer dinero es lo mejor. Las fuentes de este valor concebido son tantas
que es imposible mencionarlas.
Aprender una acumulación de datos eruditos es altamente deseable.
No es deseable hacer lecturas exploratorias por diversión sin un fin determinado.
La fuente de estos dos últimos conceptos parece ser la escuela, el sistema
educacional.
El arte abstracto está bien. Aquí las personas que consideramos refinadas son la
fuente de este valor.
El comunismo es algo tremendamente malo. La principal fuente es el gobierno.
Amor al prójimo es una actitud deseable. Este concepto proviene de la iglesia y
quizá de los padres.
La Coca-Cola, la goma de mascar, la heladera, la televisión en colores
y los automóviles son objetos deseables. Este concepto no sólo proviene de la
propaganda, sino que además está reforzado por una opinión generalizada en todo
el mundo. Desde Jamaica hasta Japón, desde Dinamarca hasta Kowloon "la
cultura de Coca-Cola" es considerada la cima de lo deseable.
Esta es una muestra pequeña y diversificada de los millares de valores concebidos
que introyectan los individuos y sostiene como suyos, sin haber considerado sus
reacciones organísmicas frente a estas pautas y objetos.
Características comunes de la "valoración" del adulto
De todas las consideraciones anteriores inferimos que el adulto normal -y creo
que hablo de la mayoría- tiene una concepción de los valores en la que se destacan las
siguientes características:
La mayoría de sus valores provienen de la introyección de los de otras
personas o grupos que él considera significativos, pero que los toma como suyos.
La fuente o lugar de la evaluación en la mayoría de los casos es externa al
individuo. El criterio para la aceptación de estos valores es el grado en que por su
medio obtendrá el afecto y la aprobación de los demás. Estas preferencias
concebidas no guardan relación, o si la tienen, es confusa, con el propio proceso
de vivencias.
A menudo existe una gran discrepancia no reconocida entre las pruebas
obtenidas por propia experiencia y estos valores concebidos. Como estas
concepciones no se comprueban con la realidad, el individuo las acepta de una
manea rígida y estática. La alternativa provocaría el colapso en su sistema de
valores. Entonces, sus valores son "correctos", como las leyes inmovibles de
los medos y los persas. Porque no son ensayables, es imposible resolver sus
contradicciones. Si de la comunidad tomó el valor de que el dinero es el
summum bomun y de la iglesia el valor de amar al prójimo, no tiene modo de
saber cuál es más valioso para él. Entonces, un aspecto común de la vida
moderna es vivir con valores totalmente contradictorios. Discutimos
tranquilamente la posibilidad de arrojar una bomba de hidrógeno a un país que
consideramos enemigo, pero luego leemos con lágrimas en los ojos el relato de
los sufrimientos de un niño.
Como ha desplazado el lugar de la evaluación a otros y ha perdido contacto
con su propio proceso de valoración, se siente profundamente inseguro y
constantemente amenazado en su sistema de valores. Si abandona algunas de
estas concepciones, ¿con qué las reemplazará? Frente a esta amenaza se aferra
con más fuerza, con cada vez mayor confusión, a sus concepciones de
valores.
Discrepancia fundamental entre valores introyectados y experiencias
Creo que la imagen del individuo que se aferra a valores introyectados desde el
exterior, como conceptos estáticos que rara vez pueda analizarlas o comprobarlos,
es la imagen de la mayoría de nosotros. Si tomamos las concepciones de los demás
corno nuestras, perdemos contacto con la sabiduría potencial de nuestro propio
funcionamiento y perdemos confianza en nosotros mismos. Puesto que estos
constructos de los valores a menudo difieren de nuestras experiencias, estamos
básicamente divorciados de nuestro mundo interior, esto explica la tensión y la
inseguridad modernas. Esta discrepancia entre los conceptos del individuo y sus
experiencias reales, entre la estructura intelectual de sus valores y el proceso de
valoración propio que permanece desconocido dentro de sí, forman parte de la
alienación fundamental del hombre moderno con respecto a sí mismo. He aquí el
principal problema que se debe resolver en la terapia.
