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El Paradigma del Pastelero

¿Ha escuchado alguna vez el dicho “pastelero a tus pasteles”?,


o de otra forma, ¿Le han dicho a ud. “pastelero a tus pasteles”?

¿Qué sentimiento le evocó?


¿Qué significado le confiere para vuestras posibilidades futuras?
¿Qué acciones han estado disponibles para ud. después de
haberlo recibido?

Empecemos desde el inicio. Un Paradigma es hoy entendido


como un conjunto de creencias o ideas que habitan en una
comunidad, referente a algo, de las cuales se tiene común
acuerdo en su significado y sus consecuencias.

A modo de ejemplo, el que los chilenos somos cálidos y


afectuosos con los extranjeros, (como dice la canción, “Campesinos y gentes del pueblo
te saldrán al encuentro, viajero, y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”) puede
ser nuestra creencia, sin embargo distar de la creencia de
Peruanos, Ecuatorianos, Bolivianos, Colombianos, Venezolanos.
Es pues, un paradigma. Una creencia que ya estaba instalada
en nuestra comunidad cuando ud. y yo nacimos.

Pero vamos a los pasteles!

Para ilustrar lo que sostengo, les contaré un cuento:

“Erase una vez un carnicero que hacía muy bien su trabajo. Llevaba años
practicando su arte y era bueno en ello. Sus clientes no podían sino estar
conformes con los productos que ofrecía y su forma de atenderlos. El estaba
orgulloso de haber llegado al lugar en que se encontraba.

Cierto día, caminaba el carnicero por la avenida, y mirando hacia el frente de la


calle observó una atractiva vitrina que le llamó la atención. Siendo una persona
inquieta, cruzó la calle y se acercó al lugar. Observó allí una magnífica variedad de
tortas y pasteles que lo sedujo, por sus colores, diseños, estilo y elegancia, a lo
que se preguntó: “¿podría yo hacer pasteles tan magníficos como lo que aquí
observo?, en verdad sería para mí un desafío hacer pasteles tan hermosos y
apetitosos”

De regreso a su tienda, y con la idea en su mente, se la comentó a su socio. Este,


lo miró con algún dejo de incredulidad, y con una claridad meridiana le dice:

Yelmo Duran Kreither 08-12-2010


“pastelero a tus pasteles!”, dedica tu tiempo a lo que sabes hacer bien, deja que
los pasteleros hagan los pasteles.

¿Qué podemos interpretar de lo que nos está comunicando el


dicho?

¿Quién mejor sabe de pasteles que el pastelero?


¿Le pediría yo pasteles al carnicero?
¿Si quiero obtener el mejor producto al mejor precio, se lo
pediría a quién no ha dedicado horas y horas a la maestría en
su elaboración?
¿No es que la confianza se apoya en quienes han demostrado
que tras practicar y practicar logran hoy resultados que
podemos observar como superiores?

Pareciera que actualmente esto es una verdad indiscutible. Los


especialistas han dedicado horas y horas a hacer bien lo que
han elegido hacer, o lo que se les ha encomendado hacer.

Decimos, “la práctica hace al maestro”.

Hasta aquí todo bien. Cuando necesitamos contratar a alguien,


lo primero que leemos en los avisos económicos es: “Se busca
profesional competente, de preferencia con conocimientos de
esto o aquello, qué hable idiomas, salud compatible con el
cargo…”

Pedimos todo lo bueno, sin embargo obviamos aquello que


podemos juzgar como “malo”, y que está presente en todo ser
humano, aquello que nos representa “debilidades”,
“desventajas”, “desconocimiento”, “falta de expertise” en las
personas.

Pareciera que para confiar necesitamos ciertos elementos de


juicio que nos den la creencia “sólida y objetiva” de que
estamos seleccionando correctamente y así alejar de nuestras
elecciones el gran temor a equivocarnos, también una práctica
(el error) que interpretamos como mala y por tanto esquivamos
permanentemente.

Yelmo Duran Kreither 08-12-2010


Todo esto suena muy lógico, ¿no?

Es que vivimos en esta creencia, estamos inmersos en ella, es


parte de nuestro diario vivir.

Aquí viene entonces, la inquietud del carnicero:

¿Cómo hago para reinventarme si soy bueno en lo que hago, o


al menos es lo mejor que hago?
¿Cómo no desechar oportunidades sin perder la maestría que
he logrado?
¿Cómo escuchar mi voz interior y hacer posible lo que otros
piensan poco importante?

Cuando a mi me dijeron “Pastelero a tus pasteles” sentí que le


estaban restando importancia a lo que yo consideraba vital:
vitalizar mis aprendizajes, recrear mi horizonte profesional,
construir y edificar un mejor futuro, desafiarme a ir por un
camino novedoso, emprender de nuevo.

Una de las consecuencias de ser especialista es saber mucho


de algo y poco de todo. Si soy un especialista dedicado podría
morir haciendo lo que sé hacer mejor, sin embargo hoy estamos
observando cómo las personas que trabajan se ven enfrentadas
a los 50 años o menos a la dura realidad de ser desvinculados
de sus trabajos, de su especialidad, y ser reemplazados por
jóvenes mejor y más recientemente formados que están
dispuestos a iniciar su vida laboral con menores rentas que el
especialista.

Así, quién sólo se desarrolló en una especialidad, puede verse


enfrentado a la necesidad de cambiar de paradigma: no le
sirvió ser el mejor pastelero si al cabo de los años hay otros que
lo pueden reemplazar, viendo con angustia que el camino al
que le ha entregado su vida, ha terminado.

Por favor, el cuento del pastelero y el carnicero es una


metáfora. Quizás es bueno detenerse en este punto a auto
observarse.

Yelmo Duran Kreither 08-12-2010


¿Estoy haciendo de mi vida laboral lo que realmente deseo?
¿Me estoy desafiando a mejores oportunidades para mí y mi
familia?
¿Me estoy anticipando a las consecuencias, de las buenas y de
las malas, que tiene hoy el ser especialista?
¿Estoy diseñando mi camino profesional o sólo voy a la deriva
del día a día?

Vivimos en un mundo de especialidades, y sin embargo


pareciera que ellas no nos llevan a un camino de paz y felicidad
en el tercer tercio de nuestras vidas.

Muchas personas dicen: “trabajaré fuerte hasta los 50 años, y


luego me retiraré a disfrutar lo obtenido”

Y de nuevo: en el segundo tercio, en aquel momento en que


tenemos más energía y vitalidad laboral, la especialidad, la
maestría, las horas y horas dedicadas a ser buenos, nos han
restado la posibilidad de crecer junto a nuestras familias,
nuestros hijos, aquello que finalmente juzgamos como lo más
importante que tenemos, o que tuvimos.

Pastelero a tus pasteles…

¿y la creatividad que hay en cada ser humano?


¿y la capacidad de aprender cosas nuevas?
¿y los desafíos que hacen posible ser mejores cada día?
¿y el escuchar lo que las personas necesitan para sentirse vivas?

No nos olvidemos que un día fue el primer día en nuestro


trabajo, y que a partir de ese día hemos practicado hasta ser
buenos en lo que hacemos. Podemos empezar de nuevo!

Quizás necesitamos cambiar el paradigma, la creencia ya


arraigada que el pastelero es el único que puede hacer
pasteles. Quizás necesitamos aprender a hacer pasteles, buenos
pasteles, y una vez logrado ir por otro desafío!

Yelmo Duran Kreither 08-12-2010

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