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GERMÁN R.

MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 885

1810 – B ICENTENARIO – 2010

BOGOTÁ 1810 -1819


Urbs y civitas en una época de crisis*
POR
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY**

Cabildo o Junta Suprema de Gobierno


Comenzó 1810. El sol alumbraba sin brillo desde el 11 de diciembre de
1809, fenómeno consignado en las crónicas de la ciudad como un mal presa-
gio1 . Una terrible carestía castigaba a los santafereños desde mediados del
año anterior2 . Había malestar. El fracaso de la revolución en Quito y las
medidas militares tomadas contra sus líderes, así como la persecución sin

* Lectura para tomar posesión como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de


Historia el 17 de octubre de 2006.
** Profesor Titular, Departamento de Historia, Pontificia Universidad Javeriana. Director del Archivo
de Bogotá. Grupo de Investigación: Patrimonio Construido Colombiano; línea de investigación:
Teoría, historia y valoración del patrimonio construido.
1 “El 11 de diciembre de este año de 1809 apareció en el cenit de Bogotá el disco del sol sin rayos y
sin ningún resplandor. A este fenómeno físico... se le atribuyó por la masa popular, no sólo en
Santafé, sino en todas las poblaciones del reino, la significación o presagio de una próxima época
de convulsiones y de revueltas políticas: Vox populi, vox Dei. Caldas dejó constancia, en sus
observaciones meteorológicas, de que durante seis meses se observó en el Virreinato el disco del sol
sin irradiación sensible”. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Tomo 2, 3ra. Ed., Bogotá,
Tercer Mundo Eds., Academia de Historia de Bogotá, 1989, p. 348. José Manuel Groot se detiene
también en este suceso e igualmente lo califica de funesto, solo que en referencia con el aprisionamiento
del papa por Napoleón. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada,
Tomo 2, Reimpresión tomada de la 2da. Ed., de Medardo Rivas en 1889, Bogotá, Ministerio de
Educación Nacional, Ediciones de la Revista Bolívar, 1953, p. 41, Biblioteca de Autores
Colombianos, Vol. 59; en el apéndice Nº 2 de este mismo tomo de la obra de Groot se encuentra
transcrita la observación de Caldas sobre dicho fenómeno meteorológico, p. 609.
2 Desde mediados del año pasado de 1809 hasta el presente mes han subido los comistrajes a precios
nunca vistos: la miel a 21 pesos la carga y la totuma a 2 pesos; las panelas a 1 real y cuartillo cada
una...”. José María Caballero, Diario, Bogotá, Villegas Eds., 1990, p. 73.
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tregua que se venía realizando contra cualquier asomo de protesta, daban


fundamento a los rumores que corrían en la capital. Se esperaban sucesos de
importancia y pronto.
Los cabildos se convirtieron, sin excepción, en la entidad desde la cual los
criollos reclamaron igualdad con los peninsulares. No podía ser de otra ma-
nera. Ellos consideraron que esta institución representaba los intereses loca-
les, entendiendo por esto no sólo lo americano frente a lo peninsular sino,
igualmente, las profundas singularidades que separaban las provincias ame-
ricanas entre sí. En este sentido, los cabildos americanos mantuvieron la ta-
rea ya secular de cuidar los intereses particulares de sus representados ante
las autoridades españolas. Por ello, la igualdad que se reclamó provenía de la
diferencia: las provincias hispanoamericanas debían ser iguales en su capaci-
dad de delegación pues sus peculiaridades no podían ser resueltas desde una
representación virtual y genérica. Era inevitable, entonces, que la opinión
entre los criollos, dados los sucesos en Europa, se inclinara hacia la necesi-
dad de establecer Juntas Supremas de Gobierno, y ellas debían ser provin-
ciales, a la manera de las de España3 .
Aunque las primeras manifestaciones del Cabildo de Santafé demues-
tran vacilación ante las medidas que se debían tomar, pues por ejemplo
no permitió el envío a España de la representación escrita por Camilo
Torres en noviembre de 1809, la rapidez con que se sucedieron los even-

3 Para citar la más conocida de estas representaciones, el Memorial de Agravios, que es, en
realidad, la representación del Cabildo de Santafé a la Suprema Junta Central de España,
escrita sí por Camilo Torres pero firmada por los 10 regidores del Ayuntamiento. En este
documento, además de las protestas de igualdad de los americanos con los españoles, es
importante resaltar, primero, la concepción del cabildo como órgano del público: “Si el Cabildo,
pues, hace ver a vuestra majestad la necesidad de que en materia de representación, así en la
Junta Central como en las Cortes Generales, no debe haber la menor diferencia entre América
y España, ha cumplido con un deber sagrado que le impone la calidad de órgano del público,
y al mismo tiempo con la soberana voluntad de vuestra majestad” (p. 252); segundo, la clara
noción de la igualdad en términos del principio de representación y no de las características
territoriales: “Luego la razón única y decisiva de esta igualdad es la calidad de Provincias, tan
independientes unas de otras, y tan considerables cuando se trata de representación nacional...”
(p. 253); y, finalmente, la consideración de que las juntas provinciales de gobierno deben estar
conformadas por los cabildos: “por los mismos principios de igualdad han debido y deben
formarse en estos dominios juntas provinciales compuestas de los representantes de sus cabildos,
así como se han establecido y subsisten en España” (p. 266). El texto completo en Enrique
Ortega Ricaurte, comp., Cabildos de Santafé de Bogotá, cabeza del Nuevo Reino de Granada,
1538-1810, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1957, pp. 249-269. Publicaciones del
Archivo Nacional de Colombia, Vol. 27.
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tos durante el primer semestre de 1810 hicieron inevitable la toma de


decisiones4 .
En este sentido, la presión provino, primero, de la insistencia ejercida
por el virrey Amar para aceptar la autoridad del Supremo Consejo de Re-
gencia, creado el 29 de enero de 1810 para reemplazar la Junta de Sevilla.
Segundo, de los escritos que habían comenzado a rondar por la capital,
como la mencionada representación del Cabildo escrita por Camilo Torres
o las Cartas de Suba, redactadas por Frutos Gutiérrez, o los memoriales
enviados al Ayuntamiento por Ignacio Herrera, Síndico Procurador Gene-
ral, todos ellos exigiendo la creación de una Junta Suprema de Gobierno.
Tercero, de la persecución y encarcelamiento a que fueron sometidos An-
tonio Nariño, el magistral de la Catedral Andrés Rosillo, el cura de Anapoima
Juan Nepomuceno Azuero, y otros que expresaron públicamente o por es-
crito sus opiniones a favor de dicha Junta de Gobierno. Cuarto, el levanta-
miento que pretendieron realizar en los Llanos los socorranos José María
Rosillo y Vicente Cadena, intento fallido que les costó la vida pues fueron
sentenciados a muerte y sus cabezas enviadas a Santafé para ser exhibidas
en lugares públicos. Quinto, en fin, el conocimiento de lo sucedido en
Caracas el 19 de abril, en Cartagena el 22 de mayo, en Pamplona el 4 de
julio y en el Socorro el 10 de julio, ciudades y poblaciones que colocaron
en sus cabildos la autoridad que antes tenían los representantes del rey en
América5 .

4 “El Cabildo de Santafé no se atreve a enviar a España esta representación, que fue desechada
también por los miembros españoles europeos que en él había; pero circuló manuscrita en
secreto, y fue leída con mucha avidez por todos los amigos de las bellas producciones y de las
ideas liberales”. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia, Tomo 1,
Medellín, Ed. Bedout, 1974, p. 125.
5 Son múltiples las fuentes posibles de mencionar para estos hechos. A modo de ejemplo, basta
con mencionar lo que sobre dicha situación escribieron Francisco José de Caldas y Joaquín
Camacho en el Diario Político de Santafé: “La rivalidad que ha existido de tiempo inmemorial
en la América entre los españoles europeos y los indígenas de este vasto continente; la rivalidad,
casi increíble, entre el español y sus descendientes, se exaltó en 1794. En esta época desgraciada
vio la capital y el Reino lo más precioso de su juventud en los calabozos... El americano odió
más al gobierno español en su corazón, y sólo callaba porque lo hacía callar la bayoneta. Este
odio silencioso pero concentrado, empezó a explicarse un poco con los sucesos de Quito del
10 de agosto de 1809, las prisiones de Nariño, de Miñano, de Gómez, de Azuero, de Rosillo
y de otros inflamaron los ánimos, pero sin salir el descontento general del recinto doméstico;
se murmuraba con calor pero al oído. La escena trágica y sangrienta de Pore hizo hablar más
recio; los movimientos de Caracas, de Cartagena, del Socorro y de Pamplona reanimaron los
corazones, hasta el punto que una sola palabra bastó para romper nuestro silencio y los diques
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No es nuestro propósito recoger en detalle lo sucedido el 20 de julio de


1810 en Santafé6 . Basta con advertir que ya para el viernes siguiente, 27 de
julio, la situación estaba bajo control de los criollos, la calma reinaba en la
ciudad y el mercado se dio con gran afluencia de vecinos y otros habitantes
de la capital, aunque fue necesario trasladarlo a otros lugares por la concen-
tración de los sucesos en la Plaza Mayor7 .
Cómo, por quién, para qué y desde dónde fueron tomadas las decisiones, así
como el modo en que se dio forma a la nueva institucionalidad, es lo que nos
interesa explicar desde el punto de vista de la Historia Urbana: la coyuntura
presionó sobre la civitas de tal manera que la institución urbana por excelencia, el
Cabildo, pasó de nuevo a primer plano –al desaparecer la Audiencia, el virrey y
toda otra entidad de gobierno distinta al mismo rey. Sin embargo, en su propósito
de ser Junta Suprema de Gobierno, el Ayuntamiento terminó anulándose a sí
mismo –porque dejó de ser urbano y local al pretender ser supremo, esto es,
máxima autoridad en todo el Reino. En Santafé, de hecho, el Cabildo desapare-
ció como entidad a partir del 21 de julio de 1810; luego, en noviembre del mismo
año, al restituirse como tal, pues tanto la civitas como la urbs requieren de una
institucionalidad propia, el Ayuntamiento quedó subordinado al nuevo Estado
Republicano. Se inició así un nuevo ciclo en la historia de la ciudad.
Lo sucedido en la noche del 20 de julio fue producto de un Cabildo
Abierto. Sobre esto no hay duda, pero sí obliga una explicación: la presión
de la multitud en la Plaza Mayor, a últimas horas de la tarde, dio lugar inicial-
mente a la reunión del Cabildo en calidad de extraordinario; el problema, sin
embargo, era su legitimidad. La población no aceptó la presencia en el Ca-
bildo de los llamados intrusos –los funcionarios que se habían manifestado

de nuestro sufrimiento el 20 de julio de 1810”. “Historia de Nuestra Revolución”, Diario político