Restablecimiento del contacto con la experiencia
Algunos individuos afortunados sobrepasan esta discrepancia y llegan a
adquirir madurez psicológica. Hemos visto este desarrollo en psicoterapia cuando nos
esforzamos para establecer un clima favorable al crecimiento de esa persona.
También en la vida hemos observado este desarrollo positivo cuando ésta proporciona
al individuo un clima terapéutico favorable. Ahora quisiera hablar de esta maduración
de un sistema de valores tal como la he observado en la terapia.
En primer lugar deseo hacer una aclaración con relación a que la terapia no
está relacionada directamente con el problema de los valores. Muy por el
contrario. En mi opinión, es tanto más eficaz cuanto se rige por un solo valor
fundamental: es decir que esa persona, este cliente tiene valor. Se valora a la persona
en su originalidad y unicidad. Cuando el cliente siente y advierte que es apreciado
como persona gradualmente puede empezar a valorar los aspectos diferentes de sí
mismo. Y lo que es más importante, comienza, al principio con mucha dificultad, a
percibir qué le sucede interiormente, cuáles son sus sentimientos, qué está
experimentando, cómo está reaccionado. Utiliza su experiencia como referencia directa a
la cual puede acudir para formular una conceptualización adecuada que guíe su
conducta. Gendlin (1961, 1962) analizó el modo en que esto ocurre. A medida que el
individuo se abre a sus propias experiencias y es capaz de vivir libremente el proceso de
sus sentimientos, entonces se producen cambios significativos en su enfoque de valores
ya que comienza a asumir muchas de las características que tenía en su infancia.
Relación entre los valores iníroyectados y la experiencia
Quizá pueda explicarla mejor enumerando algunos ejemplos de valores
introyectados y sugiriendo la manera en que cambian a medida que el sujeto se acerca a lo
que sucede en su interior.
En terapia, el individuo mira hacia su pasado y advierte: "Pero yo disfrutaba
tirándole del pelo a mi hermana y esto no me convirtió en una mala persona".
El estudiante que no podía aprobar química se da cuenta, al acercarse a
sus propias experiencias: "No valoraba ser doctor, aunque mis padres así lo
hicieron; no me gusta la química; no me gusta hacer todo lo necesario para
convertirme en médico; y no soy un fracasado porque sienta de este modo".
El adulto reconoce que los deseos y la conducta sexuales pueden ser muy
gratificantes y de consecuencias constantemente enriquecedoras, o superficiales y
temporarias y por lo tanto menos gratificantes. Actúa de acuerdo con sus
vivencias aunque no siempre coincida con las normas sociales.
Considera el arte desde otro punto de vista. Dice: "este cuadro me
emociona profundamente, significa mucho para mí. También sucede que es
abstracto, pero esto no es la base de mi valoración".
Reconoce libremente que este libro o esta persona comunista tiene algunas
actitudes y fines que comparte e ideas y valores que no comparte.
Se da cuenta de que a veces la cooperación le resulta valiosa y significativa y de
que otras veces desee estar y actuar solo.
La valoración en la persona madura
El proceso de valoración que desarrolle una persona madura se parece mucho
en algunos aspectos a la del niño, y en otros es totalmente diferente. Es fluido, flexible,
basado en el momento particular y en el grado en que este momento se vivencia como
enriquecedor y gratificante. Sus valores no son rígidos, sino que están en continuo
cambio. La pintura que el año pasado le parecía interesante ahora no le llama la atención;
el modo de trabajar con otras personas que le parecía bueno ahora le resulta
inadecuado; la creencia que consideraba verdadera ahora le parece no sólo parcialmente
válida, sino falsa.
