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Dicho esto, queda por saber si el interés de los psicoanalistas por la topología
corresponde a una especie de refinamiento excesivo, de preocupación por problemas
ultramenores, fragmentarios y sin consecuencias, lo que sería propio del período final,
agonizante, de una teoría, o bien si al contrario este interés corresponde a la
reconstitución, abierta por Lacan, de una nueva estética trascendental conforme a la
experiencia, no del sujeto del conocimiento, sino del sujeto del inconciente.
Pero, ¿qué es esto real que exige disponer de una topología para abordarlo, y de qué
topología se trata? Respondamos en dos lenguas ligeramente diferentes, una freudiana,
lacaniana la otra.
Freud suponía dos mundos reales e ignotos, uno exterior, e interior, psíquico, el otro.
Apoyándose en Kant se congratulaba con la conclusión de que, de los dos, sólo lo real
interior tenía posibilidades de ser cognoscible (1).
Una doble observación complicará esta simple división de mundos. En primer lugar, si
es que uno puede aprehender lo real interno, para ello hace falta un dispositivo exterior,
pero dependiente de las condiciones de eso mismo real interno. Este dispositivo técnico
no es para Freud el concepto, el pensamiento o el conocimiento, sino la experiencia
psicoanalítica misma. Ahora bien, estos dos mundos aparentemente separados se
interpenetran en la relación analítica en la forma cruzada de un quiasmo que liga el
deseo del paciente con el del psicoanalista. La frontera es tan dilatada que absorbe a los
dos mundos que ella separa.
A la dualidad de los reales freudianos sucede una topología lacaniana que pone en juego
relaciones más precisas. En lugar de dos reales se trata de uno solo, unívoco, sin
división, definido esencialmente por su modalidad de ser imposible de representar, y en
el cual el psicoanálisis sitúa la dimensión del sexo de agotamiento imposible. Frente a
lo real está el sujeto; y entre los dos, el conjunto de los recursos con que el sujeto
aborda eso real del sexo: recursos referidos a los significantes y recursos referidos al
objeto a. Los primeros recursos se llaman síntomas, los segundos, fantasmas. Así, entre
el sujeto y el sexo se encuentra una serie de relaciones causales, en general paradójicas,
constitutivas de lo que el psicoanálisis llama la realidad. De esta realidad psicoanalítica
procura dar razón la topología.
Cuatro relaciones, más bien cuatro parejas paradójicas de conceptos que definen la
realidad son recreadas, puestas en escena por nuestros artificios topológicos.
He aquí brevemente cada una de esas parejas, y el ser topológico que las figura:
4. por último, el sujeto en su relación con el objeto (fantasma), figurado por el cross-cap
(esfera provista de un cross-cap).
2. La segunda pareja atañe a la cuestión del sujeto. ¿Cómo ocurre que seamos sujeto en
el momento en que no somos más que un decir y, simultáneamente, que seamos el
sustento ausente de las futuras repeticiones? 0 también, ¿Cómo ocurre que seamos otro,
que cambiemos por el solo hecho de decir? El ser topológico introducido desde hace
tiempo en la teoría lacaniana y que figura esta antinomia del sujeto es la banda de
Moebius. En lugar de definir el sujeto, la banda de Moebius nos lo muestra. Pero sería
falso identificar directamente el sujeto con la banda y decir, señalándola: he aquí el
sujeto. No; lo que nos interesa en la banda de Moebius es que su propiedad de tener un
solo borde cambia si se opera en ella un corte mediano (al menos es el caso para una
cinta que tiene una sola semitorsión). En ese momento, es decir en el momento de cortar
siguiendo la línea mediana de la banda y describiendo con las tijeras una curva cerrada
(que vuelve a su punto de partida), la banda propiamente dicha desaparece; el resultado
es una cinta que ya no es una banda de Moebius (figuras 4 y 5).
4. Por último, la cuarta pareja atañe a la cuestión de la relación del sujeto con el objeto
(cuestión esta la más cercana a los dos reales freudianos). ¿Cómo comprender que el
sujeto pueda incluir en él un objeto -y al mismo tiempo incluirse en un objeto- que le es,
no obstante, radicalmente exterior y heterogéneo? En otras palabras. ¿Cómo
comprender que eso que llamamos fantasma no sea una imagen en el interior de la
economía psíquica del sujeto, sino un aparato, una edificación que se distribuye, se
extiende en la realidad confundiéndose con ella? Es el hecho de mostrarnos que el
adentro y el afuera son una sola y misma cosa lo que confiere su valor al cross-cap.