de Santafé de Bogotá, Nº 2, Agosto 29 de 1810, en Luis Martínez Delgado y Sergio Elías Ortiz,
El periodismo en la Nueva Granada, 1810- 1811, Bogotá, Ed. Kelly, 1960, pp. 40-41. Biblioteca
Eduardo Santos, Vol. 22.
6 La bibliografía existente sobre los sucesos del 20 de Julio en Bogotá es amplia y muy conocida,
aunque con grandes variaciones interpretativas. La mejor colección de crónicas escritas por testigos
presenciales de los hechos, y que hemos seguido para la elaboración de este artículo, es la recopilada
por Guillermo Hernández de Alba que, inicialmente publicada en el Boletín de Historia y
Antigüedades, fue reimpresa en Instituto Colombiano de Cultura, Casa Museo del 20 de Julio,
Revolución del 20 de julio de 1810. Sucesos y documentos, Bogotá, 1996, pp. 107-198.
7 “Viernes 27. Como en este día se celebra la feria o mercado general de cada semana en la Plaza
Mayor, se dispuso pasaran a celebrarlo a la de San Francisco y a la de San Carlos. Los víveres,
esto es, legumbres, frutas, raíces, hortalizas, géneros del Reino, &a., &a., se venden en la de San
Francisco. Las carnes, manteca, &a., en la plazoleta de San Carlos”. “Diario de un santafereño
anónimo”, en Ministerio de Cultura, Revolución del 20 de julio de 1810, p. 173.
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contrarios al establecimiento de la Junta de Gobierno8 . De esta manera, por


aclamación de la multitud –Cabildo Abierto– se dio forma no ya a un nuevo
ayuntamiento sino a la Junta de Gobierno, conformada por el diputado del
pueblo (José Acevedo y Gómez, llamado por eso el Tribuno del Pueblo); los
regidores reconocidos como patriotas; y los denominados vocales, 16 en to-
tal, nombrados por sectores de la ciudad para ampliar la representación de
los santafereños en la Junta9 . La presidencia de la misma quedó inicialmente
en cabeza del virrey y, la vicepresidencia, a cargo del alcalde de primer voto,
José Miguel Pey. A partir de este momento ya no es posible afirmar la exis-
tencia ni de un Cabildo Abierto ni del ayuntamiento como tal.
Días después, el 25 de julio, la Junta Suprema de Santafé depuso de su
cargo como presidente al virrey Amar y decretó su prisión. Al día siguien-
te, la Junta desconoció la autoridad del Consejo de Regencia, por lo que
prescindió de cualquier autoridad española salvo directamente la del rey10 ;

8 El siguiente aparte, tomado del acta del cabildo que se conoce como de independencia, así lo
muestra claramente: “En la ciudad de Santafé, a veinte de Julio de mil ochocientos diez y hora de las
seis de la tarde, se juntaron los S.S. del M. I. C. en calidad de extraordinario, en virtud de haberse
juntado el pueblo en la plaza pública y proclamado por su Diputado el señor Regidor don José
Acevedo y Gómez, para que le propusiese los vocales en quienes el mismo pueblo iba a depositar
el Supremo Gobierno del Reino; y habiendo hecho presente dicho señor Regidor que era necesario
contar con la autoridad del actual jefe, el Excelentísimo señor don Antonio Amar, se mandó una
diputación... Impuesto Su Excelencia de las solicitudes del pueblo, se prestó con la mayor franqueza
a ellas. En seguida se manifestó al mismo pueblo la lista de los sujetos que había proclamado
anteriormente, para que unidos a los miembros legítimos de este Cuerpo (con exclusión de los
intrusos...), se deposite en toda la Junta el Gobierno Supremo de este Reino...”. “Cabildo Abierto
del 20 de Julio de 1810. Acta de Independencia”, en Ortega Ricaurte, Cabildos de Santafé, p. 283.
9 En todos los documentos se menciona el nombramiento de estos vocales; sin embargo, todos se
contentan con afirmar que su elección fue por sugerencia de los congregados en el Cabildo a la
multitud reunida en la plaza, que finalmente los nombra por aclamación. Por una carta, sabemos
que “el pueblo que estaba abajo en la plaza nombró diputados que lo representasen cuatro por
cada barrio, de manera que fueron por todos dieciséis”. “Carta de José Gregorio Gutiérrez
Moreno a su hermano Agustín, narrándole los sucesos del 20 de julio de 1810. Santafé, julio 26
de 1810”, en Ministerio de Cultura, Revolución del 20 de julio de 1810, p. 161.
10 “… el punto principal de la discusión a resolver: ‘si debía, o no, continuar esta Junta Suprema en el
reconocimiento del supremo consejo de regencia como tal...’ se redujo esta importante materia a
formal votación... y examinado por sus dos aspectos, el de la negativa o por decirlo con mayor
claridad, el de no estar ya la Junta, ni ninguno de sus vocales ligado con aquel juramento en cuanto
a continuar esta Suprema Junta y el pueblo que representa, subordinados al citado consejo de
regencia, o a cualquier otro cuerpo, o persona que en defecto de la de su legítimo soberano el señor
don Fernando VII no sea proclamado por el voto libre, unánime y general de la Nación, prevaleció
no sólo por la pluralidad, sino casi por totalidad de los sufragios”. “Acta. Santafé de Bogotá, 26 de
julio de 1810”, en Ministerio de Cultura, Revolución del 20 de julio de 1810, pp. 85-86.
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y, finalmente, el viernes 27, decidió dividirse en secciones para dar mejor


cubrimiento a los asuntos de gobierno, dando así forma a una
institucionalidad que en nada mantenía ya la estructura normal de un cabil-
do hispanoamericano11 .
Actuando como Junta Suprema, lo que antes era el Cabildo de Santafé,
fue aprobada la salida de los virreyes de la capital, aunque en secreto pues
se hizo en contra de la opinión popular; se crearon nuevos cuerpos milita-
res y se reglamentaron las milicias; se autorizó la publicación del Diario
Político de Santafé de Bogotá; se reprobó la distinción entre europeos y
americanos; y, entre otras medidas, la Junta Suprema abolió el tributo indí-
gena, considerando que ellos sólo debían pagar lo que era reconocido y
común para todos los ciudadanos, además de poder ocupar cualquier cargo
público, ser condecorados, y quedar como propietarios de sus tierras, las
que, sin embargo, no podrían vender en los siguientes veinte años12 . Sin
embargo, sobre la base de la autoridad que consideraba le estaba investida
por haber asumido la representación del rey, la Junta Suprema tomó algu-
nas decisiones que no fueron bien recibidas en algunas de las otras seccio-
nes del Reino. Ejemplo de ello fue lo sucedido en la celebración de lo que
para esa época se denominaba Aniversario de la Conquista, el 6 de agosto
de 181013 : la Junta Suprema erigió en villas a las poblaciones de Zipaquirá,
Ubaté, Chocontá, La Mesa, Guaduas, Cáqueza, Tensa, Sogamoso,

11 Las secciones creadas fueron las siguientes: Negocios Diplomáticos interiores y exteriores;
Negocios Eclesiásticos; Gracia, Justicia y Gobierno; Guerra; Hacienda; y, Policía y Comercio.
Cada una de ellas conformada por varios vocales y un secretario. La Constitución feliz. Periódico
político y económico de la Capital del Nuevo Reino de Granada, Nº 1, Agosto 17 de 1810, en
Martínez y Ortiz, El periodismo, pp. 25-26.
12 Ibáñez, Crónicas, Tomo 2, pp. 444-445.
13 En realidad, es el día en que actualmente se celebra la fundación de la ciudad, pero no siempre ha
sido éste el motivo, aunque sí es de muy vieja tradición reconocer el 6 de agosto como un día
importante para Bogotá. En 1810 se celebró el aniversario de la conquista, lo que posiblemente
sea así ya de tiempo atrás. El Diario Político y Militar, en su relato del día 6 de agosto de 1810,
lo expresa sin duda: “Día 6 [agosto] Este día, que es el aniversario de la conquista, se solemnizó
con la asistencia en Cuerpo de la Suprema Junta. Toda nuestra caballería y la de la Guardia de
Honor que fue de los Virreyes se dejó ver armada en la carrera. La ceremonia fue de las más
solemnes y lucidas”. Diario político de Santafé de Bogotá, Nº 21, Noviembre 2 de 1810, en
Martínez y Ortiz, El periodismo en la Nueva Granada, 1810-1811, p. 170. Luego, desde
1814, esta fiesta se denominó de la religión, pues no era posible que los patriotas siguieran
celebrando la conquista de España. Gonzalo Hernández de Alba, Los árboles de la libertad,
Bogotá, Ed. Planeta. 1989, p. 171. Con esta denominación se mantuvo hasta muy tarde en el siglo
XIX, cuando sí se reconoció como celebración de la fundación de Bogotá.
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Turmequé y Chiquinquirá14 . Esto es, algunas de ellas dentro de los térmi-


nos tradicionales de la capital, pero otras bajo los de Tunja.
El papel de la Junta Suprema como organismo general de gobierno para
todo el Reino, al tiempo que consideraba que era la representante de los
fueros municipales de la capital, se mantuvo hasta el mes de noviembre de
1810. Todavía el mes anterior, ante la solicitud de un grupo de capitalinos a
la Junta Suprema para que estableciera una Junta provincial, respondió que
no era conveniente en forma alguna esta división. Ella consideró que lo pro-
cedente era organizar el gobierno de manera que, mediante la adecuada divi-
sión de poderes, se pudieran atender tanto las necesidades del territorio
nacional en calidad de capital, como las particulares de la provincia de
Santafé15 . Sin embargo, lo que la Junta no pudo evitar fue que de nuevo se
restableciera el Cabildo, dadas las peculiaridades de la administración de la
urbs. De hecho, la primera acta firmada por el Cabildo de Santafé como
entidad municipal republicana es del 12 de noviembre siguiente16 .
Separadas ya las dos instituciones, la Junta Suprema deliberó sobre la
mejor forma de organizarse. En este sentido, el criterio fue el de la división
de poderes, asunto discutido y aprobado desde el mes de octubre anterior.
De esta nueva organización vale la pena destacar que se invitó a los miem-
bros del restablecido Cabildo a participar en la Junta Legislativa17 . Aunque