Otra característica del modo de valorar la experiencia en la persona madura es su
alto grado de diferenciación, o como dirían los semánticos, extensional. Como
aprendieron mis alumnos de magisterio, los principios generales no son tan útiles como
las discriminaciones basadas en la sensibilidad. Una de ellas se expresó así: "Sentí que con
ese niño debía ser firme y él pareció aceptarlo naturalmente. Me sentí muy conforme por
haberlo hecho. Pero no soy así siempre con los otros niños. Su conducta se basó en lo que
experimentaba en relación con cada niño. Ya he señalado, mediante los ejemplos
anteriores, que las reacciones de la persona se vuelven mucho más diferenciadas que los
valores introyectados sólidos y monolíticos.
En otro aspecto el enfoque del individuo maduro se parece al del niño. El lugar
de la evaluación vuelve a establecerse firmemente en la persona. Su propia
experiencia le proporciona los informes o la realimentación para sus valores, pero no
significa que no esté abierto a otras informaciones provenientes de fuentes diversas y las
toma como lo que son -pruebas ajenas a su experiencia- y que no son tan importantes
como sus propias reacciones. Así, si un amigo le dice que un nuevo libro no es bueno,
y si lee dos comentarios desfavorables, formulará la hipótesis tentativa de que no
valorará el libro. Pero si lee la obra su valoración estará basada en las reacciones que
experimente, y no en lo que le dijeron los otros.
Este proceso de valoración implica, además, que el individuo se deja invadir por
la vivencia inmediata, para sentir y esclarecer todos sus complejos significados. Recuerdo
a un cliente (estaba por terminar su terapia) que cuando le preocupaba algo, se tomaba la
cabeza entre sus manos y decía: ¿"Qué estoy sintiendo ahora? Quiero acercarme a ello.
Quiero saber qué es". Luego esperaba tranquila y pacientemente, tratando de escucharse a
si mismo hasta que podía discernir todos los matices de sus sentimientos. Él, como otros,
trataba de acercarse a sí mismo.
Al acercarse a lo que sucede dentro de sí, el proceso se vuelve mucho más
complejo que el del niño. En la persona madura tiene mayor amplitud, por que en el
momento de la experiencia están presentes una serie de huellas mnémicas de todos los
aprendizajes anteriores relacionados. El impacto de este momento no se limita a lo
inmediatamente sensorial, su significado se amplía por todas las experiencias similares del
pasado. Contiene tanto lo nuevo como lo viejo. De este modo, cuando vivencio una
persona o un cuadro, mi experiencia contiene los aprendizajes que he acumulado de
contactos pasados con pinturas o personas, tanto como el reciente impacto. Además, la
experiencia del adulto maduro contiene hipótesis sobre las consecuencias. "Tengo ganas
de tomar un tercer trago pero la experiencia pasada me indica que me arrepentiré
mañana por la mañana". "No es agradable expresar mis sentimientos de rechazo hacia
esta persona, pero mi experiencia pasada me enseñó que a largo plazo será favorable para
una relación continuada como ésta". El pasado y el futuro están presentes en estos
momentos y entran en el proceso de valoración.
En las personas maduras (y he aquí otra similitud con el niño), el criterio del
progreso de valoración es el grado en que determinado objeto de la experiencia realza al
individuo. ¿Enriquece su yo, lo hace más completo y desarrollado? Esto puede parecer un
criterio algo mezquino y asocial, pero está comprobado que no es así, puesto que las
relaciones profundas y de colaboración con los demás se viven como realizadoras del yo.
También como el niño, la persona psicológicamente madura, confía y utiliza
la sabiduría de su organismo, con la diferencia de que esta última lo hace conscientemente.
Tiene presente que sí puede confiar en sí misma, sus sentimientos e intuiciones pueden
resultar más sabios que su mente. Como persona total puede ser más sensible y precisa
que como ser pensante. Por lo tanto, no teme decir: "Pienso que esta experiencia (o
esta cosa o esta orientación) es buena. Más tarde sabré por que me hace sentir bien".
Confia en la totalidad de su ser.