Sigamos a una hormiga que parta de un punto de la cara anterior del lóbulo izquierdo,
por ejemplo; ella pasa por la línea de falsa intersección y repentinamente se encuentra
sobre la cara posterior e interior del lóbulo derecho, hasta encontrar nuevamente,
siempre sobre la cara interior, pero por delante, la línea de falsa intersección. Entonces
sale hacia atrás del lóbulo izquierdo, sobre su cara exterior, recorre esa cara posterior y
después la anterior hasta llegar a su punto de partida. De esta manera habrá pasado del
exterior al interior y del interior al exterior sin haber comprobado límite alguno, sin
haber atravesado ninguna frontera. Para la hormiga no habrá habido diferencia entre un
supuesto interior y un supuesto exterior de nuestra superficie (3). Si ahora consideramos
este trayecto de la hormiga como el trazado de un corte en doble lazo, habrá recortado el
cross-cap en dos partes: una banda unilátera de Moebius, que representa al sujeto, y un
disco bilátero, que representa al objeto a. De este modo obtenemos los tres elementos de
la articulación del fantasma, propuestos por Lacan: el sujeto (S tachada), el corte (<>) y
el objeto a.
Cada uno de estos seres geométricos (salvo el toro y en cierta medida la banda) que
acabamos de mostrar es el resultado de cierto forzamiento operado por la subsunción de
una superficie abstracta en el espacio ambiente euclidiano. La superficie abstracta es en
sí irrepresentable en nuestras dimensiones intuitivas habituales (4), Como no sea
forzándola y produciendo una representación no regular, bastarda, de una superficie que
sólo existe como variedad de un espacio abstracto. Lo vemos bien: la topología con la
cual los psicoanalistas piensan y trabajan no es ni la topología general, ni la algebraica.
Aunque afín a la topología combinatoria, es en última instancia una topología
particularísima, que caracterizaré como mostrativa y fantasmática. No trabajamos con
ecuaciones, números y letras, sino con tijeras, tizas y caucho.
Ahora bien, estos seres, estos lugares, ¿son reales o ficticios? Ni lo uno ni lo otro. Son
artificios singulares, efectuaciones espacio-temporales que, a la manera de un teatro
especial, dramatizan la paradoja: la separación del deseo pasa a ser un agujero, el
itinerario repetitivo de las demandas sigue el trazado de un ocho (doble lazo), o aún, el
significante de la excepción (S1) toma la forma del gollete de una botella. Son como
elementos intermediarios entre el dominio topológico estricto, del que proceden, y las
parejas de conceptos paradójicos de la teoría analítica. No constituyen verdaderas
superficies porque, en virtud de su inmersión en el espacio ambiente, son
representaciones no regulares; tampoco son conceptos, según la acepción usual, puesto
que su sentido ni se explica ni se demuestra: sólo se muestra. Se muestra dibujando,
cortando o pegando.
Pero sería un error creer que esta superficie que no es tal, y que este concepto efectuado
singularmente en el espacio, estos mixtos, como los llamaría Albert Lautman (5), son la
metáfora, buena o mala, de la paradoja. No ilustran la paradoja, sino que son su mismo
ser. No se dirá que el concepto del sujeto es ilustrado por la banda de Moebius, sino,
insisto, se mostrará la banda y, cortándola por el medio, se dirá: este es el sujeto. El
artificio no designa el ser del sujeto: lo es (6). No se lee tampoco la representación, sino
que se la practica, y es esta práctica la que le da su sentido. El sentido está en el uso de
la representación. Ahora bien, cuando uno dice uso, dice también malogro y fuga. Lo
que escapa cuando uno trabaja con esos mixtos topológicos es el cuerpo.
Entendámonos: no el cuerpo como extensión ni como imagen, sino como lugar parcial
de goce: goce de la mirada y del tacto. Practicar la topología significa tratar con el
cuerpo la representación y, en ese mismo acto, inscribir esa práctica en el conjunto de
nuestras producciones fantasmáticas. ¿Qué es, en efecto, el fantasma, si no una acción,
un obrar hasta confundirnos con lo poco de cuerpo que perdemos?
A pesar de las objeciones que pudiera plantear este abordaje clínico (7), de la
topologería, tengo dos razones para persistir. La primera: ¿por qué no aplicar a nuestra
práctica de la topología el concepto de goce que empleamos en el trabajo con nuestros
pacientes, y decirnos que la parte de goce que esta práctica conlleva (mirada v tacto) es
sólo la transformación del goce presente en la cura bajo la forma del fantasma? Es como
si uno pudiera hablar de trasmisión fantasmática de una práctica a otra. La topología que
nosotros trabajamos no escapa al apotegma lacaniano: «No existe metalenguaje». En
otros términos, no hay lenguaje (aunque sea el del manejo de los seres topológicos) que
no sea desbaratado por el goce.
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NOTAS:
(3) En nuestro capítulo 8, infra, pág. 164, retomaremos este ejemplo de la hormiga, así
como la indistinción entre interior y exterior.
(7) Término con el cual Pierre Soury había calificado nuestro proyecto en ocasión de un
debate sobre este texto.
Texto extraído de "Los ojos de Laura" (el concepto de objeto a en teoría de J. Lacan),
Juan David Nasio, capítulo 6, editorial Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1988.
Edición original en francés: Aubier, 1987.
Selección y destacados: S.R.