14 Caballero, Diario, p. 82. El Diario Político y Militar complementa esta noticia señalando que
“éstas gracias al sacar hubieran valido a España más de cien mil pesos, que hubieran marchado
a las columnas de Hércules si hubiera permanecido el antiguo orden de cosas. La demarcación de
cada una de estas villas y lugares que deben quedar bajo su comprensión, se debe arreglar por un
geógrafo que ha resuelto la Suprema Junta destinar para que ejecute las divisiones, consultando
la comodidad de los pueblos y la más fácil administración de justicia”. Diario político de Santafé
de Bogotá, Nº 10, Septiembre 25 de 1810, en Martínez y Ortiz, El periodismo en la Nueva
Granada, 1810-1811, pp. 97-98.
15 “Leídas las representaciones en que piden varios individuos y vecinos de esta ciudad la creación
de Junta provincial, se acordó que siendo esta Junta provincial, y muy grandes los inconvenientes
que se siguen del proyecto de erigir otra Junta provincial, se deben contraer las miras de esta
Suprema Junta y los deseos de todas las personas ilustradas, a organizar lo más pronto que sea
posible el gobierno, de manera que dividiendo los poderes y haciendo fácil su ejercicio y
administración, se establezca y consolide en términos que, sin dejar de atender al glorioso
empeño de la reunión de las Provincias y felicidad de todo el Reino, que será el mayor triunfo de
la capital, se atienda y procure al mismo tiempo la felicidad interior del territorio o Provincia de
Santafé”. Diario político de Santafé de Bogotá, Nº 17, Octubre 19 de 1810, en Martínez y Ortiz,
El periodismo en la Nueva Granada, 1810-1811, p. 139.
16 Ibáñez, Crónicas, Tomo 2, p. 456.
17 Diario político de Santafé de Bogotá, Nº 26, Noviembre 23 de 1810, en Martínez y Ortiz, El
periodismo en la Nueva Granada, 1810-1811, pp. 200-202.
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todavía este gobierno proclamaba defender los derechos de Fernando VII, se


había completado la evolución de cabildo a organismo de gobierno ordena-
do bajo la división de poderes y con autoridad, al menos pretendida, sobre
todo el territorio del antiguo virreinato. Sin embargo, los cabildos de las de-
más ciudades también habían llevado una evolución similar o, al menos, no
todos estaban dispuestos a aceptar el dominio de Santafé. El problema del
centralismo, representado en la capitalidad de Santafé, quedó así planteado
desde antes que terminara el año de 1810.
De las actuaciones de la Junta Suprema de Santafé quedó una medida de
singular importancia para el gobierno y la administración de la ciudad. En
diciembre de 1810, la Junta dio a conocer el reglamento para la elección de
regidores. Según éste, quedó abolida la posibilidad de vender cargos concejiles
y los vecinos de las parroquias debían elegir los miembros de las juntas pro-
vinciales, las que, a su vez, serían las encargadas de la elección de los
regidores18 . Aunque bajo un sistema de elecciones de segundo grado y, en
realidad, sólo posible de realizar por reconocidos padres de familia, el paso
del control del cabildo a manos de los ahora denominados ciudadanos, fue
un paso fundamental, a la vez que lógico, en el proceso de organización de la
autoridad sobre la base de instituciones que pudieran ser reconocidas en su
legitimidad como ajenas a la monarquía absolutista. Así mismo, el sistema de
recurrir a la zonificación existente, las parroquias, que no reconocían límites
entre lo urbano y lo rural, dice que fue sobre esta sectorización, ya de larga
duración, que pudo arreglarse desde el espacio la nueva institucionalidad.
Esto último explica también la razón del disgusto que causó en muchas pro-
vincias la denominación de la Junta de Santafé como Suprema.

El fraccionamiento del dominio


No deja de ser importante señalar que en la denominada Acta de Indepen-
dencia, esto es, la que resultó del Cabildo Abierto del 20 de julio de 1810, se
indicó expresamente que el nuevo orden debía formarse sobre la base de la
libertad e independencia de las provincias: el sistema debía ser federativo y
la representación de las provincias quedaba establecida en Santafé, como
capital19 . Sin embargo, es evidente por lo que sucedió, el orden federal fue

18 Ibáñez, Crónicas, Tomo 2, p. 459.


19 “… se deposite en toda la junta el Gobierno Supremo de este reino interinamente, mientras la
misma Junta forma la Constitución que afiance la felicidad pública, contando con las nobles
Provincias, a las que en el instante se les pedirán sus Diputados, formando este cuerpo el
reglamento para las elecciones en dichas Provincias, y tanto éstas como la Constitución de
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puesto en cuestión por algunos y defendido a ultranza por otros: la guerra


civil se asomó por primera vez en el horizonte de la nueva república.
Cuando en las provincias se tuvo noticia de la expulsión del virrey Amar,
de la decisión de la Junta de Santafé de no aceptar la autoridad del Consejo
de Regencia, y de la prohibición de que el nuevo virrey en camino pasara de
Cartagena a la capital, se dio lugar a la posibilidad de poner en duda el dere-
cho que creía tener la antigua sede virreinal para seguir controlando los des-
tinos de todos los habitantes del país. En este sentido, Cartagena transformó
su Cabildo en Junta independiente, paso que fue seguido por Santa Marta,
Antioquia, Chocó, Neiva, Mariquita, Pamplona, el Socorro, Casanare y Tunja;
en algunas provincias, unas de sus villas fueron aún más lejos, como la de
Girón, que quiso organizarse en república independiente. Pero no todas acep-
taron el paso hacia la independencia: Panamá, Riohacha y Popayán se decla-
raron realistas20 . De esta manera, el conflicto comenzó a prepararse no sólo
entre federalistas y centralistas sino, al mismo tiempo, de una parte, entre
estos y los realistas y, por otra, entre las ciudades subalternas y las capitales
de provincia. Santafé quedó en el centro de este torbellino político.
Con el fin de oponerse a la convocatoria realizada el 29 de julio de 1810
por Santafé, para celebrar el Congreso mencionado en el acta del 20 de julio,
Cartagena envió, el 19 de septiembre siguiente, un manifiesto a todas las
provincias invitándolas, primero, a nombrar diputados para un congreso ge-
neral; segundo, a que dicho congreso se formara bajo el sistema federal; y,
tercero, a que dicho congreso se reuniera en Medellín, por ser más central y
de mejor clima que la capital. Los efectos de este manifiesto fueron
devastadores para la pretensión de Santafé de seguir manteniendo su domi-
nio sobre todo el territorio del antiguo virreinato21 . Aunque dicho congreso
en Medellín nunca se celebró, el manifiesto de Cartagena tuvo el doble im-
pacto de sabotear el convocado por Santafé y de soliviantar los ánimos sepa-
ratistas en las provincias y en las ciudades.
Siguiendo a Restrepo en su descripción de la situación durante los meses
finales de 1810, queda claro el resquebrajamiento del ordenamiento territo-
rial que había imperado bajo la dominación española: de una parte, algunas

Gobierno deberán formarse sobre las bases de libertad e independencia respectiva de ellas,
ligadas únicamente por un sistema federativo, cuya representación deberá residir en esta capital,
para que vele por la seguridad de la Nueva Granada...”. “Cabildo Abierto del 20 de Julio de 1810.
Acta de Independencia”, en Ortega Ricaurte, Cabildos de Santafé, pp. 283-284.
20 Restrepo, Historia de la Revolución, tomo 1, p. 142.
21 Ibíd., p. 147.
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ciudades, como Nare o Sogamoso, se erigieron en provincias y se declararon


independientes de España por derecho propio; por otra parte, esas mismas
ciudades u otras negaron el derecho de sus capitales de provincia a seguir
gobernándolas, como fue el caso de Mompox respecto de Cartagena, Girón
de Pamplona, Cali de Popayán, Ambalema de Mariquita, o Nóvita de Citará;
finalmente, algunas otras ciudades sí manifestaron su deseo de unirse a
Santafé22 .
Los miembros de la Junta Suprema quisieron poner orden en esta situa-
ción y para ello aprovecharon la presencia de algunos diputados provinciales
en la capital. En el claustro de la Enseñanza se reunió el que, según la convo-
catoria del 29 de julio, debía ser un Congreso Constituyente. Era el 22 de
diciembre de 1810 y sólo estaban presentes los diputados de 6 de las 15
provincias que conformaban el reino: Socorro, Neiva, Pamplona, Mariquita,
Nóvita y, por supuesto, Santafé. Lo peor, sin embargo, es que esta Asamblea
se disolvió dos meses después sin establecer acuerdo alguno. Es importante
anotar que el mayor problema de esta Asamblea no fue sólo la ausencia de
muchas de las provincias sino, también, el duro enfrentamiento de compe-
tencias que se produjo entre dicho Congreso y la Junta Suprema23 .
Dado el fracaso del primer congreso constituyente, la Junta Suprema terminó
reconociendo a los habitantes de la provincia de Santafé el derecho a darse su
propia constitución. Esta determinación era, desde luego, de claro fundamento
federalista. De esta manera, el 27 de febrero de 1811 se reunió lo que hoy se
conoce como Colegio Constituyente24 . Esta asamblea declaró que la Junta Su-

22 Ibíd., pp. 149-150. Todas las Juntas organizadas bajo esta situación tendieron, sin embargo, a
dictar medidas semejantes. Al respecto, dice Restrepo que “todas o la mayor parte abolieron los
estancos de tabaco y aguardiente de anís, los tributos de los indios y otras contribuciones menos
importantes, sin sustituir en su lugar ningún impuesto. Por consiguiente en algunas provincias
muy pronto comenzó a sentirse el vacío que dejaban las rentas suprimidas, pues no había con qué
pagar los sueldos de los empleados en las juntas ni en los demás ramos”. P. 150.
23 Al respecto afirma Uribe Vargas que “el conflicto entre el Congreso y la Junta Suprema surgido
de la rivalidad y el celo entre los componentes de ambos Órganos, llevó a disolver al Congreso
dos meses después de instalado... De este fracaso inicial, nació la decisión de la Junta Suprema
de Santafé, en el sentido de erigirse en Colegio Constituyente de Cundinamarca, e integrar una
comisión que se encargara de redactar el proyecto de Carta Fundamental...”. Diego Uribe Vargas,
Las Constituciones de Colombia, tomo 1, Madrid, Eds. Cultura Hispánica, 1977, p. 59.
24 La forma como se convocó esta asamblea es particularmente interesante para entender el modo
como una civitas particular funciona en época de crisis: “al día siguiente [19 de febrero] se congregaron
los padres de familia de la capital y se reunieron en sendos edificios de los cuatro barrios, con el
objeto de hacer la elección de miembros del Colegio Constituyente”. Ibáñez, Crónicas, tomo 2, p.
462. Ver, igualmente, Restrepo, Historia de la revolución, tomo 1, pp. 160-161.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 895

prema debía cesar en su autoridad, para trasladarla a un nuevo Cuerpo Ejecutivo.