En todo lo expuesto se pone de manifestó que el proceso de valoración en el
individuo maduro no es fácil ni simple, sino complejo; las elecciones son a veces
conflictivas y difíciles y no existe garantía de que la elección preferida sea la más
adecuada para la autorrealización. Pero como el individuo está abierto a cualquier
prueba de la realidad y a sus propias experiencias, es posible corregir los errores. Si tal
actitud no contribuye al enriquecimiento del yo, el individuo lo percibirá y hará una
modificación o adaptación. Tiende a ampliar al máximo el proceso de realimentación y,
como el compás giroscópico en el barco, puede corregir continuamente su curso hacia el
verdadero objetivo de la realización personal.
Proposiciones-Síntesis sobre el proceso de "valoración"
Dos proposiciones fundamentales
Quisiera precisar los conceptos anteriores formulando dos proposiciones
que contienen los elementos esenciales de este punto de vista. Aunque no se puedan
probar empíricamente en su totalidad, estas proposiciones pueden comprobarse, hasta
cierto grado, mediante métodos científicos. Quisiera además señalar que estas
proposiciones están formuladas de manera categórica sólo con el fin de ser más claro,
pero en realidad las adelanto como hipótesis tentativas.
I. El proceso de valoración organizado del ser humano tiene uña base
organísmica.
Nuestra hipótesis es que tanto el ser humano como el mundo animado comparten
esta base. Es parte del proceso vital de cualquier organismo sano. Es la capacidad para
recibir realimentación desde el exterior que permite el organismo adaptar continuamente
su conducta y reacciones para lograr su autoenriquecimiento.
II. Este proceso de valoración sólo contri huirá a la autorrealización si el
individuo está abierto a sus vivencias más íntimas y personales.
Hasta ahora he dado dos ejemplos de individuos que están cerca de sus
propias experiencias: el niño pequeño que aún no ha aprendido a negar en su conciencia
sus procesos íntimos y la persona psicológicamente madura que ha reaprendido las
ventajas de este estado de receptividad. .
Esta segunda proposición tiene un corolario que. podríamos enunciar de la
siguiente manera: un modo de estimular la aceptación de los propios sentimientos y
experiencias es a través de una relación donde el individuo es apreciado como persona
independiente, donde el otro comprende empáticamente y valora su mundo interior,
donde el individuo tiene libertad de experimentar sus propios sentimientos y los de los
demás sin sentirse amenazado por ello.
Obviamente este corolario surgió de la experiencia terapéutica. Es un breve
enunciado de las cualidades esenciales de toda relación que promueve el desarrollo.
Hay ya algunos estudios empiricos que comprueban este enunciado; uno de ellos es el
de Barrett-Lennard (1962).
Dos proposiciones sobre los resultados del proceso de valoración
He llegado ahora al nudo de toda la teoría de los valores o de la valoración.
¿Cuáles con sus consecuencias? Quisiera introducirme en este nuevo terreno
simplemente enunciado dos proposiciones sobre las cualidades de la conducta
emergente de este proceso de valoración. Luego presentaré algunas pruebas
tomadas de mi propia experiencia como terapeuta en apoyo de estas proposiciones.
III. Los valores de las personas que tienden a una mayor apertura hacia sus
experiencias tienen una base orgánismica común.
IV. Esta orientación común tiende a desarrollar al individuo y a los
miembros de su comunidad y contribuye a la supervivencia y evolución de la especie.
Un hecho muy notable de mi experiencia en terapia es que cuando los
individuos son valorados, cuando existe mayor libertad para sentir y ser, surgen
determinados valores. Esta orientación no es caótica sino que tiene una sorprendente
coherencia que no depende de la personalidad del terapeuta, puesto que he observado
las misma tendencias en clientes de terapeutas muy diferentes un cuento a
personalidad. Esta coherencia no parece provenir de las influencias de la cultura, pues
las mismas orientaciones han surgido en culturas tan diferentes como las de Estados
Unidos, Holanda, Francia y Japón. Me agrada pensar que esta coherencia en las
orientaciones se debe a que todos pertenecemos a la misma especie -que así como los
niños, individualmente tienden a elegir una dieta similar a la de los otros niños, un
cliente en terapia tiende, individualmente, a elegir valores similares a los elegidos
por otros clientes. Como especie, debe haber ciertos elementos de la experiencia que
promueven el desarrollo interior y que serán elegidos si todos los individuos fueran
auténticamente libres para elegir.
Quisiera indicarles algunas de estas orientaciones de valores tal como las
observé en mis clientes que progresan hacia el desarrollo y la madurez personales.
Tienden a rechazar las mascaras. Son consideradas negativas las actitudes
defensivas, el mostrar una careta. Evaden el "deben ser". El sentimiento
compulsivo de "debo hacer esto" o "ser así para ..." es considerado negativo.
El cliente no trata de ser como debiera ser sin importarle quién haya impuesto
este imperativo. Tratan de no actuar en función de las expectativas de los otros.
Consideran negativo complacer a los demás como un fin en sí mismo. La
autenticidad es un valor positivo. Los clientes tratan de ser ellos mismos, ser
sus sentimientos más auténticos, ser lo que son. Este objetivo está
profundamente arraigado.
Los clientes consideran positivo dirigir sus propias vidas. Adquieren confianza y
orgullo en hacer sus propias elecciones, en orientar sus propias conductas.
Comienzan a valorar su sí mismo, sus propios sentimientos. Al principio se ven con
lástima y desesperación, luego comienzan a valorarse y a valorar sus reacciones.
Estar en proceso es positivamente valorado. Desde la posición inicial de deseo de un
objetivo estático, el cliente llega a preferir la emoción de desarrollar las
potencialidades con las que nació.
Quizá lo más importante sea que el cliente comienza a valorar la receptividad
hacia todas sus experiencias internas y externas. Ser abierto y sensible a sus
reacciones y sentimientos propios internos, a las reacciones y sentimientos de los
demás y a las realidades del mundo objetivo, ésta es la dirección que prefiere
claramente. Esta apertura se convierte en el recurso más valorizado del cliente. Se
trata de desarrollar sensibilidad y aceptación de los demás. El cliente llega a
apreciar a los demás por lo que son, así como llegó a valorarse por lo que
realmente es. Finalmente, las relaciones profundas son positivamente valoradas.
Constituye una necesidad profunda de todo individuo alcanzar una relación
estrecha, íntima, auténtica y completamente comunicativa con otra persona y
esto es altamente valorado.
Estas son algunas de las orientaciones que he observado en sujetos que tienden a
alcanzar su madurez personal. Aunque estoy seguro de que la lista presentada es
inadecuada y quizá poco precisa, en mi opinión sugiere ventajosas posibilidades.
Quisiera explicar la razón.
Para mí es muy significativo que cuando los individuos son apreciados como
personas, los valores que eligen no corresponden a toda la gama de posibilidades. En
el clima de libertad, no he encontrado ni una persona que valore el fraude, el asesinato
y el robo. En cambio, parece haber algo común en todos ellos. Me arriesgo a creer que
cuando el ser humano es internamente libre de elegir sus valores tiende a valorar
aquellos objetos, experiencias y objetivos que contribuyen a la supervivencia,
crecimiento, y desarrollo de si mismo y de los demás. Apoyo la hipótesis de que es típico
del organismo humano preferir los objetivos de enriquecimiento personal y social cuando
vive en un clima que favorece su evolución.
Como corolario de lo anteriormente expuesto, diré que en cualquier cultura, dado
un clima de libertad donde el hombre sea valorado como persona, todo individuo maduro
tenderá a elegir y preferir los mismos valores. Esta es una hipótesis muy importante que
puede comprobarse. Significa que aunque el individuo maduro no tenga un sistema
coherente o ni siquiera estable de valores concebidos, el proceso de valoración que
desarrolle se orientará en direcciones constantes a través de todas las culturas y de todas
las épocas.