Este gobernaría sobre el territorio de la antigua provincia que, a partir de ahora,
se denominaría Estado de Cundinamarca. El 30 de marzo se firmó la Constitu-
ción de Cundinamarca, la que fue promulgada el siguiente 4 de abril25 .
Desaparecido el primer intento centralista y convertida, por ello, la Junta
Suprema de Santafé en un organismo con jurisdicción sólo en Cundinamarca,
se abrió el camino para un pacto federal. En Santafé se hallaban presentes
los diputados de las provincias de Cundinamarca, Cartagena, Antioquia, Tunja,
Pamplona, Neiva y el Chocó. Sin embargo, un hecho de importancia cambió
de manera dramática la coyuntura política: en septiembre de 1811, Antonio
Nariño asumió el control político de Cundinamarca, frenando así la tenden-
cia federalista que este Estado había defendido poco antes26 . De esta manera,
aunque la reunión de los diputados de los 7 Estados llegó finalmente a la
redacción definitiva del Acta de Federación, el 27 de noviembre de 1811, y
con ella se dio lugar a las Provincias Unidas de la Nueva Granada, los
diputados de Cundinamarca y Chocó se negaron a aprobarla27 . Dos entida-
des políticas quedaron así vigentes: Cundinamarca, representando el centra-
lismo y la capitalidad en Santafé y, las Provincias Unidas, radicalmente
federales, sin Cuerpo Ejecutivo y sin sede definida donde reunir la represen-
tación de las provincias: el Congreso, según la denominación empleada en
dicha Acta. Consecuencia de esta medida, fue el hecho de que las provincias
iniciaran la pronta redacción de sus cartas constitucionales28 .
A partir de ese momento, la guerra civil fue sólo cuestión de tiempo. Y en
ella, la toma de Santafé se convirtió en el objetivo principal. De una parte,
controlar la capital era objetivo de los federalistas pues implicaba derrocar el

25 El texto completo de la Constitución en Uribe Vargas, Las Constituciones, tomo 1, pp. 307-364.
26 Estos hechos son bastante conocidos; para una síntesis de los mismos, ver Restrepo, Historia de
la Revolución, tomo 1, pp. 182-189; Ibáñez, Crónicas, tomo 2, pp. 476-481.
27 El texto del Acta de Federación en Uribe Vargas, Las Constituciones, tomo 1, pp. 365-386. En
el artículo 6º del Acta se expresa que “las provincias unidas de la Nueva Granada se reconocen
mutuamente como iguales, independientes y soberanas, garantizándose la integridad de sus
territorios, su administración interior y una forma de gobierno republicano. Se prometen
recíprocamente la más firme amistad y alianza, se juran una fe inviolable y se ligan con un pacto
eterno, cuanto permite la miserable condición humana”. En el artículo 7º se expresa que “se
reservan pues las provincias en fuerza de sus derechos incomunicables: 1º La facultad de darse
un gobierno como más convenga a sus circunstancias, aunque siempre popular, representativo y
análogo al general de la Unión... 2º La policía, el gobierno interior y económico de sus pueblos,
y nombramiento de toda clase de empleados; 3º La formación de sus códigos civiles y criminales...”
pp. 366-367.
28 Los textos de algunas de ellas se encuentran en el tomo 1 de la cita obra de Diego Uribe Vargas.
896 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

centralismo que se hizo fuerte en ella, dando así fin a lo que consideraban
odiosa preeminencia mantenida por más de dos siglos y medio; de otra parte,
conservar a Santafé como capital de Cundinamarca significaba para los cen-
tralistas apoyar sus ideas tanto con la riqueza en hombres y productos que la
caracterizaba como en el valor simbólico que tenía por haber sido la capital
reconocida de toda la Nueva Granada.
Los sucesos de 1812 condujeron a la primera batalla por Santafé. El con-
vencimiento inicial de la fortaleza política y militar de los centralistas se fun-
daba en los numerosos regimientos que se habían formado en la capital durante
el segundo semestre de 1810, los que permitieron la victoria sobre los realis-
tas del Cauca por parte del ejército capitalino comandado por Antonio Baraya;
las acciones emprendidas con éxito contra las ciudades patriotas del Socorro,
San Gil y Vélez; y la expedición que el mismo Baraya dirigió a comienzos
del mes de marzo contra los realistas apostados en Cúcuta y los federalistas
refugiados en Tunja. Pero la división definitiva entre las dos facciones, que
motivó el traslado del Congreso a Ibagué y luego a Villa de Leiva, convir-
tiéndose así en capital provisional de las Provincias Unidas, motivó la prime-
ra guerra civil de nuestra historia29 . De corta duración, dos meses, y con
pocos enfrentamientos armados, terminó en el difícil Tratado de Santa Rosa,
celebrado el 30 de julio, poco favorable para los centralistas30 .
En el desarrollo de lo dispuesto por el mencionado tratado, el 4 de octubre
de 1812 se inició en Villa de Leiva la reunión del Congreso con la presencia
de diputados por Cundinamarca. Los resultados fueron desastrosos para la
unidad: Cundinamarca renunció a formar parte del pacto federal. Los dos
bandos se prepararon de nuevo para la guerra. De una parte, El Congreso,
fortalecido con el paso a sus filas de Baraya, Joaquín Ricaurte, Francisco de
Paula Santander, Atanasio Girardot y otros destacados oficiales que inicia-
ron sus carreras en el ejército capitalino, inició sus preparativos para marchar
sobre la capital; de otra parte, Antonio Nariño organizó una expedición mili-
tar y el 9 de noviembre salió de Santafé hacia las provincias del norte. La
derrota de Nariño en el Alto de la Virgen, cerca de Ventaquemada el 2 de
diciembre, hizo inevitable el avance de las tropas federales hacia la capital31 .

29 Una síntesis de lo sucedido en 1812, escrita por un testigo de los hechos, se encuentra en
Caballero, Diario, pp. 107-112.
30 Restrepo, Historia de la Revolución, tomo 1, pp. 218-220. El texto del Tratado de Santa Rosa en
Groot, Historia eclesiástica y civil, tomo 3, pp. 638-640; ver, igualmente, el capítulo 50 de este
tomo de la obra de Groot.
31 Restrepo, Historia de la Revolución, tomo 1, pp. 262-263; Groot, Historia eclesiástica y civil,
tomo 3, pp. 276-278.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 897

Durante las semanas siguientes se fortificaron las entradas de la ciudad


y se hicieron permanentes los entrenamientos militares. Estos fueron pre-
parativos para una acción que los habitantes creían desastrosa por la fuerza
que traía el ejército de las Provincias Unidas32 . Desde mediados de diciem-
bre la capital quedó sitiada. Las tropas federales, bajo el mando de Baraya,
se desplegaron en una línea que iba desde Usaquén hasta el río Tunjuelo
por los lugares de Suba, Fontibón y Bosa, círculo que cerró Atanasio Girardot
el siguiente 5 de enero, pues se hizo a la altura de Monserrate, apenas
resguardada por unas piezas de artillería. El 9 de enero de 1813 se dio la
Batalla de San Victorino. Aunque dos días antes las tropas de Nariño ha-
bían tenido éxito en Usaquén, todos en la ciudad temían lo peor; sin em-
bargo, ¡triunfaron!33
Santafé victoriosa implicaba que su radio de influencia debía ampliarse y
fortalecerse. El 6 de febrero se reunió la Representación Nacional, dirigida
por Nariño, la que dispuso, primero, la formación de una Junta Central, con-
formada por diputados de cada provincia en razón de uno por cada 50.000
habitantes; y, segundo, emprender una campaña de exterminio contra el Con-
greso, esto es, los representantes del régimen federal de las Provincias Uni-
das. A mediados de febrero salieron con este fin comisionados hacia las
provincias de Antioquia, Cartagena, Popayán y los Llanos Orientales. De
esta manera, parecía que el único problema que quedaba por resolver era la
presencia de los fuertes enclaves realistas en el Cauca y en Santa Marta. En
esta dirección se encauzaron las acciones del gobierno de Santafé: desde
mediados de año se inició la preparación de la expedición a Popayán, la cual
por supuesto dirigiría Nariño.
Derrotada, la facción federalista estaba en repliegue. Sin embargo, la ten-
dencia de las diferentes provincias a organizarse de manera autónoma no
perdió momento con el triunfo de Santafé. De hecho, 1813 y 1814 fueron los
años de las declaraciones de independencia absoluta, siendo la de
Cundinamarca apenas una entre las demás. Si bien es cierto que los
cartageneros habían tomado esta decisión desde el 11 de noviembre de 1811,
el movimiento general se dio a partir de julio de 1813, cuando el 16 de este

32 “Corría la especie de que Baraya no dejaría ‘piedra sobre piedra’. El terror había llegado a su
colmo. Los habitantes todos se creían expuestos a un saqueo, y corrían rumores siniestros sobre
lo que pudiera suceder con respecto a ultrajes a las mujeres y a las monjas. Los numerosos
templos estaban abiertos y daban acceso a muchos que creyendo llegados sus últimos momentos,
buscaban el amparo de la Providencia”. Ibáñez, Crónicas, tomo 3, p. 43.
33 Caballero, Diario, pp. 117-123.
898 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

mes Nariño sancionó el acta correspondiente a Cundinamarca. Pocos días


después, el 11 de agosto, Juan del Corral, dictador en Antioquia, promulgó
la independencia absoluta de esta provincia, seguido el 10 de diciembre por
la de Tunja, el 8 de febrero de 1814 por Neiva y el 26 de diciembre de 1814
por Mariquita. Con relación a la declaración de Independencia de
Cundinamarca, se aprovechó la celebración del tercer aniversario del 20 de
julio de 1810 para que todas las corporaciones e instituciones presentes en la
ciudad realizaran su juramento a la libertad34 .
Los meses siguientes, a partir de la salida de Nariño a la Campaña del Sur
el 23 de septiembre, fueron de expectativa y relativo retorno a la rutina de la
vida urbana. Los oficiales y muchos saldados del ejército federalista se ha-
bían enrolado bajo el comando de Simón Bolívar, quien en mayo de 1813
había salido de Cúcuta hacia Caracas, donde llegó triunfante el siguiente
mes de agosto. De esta manera, los centralistas hacia el sur y los federalistas
hacia Venezuela, permitieron unos meses de sosiego en Santafé, los que se
convirtieron en fiesta al saber de los triunfos de Nariño y de Bolívar. Pero,
los sucesos que comenzaron a ocurrir desde mediados de 1814 dieron fin a
este período de tregua. De una parte, a mediados de junio se supo en la
capital la derrota de Nariño en los ejidos de Pasto y su encarcelamiento por
los realistas; de otra parte, en agosto sufrió Bolívar una derrota contundente,
la que lo obligó a regresar a la Nueva Granada; finalmente, en Tunja, cobró
fuerza de nuevo la facción federalista y reformó el régimen de gobierno pres-
cindiendo para ello de Cundinamarca. Las derrotas avivaron las facciones,
conformándose de nuevo dos gobiernos con pretensiones soberanas. De nuevo
se llegó a la inevitable decisión de someter a Santafé.
La segunda batalla por la capital cobró forma durante el mes de noviem-
bre de 1814. Bolívar se presentó al gobierno de Tunja a rendir informe de su
campaña en Venezuela y se puso a las órdenes de esta facción, la que tomó la
decisión de reducir a Santafé por las armas35 . La primera semana de diciem-
bre fue de preparativos para la defensa de la capital. El 8 de diciembre co-

34 “... Después se hizo el juramento de independencia; el primero que juró fue el Sr. Presidente, en
manos del Secretario; y de ahí, fueron jurando todas las Corporaciones, Prelados, eclesiásticos,
Colegios, Síndicos y Cabildos eclesiástico y secular y todos los demás (sic) Después salieron a
Palacio, y mandó el Sr. Presidente meter la bandera del Batallón de Patriotas, que tenía las armas
reales, y las cortaron. Todas las tropas hicieron el juramento de Independencia y en señal un
general descargue, a que respondió la artillería. A la tarde hubo toros y a la noche comedia”.
Caballero, Diario, p. 140.
35 Para un examen de estos sucesos, ver Restrepo, Historia de la Revolución, tomo 1, pp. 372-378.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 899

menzó la toma de Santafé, la que duró hasta el siguiente día 12. En esta
ocasión, los capitalinos perdieron la batalla36 .
Bolívar, triunfante en Santafé, generó el espacio político necesario para
que se reunificara de nuevo el régimen, ahora claramente bajo el dominio del
Congreso, esto es, los federalistas37 . El 14 de enero de 1815 salieron tropas
en ruta hacia Santa Marta. Bajo el mando de Bolívar, ellas tenían el encargo
de someter los reductos realistas en la Costa del Caribe. Todo este esfuerzo
concluyó en la salida de Bolívar hacia Jamaica el 8 de mayo, luego de haber
sitiado por un mes y sin éxito la ciudad de Cartagena y de conocer la noticia
de la llegada a Venezuela de la expedición española comandada por Pablo
Morillo. Los rápidos triunfos de los españoles, conocidos prontamente en
Santafé, debilitaron la unidad política obtenida a comienzos del año, situa-
ción que se hizo crítica cuando llegó la noticia de la caída de Cartagena el 6
de diciembre de 1815. A partir de este momento comenzó la desbandada del
primer régimen republicano.
Los meses iniciales de 1816 fueron aciagos para los santafereños. Mu-
chos de ellos, cansados por los años de guerra y temiendo lo peor, se prepa-
raron para la llegada de los españoles38 . Tanto el gobierno general como el
Cabildo de Santafé prepararon comunicados de capitulación para tratar de
salvar la capital39 . Pablo Morillo entró en Santafé el 26 de mayo de 1816. No
hubo oposición alguna a los invasores, todo lo contrario, se los recibió como

36 Una descripción detallada de las acciones en esta segunda toma de Santafé se encuentra en
Caballero, Diario, pp. 165-168.
37 “Fueron considerables los frutos de la Victoria y pacificación de Santafé. Dos mil fusiles, más de
cuatrocientos pares de pistolas... Reconocióse al congreso y al gobierno general por el presidente
Alvarez y por todas las demás autoridades de Cundinamarca. En consecuencia la casa de moneda
y otros recursos pecuniarios y militares quedaron a disposición del mismo congreso. Lo principal
era la unión y la fuerza física y moral que debía adquirir la República, desapareciendo los
gérmenes de una guerra civil fratricida; esta había hecho perder miserablemente cuatro años de
revolución y la más bella oportunidad para consolidar la Independencia”. Restrepo, Historia de
la Revolución, tomo 1, p. 378.
38 “... y cada cual tratando de ver cómo se acomodaba con los que venían: en el reverso de la
escarapela tricolor tenían la cifra de F. VII para volverla al otro lado al momento de la entrada, y
en las casas las armas del Rey pintadas en papel para fijarlas a ese mismo tiempo en la puerta de
la calle”. Groot, Historia eclesiástica y civil, tomo 3, p. 477.
39 “El Congreso expidió dos decretos sucesivamente para que el Presidente Madrid negociase unas
capitulaciones con el Jefe español, al fin de obtener algunas seguridades y evitar males a los
pueblos, ya que era imposible la defensa. El Cabildo de Santafé extendió un acta con el mismo
objeto y mandó a su Síndico Procurador cerca del presidente para que instase sobre ello”. Groot,
Historia eclesiástica y civil, tomo 3, p. 482.
900 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

héroes triunfantes40 . Pero Morillo entró de noche y casi desapercibido, gesto


intencional con el que quiso desairar a la capital41 . De nuevo la ciudad fue
objeto de control por parte de ejércitos de ocupación, la segunda vez en poco
menos de dos años.
Esta situación se mantuvo sin variación hasta el 7 de agosto de 1819, día
en que los santafereños celebraron la victoria sobre los ejércitos españoles de
ocupación. Bogotá, llamada ahora así por decreto, trató de mantener el do-
minio sobre las demás provincias, pero faltaban aún muchos decenios para
que el centralismo pudiera reinar sin discusión.

Las obras y los días


A comienzos de 1811 la capital ya era comúnmente denominada Santafé
de Bogotá. La certeza de que algo había cambiado estaba en la mente de los
habitantes, los cuales desde fines del año anterior comenzaron a ser recogi-
dos en los registros de la ciudad bajo la calificación de ciudadanos. Es cierto,
como vimos en los apartes anteriores, que esta época fue de alegría y de
tribulación, pues de la celebración de los triunfos se pasaba a la agonía de las
derrotas. Sin embargo, la vida tenía que seguir y el funcionamiento de la
ciudad así lo reclamaba.
Es importante anotar la capacidad del Cabildo para hacer tránsito, sin solu-
ción de continuidad, entre diferentes regímenes: luego de su restablecimiento
al separarse de la Junta Suprema en noviembre de 1810, esta institución quedó
de nuevo sumida en las tareas administrativas que heredó de los siglos anterio-
res; además, permaneció sometida a las injerencias del gobierno central, como
si nada hubiera cambiado. En este sentido, no fue el ayuntamiento de origen
colonial el organismo que trazó el nuevo proyecto de ordenamiento ciudada-

40 Sabiendo que el general Morillo se aproximaba desde Zipaquirá, el 23 de mayo “se había puesto
arcos triunfales desde San Diego hasta la plaza, que se pusieron treinta fuera de los cuatro de las
esquinas de la plaza, que eran de cuatro caras, y una media naranja encima, vestidos de blanco; los
demás eran unos de laurel, otros de olivo, otros de flores, otros pintados, en fin, todos diferentes
y con banderitas, y en ellas vítores y versos al Rey de España, al General y demás tropas
españolas, y así mantuvieron puestos hasta el jueves 30, día de San Fernando”. Caballero,
Diario, p. 214.
41 Estas fueron, según Ibáñez, las palabras de Pablo Morillo al responder a los reclamos de los
santafereños: “–Señores –les dijo: no extrañen ustedes mi proceder. Un general español no puede
asociarse a la alegría, fingida o verdadera, de una capital en cuyas calles temía yo que resbalase
mi caballo en la sangre fresca aún de los soldados de Su Majestad, en que ellos hace pocos días
cayeron a impulsos del plomo traidor de los insurgentes parapetados en vuestras casas. Ibáñez,
Crónicas, tomo 3, pp. 180-181.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 901

no. Su tarea fue y siguió siendo la de mantener la ciudad en policía y funcio-


nando en cuanto abastos, precios, salubridad, educación, aseo, además de or-
ganizar las celebraciones que, sin contar las religiosas que no sufrieron cambio
alguno, fueron las de origen patriota como el 20 de julio o realista, como las
que desde 1816 realizaron nuevamente en honor del rey y su esposa.
Sin duda, el Cabildo concentró una gran capacidad de poder durante los me-
ses que rodearon, en Santafé, los hechos del 20 de julio. Sin embargo, la natura-
leza de esa autoridad no provino realmente de las características de la entidad,
sino del hecho de ser el reducto criollo cuando las otras esferas de gobierno
estaban controladas por el dominio imperial. Desaparecido ese monopolio y re-
emplazadas las autoridades, el Ayuntamiento no tuvo otra dirección que la de
retornar a su verdadera razón de ser: regular la civitas y administrar la urbs.
Desde luego, durante esos años se operaron algunos cambios de importancia,
como el mencionado régimen de elecciones para regidores. Pero, para que la
naturaleza de esta institución realmente cambie, debemos esperar que sea la civitas
la que se transforme y eso, en la Colombia del siglo XIX, tomará muchos más
decenios de los que los ciudadanos de 1810 podían prever.
Por eso no es difícil entender la continuidad que encontramos en el Cabil-
do, luego de superada la toma del gobierno por los criollos. Algunos ejem-
plos nos pueden ilustrar esta situación. El ayuntamiento se siguió renovando
el primero de enero: el de 1811 se inició con la misma ceremonia que venía
repitiéndose todos los años desde hacia ya más de dos siglos; sólo que ahora
no era el virrey quien imponía o vendía cargos o el propio cabildo que, por
cooptación, se legitimaba a sí mismo. Por el contrario, hubo elecciones con
participación de los habitantes habilitados para tal fin por la ley. Pero esto no
cambió el principio de elegir dos alcaldes, el de primer y segundo voto, ni
transformó su función principal: ejercer como jueces de primera instancia42 .
De entre las cenizas del Archivo del Cabildo fue posible rescatar las actas
de la Junta Municipal de Propios43 . Estas actas nos permiten comprobar que