Otra de las consecuencias que observé es que los individuos cuyo proceso
de valoración es fluido, que siguen las direcciones que he mencionado, harán una
contribución positiva al continuo proceso de la evolución humana. Si la especie humana
sobrevive en este planeta será porque el ser humano desarrolló la capacidad de adaptarse a
nuevos problemas y situaciones, de seleccionar los elementos útiles para la supervivencia
y desarrollo de entre las nuevas y complejas situaciones de hacer una apreciación
adecuada de la realidad en el momento preciso. La persona psicológicamente
madura, tal como la he descrito, tiene la capacidad de valorar aquellas experiencias
que favorecerá la supervivencia y desarrollo de la raza humana. Será un participante
activo en el proceso de guiar la evolución del hombre.
Por último, parece que hemos vuelto al problema de la universalidad de los
valores, pero por un camino totalmente diferente. En vez de valores universales
"externos", o un sistema universal de valores impuesto por algún grupo -filósofos,
gobernantes o sacerdotes-tenemos la posibilidad de orientaciones universales de
valores que emergen de las experiencias del organismo humano. La terapia nos
demuestra que tanto los valores personales como sociales surgen naturalmente de la
experiencia personal cuando el individuo está cerca de su proceso de valoración
organismico. Sugiero, entonces, que como el hombre moderno ya no confía en que la
religión, la ciencia o la filosofía así como ningún otro cuerpo de creencias le darán
valores, puede encontrar una base de valoración organismico dentro de sí mismo que,
cuando entra en contacto con ella probará ser un enfoque organizado, adaptativo y social
frente a los conflictivos problemas de valores que todos enfrentamos.
Resumen Final
He tratado de presentar algunas observaciones provenientes de mi experiencia en
psicoterapia, que está relacionadas con la búsqueda del nombre contemporáneo de una
base satisfactoria para su enfoque de los valores.
He descrito cómo entra el niño directamente en contacto de evaluación con su
mundo, apreciando o rechazando sus experiencias de acuerdo con su utilidad para su
realización personal, utilizando toda la sabiduría de su pequeño pero complejo
organismo.
He dicho que el hombre parece perder esta capacidad de evaluar directamente y
llega a comportarse en función de aquellos valores que le depararán aprobación, afecto
o estima social. Compramos amor renunciando a nuestro proceso de valoración. Como
ahora el centro de nuestras vidas reposa en los demás, somos temerosos e inseguros y
debemos aferramos rígidamente a los valores que hemos introyectado.
Pero si la vida o la terapia proporcionan condiciones favorables para continuar
nuestro crecimiento psicológico, haremos un desarrollo en forma de espiral hacia
valores que participan de la fluidez y orientación del niño pero van más allá en cuanto
a riqueza. En nuestro intercambio con las experiencias, el lugar de la evaluación o fuente
vuelve a nosotros; preferimos las experiencias que a largo plazo nos enriquecen;
utilizamos toda la amplitud de nuestro aprendizaje cognitivo así como también
confiamos en la sabiduría de nuestro organismo.
He señalado que estas observaciones nos llevan a ciertas conclusiones básicas.
El hombre tiene una base organísmica para el proceso de valoración. Si mantiene un
contacto permanente con este proceso inherente a sí mismo, sus conductas tenderán a
enriquecerlo. Además, conocemos algunas de las condiciones que le posibilitan este
contacto directo con sus propias experiencias.
En terapia, esta receptividad frente a la experiencia posibilita la emergencia de
valores comunes a todos los individuos y quizás a todas las culturas. Dicho en términos
más convencionales, los individuos que están en contacto con sus experiencias llegan a
valorar elementos como la sinceridad, la independencia, la autodirección, el
autoconocimiento, la respuesta social, la responsabilidad social y las relaciones
interpersonales afectuosas.
He llegado a la conclusión de que cuando los individuos están en camino de la
madurez psicológica, o mejor dicho, cuando comienzan a abrirse a sus propias
experiencias, surge una nueva clase de valores universales. Esta base de valoración parece
contribuir al enriquecimiento del individuo y del prójimo y favorece un proceso de
evolución positiva.

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