42 “El Cabildo popular eligió Alcaldes a don Andrés Otero y a don Antonio Leiva, Capitán de
Milicias, ambos americanos, y opinó que en las demás poblaciones no debía haber sino un solo
Alcalde, en vez de dos, como se usaba en el régimen colonial”. Ibáñez, Crónicas, tomo 2, p. 460.
43 Los archivos del cabildo desaparecieron en 1900 con el incendio del edificio que los guardaba.
Por esta razón, hoy solo se conocen copias de las actas y otros documentos del ayuntamiento que
por diversas razones reposaban en otras oficinas. Este es el caso del Libro de Actas de la Junta
Municipal de Propios, que recoge lo actuado en esta materia desde los últimos años del siglo
XVIII hasta bien entrado el decenio de 1820. Concejo Municipal de Bogotá, Actas de la Junta
Municipal de Propios de Santafé de Bogotá, 3 Vols., Bogotá, Eds. Del Concejo, 1938.
902 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

el origen de los recursos que debía recoger y administrar el Ayuntamiento


siguió siendo el mismo: la renta proveniente de los denominados propios y el
dinero recolectado por el pago de impuestos y otros derechos. Esta Junta
dejó de funcionar desde fines de 1809 y hasta diciembre de 1813, cuando el
Cabildo la restableció; sin embargo, todo indica que el ayuntamiento siguió
nombrando Mayordomo durante ese período y, por lo tanto, la ciudad nunca
dejó de tener un responsable directo de sus bienes y rentas44 .
Merece la pena ilustrar la persistente continuidad que manifestó el Cabil-
do mediante dos ejemplos tomados de lo realizado por la mencionada Junta
Municipal de Propios. El primero hace referencia a un modo de proceder
que se mantuvo a pesar de los cambios de régimen: en la sesión del 14 de
abril de 1809, todavía bajo el virreinato, mandó la Junta que por pregón se
rematase el ramo de propios “en junto o en particular”, el cual incluía, entre
otros, ejidos, pulperías, mercaderes, cerdos, aguas, carnicerías; en la sesión
del 21 de febrero de 1815, esto es, casi seis años después y bajo el gobierno
de las Provincias Unidas, la Junta acordó que se pregonaran todos los ramos
de propios para rematarlos “en junto o en particular”; finalmente, el 17 de
diciembre de 1816, ahora de nuevo bajo el dominio español, la Junta decidió
rematar, por pregón, la renta total de propios45 . El segundo ejemplo manifies-
ta la adaptabilidad del Concejo a dichos cambios de régimen: en 1816, cuan-
do entró a la ciudad Pablo Morillo a la cabeza del ejército de ocupación, la
Junta de Propios pagó la totalidad de los gastos que el Cabildo había realiza-
do para celebrar tan importante suceso46 .
Un hecho que igualmente revela la permanencia de la que es capaz una
ciudad en tiempos de crisis, es la continuación de las actividades de cons-
trucción y mejora en su utillaje. En este sentido, es un buen ejemplo lo reali-

44 “En la ciudad de Santafé, a diez y ocho de diciembre de mil ochocientos trece, Nos la Junta
Municipal de Propios, habiéndose restablecido conforme a lo ordenado por el Muy Ilustre
Cabildo y habiendo éste reasumido sus antiguas e imprescriptibles prerrogativas y hallándose en
el lleno de sus funciones, como una de ellas sea la de la cuenta y razón, aumento de sus rentas,
como la Junta sea erigida para este fin... acordaron dichos señores... que el Mayordomo presente
la cuenta general que es de su cargo del año 812, que debió haberlo hecho en el mes de enero del
año que expira...”. Concejo, Actas de la Junta, tomo 2, p. 77.
45 Concejo, Actas de la Junta, tomo 2, p. 52, 113 y 152.
46 “En la ciudad de Santafé, a diez y siete de diciembre de mil ochocientos diez y seis, los señores
que componen la Junta de Propios se reunieron a despachar los asuntos ocurrentes; y leídas las
solicitudes de que se paguen varias cantidades como suplidas para la entrada del Excmo. Sr.
General en Jefe, don Pablo Morillo y su segundo Miguel de La Torre, y otros gastos, se decretó
se pagase por el señor Mayordomo de Propios luego que tuviese fondos para ello...”. Concejo,
Actas de la Junta, tomo 2, pp. 169-170.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 903

zado con la Iglesia Catedral. Luego del traslado de los oficios a la iglesia de
San Carlos en 1805, los trabajos de demolición de lo que había sido la terce-
ra catedral se iniciaron en 1806 y los de construcción de lo que sería la cuarta
empezaron el 11 de febrero de 1807. Al año siguiente ya estaban cerrados
los primeros arcos de la nave sur y, en septiembre del mismo 1807, se derribó
la fachada; un año después, en octubre de 1808, se comenzó a construir la
torre del lado norte; tres meses más tarde, en febrero, se demolió el presbite-
rio, lo que implicó abrir la tumba de Gonzalo Jiménez de Quesada; en sep-
tiembre de 1809 cerraron la puerta sur, en octubre terminaron la puerta
principal y en noviembre ya estaba concluida la media naranja y se había
colocado una cruz encima de ella; para la fecha ya estaba concluida la pared
del fondo, correspondiente a la capilla de la Virgen del Topo. No hay noti-
cias relativas a 1810 y 1811 pero, sin duda, las obras continuaron pues a la
muerte de Domingo Petrés el cuerpo de la iglesia ya estaba concluido. El
Maestro Nicolás León quedó, entonces, encargado de continuar la obra. El
primero de octubre de 1814 quedó colocada la cruz sobre el farol de la torre
norte de la catedral; el 11 de noviembre del mismo año fueron colocadas tres
campanas en la nueva torre de la catedral y al día siguiente la campana gran-
de. El 28 de junio de 1815 se colocó el reloj en la torre de la Catedral; el
siguiente 20 de julio se colocó la puerta central y el 5 de agosto se puso una
cruz de oro sobre dicha puerta; pocos días después, el 16 de agosto, fue
puesto el cojín, tiara y llaves de San Pedro sobre la mencionada cruz. En
diciembre se concluyó el farol de la segunda torre de la misma iglesia y,
sobre él, se puso el báculo, mitra y palio. Al fin esta obra, a pesar de los
aciagos años que transcurrieron entre 1810 y 1819, se concluyó y fue nueva-
mente consagrada el 19 de abril de 182347 .
Finalmente, vale la pena detenernos al menos en la enumeración de algu-
nos sucesos urbanos que, en su conjunto, nos permiten conjeturar el modo
como los ritmos de la vida en la urbs manifiestan una velocidad y, con fre-
cuencia, un sentido totalmente diferente al de los hechos propiamente políti-
cos de la civitas. Examinemos, entonces, algo de lo ocurrido entre 1813 y
1819.

47 Eduardo Posada, Narraciones, 2da. Edición, Primera Edición de 1906, Bogotá, Villegas Eds.,
1986, pp. 218-219. Este autor expresa que en 1816 “eran entonces los días de la magna guerra,
y los trabajos, sin embargo, no se interrumpían. Cuando Morillo entró a Bogotá, ahí estaba el Sr.
Caycedo en su labor”. P. 219. Un detallado escrito sobre la obra de la Catedral y fuente de
posteriores estudios es el de Fernando Caycedo y Florez, Memorias para la Historia de la
Santa Iglesia Metropolitana de Santafé de Bogotá, capital de la República de Colombia,
Bogotá, Imp. De Espinosa, 1824.
904 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

La celebración de las carnestolendas se siguió realizando sin interrupción


alguna. Las del año 1813 fueron particularmente célebres pues se asociaron
al triunfo de la ciudad sobre el ejército de las Provincias Unidas. Este carna-
val, que terminaba el miércoles de Ceniza, daba lugar al cerramiento de la
plaza mayor para las corridas de toros y se acompañaba, además de las nece-
sarias celebraciones religiosas, de carreras, bailes y banquetes48 .
Los capitalinos lloraron el 19 de marzo de 1814 la muerte de don Melchor,
el Loco, personaje de la época, músico de profesión, que dormía en los za-
guanes, se bañaba en las pilas y por las mañanas predicaba en las calles,
algunas veces profetizando que la república caería por el mal comportamien-
to de sus funcionarios; el 16 del mismo mes se adelantaron arreglos en la
iglesia de Las Nieves; el 23 sufrió el sur de la ciudad los embates de una
fuerte crecida del río San Agustín, la que dejó tres ahogados, inservible el
puente de Lesmes, inundado todo el sector y seriamente dañada la ermita de
Las Cruces, la cual comenzó a ser reparada el 27 de octubre. Dos días des-
pués, un temblor de tierra atemorizó a los capitalinos, situación que se repitió
diariamente hasta el 23, lo que obligó a que los santafereños recurrieran de
nuevo a sus rogativas a San Francisco de Borja. El 24 de noviembre coloca-
ron en la iglesia de santo Domingo un altar nuevo dedicado a Santa Bárbara.
El 26 de marzo de 1815 se inauguró la gallera nueva y el 20 de abril se dio
inicio a las obras del altozano de la Catedral. Al día siguiente, en Chapinero,
se colocó la primera piedra de la que sería una nueva capilla, la cual todavía
estaba en pie a comienzos del siglo XX49 .
La toma de Santafé por parte de los ejércitos españoles, en mayo de 1816,
no significó un cambio de importancia en cuanto a las actividades de mejoras
materiales en la ciudad. Lo único es que los que trabajaban en ellas fueron
ahora los patriotas, nuevos prisioneros de las muchas cárceles que se tuvie-
ron que abrir en Santafé. Durante la estadía de Morillo en la capital, de mayo
a noviembre, además de tener que atender la epidemia de viruelas que se
presentó durante el mes de junio a consecuencia de la llegada de los soldados
españoles, el 7 de julio se comenzó a empedrar la plazuela de la Artillería; el
29 del mismo mes se dio inicio a la construcción del puente del Carmen

48 Caballero, Diario, pp. 131-132. Un ejemplo de lo sucedido es lo que narra para el día lunes 1 de
marzo de 1813, segundo de carnestolendas: “Hoy se repitieron las carreras en obsequio de los
diputados; se jugaron 7 toros algo buenos; en uno de ellos se montó un toreador vestido de mujer
y a la noche baile en el Coliseo”.
49 Todas las noticias recogidas en este párrafo y en los siguientes provienen de los citados libros de
Ibáñez, Caballero, Restrepo y Groot.
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 905

sobre el río San Agustín y a la reconstrucción del de Lesmes, una cuadra


abajo del anterior; el 9 de agosto comenzaron las obras para el empedrado de
la plaza mayor; otro puente, ahora sobre la quebrada de San Juanito, a la
altura de la carrera 6ª, se construyó entre el 14 de agosto y el 12 de septiem-
bre; y, entre otras actividades, varias calles fueron empedradas durante estos
meses. Morillo mandó establecer una maestranza en el antiguo local del par-
que de artillería y obligó a que mediante la creación de una Junta de Benefi-
cencia y Caridad, se atendiera a los españoles enfermos, se surtiera los
hospitales militares y se cosieran los uniformes de los oficiales y soldados de
Su Majestad. El Coliseo se convirtió en uno de los lugares preferidos del
ejército de ocupación, con Morillo a la cabeza y ocupando el palco de honor
que gustoso le había ofrecido el Cabildo de la ciudad.
De 1817 data la nueva consagración del templo de Santo Domingo,
realizada el 6 de junio, fecha en que con la bendición se daba término
parcial a las obras que venía dirigiendo de tiempo atrás el fraile dominico
Luis María Téllez. Así mismo, de este año son las reuniones que, por man-
dato del gobernador militar, Juan Sámano, tenían que realizar todos los
jueves en el Hospital de San Fernando los médicos residentes en la capital.
Estos, realistas o patriotas, debían discutir sobre medicina, cirugía, farma-
cia y química, con el fin de mejorar los conocimientos mediante el inter-
cambio de experiencias.
Los sucesos de los siguientes dieciocho meses se resumen en conspi-
raciones, fusilamientos y alegrías silenciosas cuando llegaban noticias de
los lejanos triunfos en el oriente neogranadino. Dice Ibáñez que, en vís-
peras del triunfo de Boyacá, “en Santafé de Bogotá era triste la situación
en los primeros días de agosto [de 1819]. Los habitantes se recogían en
sus casas temprano, cerraban puertas y ventanas y hacían vida de familia
en la pieza más retirada, huyendo del alojado [militar del ejército de ocu-
pación], y allá, en voz baja, se comunicaban las noticias que habían ad-
quirido sobre el estado de la guerra. Rara vez se percibían las pisadas
cautelosas del que buscaba un medicamento en la botica de San Juan de
Dios, única que mantenía ventanilla abierta y con luz, única que aparecía
esplendorosa entre las tinieblas de la ciudad, que carecía de alumbrado
público. En el día se leían las noticias del Gobierno sobre triunfos obteni-
dos por las huestes realistas sobre los insurgentes mandados por el caní-
bal Bolívar” 5 0 .

50 Ibáñez, Crónicas, tomo 4, pp. 27-28.


906 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

La dinámica de los símbolos


Una señal propia de los tiempos de cambio en el ordenamiento social es el
aumento en la frecuencia con que se recurre a lo simbólico. Ya sea como
mecanismo de control sobre los eventos o como garantía de seguridad ante la
incertidumbre que la misma época arroja, los símbolos que en otras ocasio-
nes se darían por entendidos recobran ahora su fuerza inicial y generadora de
sentido. La dinámica social de cambio busca apoderarse de ellos y dominar
su significado, expresar los propósitos mediante su gramática, controlar por
su enunciado las fuerzas que jalonan las tensiones, en fin, elaborarlos como
instrumento para identificar y así señalar lo que se pretende entre las varias
posibilidades que inevitablemente pueden ir surgiendo. La dinámica de los
símbolos se acelera cuando los fines parecen claros pero la vía hacia ellos se
oscurece por la dificultad para manejar lo imprevisible. Y los santafereños,
durante estos años, se sumieron en un juego desesperado por derribar signi-
ficados, reforzar certezas y construir los símbolos que consideraban debían
significar lo que estaban haciendo. Desde luego, en esta dinámica social, el
espacio urbano fue objeto de particular atención.
No es de extrañar, entonces, que la Plaza Mayor ocupara un papel pre-
ponderante durante los años que transcurrieron desde 1810. Su valor simbó-
lico no se había perdido en los siglos transcurridos, pero la repetición lo
había convertido en costumbre: los viernes de cada semana el mercado; cada
año la procesión de Corpus; los cerramientos antes del inicio de la cuaresma
para las carnestolendas; el paso por ella de los oidores con su corte y la
mirada inquisidora del Cabildo eclesiástico desde el atrio de la Catedral; la
espera de cada primero de enero por la noticia de los nuevos alcaldes y ofi-
ciales del Cabildo secular; las ventanas siempre amenazantes de las dos cár-
celes y los balcones ya añejos desde los cuales las autoridades vigilaban el
transcurrir de los días; los viajes diarios a recoger agua en la pila; en fin, las
rápidas pisadas nocturnas resonando sobre un piso de tierra que había visto
caer en ella la sangre de miles de ajusticiados por grandes y pequeños críme-
nes. Todo esto señal de una importancia convertida en rutina.
El reclamo por el Tribuno del Pueblo, la noche del 20 de julio de 1810,
rompió con lo consuetudinario. En el eje de la ciudad confluyeron todas las
fuerzas en conflicto, en parte porque sus representantes obligatoriamente esta-
ban ya en ella: el virrey en su palacio, los oidores en su Audiencia, los alcaldes
en sus oficinas, los regidores en el Cabildo, los presbíteros en su Catedral. La
crisis reclamaba cambios en las relaciones que existían entre dichos poderes y
ellos estaban en la Plaza. En esa dirección se encaminó la fuerza que faltaba, la
popular, pero ellos sabían el camino por costumbre. En todos los años que
GERMÁN R. MEJÍA PAVONY: BOGOTÁ 1810 - 1819 907

siguieron a este evento, el gesto fue repetido una y otra vez. Era allí donde se
debía dirimir el conflicto, donde debía manifestarse el poder.
No vale la pena reseñar todas las ocasiones en que la Plaza Mayor mantuvo
su papel central en la vida urbana, esto es, punto de encuentro en la
espacialización de las relaciones sociales. Mencionemos algunos ejemplos,
distintos al ya conocido de la semana del 20 al 27 de julio de 1810. Como lugar
de celebración, la Plaza Mayor se convirtió en la arena donde se saludó, el 10
de enero de 1812, la entrada triunfante de Baraya a su regreso del Cauca51 . Al
final de cada una de las invasiones que sufrió la capital, el ejército vencedor
proclamó su victoria en dicho sitio, único punto desde el cual se podía estable-
cer públicamente quién era ahora el dominador. Esto lo tuvieron que realizar
aún las tropas de la misma Santafé, pues no por ser del lugar podían escapar al
ritual. Por eso, el 20 de enero de 1813, once días después de vencer sobre las
fuerzas invasoras de las Provincias Unidas, pasaron del llano de San Victorino,
donde estuvieron estacionadas las tropas luego de triunfar sobre el ejército de
Baraya –el mismo al que habían saludado como héroe casi dos años atrás–, a la
Plaza Mayor para que fueran formalmente saludadas52 .
El Árbol de la Libertad, un elemento fundamental por su valor simbólico,
sólo podía ser colocado en la Plaza Mayor. En este lugar y mediante el recur-
so a dicha alegoría, cobró forma definitiva la Fiesta de la Revolución. El
árbol se acompañó, tanto en Francia, de donde provino, como en América,
del gorro frigio, adorno inseparable del primero y que se colocó siempre en
su parte superior53 .

51 Cuenta Caballero que a Baraya “se le hizo un recibimiento lo mismo que a aquellos Capitanes
romanos cuando entraban triunfantes en Roma, porque se puso una batería de cañones de a
grueso calibre en el camino real de San Victorino, y lo fue a recibir toda la oficialidad de la
guarnición, todos a caballo. Entró en su Compañía toda la milicia de caballería de Bogotá,
Facatativá, Soacha y Bosa, de suerte que venían más de 500 hombres a caballo gritando muchos
vivas. Hicieron 7 tiros de cañones; estuvo la entrada muy lucida y triunfante, se apeó en Palacio,
y la plaza se llenó de gente de a caballo; después salió y lo acompañaron todos hasta su casa. A
11 hicieron el Batallón de Patriotas y Artillería un ejercicio de fuego en la plaza, con todas sus
correspondientes evoluciones, que lo hicieron muy bien; a la noche dieron una famosa música,
con unos fuegos en que se pusieron un castillo muy alto, y cuando lo prendieron salió, con
artificio, la figura de la Libertad, por una cuerda, hasta el Palacio, que se recibió en el balcón, lo
que lució mucho; después tocó la música una hora en un tablado, que se formó para este efecto,
frente al Gabinete, y después subieron al Palacio al baile”. Diario, pp. 107-108.
52 Caballero, Diario, pp. 125-126.
53 El ensayo ya citado de Gonzalo Hernández de Alba sigue siendo el mejor estudio que conocemos
para Bogotá relativo a la fiesta de la revolución, en particular, el último capítulo de su texto.
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En Santafé se sembró por primera vez el árbol el 29 de abril de 1813. Este


día, por la tarde, luego de la consabida procesión de militares, clérigos y
autoridades tanto de la ciudad como del Gobierno, y de haber hecho blan-
quear todas las casas de la ciudad, se sacó el árbol del Cabildo, “el que traía
sus tarjetas de versos y su gorro colorado. Era un arrayán de cinco varas de
alto, y se plantó en el lugar prevenido, que era en un triángulo de piedra que
se había fabricado para este fin, dos varas arriba de la pila, y encima se puso
una media naranja de madera, con cuatro arcos enramados de laurel, con sus
tarjetas de versos alusivos al asunto, y faroles de cristal para las luminarias de
la noche. Encima pusieron un farol bastante grande, que por la una parte
tenía pintado el árbol, por la otra un Jesús, por la otra un María y por la última
la espada de la justicia” 54 . Pero, esa misma tarde, se acompañó el acto de
sembrar el árbol con el del ajusticiamiento de un joven mulato acusado de
haber asesinado a su patrón el día anterior. El mensaje no podía ser más
claro: ¡libertad, sí! Pero de ninguna forma libertinaje55 .

Hernández de Alba, Los árboles de la libertad, pp. 151-183. Dice el autor que “en la Nueva
Granada no era necesario distinguir con claridad este símbolo natural de otras celebraciones que,
cargadas de diferentes significados, empleaban elementos vegetales. El árbol mismo, tal como se
explica en la Gazeta Ministerial de Cundinamarca (sic), era lo suficientemente significativo como
para constituirse en el símbolo de la libertad. Más aún, no importaba de qué especie fuera, ya que
lo que le otorgaba sentido era, a más de sus referencias históricas, los pregones, discursos y
explicaciones que lo habían calificado de representación visible de ella. El hecho de exhibir el gorro
rojo acrecentaba y puntualizaba su indiscutible significado. En Santa Fe y en los otros lugares
donde se cumplió con la ceremonia festiva siempre se lo hizo con acompañamiento de arengas, de
explicaciones de su importancia como representación de los nuevos tiempos”. Pp. 165-166.
54 Caballero, Diario, pp. 135-136. El orden de la procesión es particularmente importante: “Iban
delante cuatro batidores, seguían los caballeros, decentemente vestidos y los caballos enjaezados
a cual mejor; detrás seguía un violento con un Oficial, un sargento y ocho soldados de artillería,
todos a caballo; detrás de estos seguían otros cuatro batidores; seguían los dos porteros del
Cabildo, que llevaban en medio... al escribano del Cabildo eclesiástico, con un Alguacil por
delante; el otro violento iba detrás de los primeros batidores; seguía después el Cabildo. El Sr.
Corregidor presidía este acto con los Sres. Alcaldes... después seguía la caballería. Dieron vuelta
por las calles acostumbradas, pues aunque había de haber sido por toda la ciudad no se hizo, por
haberse hecho tarde, pues para este efecto se mandó que toda ella se compusiese y se blanquease,
como efectivo así se verificó, colgando todas las puertas y ventanas de toda la ciudad”. P. 135.
55 “Sin más dilación se hizo que se confesase el mulatico, y a las cinco de la tarde lo sacaron entre una
Compañía de Granaderos, le dieron la vuelta por el redondo de las tropas y derecho lo llevaron al
banquillo, y a las cinco y cuarto le tiraron cuatro granaderos, y porque hizo no se qué movimiento
le tiraron otros cuatro. Concluido esto, tocó la música y se retiraron las tropas. Fue el padrino el P.
Ley, de San Francisco, y predicó de repente el Sr. Canónigo dignidad Dr. Rosillo, en el balcón de
la cárcel, explicando lo que contenía la libertad, que no era el libertinaje, pues se castigaban los
delitos, como se acababa de ver. Vino el Montepío y lo llevaron a la Veracruz. Al otro día fue el
entierro del Coronel, con mucha pompa en la Catedral; hubo descargas”. Caballero, Diario, p. 136.
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En ese triángulo fabricado apenas unos pasos al oriente de la fuente de la


plaza, fue sembrado entonces el árbol de la libertad. Este gesto tuvo que
repetirse varias veces en los años siguientes pues unas veces fue derribado y
otras, premonitoriamente, cambiado al secarse el que allí estaba sembrado.
Por supuesto, el rastro de este símbolo se pierde con la llegada a la ciudad de
los ejércitos españoles al mando de Morillo. La Plaza fue también escenario
de otros hechos de especial valor simbólico, como el sucedido el 7 de agosto
de 1811, día en que algunos santafereños sacaron de la Cárcel de Corte la
cama de tormentos y la quemaron públicamente, para el regocijo de los
santafereños allí reunidos; o lo sucedido el 25 de octubre de 1816, ya bajo la
ocupación española, día en que tuvieron que presenciar con temor la hogue-
ra que en la Plaza hizo la inquisición para quemar libros y papeles escritos o
impresos durante los años de la Primera República.
Pero no toda la dinámica relacionada con lo simbólico durante este perío-
do está relacionada necesariamente con dicha Plaza. Igualmente hubo otros
lugares en la ciudad que cobraron especial significación, como la Huerta de
Jaime, lugar por excelencia de reunión de las tropas patriotas para ejercitarse
o sitio de ejecución de decenas de patriotas durante los años de la ocupación.
Así mismo, otros gestos tuvieron como objeto la transformación de los sím-
bolos representativos de la autoridad real, en particular la acción de tapar o
destrozar los escudos reales que por lo general lucían en la fachada de los
edificios de gobierno, algunas iglesias y las universidades. Esto ocurrió, por
ejemplo, con el de San Bartolomé el 26 de julio de 1813 o los de San Carlos
y la puerta nueva de la Catedral durante el mes de noviembre del mismo año;
y así con los demás, hecho que puede resumirse en el bando promulgado el
23 de diciembre de 1815, por el cual se mandó quitar las armas españolas en
todas las provincias.
Las banderas y sus colores también formaron parte de esta dinámica. El
rojo y el amarillo, que todavía identifican a Bogotá, fueron utilizados el 29
de julio de 1810. Ese domingo, en la gran misa de acción de gracias que se
realizó en la iglesia de San Carlos, el vicepresidente Pey llevó sobre el pecho
una banda con dichos colores, y los demás vocales de la Junta Suprema la
llevaron en su brazo izquierdo56 . La bandera tricolor –azul celeste, amarillo
tostado, y rojo, en este orden y en franjas de igual anchura– fue adoptada
como símbolo por el Colegio Electoral de Cundinamarca el 7 de agosto de
1813. Sin embargo, más importante aún que la adopción de banderas y colo-

56 Ibáñez, Crónicas, tomo 2, p. 411.


910 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

res, fue la destrucción de la bandera del rey y el modo como se llevó a cabo
este acto: el 31 de agosto de 1813, en la iglesia de San Agustín y luego de
honrar y bendecir los pabellones patriotas, se le quitó la bendición a la ban-
dera real y, en consecuencia, se pudo rasgar usando una navaja y tirarla a un
lado con desprecio57 .
La bandera tricolor, cuando se asociaba a las fiestas de la ciudad, lucía en
uno de sus lados el escudo de la ciudad y, en el otro, una cruz sobre granada
con un Jesús en el medio. Esta asociación de los símbolos de la ciudad con la
imagen de Jesús fue de gran importancia, pues formaron parte de un mismo
conjunto simbólico desde los años iniciales de la República. Aunque ya pre-
sente en la época anterior a enero de 1813, es durante la defensa de la ciudad
contra las tropas de Baraya que este gesto alcanzó su momento máximo:
Nariño nombró a Jesús Nazareno generalísimo de las tropas santafereñas. Si
hay un elemento que las ideas y propuestas republicanas no buscaron en
forma alguna reemplazar fue lo relativo a la religión católica, en particular el
cuerpo de creencias de la gente, de las que sin duda eran partícipes los crio-
llos más ilustrados. Por ejemplo, nadie se atrevió a dudar en Santafé que fue
la aparición de la Virgen en las calles de la ciudad, durante la batalla del 9 de
enero de 1813, lo que permitió la victoria de las tropas de Nariño. No en
vano su hijo, Jesús, era el generalísimo58 .

57 El último día de agosto [1813] la guarnición de la ciudad concurrió a la iglesia de agustinos.


Todos los cuerpos llevaban la nueva bandera tricolor, y el Batallón Auxiliar llevaba pabellón con
las armas del Rey. La bendición de las banderas de la República fue solemne. En el púlpito se
hizo un himno a la Patria por el Capellán Francisco Antonio Florido. Luego tuvo lugar una escena
a la vez curiosa y solemne, que refiere así un testigo ocular: ‘La entraron (la bandera del Rey) a
la iglesia con la acostumbrada solemnidad, hasta el altar mayor, donde estaba el Capellán de la
tropa, Reverendo Padre Florido, de la orden de San Francisco, el que hizo ciertas ceremonias
para quitarle la bendición, que me hago el cargo que será como lo mandó el Ritual Romano.
Después sacó el Padre una navaja y se la dio al señor Brigadier Pey, el que comenzó a hacerle
tajos y rasgarla por todas partes; hecho esto, la enrollaron y se la dieron al Padre Provincial
Chavarría, el que la tiró con desprecio en el altar mayor’.” Ibáñez, Crónicas, tomo 3, pp. 82-83.
58 “Cuando las tropas enemigas salieron a la esquina de la Carnicería, y pensaban esparcirse por
toda la ciudad, dicen que estaba una mujer vestida toda de azul, que según algunos piadosos
aseguraron ser María Santísima Nuestra Señora de la Concepción, pues bajo de los dulcísimos
nombres de Jesús, María y José militaban nuestras tropas, y esta mujer les dijo que no entrasen
en la ciudad, sino que siguiesen para San Victorino, que allá estaban todas las tropas; y así lo
hicieron sin que uno solo se animase a entrar en la ciudad… Se dijo por varias personas de
crédito, y por muchas bocas, que cuando estaba el fuego en lo más vigoroso, andaba una mujer
por entre las tropas y a la parte que más caían las balas; y después dicha mujer, aunque se inquirió
no pareció, lo que se tiene por verosímil que fue María Santísima Nuestra Señora, para ampararnos
y favorecernos. A esto se agrega los pocos que murieron de nuestra parte, pues tanta multitud de
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Como agradecimiento a la Virgen, el cabildo de la ciudad subió a la igle-


sia de la Peña a solemnizar con su presencia la fiesta que allí se realizó en
honor de ella el siguiente 23 de enero. Para la fecha, ya hacía mucho tiempo
que tanto la ciudad republicana como el nuevo régimen habían nombrado
como su patrona a la Virgen de la Concepción, herencia de los siglos anterio-
res. Es evidente, entonces, que la asociación de los símbolos civiles con los
religiosos no tuvo en forma alguna solución de continuidad. Explicamos
anteriormente cómo las celebraciones de los 6 de agosto pasaron de conme-
morar la fiesta de la conquista por la de la religión; así mismo, la conmemo-
ración de los aniversarios del 20 de julio se relacionaba siempre con la fiesta
de Santa Librada; igualmente, los escudos mandados a labrar por los triunfos
alcanzados terminaban invariablemente colocados en el brazo izquierdo de
la imagen de Jesús Nazareno que se veneraba en la capilla ubicada en la
parte posterior de la iglesia de San Agustín; en fin, los Te Deum abundaron y
las misas de agradecimiento, reparación o solicitud de protección se sucedie-
ron con la misma frecuencia que los eventos que así lo ameritaban, los que se
dieron por decenas.
Con la instauración de la Primera República, de la que Santafé fue no
sólo su capital sino escenario privilegiado, se dio inicio al tránsito a un inci-
piente ordenamiento republicano, posible de leer en las instituciones, en las
acciones y en los múltiples gestos que lo acompañaron. Sin embargo, la per-
sistente continuidad de los ritmos de la civitas y, en ello, sin duda, lo religioso
como valor de significación, es lo que permite entender los limitados alcan-
ces del nuevo proyecto de orden social para los santafereños59 . El ideario
patriota, en cuanto ilustrado o, para la fecha, moderno, contenía en la idea de
la civitas y de la urbs lo religioso como parte inherente de ellos. El lenguaje
de los símbolos así lo permite leer.
La civitas no pudo modificar profundamente las relaciones que en ese
espacio se desenvolvían, lo que le valió que tampoco la urbs tuviera funda-
mento para su total renovación. Y ello a pesar de dar lugar a nuevas institu-
ciones, acompañadas de un lenguaje que permitiera apropiarlas y de disponer

hombres que precipitadamente avanzaron sobre nosotros, con ansia de devorarnos podían haber
hecho algún considerable estrago, pero nada… Ese día estuvo muy apacible y bueno; la gente no
cesaba de alabar al Dios de las misericordias, que por un portentoso milagro multiplicado, en
tantos cuanto fueron los sucesos de este día”. Caballero, Diario, pp. 120-122.
59 Lo anterior no quiere decir que no se presentaran roces con la iglesia institucional, lo cual de
hecho ocurrió respecto del juramento a la libertad que se obligó a realizar a los clérigos presentes
en Santafé. Este no fue aceptado por todos, causándose así el exilio de muchos y convirtiéndose
en la razón de la ausencia del arzobispo durante todos estos años.
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nuevos signos donde habían sido destruidos los anteriores. La capacidad de


hacer tránsito sin mayor variación entre regímenes nos dice de una continui-
dad en los santafereños que se enraizaba en algo más profundo que las ideas
y los discursos: el alma convertida en tradición, esto es, el espacio construido
anudado al tiempo de las creencias60 .

60 Georges Lomné termina preguntándose, para la misma ciudad y época, si “¿no será eso una
excelente ilustración del hecho de que la memoria mantenida por las piedras posee una fuerza
muy superior a la que desean suscitar los cambios políticos más radicales?”; más adelante afirma
que “lo referente al espacio vale también para el tiempo: el calendario religioso fijó el marco de un
‘tiempo común’ que sobrevive a la transformación política... En definitiva, más allá de la mutación
del signo político, se impuso la pregnancia de los marcos tradicionales de la memoria. Logró
respaldar la larga duración en el juego que le oponía al tiempo corto de la Revolución de
Independencia”. “Las ciudades de la Nueva Granada: teatro y objeto de los conflictos de la
memoria política (1810-1830), Anuario de Historia Social y de la Cultura, 21(1993): 134-135.
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.

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